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ROSITA DÍAZ GIMENO

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La fabulosa historia de ROSITA DÍAZ GIMENO, estrella cinematográfica, nuera de don Juan Negrín, exiliada y primera actriz anónima de la historia del cine






Rosita Díaz Gimeno --quizás con Imperio Argentina la actriz de mayor popularidad del cine español de preguerra-- se acababa de casar en 1939 con el neurocirujano (y aviador durante la guerra) Juan Negrín Fidelman, hijo mayor del médico y fisiólogo Juan Negrín López, Presidente de la República, con el que veía manteniendo relaciones desde hacía algún tiempo, y que tras la boda adoptó y dio su apellido al hijo natural que la actriz había tenido en 1926, tras un matrimonio juvenil con el también actor, aunque de menor futuro, Paco Alagón, que acabó en separación primero y luego en divorcio, al que no pudieron acceder hasta la llegada de la República, que lo legalizó.

Sin embargo, la enorme popularidad de que gozaba no la había ganado por influencias políticas familiares ni por escándalos morales, sino por el intenso y valioso trabajo que había realizado en el cine y el teatro. Rosita Díaz Gimeno se había iniciado muy joven en los escenarios formando parte de la prestigiosa compañía de Gregorio Martínez Sierra (el dramaturgo que jamás escribió un texto, laboriosa tarea que dejaba a su esposa, la muy interesante María Lejárraga) y Catalina Barcena (de renombre similar entonces al de Margarita Xirgu) y había sido la primera actriz española en rodar para la Paramount en los parisinos estudios de Joinville, donde se destetó artísticamente a los pechos de Imperio Argentina.

Al filo de la llegada de la República Rosita era ya una estrella cinematográfica en España, donde había trabajado con los directores más prestigiosos, tales que Benito Perojo o Florián Rey. En 1934 la reclamó Hollywood y allí, en la FOX, protagonizó sus propias películas, no simplemente versiones de films en inglés, que obtuvieron un destacado éxito, al parecer, entre los públicos latinos, pues estaban habladas en español y españoles eran los temas, la adaptación de “Angelina o el honor de un brigadier”, de Enrique Jardiel Poncela y de “Rosa de Francia”, con argumento de Luis Fernández Ardavín y Eduardo Marquina.

El estallido de la guerra civil la pilló en Córdoba, donde estaba rodando los exteriores de la película que protagonizaba, “El genio alegre”, basada en la obra de los hermanos Quintero y dirigida por Fernando Delgado.

El inmediato triunfo de los sublevados y el descontrol provocado por el alzamiento obligaron a la suspensión del rodaje. Aunque la actriz había mostrado en numerosas entrevistas y apariciones públicas sus ideas progresistas y su fidelidad a la República, tampoco tenía una personalidad política tan definida como para ser víctima inmediata de la represión. Rosita era una mujer moderna, deportista, lectora, cosmopolita y con un sentido liberal y abierto de la moral y el sexo. De alguna forma venía a representar la nueva mujer de la República, con la que evidentemente simpatizaba, pero su ideología no iba más allá. No parece que diera el perfil, además era famosa, de víctima propiciatoria de los sublevados. Sin embargo, todo parece que se volvió en su contra. En los días en que permaneció en el hotel pensando lo que podía hacer --y hablándolo con otros miembros de la película, también republicanos, que igualmente serían detenidos y alguno de ellos acabó en el exilio-- recibió una llamada telefónica que despertó la voracidad represora de las nuevas autoridades.

Quien la llamaba desde Madrid era su novio, Juan Negrín Fidelman, con la intención de conocer la situación en que se encontraba, y, es de suponer, para intentar ayudarla. Parece ser que la llamada fue interceptada o escuchada, y el simple nombre del interlocutor debió despertar las sospechas suficientes como para detener a la actriz, aunque su encierro duro breve tiempo. Días cuentan unos y meses aseguran otros, que sobre esto no se ponen de acuerdo los que saben. También hay fuentes que indican que quien delató la llamada recibida por Rosita fue su coprotagonista, Fernando Fernández de Córdoba, falangista de primera hora que pasaría a la historia por ser el locutor que tres años después le puso voz al histórico parte de guerra del Caudillo que comenzaba con la famosa frase “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo…”

Fuera cual fuera la verdad de aquel momento confuso, que parece ser que Rosita era dada a fantasear cuando hablaba de sí misma, el hecho es que la actriz consigue abandonar la España sublevada en mayo de 1937, cuando ya se habían publicado, en la otra zona, claro, noticias de su fusilamiento y, según algún estudioso posterior, tal vez formando parte de un intercambio con presos facciosos, negociaciones en las que hubiera participado quizás el mismísimo cuñado del Caudillo, Ramón Serrano Suñer. Salió a Francia por Irún y cuentan, sin mayor apoyatura documental, que al otro lado de la frontera la esperaba Benito Perojo para ofrecerle ir con él a Alemania a rodar allí películas como las que luego él dirigiría, pero con Estrellita Castro como protagonista. La actriz rechazó la oferta, y muy por el contrario, tras un nuevo interludio hollywoodense para protagonizas “La vida bohemia” (John Alton-Josef Berne-Edgar G. Ulmer, 1937), regresa a la España republicana para regularizar al fin su relación con Juan Negrín Fidelman, con quien partió definitivamente al exilio a la derrota de la República.

Con Juan Negrín en Barcelona.
1980
Instalada en Nueva York con el resto de la familia Negrín, desarrolló una intensa actividad interpretativa y cultural, tanto en Estados Unidos como en México. En el primer país, además de participar como actriz en numerosos montajes teatrales en español y en inglés (“La casa de té de la luna de agosto”, por ejemplo), compartió con frecuencia conferencias y seminarios en diversas universidades y fue miembro de honor de las de Hoffstra y Princeton y de la Asociación de Licenciados y Doctores de Estados Unidos. Una larga marcha del mundo de los cómicos al de los académicos que cuenta mucho sobre la personalidad de la actriz.

En México protagonizó las que serían sus tres últimas películas: “Pepita Jiménez”, adaptación de la novela de Juan Valera, que dirigió el que entonces era la estrella emergente entre los nuevos realizadores mexicanos, Emilio “Indio” Fernández, “El último amor de Goya” (1946), del también exiliado español (y guionista habitual de Cantinflas) Jaime Salvador, y “El canto de la sirena” (1948), bajo la batuta del estadounidense Norman Foster, al que se deben algunas joyas del cine más cutre como la serie de Charlie Chan. Fueron tres películas, especialmente las dos primeras, de prestigio y que tuvieron buena acogida, sin embargo Rosita Díaz Jimeno, que tenía 37 años (según ella, porque según otros ya había llegado a los40) decidió dejar la pantalla para siempre, dedicándose en exclusiva a la labor teatral y docente hasta su fallecimiento en Nueva York en 1986.

Con Luis Buñuel en USA. 1940
En un país y otro mantuvo una intensa relación con Luis Buñuel, al que había conocido en España y con quien, ya en el exilio planeo proyectos conjuntos que no llegaron a realizarse. La historia, que al parecer se inició en Nueva York, donde él sobrevivía en el, debió tener su aquel, aunque sin salirse de los límites del platonismo amoroso más estricto. Según le confesó Buñuel por carta a su amigo Max Aub estaba “enamorado” de ella, aunque la historia no hubiera cuajado en nada tangible porque para él “la mujer de un amigo es sagrada”.

Aún cabe un breve epílogo para esta historia de Rosita Díaz Gimeno. Nada más acabada guerra, necesitados como estaban los vencedores de dar la impresión de que todo había entrado en la mayor normalidad, se reanudó el rodaje interrumpido, y finalmente “El genio alegre” se estrenó en diciembre del mismo 1939. Dado que tanto Rosita como otros intérpretes de la película se habían exiliado, entre ellos los actores Anita Sevilla y Edmundo Barbero, que acabaron su vida artística en México y El Salvador respectivamente, hubo que utilizar dobles en los planos que faltaban por filmar y doblar totalmente sus voces en la copia final, de manera que los espectadores vieron a los actores que ya conocían pero con nuevas voces.

Pero ese no fue el único estropicio. Es sabido que el franquismo utilizó como forma de censurar los films estadounidenses la eliminación en toda la publicidad de los hombres de los actores que  se habían solidarizado con la República durante la guerra civil. Tal fue el caso, por ejemplo, de Bette Davis, Douglas Fairbanks o John Garfield, que en los carteles de “Los peligros de la gloria” era anunciado como “el formidable actor de ‘Contra el imperio del crimen’”.

Sin embargo, para Rosita Díaz Gimeno y los otros intérpretes exiliados de “El genio alegre” aquello no era bastante. Los censores, que siempre entendieron mucho de cine, decidieron suprimir su nombre de los carteles, las informaciones y la publicidad de la película, como hacían con los americanos, sino que los borraron incluso de los títulos de crédito. Un hecho que convierte a Rosita Díaz Gimeno en la primera, y probablemente única, protagonista anónima de la historia del cine.

El exilio de la actriz y el silencio sobre su nombre impuesto por el franquismo impidieron que Rosita Díaz Gimeno ocupara en la historia del cine español el papel que sin duda le hubiera correspondido de ser otras las circunstancias históricas que le tocó vivir. Tanto es así, que quien consulte Wikipedia encontrará su vida reducida a 10 líneas contadas y tan solo se citan someramente cuatro de sus películas. Creo que en La Historia hay historias, como esta, que merecen ser recordadas. Dado que de una actriz se trata, tal vez lo más provechoso sea recopilar su filmografía completa (espero que lo sea), que en internet no he encontrado con los la ficha técnica y artística correspondiente que incorporo. La relación no es demasiado larga, tan sólo 16 títulos en 18 años de carrera cinematográfica, ni son de especial importancia sus películas, aparte de sus circunstancias históricas. Sin embargo, la lista resulta representativa de lo que esta actriz y persona relevante pudo haber sido en España y no le dejaron ser.





 FILMOGRAFIA DE ROSITA DÍAZ GIMENO


1930. Un hombre de suerte

Dirección: Benito Perojo
Producción: Paramount, rodada en Joinville (París)
Guión: Adaptación de una comedia de Yves Mirande y Gustave Quinson con guión de Pedro Muñoz Seca a cargo de Pedro Muñoz Seca y René Barberis.

Intérpretes: María Luz Callejo, Carlos San Martín, Helena D'Algy, Rosita Díaz Gimeno, Amelia Muñoz y Roberto Iglesias.



1931. Un caballero de frac


Dirección: Roger Capellani y Carlos San Martín.
Producción: Paramount Paris
Guión: John McDermott        , Yves Mirande, André Picard           , Saint-Granier
 Intérpretes: Roberto Rey, Gloria Guzmán, Rosita Díaz Gimeno     , Gabriel Algara, Luis Llaneza.



1931. Su noche de bodas


Dirección, Louis Mercanton y Florián Rey
Producción: España-Francia-USA (Paramount París)
Guión: Luis Fernández Ardavín, adaptación de la comedia de Gábor Drégely "El marido de la señorita",
Intérpretes: Imperio Argentina, Miguel Ligero, Manuel Russell, Rosita Díaz Gimeno, Emilia Barrado, Olga Valéry, Antonio Monjardin, Antonia Arévalo, José Romeu, Alberto Cavalcanti, Beatriz da Conceição (Beatriz Costa), Clara Bow.



1931. Lo mejor es reír


Dirección: E.W. Emo y Florián Rey
Producción: Paramount París
Guión:  Pedro Muñoz Seca y Benno Vigny sobre un argumento de Harry d'Abbadie d'Arrast y Douglas Z. Doty
Intérpretes: Imperio Argentina, Tony D'Algy, Rosita Díaz Gimeno, Manuel Russell, Carlos San Martín.



1932. El hombre que se reía del amor


Dirección: Benito Perojo
Producción: Star Films (España)
Guión: Benito Perojo
IntérpretesRafael Rivelles , María Fernanda Ladrón de Guevara , Ricardo Núñez , Rosita Díaz Gimeno, Gabriel Algara , Antoñita Colomé , Pilar Soler , Julio Roos , José Rivero



1933. Sierra de Ronda


Guión y dirección: Florián Rey
Intérpretes: Antonio Portago, Rosita Díaz Gimeno, Marina Torres, Fuensanta Lorente, Leo de Córdoba. Ficha técnica



1934. La Dolorosa


Dirección: Jean Grémillon     
Producción: Ediciones PCE / Producciones España C.
Guión: Jean Grémillon sobre la Zarzuela del mismo título del maestro Serrano con libreto de Juan José Lorente.
Intérpretes: Rosita Díaz Gimeno , Mary Amparo Bosch, Pilar García, Eva López , María Anaya.
           
La Dolorosa. Completa



1934 Susana tiene un secreto


Dirección: Benito Perojo.
Producción: Orphea Films.
Guión: Honorio Maura y Gregorio Martínez Sierra sobre su propia comedia teatral.
Intérpretes: Rosita Díaz Gimeno, Ricardo Núñez, Miguel Ligero, María Fernanda Ladrón de Guevara, Rafael Rivelles, Antoñita Colomé.



1934 Se ha fugado un preso



Dirección: Benito Perojo.
Producción: Orphea Films
Guión: Benito Perojo sobre un argumento de Enrique Jardiel Poncela.
Intérpretes: Rosita Díaz Gimeno, Juan de Landa, Ricardo Núñez, Carmen Delgado, Pepita Carrera.



1935 Angelina o el Honor de un Brigadier


Dirección: Louis King y Miguel de Zárraga.
Producción: Fox Film Corporation
Guión: Enrique Jardiel Poncela y Elizabeth Reinhardt sobre la obra teatral del primero.
Intérpretes: Rosita Díaz Gimeno, José Crespo, Enrique de Rosas, Julio Peña, Rina De Liguoro, Juan Torena, Andrés de Segurola, Romualdo Tirado, Ligia de Golconda, Francisco Moreno, José Peña.



1935 Rosa de Francia


Dirección: José López Rubio y Gordon Wiles.
Guión: Helen Logan y José López Rubio sobre un argumento de Luis Fernández Ardavín y Eduardo Marquina.
Intérpretes: Rosita Díaz Gimeno, José Peña, Antonio Moreno, Consuelo Frank, Jinx Falkenburg, Chito Alonso, D'Arcy Corrigan.



1937 La vida bohemia

Dirección: John Alton, Josef Berne, Edgar G. Ulmer
Guión: José López Rubio. Adaptación de La Boheme de Giacomo Puccini
Producción: Cantabria Films. Rodada en USA y distribuida por Columbia Pictures

Intérpretes: Rosita Díaz Gimeno, Gilbert Roland, José Cresto, Miguel Ligero, Romualdo Tirado. 



1936/1939 El genio alegre


Dirección: Fernando Delgado.
Guión: Fernando Delgado, sobre la obra de los hermanos Álvarez Quintero.
Producción: Córdoba Film Office.
Intérpretes: Rosita Díaz Gimeno (suprimido su nombre en el rodaje final), Leocadia Alba Lolita Astolfi, Edmundo Barbero, Fernando Fernández de Córdoba. Armando Calvo, Juan Calvo, Concha Catalá, Erasmo Pascual, Antonio Vico, Alberto Romea.



1946 Pepita Jiménez


Dirección: Emilio Indio Fernández
Producción: Producciones Cafisa y Águila Films. México.
Guión: Mauricio Magdaleno, Emilio Indio Fernández, sobre la novela de Juan Valera)
Intérpretes: Rosita Díaz Gimeno, Ricardo Montalbán, Fortunio Bonanova, Consuelo Guerrero de Luna, Carlos Orellana, Rafael Alcayde, Julio Villarreal, José Morcillo

Pepita Jiménez. Fragmento 



1946 El último amor de Goya


Dirección: Jaime Salvador.
Producción: Concordia Films. México
Guión: Jaime Salvador, Carlos Martínez Baena y  Enrique G. Alonso.      
Intérpretes: Miguel Arenas, Rosita Díaz Gimeno, Paul Cambo,Juan M. Castillo, Julio Daneri, Celeste Grijo, Domingo Soler, Gustavo Rojo.                     



1948 El canto de la sirena

Dirección: Norman Foster.
Producción: Jesús Bracho.
Guión: Edmundo Báez, Álvaro Custodio y Norman Foster   
Intérpretes: Rodolfo Acosta, Rosita Díaz Gimeno, Mario Caballero, Tito Junco, Jesús Maza, Virginia Serret, Julián Soler.









LA TRAVESIA DEL SINAIA. 1599 republicanos españoles rumbo a Mexico

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La travesía del Sinaia
1599 republicanos españoles rumbo a México





SINAIA
A tantos, y entre ellos, a José Herrera Petere y a Pedro Garfias

Un día, lentamente,
zarpaste de aquel puerto.
Te llevabas
un largo cargamento
de sueños y esperanzas,
de hombres curtidos,
de poetas.

Que abra el Atlántico su pecho y os acune.
En esa mala hora aquí quedamos
los presos y los muertos, los no nacidos…
Y en las sierras un murmullo inconcreto.

Al segundo día
hacéis una revista,
que como vuestros ojos,
habla también de España.
Ahora nos encontramos
después de tantos años.
Un niño, sólo un niño,
me gustaría volverme
para saberos cerca.

AG. 1971


Hay temas, historias, obsesiones que te persiguen toda la vida, que a veces se agazapan en la memoria pero que siempre acaban por reaparecer. Por razones del sitio donde caes al nacer, mi infancia transcurrió en el mundo de los perdedores de la guerra civil española en el que el exilio de familiares, amigos o camaradas era un tema recurrente hondamente vivido, poblado de nombres e historias dolorosas y apasionantes que me fascinaban y que fueron construyendo lo que después he sido. Una de esas historias que vienen de los relatos paternos alrededor de la radio en la que la familia bien podía haber acabado de escuchar unida Radio España Independiente, estación Pirenaica, es la del barco SINAIA, el primero que en mayo/junio de 1939 llevó un importante contingente de exiliados republicanos españoles de Francia a México. Es una historia dramática y esperanzada con final agridulce, pues el viaje tiene un final feliz pero aún les queda a los protagonistas mucho camino por recorrer.

Hace un montón de años (tantos que a tenor de la carpeta en la que lo he encontrado lo he fichado en los comienzos de la década de los setenta, cuando me encontraba sirviendo a la Patria en un cuartel de Ingenieros) escribí el poema que encabeza estas líneas. Es un texto un tanto primario que incluso contiene un error de bulto, pues la dedicatoria al poeta José Herrera Petere debería ir en realidad destinada a Juan Rejano, que es el poeta que, junto a Pedro Garfias, iba en aquel barco. Lo recupero, no obstante, ahora que he decidido recuperar la historia entera, para intentar recuperar la emoción que siempre me ha provocado aquella aventura y los hombres, mujeres y niños que la protagonizaron.

El casi medio millón de españoles que hubieron de salir de su patria en 1939 impelidos por las bayonetas y la represión, no sólo llevaron en su equipaje las pobres pertenencias que habían podido salvar en la derrota, sino también, y quizás sobre todo, las esencias y los principios de aquella República por la que habían luchado y a la que representaban. Esencias y principios que configuraron no sólo sus vidas personales o sus ideologías políticas, sino muy especialmente sus actividades intelectuales y artísticas, en el caso de que fuera ese el ámbito profesional que les correspondía. Esencias y principios que bien merecerían ocupar un espacio moral y político muy superior al que parecen ocupar en sociedad actual.



La España peregrina


En este comienzo de la historia, retomo la lectura de un viejo libro, unos de esos que llevan muchos años reposando en las estanterías y que ya es momento de que vuelva a servir para algo. Se trata de la monumental obra en seis volúmenes “El exilio español de 1939”, que bajo la dirección de José Luis Abellán y con la participación de una importante nómina de expertos publicó la editorial Taurus en 1976, apenas unos meses después de la muerte del Caudillo por la gracia de Dios. Todavía hoy, y pese a lo mucho que se ha escrito posteriormente de los transterrados de la guerra civil es la obra más completa sobre el tema, cuya consulta recomiendo vivamente a los interesados en el tema.

Pese al tiempo transcurrido, o quizás a causa de él, sigue produciendo asombro y emoción sumergirse en los pormenores de aquella obligada aventura que hubieron de vivir una buena cantidad de españoles de toda condición, sexo, origen social, edad, profesión o, incluso, ideología, que se desparramaron por el mundo con la dignidad de quien, habiendo perdido, no ha sido derrotado. Ellos constituyeron una auténtica España fuera de España. Una España en la diáspora siempre progresista, en buena medida con ansia de revolución, que constituyó una patria alternativa a la España negra de la dictadura.

Tan vez convenga, para entenderlo, echar una mirada atrás, aunque sea a vuelo de pájaro, sobre quienes componían aquella España peregrina y sobre las vicisitudes que hubieron de pasar. Entre ellos estuvieron los que participaron desde el primer día en las guerrillas francesas o soviéticas, los que se enrolaron en el ejército francés tras su paso por los campos argelinos y desde el cuerno de África lucharon en Montecassino, liberaron París y tomaron el Nido del Águila de Hitler, los que sufrieron los campos nazis, y los que, en fin, acabaron encontrando refugio al otro lado del mar. Estremece hacer el recorrido.

En total fueron unos 500.000 los españoles que se exiliaron por los pasos fronterizos catalanes en los primeros días de febrero de 1939, tras que las tropas sublevadas tomaran Barcelona y no quedara ninguna posibilidad de defender Catalunya. “Nunca en la historia de España se había producido un éxodo de tales proporciones ni de tal  naturaleza”, concluye el historiador Vicente Llorens en su artículo incluido en el trabajo citado. La mayoría eran militantes políticos o sindicales, funcionarios del gobierno y militares o que habían ejercido como tales durante la guerra, candidatos directos al paredón o la cárcel, pese a que en la mayor parte de los casos las responsabilidades políticas que habían ejercido fueran insignificantes, y no faltaban, no obstante, los que simplemente huían del terror que las tropas vencedoras iban sembrando a su paso triunfal por las ciudades y pueblos que ocupaban.

Un dato significativo sobre la composición de aquel exilio lo constituye el altísimo componente porcentual de intelectuales, científicos, profesores, artistas y, en general, gente del pensamiento y la cultura, que lo configuraba. Personas cuyas simples ideas hubieran constituido en sí mismas una buena excusa para la represión franquista. Las cifras sobre este tipo de exilio intelectual desveladas en el trabajo citado resultan clarificadoras. Sólo de entre los alrededor de 50.000 exiliados a América se contaban:

“2 premios Nobel; 891 funcionarios públicos (dedicados a la industria, la técnica, la enseñanza, seguros, Banca, etc.); 501 maestros de Primaria; 462 profesores de Universidad, Liceos, Institutos, Normales y Escuelas Especiales; 434 abogados, magistrados, jueces, notarios, etc…; 375 médicos, farmacéuticos y veterinarios; 361 técnicos y peritos en sus diversas especialidades: agrícolas, textiles, electrónicas, marítimas, papel, petróleo, construcción, etc…; 284 militares y profesionales de todas las armas (dedicados en América a la industria, la técnica, la enseñanza, seguros, etc...); 214 ingenieros en sus diversos grupos; 208 catedráticos; 146 ejecutivos bancarios, de finanzas, economistas, administradores, etc…; 109 escritores y periodistas; 28 arquitectos. Dentro del conjunto de la emigración, se calcula en cinco mil el número de intelectuales que salieron, entendiendo por tales todos aquellos que tuvieran una cierta notoriedad en profesiones liberales, artísticas, literarias o docentes”.

¿Se puede imaginar lo que esa sangría significó para la educación, la cultura, la ciencia y la industria española? ¿Cómo se valora lo que esa avalancha aportó en sus respectivas disciplinas a los países que los acogieron? En un acercamiento del foco a México, plano general de esta elucubración, volvemos al libro para aportar algunos datos altamente significativos:

“En determinados momentos, la Universidad Nacional Autónoma de México tuvo un 60 por 100 de profesores españoles o de origen español. Y en una Feria del Libro celebrada en la ciudad de México en 1960, los exiliados españoles participaron con una sección propia; según el catálogo que se repartía en dicha sección, existía una representación de 970 autores con 2.034 obras. Ello constituía la presencia física española en aquella Feria del Libro, pero además se daba cuenta de un fichero con 12.000 folletos, ensayos, artículos y traducciones de los que eran autores españoles residentes en América”.

De 1939 a 1942, entre veinte y treinta mil republicanos españoles llegaron a México en barcos que se llamaban Ipanema, Mexique, Nyasa, Flandra o Champlain, fletados para la ocasión por las organizaciones españolas de ayuda a los exiliados y la colaboración del gobierno mexicano. 

O el Sinaia, que fue el primero, y cuyo recuerdo bien puede servir para entender quiénes y cómo eran aquellos exiliados, que ánimo mantenían en aquel momento de la derrota y cómo se planteaban la diáspora. Por fortuna ha quedado una prolija y significativa documentación sobre aquel viaje que nos viene al pelo para este propósito.

El Sinaia era un barco con su propia historia. Construido en Glasgow (Gran Bretaña) a comienzos de los años 20 lo había botado la Reina consorte de Rumanía, que le bautizó con ese nombre en recuerdo de la ciudad rumana en la que se encontraba la residencia real del país. En sus primeros años transportó regularmente emigrantes y otros pasajeros entre Marsella y Nueva York, especializándose luego en lo que hoy podríamos llamar cruceros por el Mediterráneo, aunque se tratara, ciertamente de cruceros muy particulares, pues entre los viajes que realizó fueron muchos los dedicados a transportar emigrados armenios de vuelta a su patria tras las guerras que el país había sufrido en las primeras dos décadas del siglo a manos de turcos y soviéticos, llevar peregrinos a la Meca y soldados a Etiopía, o, y en este caso sí ejercieron de crucero vacacional, albergar a un grupo de esperantistas que realizaban un viaje de confraternización por las playas nudistas mediterráneas. Una historia aventurera que acabó en tragedia. En 1942 el Sinaia fue requisado por la Alemania nazi, que lo usó como barco hospital, siendo hundido en 1944. En 1946 lo reflotaron y acabó definitivamente desguazado y vendido por piezas.



Pasajeros a bordo

Aproximadamente a la una de la tarde del 23 de mayo de 1939 el Sinaia partió del puerto de Setè, la localidad francesa del Mediterráneo en la que dieciocho años antes había nacido Georges Brassens. Iban a bordo un total de 1.599 refugiados, más del doble de los que permitía el barco, cuyo pasaje total estaba calculado en 654 personas. Todos ellos habían llegado al barco directamente desde los campos de concentración y otros centros de internamiento en los que el gobierno francés los había hacinado a comienzos de febrero conforme fueron saliendo de España por las fronteras catalanas.

En la página web de la Fundación Pablo Iglesias se encuentra un listado de los viajeros del Sinaia, bien que incompleto, pues no incluye mujeres ni menores. No obstante, echarle un vistazo, aunque sea picoteando aquí y allá, permite comprobar la variedad de ideologías, oficios, edades y condición social e intelectual de aquello españoles. En la lista figuran, por ejemplo, el jurista Gabriel Bonilla Marín, de Izquierda Republicana, que había sido Catedrático de Derecho Penal y Procesal antes de la guerra, y que durante la contienda había ocupado el cago de Presidente y Consejero del Consejo de Estado de La República. O Francisco Bosch Llopis, un valenciano de 31 años, comunista, que en tiempos de paz ejercía de Vocal del Jurado Misto de Espectáculos de Valencia y luego fue Comisario Ayudante de Brigada. O Luis Belmonte Calabria, extremeño de 20 años, que había militado en la Juventud Socialista Unificada y luchado en el frente como cabo. O Josefa Barco Hernández, 27 años, viuda, socialista e internada en el campo de Harrás, que durante la guerra  había sido enteladora de Aviación. Y así hasta 1599.

La mayor parte de los viajeros del Sinaia eran hombres mayores de 15 años (953), pero no faltaron mujeres (393), ni niños (253), uno de los cuales, una niña bautizada Susana Sinaia Caparrós, nació durante la travesía. No fue un nada extraño, teniendo en cuenta que 17 de las pasajeras viajaban embarazadas y que más de una debía estar, dados los meses que habían permanecido separadas de sus maridos, en estado de un día de estos. Tampoco faltaban ancianos, como el escritor Antonio Zozaya, fundador de Izquierda Republicana, que cumplió los 80 años durante la travesía. O Ignacio Bolivar, que ya había sobrepasado los noventa y que, según contó en el diario de a bordo, había abandonado España, pese a su edad, para “morir con dignidad”.

594 de los pasajeros viajaban solos, pero el resto (1005) formaban parte de familias que se habían exiliado juntas. Las había de todo tipo y tamaño, desde simples matrimonios hasta una que reunía nada menos que a once miembros de tres generaciones. Una de las niñas que iban a bordo se llamaba Isabel Rosique, tenía 12 años y realizaba el viaje en compañía de sus padres y tres hermanos más pequeños. Muchos años después, en una entrevista realizada por la agencia EFE en México, pedía que tras su muerte se echaran sus cenizas en el mar de Veracruz, el puerto en el que había pisado tierra mexicana por primera vez. “Tienen que echarlas al agua y a ver si llegan allá”, dijo. Tenía entonces 88 años y hacía 75 que estaba en México.

De acuerdo a las estadísticas realizadas por quienes se han esforzado en hacerlas la mayor parte de aquellos exiliados eran comunistas (92, si sumamos a los que se declaraban militantes del PCE los que pertenecían al PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña) y la JSU (Juventudes Socialistas Unificadas), que compartían ideología y disciplina), seguidos por los socialistas (87) e Izquierda Republicana (49), aunque no faltaban miembros de otros partidos del arco republicano (Esquerra Catalana, Unión Republicana, Partido Nacionalista Vasco, Acción Catalana y Partido Radical Socialista). Sin embargo, y no es dato que convenga echar en saco roto a la hora de trazar un perfil ideológico de los viajeros del Sinaia, el sector mayoritario, 178 exiliados, afirmaban no tener militancia política alguna. Entre ellos, sin duda, se encontrarían los 25 anarquistas afiliados a la CNT pero sin ninguna relación con ningún partido político. Evitar que el viaje se convirtiera en una jaula de guillos, con tantas y tan diversas adscripciones ideológicas a bordo --en muchos casos tan enfrentadas entonces como desgraciadamente lo habían estado durante la guerra y lo seguirían estando después--, debió obligar a verdaderos ejercicios de equilibrismo ideológico y de sensatez personal. Y de organización.

Sobre la composición profesional de los refugiados, existe un informe dirigido a Lázaro Cárdenas, Presidente de México, por Ignacio García Tellez, secretario del Comité de Ayuda al Refugiado que el Gobierno mexicano había creado al efecto, en el que le informaba que entre los viajeros se incluían: “

“Profesores 85, periodistas 25, músicos 25, abogados 20, estudiantes 17, médicos 20, escritores 13, actores 4, artistas pintores 4, arquitectos 8, ingenieros 7, químicos 5", y antes le había informado también acerca de la presencia de “29 contadores, 34 oficinistas, 6 dependientes, 5 comerciantes, 8 peritos, 14 militares, 4 agentes viajeros, 3 ingenieros militares y siete variedades hasta completar 110, (…) los agricultores sólo son 131, más algunos vaqueros, horticultores, peritos agrícolas e ingenieros agrónomos.”

No eran sin duda las profesiones que el gobierno mexicano hubiera preferido, pues necesitaba perentoriamente labradores para sus inmensas tierras baldías, que tenía en plena reforma agraria, y no tanto intelectuales, profesionales liberales o artistas. No obstante, la solidaridad con ellos se mantuvo invariable, y muchos de aquellos intelectuales y artistas acabarían por dejar una huella imborrable en la cultura mexicana. Lo sabemos porque varios de ellos viajaban en nuestro barco.

Pese a ciertos desequilibrios sociológicos entre los viajeros, tanto en su adscripción partidaria como en la profesional, bien se podría considerar que el Sinaia y sus pasajeros, como sucedería en otros buques similares posteriores, constituían un verdadero microcosmos de la España republicana en el exilio. No tanto, quizás, de la que quedaría en Europa enfrentándose a la guerra que estaba a punto de comenzar, como de la que encontró refugio en América antes del estallido del conflicto. En general, se enfrentaban a una contradicción que debió formar parte de sus pesadillas más profundas. 

Por una parte, todo parecía haber acabado, el miedo, el hambre, el frío, la separación de la familia y hasta la posibilidad de la muerte inmediata habían quedado atrás quizás para siempre. Era algo, que quiérase o no, debía producirles una buena tranquilidad interior, una sensación de descanso tras la batalla espoleada por la incertidumbre y la esperanza de un futuro por construir. Por otra, cada vuelta de hélice del buque les alejaba de la Patria, que añoraban y cuya libertad anhelaban sinceramente. La seguridad obligaba al desarraigo. Resultaba una contradicción de la que, de acuerdo a cómo transcurrió la travesía y al testimonio escrito que quedó de ella, eran muy conscientes los viajeros y sus responsables, que  haberlos debía haberlos, dada la existencia a bordo de partidos políticos organizados, tan dados siempre a las jerarquías, las estructuras y las reuniones.
                                      
Durante la travesía, los pasajeros no dejaron de hacer cosas. Había que estar ocupados porque la ociosidad fomenta el desaliento. Todos los días se celebraban las actividades más diversas. Aunque primaron las educativas, con gran cantidad de conferencias, debates, clases, lecturas poéticas y otros actos culturales, no faltaron las lúdicas y participativas, como un concurso de caricaturas y otro de poesías (“festivas”, se aclaraba en la convocatoria). Tampoco estaba ausente la música, de la que se encargó la que llamaron Agrupación Musical Española, compuesta por músicos que en su mayor parte habían pertenecido a la Banda Madrid, la banda musical del Quinto Regimiento, dirigida, en la guerra y en el viaje, por el músico y compositor madrileño Rafael Oropesa[1]. Incluso se celebró, el 31 de mayo, el octavo día de la travesía, una auténtica verbena madrileña, sin mantones de manila ni organillo, pero con sobrados pasodobles y chotis en directo que prolongaron el baile hasta altas horas de la  noche.

Tanta actividad, en la que sobresalía la cultural y pedagógica, no respondía a la casualidad, el aburrimiento, las características particulares de los viajeros, entre los que había un grupo importante de intelectuales, o la simple necesidad de mantener la moral de los viajeros. Cumplía todas esas funciones, cierto, pero además, y es quizás lo más significativo de la cuestión, aquella amplia programación pedagógica y cultural no era sino la continuación de una tradición de respeto a la cultura y al pensamiento netamente republicana. La España machadiana de la rabia y de la idea había perdido la guerra, pero una parte de ella viajaba por el océano camino a México llevando consigo “la canción”, en feliz verso de León Felipe que con el tiempo quedaría obsoleto pero que en aquellos momentos resultaba real y metafóricamente cierto.  

La actividad de los pasajeros del Sinaia era la constatación de una veneración por el conocimiento y la cultura que, además, no era nueva ni única. Había nacido en los ateneos, las casas del pueblo o las universidades populares pre republicanas y había llegado a todo el país con las Misiones Pedagógicas o La Barraca. Durante la guerra había estado presente en el seno mismo del ejército fiel, en el que eran habituales, incluso al borde del frente de batalla, las clases, las charlas, los espectáculos y los periódicos, murales o impresos. En aquellos mismos momentos en que el buque realizaba la travesía, algo similar se estaba produciendo en el interior de las cárceles franquistas, en la medida de lo posible, en las que el sabio enseñaba a los analfabetos las primeras letras. También se estaba dando, en circunstancias aún más dramáticas, en los campos de concentración nazis, en los que los presos españoles descubrieron pronto que realizar cualquier actividad que no mandaban las ordenanzas era una forma de sobrevivir con dignidad. Por eso montaron bibliotecas, escondieron las fotos de los crímenes nazis o montaron partidos de fútbol. Mariano Constante, que había estado en Matahusen, donde fue uno de los responsables de la resistencia interior, que comenzaron a organizar los españoles y a la que luego se unieron deportados de otras nacionalidades, me explicaba en entrevista personal en los años setenta, a propósito de los partidos de fútbol que los españoles habían organizado con pelotas de papel y trapos nada más entrar en el campo, que se trataba de demostrar “que éramos hombres todavía. Que seguíamos siendo hombres”.




El periódico del Sinaia

Una nota fundamental del viaje del Sinaia es que durante la travesía se publicó un boletín que constituye un documento de singular relevancia. No para saber de las interioridades de la Política con mayúsculas, de las diferencias y enfrentamientos que se estaban produciendo en esos momentos entre las cúpulas partidarias, sino, y eso es más importante, al menos al objeto de estas líneas, para conocer el día a día del viaje y el carácter, las preocupaciones, los dolores y las esperanzas de los viajeros a lo largo de 18 días de travesía por 6.304 millas marítimas, unos 10.145 kilómetros terrestres.

Lo titularon “SINAIA. DIARIO DE LA PRIMERA EXPEDICIÓN DE REPUBLICANOS ESPAÑOLES A MÉXICO”, y se publicó cada día durante toda la travesía. 18 números en total que, pese a haberse imprimido por el elemental sistema de la mimeografía (primitiva multicopista también conocida como ciclostil), más que un boletín constituyen un auténtico periódico diario. En él, se daba noticia de la vida cotidiana a bordo y se ofrecían indicaciones y consejos sobre cómo mejorar la convivencia, se contaba lo que estaba sucediendo en el mundo y se informaba sobre la tierra de acogida. La regularidad de su publicación y la variedad de su contenido, la pulcritud del lenguaje utilizado y la mezcla de nostalgia, ironía y esperanza que caracterizan sus artículos y notas sólo se explica teniendo en cuenta la capacidad intelectual, profesional y política de quienes fueron responsables de su publicación.

Lo dirigía el historiador y pedagogo Ramón Iglesia, que llegaría a ser profesor en varias universidades estadounidenses antes de suicidarse en 1948, formando parte de una terna con el novelista Manuel Andujar, que había sido periodista y que dejaría novelas tan necesarias para la literatura española como “Cristal herido” (1945), “El destino de Lázaro” (1959) o “Historias de una historia” (1973), y Juan Varea, del que no he encontrado noticia y que se encargaba de la maquetación y el diseño. Los tres trabajaron en íntima colaboración con la mexicana Susana Gamboa, responsabilizada de la expedición por el Gobierno de México, que desarrolló una intensísima actividad a bordo.

La nómina de colaboradores era numerosa, y en ella figuraban los novelistas Benjamín Jarnés y Antonio Zozalla, los poetas Juan Rejano y Pedro Garfías, el luego filósofo Adolfo Sánchez Vázquez, el pedagogo Pedro Moles, que había dirigido el Instituto-Escuela de Madrid y que seguía impartiendo sus clases en el barco, el científico Isidoro Enríquez Calleja, que andando el tiempo fundaría el laboratorio  psicobiológico del Colegio Militar de México, o del periodista Jesús Izacaray, que había destacado como cronista de guerra para Mundo Obrero, órgano comunista del que posteriormente llegaría a ser director y que en exilio se convertiría en un apreciable novelista, aunque de obra breve. No era una mala redacción, a la que se deben añadir como ilustradores a profesionales del medio tan destacados como José Bardasano o Ramón Gaya, que compartían trabajo con los menos conocidos Ramón Tamayo, Germán Horacio y Ramón Peinador.

Incluso hubieran podido, si el primitivo sistema de impresión lo hubiera permitido, imprimir fotografías, pues en el barco viajaba el fotógrafo de origen polaco David Seymour, nacido David Robert Szumin y más conocido en aquellos años por el seudónimo de Chim. Las fotografías que había hecho de la guerra civil le habían dado ya fama universal y poco después fundaría junto a Robert Capa, Henri Cartier-Bresson, María Eisner y otros fotoperiodistas la mítica agencia Magnum. En el Sinaia, de acuerdo al reportaje que le dedicó el periódico de a bordo, parece ser que, aparte de compartir las penurias y esperanzas del resto de os pasajeros, jugó mucho al ajedrez y sorprendió al personal bailando el chotis en las verbenas como un auténtico chulapón con clavel en la solapa incluido. Cabe preguntarse si algunas de las instantáneas que existen de aquel viaje, no tanto de la travesía sino las tomadas desde el buque de la llegada, no podría haberlas hecho él.

La profesionalidad de los redactores fue impecable, publicando las rectificaciones correspondientes cuando el trabajo se había hecho mal o se habían equivocado. Incluso llegaron a contar con un local de redacción propio, instalado al aire libre en el puente de estribor del buque y abierta de 9 a 11 de la mañana, horario en el que es de suponer que acabarían de escribir, maquetar e imprimir el periódico, y de una hora indeterminada de la tarde hasta las 10,30 de la noche, periodo en el que, ya el diario en manos de los lectores, ellos bien podían dedicarse, comida y quizás siesta por medio, a merodear por el barco, escuchar, buscar, decidir y escribir lo que iba a publicarse el día siguiente. Un periódico, vamos.

Como no podía ser de otra manera, el diario contaba con las secciones habituales en la prensa convencional, adaptadas a las necesidades y limitaciones que imponía el hecho de publicarse en un barco en medio del océano. Había, pues, una sección de “nacional”, en la que se daba cuenta de la vida interior del barco, cuyos pasajeros constituían una verdadera comunidad social encerrada en los límites geográficos del buque, y otra “internacional”, que informaba de lo que sucedía en el Mundo a través de las noticias que los redactores conseguía escuchar en la radio del barco, que transcribían y adaptaban. Se ofrecía información meteorológica y se indicaba diariamente la posición del vapor y las peculiaridades de los lugares, marítimos o terrestres, por los que iban pasando. Se publicaban las convocatorias a los actos y reuniones de cada día y se incluían artículos de opinión, entrevistas, análisis, dibujos, chistes, viñetas y hasta una encuesta entre los lectores.

Una parte importante del diario del Sinaia era la dedicada a los reportajes informativos sobre la tierra que les daría acogida al finalizar el viaje, en los que, además de aclarar las políticas del presidente Lázaro Cárdenas, se informaba de muchas otras cosas sobre México, de forma que se facilitara la integración en el país de los exiliados desde el mismo momento de su llegada. Los títulos de algunos de aquellos artículos-reportajes pueden dar prueba de esa variedad: “Las ideas del presidente Cárdenas”, “¿Cómo es la tierra de México? ¡A mí que me den un azadón”, “Geografía general de México”, “Las razas indígenas”, “Las petroleras mexicanas” o, incluso “Los corridos de la Revolución”, de los que se reproducía como muestra “La toma de Ciudad Juárez”, que se cerraba con cuatro versos que bien podían hacer suyos los viajeros, tal vez pensando en un futuro que estaban seguros que no iba a tardar 30 años en llegar, como pasaba en la canción:

“Aquí termina esta corta y mala narración
de la batalla mayor que hubo en la guerra,
que obligó a caer a un gobierno de 30 años
Y  de ejemplo servirá a los tiranos de la tierra”

Sin embargo, y con todo lo que ilustra leer estos reportajes didácticos, lo que tal vez hoy resulte más apasionante del diario del Sinaia sea la sección “Lo que pasa a bordo”. En sus breves notas --de contenido muy variado y escritas con un toque de ironía y humor que las aleja de la sensiblería o el dogmatismo y delata la buena pluma de sus autores-- se da cuenta del día a día cotidiano de la travesía, de los pequeños hechos, insignificantes a veces, que no se cuentan en la Historia con mayúscula, pero que sirven para conocer las personalidades, las acciones y los sentimientos de quienes la vivieron o la padecieron. En sus escuetas líneas, o, mejor aún, debajo de ellas, mirando por los resquicios de lo que no cuentan pero se destila de lo contado, palpita la vida de aquellos hombres y mujeres como si te la estuvieran contando ellos mismos. 





La vida a bordo

Recapitulemos. Aproximadamente a la una del mediodía del 23 de mayo de 1939 el buque Sinaia zarpaba del puerto de Sète con 1599 pasajeros a bordo. Son hombres y mujeres que hasta ese momento habían permanecido internados en campos de concentración, urbanizaciones de frágiles tiendas de campaña sobre la arena de la playa, en donde han pasado hambre y frío, incertidumbre y miedo, vigilados siempre por los ojos de los gendarmes. Han perdido una guerra. Van al exilio. Suben al barco.

“LOS PRIMEROS MOMENTOS. Miradas al horizonte en busca de las baleares y de las costas catanas. Aseo personal detenido al ponerse en contacto con baños y duchas. Sustitución de uniformes y arbitrarios indumentos de los campos de concentración con lo mejorcito que guardaban las maletas. Y rápidamente, a reunirse con los compañeros que habían dormido en camarotes aparte, y a reanudar el coloquio iniciado el día anterior después de tres o más meses de forzosa separación.
La alegría se desbordaba. Menudeaban los idilios entre los mayores, mientras sus hijos, que aún no habían tenido tiempo de hacer amistades a bordo, se conformaban con apartarse un poco de sus progenitores que habían vuelto a sentirse jóvenes.”

La primera parte de la travesía transcurre en el Mediterráneo, y ya aquellas personas querían ver desde Séte las Baleares, un trozo de la tierra perdida. Tal vez en esos primeros momentos los viajeros empiezan a hacerse a la idea de que al fin todo ha acabado. Mal, pero acabado. Ahora sí que parece que lo sufrido queda atrás y que hay por delante un después aún no explorado.


“La gente toma el sol en cubierta. Este comienza a ser el sol de la libertad. La falta de alambradas hace que la imaginación crezca y cada uno forme panes sobre el porvenir. El sol distiende los músculos y concentra el pensamiento.”

Qué frase tan bonita: formar panes sobre el porvenir. ¿Será un dicho popular o a quién se le ocurriría? Bonita y significativa, porque esa esperanza en lo que les deparara el futuro que denota pienso que es la clave fundamental de aquel viaje del Sinaia y, en general, la de todo el exilio. El americano al menos, ya hemos dicho que en Europa las cosas transcurrieron por otros caminos. En las cuatro líneas del suelto prima, como en general en todo el diario, la esperanza en el futuro sobre los sinsabores del pasado, por mucho que uno y otro no dejen de estar íntimamente relacionados.

Fuera como fuera, aquellos españoles no dejaban de ser españoles, y aunque la curiosidad sea condición humana, hay gentes que la tienen más desarrollada que otras. Además acababan de dejar atrás la inmovilidad de los campos. Además tenían que marcar su territorio.

“LA GENTE CORRETEA. Un barco. La gente corretea incansable en los dos primeros días de navegación. Sube y baja escalerillas, mete la cabeza en todos los lugares, comprueba hasta la saciedad los detalles más íntimos”.

En varios momentos de los dos primeros días de la travesía los viajeros han tenido a la vista, tal vez con dificultad, las siluetas de las costas españolas. Era la distancia, pero aún no la despedida, que no llegó hasta el tercer día al atravesar el estrecho y adentrarse en el océano. Justo al doblar el peón, mientras la última sombra de Gibraltar se perdía en la lejanía, el octogenario escritor Antonio Zozaya, fundador de Izquierda Republicana, Académico de Ciencias Morales y Políticas, pronunció el adiós en nombre de sus compañeros. Unas simples cuartillas en las que se juntan, una vez más, la pérdida y la esperanza:

“Mirad a lo lejos aquella quebrada línea obscura que se alza sobre el mar. Al contemplarla desde la cubierta del buque que nos lleva a otras tierras hospitalarias, al luminoso México que generosamente nos dispensa un acogimiento fraternal, al Nuevo Mundo, a donde llevamos el peso de tantas amarguras, se nos oprime el corazón. Es la patria amada que se aleja, que pronto se disipará entre las brumas oceánicas y que, hoy, sepultada en negras cenizas humeantes, solloza bajo el yugo opresor de los conculcadores de todas las leyes divinas y humanas, de los opresores de los pueblos, de los verdugos de las mujeres y de los niños y pulverizadores de todos los centros de cultura y de todas las conquistas de la civilización gloriosa ibérica en el transcurso de los siglos.
¡Qué pena tan honda! ¡Cuántos de nosotros volveremos a pisar su suelo sagrado! ¿Quiénes tornarán a sus valles risueños, a sus enhiestas montañas heroicas, a sus selvas geórgicas, a las riberas de sus fecundadores y plácidos ríos? ¿Cuántos podrán encontrarla redenta, emancipada, gozando de las venturas de una verdadera Democracia, en que todos los hombres sean hermanos y en que todos comulguen en las ideas de paz, de progreso y de libertad?
Tú, España, resurgirás, más deslumbrante y poderosa que nunca. A ti volverán, con el cuerpo o con el pensamiento, los desterrados en este mar que nos parece de lágrimas. Tú serán la España inmortal, y cuando todos los despotismo se hayan derrumbado y sepultado, que se sepultarán, en el polvo, tu brillarás como las más fulgente constelación de los cielos y tu fe de hoy servirá de guía, como la antorcha de los cursores, a las generaciones de mañana, que cogerán palmas y entonarán el cántico del porvenir.
¡Adios, Patria que te alejas, adiós!”

Seguro que lloraron. Las líneas y las palabras del anciano aún destilan el llanto que formaba ese “mar de lágrimas” del que hablaba.

Emociones aparte, que debió haber muchas y muy profundas, la vida a bordo transcurría, o se intentaba que transcurriera, lo más cercano posible a lo que habían sido sus vidas civiles en tiempos ya pretéritos. Los niños acudían a clase cada día y se les organizaban tablas de gimnasia y juegos colectivos  y los adultos mantenían un apretado programa de actividades, desde la limpieza y mantenimiento de las salas comunes o las cubiertas del buque a la asistencia las conferencias, recitales y conciertos o a las numerosas reuniones que se celebraban. Un día se les convocaba por sectores profesionales, ingenieros a una hora, arquitectos o campesinos luego; en otras ocasiones se reunían agrupados por lugar de nacimiento, aragoneses, castellanos, vascos, catalanes y así hasta recorrer toda la geografía española. 

También debía haber, aunque de ello no haya noticia en el diario, reuniones partidistas. Conociendo la pertenecía de la mayor parte de los pasajeros a diversas organizaciones políticas y sindicales, y sabiendo la querencia de estas por las reuniones, a ser posible interminables, no puede sino deducirse que esas reuniones de partido se celebraban con regularidad. Hombres y mujeres participaban de tanto ajetreo organizado, pero estas últimas, además, y siguiendo las costumbres de la época, cuidaban de los niños o remendaban, lavaban y planchaban la ropa de los camaradas solteros, que la revolución había estado en la punta de los dedos pero aún quedaban territorios a los que ni siquiera se había acercado.

La actividad a bordo del Sinaia era pues considerable, pero el día dura 24 horas y quedaban muchas libres para la holganza. Si los tópicos tienen una parte de verdad, aquel que dice que los españoles son indisciplinados y desordenados encuentra justificación en el comportamiento privado de muchos de aquellos navegantes hacia el exilio. Y eso que eran hombres y mujeres acostumbrados a la férrea disciplina que al final se había establecido en la República durante la guerra en el seno del ejército o de los propios partidos. Pero como si nada. De acuerdo a las recriminaciones que se les hacían y los consejos que se les daban no pararon de hacer trastadas en toda la travesía.

Según lo consignado en el diario, parece ser, por ejemplo, que se convirtió en costumbre sacar los vasos del comedor y llevarlos a los camarotes, donde quedaban sin devolver en algún rincón. “Amnesia de fácil corrección”, ironizaba el anónimo redactor, que apostillaba “¡Es un cuidado tan pequeño!”. También debió resultar frecuente, pues se advierte de ello, que los viajeros no eran demasiado cuidadosos con las zonas comunes, y tiraban al suelo del puente las cascaras de las frutas que comían, lo cual podía ocasionar “una caída con remojón casi seguros”. O utilizaban para tomar el sol las lonas de las lanchas de salvamento, donde sin duda se estaba muy a gusto, pero, les recordaba el periódico, “no precisamos de argumentos para persuadir que su resistencia es limitada”. Estaban, y más de uno debieron ser para merecer la atención del redactor, los que se apalancaban día tras días en los mejores sitios sombreados de la cubierta, “y no pierden su libre propiedad aunque haya alarma”. Lo más chusco es que, adelantándose en muchos años a los domingueros de Benidorm, dejaban la manta extendida en el suelo para guardar el sitio mientras ellos daban una vuelta por cubierta o se enzarzaban en una discusión con los amigos. Uno, sin duda elegante, se hizo famoso por sus paseos nocturnos por el puente, siempre en pijama. Otro, amante del aire libre, se construyó una especie de chabola en el puente para huir de las apreturas de los camarotes.

Lo que tampoco les faltó a aquellos refugiados fue la chunga. Ya lo habían hecho en algunos de los campos franceses, en el de Argeles, por ejemplo, donde habían bautizado las tiendas de campaña con nombres de las calles y plazas de las ciudades que se habían visto a abandonar, y lo repitieron en el Sinaia, con nostalgia, sin duda, pero también con humor y buen ojo clínico. Así, el puente en el que solía dar sus conciertos la banda del maestro Oropesa la bautizaron como “Paseo de Rosales”, las cubiertas paralelas y de babor y estribor fueron “La Gran Vía” y la “Calle Alcalá”, de igual manera que el puente de proa era, se puede suponer por qué, la “Avenida de los Suspiros”, el puente de popa, en el que se jugaba el mus y jugueteaban los chavales, era la “Plaza del Avapies”, y el de popa el “Paseo de Benavente”. Resultaba un callejero ingenioso y bien diseñado de acuerdo a su uso que, además, no dejaba de apuntar una insinuación sutil pero inequívoca sobre la composición social, de clase, del pasaje. A los camarotes y salones de primera, los más amplios, cómodos y luminosos, se los consideraba el “Barrio de Salamanca”, mientras que los dormitorios del piso bajo estaban en “Cuatro Caminos”, “Ventas” y “Tetuán”.

En medio de todo el desbarajuste, que no debía ser tanto, pues las incorrecciones de los pasajeros eran nimias, también surgen detalles conmovedores. En el barco viajaban parejas que se acababan de reencontrar después de meses de separación. Reencuentros felices y emotivos que, sin embargo, dadas las condiciones de la navegación, a veces ubicados en camarotes distintos y colectivos, encontraban problemas para consumarse. Es fácil imaginar los encuentros clandestinos en los rincones más inesperados. “Amor, amor. Tres meses de ausencia”, concluía el diario al referirse sutilmente a ello. En otro lugar incluía una breve nota que se podría considerar una auténtica sección de “contactos”. Una mujer anónima le decía a su posible amante esquivo o enamorado reticente:

“HACE DOS O TRES DÍAS QUE NO TE VEO. ¡CHICO! ES EXTRAÑO. YO NO SALGO DEL BARCO.”

Las comidas debieron ser un problema organizativo desde el principio, no por la comida en sí misma, que parece ser que era abundante y de calidad, sino por la insuficiencia de los comedores del buque para atender a un pasaje que duplicaba con mucho el número de pasajeros para los que estaba habilitado. Los viajeros eran demasiados y todos querían comer los primeros, así que se formaban enormes, molestas y bulliciosas colas. Para organizar el desorden y acabar con ellas, se decidió elaborar turnos de comida a los que había que apuntarse previamente. Nada de nada. Las colas volvieron a formarse, esta vez para apuntarse a los turnos. “¡Se hace cola para el turno!, se asombraba el anónimo gacetillero, que remachaba, no sin guasa, “Acabaremos ‘pegándonos’ con tanta ‘cola’”. 

Todo parece indicar que aquellos exiliados, disciplinados y conscientes como eran, hacían poco caso a las indicaciones y normas de convivencia, pese a que se les conminara a ello con regularidad: “debemos evitar que los letreros prohibitorios sean letra muerta”.




Mirando al futuro

Llama la atención las pocas referencias que sobre la reciente guerra y su fin desastroso se encuentran en el diario. Las hay, a la política de lucha contra el franquismo, a las esperanzas en la vuelta a una España democrática, pero la guerra que acababan de perder apenas se nombra. Cuando aparece el tema, especialmente en los últimos números, es para insistir, sobre todo, en la continuación de la lucha para recuperar la República en España:

¡Que los españoles que van a México no olviden nunca que en España quedan centenas de millares de hermanos en las cárceles, millones de españoles oprimidos y una patria entera que reconquistar!

Existe un texto en el diario que resulta claramente revelador de las actitudes que parecía conveniente debían mantenerse en aquel momento. Contrariamente a la mayor parte de lo publicado en el periódico del barco, el artículo estaba firmado por el aragonés Benjamín Jarnés, un notable novelista, ensayista, biógrafo y autor teatral que con sus 50 años a cuestas contaba ya con un importante respeto en la España republicana. Debía tener sus motivos para titularlo “Contra la nostalgia”.

“Circulan unas píldoras contra el mareo, también debieran circular píldoras contra la nostalgia, Para extirparla radicalmente, porque no es este el momento de entregarnos al tiempo perdido sino de hincar nuestra voluntad en el futuro. Ni las contradicciones sufridas deben ser ya motivo para continuarlas imaginativamente sufriendo, ni todo aquello que debimos abandonar debe mantenerse –lacrimoso-- entre nosotros para entorpecer nuestra marcha.

(…) De la vida anterior sólo debemos conservar lo que verdaderamente sea germen, levadura, en la segunda vida. No, no es tiempo de brumosas nostalgias sin de claros propósitos. No de desfallecimientos sino de ímpetus. La pérdida de bienes materias y de otro orden, de seguro lo hemos ganado en experiencia, en madurez, en hombría. En grandeza de alma. Y ésta la debemos reflejar en el tono general --exterior e interior--de nuestra vida. Que ya no podrá ser frívola, puesto que por ella ha pasado la más honda tragedia de la historia Española. (…) El mundo debe conocer nuestra sencilla grandeza: hay que elevar, pues, el tono de nuestra vida en tierra firme, puesto que estamos sirviendo de espectáculo. Estamos representado a España (subrayado en el original mecanografiado)

Debemos salir airosos de la prueba. Nuestro papel es difícil: es el papel de España. No el del emigrante que sobra en su pueblo, sino el del ciudadano que lleva consigo a su pueblo. Los que sobran son los otros. Aquellos son los traidores (…) No somos un lastre, somos solución. Por eso no debemos reclinar la cabeza sobre el cojín de los recuerdos sino alzarla gallardamente para salir al encuentro del pueblo fraternal que nos aguarda”.

Parece evidente que si lo que Jarnés consideraba que se debía conservar del pasado reciente era lo que constituía “germen, levadura”, es que antes había existido algo que fuera rémora y podredumbre, un lastre para el futuro. Aunque la sutiliza del autor sea considerable, esa y otras frases de su escrito no pueden referirse sino al principal conflicto que en ese momento vivían los exiliados del Sinaia, y con ellos, en otras latitudes y situaciones, el conjunto del exilio español, esta vez sin distinciones geográficas.

La guerra se había perdido como se había perdido, y cada cual tenía su propia interpretación de los porqués de la derrota. Fuesen cuales fuesen otras posibles causas, todos coincidían esencialmente en que uno de los principales motivos había sido la profunda división existente entre los propios partidos republicanos, incluso a veces en el seno de una misma organización. Divisiones mucho más que ideológicas que habían concluido dramáticamente en un enfrentamiento final, sangriento y doloroso, que dividió a la República en dos mitades. Por un lado, quienes encabezados por el socialista Julián Besteiro, el cenetista Cipriano Mera y el coronel Segismundo Casado se sublevaron contra el mismo Gobierno de la República, al que habían servido hasta entonces, para intentan rendirse con honor a los sublevados, confiando tal vez si no en su justicia, sí al menos en su misericordia. Por otro, aquellos que con el legítimo Jefe de Gobierno Juan Negrín, al frente, habían decidido, con el apoyo de una facción del PSOE y los comunistas principalmente, continuar la resistencia, a la espera que estallara la que parecía inminente guerra en Europa, que permitiera a las democracias, a la vez que acabar con Hitler y Mussolini, terminar con Franco. La guerra europea, luego mundial, tardó poco en estallar, apenas seis meses, pero para entonces los exiliados del Sinaia estaban ya en México.

En esas horas de ocio que hemos dicho abundaban en el barco, cuenta el periódico, el Sinaia tenía problemas de circulación: no sanguínea, que no se sabe de infartos entre ellos, sino de atascos de tráfico:

El Sinaia es, en varios aspectos, una ciudad. Sin ir más lejos, el complejo problema de la circulación. En los pasillos suelen formarse grupos dialogantes, ‘turnistas’ desplazados, etc. La dificultad se acrecienta cuando empieza el vaivén.
Para subsanar la deficiencia basta con un sentido elemental de la línea recta, del décimo tercer mandamiento ‘no estorbar’ y de que las tertulias se desarrollen a su hora y en su lugar. ¿Probamos?

Con toda la ironía del mundo, la nota parece denunciar un problema que no es sólo que no se pudiera transitar por los pasillos, sino que los pasajeros eran dados a reunirse donde no debían, fuera de los cauces organizados en el barco. La duda se convierte en certeza cuando unos días después una “máxima” de la redacción insistía:

“¡No discutir! Razonar. ¡No vociferar! Aconsejar.”

¿De qué podían discutir acaloradamente aquellos españoles en aquel preciso momento? Tal vez de fútbol y de toros, o de Piquer, Angelillo y La Yanqui, a lo mejor, que ya sentenciarían Vainica Doble décadas después que “dos españoles, tres opiniones”. Una norma aplicable a todos los temas, pero especialmente a la política, que aún hoy permanece. Fueran cuales fueran los temas de aquellas acaloradas controversias publicas y vociferantes, lo que no es posible es pensar que trascurrieran dejando fuera del orden del día única cuestión en la que todos estaba implicados y que a todos unía y desunía al mismo tiempo: la guerra que acababan de perder, las causas que habían llevado a la derrota y el horizonte, político y vital, que ahora se abría ante ellos.

Personalmente me tocó ser testigo infantil, ya a mediados de los cincuenta, de discusiones similares. En cada reunión familiar, mi padre, comunista, y mi tío, anarquista, le daban vueltas y vueltas a las dos cuestiones fundamentales que les separaban. ¿Qué debiera haber sido prioritario, hacer la revolución o ganar la guerra? y ¿había que rendirse porque ya no se aguantaba más, o era posible seguir resistiendo hasta el estallido de la guerra mundial? La sangre nunca llegó al río, entre otras cosas porque eran excelentes amigos y compartían un acendrado odio al dictador y cuanto representaba, pero palabras más fuertes que otras sí que debieron sonar.

No hay motivo para dudar que aquellas personas en camino marítimo a México discutían a menudo de aquellos mismos temas que yo escuché de niño y que lo debían hacer con similar apasionamiento. Lo delata uno de los pocos artículos del periódico que abordaron directamente el problema y el dramático llamamiento a la unidad que contiene:

“¡Que los españoles que van a México no olviden nunca que en España quedan centenas de millares de hermanos en las cárceles, millones de españoles oprimidos y una patria entera que reconquistar! (…) No podemos de ninguna manera llevar a México nuestras antiguas luchas políticas o sindicales. Lo que haya quedado sin aclarar lo esclareceremos en España en el momento oportuno. En la república hermana, no. Allí todos somos de una sola condición: antifascistas.”

Poco más se dejó sobre el papel del posible enfrentamiento político interno de los viajeros, muy por el contrario, parece que se intentó minimizarlo lo más posible. Entiendo que fue una decisión acertada, otra cosa hubiera sido suicida, pues los exiliados habrían desembarcado desunidos a cara de perro y con la moral por los suelos. Fue una actitud inteligente y justa, aunque por desgracia sólo durara lo que la travesía, pues una vez puesto el pie en tierra volvieron las viejas diferencias, esta vez no individuales, sino orgánicas, que se mantuvieron hasta el fin del exilio y que aún hoy siguen vigentes en la valoración de aquel momento de la historia según sea la ideología, los prejuicios o las simpatía de quienes lo abordan.

De hecho, el propio barco en el que viajaban era un buen símbolo de aquella división. El Sinaia lo había fletado el SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles, una de las dos organizaciones creadas para ayudar a los exiliados republicanos. La dirigía Juan Negrín, todavía legalmente Jefe de Gobierno de La República, con cuyo dinero se financiaban los viajes y otras actividades, apoyado por comunistas y facciones de diversos partidos. La otra era la JARE (Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles), que obedecía la disciplina de Indalecio Prieto, también socialista, pero enemigo declarado de Negrín y anticomunista convencido, que tenía más o menos a su lado a buena parte del PSOE y la CNT. Que yo sepa nunca llegaron a colaborar pese a compartir el mismo objetivo. Por fortuna, Lázaro Cárdenas y el Gobierno mexicano apoyaron a ambas.





Tierra a la vista

Pero no nos pongamos dramáticos en exceso, que también hubo en la travesía de aquellos hombres, mujeres y niños momentos emotivos. Algunos terribles y dolorosos, como el adiós a Gibraltar del que ya se ha hablado, pero otros felices y alegres, como el nacimiento de la niña Susana Sinaia Caparrós Cruz. Ahí sí que las calles, las plazas y los parques debieron convertirse en un jolgorio de brindis. Ocurrió el 31 de mayo en medio del océano, aproximadamente a 27º de latitud norte y 38º de longitud, con viento moderado y una temperatura de 23, a poco de entrar en el mar de los Sargazos.

Especialmente emotivas y significativas debieron ser las dos escalas que realizó el vapor, en las que los pasajeros pisaron por primera vez tierra firme, y libre, y pudieron apreciar las diferencias con la acogida que habían tenido en Francia sólo cuatro meses antes. El 28 de mayo llegaron a Madeira.

“¿Qué nos espera? ¿Qué podemos esperar nosotros, refugiados políticos españoles, combatientes del antifascismo en esta isla maravillosa, sometida a un aire de asfixia política desde hace trece años? ¿Silencio? ¿Frialdad?
Y cuando todos estos temores bajan y suben en nuestros pensamientos, el SINAIA, ya clavado sobre el agua, está frente al puerto de Funchal.
Enseguida se acerca un enjambre de vendedores de plátanos, cestas, etc.
-¿Españoles? –Pregunta un vendedor desde su barquilla.
¡Con qué alegría suena nuestra respuesta en su oído! El portugués mira con alegría a sus compañeros. Enseguida, con la rapidez de un relámpago, las barquillas se llenan de puños cerrados.
-¡Estamos con vosotros! –Nos gritan.
Las muestras de solidaridad surgen por segundos. Inesperadamente cae un  número de nuestro diario en una barcaza. Los obreros se abalanzan sobre él. Lo cogen con entusiasmo. Lo leen con emoción. Y, al final, uno de ellos lo gurda como una reliquia.
DESPEDIDA
Ya anochecido, abandonamos las islas. Atrás queda Funchal. Como una constelación de estrellas sobre el cielo brilla su red de luces sobre la montaña y el mar.
El SINAIA lea anclas. Todos partimos emocionados y, por qué negarlo, un poco sorprendidos. En pleno Océano queda un pedazo de tierra que late igual que nosotros”.

La sublimación del momento que destila la crónica no puede ocultar la magnífica acogida que tuvieron en su primera escala. El periodista puede engañar con su narración, deprimir o entusiasmar, al querido lector, pero no a los protagonistas de lo que narra. Así pues, los refugiados salieron de Funchal cargados de moral, convencidos de que volvían a formar parte de la humanidad, de la que hasta ese momento parecían haber sido excluidos. Y eso, que como se indica en la nota, Madeira era una colonia sometida a la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar, compinche portugués de Franco desde los primeros momentos de la sublevación hasta su muerte en 1970. Y si esa solidaridad la encontraron en la primera escala, en la segunda todo debió de resultarles aún más emotivo y fortalecedor.  

El Sinaia amarró en el muelle de San Juan de Puerto Rico el 6 de junio. La isla, que aún era colonia del Estados Unidos y no el Estado Libre Asociado que sería posteriormente, no vivía, no obstante, bajo una dictadura, como Madeira, sino que contaba con las libertades de las democracias del momento, podían organizarse en partidos y sindicatos, había libertad de presa y opinión, y podían manifestarse libremente, siempre, eso sí, dentro de los límites establecidos por la seguridad y la conveniencia de la metrópoli yankee. Incluso existía una representación del Frente Popular Español, que un día antes de su llegada había enviado por radio un mensaje de bienvenida a los viajeros. Las organizaciones sindicales y políticas de la ciudad habían sido avisadas de la llegada de los refugiados y las multitudes, negros, mulatos y blancos les estaban esperando entonando canciones y con las banderas en alto, encabezados por los principales líderes de la izquierda puertorriqueña. Hubo discursos, en los que los viajeros fueron considerados “representantes de la defensa antifascista”, abrazos, brindis y fiesta popular con orquesta, música y baile.

Tras partir de Puerto Rico enviaron un telegrama a Lázaro Cárdenas, firmado por los “republicanos españoles del Sinaia”, en el que le decían:

Al aproximarnos gran democracia mexicana, saludamos a su más alto representante, agradecemos generosa hospitalidad y prometemos colaborar entusiasmo su formidable obra de progreso, justicia social y libertad mediante nuestra propia unidad con voluntad de reconquista de España.”

También le enviaron otro al doctor Negrín:

“Primera expedición republicanos españoles saludan en usted auténtica representación España republicana y voluntad reconquista patria liberándola invasores extranjeros, comprometiéndonos reforzar nuestra unidad para ayudar a esa gran empresa patriótica.”

Se encontraban a tan sólo cinco días de la tierra prometida.



Frente a México

El último boletín del Sinaia está fechado el 12 de junio de 1939 y constituyó una verdadera edición especial con 21 páginas, frente a las 6-7 que había mantenido a diario. Los artículos, a diferencia de lo habitual, aparecían firmados, lo que acentuaba el argumento de autoridad de lo que decían. En su conjunto, resultaban una completa guía informativa sobre lo que iban a encontrar a la mañana siguiente cuando desembarcaran, e igual les daban cuenta sobre la implicación del pueblo mexicano en la revolución que les explicaban las características de la Constitución del país, les contaban de sus pintores e intelectuales o les avisaban de sesgo ideológico que encontrarían en los periódicos que podría comprar desde entonces. También se anunciaba en él que aproximada la media noche se podrían ver en la lejanía las luces del faro de Valparaíso. Hacía calor y el termómetro de a bordo marcaba 34 grados. Pedro Garfias había compuesto un romance para la ocasión. No es cualquier cosa, pues se trata de la primera creación literaria escrita y publicada por un poeta español en el exilio. Lo tituló “Entre España y México”:

“Qué hilo tan fino, que delgado junco
--de acero fiel-- nos une y nos separa,
con España presente en el recuerdo,
con México presente en la esperanza.
Repite el mar sus cóncavos azules,
repite el cielo sus tranquilas aguas,
y entre el cielo y el mar ensayan vuelos
de análoga ambición nuestras miradas.
España que perdimos, no nos pierdas;
guárdanos en tu frente derrumbada,
conserva a tu costado el hueco vivo
de nuestra ausencia amarga
que un día volveremos, más veloces,
sobre la densa y poderosa espalda
de este mar, con los brazos ondeantes
y el latido del mar en la garganta.
Y tú, México libre, pueblo abierto
al ágil viento y a la luz del alba,
indios de clara estirpe, campesinos
con tierras, con simientes y con máquinas,
proletarios gigantes de anchas manos
que forjan el destino de la Patria;
pueblo libre de México:
como otro tiempo por la mar salada
te va un río español de sangre roja,
de generosa sangre desbordada.
Pero eres tú esta vez quien nos conquistas,
y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!”




Final del viaje, principio del camino


El día era 13 martes y lo había declarado feriado durante la mañana para que los trabajadores pudieran ir a recibir a los refugiados españoles. Alrededor de las seis el Sinaia llegó a puerto. Subieron a bordo los médicos y funcionarios encargados de formalizar la llegada, trámites en los que contaron con la colaboración de los propios exiliados. A las once y veinte puso pie en tierra la primera familia de españoles. Adolfo Sánchez Vázquez, en aquel momento un refugiado más, aunque con el tiempo acabaría su vida como catedrático emérito de la Universidad de México, en la que daría clases durante muchos años, recordó aquel momento en el prólogo a la edición facsímil del diario de a bordo:

"Mi memoria registra vívidamente el tórrido mediodía del 13 de junio en que empezamos a desembarcar en este puerto. Y registra no sólo la cauda incontenible de impresiones sonoras y visuales y el río jubiloso que se desbordaba en nosotros al pisar al fin tierra libre, sino la intensa emoción que nos sacude todo el cuerpo ante los veinte mil obreros que nos saludan en el muelle agitando sus brazos, alzando sus estandartes y pancartas entusiastas y lanzando sus entusiastas vítores. Un espectáculo inolvidable ante el que se acrecienta nuestra emoción con las palabras cálidas, alentadoras de los altos representantes del gobierno y del pueblo mexicanos”

También otro viajero, el salmantino de 35 años Emilio Rodríguez Mata, afiliado a la UGT que durante la guerra había ostentado el importante cargo político de jefe de “proyectores y fonos” de la zona de Gerona, lo que había llevado hasta allí tras pasar por el campo francés de Roisy et Brie, mantendría aquel momento en la cabeza durante toda su vida:

“Al llegar a Veracruz yo me sentí liberado. Fue la impresión de que llegábamos a un país que nos acogía con los brazos abiertos, que podíamos rehacer fácilmente nuestra vida, que tendríamos toda clase de facilidades para ello, que estábamos en un país que hablaba nuestro idioma; bueno, había unas variantes que nos eran incomprensibles en un principio, pero que nos encontrábamos prácticamente en nuestra casa y con la posibilidad de rehacer nuestra vida.”

Tal vez alguien piensé que son testimonios tamizados por el paso del tiempo y, por ellos, inconcretos y parciales, por lo que quizás lo mejor será acudir al artículo periodístico que al día siguiente publicó el diario veracruzano El Dictamen, decano de la presa mexicana cuya andadura continúa hoy en día:

“Un sol abrasador bañaba la amplia explanada del malecón, pero el público permanecía ahí, saludando copiosamente, en espera de que los republicanos españoles saltaran a tierra. Todo estaba adornado con palmas y banderas mexicanas y españolas, un arco y en la parte superior se leía «CTM. Bienvenidos los camaradas españoles». Además de las banderas rojinegras también se vio ondear en los malecones la bandera comunista que era llevada por una representación de dicho partido. La gente desde los malecones contemplaba el barco francés Sinaia, anclado a corta distancia con grandes banderas de la República Española y los centenares de hombres, mujeres y niños en cubierta y hasta en las barcas de salvamento; también se veía la banda de música hispana con sus relucientes instrumentos, la cual estuvo tocando el Himno Mexicano y La Internacional, además de varias piezas netamente españolas y otras mexicanas, entre ellas «La cucaracha».
«Negrín tenía razón», era el letrero que con mayores caracteres estaba cubriendo el lado de uno de los puentes. En otro se leía: «Mexicanos, venimos a trabajar con ustedes por la Revolución Mexicana y por la reconquista de España», y otro más decía: «La juventud española saluda a México».
Las leyendas que llevaban los manifestantes mexicanos decían: «Víctimas del fascismo, el pueblo mexicano os saluda», «Bienvenidos seais españoles», «Trabajadores españoles y mexicanos unidos ante los traidores franquistas CTM».
En una lancha que partió del malecón del paseo y cerca de las diez de la mañana se dirigieron al Sinaia el secretario de Gobernación licenciado García Téllez; el alcalde del puerto, licenciado Eduardo Sánchez Torres, don Juan Negrín y otras personas más que fueron recibidas con aclamaciones. Poco después el barco empezó su movimiento de atraque para colocarse al borde del muelle de la terminal, descendieron sus dos escaleras, por las cuales, poco a poco empezaron a bajar los españoles republicanos, tostados por el sol, viéndose al fin libres del apeñuscamiento en que hicieron su largo viaje.”

Sigue con la crónica El Nacional:

“Apoteósica fue la recepción que el proletariado de México, por conducto de los trabajadores veracruzanos, prodigó a los mil seiscientos refugiados iberos que arribaron hoy a tierras mexicanas a bordo del vapor Sinaia. El acto de recepción fue magnífico. Veinte mil obreros, pletóricos de un gran entusiasmo, formaron una masa humana compacta que se agitaba frente a los muelles alzando los brazos y lanzando vítores a los refugiados que emocionados contemplaban desde la cubierta del Sinaia la grandiosa y elocuente manifestación.
En punto de las cinco horas (hora de Veracruz) hizo su entrada a la bahía el vapor francés Sinaia, luciendo en sus mástiles las banderas de todos los países democráticos.
En la cubierta se veían grandes carteles en los que los refugiados transmitían el saludo del pueblo español al de México. El muelle ofrecía un espectáculo inusitado, pues desde temprana hora los trabajadores se congregaron allí, apiñándose hasta la orilla del mar para saludar desde lejos, con los puños en alto, a los refugiados españoles. Esto acontecía antes de que hubiese amanecido por completo.
Al despuntar el día, innúmeras lanchas, llevando a bordo comisiones de trabajadores y oficiales, se acercaron hasta el barco para saludar a los emigrados. La cubierta del Sinaia se cubrió de refugiados -hombres, mujeres, niños- que emocionados contemplaban aquel recibimiento magnífico del proletariado mexicano. Millares de gargantas dejaron escapar jubilosas aclamaciones y vítores al pueblo de México, al general Cárdenas.”

En el muelle también estaba Juana Durá, una española que había llegado a México poco antes de la finalización de la guerra a bordo del Arnús, barco que desde Cuba había trasladado a un pequeño grupo de exiliados y que, permaneciendo atracado en el puerto, serviría durante los siguientes días de albergue de una parte de los refugiados del Sinaia:

“El 13 de junio, yo estaba desde las seis de la mañana, que me levanté muy temprano, pues estábamos todos en la última cubierta, por ver si veíamos llegar el barco. Efectivamente, lo vimos llegar y a los diez minutos estábamos viendo el barco, los muelles estaban desde las siete de la mañana o seis y media, llenos de gente de sindicatos, con pancartas... de saludos de obreros; todas las sirenas de los barcos que entonces estaban, en cuanto el barco tocó el agua territorial de México, que entonces eran menos millas, empezaron a sonar  y estuvieron sonando, bueno, una cosa que emocionaba muchísimo, porque estabas viendo pues que aquella gente iba a tener un recibimiento que no se lo esperaba, ni nos lo esperábamos nadie. Yo no me figuraba que iba a ser una cosa así. Entonces pues el barco llegó muy rápido, no tuvieron que hacer todos esos trámites de que el capitán vire, con los silbatos, que vayan los prácticos, los prácticos estaban dispuestísimos, y antes de que el barco pidiera entrada al puerto, ya estaban por él. Entonces lo llevaron, lo remolcaron, lo dejaron en... en otro muelle encarado en donde nosotros estábamos, o sea que ellos bajaban, hacían así como una U, y entraban en el Arnús... 
Pues aquello fue el acabose, el acabose... porque además cuando entró el barco, en el puerto, se puede decir ya dentro del puerto en Veracruz, pues la Banda Madrid que iba a bordo iba tocando canciones de la guerra y la gente lloraba... y bueno aquello fue muy emocionante. Los del Arnús nos amontonamos junto a la pasarela por donde iban entrando para ver a la gente, a ver a la gente, a ver si nos pedían algo, esperando a ver si podíamos servir de algo. Entonces pues claro, naturalmente que había algunos pasajeros que por su edad y por su condición política y por su condición revolucionaria y por todo lo que habían hecho, pues eran... podríamos decir los pasajeros de honor del barco, esos llegaron los primeros. Estaban todos los de la Marina, formados en las cubiertas de los barcos que estaban cerca, bueno fue un recibimiento... una cosa apoteósica de verdad. Y pues mientras, sonar sirenas, llorar la gente... porque todos llorábamos los que estábamos aquí y los que llegaban, los que llegaban figúrate con qué emoción...”

Los viajeros del Sinaia, acompañados por la multitud que les estaba esperando, desfilaron al ritmo de la Banda hasta el Ayuntamiento de la ciudad, desde cuyo balcón les dieron la bienvenida oficial las autoridades españolas, con Juan Negrín en cabeza, y mexicanas que les habían recibido. El Ministro de Gobernación de México, licenciado Ignacio García Tellez:

“No os recibimos como náufragos de la persecución dictatorial a quienes misericordiosamente se arroja una tabla de salvación, sino como a defensores aguerridos de la democracia republicana y de la soberanía territorial, que lucharon contra la maquinaria opresora al servicio de la conspiración totalitaria universal. El Gobierno y pueblo de México os reciben como a exponentes de la causa imperecedera de las libertades del hombre. Vuestras madres, esposas e hijos, encontrarán en nuestro suelo un regazo cariñoso y hospitalario.
(…) Al recibiros hoy el pueblo de Veracruz con júbilo, expresa el progresista sentimiento del país y escribe una página más en su glorioso historial y ella es la de la solidaridad entre los ciudadanos trabajadores de las democracias del mundo, entre los republicanos de la América y de España.
(…) Os recibimos con fraternal saludo porque venís a disfrutar del derecho a la vida, al trabajo honesto, a la tranquilidad doméstica y a un ambiente de dignidad social, garantías éstas que han sido negadas por los absolutistas conservadores, efímeros ante la marcha incontenible del progreso social. Entráis al hogar que formaron vuestros ancestros para entendernos en el mismo idioma, mezclar nuestra sangre, hacer fructificar los campos y acrecentar la industria, aportando recursos económicos, capacidad técnica y fuerza de trabajo. Los altos valores que representáis en las ciencias y en las letras contribuirán al brillo de la cultura nacional y recogeremos a la vez el ejemplo de la superación de la intelectualidad española que puso su patrimonio espiritual al servicio de la República”.

Sin embargo, no todos los mexicanos ofrecieron a los refugiados la misma bienvenida que les habían dado los reunidos en el muelle de Veracruz. Los partidos y organizaciones de la derecha montaron inmediatamente una campaña de rechazo que llegó al Parlamento y a los periódicos, quizás aprovechando la cercanía en el calendario de las elecciones. Una campaña teñida de xenofobia e intolerancia política, como delata la desconocida redactora de la carta publicada en el diario La Prensa el 4 de julio.

“Soy enteramente contraria a la inmigración roja de España. He auscultado la opinión pública y tomado de todas partes impresiones, el 80% de los mexicanos están en contra de esa invasión de los españoles, que huyen de los campos de reconcentración donde ni los franceses los quieren a pesar de que respaldaron su presencia con algunos millones de dinero, oro extraído de las arcas españolas.
(…) El gesto siempre noble y generoso del general Cárdenas no será justipreciado por estos iberos que no olvidan, pero ni en las tristes circunstancias en que están, su gesto de suficiencia y valor sobre esos INDIOS PIOJOSOS Y HOLGAZANES...
No censuramos el gesto bello de nuestro Primer Magistrado, todo corazón y buenos sentimientos; rechazamos, como todos los mexicanos rechazan, esa invasión de elementos que con el tiempo serán nocivos, peligrosos para México, y que ya empiezan a serlo.”

En su informe al Gobierno del 1 de septiembre de aquel mismo año, Lázaro Cárdenas les respondió:

“Ante el cumplimiento de deberes universales y de hospitalidad y frente a las desgracias colectivas de España, se abrieron las puertas de México a los elementos republicanos que no pueden estar en su patria sin peligro de sus vidas y por considerar, además, que se trata de una aportación de fuerza humana y de raza afín a la nuestra en espíritu y en sangre, que fundida con los aborígenes contribuyó a la formación de nuestra nacionalidad. Espera el Gobierno Federal que pasada la etapa de la agitación pre-electoral, que ha esgrimido tal actitud como arma política de oposición, se llegarán a estimar en todo el país los beneficios que recibe México con la aportación de esas energías humanas que vienen a contribuir con su capacidad y esfuerzo al desarrollo y progreso de la nación.”

A su llegada a Veracruz, aparte de los alojamientos en los locales habilitados específicamente para ellos, como el propio barco Arnús, la Escuela Naval o el Hospital Militar, en el que se internó a los viajeros enfermos, consta que los exiliados encontraron a su disposición:

Camisas de manta, hombre ____________________________415
Camisas de manta, niño    _______________________________  96
Calzoncillos de manta, hombre __________________________470
Calzoncillos de manta, niño ______________________________  96
 Camisetas de hilo, niña    ______________________________108
Calzoncitos de hilo, niña   _____________________________135
Combinaciones de jersey, señora _______________________177
Calzones de jersey, señora ____________________________177
Overoles para hombre      _______________________________420
Overoles para niño            _______________________________60
Sacos de ración de lona    ______________________________505
Vestidos para mujer          _______________________________175
Vestidos para niña             _______________________________90
Zapatos para hombres, pares __________________________501
Zapatos para mujer, pares ____________________________170
Zapatos para niño, pares  _____________________________92
Zapatos para niña, pares  ______________________________103



[1] Buscando información sobre Rafael Oropesa encuentro una noticia periodística que apunta la posibilidad de que el español fuera el verdadero autor del conocidísimo chotis “Madrid”, que habría escrito durante el viaje y que a su llegada a México pudo haber vendido a Agustín Lara, su autor oficial. No parece que haya muchos datos y bien pudiera ser una fantasía, pero, en cualquier caso, la profunda intensidad de la nostalgia por la tierra perdida que muestra la canción aporta verosimilitud la historia. Un verso aumenta esa sensación: “Madrid, Madrid, Madrid, pedazo de la tierra en la que nací”. Agustín Lara había nacido en Tlacotalpán, México, una histórica villa colonial cercana a Veracruz.






SAUL BASS. Un maestro del cine

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Saul Bass, un maestro del cine
(1) De cómo convertir en arte los títulos de crédito de las películas











Soy de los que piensan, en contra de lo que parece ser la moda del momento, que el diseño, la alta costura, la publicidad o la zapatería, por poner ejemplos variados, no son formas creativas artísticas, por mucho que algunos de los que trabajan o han trabajado en esos oficios sí sean auténticos artistas de creatividad indudable como queda patente en sus obras. No es sectarismo estético, no se crea. También considero que entre quienes practican artes supuestamente nobles, diseñan novelas, pintan películas o construyen cuadros los hay con talentos creativos similares a los de cualquier vendedor de seguros o experto en sondeos electorales. Entiendo que el arte, en cualquiera de sus variantes, nobles o aplicadas, tiene  que ver sobre todo con el talento creador del artista, y no tanto con las fórmulas, artísticas o artesanas, con las que trabaja.

Saul Bass (1920/1996) fue un artista que diseñó carteles o logos y organizó campañas promocionales y corporativas que le otorgaron un lugar destacado en el terreno del diseño publicitario. No obstante, lo esencial de su talento artístico se encuentra en las más de 50 secuencias introductorias que realizó para otras tantas películas con las que revolucionó el concepto de los títulos de crédito cinematográficos, a los que trasladó del territorio simplemente informativo al de la creación artística. Son estas breves películas, introductorias de otras películas, entiendo yo, las que le convierten en un maestro del cine y a ellas vamos a dedicar estas líneas, por mucho que similares cualidades a las que se aprecian en sus títulos de crédito puedan también encontrarse en sus trabajos de diseño gráfico. Capítulo aparte merecerá su trabajo como director de sus propias películas, terreno en el que cuenta con una obra breve, pero significativa.

Saul Bass no vivió una vida aventurera, ni participó en ningún acontecimiento histórico relevante, ni sufrió mayores penurias o conflictos en la apacible y prospera existencia de que aparentemente disfrutó. Especialmente desde que a mediados de los cincuenta creó su propia empresa, con la que negoció no sólo sus trabajos cinematográficos, sino, sobre todo, su trabajo en el diseñador publicitario y corporativo, terreno en el que creó logos corporativos de empresas como Exxon, Bell Telephone, AT&T, Geffen Records o el de las Girl Scouts de Estados Unidos. Obras tal vez mínimas, pero que, aparte de producirle pingues beneficios, pasaron a la historia del diseño gráfico contemporáneo y ya en 1965 le merecieron ser nombrado Diseñador Real Para la Industria por la Royal Society of Arts de Londres. 

Lo demás fueron sus películas, las que hizo para otros y las pocas que el mismo dirigió, una de las cuales, el soberbio e inclasificable cortometraje “Why man creates?” (“¿Por qué crea el hombre?”, 1968), la valió el Oscar de Hollywood al mejor corto documental. Habrá que hablar más de ello, porque se trata de mucho más que un corto documental, y constituye tal vez la obra maestra de un maestro.

Hijo de judíos rusos, inmigrantes de clase obrera, había nacido en 1920 en el Bronx neoyorkino. Dada la falta de recursos familiares, Bass tuvo que aprender a buscarse la vida desde la adolescencia, lo que le impidió realizar estudios académicos, si bien los sustituyó por clases nocturnas y cursos especializados que le permitieran cimentar y desarrollar su muy temprana vocación artística, acumulando una carga de conocimientos e influencias que quedaría patentes en su obra posterior. A los 16 años, y mientras trabajaba a media jornada como aprendiz en el departamento de arte de las oficinas neoyorkinas de la Warner Bross, se matriculó en la Arts Students League de Nueva York, donde estudió durante tres años y donde debió tener acceso a las corrientes más vanguardistas del arte contemporáneo que tanto le marcaron.

Sin embargo, la influencia creativa determinante de Saul Bass debió llegarle con el conocimiento en 1944 del diseñador, pintor, educador y teórico húngaro György Kepes, quien, como tantos otros intelectuales europeos, había emigrado a Estados Unidos impelido por el nazismo y en aquel momento era profesor de la Nueva Bauhaus, la escuela de diseño que intentaba proseguir en América la labor del grupo alemán de igual nombre, creado por Walter Gropius en 1919 y cuya influencia sobre el diseño en particular y el arte en general del siglo XX es incuestionable.

De György Kepes debió sacar el joven neoyorkino, que estudió con él dos años, su afición a la claridad estética y conceptual, a la limpieza de la línea, el circulo y las figuras geométricas que utilizó a menudo, a los juegos cromáticos como provocadores de emociones, al collage y la metáfora visual, y, sobre todo, a su constante búsqueda de la esencialidad de las imágenes, características todas ellas que constituyen el ADN estético de Saul Bass.  

Los expertos en nuestro artista, que los hay, y numerosos, destacan unánimemente la herencia recibida por Saúl Bass de las vanguardias europeas de entreguerras, probablemente el periodo de la historia de la cultura de mayor efervescencia creativa e intelectual desde los ya lejanos tiempos del Renacimiento. La profesora de la Universidad de Extremadura Ana María Gómez Llorente incluyó en su muy documentado trabajo Saul Bass y la introducción del arte europeo en el diseño gráfico norteamericanoalgunas imágenes comparativas de esta relación, que añadidas a alguna otra de cosecha propia voy repartiendo entre líneas. Como se verá, las referencias culturales que evoca la obra de Saul Bass son numerosas y todas ellas se inscriben en el mismo ámbito artístico.

Por sus títulos de crédito, y en algunos casos más claramente en su breve obra como director, pasan, como en un documental histórico en el que todo estuviera mezclado, el conjunto de los lenguajes creativos aportados por las vanguardias de los años 20 y 30 al arte contemporáneo. Ahí están, desde la abstracción, geométrica o no, al surrealismo; desde el rastro de Duchamp en el significado que Bass otorgaba a la imagen de los objetos cotidianos (habría que echar un vistazo a la secuencia de las bolas de ping pong en su oscarizado corto “Why man creates?”), hasta la huella dadá en los juegos de metáforas visuales o el sentido del humor sutil y ácido que destilan los irónicos dibujos animados de “Around the World in Eighty Days” (“La vuelta al mundo en ochenta días”. Michale Anderson/Michael Todd.1956) o los muy destructivos de “It's a Mad, Mad, Mad, Mad World” (“El mundo está loco, loco, loco”. Stanley Kramer 1963). 

En su libro sobre Saul Bass, las diseñadoras Ainhoa Fernández y María Ángeles Domínguez hacen hincapié en las raíces cinematográficas de su trabajo y vuelven otra vez al mismo redil artístico, como no podía ser de otra manera. Si Bass tenía del arte de vanguardia el profundo conocimiento que avala sus estudios previos, es de suponer que, interesado por el cine, no desconociera lo que habían hecho los cineastas de aquella generación luminosa y conflictiva que había adelantado técnicas y lenguajes que él aplicaría con profusión en su obra.

No sabemos de sus gustos cinematográficos concretos ni de las películas que le gustaron o le llamaron la atención en su época formativa, pero a tenor de lo que hizo posteriormente bien nos lo podemos imaginar contemplando con sorpresa las películas abstractas que el alemán Walter Ruttmann había realizado en la década de los veinte. O boquiabierto antes los collages y los montajes (que él tan bien utilizaría en la secuencia de la ducha de “Psicosis”, de la que hablaremos) de aquellos films del cine mudo de Man Ray, el primer Rene Clair o Germaine Dulac. O empequeñecido bajo las imágenes de “Metrópolis” (Frizt Lang, 1927) o “El gabinete del doctor Caligari” (Robert Wiene, 1920), que tuvieron gran éxito cuando se estrenaron en Estados Unidos.

Con las fotos comparativas que reproduzco aquí no se trata, lógicamente, de intentar demostrar una influencia directa entre las imágenes de referencia, pictóricas o cinematográficas, y las correspondientes de Saul Bass, que sería un juego demasiado fácil y supondría tanto como acusar de plagio al americano, sino de dejar patente el nutrido archivo de imágenes y técnicas almacenadas por Bass en su cerebro, y constatar, una vez más, que ante problemas creativos similares, cada artista mete mano en su armario y saca de él, como por arte de magia, la letra del abecedario que necesita escribir la frase que anda buscando.

La gran aportación de Saul Bass, lo que a mi entender le convierte en un artista, es que supo incorporar toda esta serie de códigos y lenguajes de las vanguardias europeas de entreguerras a un género cinematográfico nuevo que él de alguna manera inventó: el de los títulos de crédito no meramente informativos, sino concebidos como piezas propias, complementarias pero aislables del conjunto de la película, con pretensiones estéticas personales y un estilo artístico definible.

En el texto indicado de Ana María Gómez Llorente se realiza una buena descripción de ese estilo formal de Bass, lo que me ahorra palabras innecesarias:

“Su estilo se caracteriza por una extraordinaria capacidad para analizar y sintetizar, extrayendo una frase o una imagen que encierra toda la esencia del mensaje a transmitir. Sólo un genio sería capaz de resumir gran parte de la historia de la humanidad en apenas cinco minutos o transmitir la inquietante tristeza de la desaparición de una niña a través del vacío dejado por la silueta de una figura infantil desgarrándose en un papel, como sucede en los créditos de “Bunny Lake is missing” (“El rapto de Bunny Lake”, Otto Preminger, 1965). Este estilo propio parte de una estética basada en el uso de una gama de colores planos, usualmente limitada a la combinación de los colores rojo, negro y blanco en distintas variaciones. En cuanto a las formas, sobresale una marcada tendencia a la simplificación de elementos basada en el citado principio de sintetizar y simbolizar con el habitual uso de formas geométricas sencillas y muy expresivas. La apariencia artesanal y manual es otra característica casi siempre presente en los diseños de Bass, conseguida a base de la utilización de diversos recursos como las figuras de apariencia recortada que evocan en ocasiones la técnica del collage, así como el uso de tipografías y signos de trazos irregulares”

Detengamos en esa capacidad de Saúl Bass para el análisis y la síntesis que destaca la autora, porque pienso que es la virtud que mejor define su obra y la que da sentido y significado a los lenguajes que utilizó. La principal aportación de Bass, que además de diseñar los títulos de crédito produjo, dirigió y montó las secuencias correspondientes, incluidos los planos de acción real, fue concebir las secuencias iniciales de  cada película con la que se enfrentaba no como una simple ilustración o resumen del argumento, lo que ya hubiera sido un avance, sino como una interpretación personal, una especie de versión fílmica libre de las propias películas a las que servía, en la que el intento consistía en expresar su sentido dramático más profundo a través, normalmente, de metáforas visuales. Esa doble capacidad para definir a través de la mezcla de lenguajes un estilo personal e identificable y para expresar con ellos la esencialidad de cada filme es tal vez lo que mejor define el trabajo de Saul Bass. “Simbolizar y resumir”, había definido él mismo su función en alguna entrevista, y también había señalado: “El diseño consiste en hacer visible el pensamiento”.

Steven Spielberg era un admirador de Saul Bass desde antiguo. Ya en 1968 había sido, al parecer, uno de los camarógrafos, no acreditado, de “Why man creates?”,  y en 1993 le había pedido el cartel para “La lista de Schindler”, que realizó pero que la productora acabó rechazando. A la dureza de la imagen del trabajo de Bass, que destacaba la tragedia de los campos nazis, se prefirió resaltar la faceta solidaria y esperanzada de la película a través de las dos manos entrelazadas que finalmente se impusieron; utilizando, eso sí, los mismos elementos formales. Desde la comparación de ambos carteles se pueden contemplar dos películas distintas. Una sobre la crueldad de los nazis, otra sobre la generosidad de un nazi, que son análisis diferentes de la misma historia. Ahí debió haber un desencuentro, pero la admiración de Spielberg por Bass debió seguir intacta, porque en 2001 encargó a los franceses Olivier Kuntzel y Florence Deygas unos títulos de crédito para “Atrápame si puedes” (“Catch Me If You Can”) que parecen salidos de la mente del maestro, bien que, a mi entender, sin su poderosa fuerza metafórica.

Sea como sea, basta de digresiones. Todo esto viene a cuento de que en 1996, a la muerte de Saul Bass, Spielberg le dedicó un obituario en el que, aparte de mostrarle la admiración y el respeto debidos, enunciaba, tal vez por primera vez, la justa valoración del artista fallecido, que sintetizaba, pienso yo, el sentir general de la profesión:

“Saul Bass no era sólo un artista que contribuyó a los primeros minutos de algunas de las mejores películas de la historia; en mi opinión, su obra lo califica como uno de los mejores cineastas de este o cualquier otro momento.”



De cómo Otto Preminger le encargó a Saul Bass los títulos de “El hombre del brazo de oro” y nació un nuevo género cinematográfico

En 1954 Saul Bass era un diseñador gráfico de 34 años que comenzaba a abrirse camino en Hollywood, a donde se había trasladado en 1944 y en donde hacía dos años que había abierto su propio estudio. Ese mismo año empezó a trabajar como ayudante con Elaina Makatura (Elaine Bass para la historia), una joven neoyorkina de origen húngaro que ya de niña se entretenía en dibujar historietas para las amistades del vecindario y que había sido cantante profesional, con la que se casó en 1961 y que se convertiría en su principal colaboradora, sobre todo en labores de producción, pero también de diseño y dirección.

Otto Preminger, en cambio, era un director en la cima de su carrera, en la que ya contaba con grandes éxitos como “Laura” (1944), “¿Ángel o demonio?” (1945) o “Cara de ángel” (1952), sendas joyas del cine negro. En ese momento estaba dispuesto a intentar romper los estrechos límites de los códigos censores abordando temas más ambiciosos, adultos y conflictivos. Encontró el argumento que buscaba nada más y nada menos que en la ópera “Carmen”, con música de Georges Bizet y libreto de Ludovic Halévy y Henri Meilhac (aunque las canciones de la película lleven letras, algo cursis, de Oscar Hammerstein Jr.), basado en la novela homónima de Prosper Mérimée, que su vez estuvo inspirada en el poema “Los gitanos”, de  Aleksandr Pushkin. Ahí es nada, no se puede decir que no se fuera lejos a buscarlo. Pensando, tal vez, que algo faltaba para darle a la película el tono atrevido y hasta provocador que pretendía, Preminger trasladó la historia de la España ocupada por las tropas de Napoleón a los Estados Unidos durante la segunda guerra mundial, y, lo que resultaba más atrevido y provocador, la hizo interpretar por actores negros, aunque poco (Dorothy Dandridge y Harry Belafonte). La tituló “Carmen Jones” y le encargó los títulos de crédito a Saul Bass, que dio con ellos su primer paso en el cine.

Aunque todavía fueran un ensayo de lo que vendría después, Bass encontró para los títulos de “Carmen Jonesuna imagen de una poderosa fuerza icónica y metafórica, una llama en la que se inserta la silueta de una rosa sobre las que van apareciendo los nombres del reparto y demás. Esa llama fue la primera de las muchas que luego utilizaría con frecuencia Saul Bass, que las convirtió en uno de sus símbolos preferidos; siempre, como veremos, con significados distintos, según la película o el tema al que lo aplicara. En este caso, quienes lo han analizado han visto en el fuego, fundamentalmente, una metáfora sobre la pasión. La llama de cuyo interior nace el amor que representa la flor. Es una interpretación plausible, aunque personalmente me parece que la imagen de Bass está cargada de ambigüedad, pues si bien la rosa permanece en todo momento en el seno de la llama, también parece dar la impresión de que en cualquier momento el fuego puede incendiar la flor y destruirla, lo que retrata a la perfección la esencia de la película; una historia de amor y pasión, cierto, pero también, no se olvide, de tragedia y muerte.

Ya en aquella primera obra de Saul Bass quedaba patente, aún como germen, la concepción de los títulos que crédito que marcaría toda su obra. Así lo contó en la revista “Film Quarterly” en una entrevista con Pamela Haskins publicada tras su muerte en 1996:

"Mis ideas iniciales acerca de lo que un título puede hacer eran establecer el estado de ánimo y el núcleo subyacente principal de la historia de la película, para expresar esa historia de alguna manera metafórica. Vi el título como una forma de condicionamiento de la audiencia, por el que cuando la película comenzara en realidad, los espectadores ya tuvieran una resonancia emocional con ella.”

Las ideas de Bass debieron gustarle a Preminger, porque le encargó no sólo los títulos y el cartel, sino también el conjunto de la imagen y la campaña publicitaria de su siguiente producción. En el minuto y veintidós segundos que duran los títulos de crédito de “El hombre del brazo de oro” (1955), Saul Bass transformó por completo el concepto existente hasta entonces sobre esas secuencias iniciales de las películas. En primer lugar, en el terreno técnico, al usar por primera vez las luego llamadas motión graphics, es decir, diseños visuales no narrativos y sin base figurativa que cambian con el tiempo, que nunca se habían utilizado antes en el cine industrial, aunque desde los años 20 hubieran estado presentes en los cortos experimentales y de vanguardia de cineastas como Oskar Fischinger ("An Optical Poem", 1938), Walter Ruttmann ("Lichtspiel Opus II", 1922) o Hans Richter, que habían realizado varios cortos con formas geométricas movidas al ritmo de la música. Uno de las obras del último de ellos, “Rhythmus21” (1921), bien podría haber constituido, de haberlo conocido Bass, un claro inspirador de lo que hizo en “El hombre del brazo de oro

Sin embargo, si bien la innovación de lenguaje aportada por Bass con las motión graphics es importante, lo es mucho más, a mi entender, la capacidad metafórica que logra alcanzar con él, y que suele estar ausente en las obras de los cineastas que pudieran servirle de modelo. A diferencia de lo realizado por otros creadores de vanguardia en el terreno de la abstracción geométrica cinematográfica, que no suele tener otra significación que la formal ni otra ambición que las estéticas, el trabajo de Bass debía ser, obligatoriamente, referencia directa y prólogo de una película argumental, con tema, lo que condicionaba a dotar de significado a la abstracción de la pieza a través de la metáfora visual, necesariamente entrada en el conflicto esencial de la película. Probablemente constituyera una limitación, pero ese condicionante de la utilidad de su obra debió ser un desafío artístico de primera magnitud, que le condujo al rigor analítico y sintético que singulariza su trabajo.

La historia de “El hombre del brazo de oro” es conocida, pues se trata de una película que motivó un gran escándalo en su momento y consiguió un gran éxito, a pesar de (o gracias a) los duros enfrentamientos públicos que Preminger debió mantener con la censura para sacarla adelante. El tema, extraído de una dura novela de Nelson Algren, puede resumirse, dejando aparte otras peripecias, en la lucha de un ex heroinómano rehabilitado en la cárcel, el croupier y músico de jazz que interpreta magníficamente Frank Sinatra, por no recaer en la adicción; combate infructuoso que provoca el drama de final incierto. En ese sustrato último del film se sumergió Bass para ponerle unos títulos de crédito que respondieran a su propia y personal opción estética renovadora.

El fondo es siempre negro. En la pantalla van surgiendo alargadas franjas blancas (sugerencia de agujas, o jeringuillas, han escrito), que avanzan, se retiran, se enfrentan, se juntan y se cruzan al ritmo del excelente tema musical de jazz compuesto por Elmer Bernstein, creando un estado de amenaza y ansiedad evidentes. Entre ellas van sucediéndose, sin alharacas, los nombres correspondientes. Solo al final, al anunciarse el director, la abstracción se concreta y surge en la pantalla un brazo y una mano brutalmente deformadas, en una especie expresionismo cubista que es lo que llevó a la experta citada hasta la mano la mano del “Guernica” picassiano que se ha reproducido más arriba.


"El hombre de brazo de oro"


Tal era la confianza de Bass en su trabajo y la importancia que le otorgaba, que en las latas con la película que se enviaron a los cines pegó una nota dirigida a los proyeccionistas en la que les indicaba que abrieran el telón, que entonces solía haber en todas las salas, antes de empezar a proyectar los títulos. Hay que tener en cuenta que en aquellos momentos los títulos habituales se limitaban a una sucesión de nombres más o menos adornados, y que los espectadores aprovechaban esos minutos para acabar de sentarse o, como decía en aquella ocasión el propio Bass, para “comer palomitas”, por lo que los proyeccionistas no se molestaban en correr las cortinas hasta que  no iba a empezar de verdad la película. La llegada de Saul Bass cambió por completo esa consideración, y los títulos pasaron a ser no sólo una parte indispensable del films, sino a veces lo mejor de él. Una labor, además, cuya autoría fue reconocida por primera vez, que yo sepa, con la inclusión del creador de las secuencias de crédito en los títulos de la película, algo que sesenta años después resulta natural pero que entonces resultaba una absoluta novedad.

Aparte de sus valores intrínsecos, el prólogo de “El hombre del brazo de oro” constituía todo un manifiesto sobre el arte cinematográfico de la época y sus pretensiones. En su abstracción metafórica, Bass venía a proclamar, de acuerdo con el tema de la película y las propias intenciones de Preminger, que lo que se iba a ver a continuación era una producción compleja y adulta, dirigida a públicos más sofisticados que los habituales entonces y que planteaba temas más realistas y conflictivos que los films del momento. Eran unos títulos de crédito que  exigían del espectador un mayor grado de atención y concentración del habitual, estableciendo así una nueva relación entre el film y su público. ¡Ojo, que lo que sigue es algo serio! parece que venía a anunciar aquellas rayas blancas sobre fondo negro.

La complicidad entre Saul Bass y Otto Preminger fue intensa en los años sucesivos, y juntos colaboraron en cerca de una veintena de títulos en los que nuestro artista elaboró algunas de sus mejores cintas, con hallazgos expresivos de primera línea. El péndulo (otra vez el círculo y la línea), que marca el tiempo que le falta a Juana de Arco para acabar en la hoguera, balanceándose entre el heroísmo y la herejía, en “Santa Juana” (“Saint Joan”, 1957). La inquietante mano que en “El rapto de Bunny Lake” (1965) va rasgando un papel negro, bajo el que están escritos los créditos, hasta llegar a la sensación de soledad e indefensión que provoca el silueteado vacio de la niña secuestrada. La matissiana silueta femenina de “Extraña amistad” (“Such good friends”, 1971). O la llama (siempre la llama) que utilizó en “Éxodo” (1960), una de sus obras más estilizadas e íntimas, poéticas y significativas, de la que hablaremos.

No podemos despedirnos de la colaboración de Bass con Preminger sin referirnos a los extraordinarios títulos de “Anatomía de un asesinato” (“Anatomy of a Murder”,1959), deudores directos del brazo final de los de “El hombre del brazo de oro”, y un hito en el género. La construcción y deconstrucción de la grotesca silueta dibujada de un cuerpo desmembrado, con música esta vez de Duke Ellington, introduce al espectador en la intensidad dramática necesaria como para afrontar el crudo y confuso drama judicial de violación y asesinato que llega a continuación.

"Anatomía de un asesinato"




Bass y Hitchcock. El caso del director susceptible

La otra colaboración relevante entre Saul Bass y un director concreto fue la que mantuvo con Alfred Hitchcock, que aunque sólo se produjo en tres películas dio lugar a otras tantas obras maestras. De ambos.

El encuentro tuvo lugar en 1958, en “Vértigo”. Hasta ese momento los títulos de crédito que Hitchcock había utilizado en sus películas, pese a una progresiva modernización, no habían salido del convencional territorio de la información. Véanse, si se duda de mi criterio, los correspondientes a “Rebeca” (1940), “Sospecha” (1941) o los de la, por otra parte, muy arriesgada  “La soga” (“The rope”, 1948), hasta llegar incluso a los de su inmediato anterior film, “Falso culpable” (1956). Con “Vértigo”, Saul Bass dio un vuelco completo a las introducciones de las películas del director británico, aunque tras su colaboración Hitchcock volviera a los créditos ilustrativos, aunque siempre adecuados, hasta el final de su carrera (“Frenzy”, 1972).

Abre “Vértigo” un primerísimo plano de un misterioso rostro femenino que cada vez se aproxima más al ojo y el círculo de la pupila. De él surge una espiral en movimiento que metaforiza tanto el título de la película como su contenido, que no sólo se refiere al mal de altura que sufre el protagonista, sino, también, a la profunda sima de alucinación en la que cae a lo largo de su aventura de dobles personalidades.

"Vértigo"


Hitchcock debió ver en el trabajo de su colaborador perfectamente analizada y sintetizada su película, tal y como él la entendía, porque le encargó los títulos de la siguiente, “Con la muerte en los talones” ("North by northwest"1959). Bass acertó de pleno una vez más. En un viaje de la abstracción a la concreción, las líneas entrecruzadas con que se abre el plano se transforman en la perspectiva de un edificio de cristal sobre el que se reflejan, distorsionadas, las imágenes del tráfico de la calle. Como en la propia película, nada es lo que parece y un camino de líneas entrecruzadas conduce a no se sabe dónde, en consonancia con el título original, "al norte por el noroeste", como expresión más justa de la desorientación del protagonista que su versión en español. Baja la cámara a la realidad para pasearla entre los coches y personas que abarrotan sus calles, para cerrar la introducción con un plano del propio Hitchcock intentando entrar en un autobús que le cierra la puerta en las narices. En ese momento ya estamos en disposición de ver la película.

"Con la muerte en los talones"


La abstracción más absoluta preside los títulos de la siguiente colaboración de los dos cineastas, la histórica “Psicosis”, realizada un año después que “Vértigo” y producida por el propio Hitchcock, que no había encontrado ningún gran estudio que la financiara. 

La película era ciertamente arriesgada. Rodada en blanco y negro, con una protagonista que moría de forma brutal a la mitad del metraje, intentaba entrar en la mente de un psicópata asesino abducido por su madre muerta, intento de interiorización psicológica que Bass reprodujo en los créditos 

Durante un minuto y cincuenta y siete segundos, Saul Bass avisaba al espectador de la confusión que anidaba en el cerebro de Norman Bates, utilizando tan sólo un simple baile de líneas al son de una inquietante música de Bernan Hermann. Franjas verticales y horizontales, blanco sobre negro, que se mueven por la pantalla, ocultando y desvelando, empujando, emboscando o troceando los créditos correspondientes.


"Psicosis"


En “Psicosis”, sin embargo, la única tarea de Bass no fue la de realizar los títulos de crédito, lo que acabaría resultando motivo de polémica, especialmente alrededor de quién parió realmente la idea para la famosa y fundamental escena del apuñalamiento de Janet Leigh. A diferencia de los dos films anteriores, en los que figuraba únicamente como diseñador de los títulos, Hitchcock también le acreditó en este como consultor artístico, función en la que dibujó el storyboard de la película, o al menos de aquellas escenas en las que se consideró necesario. Una de ellas fue la del crimen, causa del equívoco. Es una historia conocida que, ahora, al existir eso de internet, se puede comprobar al instante.

Cualquiera diría que en estos dibujos del storyboard de Bass estaba ya la esencia de lo que luego acabaría plasmado en el celuloide, una escena compleja que en sus tres minutos de duración incluyó finalmente 77 ángulos de cámara y 50 planos (hay quien al parecer los ha contado), que tardaron en rodarse siete de los 30 días en que se filmó la película. Pese a su importancia en el film, verdadero eje de la historia que se narra, o precisamente a causa de ella, Hitchcock, que no parece que fuera muy dado a pregonar crédito público a las aportaciones de sus colaborares, jamás reconoció la parte de autoría que en ella le correspondía a Saul Bass. Muy por el contrario, la ocultaba, incluso a veces con un cierto tono despectivo. En el famoso y excelente libro-entrevista que François Truffaut dedicó al director angloamericano le preguntaba directamente:

“Creo que, aparte de los títulos de crédito, Saul Bass hizo dibujos para el film, ¿no es cierto?”

A lo que el director angloamericano, que no debía pasar por una etapa de excesiva sinceridad, respondía mandando el balón a córner:

“Sólo para una escena y no pude utilizarlos. Saúl Bass debía hacer los títulos de crédito, y, como el film le interesaba, le dejé dibujar una escena, la del detective Arbogast subiendo la escalera antes de ser apuñalado.
Durante el rodaje del film, estuve acostado dos días con fiebre, y como no podía ir al estudio, dije al operador y a mi ayudante que rodaran la subida de la escalera utilizando los dibujos de Saul Bass. No se trataba del asesinato, sino únicamente de lo que le precede, la subida de la escalera.
(…) Cuando vi la proyección de la escena, me di cuenta de que aquello no servía.”

Saul Bass, por su parte, ofreció en 1994 una versión que parece destilar mayor verosimilitud y que, en cualquier caso, coincide con los dibujos que se conservan. En una charla con Billy Wilder conducida por la periodista PatKirkham explicaba a pregunta directa del austrohúngaro:

"Saul Bass. En realidad fue una situación poco habitual. Para cuando empecé a trabajar en Psicosis (1960) ya había colaborado con Hitchcock en Vertigo (1958) y en Con la muerte en los talones (1959), así que nos conocíamos bastante bien. Me dijo que había algunas escenas que eran muy importantes (escenas pivotes) y yo quería hacer algo especial. Así que me las dio para trabajar en ellas y aportar ideas. Pero cuando regresé con el storyboard para la escena de la ducha, a Hitchcock le despertó muchas dudas. Mi enfoque era muy diferente del suyo. Su punto fuerte (su gran afición) eran los planos largos y en continuidad y yo le proponía un montaje casi staccatto. No se acababa de decidir. Así que trasnoché y utilicé a la doble de cuerpo de Janet Leigh…

Billy Wilder: … y la acuchillaste.

Saul Bass: Únicamente rodé unos cientos de metros, los troceé en pequeños fragmentos, los monté y se los enseñé a Hitchcock. Le convenció y creyó que funcionaría.”


No consta que el rodaje de la famosa secuencia, sugerida y planificada por Bass, y realizada y montada por Hitchcock, tuviera alguna repercusión negativa sobre la relación entre ambos cineastas, pero fue la última vez que trabajaron juntos. Las tres películas en las que colaboraron constituyen otras tantas obras maestras; de ambos, cada cual en su dimensión y su lenguaje.

"Psicosis" Storyboard/secuencia



El cocinero en la cocina cocinando su menú

En la obra de Saul Bass, “Vertigo” y “Psicosis” son las dos últimas películas en las que utilizó la abstracción geométrica pura y dura, que  había aprendido de La Bahuaus y otras vanguardias en sus años mozos, como vehículo de sus elaboradas metáforas visuales. No obstante, los principales signos gráficos utilizados en ellas, el círculo y las líneas rectas fundamentalmente, seguirían presentes en su trabajo, bajo mil apariencias y simbologías, como una especie de sello de fábrica o de marca de estilo. Como el buen cocinero, Bass guisaba sus platos utilizando tantos ingredientes que sólo se saborean mezclados, aunque en el guiso permanezca el aroma de cada uno de ellos.

En la misma charla con Billy Wilder que ya hemos citado, Bass aludía, precisamente, a esa cuestión del estilo, que él no aceptaba tener o buscar, pese a la evidente vocación de estilo que se puede observar en su obra, a poco que se vean seguidos media docena de sus trabajos.

“En 1958 hice los créditos de “Horizontes de grandeza” para Willie Wyler y me llamó un amigo que había visto la película para decirme: «¿Sabes? No parecen para nada unos títulos de Saul Bass». Yo le pregunté: «¿Y qué demonios son unos títulos de Saul Bass?» Lo que cuenta es la película y los créditos tienen que apoyarla. Yo intento que mis secuencias tengan un tono que sea el apropiado para cada película.”

Evidentemente tenía razón, fuera verdadera o falsa la modestia que demostraba. Los títulos de crédito de las películas deben, como primera exigencia, apoyar y potenciar lo que viene después, condicionados a los intereses generales de la producción. Se trata, pues, de un arte, cuando lo es, utilitario y de encargo. Como, por otra parte, también lo es el de las películas a las que sirven esos títulos, condicionadas a su vez por las exigencias industriales y comerciales de las respectivas productoras. Jamás esa dinámica entre exigencias industriales y aspiraciones creativas impidió que los mejores artistas del cine expresaran en sus películas su talento artístico. Tampoco en el terreno de los títulos de créditos, considerados, al menos en sus mejores logros, como obras cinematográficas autónomas y complementarias, a la vez, del filme. Una de las condiciones necesarias, aunque no única, de los auténticos artistas cinematográficos, es la de trascender las limitaciones industriales introduciendo en ellas un estilo definible y reconocible; una forma personal de entender el mundo y el cine y la capacidad para contarlo en un leguaje propio e intransferible. Los nombres son tantos que no merece la pena citar ninguno, pero si destacar que sin duda el de Saul Bass figura entre ellos, siempre, claro está, en su específico territorio expresivo.

Bien se podría decir, y en eso he repetido las apreciaciones de los estudiosos, que en sus mejores logros el trabajo de Saul Bass, como creador de títulos de créditos y en si obra personal como director, tiene su origen en las vanguardias de entreguerras y anuncia lo que pronto pasaría a llamarse videoarte, al que a veces se adelanta en sus aspiraciones metafóricas y en la ausencia de intenciones estrictamente narrativas. Todo ello adaptado, eso sí, a las exigencias de la película y la industria, lo que hacía el reto aún más arriesgado. Los elementos formales de lo que yo pienso puede ser su “estilo”, se trate de la abstracción geométrica, las imágenes reales y documentales o los dibujos animados, son sin duda importantes en su obra. Constituyen los signos significativos de una personal manera de escritura gráfica, pero por si solos tal vez serían únicamente un devaneo estético inserto en las vanguardias contemporáneas. Lo que a mi entender hace trascender el estilo de Bass y le confiere una voz personal en el conjunto de las artes visuales del siglo XX es su capacidad para aplicar el principio de “analizar y sintetizar” con el que él mismo definía la función esencial de su trabajo, dando sentido concreto a sus trabajos a través de la metáfora, la narración, la sugerencia o la parodia, bien fuera a través de imágenes abstractas o reales. O combinando ambas.

Saul Bass utilizó imágenes reales, documentales o expresamente rodadas para la película, desde sus primeros trabajos. Ya lo había hecho en su segundo trabajo, “El gran cuchillo” (“The big knife”, Robert Aldrich, 1955). Aparentemente podrían pasar por unos títulos convencionales, pues sólo se trata de un primer plano del protagonista sobre el que se insertan los créditos. Sería una visión apresurada que no tiene en cuenta el atormentado rostro de Jack Palance, rodado en un extraño encuadre  en el borde inferior de la pantalla, en donde aparece como acosado por el negro del fondo, con el que se confunde, representación tal vez de la angustia que siente el protagonista de esta sórdida historia sobre Hollywood, un actor que se enfrenta al estancamiento de su carrera y el abandono de su mujer. Aunque el resultado final sea todavía un tanto primario y evidente, la introducción de “El gran cuchillo” responde al mismo intento de análisis y síntesis que con tanta brillantez había resuelto el año anterior en “El hombre del brazo de oro”. En eso se diferenciaba de los títulos meramente informativos anteriores, e incluso de esa misma época.

"El gran cuchillo"


La utilización de la imagen real en los créditos realizados por Saul Bass, tomó diferentes maneras, estructuras y significados de acuerdo a las películas correspondientes. 

Los de “Horizontes de Grandeza”, por ejemplo, a los que él mismo se ha referido más arriba y que contienen los primeros planos de imagen real que rodó el propio Bass, responden a un intento simplemente introductorio de la película que viene a continuación, un western del mayor clasicismo. Dentro de esa intención el resultado es un montaje magistral de planos muy cortos y grandes panorámicas --en el que se apaña, como siempre, para incluir sus obsesiones geométricas (las líneas que marcan los caminos o los círculos de las ruedas que avanzan)--, en los que una diligencia arrastrada por seis caballos atraviesa una gran pradera hasta llegar al poblado correspondiente. En ella llega a un mundo nuevo Gregory Peck, que aparte de vivir luego un tormentoso romance, deberá enfrentarse con las dificultades de integración en el salvaje oeste, un mundo nuevo y de costumbres desconocidas para él, un educado caballero del Este. 

Attack”, film antibelicista dirigido por Robert Aldrich en 1956, se abre con una doble secuencia. En la primera se narra, sin una sola palabra, el duro asalto de un grupo de soldados a una colina; en la segunda, su pacífica vida cotidiana. En “Donde la ciudad termina” (“Edge of the City”, primera película de Martin Ritt en 1957) es John Cassavetes el que se adentra en un territorio desconocido, los muelles de Nueva York, en los que vivirá una intenta relación de amistad interracial con Sidney Poitier.

Hasta aquí se trata de títulos de crédito que, incluso tomando en cuenta su elegante y estilizada planificación y su significado como prólogo de los filmes correspondientes, no dejan de ser obras incluidas en la normativa de la época. Sin embargo, su capacidad para llegar al fondo de las historias que prologa. “Storm center” (Daniel Tarradash, 1956), por ejemplo, es probablemente la primera fábula anti-macarthista producida por Hollywood, en la que se denuncia la historia de la represión contra una maestra que se niega a retirar de la biblioteca para niños que dirige una obra que defiende el comunismo. Bass resumió el drama en la doble imagen superpuesta de sendos primerísimos planos de las líneas horizontales de un libro abierto y los redondos ojos del niño que lo lee. Una llama final que se apodera de la pantalla acaba destruyendo a ambos.

"Storm Center"

La verdad es que si continuó dándole a más títulos de Bass esto no a terminar nunca, porque constantemente surgen nuevas relaciones y sugerencias. Viendo los de “Algo salvaje” (“Something Wild”. Jack Garfein, 1961) no puedo dejar de pensar en los que dos años antes había creado para Hirchcock en “Con la muerte en los talones”, con los que comparte estructura, planificación, imágenes y signos gráficos, aunque adelanten películas distintas, sin prácticamente metáforas visuales ni abstracción alguna estos últimos, más dramáticos y concretos, como corresponde a la cruda y realista historia de la mujer víctima de una violación que cuenta la película.

Pienso, sin embargo, que si hay una obra maestra en esta vertiente de imagen real de la obra de Saul Bass, se trata de los títulos realizados en 1962 para la película de Edward Dmytryk “La gata negra”, que en inglés llevaba el título mucho más adecuado de “Walk on the Wild Side”, que como sabemos los admiradores de Lou Reed viene a querer decir caminar por el lado salvaje de la vida, o quizás, viviendo en el filo de la navaja.

La trama se las trae. Parecería que a Bass siempre le tocaban todas las provocaciones. Un hombre, el siempre un poco tieso Laurence Harvey, busca a su antigua amada, una jovencísima y carnal Jane Fonda, para ir a encontrarla nada menos que en un burdel regido por una madame lesbiana, la a menudo fría y ambigua Capucine, que, ni que decir tiene, está enamorada de la joven. Un melodrama de toda la vida, al que Dmytriyk había introducido el atrevimiento de la ambigüedad sexual, que Bass tradujo con brillantez.

Resulta curioso que a la hora de bautizarla en castellano, lo distribuidores españoles no encontraran la inspiración en los títulos originales ni la película en sí misma, sino en la metáfora visual a la que la había traducido Bass en los créditos. En ellos, una felina, sugestiva y peligrosa gata negra recorre en un primer plano un paisaje casi hiperrealista, plagado no obstante, como no podía ser de otra manera, de referencias circulares, lineales y geométricas que ojo ciego quizás no perciba, pero que están ahí.  La gata expulsa de su camino a un gato blanco que se le cruza por medio y sigue adelante hasta fundir con la perspectiva de una carretera, don rectas que se parecen juntarse en el infinito, en la que el protagonista hace autoestop. 


"The walk on the wild side"



Una superproducción de guerra que empieza con un documental mudo


En 1963 el guionista y productor Carl Foreman dirigió su única película. Se titulaba “Los vencedores” (“The victors”) y era una superproducción, más bienintencionada que inspirada, con la que el director perseguido por el macarthismo intentaba contar los efectos producidos por el avance de las tropas aliadas liberando Europa del nazismo en las relaciones entre los liberados y los liberadores, centrándose no en los aspectos políticos o bélicos, sino en los conflictos personales e íntimos a los que se enfrentaban los múltiples coprotagonistas del film. Encargó los créditos a Saul Bass, que realizó lo que a mi entender es un ejercicio magistral de análisis y síntesis, además de un modelo a seguir cuando de contextualizar históricamente un tema se trata. A simple vista constituye un virtuoso ejercicio de cine de montaje, al que Bass ya había mostrado su afición con su participación en “Psicosis” y que conocía, al menos, desde la escalera de “El acorazado Potemkin”, pero no es sólo eso. Perdonen que me detenga en ello.

En los cuatro minutos y catorce segundos de la introducción de Bass a “Los vencedores” se ofrecen al espectador los datos históricos y políticos suficientes como para que pueda situar las peripecias posteriores de los personajes en su exacto contexto histórico, confiriendo así verosimilitud a sus peripecias personales. La pieza está dividida en dos partes. En la primera, sin palabra escrita o  hablada alguna, se ofrece un resumen de las causas que condujeron a la guerra mediante fotos, fragmentos de documentales y recortes de prensas sobre sonidos reales de la época. La sucesión de las imágenes y los momentos que representan es impecable. Se le puede dar un repaso para comprobarlo. Por orden de aparición en pantalla:

1.- Escenas documentales de las últimas batallas de la I Guerra Mundial.
2.- Recortes anunciando el final de la guerra y multitudes celebrando la victoria.
3.- Titular de prensa sobre el tratado de Versalles (1919), que supuso la capitulación de Alemania y su práctico desmantelamiento.
4.- Fotos periodísticas de políticos de entreguerras (Clemenceau, Churchill y otros hoy menos reconocibles).
5.- Fotos de una mano firmando un documento, en indudable alusión a los acuerdos de Munich de 1938, con los que las democracias occidentales intentaron apaciguar al nazismo alemán firmando un pacto de no agresión.
6.- Fotomontaje del rostro de Hitlet.
7.- Aviones volando, bombardeos, guerra.

En ese momento, Bass realiza una radical elipsis, se salta las batallas, el sufrimiento y la muerte, y con un fondo de marchas triunfales aparecen al fin los créditos sobre imágenes de las tropas victoriosas desfilando por diferentes ciudades liberadas, cuyas formaciones forman, en sí mismas, líneas rectas y perspectivas geométricas. Como curiosidad, llama la atención que entre los que desfilan figure el ejército soviético, algo que, en aquellos años tenebrosos de la guerra fría, no dejaba de ser un atrevimiento políticamente incorrecto.

Pese a la exactitud del análisis histórico que representa esta selección de imágenes y momentos, ese rigor no constituiría por sí solo sino una cronología política bien informada. Lo que convierte el corto introductorio de Saul Bass en una obra artística es, ante todo, cómo utiliza el montaje en el cortísimo tiempo disponible. No se trata únicamente de poner al espectador en antecedentes de lo que va a ocurrir en la película, que ya sería un valor, sino, ante todo, de despertar en él una receptividad emocional que le disponga para lo que viene. Y ahí entra la maestría de Bass al montar las imágenes, dándole a quien quiera y se esfuerce por verlo no sólo las fechas de una batalla, sino los motivos y causas de la guerra.  Pongamos un ejemplo, aunque fundamental: La entrada en escena de Hitler, el elemento desencadenante. 


Está en pantalla la mano firmando lo que se supone es el Pacto de Munich. Comienza a sonar un discurso de Hitler y la mano encadena con el rostro del dictador pronunciándolo. Sin duda Bass disponía de las imágenes en tiempo real de la ocasión, sin embargo decidió trocearlas en sucesivos planos congelados. La escena dura unos 12 segundos y en ella se incluyen, en un montaje vertiginoso, no menos de 30 planos o así; que los últimos van tan rápido que no he sido capaz de contarlos todos. Esta decisión de fragmentar la secuencia acelera el tiempo fílmico, en contraste con el discurso que se escucha de fondo, que sigue en tiempo real continuado; aceleración  destinada a crear en el espectador una tensión creciente que estalle con la bomba final, estableciendo en su mente una relación causa-efecto entre el nazismo y la guerra. Ni que decir tiene que este es uno de esos casos, no tan raros tratándose del trabajo de Saul Bass, en los que los títulos de crédito siguen siendo lo mejor de la película.

"The Victors" 



Echando unas risas para variar


Quien haya tenido el valor de llegar a este punto del relato bien podría ir pensando que en el trabajo de Saul Bass sólo hay obras sesudas, dramáticas y retorcidas, correspondientes al cine más moderno y trascendente que se estaba haciendo en el momento. Nada más lejos de la realidad. Por su obra, tanto en la que podríamos considerar de encargo y sobre guión ajeno como en los escasos filmes en los que escribió y dirigió, corre una sutil vena de humor irónico y corrosivo de la que sus créditos para comedias cinematográficas ofrecen sobrados ejemplos. Dadaista lo han calificado algunos.

Ese humor aparece ya en los juguetones diseños geométricos con claras referencia a Paul Klee que ideó para “La tentación vive arriba” (“The Seven Year Itch”, Billy Wilder, 1955) o en los casi tres minutos de dibujos animados protagonizados por un dinosaurio violinista con los que introdujo “Bromas con mi mujer…¡no!(“Not with My Wife, You Don't!”, 1966), la un poco tonta comedia de Norman Panama sobre la manida competencia entre dos amigos por el amor de la misma mujer.

O los muy destacados que realizó para “La cuadrilla de los once” (“Ocean's Eleven”, Lewis Milestone, 1960), moviendo por la pantalla estrictas formas geométricas,  relacionadas con el mundo del juego (cartas, dados, tragaperras…) o en alusión a los carteles luminosos de los casinos de Las Vegas, esos a los que los once vividores sin fortuna que la protagonizan les quieren robar hasta el alma. No es de extrañar que fueran conscientemente imitados, homenaje se llama, en los del remake que en 2001 dirigió Steven Soderbergh (“Ocean’s Eleven”), protagonizado por los que bien podía constituir el nuevo Rat Pack del Hollywood actual. También mantuvieron el estilo de Bass en las sucesivas secuelas, “Ocean’s Twelve” (2004) y “Ocean’s Thirteen” (2007). De bien nacidos es ser agradecidos.

En este terreno de la comedia Bass realizó dos de sus obras más talentosas, o al menos a mí me lo parecen. Se trata de los de “La vuelta al mundo en 80 días” (Around the World in Eighty Days”, Michael Anderson/Michael Todd, 1956), y “El mundo está loco, loco, loco” (“It's a Mad, Mad, Mad, Mad World”, Stanley Kramer, 1963), dos ejemplos paradigmáticos de lo que podríamos definir como comedia disparatada y monumental, tan exitosas en aquellos momentos, con repartos rutilantes de estrellas a las apenas se ve pasar. Ambas introducciones eran de larga duración para el género (6,14 minutos el primero y 4,12 el segundo) y para ellas construyó sendos cortos de dibujos animados, realizados con singular talento en las antípocas del modelo industrial dominante establecido por Disney.  

La vuelta al mundo en 80 días”, es una versión de la novela homónima de Julio Verne realizada en clave de parodia, tono que le confiere especialmente el protagonismo cantinflero de Mario Moreno “Cantinflas”, que se apodera de la película y que aún hoy en día continua siendo el mayor aliciente para seguir disfrutándola. Bass realizó un triple salto mortal y parodió la parodia. Para despedir la película, pues los créditos van al ginal, tras que el espectador haya quedado intrigado, y probablemente frustrado, porque no ha podido reconocer a todas las estrellas invitadas que han salido en él, su trabajo reproduce exactamente el recorrido y las peripecias de la película; cada episodio en su sitio justo, distinguidos unos de otros por diferentes soluciones visuales, siempre en relación con el episodio correspondiente, y que, como variaciones sobre el mismo tema, utilizan las preferencias graficas conocidas del autor. El trabajo de Bass combina aquí perfectamente el carácter meramente informativo de los créditos con un formato visual, los dibujos animados, que ironizan y parodian la ya de por sí paródica película. El público no sólo sale de la sala con una última sonrisa, sino perfectamente resumido en su mente lo que ha pasado en el film.

Contiene hallazgos notables. Por ejemplo, la sustitución de los rostros de los protagonistas por las imágenes de los objetos o condiciones humanas que los representan, todas ellas, por cierto, con referencias al círculo. El reloj, símbolo del paso del tiempo, única intriga de la película, toma en los dibujos el lugar de Phileas Phogs (David Niven), obsesionado por la exactitud y la puntualidad. La bicicleta de ruedas de distinto tamaño es Picaporte (Cantinflas), siempre en movimiento, personaje motor del film. Un hada vaporosa representa, en fin, a la virginal y apasionada princesa india que corre a cargo de una jovencísima Shirley MacLaine cubierta de velos.

En una sabia y práctica decisión, Bass cambió de norma al identificar a las numerosas estrellas invitadas de la película, con apariciones mínimas pero de las que había que presumir, pues constituían uno de los mayores reclamos de la producción. De ellos sí se muestran las caricaturas, situándolas exactamente en los episodios en los que aparecen, proponiendo así a los espectadores un último juego de reconocimiento y fijación en la memoria de la película que acaban de contemplar.

"La vuelta al mundo en 80 días"
película completa. Títulos en 2h46''28"

En “El mundo está loco, loco, loco”, Bass ironiza sobre la farsa un tanto tosca que es la película de Stanley Kramer, y a un tiempo sobre su propia obra. El cortometraje, pues de tal se trata, constituye un virtuoso ejercicio de imaginación gráfica en el que Bass juega con los dos signos básicos de su lenguaje, el círculo y la línea. 


Representado el primero en su forma de globo terráqueo, Bass introduce toda la variada gama de maneras de romperlo, trocearlo, abrirlo, cascarlo, girarlo, explotarlo y destruirlo, aunque siempre acabe recomponiéndose. Las líneas horizontales que forman la sucesión de nombres, tantos que es necesario unirlos unos a otros para que quepan, igualmente se confunden, se mezclan, se fragmentan y se reconstruyen, moteado todo ello por una nube de toscos hombrecillos recortados que corretean, se juntan, se separan, se persiguen, se meten donde no deben y al final salen por el lado izquierdo de la pantalla dejando en el camino una silueta pisoteada.

"El mundo está loco, loco, loco"




Épica y lírica para dos superproducciones sobre la historia

1960 fue un año histórico para el cine estadounidense, en el que llegaron a su fin las siniestras listas negras con las que el macartismo había perseguido a los profesionales de ideas izquierdistas y asimilables. Ese año se estrenaron dos películas en las que por fin aparecía públicamente en los créditos el nombre del guionista que las había escrito, Dalton Trumbo, que había purgado con un año de cárcel su comunismo y que durante los trece años anteriores se había visto a trabajar a bajo precio y bajo seudónimo desde su exilio mexicano, lo que no le había impedido recoger los dos Oscar que llegó a ganar. En 1953 por “Vacaciones en Roma” (William Wyler), en la que apareció como Ian McLellan Hunter, y en 1956 por “El bravo” (Irving Rapper, 1956), que firmó Robert Rich. A nadie le sorprendió que el anónimo ganador no subiera a recibir los galardones, aunque todos sabían de quien se trataba, pues el que más y el que menos estaba en el ajo.

Las películas que rompieron el maleficio aquel año de 1960 fueron “Espartaco”, producida por Kirk Douglas y dirigida por Stanley Kubrick, y “Éxodo”, producida y dirigida por Otto Preminger. A ellos cabe concederles la valentía de la decisión, a partir de la cual desaparecieron las listas negras y quienes las habían sufrido comenzaron a recuperar su profesión en Hollywood abiertamente, aunque algunas carreras quedaron prácticamente arruinadas, cual sucedió con las del actor Zero Mostel o el director Bo Bibberman.

Las dos películas comparten, además, otras características, la de ser ambas grandes superproducciones, de enorme presupuesto y repartos llenos de estrellas, que abordaban la historia, pasada o moderna, desde presupuestos abiertamente políticos de carácter progresista. También contaban las dos producciones con sendos créditos firmados por Saul Bass, quien tratándose de dos filmes con tantas similitudes ofreció interpretaciones gráficas muy distintas una y otra. Épica en un caso, lírica en otro.

La historia de ”Espartaco” es bien conocida. Se trata del nombre del esclavo tracio que entre los años 73 y 71 aC encabezó una rebelión de esclavos que acabó poniendo en jaque el poder del Imperio Romano. Howard Fast, un comunista que con el paso del tiempo acabaría siendo admirador confeso de Richard Nixon, la había convertido en novela en 1951, aportándole a la historia una interpretación de clara influencia marxista que acentuaba sus aspectos de lucha de clases y rebelión popular. Aquel escrito de su camarada es el que sirvió de base a Dalton Trumbo para el guión de la película, que acabó siendo una espectacular parábola sobre la libertad, el poder y su subversión.

La expresión que le da Saul Bass a esa historia en los 3 minutos 44 segundos de la introducción tiene un tono claramente épico, conseguido con tan sólo dos únicos elementos gráficos a los que llena de significado. Predominan los planos cortos sobre fondo neutro de diferentes partes de estatuas, que simulan clásicas, que se van fundiendo en suaves y lentos encadenados, según corresponde al tono grave de la película, y finalizan con el desmoronamiento del último de los bustos, tal vez un anuncio del fin del imperio. Para contrapesar el efecto visual, Bass fue intercalando entre ellos imágenes de textos romanos escritos sobre papiro, que marcan líneas horizontales en las que van insertando los créditos colectivos. Cuestión de fidelidad a sí mismo.

Un detalle de maestro. Para avanzar los nombres de los protagonistas, que son muchos y de lujo, todos perfectamente reconocibles por el espectador, no utilizó su rostro, al igual que había hecho ya en “La vuelta al mundo en 80 días”, sino símbolos que los representan, fragmentos de las estatuas. En este caso se trata de manos, que vienen a expresar el carácter y el papel que juega en la película cada uno de sus personajes. Espartaco (Kirk Douglas), el rebelde sublevado, es un puño cerrado. Lavinia (Jean Simmons), la esclava que ama y que le ama, una mano delicada que lleva una jarra. Antonino (Tony Curtis), el luchador-poeta al que Espartaco ama como a un hijo, extiende al aire sus dos manos abiertas. Todos ellos, es fácil verlo, símbolos claros de virtudes positivas que el autor quiere destacar. Al representar al otro bando, el de los poderosos romanos, empiezan las matizaciones. Al muy gordo, sibarita y cínico Graco (Charles Laughton), también bondadoso y justo hasta morir por ello con dignidad, le representan dos manos que se juntan. Al ladino y oportunista Batiato (Peter Ustinov), que pese a todo acaba salvando a Lavinia y al hijo de Espartaco, un áspid le sale de la mano extendida, y Julio Cesar (John Gavin), vencedor en mil batallas y también en esta, porta en la suya una espada.

Tan sólo hay un personaje de “Espartaco”, no sólo protagonista, sino fundamental, al que Bass no representó a través de su mano. Se trata del cruel, intrigante, ambicioso y despiadado Crasio (Laurence Olivier), al que, no obstante, humanizan el amor por Lavinia y su propia ambigüedad sexual. Cuando el nombre del actor y de su personaje aparece en pantalla, lo hace sobre un halcón de mármol, símbolo en diversas culturas clásicas, de la Egipcia a la Maya, de poder, superioridad y victoria, totem mítico, en la contemporaneidad, de empresarios, políticos y estrategas.

Espartaco



La solución gráfica de Bass a la historia igualmente épica y política de “Exodo” fue bien distinta a la ideada para “Espartaco”. En “Éxodo”, una llama es el único signo gráfico presente, con la única excepción de unos brazos que levantan fusiles al principio. Esa misma llama, que como creo haber indicado, constituye un elemento gráfico repetido a lo largo de toda su obra, en la que adquiere distintos significados de acuerdo al film correspondiente. En “Carmen Jones”, aparece como símbolo de la pasión, en “Storn Center” o “Casino” de destrucción, en “Phase IV”, su propio filme, de autodefensa, pero también de muerte. Teniendo en cuenta la condición de judío, y emigrante de Saúl Bass, no resulta difícil entender la profunda implicación personal y sentimental que debió sentir hacia una película que contaba la construcción del Estado de Israel. Un momento histórico que concretaba y hacía real el deseo con el que los suyos se habían venido despidiendo entre ellos desde hacía 2000 años y que él debía haber repetido, al menos de niño, en numerosas ocasiones: “al año que viene en Jerusalén”.

Con esa llama, residual hasta que al final ocupa toda la pantalla, quizás pudiera haber querido expresar la pervivencia durante esos 2.000 años del pueblo judío en la diáspora y su esperanza en el regreso, hecha al final realidad aquel 14 de mayo de 1948 en que había recalado al fin el espacio físico de sus sueños. En el fondo, y con el intercalado de la historia de amor correspondiente entre el guerrero y sexi Paul Newman, y la muy pacífica y algo sosa Eva María Saint, lo que realmente quería contar Preminguer en “Éxodo”, también él de origen judío, era esa llegada final a la tierra prometida, dándole a la película la grandiosidad y la épica que la epopeya histórica exigía. Bass lo llevó a un terreno más íntimo y lírico, expresión de un sentimiento a mi entender más personal y profundo hacia la historia.


“Éxodo”




Soluciones radicales para una película de éxito internacional

Para cerrar este breve recorrido por la obra de Saul Bass como creador de créditos cinematográficos, nada mejor que acudir a los que realizó para una de las películas de mayor éxito de la historia del cine, ganadora nada menos que de 10 Oscar en 1961. En España le pusieron el lacrimógeno título de “Amor sin Barreras”, que no encontró ningún predicamento entre los españoles, quienes, que yo recuerde, siempre la llamamos por su denominación de origen, aunque estuviera en inglés.

West side story” es una adaptación  contemporánea del “Romeo y Julieta” shakesperiano, convertido en drama musical por Leonard Bernstein y Stephen Sondheim en 1957 y trasladada al cine por Robert Wise y Jerome Robbins en 1961. En ella, Verona se convierte en el marginal West Side neoyorkino, y los capuletos y montescos aparecen reencarnados en los jóvenes miembros de los Sharks y los Jets, sendas bandas de americanos recientes. Unos recién llegados de Puerto Rico y otros hijos de los que poco antes habían llegado desde Irlanda y Europa en general. Ambos en disputa por la calle, el territorio común de su reciente americanidad. Este enfrentamiento, no ya familiar, sino social e identitario, constituye la principal aportación de la película con respecto a la obra original, confiriéndole a la historia una dimensión social, colectiva e histórica que deviene en testimonio de un momento concreto de los Estados Unidos y de su construcción como país.

Personalmente prefiero de la película el testimonio y las sugerencias sobre el conflicto colectivo, es decir, el mundo del barrio y de las bandas, incluso sus canciones, antes que la almibarada, aunque trágica, historia de amor protagonizada con la necesaria blandura por Natalie Wood, nunca tan virginal e inocente, y Richard Beymer, siempre con cara de ser uno de esos que de buenos parecen tontos. No sé si Saul Bass compartiría mi caprichoso gusto, pero el hecho es que centró su trabajo no en la historia de amor, como hicieron los distribuidores españoles en su traducción del título, sino en la ciudad, a la que convierte en el núcleo originario de todo lo que sucede en la película.

Dividido en dos partes de similar duración, que suman en total 10 minutos y que funcionan como prólogo y epílogo de la película, los créditos de “West Side story” constituyen una de las obras de Saul Bass de mayor riesgo estético, sobre todo en la primera parte, y en la que demuestra una soberbia capacidad de análisis y síntesis.

Imaginémonos la escena por un momento. Estamos en los primeros años del siglo XX en un cine de Minnesota o Guadalajara. El espectador se ha sentado en su butaca, las luces se han apagado y tras el león de la Metro, que realmente acojonaba en aquella enorme pantalla de Panavisión, se escuchan unos silbidos con la pantalla en negro. Inmediatamente comienza a sonar una suite instrumental, vibrante y brillante, que enlaza los distintos temas musicales compuestos por Bernstein. Al tiempo, el negro de la pantalla se convierte en amarillo y sobre él surge una especie de árbol de finas líneas verticales. En cinco minutos no hay nada más. La música, las líneas y el color del fondo, lo único que va variando a lo largo de la secuencia, mediante cambios bruscos o suaves encadenados, tiñendo la tela de la pantalla de rojos, azules, rosas, violetas, verdes o naranjas. No he comprobado si acaso las variaciones cromáticas responden a algún significado más o menos metafórico o concreto relacionado con el sentido de cada uno de los temas musicales y, con ellos, de la propia película, pero es más que probable, pues los artistas de verdad no suelen dar puntada sin hilo. Quienes tengan tiempo, ganas y capacidad podrían analizarlo. Aquí dejo una pregunta por si alguien siente deseos imperiosos de intentarlo: ¿Es casual que mientras suena el tema instrumental de “María” (ya se sabe, el gran tema de amor del film, el de “Maria, Maria, María, María, Todos los sonidos hermosos del mundo en una sola palabra”) la pantalla viaje del rosa, símbolo femenino, al azul, idem masculino, pasando por el violeta, mezcla de ambos y que indica, según leo por aquí de alguien que parece enterado, símbolo “de transformación al más alto nivel espiritual y mental, capaz de combatir los miedos y aportar paz”?. La introducción finaliza y las rayas verticales se funden, en un encadenado prodigioso de singular precisión, con la silueta de la isla de Manhattan y sus rascacielos. El imaginario espectador se arrellana en la butaca, ya sensitivamente dentro de la película, con el estado de ánimo necesario y la sensibilidad a flor de piel.

"West Side story"(Prólogo)


La tragedia ha terminado. Tony ha matado a Bernardo y a su vez ha muerto a manos de Chino. María ha llorado ya en la desierta cancha abrazada al cadáver de su amado y la cámara se eleva sobre la vacía cancha de baloncesto en la que ha sucedido el drama. El espectador seguramente se ha conmovido, o ha sentido algún nudo en la garganta, o incluso, si es persona sensible, ha echado unas lagrimitas que discretamente se ha enjugado con el dorso de la mano. Probablemente quiere saber quiénes le han conducido a sentirse así, tan bien y tan mal a un tiempo, de los que hasta ahora no se le ha dicho ni pío. Es la hora de soltar los títulos de crédito. 

En el epílogo de “West Side story” Bass pasa de la abstracción cromática del prólogo a una especie de minimalismo hiperrealista que destaca el detalle del fondo, no ya indefinido, sino muy concreto. De nuevo se escucha una suite que resume los temas de la película, aunque cambiando el orden y en una versión más lenta y grave. Diría que reflexiva, si no fuera ponerle demasiada imaginación a la cosa. De la visión aérea de la ciudad que representa la introducción, como hemos sabido por el encadenado que la cerraba, se pasa a la cercanía más absoluta del barrio, retratando sus paredes de cemento, ladrillos y piedra, sus vallas de tablones, sus puertas o ventanas. Aunque en aquellos años sesenta todavía no se había hecho un arte de los grafitis, los muros ya servían para dejar plasmadas en ellos las señas de identidad de la comunidad y de sus individuos, y a ello alude Bass. Las paredes, que constituyen una maraña de líneas en su propia composición, aparecen cubiertas por un bosque de palabras y letras, sobre los que se mueve y a los que se acerca la cámara, extrayendo de entre ellos los nombres de los créditos.

Como en un paréntesis metafórico, las dos partes del trabajo de Bass enmarcan la historia de la película sin inmiscuirse en ella. La introducción se desarrolla, en la representación abstracta de la ciudad vista desde las alturas, antes de que comience el drama, mientras que el epílogo transcurre cuando ya todo ha terminado en la detalla concreción del barrio. Ni en una ni en otro hay representación humana alguna, ni real ni dibujada. La mirada se centra tan sólo en el entorno, destacando así el protagonismo que en la película alcanza la propia ciudad, que no sólo es el marco en el que transcurre la acción, sino un elemento fundamental en la construcción de carácter y la identidad de los personajes y, consecuentemente, en el desencadenamiento del drama.

"West Side story"(Epilogo)



En tal solo doce años, los que van de “Carmen Jones” (1954) a “Seconds” (John Frankenheimer, 1966), Saul Bass realizó la parte fundamental de su obra como creador de créditos cinematográficos. Fueron 39 obras en total, que hoy pueden encontrarse en su gran mayoría en youtube, lo que me ha permitido escribir estas notas, y vienen a demostrar, en blanco y negro o con colorines, la calidad y validez, histórica y actual a un tiempo, de su trabajo. Baste con observar que otros diseñadores de títulos de películas posteriores, numerosos hasta formar legión, no tienen, ni de largo, una representación similar en la red.

Según sus propias declaraciones, no parece que Bass se sintiera demasiado feliz de ver cómo le surgían los discípulos como hongos y cómo los títulos de crédito se veían de pronto inundados de imágenes, siluetas, líneas y espirales en movimiento a veces vertiginoso. Al contrario, parece ser que tan cantidad de seguidores, muchos de los cuales no habían aprendido de él sino los aspectos más superficiales de su trabajo, que utilizaban con profusión pero sin profundidad, fue una de las razones que le llevaron a distanciar sus trabajos de créditos cinematográficos. Así, al menos, se lo confesó a Billy Wilder en la mentada conversación:

“Con el tiempo el oficio de hacer créditos se desmadró. Llegó un momento en que parecía que alguien se hubiera plantado delante de la película para ejecutar un número de baile. Los títulos imaginativos se volvieron una cuestión de moda, no de utilidad, y en ese momento me retiré.”

En los treinta años que a partir de 1966 transcurrieron hasta su fallecimiento Bass realizó tan solo 12 introducciones de otras tantas películas; apenas una cada tres años, frente a las algo más de tres anuales que había creado hasta entonces. En todas ellas, aun las correspondientes a las producciones más ligeras e intrascendentes, mantiene su altísimo rigor formal y su profundidad de análisis y síntesis. En algunas de ellas, especialmente las últimas, llego a utilizar técnicas digitales de dibujo y animación por ordenador, que hoy constituyen el pan nuestro de cada día pero que entonces constituían aún novedosos experimentos.

Incluso se pueden señalar un par de obras maestras en este periodo. Por ejemplo, las suaves siluetas femeninas de raíz matissiana que se funden hasta formar una sola en “Extraña amistad” (“Such good friends”, Otto Preminger, 1971). O el cercanísimo recorrido de la cámara por la muy realista elaboración de un menú gastronómico, al que acompaña desde que es tan sólo una bola de carne en la cocina hasta que acaba consumido en la mesa, evidenciando la otra cara de la historia contada por el comediante Billy Cristal en su primera aventura como realizador, “El showman de los sábados”  (“Mr. Saturday night”, 1992), una convencional comedia con pretensiones sobre el ascenso y caída de una estrella de la televisión, presentada en los créditos como un producto que se cocina y se consume. En ambos casos lo mejor de la película son los títulos.  

Como remate de una brillante carrera, Martin Scorsese reclamó a Bass en 1990 para que realizara los créditos de “Uno de los nuestros” (“Goodfellas”). Le entregó un corto de 2 minutos y 32 segundos con los títulos en blanco atravesado horizontalmente la pantalla negra en los que se insertan a capón imágenes reales de la brutal y esencial secuencia del apuñalamiento en el maletero del coche. Scorsese debió pensar que aquellos titulos reflejaban (analizaban y sintetizaban) la barbarie y la implacable y no escrita ley que regían la historia que había contado, porque le encargó a Bass los créditos de sus tres siguientes películas, hasta que la muerte les impidió seguir colaborando. Bass firmó estos tres últimos trabajos junto a Elaine, su esposa y colaboradora de toda la vida, que al fin accedía al rango de la autoría.


El talento de Saul y Elaine Bass aportó al cine de Scorsese el muy inquietante fondo de oscuras aguas estancada a “El cabo del miedo” (“Cape fear”, 1991) y la simbiosis entre las líneas de un texto manuscrito, se supone que literario, y aún puede suponerse sin riesgo que perteneciente a la novela de Edith Wharton en que se basa “La edad de la inocencia” (“The Age of Innocence”, 1993), a las que se encadenan flores y bordados.

O las bombillas de los carteles luminosos de Las Vegas de “Casino” (1995), formas alegres y coloridas que al suceder a la secuencia introductoria en la que Robert de Niro vuela por los aires en el coche, no vienen a representar ya la chispeante diversión de la ruleta o el poker, sino el oculto dramatismo mafioso de sus entresijos. Resulta un ejercicio interesante comparar este trabajo de Bass con el que, en clave de comedia, había realizado 25 años antes para la ya mentada “La cuadrilla de los once”. En ambos casos utilizó los mismos o parecidos elementos formales, con los que definía el mismo mundo del juego en el que transcurren ambas, pero utilizados en aquella ocasión en clave de comedia, y no de drama, como en esta última, que viene a constituir algo así como el involuntario testamento artístico de Saul Bass. Como si fuera un cierre de la vida, en los últimos planos de “Casino” una voraz llama acaba quemándolo todo.


"Casino"



Acabo ya, aunque la cosa no quede aquí. Aún queda por repasar la muy interesante, aunque breve, obra de Saul Bass como director, que viene a suponer la aplicación de sus principios estéticos a películas de las que era totalmente responsable, y no sólo un interpretador de ideas ajenas, lo que permite entrar en otros aspectos de su obra, no ya meramente formales sino, también, ideológicos. Pero lo abordaré en una nueva entrega, porque de momento con lo escrito hasta ahora me sale Bass por las orejas y debo tomarme un descanso.

Por si todavía queda por ahí algún espíritu insaciable, aquí les dejo para su contemplación esta recopilación de la mayor parte de los títulos elaborados por Bass, que unidos uno tras otro casi alcanzan la duración de una película convencional. Nada de convencional, hay sin embargo en ella, sino la muestra evidente de un talento artístico de primer orden.






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Lo que la encuesta del CIS desvela sobre la unidad de la izquierda, su necesidad o su inutilidad


 



En esta democracia demoscópica en la que vivimos, todos los partidos políticos, especialmente los que presienten un horizonte de triunfo a su alcance, juran y perjuran que las encuestas electorales no tienen validad alguna, que la verdad sólo saldrá de las urnas. Sin embargo, esos mismos que reniegan de los sondeos, especialmente cuando les ofrecen datos que no les satisfacen, suelen guiar casi en exclusividad su táctica política, precisamente, por esas cifras de las encuestas que dicen abominar. Estos días lo estamos comprobando con sobrada evidencia, así que no es cosa de insistir sobre ello.

Me preocupa más, y eso es lo que provoca estas líneas, la interpretación que muchos medios y los propios interesados hacen de esas fotos borrosas del momento que son las encuestas. No digo yo que sean manipulaciones conscientes, que nunca me atrevería a dudar de la imparcialidad de la noble profesión periodística o de la inteligencia y honorabilidad de los aspirantes a próceres de la Patria. Sólo digo que mienten, y que cada cual distinga si esa mentira es fruto de la tergiversación interesada de los datos o de la incapacidad profesional de quienes la realizan.

Un buen ejemplo lo tenemos en esa reciente encuesta del CIS que tiene alterados a los contertulios televisivos. No voy a referirme a la tendencia general que apunta el sondeo porque resulta demasiado deprimente. Lo mires por donde lo mires, todo confirma la verdad del famoso dicho que muchos atribuyen al torero cordobés Rafael Guerra Bejarano pero que, al parecer, la escribió el Marqués de Talleyrand, un gabacho ingenioso: “Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”.

Como interesado en esa cosa intangible de la unidad de la izquierda, me llama especialmente la atención que al exponer los datos de la citada encuesta la mayor parte de los medios que habitualmente repaso atribuyan (excepto eldiario.es, que ofrece una información ajustada a la realidad)   a un 15,7% de porcentaje de voto a Podemos, correspondiente a 45/49 escaños. Avisan, tal vez para justificar su desidia o su partidismo, que esas cifras incluyen los resultados de las otras marcas de Podemos, las Mareas gallegas, En Comú Podem y Compromís-Podemos. Así lo dicen: “marcas”, no plataformas, candidaturas unitarias o simplemente coaliciones de las que forma parte Podemos.  Y se quedan tan anchos, satisfechos del deber cumplido. Por la misma regla de tres y con igual injusticia se podrían atribuir a Izquierda Unida los 15 diputados de las candidaturas catalanas y gallegas en las que también participan, lo que podría a Alberto Garzón al frente de 18 parlamentarios, posibilidad que le haría dar palmas con las orejas.

Sin embargo, esa viciada práctica de atribuir a una sola parte los resultados de todo el conjunto, aparte de ser un engaño que da a la ciudadanía una visión sesgada de la realidad, impide analizar con rigor la situación actual de la izquierda española y minimiza la profunda diferencia que para los resultados finales hubiera podido suponer el hecho de que que los partidos y organizaciones que la representan fueran a las elecciones unidos o separados. No insistiré. Los simples datos no sólo hablan por sí solos sino que cantan a capella.

Si se mira este cuadro publicado en diario.es y se hacen cuentas se podrá comprobar que en las 39 provincias en que Podemos se presenta en solitario consigue no un 15,7% de los votos, sino un más reducido 9,1%, y el número de diputados exclusivos no suman 45 o 49, sino que se quedan entre los 23 y los 25. Por su parte, Izquierda Unida, aún bajo el seudónimo de Unidad popular, no llega más allá del 3,6% y 3 o 4 parlamentarios.

Los resultados en las 11 provincias que forman las comunidades en las que ambos partidos se presentan en coalición con otras fuerzas son bien distintos. Cierto es, y pienso que es un dato a destacar, que dichas candidaturas unitarias están participadas no sólo por los partidos citados u otros, sino además por organizaciones ciudadanas de importante implantación  y prestigio, y cuentan, por si fuera poco con el apoyo de líderes tan populares como Ada Colau o Mónica Oltra y, en Galicia, por los alcaldes de algunas de sus principales ciudades.

Pero los números son los números, vamos a ellos. Dichas candidaturas obtendría un total de 22/24 diputados y estarían entre el 20 y el 25 por ciento del porcentaje de votos de sus respectivos territorios (20% y 10/11 diputados de En Comú Podem, 21% y 7 escaños de Compromís-Podemos y los gallegos de En Marea nada menos que alrededor  del 26% y entre 5 y seis escaños).

Recordemos lo que ya se ha indicado. Estos resultados corresponden a 11 provincias sobre un total de 50 (y dos ciudades autónomas). IU se presenta en solitario en 42. Podemos lo hace en 39, entre ellas algunas con tantos diputados y tanta presencia del partido como Madrid, Zaragoza o el conjunto de Andalucía.

Sumen y resten, que la aritmética ha sido siempre un juego emocionante. Ahora parece que las cartas están echadas y no es cuestión de ponerse a lamentar lo que pudo haber sido y no fue, pero es de suponer que en enero habrá que plantearse de nuevo la pregunta de si la unidad suma o resta y de si la izquierda de un tipo o de otro va a seguir dándole vueltas a los pliegues insondables de sus ombligos o va a levantar la vista y mirar al futuro.

De momento, y como cierre de campaña, propongo a las izquierdas (patrias, nacionalistas o autonómicas), que escuchen esta vieja Bamba mexicana que canta Manolo García y pongan especial atención en esa copla que sentencia (permítanme la paráfrasis):

Para asaltar el cielo
se necesita
una escalera grande.
Una escalera grande
y otra chiquita”.




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En la muerte de Ettore Scola, maestro del cine italiano
El hombre en la historia





Leo que hace dos días, 19 de enero de 2016, murió a los 84 años de edad el director de cine italiano Ettore Scola. No soy amigo de necrológicas, especialmente en el caso de tratarse de amigos o conocidos, cuyo fallecimiento siento como dolor íntimo sin deseo de exteriorizarlo. No es, sin embargo, este el caso, pues mi única relación con Scola es la que se deriva de la admiración por su obra y del respeto por su figura pública y política. Todo ello me alienta a escribir estas líneas, que no pretenden ser sino el apresurado recordatorio de un cineasta de singular talento y un hombre de inquebrantable voluntad progresista. Con que alguien vuelva a ver, o vea por primera vez, alguna de sus películas como consecuencia de estas líneas me doy por satisfecho. El arte de los artistas es lo que debe perdurar de ellos, porque si miramos bien dentro de él encontraremos también los rastros para conocer las personas que fueron sus autores.

No voy a contar su biografía, que se puede encontrar fácilmente en Internet y que ayer y hoy todos los periódicos han resumido. Sí quiero referirme a un aspecto de su vida que las necrológicas apenas destacan y que, no obstante, creo que es relevante, en tanto en cuanto está íntimamente relacionado con sus películas, aunque no de la manera simplista que parecen destacar algunos periodistas.

Ettore Scola era un rojo en el más pleno significado de la palabra, militante durante largos años del PCI, de cuyo “gobierno en la sombra” fue Ministro de Cultura en la esperanzada etapa de Enrico Berlinguer, cuando el famoso sorpasso parecía estar en la palma de la mano de los comunistas italianos.

Encuentro en varios artículos que, tal vez a causa de su militancia política, se califica su trabajo como cine militante, una clasificación, que, por cierto, parece ser que no le gustaba mucho al cineasta, que como persona inteligente prefería matizar las apariencias. “Militante es una palabra que nunca me ha gustado. En el trabajo que hago se transmiten mis ideas; si no, no sería una obra de autor. Cuando filmo películas específicamente políticas, incluso documentales para el Partido Comunista, están en ellas mis convicciones estéticas. Y en el cine que parece más profesional, como en ‘Un italiano en Chicago’ están mis convicciones políticas”, declaró hace algún tiempo al periodista Gregorio Belinchón, que ayer lo reproducía en su crónica de El País, que, pese a la claridad del director tituló “Fiel retratista de Italia, con él se despide un cine militante, un cine que hablaba con y sobre la calle”.

Es cierto que Scola realizó películas directamente militantes, sobre todo en el terreno del documental, como sus trabajos de 1971 y 1972 sobre la Fiesta de L’Unita, la celebración anual del PCI, o el que dedicó, en colaboración con un numeroso grupo de cineastas comunistas, al entierro de Enrico Berlinguer en 1974. Sin embargo, en el conjunto de su filmografía, que incluye cuarenta películas como director, escritas por lo general por él mismo, jamás aparece directamente esa militancia, bien sea como consigna, incitación o proclama, sino, en todo caso, como sustrato ideológico desde el que afrontó las muy diversas historias que quiso contar en sus películas. No es ese el tema de su cine, sino el sustrato analítico desde el que lo elabora.

Si hay una preocupación temática fundamental en las películas de Ettore Scola es lo que podríamos definir como la situación del ser humano en el contexto de la Historia, entendiendo ambos conceptos en un sentido no estático, sino dinámico. La memoria como elemento de relacionar el pasado con el presente y explicar la influencia de los momentos históricos en la evolución y el comportamiento de las personas que pueblan sus películas.

Desde el primero de sus filmes que alcanzó resonancia internacional, “Una mujer y tres hombres” (1974), sobre tres camaradas de la resistencia antinazi que se reencuentran treinta años después para comprobar que nada es lo que era, hasta el último, “Qué extraño llamarse Federico” un documental creativo sobre su amigo Federico Fellini rodado apenas hace dos años, está presente en el cine de Scola la memoria como motor de la historia. Sus personajes son personas enfrentadas a su pasado, que les ha hecho lo que son y que a veces les exige cuentas. Lo suyo es indagar en el paso del tiempo como constructor de una sociedad y unos hombres y mujeres que son lo que son porque antes fueron lo que fueron; aunque ya hayan dejado de serlo.

Siendo esa relación entre el hombre y la historia el “tema” fundamental en la obra de Ettore Scola, pienso que su valor más destacable como artista se encuentra en la manera que lo abordó, siempre desde la imprescindible exigencia estética de que todo artista debe tener. Su territorio expresivo fue a menudo el del riesgo creativo, abordando lenguajes cinematográficos complejos y desafíos expresivos que en las mejores de sus películas abordaban notables audacias formales y, sobre todo, narrativas.

No conozco la filmografía completa de Ettore Scola, pero las películas que conozco, todas las que se han puesto a ojo, son todas buenas o, cuando menos apreciables, y algunas de ellas se mueven, a mi entender, en ese territorio indefinible de las obras maestras. Tal vez sea tan sólo cuestión de gusto personal, porque curiosamente confluyen en ellas las constantes temáticas del artista y los desafíos narrativos, sus cualidades que más aprecio. No las he encontrado completas, así que enlazo algún fragmento de cada una, si bien se pueden descargar con facilidad en las páginas especializadas.



Una jornada particular” (1977) narra el encuentro entre un ama de casa agobiada y explotada (una Sofía Loren que hasta nos hace creer que es el mismísimo personaje que representa) y un periodista homosexual y antifascista, Marcello Mastroniani en su faceta más convincente. La acción transcurre a lo largo de un solo día, el 3 de mayo de 1938, fecha en la que Hitler visitó a Mussolini en Roma, y en un único decorado, una enorme edificio de vecindad cuyos habitantes han dejado vacío para acudir a vitorear el encuentro de los dos dictadores. En ese tiempo y en ese espacio, Scola no sólo cuenta una historia estremecedora sobre las dificultados del amor en un tiempo histórico determinado, sino que nos plantea la reivindicación de la felicidad en cualquier momento y situación como objetivo irrenunciable del género humano, a más de otras muchas anotaciones formales y emocionales a pie de página.



La familia” (1987). En el único decorado de una casa familiar, cuyo pasillo es el eje de la evolución temporal del argumento, la mirada lúcida de un estupendo Vittorio Gassman contempla la evolución de su familia durante 80 años, mientras de fondo oímos sonar el paso del fascismo, la guerra, la llegada de los americanos, la democracia cristiana o el desarrollismo. Una película diseñada con tiralíneas y desarrollada con pasión.







El baile” (1983). La historia de Italia contada a través de un salón de baile y quienes lo frecuentan a lo largo de los años. No hay otro decorado. No han personajes estrictos, sino tipos representativos. No hay ni una sola palabra hablada. Las vestimentas, los peinados y maquillajes, los ritmos musicales, las evoluciones de los clientes, sus coqueteos, sus gestos, su chulería o timidez, sus enamoramientos y desplantes, retratan con nitidez la evolución de toda una sociedad a lo largo de sus momentos históricos contemporáneos.






Gente de Roma” (2003). Retrato de la ciudad a lo largo de un día a través de la actividad, gestos, discusiones, trabajos, desplazamientos, y conversaciones intrascendentes de una miriada de insignificantes personajes que en solitario apenas son nada pero que mostrados en conjunto alcanzan la dimensión magnífica de un fresco románico.









Podría citar muchas otras películas de Ettore Scola que me parecen excelentes, “Una mujer y tres hombres” (1974), “Brutos, feos y malos” (1976), “La noche de Varennes” (1982), “Splendor” (1989) o “La cena” (1998), entre otras, pero ya basta, que esto crece y me conozco.

Eso sí, como broche final os recomiendo encarecidamente que veáis la pieza que finaliza este recuerdo de Ettore Scola, que me parece una perfecta fusión sintetizada de las dos características basicas de su cine, el hombre en el mundo y la ambición estétioca. Se trata de un cortometraje. Sólo ocho minutos de duración en los que el viejo cineasta reflexionaba sobre el pasado y el presente, homenajeaba al cine italiano y, sobre todo, elaboraba una hermosa metáfora sobre la cultura como refugio frente a la barbarie. Se estrenó el 27 de enero de 1997 en el Palacio del Quirinal, residencia del Presidente de La República, como celebración del Día de la Memoria. Enun explicito y citado homenaje a “Mamma Roma”, un niño escapa de una redada de los nazis refugiándose en un cine.





PACO IBAÑEZ. Una entrevista inventada (1969)

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Paco Ibáñez
Una entrevista inventada (1969)







En 1969 Paco Ibáñez visitó Madrid por segunda vez. Ya había estado el año anterior, en el que también había cambiado su residencia en París por Barcelona, pero en ese tiempo las cosas habían cambiado mucho. Si la primera vez fue recibido por la España oficial con cierta deferencia, que le permitió actuar en televisión y en la radio, una años después el Régimen y su implacable aparato censor ya estaban sobre aviso y las prohibiciones a sus actuaciones se multiplicaron. Ya he contado en este blog aquella primera visita, así que me voy a ahorrar repetirlo.

Ya explicaba en aquel texto que me había inventado una entrevista con él que se publicó en el diario El Alcázar, entonces pasando un sarpullido de liberalismo, al que me había llevado a colaborar la generosidad y la amistad de José Ramón Pardo, encargado de su página semanal de canción. No la reproducía entonces porque la había dado por perdida, pero ahora aparece entre unos papeles viejos y me apetece colgarla, no sin antes dar una ligera explicación sobre su carácter de “inventada”, que en realidad no lo fue tanto. Resultaría más correcto quizás calificarla de “memorizada”, pero, qué le vamos a hacer, lo del invento es más llamativo para un titular.

Por razones del sitio donde se cae en un momento determinado, en aquellas dos visitas de Paco Ibáñez charlamos muchos, solos o en compañía de otros. Largas tertulias sobre mil temas, pues a Paco le gustaba conversar, supongo que le seguirá gustando, hasta que las pestañas se caían cansadas de sostener abiertos los ojos. Ni que decir tiene que él, u otros, solían ser los que hablaban y yo escuchaba, supongo que con la boca abierta, con el respeto y la admiración que le merecía a un aprendiz de plumilla de apenas 20 años un artista ya consagrado que, además, era 14 años mayor que yo.

Sea cual sea el caso, la cosa es que cuándo le propuse entrevistarle me contestó que en vez de tener que someterse en ese momento al rito de preguntas y respuestas, aprovechara todo lo que habíamos conversado anteriormente y lo colocara en forma de entrevista. Así lo hice, y he decir que cuando la leyó se sintió identificado. Una aprobación que me llevó a un estado directo de levitación, como si fuera la reina de los mares del periodismo musical español. Ahora la releo y me sorprendo de mi atrevimiento y mi bisoñez, cosas ambas que me hacer sonreír.






El Alcázar. Madrid, 4 de julio de 1969

--Uno está convencido de que tiene algo que decir. No que va a arreglar el mundo, no, pero que al menos puede expresar una serie de cosas cantando, que puede ayudar de alguna manera, y, sobre todo, que hay un público ansioso de escucharte, que te va a recibir con los brazos abiertos. Pero resulta que no, que tal vez síu te recibiría con alegría, que uno nunca llega a saberlo porque hay una serie de inconvenientes con los que tropiezas indefectiblemente y que te impiden dar recitales, grabar los disco que querrías; en fin, cantar.

Paco Ibáñez habla despacio, con muchos puntos suspensivos entre cada frase. Parece que las palabras quedan en suspenso y que ya ha terminado de hablar. Pero no, cada vez reanuda de nuevo la conversación añadiendo nuevas facetas, nuevos argumentos.

--Hay veces que uno piensa dejarlo todo ¿sabes? Dan ganas de echarlo todo por la borda y no acordarse más de que cantabas, pero se piensa bien y no puede ser. Hay que seguir aquí, cantando, componiendo, dando la lata mientras sea posible. Lo único que no se puede hacer es abandonar. ¿Sabes lo que estoy pensando últimamente?, marcharme a vivir al campo, a un sitio tranquilo en donde se pueda trabajar, aquí es imposible. Sea por unas u otras cosas, por las preocupaciones, por lo que sea, el caso es que paso semanas sin componer nada, y no me muevo de mi casa, salgo a pasear de vez en cuando, pero no puedo trabajar en absoluto.

Paco Ibáñez acaba de volver de un largo viaje por el extranjero. Primero a Cuba, invitado por el Centro Internacional de Canción Protesta y el Ministerio de Cultura. Dio varios recitales en diferentes ciudades de la isla y actuó en la radio y la televisión. Paco nos enseña los muchos artículos y entrevistas que aparecieron en los periódicos cubanos y nos damos cuenta de que ha sido un éxito, aunque él se esfuerce en disimularlo.

--Evidentemente los locales se llenaban y la gente aplaudía mucho, pero no es lo mismo. Las canciones no les llenaban, yo les hablaba de problemas que ellos ya no tienen y en unos ritmos que no son suyos, que no son a los que están acostumbrados.

Después de Cuba pasó por París. Una actuación en la Sorbona ha puesto su nombre nuevamente de actualidad.

--Eso sí fue un verdadero éxito. Teníamos que hacerlo en una sala relativamente pequeña, pero antes de empezar ya estaba totalmente llena y con mucha gente en la calle. Tuvimos que transportar todos los equipos de voces y los micrófonos al patio y allí pude cantar. Había más de cinco mil personas, fue impresionante. La gente cantaba y gritaba, parecía mayo otra vez. También he grabado un LP nuevo.

Estamos hablando cuando llega Rogelio, Rogelio Ibáñez, actor, su hermano. Trae una noticia ya cotidiana: dificultades, nuevas dificultades que impiden que se celebre el recital que tenía preparado en el Romea, tres días de actuación. Cartel completo: Paco Ibáñez, Luis Cilia y José Menese.

--Te das cuenta de lo que te decía antes. Así es imposible hacer nada, y no es la primera vez que pasa. Así resulta que cuando quiero ganar algún dinero me tengo que marchar a Francia, dar un par de recitales, hacer una televisión y volver a Barcelona, pero así no se puede seguir.

El cronista recuerda la primera vez que vio a Paco Ibáñez. Acababa de llegar de Francia, venía dispuesto a luchar y lleno de esperanzas, el pueblo español tenía que escuchar lo que decía porque estaba hecho para él, porque Francia no podía ser su destinataria. Mucha gente le abrazó al llegar, le dejaron todo a su disposición, creían que Paco alegraría sus oídos con canciones “importantes”. Pero poco a poco se fueron alejando de él, sus canciones eran simplemente eso: canciones que les dejaban al descubierto, y el vacío, cuando no el más Abierto boicot, se fue haciendo a su alrededor. Ahora está ahí, en Barcelona, en un barrio normal, en una casa normal, intentando luchar codo con codo junto a los que quieren lo mismo que él. No ha perdido la esperanza, pero hay que reconocer que ya no le llena del todo.




Y aquí queda, por si alguien quiere deleitarse con su escucha, el disco completo de la grabación del concierto de Paco Ibáñez en el Olimpia parisino que se grabó aquel mismo año de 1969. Aún hoy resulta una actuación conmovedora y una auténtica joya de la música popular española. .




OVIDI MONTLLOR. Dossier de prensa

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Ovidi Montllor
Dossier de prensa



Nacido en Alcoy (Alicante) el 4 de febrero de 1942 y fallecido en Barcelona el 10 de marzo de 1995 aconsecuencia de un cáncer de esófago, Ovidi Monitor fue uno de los cantautores más representativos de la Nova CançoCatalana, aparte de un destacado actor cinematográfico. 

Se reúnen aquí una serie de artículos sobre él publicados entre 1971 y 1991, escritos, entre otros por Moncho Alpuente, Ángel Casas, Lluis Crous, Gabriel Jaraba, Manuel Domínguez, Tina Blanco, Claudi Montaña, Eduardo Haro Ibars, Rafael Esteve Casanova, Alberto Mallofré, Pablo Morata, Antonio Gómez y Antoni Batista. Aunque haya que ampliarlos, alguno merece la pena. 



Comenzamos la selección con un texto sin fecha, perteneciente seguramente a una hoja promocional, del escritor y poeta catalán José María Carandell, que le conoció bien.






Sin Firma. “La anticanción del verano en Catalán: Ovidi Montllor”. Revista Disco Expres, Pamplona, 10.9.1971.





Lluis Crous. “¿Un título para Ovidi Montllor?: El rosco, el plato y la hormiguita laboriosa”. Entrevista. Revista Mundo Joven, Madrid, 3.7.1971.




Ángel Casas. “Ovidi Montllor.Cantar para pagar el alquiler”. Revista Fotogramas, Fotogramas, 1.10.71.




Gabriel Jaraba. “Ovidi Montllor al Palau. Lluis Llach a L’Olympia”. Revista Oriflama. Vic (Barcelona) Febrero 1973.



Lluis Crous. “Ovidi Montllor: No me interesan los elitismos”. Revista El Musiquero, Madrid, 4.5.74.



Manuel Domínguez. “Ovidi Montllor. A Alcoi”. Revista Ozono. Madrid, 1975.




Sin firma. “Ovidi Montllor, como el Alcoyano”. Revista El Gran Musical. Madrid, 1975.



Tina Blanco. “Ovidi Montllor: A Alcoi”. Revista Castelera Turia. Valencia, 3.2.1975.



Tina Blanco y Gonzalo Moure. “Entrevista amb l’Ovidi Montllor”. Revista Cartelera Turia, Valencia, 30.6.1975.



Claudi Montaña. “Ovidi Montllor, búsqueda sin pausa”. Entrevista. Revista Fotogramas, Barcelona, 17.10.1975.




Tina Blanco. “Ovidi Montllor: La fera ferotge”. Revista Ozono, Madrid, 1975.



Manuel Domínguez. “Salvat Papasseit per Ovidi Montllor”. Revista Ozono, Madrid, 1975)



Moncho Alpuente. “Ovidi entre marcianos”. Revista Vibraciones, Barcelona, Abril 1975.




Sin firma. “Salvat recuperado”. Revista Cambio 16,  Madrid, 26.4.76)



Eduardo Haro Ibars. “Ovidi Montllor, en el teatro Monumental”. Revista Triunfo, Madrid, 1976.




Rafael Esteve Casanova. “Los nuevos temas de Ovidi Montllor”. Entrevista. Diario El País, Madrid, 1977.



Alberto Mallofre. “Presentación de Ovidi Montllor”. Diario La Vanguardia, Barcelona, 1977.





Pablo Morata. “El humanismo socio-político de Ovidi Montllor”. Revista Triunfo, Madrid, 27.8.77.



Antonio Gómez. “Ovidi Montllor, buen trabajo para comenzar el año”. Diario La Provincia, Las Palmas de Gran Canaria, 21.1. 1979.




Antoni Batista. “Ovidi Montllor: Entre el cine y la canción”. Entrevista. Revista La Calle, Madrid, 27.5.80.





Sin firma. “’Dijous al Regina’ recupera a Ovidi Montllor como cantante”. Diario La Vanguardia, Barcelona, 31.1.1991.

























PABLO GUERRERO. Dossier de prensa

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Pablo Guerrero
Dossier de prensa





Nacido en 1946 en Esparragosa de Lares (Badajoz), Pablo Guerrero estudió filosofía y letras en la Universidadde Madrid antes de convertirse en uno de los cantautores españoles de mayor profundidad conceptual en sus canciones y de mayor originalidad formal. En esta recopilación de artículos se incluyen textos de la primera etapa de su carrera, desde 1969, en que publicó su primer single, “Amapolas y espigas”, de claras raíces ruralistas, hasta 1978, año en el que apareció su cuarto álbum “A tapar la calle”, fecha tras la que abandonó las grabaciones durante siete años, hasta que reapareció en 1985 con “Los momentos del agua”, que abre una nueva etapa de su carrera con obras de singular esencialidad artística, también reflejada en la abundante obra estrictamente poética publicada desde ese año.

Se trata, pues, de artículos y entrevistas que reflejan el periodo de formación y consolidación de su personalidad creativa. Entre los firmantes figuran Moncho Alpuente, Nacho Artime, Tina Blanco, Gonzalo Moure, Mercedes Arancibia, Antonio Gómez, Laly Salas, Manuel Domínguez, Jesús Ordovás o Eduardo Haro Ibars.




T. Gómez-Salas (Antonio Gómez y Mari Laly Salas) “Pablo Guerrero, el maestro que ganó un premio en el festival de Benidorm”. Entrevista. Revista Hogar 2.000, Madrid, 1969.





Mercedes Arencibia. “Pablo Guerrero: Una voz extremeña”. Entrevista. Nuevo Diario, Madrid, 1971.





Camino Ciordia. “Pablo Guerrero año y medio después”. Entrevista. Revista Mundo Joven, Madrid, 19-2-1972.





Nacho Artime. “Pablo Guerrero: Ahora creo que sí tengo un sitio”. Entrevista. Revista El Musical. Madrid, 25-2-73.




Moncho Alpuente. “Pablo Guerrero. A cántaros”. Diario Informaciones, Madrid, 4-1-73.





Tina Blanco. “Pablo Guerrero y su entorno”. Revista Cartelera Turia, Valencia, 31-3-75.




Luis Galán Santamaría. “Pablo Guerrero, un extremeño solitario”. Revista Reseña, Madrid, julio/ agosto 1975.





Manuel Domíguez. “Pablo Guerrero: Canción rural y canción urbana. Ante una cultura ciudadana”. Entrevista. Revista Posible, Madrid, 28-4-76.




Eduardo Haro Ibars. “Orgón y Pablo Guerrero: una simbiosis”. Revista Triunfo, Madrid, 3-4-76.



Sin firma. “Pablo Guerrero: Más que cantantes, algunos son funcionarios”. Diario Hoy, Badajoz, 4-6-77.




Dora M. Alfaro. “Pablo Guerrero. No es una voz en el desierto”. Entrevista. Revista Mundo Flash. Madrid, 27-2-77.




Jesús Ordovás. “Pablo Guerrero: canción urbana”. Entrevista. Revista Ozono, Madrid, febrero 1977.



Eduardo Haro Ibars. “La canción de Pablo Guerrero, un anhelo de libertad”. Entrevista. Revista Triunfo, Madrid, 28-5-1977.




Antonio Gómez. “Pablo Guerrero. A tapar la calle”. Diario La Provincia. LasPalmas de Gran Canaria, 9-7-78.











CANCIONES PARA FROTAR EL HIGO. Recopilacion de Cuples sicalipticos

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Canciones para frotar el higo
La Pulga y otros cuplés sicalípticos de hace cien años o más. Una recopilación









Echando la vista atrás hacia lo ya invivible nos instalamos hoy en los años del cuplé, aquel género musical que el diccionario de la Real AcademiaEspañola de la Lenguadefine como una “canción corta y ligera que se canta en teatros y otros lugares de espectáculo” y que María Moliner, siempre más ajustada y desprejuiciada que los ilustres académicos, definió como “españolización del nombre francés ‘couplet’ que se aplica a ciertas cancioncillas ligeras, y generalmente picarescas que se cantaban en el primer tercio de este siglo (el XX) en los espectáculos de variedades”.

A esas canciones picarescas a las que se refiere la ilustre lexicógrafa se las conoció como cuplés sicalípticos, termino que tanto Moliner como la RAE relacionan con la malicia sexual y la picardía erótica. Canciones verdes, vamos. Sin embargo, es quizás en su probable origen etimológico donde podemos encontrar el sentido más profundo del neologismo. Ambas autoridades lingüísticas, la individual y la colectiva, remontan el origen del término “sicalíptico” hasta el griego, haciéndole descendiente de sendas palabras de aquel viejo y olvidado idioma, “sycon” y “aleiptikós”, aunque les otorguen significados no ya distintos, sino simplemente equivalentes y complementarios.

Para Moliner, más explicita, el primero de estos términos significaría “vulva” y el segundo “excitante”; es decir, los cuplés sicalípticos serían pues canciones para avivar en los humanos las llamas del deseo. La traducción que hace la RAE hace de ambos términos es quizás más pudorosa, más metafórica, aunque igualmente ilustrativa. Para los señores académicos “sycon” vendría a significar algo tan inocente como “higo” y “aleiptikós” lo tradujeron como “frotar”. No se puede saber si fueron conscientes de lo que hacían, pero al acudir a ese camino indirecto de decir sin nombrar, los barbudos encargados de lustrar el idioma acertaron plenamente en darle a su definición el más puro sentido sicalíptico.  La traducción de María Moliner resulta, sin duda, más exacta, contundente y clara. La de los sabios académicos, en cambio, es la quintaesencia de lo sicalíptico, con su utilización de la ambigüedad, la insinuación y la sugerencia como vehiculo de la picardía erótica y la malicia sexual a las que alude la definición primera de los sabios.

Para confirmar tal vez esta teoría del higo y sus frotamientos, en 1931 la revista musical “La pipa de oro” (que tampoco es mal título sicalíptico), cuyo libreto habían escrito Enrique Parada y Joaquín Jiménez y en el que los maestros Manuel Parada y Ernesto Pérez Rosillo ejercían la autoría musical, incluía un cuplé dedicado a demostrar que el pecado original no había sido cuestión de manzanas, como habitualmente se piensa, sino de higos. En ese punto se lanzaba a cantar la vedette Sara Fenor:

Aquí te ofrezco el higo,
La fruta más sabrosa,
La mas estimulante,
La más apetitosa,
La fruta que a los hombres
Les gusta con pasión.
Para ellos esta fruta
Siempre fue su perdición.
(…)
El higo que te ofrezco yo
Es fresco, dulce y chiquitín,
cuando lo pruebes ya verás
Como vendrás a repetir.

Al huguí, al higuí,
Con la mano no, con la boca sí.

Fuera cual fuera el origen del término, que hay incluso quienes lo atribuyen al simple capricho de inventar una palabra llamativa --como habría sucedido con suripanta, por ejemplo, que había nacido de la nada en 1866 en el libreto de una opereta--, cuentan quienes saben que la primera vez que sicaliptico apareció en negro sobre blanco fue en el periódico El Liberal el 25 de abril de 1902:

"Dentro de poco tiempo se pondrá a la venta una nueva e interesante publicación, a 60 céntimos cuaderno, titulada ‘Las mujeres galantes’. Esta publicación es altamente 'sicalíptica'. Para conocer la definición de esta palabra, completamente nueva, es preciso adquirir el primer cuaderno de Las mujeres galantes."

El significado del nuevo palabro quedaba claro desde el primer momento, pues la tal publicación, que al parecer dirigió el escritor festivo Félix Limendoux, no era sino una de tantas colecciones de cuadernos de ligero erotismo, aunque muy atrevidos para la época, que se publicaron en aquellos años. El término volvió a aparecer escrito en el mismo diario el 17 de junio de aquel año, en un anunció que proclamaba que el nuevo cuaderno era “el colmo de la sicalipsis”.

Como suele ser habitual en la creación de todo lenguaje, también en este caso la definición era posterior a lo definido, pues ya desde 1893 se escuchaba en Madrid, con gran regocijo de los espectadores, “La pulga”, considerado el primero de los cuplés sicalípticos. El origen de todo. Lo había traído a España desde la casquivana Francia una alemana robusta y descarada, por nombre Augusta Berges, que estrenó la pícara cancioncilla ese año en el teatro Barbieri de la calle de La Primavera de Madrid. Los asistentes no entendían lo que cantaban, pues al parecer lo hizo en italiano, pero se deleitaban con los sensuales ademanes con que se buscaba el dichoso animalillo entre los pliegues de su escasa vestimenta.

La inocencia perversora

El éxito fue enorme, y a su lomo “La pulga” fue saltando, como corresponde a su condición, de cupletista en cupletista hasta acabar en el repertorio del gremio entero. La primera que la tradujo al castellano fue, al parecer, Pilar Cohen, otra vedette rotunda en la amplitud de sus curvas, que triunfó con ella durante largo tiempo en el Petit Palais, una de las catedrales del género, y también lo interpretaron estrellas como La Bella Raquel, que fue el nombre que adoptó la mismísima Raquel Meyer antes de que su repertorio se convirtiera a la corrección sexual, o La Chelito, por mejor nombre Consuelo Portela. De ella y de sus actuaciones dejó escrito un evocador relato el escritor Antonio Hoyos y Vinent (otro personaje digno de la ficción: aristócrata, dandy, anarquista, homosexual y sordomudo que gozó de enorme fama en la época):

“Tenia el gesto pícaro, desvergonzado y cándido de una chiquilla a quien por equivocación hubiesen llevado a ver una función pecaminosa y se entretuviera en imitar los gestos de las mujerotas que en escena habían anatemizado con un «¡son unas indecentonas!» Cantaba enormidades con su gracia pueril y cándida…
…Volvió a salir la señorita Chelito, desnuda ahora en la bárbara policromía roja y verde de dos chales de Manila, y comenzó a bailar la danza lánguida, malsana y voluptuosa que pide el bochorno de los trópicos y la pomposa escenografía de los cocoteros sobre el esmalte cobalto del cielo salpicado de estrellas de brillantes...
…Cayó la cortina. Una salva frenética de aplausos llamó a la famosa, y surgió en escena la nena dulce y cándida, i sonreía como si preguntase: ¿He hecho algo malo?”

En aquella primera pulga fundacional y en el relato de la actitud escénica de su intérprete estaban ya todos los elementos que conformarían el subgénero del cuplé sicalíptico hasta nuestros días, en que ya es arqueología musical y social; un modelo musical ya perdido, pero aún recordado. Esa especie de inocencia pervertida, o pervertidora, de que al parecer hacía gala La Chelito desvela ya una de las condiciones esenciales del género, la de la ambigüedad, la insinuación y el doble sentido. Las canciones hablan de cosas que no nombran, sustituidas por metáforas eróticas a partir de la utilización de animalillos o insectos traviesos, objetos de las más variadas utilidades decentes, verduras o frutos más o menos obvios y un sin fin de variantes lubricas, inocentemente expresadas por la cupletista pero libidinosamente recibidas por los espectadores. Esa característica de mostrar sin enseñar, de parecer una cosa pero ser otra bien distinta, confiere a estas cancioncillas sicalípticas una clara connotación de transgresión moral y social, pues el pecado no está tanto en la actuación de la cupletista, por muy incitadora que sea, sino en la mente del espectador, que la transforma en pecaminosa, en tanto en cuanto sublimadora de sus deseos sexuales más ocultos.

Naturalmente esa transferencia del pecado, de la emisora al receptor, no podía hacerse sin lo que constituye quizás la característica más evidente de este tipo de cuplés: su carácter de representación escénica. ¿Qué podían entender de italiano aquellos españoles, que se encendían de pasión desbocada asistiendo a como la tal Augusta Bergessoltaba gorgoritos mientras se buscaba a la indina entre los pliegues del camisón? Sin duda no lo que decía, que de italiano debían saber aquellos poco, poquísimo o nada, sino la evolución escénica, las sugerencias corporales y los guiños insinuantes de la teutona.

Es esta una característica jodida, pues nos lleva a que los textos y las partituras de los cuplés originales, ni siquiera las escasas grabaciones de pizarra que se conservan, resultan hoy suficientes para entender y gozar los placeres de la sicalípsis que estas canciones ofrecían y siguen ofreciendo. Incluso escuchando ahora los pocos cuplés picarescos que se grabaron en la época de oro del género se consigue tener una percepción completa de lo que pudieron significar, pues aunque en ellos estén las insinuaciones y guiños vocales de las artistas correspondientes, que a veces eran muchas, faltará siempre su presencia en escena y la sugestión gestual y corporal que aportaban a los ojos del espectador ansioso. Faltarán, probablemente, las cosas que más nos fascinarían, y a lo mejor excitarían, porque debieron ser las que más fascinaron y excitaron a nuestros antepasados: el deambular de la mano de La Fornarina buscándole a su amante “La llave” que lleva en el bolsillo, el juego de manos de La Bella Dorita probándose los guantes en “Poco a poco” o la sensualidad de Pilar Arcos disfrutando de los placeres que le proporcionaba “La polvera”, tan liviana y sugerente. Pero hay que conformarse e imaginar.

Las cancionetistas que hemos nombrado hasta ahora, y las que nombraremos, gozaron en su momento de una singular fama, que se ha transmitido en el tiempo a través de las insuficientes placas que grabaron, pero hubo muchas más que tuvieron éxito y popularidad, aunque hoy se hayan perdido prácticamente en las nebulosas del olvido y sólo de vez en cuando las nombren los especialistas que nunca pudieron verlas o escucharlas. Tal vez merezca la pena recordarlas sumariamente, para unirnos a la cadena de quienes piensan que no deben olvidarse sus nombres, siempre llamativos, ni sus hazañas, a veces memorables. Allí estaban, quede constancia, La Bella Tortajada y la Bella Monterde, que fue amiga y musa del novelista Eduardo Zamacois, Pilar Caudet, Phrine, Haydee, Avelina García, Perlita Greco y Susana Aura, una francesa que sería amante de un Senador del Reino, Lolita Astolfi y María Antinea, que acabaría su vida exiliada en Buenos Aires. Y La Yankee, que fue famosa de verdad. Y así hasta componer una nómina interminable.

Rincones de perdición

La gran cantidad de artistas que interpretaron cuplés sicalípticos –la inmensa mayoría de ellas mujeres; señalémoslo, que tiene su importancia—necesitaban para sobrevivir una innumerable cantidad de locales, teatros, cabarets y salones que dieran cabida al numeroso público que reclamaba sus canciones. Los hubo en gran cantidad, de toda laña y condición, muchos con nombres de resonancia francesa, que estaba de moda, y algunos tuvieron singular resonancia, por su lujo, por su permanencia y, sobre todo, por haber sido los escenarios en los que se confirmaron las grandes estrellas, que los tomaron como sus lugares habituales de actuación. Salones míticos que aún hoy nos remontan, simplemente con sus nombres irrepetibles, el aroma de tiempos ya pasados, aunque no mejores.  

El Trianón Palace, en la calle de Alcalá, entre San Jerónimo y Cedaceros, donde todavía permanece con el nombre, un tanto sonrojante, de Teatro Cofidis Alcázar. Un anfiteatro mítico de apasionante historia, todo un lujo de local para el género ínfimo y la catedral del cuplé, al menos el madrileño, pues con igual nombre también los hubo en Barcelona y Valencia. Y cerca el Salón Chantecler, que luego sería el teatro Muñoz Seca, el Club Parisina, en Moncloa, que también era salón de té, club, timba, lugar de cita de políticos y amantes, terraza de verano y sala de espectáculos, a más del primer escenario español sobre el que actuó una orquesta de jazz compuesta por negros de verdad. Casi al lado estaba el Salón Japonés, situado en el 16 de la calle de Alcalá, en el que el periodista de La Época Javier Bategón regaló a Consuelo Vello su nombre definitivo de La Fornarina. Nuevamentehay que acudir a Antonio de Hoyo y Vinent, testigo privilegiado, para hacernos una idea de cómo eran aquellos locales. Se refiere a uno en concreto, el París Salón de la calle Montera, en el que había triunfado La Chelito cuando aún se llamaba Consuelo Portela, pero podría servir para todos:

“El teatrucho era hórrido y pintoresco; en la sala, cuyo decorado disfrutaba de una sencillez cristiana, un público heterogéneo se apiñaba, ahogándose en una atmósfera densa de polvo y tabaco. Las primeras filas de butacas eran para el elemento serio de la casa, para viejos verdes y niños audaces, que hablaban con las artistas desde su asiento, coreaban los coupléts y decían groserías; el resto, ocupábalo el pueblo, el buen pueblo que aullaba, relinchaba, coceaba. En los palcos, algunas damas de virtud sospechosa lucían sombreros inverosímiles, esos sombreros que son como un padrón... no osaré decir que de ignominia...”

Tengamos en cuenta, además, que el París Salón era uno de los importantes, de los que estaban situados en las cercanías de la Puerta del Sol, centro de la ciudad más entonces que ahora. Pero conforme Madrid fue creciendo con la llegada de miles y miles de inmigrantes y se fue extendiendo en barrios aledaños, también la geografía del cuplé se fue alejando de su origen. Eran salones como el Bataclán, que tenía nombre francés pero estaba en el Paseo de Rosales, o el Circo de los Galgos, en el Paseo de Santa María de la Cabeza. Y el Cuesta Park, el Ideal Room, El Dancing Florida, el Buho Rojo, el Gran Metropolitano, el Coliseo Imperial o el recreo Modernista, que se repartieron por toda la geografía madrileña, desde Tetuán de las Victorias hasta Ciudad Lineal o la Cuesta de las Perdices.

 Y eso por hablar sólo de Madrid, pues los salones de varietés se extendieron como la pólvora por todas España, con especial presencia en Barcelona, la otra gran capital del cuplé, donde El Paralelo y el Barrio Chino, cercanos pero distintos, se convirtieron en auténticos viveros del cuplé sicalíptico. Lugares como el Edén Concert, en la popular calle de Conde de Asalto,  el Pompeia, , El Teatro Apolo, El Tropezón.El Olímpia, El Arnau, el Gran Éxito o el Farrusini.

O El Molino, el imprescindible Molino, el más longevo de los escenarios sicalípticos españoles. Desde que se fundó en 1898, aquel año del desastre cubano, con el nombre de Pajarera Catalana, hasta prácticamente la clausura del siglo XX no cejó en su intento de alegrar la vida de los barceloneses. Incluso en los púdicos años del franquismo --que obligó a cambiar el nombre con que definitivamente le habían bautizado en 1910, Le Petit Moulin Rouge, quitándole lo de rojo, tal vez por las implicaciones ideológicas que se le pudiera dar, y obligando a castellanizar el nombre por aquello de la lengua del Imperio, dejándolo simplemente en El Molino-- mantuvo en alto el estandarte sicalíptico entre las provocaciones insinuantes de sus estrellas femeninas (Conchita Zoe, la Bella Dorita, cuyo piano personal sigue hoy presidiendo el nuevo y moderno cabaret a que ha terminado dando lugar, Mary Mistral, Merche Mar, la francesa Yvette René, relacionada al parecer con el mítico Maurice Chevalier, o Lita Claver, La Maña, toda una estrella) y las ambiguas procacidades de sus astros masculinos (Jonson, Escamillo o el cómico Pipper en primer lugar).

Casi nada aquel Paralelo del cuplé, que llegó a ser conocido como el Montmartre barcelonés. El dramaturgo Rossend Llurba y el maestro Joan Suñé lo retrataron en uno de sus canciones de los años veinte, escrita, por cierto, en catalán, una variante idiomática del cuple ibérico que merecería la pena estudiar, porque tiene algunas características diferentes al escrito en castellano, como no podía ser de otra manera en unos años en los que Catalunya estaba viviendo no solo un renacimiento cultural sino también político y social:

Recitado:
Vàreig neixe’ al “Paralelo”, nostre típic boulevard,
Que resulta ser a tothora lo millor de la ciutat.
De petita m’agradava sentir l’orgue amb il·lusió.
 I a les portes del “Soriano” m’hi encantava de debò.

Moltes nits la mare em duia a l’”Olímpia”, o bé a l’”Arnau”,
Al “Gran Éxito”, “Delicias”, “Farrusini” o als “Cacaus”.
Altres cops ens passejàvem amb amigues, dant-se el braç
 I atipant-se als putxinel·lis amb una racció de nas. 

Tornada:
Sempre ha estat el “Paralelo”
Per a riure i viure al pelo,
El passeig més oportú.
Pro s’ha de pendre amb catxassa,
Que el s’hi entusiasma massa
Para lelo
És ben segur!


(Traducción)
“Nací en el Paralelo, nuestro típico, boulevard/ Que resulta ser siempre lo mejor de la ciudad./ De pequeña me gustaba escuchar el órgano con ilusión,/ Y a las puertas del Soriano me encantaba de veras.// Muchas noches mi madre me llevaba al “Olímpia”, o bien al “Arnau”/  Al “Gran Éxito”, “Delicias”, “Farrusini” o a los “Cacaos”./ Otras veces paseábamos con las amigas del brazo/ Y llenándose en los “putxinelis” con una ración de narices.// Estribillo:/ Siempre ha estado el Paralelo,/ Para reír y vivir a pelo,/ El paseo más oportuno./ Pero hay que ir con prudencia,/ Que el que se entusiasma demasiado/ Para- lelo./ ¡Eso es seguro!” 


Aquellos –conflictivos-- tiempos del cuplé

Transcurrían, pues, los alegres tiempos del cuplé, nuestra particular Belle Epoque, aunque en la España de aquellos tiempos no todo fueran cuplés y alegrías picarescas, más bien lo contrario. Las cuatro décadas durante las que los expertos consideran se desarrolló la edad de oro del género, entre finales del siglo XIX y la derrota de La Repúblicaen 1939, estuvieron enmarcadas por sendas guerras. La que en Cuba certifico la perdida de las colonias del viejo Imperio y la civil. Entremedias, la interminable y sangrienta guerra de Marruecos, que envenenó la convivencia entre los españoles desde 1911 hasta 1927 y que costó 30.000 muertos y heridos. De conflicto en conflicto, y sometidos a una monarquía corrupta y autocrática y a una dictadura represiva, caprichosa y grotesca, los españoles vivieron años de penurias, enfrentamientos y esperanzas, que acabaron abortadas a sangre y fuego. Fueron tiempos de caciquismos políticos y cerrazón religiosa, pero también de usos sociales y costumbres morales cada día más alejadas del conservadurismo imperante, de declinante tradicionalismo y de arrasadoras modernidades industriales. Años de cerrado y sacristía, pero también de la España de la rabia y de la idea, los definió el poeta.

Los nuevos inventos, la cinematografía, la radio, el automóvil, la aviación o el fonógrafo transformaron las formas de vida de los españoles, al menos las de algunos, hasta extremos irreconocibles para sus protagonistas. La industrialización del país provocó no sólo una fuerte inmigración del campo a las ciudades, que se convirtieron en grandes urbes (entre 1900 y 1930 Madrid y Barcelona duplicaron su población, llegando ambas a superar el millón de habitantes), sino también el surgimiento de una clase obrera numerosa y compacta cuya organización en sindicatos y partidos consolido su fuerza social y política. El arte y la cultura española alcanzaron, con las generaciones del 98 y de 27 en cada extremo del arco temporal, una de sus mayores cotas de excelencia. Despegaron la ciencia y la filosofía, el deporte se convirtió en una actividad popular, se extendió la educación, cambiaron las diversiones, los bailes, la sexualidad, los principios morales y, en definitiva, al final de aquellos 40 años ni su padre hubiera sido capaz de reconocer la España que acabó alumbrando una República que hubiera transformado definitivamente el país si las fuerzas reaccionarias de toda la vida se lo hubieran permitido.

La recuperación del placer sin pecado

Uno de los elementos más visibles de los cambios sociales producidos a lo largo de aquellas primeras décadas fue la sicalípsis, que no sólo es aplicable al cuplé, sino también a otros campos creativos como la literatura, el cine, la fotografía o el teatro, muy especialmente el musical, del que salieron muchas de las canciones que luego tendrían éxito independizadas de sus obras originales. Algunos de los títulos de estas obras ya dan señal de su contenido: “El 69 duplicado”, “La almeja de oro”, “El morrongo de Maruja”, “¿De quien son esos pelos?”, “La isla de las almejas”, “El nabo de Fray Julian”, “Los desmayos de las chicas”, “Las píldoras del vigor”…, y así se podría seguir hasta la extenuación.

Pero si queremos alejarnos del terreno teatral, tan cercano al cuplé, bien podíamos llegar hasta la novela, y descubrir, con gozo, que llegaron a existir hasta 250 colecciones, compuesta cada una por centenares de títulos, dedicadas a la novela sicaliptica, cuya simple y reducida relación poco deja a la imaginación del lector: “La Novela Picaresca”, “La Novela Pasional”, “Fru-Fru”, “Biblioteca Amorosa”, “Biblioteca Parisién”, “Colección Afrodita”, “Colección Placer”, “Colección Priapo” o “La Novela Sugestiva”. Destinadas a leerse con una sola mano iban novelas bautizadas por sus autores como “La flor de Florita”, “Cuidado con las curvas”, “¡Ahí, pero... ¿así también?”, “El túnel del amor prohibido”, “La pollita de Madame” y “Con paciencia y saliva...”. Tal vez sus autores han quedado arrumbados por la historia de la litertura, pero algunos han sobrevivido en el recuerdo para que ahora podamos citar sus nombres: Felipe Trigo, quizás el más memorable de todos ellos, que llegó a ganar al año casi veinte veces más que Ortega o Pío Baroja, El Caballero Audaz, de mejor nombre José María Carretero, que alcanzó tiradas millonarias y formó parte de la Quinta Columnafranquista en el Madrid sitiado de la guerra, Eduardo Zamacois, que gozó de prestigio literario, o Alvaro Retana, fundamental en esta historia, pues no sólo escribió novelas picarescas y numerosas letras de cuplés, sino que los historió y dejó valiosos testimonios sobre ellos. Una nota al margen que desvela la personalidad de Retana es que al llegar la guerra fue encarcelado por La República, que le consideró “desafecto”, y al finalizar la contienda por el franquismo, que le acusó de disoluto y sacrílego, y le tuvo seis años en la cárcel.

Un campo en el que hizo fortuna el erotismo, a veces no tanto sicalíptico como directamente obsceno, fue en el de la fotografía y las publicaciones periódicas que las incluían. Se pusieron de moda las fotografías y postales, únicas o formando colección, en las se mostraban imágenes explícitas del acto sexual y circulaban entre la gente de manera más o menos clandestina. Tampoco era nada nuevo, pues la historia está llena de ejemplos de impudor y procacidad erótica, desde los obscenos capiteles y frisos de tantas iglesias románicas hasta “Los Borbones en pelotas”, la colección de viñetas pornográficas con la que los hermanos Bécquer, Valeriano a los dibujos y Gustavo Adolfo encargado de los textos, criticaron la vida disoluta y sexualmente aberrante de una reina tan católica e históricamente virtuosa como Isabel II, a la que retrataron como una auténtica fiera sexual con especial querencia por sus palafreneros. La novedad que aportaban las postales y fotografías de estos tiempos del cuplé es que convertían lo que hasta entonces había sido una temática oculta y restringida en una verdadera comunicación de masas. No se cortaban ni un pelo en aquellas fotografías, que prácticamente avanzaban la mayor parte de las variantes sexuales de la pornografía contemporánea. En ellas se mostraban no sólo desnudos integrales y frontales, tanto femeninos como masculinos, sino también escenas de lesbianismo, sadomasoquismo, “cunninlingus”, “felatio”, orgías colectivas e incluso zoofilia.

Más pudorosas e indirectas, y en consecuencia más sicalípticas y menos obscenas, resultaban las numerosas publicaciones dedicadas a los chistes verdes, las procacidades escritas y las fotografías eróticas. Con títulos como “Vida Galante”, “Sicalíptico”, “Bésame”, “Mundo Galante”,  “¡Tararí!”, “Muchas gracias” o “La hoja de parra” llevaron el sexo a todos los hogares españoles que tuvieran para gastar los 20 céntimos por los que podía salir el ejemplar, contribuyendo a avivar la libido de la población, especialmente la masculina, que era a la que iban dirigidas, aunque no dejaron de salir hombres desnudos en ellas, muchas veces con la excusa de la reivindicación del nudismo como forma saludable de vida, otro tema sumamente de moda en la época.

El acercamiento a una nueva visión de la sexualidad, contraria a las enseñanzas de la Santa MadreIglesia y su moral tradicional, no fue, no obstante, sólo una cuestión de escritores procaces, fotógrafos indecentes y cupletistas casquivanas que se movían en el terreno de la frivolidad y la naciente subcultura de masas. Muy por el contrario, estas exposiciones más o menos veladas del sexo surgían en paralelo a una preocupación intelectual y social, incluso política, por explicar los usos sexuales de la sociedad en la que vivían y mejorarlos. Aquellas primeras décadas del siglo XX fueron también las de la aparición en España de la sexología moderna y la irrupción del psicoanálisis que llegaba de la mano de Freíd. A lo largo de ellas se fueron popularizando la reivindicación libertaria del amor libre, el fomento de la higiene íntima, la prevención de las enfermedades venéreas o la costumbre de tomar el sol en pelotas, mucho más extendida y teorizados sus beneficios de lo que hoy se podría pensar. Nada faltó en este terreno, desde los sesudos estudios de Gregorio Marañón hasta los manuales de quiosco.

La subversión sicalíptica

En ese contexto de interés por la sexualidad y de liberalización de las costumbres eróticas, interés y liberalización que por otra parte chocaba frontalmente con la moralidad intransigente de una Iglesia en lo más alto de su poder, el cuplé sicalíptico puso música y letra a la transformación que se estaba produciendo y hoy constituye un testimonio, liviano e intrascendente si se quiere, pero significativo, de aquel cambio moral que estaba viviendo España. No fue nada original, pues algo similar, aunque menos traumático, estaba sucediendo en el resto del mundo, pero aquí vamos a lo nuestro, que ya lo dijeron Unamuno y Gato Pérez: que inventen ellos.

No fueron pocas las dificultades, censuras, multas y prohibiciones que hubieron de sufrir nuestras cupletistas de cabecera por su afición a buscarse la pulga y el enervante efecto que tal búsqueda provocaba en quienes asistían al procaz espectáculo. Aún permanece en papel escrito el escándalo social que provocó en 1914 Tórtola Valencia cuando se difundió que bailaba sus exóticas danzas sin bragas, o cuando, finalizando el XIX, el Gobernador Civil de Madrid, señor Liniers, ordenó el cierre de todos los salones de Madrid intentando cortar la plaga erótica que ya comenzaba a invadir España, aunque la excusa que pusiera fuera la de la seguridad de los locales, a los que obligó a tener telón metálico en el escenario, medida sensata pero difícil de cumplir para los modestos empresarios que solían dirigirlos.

Por esas mismas fechas del cambio de siglo queda testimonio del follón que se formó en el Teatro Príncipe Alfonso de Madrid con motivo de una actuación de La Bella Chiquita, quien, al parecer, no satisfizo las expectativas sicalípticas de sus incondicionales, debido, según cuentan, a las amenazas sufridas por parte de alguna sociedad de padres de familia y a la presencia en la sala de la autoridad competente. Se contó en El Imparcial:

“El cartel fijado por la empresa del Principe Alfonso rezaba que la Bella Chiquita cantará couples franceses y españoles. Y en una tira puesta al pie del cartel se leía una súplica dirigida al público para que no pidiera baile alguno a la artista. A pesar de lo cual la concurrencia que llenó literalmente el local fue con la esperanza de ver la danza del vientre, suponiendo o una deficiencia de expresión en el anuncio o que en éste se sobreentendía la mímica unida al cante [...] Y apareció la artista con la misma ‘tenue’ de la otra vez, sobradamente conocida merced a la fotografía y al celo de la Sociedad de padres de familia para que perdamos líneas y tiempo en su descripción. Los morenos acogieron con una salva de aplausos a la Bella. Y empezó ésta su trabajo con la consabida canción ‘Je suis la Bella Chiquita’ y a poco comenzaron las muestras del desagrado del público al ver que el alegro era sin el molto o que si alguno había no era lo bastante vivace.
Entre gritos de ¡que baile! ¡que baile! concluyó la artista y llamada por el público cantó la habanera de ‘El gorro frigio’, que adornó con algunos pasos tímidos de guaracha y otra canción francesa de tan poco fuste como la primera y acompañada de relativa sobriedad de movimientos y éstos circunscritos a la parte superior del cuerpo. El público no se dio por satisfecho con el cambio y la gresca afectó proporciones colosales.
Durante media hora el escándalo fue mayúsculo. El salón presentaba un golpe de vista indescriptible. El estrépito iba en crescendo y una nube de pañuelos blancos se agitaba en el aire. Y el telón seguía corrido. Por fin alzóse la cortina y apareció tímidamente media docena de parejas de baile español, que, ante los ifueras! extentóreos y unánimes con que fue acogida, hubo de retirarse.
Poco después se presentó la pareja principal, que también se retiró, atemorizada por la actitud del público, que seguía pidiendo ‘La bayadera’. Bajó el telón y volvió a subir, y en medio de la gritería y el bastoneo que ahogaban la voz de la orquesta, las partes principales del cuadro de baile dieron unas vueltas, hasta que un espectador saltó al escenario sin tener imitadores, por fortuna. Alguien de la empresa o algún delegado de la autoridad salió por las puertas laterales e hizo presa en el invasor.
Y con esto terminó el espectáculo coreográfico. El que no terminó fue el que se daba en la sala, que continuó hasta que la masa tuvo a bien dejarlo por cansancio, no sin que en el mobiliario quedaran abundantes muestras del calor y realidad con que había desempeñado su papel. Y sin más incidente que la detención de otro espectador por desacato, si no nos informamos mal, a un representante de la autoridad, tuvo fin tan entretenida diversión”.

Y todo por no bailar “La bayadera”. Y es que para el catolicismo imperante que regulaba los usos sexuales del momento, las letras procaces, las insinuaciones gestuales, la sensualidad del baile, el simple acercamientos de los cuerpos o cualquier otro tipo de alegoría erótica resultaban una agresión directa a sus rígidas exigencias morales, burlaba sus mandamientos, socavaba su poder terrenal y, por si fuera poco, condenaba a los españoles casquivanos a las llamas del infierno. No hay que olvidar que aquel mismo año en que Tórtola Valencia bailó sin bragas bajo sus sugerente vestido y que estalló la primera guerra mundial, el Papa Pío XIX prohibió el tango por inmoral y disolvente. En 1911 Ramiro de Maeztu consiguió crear una Liga Antipornográfica cuyo objetivo era cerrar los Pirineos a la “ola verde” que nos invadía. Como se puede comprobar, no lo consiguieron.

En realidad era todo un ejercicio de doble moral y de cinismo social, pues lo que se censuraba en público era habitualmente practicado con toda libertad por las clases pudientes, empezando por los más altos dignatarios del Estado. 

El propio Rey, el muy rijoso Alfonso XIII, de quien es sobradamente conocida su ajetreada vida sexual, producía sus propias películas pornográficas para uso particular. Quedan, al menos, tres cintas para probarlo cuyos títulos hacen innecesario el visionado: “El ministro”, “Consultorio de señoras” y “El confesor”, cuya realización encargó el Conde de Romanones a la empresa catalana Royal Films. Pornografía ministerial, médica y clerical que interpretaron prostitutas del barrio chino barcelonés y dirigieron, no sin ciertas ambiciones y falso moralismo, los hermanos Baños, pioneros destacados del cine mudo español. De Primo de Rivera, aquel dictador ruidoso y dicharachero cuyo autoritarismo, pese a ser mucho, se quedaba corto con el que quedaba por llegar, se sabe su querencia por la botella, la francachela y el trato carnal con cocottes, cupleteras y suripantas, hermosa palabra prima hermana de sicalíptico. Era la esencia de la vida en una sociedad corrupta e inmoral: una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace.

Con la llegada de La Repúblicala censura amainó, aunque no las críticas moralistas, hasta el punto que en 1932 el periodista Rafael Martínez Gandia acogería con esta alegría la primera vez que se produjo un desnudo sobre los escenarios españoles, aunque fuera tan sólo de cintura para arriba:

“…cinco muchachitas del Romea que han tenido el gusto auténticamente moderno de colgar el sostén en la percha de las prendas inútiles, porque son cinco nombres para la historia de la civilización española y porque son cinco nombres que mañana habrán de buscar los reporteros que aún no han nacido para empezar su información: «La primera vez que las segundas tiples salieron con los senos desnudos [...] se llaman Teresa Méndez, "Gogy" Gimeno, Paquita Anguita, Joaquina Bueno y Amalia Alonso”

En aquel contexto de contradicciones y enfrentamientos, de lucha entre lo que pugnaba por nacer y lo que se resistía a morir, el cuplé en general y el sicalíptico en particular adquieren, al margen de la magnitud artística que se le quiera atribuir al género, una importancia significativa en la historia de la música popular española. Ya he escrito de ese momento en el que la popularización de los espectáculos musicales y la posibilidad de la grabación técnica del sonido transformaron lo que hasta entonces era folklore a unas formas de canción popular muy diferentes, contemporáneas. No voy a insistir en ello, pues quien se sienta picado por la curiosidad puede leerlo haciendo aquí un simple clic. Recordemos, no obstante, como a lo largo de aquellas primeras décadas del siglo XX el cuplé vino a significar un punto de inflexión en la evolución de la música popular como género artístico en su camino del folklore, anónimo y transmitido oralmente, a la creación personalizada y a la grabación y distribución industrial de la canción.

Por otro lado, de entre aquellos cuplés de la época de oro, incluso de los más insignificantes dentro de un género considerado ya entonces ínfimo de por sí, pueden entresacarse importantes e involuntarios datos sobre la sociedad en la que nacieron y triunfaron: la vida cotidiana, los usos y costumbres, los trabajos, las modas, las formas de diversión y relación, las estructura social, los sucesos de actualidad y, en fin, todos esos pequeños detalles que constituyen la letra pequeña de la historia. Naturalmente, en tan fidedigno retrato no podía faltar el sexo, actividad hacia la que el género humano ha demostrado pertinaz querencia desde antes de ponerse a andar a dos patas. Ese es el principal terreno testimonial en el que se mueven los cuplés sicalípticos, y de él nace su especial significación.


Retratos femeninos con trazo masculino

Conviene dejar clara una premisa. Aquellas cancioncillas picarescas las escribieron hombres, y aunque fueran mujeres quienes los interpretaron, los dardos iban dirigidos específicamente a otros hombres. Se daba en ellas, pues, una imagen masculina del tipo de mujer deseable e incitadora para los hombres del momento, o, al menos, para algunos hombres de la época, probablemente los más “modernos”, los que supuestamente más lejos habían dejado los prejuicios sexuales instituidos y más cerca estaban de los nuevos y más heterodoxos. Digamos que en estos cuplés se muestra el tipo de fémina moderna capaz de despertar la libido del macho moderno. Sobre ambas partes del binomio ofrecen información los cantos sicalípticos, sobre el hombre, autor-receptor del mensaje, y sobre la mujer, sujeto del retrato y portadora de la llama del deseo.

La verdad es que el paisanaje masculino que puebla el paisaje del cuplé sicalíptico no sale muy favorecido en la foto. Todos se parecen al Carlos IV que pintó Goya rodeado de su familia: rijosos y avinagrados. Entre los hombres de los cuplés los hay guapos, pero pocos parecen buenos. Los hay trabajadores y señoritos, vagos y maleantes, chulos, falsos, infieles, cobardes, viejos y jovencitos, y todos, todos, lujuriosos. Los hombres de los cuplés son, siempre, el contratipo de la mujer, cuyo retrato resulta más nítido, revelador, a mi entender, de la condición femenina, social y sexual, durante aquellos años y de algunos de los cambios que en ella se estaban produciendo, lo que resulta al final más definitorio que el hecho mismo de la masculinidad de su autoría. Téngase en cuenta, por otra parte, que el retrato definitivo no es el que escribieron letristas y compositores, sino el que la intérprete ofrecía, matizado, cambiado o completado con sus movimientos, su ritmo, sus pausas y sus insinuaciones gestuales o vocales, por desgracia las únicas que nos han quedado.

Ya he intentado explicar, y ahora lo retomo, que el principal mecanismo de comunicación con el público fue el de la inocencia perversora. La interprete bien podía ser una jovencita cándida e inexperta, pero debía ser capaz de transmitir, desde su propia candidez, la idea del pecado y la transgresión. Para poner en movimiento ese mecanismo fundamental, el cuplé picaresco sacó a escena tipos muy variados de mujeres, que en su conjunto ofrecen rasgos muy diferentes y complementarios sobre el tipo de mujer real que aparecía bajo los rasgos de las retratadas.

Lo primero que llama la atención en las mujeres que protagonizan, siempre en primera persona, aquellas cancioncillas es que se trata de mujeres sexualmente activas, o deseosas de actividad sexual. Hoy en día bien puede tratarse de una característica que pase inadvertida, pues se ha convertido en común, pero no debe olvidarse que en aquellos momentos representaba una imagen femenina totalmente enfrentada al modelo de mujer sumisa y pasiva, incluso asexuada, que pregonaba y exigía el moralismo clerical, tan intransigente como poderoso, gracias a contar con el mayor aparato propagandístico y coercitivo de la historia: el que formaban cada cura de cada confesionario y de cada púlpito de cada iglesia de cada pueblo de España. Es fácil suponer la reacción que la salida a la luz pública de este tipo de mujeres, que sin duda habían existido desde siempre pero encerradas en la oscuridad de su intimidad, provocó en una sociedad en la que aún era común el uso matrimonial de aquellos tupidos camisones con ojal en el centro alrededor del cual prevenía de cualquier pecado una máxima que, en sí, no podía ser más perniciosa para la felicidad humana: “No es por vicio ni es por fornicio, es por hacer hijos a tu santo sacrificio”.

Pero no sólo eran provocadoras y transgresoras aquellas mujeres del cuplé, sino que también resultaban unas auténticas subversivas del orden moral y social dominante. No solo pecaban sin sentido alguno del pudor obligado, sino que, además, ninguna de ellas mostraba el menor atisbo de culpabilización moral por el pecado cometido ni por ser como eran. O como aparentaban ser. Tampoco resultaban castigadas por ello. Una cosa y otra, la ausencia de culpa y de castigo, las convertía en modelos femeninos a evitar, en una alternativa radical a lo existente, y, por tanto, peligrosas, cual carcomas, para el edificio del poder.

Además de sexualmente activas, las protagonistas de los cuplés suelen ser mujeres con un alto grado de independencia amorosa y social, siendo ellas siempre las que eligen, no las que son elegidas. Mujeres que hacen gala de criterios propios --especialmente en el terreno, claro está, del sexo y el amor, que es de lo que va la cosa-- y que se enfrentan de tú a tú a los hombres, con los que frecuentemente juegan y a los que menudo manejan, pero que rara vez utilizan, aunque no falte en la nómina alguna que otra mantenida. En cuanto a la traición y la mentira, las peores afrentas que, cuando sucedían, les podían hacer sus hombres, estas mujeres del cuplé podían ser engañadas, pero rara vez soportaban resignadas el engaño.

Es en este punto, pienso yo, cuando los cuplés sicalípticos y sus intranscendentes, incorrectas y pecaminosas intérpretes alcanzan una indudable connotación de modernidad y de subversión moral, más importante en tanto en cuanto bien podía ser impremeditada; la subversión, que no la modernidad, de la que eran bien conscientes. Ese carácter de no responder los cuplés sicalípticos a ninguna voluntad específica de testimoniar o concienciar de nada es, precisamente, lo que confiere verismo a los retratos femeninos que aparecen en ellos, haciendo pensar que no constituyen sólo una colección de idealizados retratos de mujeres capaces de excitar la libido masculina del momento, sino un mosaico sobre la realidad personal, sexual y social del nuevo tipo de mujer que anunciaba el siglo. 

Estableciendo las necesarias distancias, que son muchas, los rasgos que definen a aquellas mujeres de los cuplés, en el terreno sexual, pero también moral y por extensión social, avanzaban desde su ínfima condición de protagonistas del espectáculo más humilde, algunas de las condiciones de las mujeres, está vez reales, que en aquellos mismos años empezaban a tener un peso importante en el arte, la ciencia, el pensamiento o la literatura, pioneras en la lucha, en estos casos muy consciente, por cambiar el papel de la mujer en la sociedad. Si no hubieran sido aquellas chicas de los cuplés modistillas, dependientas, aguadoras o simples hijas del pueblo llano, sino cultivadas intelectuales o artistas, bien se podrían reconocer en sus retratos rasgos de la química y dietista Isabel Torres Salas, las juristas y políticas Victoria Kent o Margarita Nelken, las escritoras Emilia Pardo Bazán, Mercedes Pinto o María Teresa León, la pintora Maruja Mallo, la pedagoga María de Maeztu, la actriz y luego profesora Rosita Díaz Jimeno, nuera de Juan Negrín, o María Lejarraga, la anónima y real autora de las exitosas obras teatrales que firmaba su marido, el insigne Gregorio Martínez Sierra. 

Tal vez a alguien le pueda parecer exagerada esta comparación y probablemente lo sea, pero ahí la dejo, para que quien quiera le de vueltas una vez repasados los textos y canciones que vienen a continuación. Cuplés sicalípticos que, en cualquier caso, no se escribieron e interpretaron para la reflexión y el análisis, sino para el disfrute, que es lo que propongo ahora.






CUPLÉS SICALÍPTICOS
UNA RECOPILACIÓN



Tras un prolongado buceo por los mares de Internet, recalando convenientemente en los puertos físicos de los viejos libros que bostezaban en las estanterías, regreso ahora de un viaje que me ha permitido recopilar cerca de un total de cien letras de cuplés sicalípticos de la edad de oro del género. No es una selección rigurosa, sino incompleta y de aluvión, en la que a veces faltan datos importantes, como los autores o la artista que la estrenó y otros. Los transcriptores originales fueron en su momento tan perezosos como yo lo soy ahora, pues estoy seguro que bastan unos días de repaso de papeles en la SGAE y la Biblioteca Municipalpara completar lo incompleto. Pero es tan cómodo el mundo ciber y tanta la vagancia, que el resultado no merece el empeño.

En algunos casos, muchos más de los que esperaba, he podido localizar la grabación discográfica en youtube, cuya audición recomiendo vivamente, pues dan la dimensión casi completa de los cuplés correspondientes. De otros sólo quedan grabaciones muy posteriores, sonoras o ya con imágenes en movimiento. Las enlazo cuando no hay más remedio, aunque no sin remordimientos, porque estas grabaciones, las hicieran Lilián de Celis, Sara Montiel, Olga Ramos o cualquier otra, son ya simples copias de los originales realizadas en un tiempo que ya no era el que fue. Tiempo pasado que, precisamente, estos cuplés ayudan a comprender. En algunos casos he tropezado con la posibilidad de comparar las versiones originales con las que se siguieron cantando durante el franquismo que, como era de esperar, confirman la censura de la sicalípsis en los años de la dictadura, que quitó de los viejos cuplés picarescos todo lo que pudiera ser picaresco. Intento señalarlo en algunos casos comparando las correspondientes versiones.

Entre las muchas formas de ordenar estos cuplés he escogido el temático, por mucho que resultaría interesante comprobar los cambios habidos en el género a lo largo de esos 40 años de oro. Interesante, aunque con toda seguridad largo y tedioso. Lo dejaremos para otro siglo. Reunirlos, en cambio, alrededor de los diversos temas que abordan, debería permitir hacerse una mejor idea de ese aspecto a mi entender central del cuplé sicalíptico, que es el retrato que ofrece sobre la mujer en aquellas décadas de comienzos del siglo XX que transformaron España.


Buscarse la indómita pulga en estos tiempos de ciber-porno acumulado y al alcance de todos los tecleadores puede resultar, sin duda, una ingenuidad ni siquiera de quinceañero. También una tentación. Caigamos en ella. El ingenio y la picardía son valores perdurables que los mejores cuplés destilan entre polveras y bananas, gatitos y automóviles, bailes apretados y regaderas.




Animalitos indiscretos



La Pulga
El cuplé sicalíptico primigenio, el que trajo a España aquella francesa de voluminosas curvas a finales del siglo XIX. Tal fue el furor que despertó que pronto hubo una multitud de cupletistas buscándose el dichoso bichito. 

La primera que dicen que interpretó el número en castellano fue la pionera Pilar Cohen, aquella tangerina de familia acomodada que convirtió esta cancioncilla en su estandarte personal. No parece que se llegara a grabar en su voz, pero si se conserva la letra original de aquella primera versión. Un texto en el que hay que imaginar a la artista evolucionando ante el público.


I
Tengo una pulga dentro de la camisa
que salta y corre y loca se desliza.
Por eso quiero poderla yo encontrar
y si la cojo la tengo que matar.

Refrán:
Rapida salta y se esconde…
Ya me ha picado yo no se donde.
Más si, colérica, por fin la encuentro
A la muy pícara yo la reviento.

II
Estos insectos que tal molestia causan
Me encoraginan colmándome de rabia.
Como a esta pulga llegase a encontrar
Les aseguro que me las va a pagar.

(al refrán)

III
No hay más remedio, tendré que resignarme.
Muy buenas noches, ahora voy a acostarme.
Yo les suplico volver atrás la cara,
Porque no quiero que vayan a ver nada.
(al refrán)

(De pronto):
¡Ya está! ¡La tengo en mis manos!
¡Al fin la maté!


La pulga” tuvo un largo recorrido, pasando de una cupletista a otra en un hilo de continuidad en el tiempo. Seguramente en esos saltos fue cambiando la letra y, naturalmente, la interpretación corporal y gestual de cada intérprete. Incluso durante el el franquismo siguió dando la lata, aunque por lo que se puede comprobar se dejó en la censura buena parte de su picaresca.
La nueva adaptación que resultaría canónica en esa época dictatorial la firmó el Maestro Monreal y se incluyó en la película “La reina del Chantecler” (Rafael Gil, 1962) cantada por Sara Montiel. En ella, la pulga sigue molestando, pero ya no está dentro de la camisa, por lo que la supuesta búsqueda hasta la muerte final del bicho transcurre en un campo de batalla bien distinto y, desde luego, menos sicalíptico.

Hay una pulga maligna
Que a mi me está molestando
Porque me pica y se esconde
Y no de puedo echar mano.

Salta que salta va por mi traje
Haciendo burlas de mi pudor.
Su impertinencia me da coraje,
Y como logre  pillarla viva
Para esa infame
Que estoy buscando
Para era infame no hay salvación.

Yo descansaba leyendo
Una novela preciosa
Cuando esta pulga insolente
Vino a ponerme nerviosa
Ya cuatro veces se me ha escapado
Cuando he creído cazarla yo
Y por lo mucho que me ha pìcado
Para esa pulga tan indiscreta
Como la pille
Como la pille entre mis manos
No habrá perdón.

Aunque perdí mi sosiego
Por una pulga imprudente
Voy a quedarme tranquila,
Pues conseguí darla muerte
Ya más no corre, ya más no pica
Que entre mis manos al fin murió.
A su reposo vuelve esta chica
Y por lo tanto señores míos
Ha terminado,
ha terminado completamente
esta canción.



La hormiga
La Bella Zulima bien podría haber sido la receptora primera y directa de aquella pulga de Pilar Cohen, pues debutó en la compañía que tenía montada su padre, el empresario teatral Guillermo Cohen. No parece que fuera una estrella de primera magnitud, ya que en 1914 emigró a Argentina en busca de más éxito. 

Tal vez para no ser una simple imitadora de su maestra decidió cambiar la pulga original por una hormiga, bichito igualmente incordiante y escurridizo.


Hay señores, por favor,
¿Quién me quiere desnudar?
Porque tengo un miedo atroz
Y me voy a (…)

Una hormiga sin pudor
Me recorre sin cesar
Por arriba, por abajo,
por delante y por detrás.

Ay, que me muerde como una fiera
Ahora me sube por la cadera.
La picarona viene hacia mí
¿Quién me la coge? ¡pobre de mí!

Yo no puedo resistir
Este cosquilleo atroz.
Ya la tengo por aquí,
Pues ya noto algo interior.

¿Quién me la quiere coger?
Que me corre mucho más.
Por arriba, por abajo,
Por delante y por detrás

Usa sin duda un agujero
Para tomarlo por hormiguero.
Ay, como sube ¿Qué hacer, por Dios?
Y aquí en los sesos se me metió.

Como me harte de buscar
Y cazarla quiero aquí,
Pues no puede sospechar
Y el animalito ir.

Ya la tengo, la pesqué,
No me correrás ya más,
Por arriba, por abajo,
Por delante y por detrás.

Ven  picarona, que te he cogido,
Tu te creías hacer el nido,
Vas a la calle, lejos de mí,
Por qué mi nido no es para ti.





El arte de ser bonita
En 1905 Antonio Paso (padre del popular autor teatral de los 70) y Diego Jiménez Prieto escribieron con música de Amadeo Vives y J. Jiménez este breve cuplé en cuyos 13 versos se encuentra una perfecta definición de la condición esencial de la sicalipsis: más vale insinuar que mostrar.

Cualquier mortal atrapa
Una mujer, si se empeña,
Más que con lo que le enseña,
Con lo que tapa.

El peligro está en las curvas,
Porque dígame usted a mí
Qué mortal no descarrila
Si mira aquí.

Míreme usted atento
A ver qué me dice
De este movimiento.



Tango del morrongo
Aunque nacida en la valenciana Vinaroz, María Conesa (1982/1978), conocida como La Gata Blanca, acabó convirtiéndose en gran diva del cuplé y otras artes escénicas en México, donde murió. 

No fue cosa de exilio alguno, sino que desde muy niña tuvo relación con ese país. En 1908 grabó este tango que viene a demostrar que los más sicalípticos entre los animales son los felinos.   


Arsa y dale y yo tengo un morrongo
Que cuando en la falda así me lo pongo.
Arsa y toma yo tengo un minino
De cola muy larga, de pelo muy fino.
Si le paso la mano al indino
Se tira y se encoje de gusto el minino.
Y le gusta pasar así el rato,
Ay, arsa que toma, que picaro gato.

Ay, que fino, ay que fino,
El pelito que tiene el minino,
Ay morrongo, ay morrongo,
Que contento si así me lo pongo.

Aseguro que tengo una suegra
Que tiene la sangre más gorda y más negra
Que la bola del observatorio
Que sube y que baja de aquel promontorio.
Y se ha empeñado la pícara vieja
Que no le pellizque a mi esposo en la oreja,
sin saber que si no le pellizco
No se pone alegre ni me mira bizco

Ay que lata, ay que lata,
 son las suegras que meten la pata,
Ay que cisco, ay que cisco,
solamente por lo del pellízco.

Arza y toma, que hay un abonado
Que está del morrongo tan entusiasmado
Que me ha dicho que si se lo enseño
Me da cuanto quiero que es grande el (¿contento?)
Como no soy una profesora
Que da las lecciones en casa por horas
El que quiera aprender el morrongo
Que venga aquí a verlo
Al fin le propongo.

Ay que guasa, ay que guasa,
si yo diera lecciones en casa
Que chiflao, que chiflao,
debe estar el señor abonao.




Desde luego a las autoridades censores franquistas no debía gustarles ni un pelo el jodido gato, de tal manera que no conozco versión del morrongo de aquellos años. La única que llegó a interpretalo fue Carmen Sevilla en la película “La guerrillera de Villa”. Sin embargo, se dio el paradójico sucedido de que, al tratarse de una producción mexicana, ese fragmento del film se pudo ver en Sudamérica, pero no en España, donde la censura franquista lo suprimió directamente. Téngase en cuenta la ya muy avanzada fecha del film, 1969, nada menos que treinta años después de acabada la Guerra Civil.Y eso que cantaba solo la primera estrofa. Por fortuna y gracias a ese archivo abrumador y desordenado que constituye Internet, se puede ver ahora lo prohibido entonces.





La gatita
También en 1908, Maria Conesa, cuya afición felina debía ser evidente, cantó este cuplé, en el que, por cierto, la gatita debía ser ella misma, pues no hay alusión en la letra a ningún animalillo, sino simple sexo aerostático.

Aquel joven que del globo,
Según él me confesó,
Le gustaba la subida
Pero lo contrario no.

Hace pocos días
Yo le oi decir
Que conmigo en globo
Quería subir.
Yo por darle gusto con el ascendí
Y al bajar con gusto comentome así:
No he visto en mi vida cosa mejor,
Si fue buena la subida
Lo contrario fue mejor.

Yo tenía un amigo
Que la manía tomó
De comprarse un organillo
Y por fin se lo compró.

Y estaba el muchacho
Loco de placer
Dándole al manubrio
A más no poder
Y aunque le decía que eso era abusar
El nunca quería dejar de tocar,
Pero al fin y al cabo
Lo que sucedió
De tanto darle a manubrio
En los huesos se quedó.





La gatita blanca
A más del sobre nombre artístico de María Conesa, “La Gatita Blanca” también fue un cuplé. La letra la escribieron José Jackson Veyán y Jacinto Capella y pusieron la música Jerónimo Jiménez y el muy reconocido Amadeo Vives como parte de la zarzuela (humorada lírica, la definieron sus autores) del mismo título que se estrenó en el Teatro Cómico de Madrid en las navidades de 1905.

La obra supuso la incorporación definitiva a la zarzuela ligera del tema directamente sicalíptico, sin paliativos, y su estreno obtuvo un enorme éxito de público y un moralista rechazo de la prensa. “La Gatita Blanca, que pudiera llevar el subtítulo de ‘sólo para hombres’, no es ciertamente la obra más a propósito para celebrar la festividad de Noel”, se escribió en El Imparcial en referencia a las fechas del estreno, y en El Liberal se recomendó “vayan ustedes a ver La Gatita Blanca, pero tomen precaución de dejar en casa a la señora. Pasaría un mal rato seguramente”. En La Lectura Dominical, revista con “licencia eclesiástica”, fueron más tajantes: “es una inmundicia que las personas decentes deben de abstenerse de ver”.

Por fortuna se puede disfrutar en Internet de la grabación original, que supongo está interpretada por Julita Fons, que se consagró con ella y que cinco años después estrenaría también “La corte de Faraón”, cumbre de la zarzuela sicalíptica. Sus “cuplés de la gatita blanca” constituyen a mi entender una joya de la canción picaresca.


Un gatito muy travieso quiso conmigo jugar
Y me puso tan nerviosa que le tuve que arañar,
Pero tan meloso se volvió a poner
Que yo convencida yo jugué con él
Y tuvo unos juegos el muy picarón
Que el muy sinvergüenza me hizó a mi un chichón
Y cuando aquel bulto empezó a desinflar
Con unos cuantos gatitos nos pusimos a jugar.

Con unos cuantos gatitos nos pusimos a jugar.

Un teniente de ingenieros su pasión me declaró
Pero a mi los castillitos no me hacen ilusión.
Quiso un artillero llevarme al altar
Pero yo al oírle dije ¡bomba va!
De caballería llego un capitán
Que al verle montado me gusto la mar.
Hoy a las mujeres probado ya está
Que los hombres a caballo son los como nos gustan más.

Que los hombres a caballo son como nos gustan más

Una prima que yo tengo se ha casado hará ya un mes
Con un  chico que es sereno de la calle de Amaniel,
Ayer por la tarde la fui a visitar
Y la hallé más triste de lo natural.
¿Qué es lo que te pasa? Yo le pregunté.
Que se va mi novio al anochecer,
Que regresa a casa cuando sale el sol
Y me aburro por las noches sin el chuzo y el farol.

Que me aburro por las noches sin el chuzo y el farol.





El chocolatito
Aunque signifique alterar el orden natural de la clasificación, había en aquella revista  de“La gatita blanca” otro cuplé dialogado que no puedo dejar de enlazar ahora, si bien no pertenezca a la sicalipsis zoofílica en la que estamos, sino a la sicalipsis gastronómica que vendrá luego, pues no hay felinos en él, sino…


Servando : ¡Venga el chocolate!
Luisa: ¿Lo queréis los dos
con canela fina
que sabe mejor?
Servando: ¡A mí... canelita!
Periquín: También quiero yo.
Luisa: Pues ahí va canela
de la superior.

(Haciendo ademán de batir el molinillo uniendo las palmas de las manos.)
Dale ya, chiquillo,
dale al molinillo,
dale sin temor
porque el chocolate
cuando más se bate
resulta mejor.
Los dos: Sí señor, sí señor;
darle al molinillo,
darle sin temor.

(Figuran batir el chocolate haciendo dar vueltas al molinillo.)

Luisa: Hay que hacer con cuidadito
que la lumbre no haga llama
porque así el chocolatito,
al hervir no se derrama.
Para ver si está deshecho,
entra y sale el molinillo
y al mirar que ya está hecho
se le sirve en el pocillo.
Los dos: ¡Qué sencillo!
Luisa: ¡Muy sencillo!
Los dos: Entra y sale el molinillo
y al mirar que ya está espeso,
me lo sirve en el pocillo.

Luisa: Moja un bizcochito
en mi pocillito
que está calentito
y te va a gustar.
Tú no hagas el tonto
que se enfría pronto
y como se enfríe
no te va a gustar.
Los dos: ¡Trae pa acá! ¡Trae pa acá!
En tu pocillito
mojo el bizcochito,
y qué rico está.
Luisa: Como es especial
este chocolate
nunca sienta mal.

Los dos: ¡Qué rico chocolatito!
¡Qué dulce y sabroso es!
Luisa: Si no basta un bizcochito
pueden mojar dos o tres.
Los dos: ¡Eso es! ¡Eso es!
Servando: Lo menos dos.
Periquín: Lo menos tres.
Los dos: ¡Eso es!, etc.

(Figuran mojar en el pocillo, imitando coger el bizcocho con la punta de los dedos.)




El tango del conejito
Consuelo Vello Cano (1884/1915), hija de guardia civil y lavandera, que pasaría a la historia del cuplé con el nombre ya mítico de La Fornarina. conoció la prostitución antes que el éxito artístico, que cuando llegó fue total. En 1903 protagonizó el capricho cómico lírico bailable en un acto y tres cuadros “La bodega del diablo”, de Rafael Abellán y Jesús Aroca. La Fornarina cantaba: 


Tengo un conejito precioso
 y si tú lo quieres ver,
vente al corral de mi casa
y allí te lo enseñaré.

Tiene el pelito de seda
y produce sensación,
si se la pasa la mano
por el lomo al picarón.

Es muy alegrito
muy chiquirritito,
y el tuno, jugando,
menea el rabito.

Nunca se está quieto
el muy picarón.
¡Ay,… y qué cosas hace!
¡Bendito sea Dios!.



  


La erótica de los objetos
y otros fetichismos



Vals de la regadera
De nuevo fue Julia Fons quien estrenó en le Teatros Eslava en 1907 este vals, que bien podría ser considerado como una obra paradigmática del cuplé sicalíptico. Formaba parte de la zarzuela “La alegre trompetera” escrita y compuesta por Antonio Paso y Vicente Lleó, autor también de la música de “La corte de Faraón”, quienes la definieron nada menos que como “pasatiempo lírico en un acto, dividido en cinco cuadros y un intermedio telegráfico”. ¡Toma ya salero! No se conserva, o no he encontrado, la versión original de Julita Fons, que no me consta que fuera grabada, pero sí una estupenda interpretación coetánea de María Conesa. Con ella inauguramos esta sección en la que los objetos cotidianos alcanzan su cumbre sicalíptica.


Tengo un jardín en mi casa
que es la mar de rebonito,
pero no hay quien me lo riegue
y lo tengo muy sequito.

Y aunque no soy jardinera
Ni me cansa el trabajar,
por la noche, aunque no quiera,
me lo tengo que regar.

Al acostarme
y al levantarme,
lleno de agua
mi regadera
y con las faldas
muy recogidas
lo voy regando
de esta manera:

Ahora este macizo
luego esta ladera
y un par de chorritos
en la enredadera.

Pero me fastidia
tener que regar,
porque acabo muy mojada
y me tengo que mudar.




Aunque se hicieron numerosas versiones de este “Vals de la Regadera”, todas posteriores, por cierto, a la era franquista, las mejores, a mi entender, son las dos que se pudieron ver en el programa de televisión “Un, dos tres… responda otra vez” en 1984 y 1989. No es de extrañar, digo, porque conociendo el talento televisivo del director del espacio, Chicho Ibáñez Serrador, y su afición a la picaresca y al método sicalíptico, esa cualidad de insinuar sin mostrar que forma parte de todo su trabajo. Ambas adaptaciones las interpretaron sendas azafatas del programa, Silvia Marsó, que después haría carrera como actriz, y la británica Naomi Unwin, de desconocida carrera posterior, acompañadas por sus compañeras azafatas. He encontrado un ajustadísimo montaje de ambas emisiones, que enlazo. La versión, además, incluye las estrofas finales que se había ahorrado en su momento María Conesa y que rematan el sentido sicalíptico del cuplé.

(Continuación)
No encuentro ni un jardinero
y es el caso extraordinario.
Que entre tanto caballero
no haya alguno voluntario.
¿No?
No se asuste si le invito
a que venga a trabajar
porque como es tan chiquito/
tiene poco que regar.

Y si hay alguno
que al escucharme
gustoso acepta mi regadera,
yo le prometo
que en dos lecciones
sale regando
de esta manera.

Eche usté un chorrito/
Sobre mis jazmines./
¡Cuidadito, pollo/
 con los calcetines!/
Pero me fastidia/
tener que regar/
porque acabo tan mojada/
que me tengo que cambiar.




La Vaselina
Otro clásico que bien podría subtitularse dudas de una jovencita casadera en la noche de bodas. 

Lo estrenó en 1933 María Yánez (1901/2001), más conocida por su nombre artístico de Bella Dorita, a quien se le atribuye el primer desnudo integral de la historia del espectáculo en España, aunque sobre eso, se dicen y se cuentan muchas versiones distintas. Por más que he buscado no he encontrado a los autores.


Estoy muy sobresaltada
porque ya se acerca el día
que del brazo de mi novio
entraré en la vicaria.

Ya me han encargado el traje
que es de encaje y tela fina,
y papa para este viaje
me ha comprado vaselina.

Todos me aseguran
que motivo tal
es muy conveniente
para no andar mal

Pero soy tan inocente
que no acierto a comprender
para que es la vaselina
y en que sitio la pondré.
Si usted ya lo sabe
me debe explicar
si el díaa de boda
se debe de usar

Aseguran mis amigas
las viuditas y casadas
que poniendo vaselina
no se nota casi nada.

Y ayer dijo mi familia
que en el día de la boda
como nunca fue a la iglesia
que tampoco entrara toda.

Y como a la fuerza
no debe de ser
veré si con magia
la puedo meter.

(Al refrán)




La noche de novios
Una vez descubierta la utilidad de la vaselina, la recién casada al fin podía empezar su interminable noche de bodas, según el cuadro que Álvaro Retana contó a través de la voz de La Chelito.


Chico,
no seas borrico,
despierta,
que no tengo ganas de dormir.
Vamos,
si no charlamos
mañana me divorcio yo de ti.

Paco,
yo no me aplaco
si tú no continuas
me da un sofocón.
Anda, prenda querida,
dame en seguida
conversación.

Allá de madrugada,
como es de suponer,
la conversación
empezó otra vez.

Y un huésped que dormía
en la otra habitación
se indignó al oír
tanta animación.
Esto es mucho fastidiar.
¡Ay, señor! ¿Cuándo van a parar?

Niños,
no más cariños;
¡por Dios! ¡que se oye todo, tengan
compasión!
Pues que soy soltero
y a nadie puedo dar conversación.
Noto que me alboroto
y siento unas ganas horribles de charlar.
¡Bueno!, hablaré solo
y así estaremos los tres igual.



El pulverizador.
Olga Ramos, que podría ser considerada la última de las cupletistas clásicas, no empezó como cantante, sino como violinista en los cines poniendo banda sonora las películas mudas que todavía se proyectaban en Madrid durante la guerra civil, empleo al que al fin accedían las mujeres al darse el caso de que los hombres que hasta entonces los habían ocupado estaban en los campos de batalla. Después de una carrera poco brillante durante el franquismo, al fin consiguió él éxito durante los años de la transición política, en los que la picaresca musical volvió a disfrutar de una efímera fama. Acudir a escucharla en los años 80 al local que había abierto en la calle madrileña de La Palma se convirtió en una cita obligada del progresismo intelectual y chic que en sus cuplés sicalípticos encontraron un símbolo de la libertad recién conquistada. Ya era una cupletista de la tercera edad, pues ya andaba por la sesentena, lo que no impidió que se convirtiera en interprete de culto. Allí alerto/incitó sobre el poder erótico de los aparatos de cosmética femenina. No da nombre ni seña de los autores.

(Al público: Mirad, a este pulverizador le falta la gomita y el chismecito, pero yo lo voy accionar, como si estuviera completo)

Si quieren perfumarse
de forma delicada
colonia o talco echarse
con toda discreción.

(sobre todo el talco eh, el talco)

La casa recomienda
y da su garantía
para estar bien al día
el pulverizador.
ay, ay …

(un momento, un momento. como en las películas tengo que decir que la temática de este cuple puede herir el espíritu sensible)

Estribillo:
ay, ay, ay
ay que pulverizarse
ay, ay, ay
que aroma embriagador
ay, ay, ay
que gusto da rociarse
que gusto da rociarse
con el pulverizador.

(Correcto, correcto…)

No hay nada comparable
al toque de elegancia
ni a la sutil fragancia
del pulverizador.

(Atención hijas mías, nenas, nenas, mirad…)

Se coje con cuidado
se aprieta la borlita
y cae la lluviecita
de encanto seductor.

(A ver caballero quiere usted pulverizar a las damas y después a mi la patilla. Un aplauso al caballero pulverizante…. Un aplauso. Nosotros, acompañamos todos…
Pulverice pero no como un spray)

Estribillo:
ay ay ay
ay que pulverizarse
(que arte)
ay, ay, ay
que aroma embriagador
(a mi la patilla… que se queda sin genero)
ay, ay, ay
(dice la señora que quiere mas, dice)
que gusto da rociarse
que gusto da rociarse
con un pulverizador.





La llave
El dramaturgo, poeta y periodista Juan José Cadenas, autor también de numerosos cuplés, escribió este para La Fornarina, su intérprete preferida. En realidad no era una creación propia, sino la adaptación, bastante libre, de un tema británico de 1901 que originalmente portaba el bucólico título de “La madreselva y la abeja” y que contaba los inocentes sucedidos entre una pareja en pleno idilio campestre. 

Ni que decir tiene que la versión que cantaba, gesticulaba y bailaba La Fornarina iba por caminos sicalípticos muy distintos, que bien se podrían resumir en una versión castiza de aquello de “es que me quieres mucho o que llevas una llave en el bolsillo”.

Como curiosidad he encontrado una adaptación camerística a cargo de la mezzosoprano argentina Roxana Deviggiano. Merece la pena darle una oída



La bellisima Asunción
se escapó de la pensión
al llegar el carnaval
y vestida de bebé
una noche al baile fue,
decidida a divertirse y a gozar.

Un pollito que la vio
para el chotis la invitó
y salieron a bailar,
pero mientras que bailaba,
como tanto la apretaba,
sin querer la lastimaba el animal.

Refrán:
- Suélteme usté, decía medio ahogada Asunción
porque me aprieta y me va usté haciendo un daño atroz.
Sáquese usté esa llave tan grande y feroz
que lleva ahí en el bolsillo del pantalón.

Acabaron de bailar
y se fueron a cenar
el pollito y Asunción,
y entre el baile y el charlar
y las risas y el champán,
la muchacha sin querer se mareó.

Y él queriendo aprovechar
la besaba sin cesar
y juraba eterno amor
y al llegar a la habanera
la invitó para que fuera
a dar otra vueltecita en el salón.

Al refrán





El diávolo francés
Escuchándolo se saca de la consecuencia de que en esto de la sicalípsis los objetos cotidianos contienen un singular poder erotizante. Debía ser originalmente una canción gabacha, porque firmaban el texto Leo Lelièvre y Paul Briollet, afamados letristas franceses, y la música el británico Bennet Scott-Paans, que la habían titulado “Le vrai diabolo”. 

Desconozco el adaptador español y la fidelidad al original, pero en España la grabaron a dúo en 1912 nada menos que Preciosilla y La Fornarina.


De los juegos que hoy de moda están
Es el Diávolo el más seductor
Porque en todas partes
Hace el Diávolo furor.
Por las mañanitas en París
Hoy los novios se hacen el amor
Tirándose el chisme
Cuantas más veces mejor.

Refrán:
Es un juego sensacional
Y el que quiera el juego aprender,
Diávolo, Diávolo,
Aquí puede venirlo a ver,
Diávolo.

Para el juego bien ejecutar
Débese jugar de dos en dos
Porque así será siempre
Mejor combinación.
Dele usted a la rueda un poquitín

Diávolo, Diávolo,
Elegante y original,
Diávolo.

Hacia donde la pareja esté,
Tira usted la rueda,
Luego se la tira a usted.





Guantería 1900
Bien se podría decir que a La Bella Dorita, que lo cantó, este cuplé de Álvaro Retana le sentaba como un guante.


Una jovencita
vino a mi bazar,
porque un par de guantes
quería comprar…
mas le traje un guante
de piel tan tirante
que empezó la chica
a protestar
lo que yo le daba
no era a su medida
y, con tanta esfuerzo,
quedó dolorida.

“¡Ay, por Dios! ¿Qué me hace usted?
¡Vaya modo de apretar!
Tenga cuidado que no es por ahí
y, si continúa, me va a lastimar”.

Yo le dije muy formal:
“No le debe sorprender,
todo suele siempre molestar
cuando es, señorita, la primera vez”…

Yo tomé unos polvos
que en un bote había,
los eché en el guante

y cambió en seguida.
“¡Ay, qué bien me lo hace usted!
¡Siga así con suavidad!”
“Vamos, señorita, ya habrá visto usted

que he metido bien
más de la mitad.
Mas sí, al fin, del todo entró
y le ha venido tan bien

eso ha sido nada más
por los polvos que le eché”.



Poco a Poco
En 1933 seguía la Dorita con su afición a los guantes.

Fui la otra mañana
A comprarme guantes
En una lujosa y fina guantería.
Vino el dependiente
Pasó muy galante
Y pidió en el punto
Lo que yo quería.

Al ir a probarme, me dijo el guantero:
déjeme señora, yo se lo pondré,
y un tanto azorado empezó a meterla
y al verle nervioso, así le exclame:

-Poco a poco, por favor.
Y apretando sin cesar,
Con dulzura y sin temor,
Que me puede lastimar.
Sigue, sigue, aprieta así,
Un poquito, anda vida, un poco más,
Que ya noto falta poco…
Ay, ay, basta, basta
Que ya está.





Sortija estrecha
En el inventario cupletero de cosas que entran y que salen, Álvaro Retana, que de eso debía saber un rato, incluyó a los anillos, de pedida, a ser posible. Sólo he encontrado la parte final de la letra, que debía ser más larga.


…Al verla en la mano la encontré pequeña
y el chico me dijo: “Te entrará muy bien”.
Y cuando la cena los dos terminamos
lleno de entusiasmo la probó a meter.

El muchacho hacía hábiles esfuerzos
pero ni torcida la podía entrar
cuando, de repente, noté sorprendida
que ya había entrado casi la mitad.

Yo le dije: “Chico, sería espantoso
que, una vez metida, no pueda salir”.
Y él me dijo: “Tonta, si esto sucediera,
serías el caso primero en Madrid”.

Seguía apretando con tal maestría
que, al sentirla dentro, grité de alegría.
Más dije pensando en tanto dolor:
“Mas grande me hubiera venido mejor”.

Por eso un consejo
os quiero yo dar
las cosas pequeñas
hay que rechazar.





¿Corta o larga?
Esta disertación sicalíptica sobre la moda y su influencia en la sexualidad de los humanos fue escrita una vez más por el muy prolífico Álvaro Retana y el maestro Amalio. La grabó La Chelito en 1922.



I
Las damas elegantes
Estamos hoy confusas,
Al no saber qué moda
Por fin se va a imponer.
Se llevan mil hechuras
A cual más diferente,
Sin decidir qué traje
Nos hemos de poner.
Y en esta horrible confusión
Nadie nos da la solución.

Refrán
Y para colmo además
Otra inquietud nos embarga:
¿Cómo la falda encargamos?
¿Qué se estila? ¿Corta o larga?

II
Mamá me ha dicho siempre
Que vista a mi capricho,
Que lleve cuanto crea
Que a mí me sienta bien.
Por eso si el modisto
Me trae la falda corta
Por medio de algún truco
Yo se la alargaré.
La falda corta no está mal,
Pero la larga es ideal.

Refrán
En esta cuestión a mí
Ninguna duda me embarga,
Si a unas les gusta muy corta
Pues yo la prefiero larga.

III
Con el sombrero pasa
Igual que con el traje,
Se lleva grande o chico,
Sin unanimidad.
Las unas lo llevamos
Calado hasta los ojos,
Y en cambio otras opinan
Que no hay que exagerar.
Y en esta horrible confusión
Nadie nos da la solución.

Refrán
Mas yo diré que jamás
He de cambiar de opinión,
Siempre he pensado lo mismo,
Cuanto más dentro, mejor.




Tobillera
En contraposición con La Chelito, que las prefería largas, Raquel Meller (1888/1962) las prefería cortas. Las faldas.

 Quién fue probablemente la artista más reconocida internacionalmente del cuplé español también tuvo su etapa picantona, como en este caso, en el que parecía intentar despertar en los espectadores u oyentes la fijación del fetichismo masculino por las pantorrillas femeninas.  

La grabó en 1921 y la compusieron Adolfo Sánchez Carrere, que escribió una letra a su excelente altura habitual, y el maestro Modesto Romero, su compañero frecuente en estas lides. Por desgracia no he encontrado registro sonoro.


I
Porque los hombres que son osados
Todos me dicen algo al pasar,
Luz, mi doncella, gruñe y se enfada
Cuando al colegio me va a buscar.
Y me critica por mi figura,
Por mis andares, por mi estatura,
Y yo me pongo fuera de mí,
¡de buena gana la daba así!
Porque yo tengo el genio
Que se debe tener,
Y además lo que tenga
Cualquier otra mujer:

II
La profesora me tiene rabia
Y yo lo encuentro muy natural,
Porque soy joven, visto de corto
Y ella no puede vestir igual.
Pues como luzco las pantorrillas
Saco a los hombres de sus casillas
Y hasta mi casa van tras de mí,
Y eso que vivo en Chamberí.
Sobre todo los viejos no me dejan parar.
¡Qué muchacha –me dicenTú
me harás chochear!
Que lo diga, si no, Baldomerito.
Menudo arañazo se ganó la otra tarde
por decirme, mirando a mis
pantorrillas:

Estribillo
Tobillera, tobillera.
Por lo visto en tu colegio
La enseñanza es de primera.
Tobillera, tobi, tobillera.


Recitado: Y no es eso lo peor, no. lo que más rabia me da es que luego la toman con mis faldas y empiezan a decirme:

Estribillo
Tobillera, tobillera
Bien está que todo suba
Pero no de esa manera,
Tobillera, tobi, tobillera.

Recitado: Además, esto no es impudor, como creen algunos, es… economía. Por eso mamá cuando vamos a la modista siempre dice lo mismo:

III
Que no soy niña bien educada
A mí me han dicho ya más de dos,
Porque no guardo las buenas formas,
¡que no son malas, gracias a Dios!
Y aunque soy niña, yo bien comprendo
Por qué esas cosas me van diciendo
Las que usan faldas hasta los pies.
Y a esto le llaman lo que no es
Las que tapan las piernas
Cuando van por ahí
O las tienen muy feas
O las tienen así…

Estribillo
Tobillera, tobillera,
Con la tela de una falda
Salen dos de esta manera.
Tobillera, tobi, tobillera.



Medias de seda
Insistiendo en los fetichismos masculinos, esta vez el de las medias de seda, tan novedosas entonces y siempre tan excitantes, la cubana Pilar Arcos (1893/1990), que era hija de los dueños de un circo, triunfó en España y acabó muriendo en Estados Unidos, grabó en 1927 este tango de los argentinos Juan Andrés Caruso. Música José Bohr. 




De tarde en coche, capota baja
Muy orgullosa, vas a pasear,
Con la pollera muy recogida
Porque tus piernas quieres mostrar.
Piernas que lucen, coquetamente
Medias de seda de color beige,
Que hace más lindos los zapatitos
Que lucen tus diminutos pies.

Medias finas de seda
A las que adoras tanto,
Medias finas de seda
De un misterioso encanto.
En la loca tentación
De tus íntimas querencias,
Desalojaste las medias
tan humildes de algodón.

Primero medias, después vestidos
Luego melena a la garçòn,
Sombreros buenos, alhajas finas
Y un cotorrito muy coquetón.
Paseos en auto, de noche al Tigre,
Farras corridas, loca ilusión,
Fueron las medias, de seda fina,
Las que causaron tu perdición.





Las Pantorrillas
Variación sobre el mismo tema compuesta por Eduardo Montesinos y Pedro Badía. En los años veinte, La Chelito obtuvo un gran éxito con este cuplé en el mítico Kursaal, salón histórico en el que también se jugaba a la pelota basca y en el que llegó a realizar sus danzas lúbricas la mismísima Mata-Hari.


En invierno y en verano,
con el frío y el calor,
mucha gente tiene miedo
a salir de su rincón.
Pero, en cambio, la muchacha
madrileña de verdad,
con su falda recogida
por la calle siempre va.

Refrán:
Y haciendo así con mucho "aquel",
igual los pollos que los viejos
no se pueden contener.
Porque al mirar la redondez
y perfección que atesoramos
gritan todos admirados: -¡Olé!

Dibujando el zapatito,
escotado y de color,
una media negra hace
un efecto superior.
Y subiéndose la falda
blanca enagua deja ver
con encajes muy rizados
y entredoses de crochet.

(Refrán)

Una media azul demuestra
que del pueblo ayer llegó
y la blanca ser criada
de algún viejo senador.
Cuando tiene rayas verdes
o puntitas de color
suelen ser de una jamona
que exhibir quiere el jamón.

(Refrán)



Polveras
De nuevo Pilar Arcos poniendo de relieve con este Fox trot de J. A. Palacios el poder erotizante del maquillaje.


Las mujeres
Que buscan de la vida los placeres,
Y que ansiosas
En el amor pretenden ser dichosas,
Deben tener
en su lugar secreto femenino
Que a los hombres cautiva
Y los mima dulcemente.
El secreto
que tienen unos labios dibujados
Y el dominio
 de unos ojitos con crayón rasgados
Com promesas
del paraíso terrenal perdido
Que es el jardín florido
Del pecado mortal.

Clavecitas de ilusión,
Labios de carmín,
Rojas flores de pasión,
De un  ideal jardín.
Mariposas de placer
Eso es la mujer
Y es su templo del amor
El dorado socavón.






  


Fantasías hortofrutícolas




La Higuera
Como queriendo confirmar la etimología que la RAEatribuía a la palabra sicalíptico la Gran Compañía de Revistas Mejías-Alba estrenó en 1931 la revista de aventuras galantes en dos partes divididas en nueve cuadros “La pipa de oro” en la que se incluía esta pieza, de la que lamentablemente solo he encontrado un fragmento de la letra. La cosa era así: uno de los personajes aseguraba que el pecado original no lo había causado una manzana, sino el higo. Entonces la “bellísima vedeteSara Fenor se lanzaba a cantar:


Aquí te ofrezco el higo,
La fruta más sabrosa,
La mas estimulante,
La más apetitosa,
La fruta que a los hombres
Les gusta con pasión.
Para ellos esta fruta
Siempre fue su perdición.
(…)
El higo que te ofrezco yo
Es fresco, dulce y chiquitín,
cuando lo pruebes ya verás
Como vendrás a repetir,.

Al higuí, al higuí,
Con la mano no, con la boca sí.


Régimen severo
También le dio la Bella Dorita a la sicalípsis hortofrutícola, buena muestra de la cual es esta lección de dietética producto de la entonces reciente y provocadora moda de adelgazar en aquellos tiempos de mujeres abundantes.

Como todas las señoras de hoy en día
El furor me ha dado a mí de adelgazar
Y a un doctor especialista en quitar grasas
Le he pedido que me quiera aconsejar
Y me ha dicho: las verduras, hija mía,
Desde hoy serán su santo y patrón,
Que las carnes son manjares del diablo
Y los guisos su más grande perdición.
Y con su voz grave que miedo me dio,
Régimen severo, así me recetó.

Refrán:
Nada de patatas, no.
Nada de judias, ka,
Nada de garbanzos,
Ni un grano de arroz,
Solo berenjenas, sí,
Solo zanahorias, ¡ay!
Y unos nabos tiernos
Que aclaran la voz.
Siga mi consejo
Y dentro de unos años
Tendrá usted a sus plantas
al lobo feroz.

Enseguida fui al mercado pues me gusta
Por mi misma las cogidas escoger,
Y encontré unas berenjenas estupendas
Que en mi mano no podìan ni caber.
Me compre de zanahorias cuatro kilos,
Como eran que entrarían solo tres,
Nabos tiernos, dos manojos, y un pepino,
Mas hermoso que la faja de un payés.

Recitado: Y con esta compra que más que un manojo de hortalizas parecía un ramo de esos que antes llamaban toyas, me subí a casa del doctor y mostrándoselos le dije: ¿qué le parece?
–Estupendo, ahora ya sabe, póngalas en el turmix y a saturarse con su jugo.
Yo no salía de mi asombro ¿pero en el turmix?
–Naturalmente, o se las va usted a comer así. Hay que progresar, señora, precisamente lo que usted necesita es un buen zumo.
Yo iba a replicarle que no era precisamente eso precisamente eso lo que yo  necesitbaa, pero como él lo decía debía saberlo mejor que yo. Y ya me tienen ustedes tomándome el zumo de las zanahorias, y de los nabos y de los pepinos. Sólo me deja comer enteros los rábanos. ¡Pero señores! Si los rábanos no llegan a ninguna parte, no es una cosa que te llene, en cambio una buena zanahoria, esto si que le llena a una. Y estoy perdida, porque me bebo el jugo y como si nada, porque a mi estas cosas si no las puedo comer enteras no les puedo encontrar el gusto. Eo gusto se lo encuentro saboreándolas, masticándolas. ¡Ay! Si yo no puedo morderlas no disfruto. ¡Pues no! Solo puedo contemplarlas cuando las traigo llenas de tierra, de hojarasca, de cosas del campo, pero en cuanto están lavaditas, con la piel fuera y con aquel color tan rosado y tan hermoso que les queda, entonces al turmix, a turminearlas. Bien. Y después del un sorbo al estómago, que pasan por tu boca sin que te enteres. Así es que señora, estoy loca con este régimen naturista y el mejor día dejo las berenjenas, las zanahorias y los nabos y me atraco de filetes de ternera a ver si en el cambio encuentro más gusto.

Y con su voz grave que miedo me dio
Régimen severo, así me recetó.

Al refrán

Tome zanahorias cada día
pues así tendrá lo que quería.




La tetera
Perteneciente a la fantasía cómica “Son naranjas de la China”, texto de Franco Padilla y música de los maestros Quiurón y Soriano que contó con Elena Brito como primera vedette. Estrenada en el Teatro Cómico de Barcelona en marzo de 1936 fue una de las últimas revistas que se subieron al escenario antes de la sublevación militar de cuatro meses después.


Dispuesta a darte gusto
Con íntimo placer
El té que tú deseas
Te lo serviré

Para entonar los nervios,
para quitar la sed
No hay en el mundo nada
Como el sabroso té.

Refrán
Tómalo, calentito;
Tomalo despacito
Y endúlzalo bien.
Échale un terroncito
Y si eres golosito
Échale, échale dos o tres.

Yo tengo un servicio
Que envidia cualquiera
¡Qué tazas preciosas!
¡Qué rica tetera!

Al refrán…




La castaña
Sin identificar autores, fecha ni cantante original. Interpretada por Sonia Rohs en 1996 en el programa de Canal 7 TV “Historias del cuple
 

La castaña es una fruta
Que se cría aquí en España
Y del monte que yo vengo
Me he traído esta castaña

Como está recién cogida
En probarla no hay excusa
Porque puede a simple vista
Contemplarse la balusa.

Si alguno la quiere
La puede coger
Y que se la pele
Y que se la pele
Si quiere después.

Bis



  
El Tiesto
Sin identificar autores, fecha ni cantante original. Interpretada por Esperanza Argüelles en “Historias del Cuplé”.  Canal 7 TV, 1996. No podría jurar sobre la Biblia que se escribiera en los tiempos históricos del género y no posteriormente.


En mi jardín escondido
yo tengo una rosa
del más suave olor.
Es una cosa preciosa
Que todos la llaman
La flor del amor.

Celoso mi jardinero
Me la riega con esmero
Con un líquido especial.
Y me dice con orgullo
Que me plantará un capullo
dentro del mismo rosal.

Cómo anda en mi rosa el rocío
Me lo aprieta con placer
Y me besa dulcemente
Me abre toda sin querer.

Estribillo:
Mayo desea un capullo
Para poderlo cuidar
Y congiéndole del tallo
en el capullo besar


Si a mi jardín por delante
Alguno un capullo
Me sabe plantar
Ya le diré yo al instante
Que no me descuide
La parte de atrás.

Porque te tengo marchita
Una rosa chiquitita
Deliciosa y virginal,
En donde también yo quiero
Que me plante un  jardinero
Un capullo colosal.

Cuando en mi rosa hay rocío
Me la riegan con placer.
Y la rosa dulcemente
Se ha abierto ya sin querer

Al estribillo




La rumba del café
Si hasta el té, bebida inocente y compartida donde las haya, pudo insinuar la concupiscencia, por qué el café habría de ser menos, aunque no sean tanto las infusiones como el servicio las que avivan las llamas del amor, sino los objetos que se utilizan para su ebullición. 

La Bella Dorita, acompañada por la orquesta Crazy Boys, sus acompañantes durante un tiempo, demuestra con esta rumba que era una experta con el molinillo entre las manos.



Una joven con el molinillo
Movía a su novio el caracolillo
Y se hacia poco a poco el polvito del café.
Cuando el agua ya estaba caliente
Con la cucharilla de modo prudente
Preparó el caracolillo
Y melosa dijo a él:

Refrán:
Pa probarlo preciso primero
Que me sirva mi buen camarero.
¡Camarero! Vamos hombre, acérquese usted
Venga y sírvame pronto café.
¡Camarero! Me deshago con tanto llamar.
Camarero, venga usted, venga usted camarero,
Porque quiero que me de calentito el café.
Sírvame, ¡Ay! Sírvame.

Si tú quieres el caracolillo
Acércame un poco la cara hiquillo
Porque es rico y sabe a besos
Y te hace delirar.
Gloria pura resulta un traguito
Si está muy molido y bien calentito
Ven y dame la boquita que te quiero convidar.

Al refrán…







  

El sexo de las máquinas




Un paseo en auto
Los comienzos del siglo XX fueron los del auge industrial y la pasión por el maquinismo, tiempos de la velocidad y la mecánica. Cómo no iban a aprovechar nuestras vedettes sicalípticas el poder erotizante de las maquinas y de los múltiples usos que permitían. Por ejemplo, los coches, que tan lejos podían llevarles. Compuesto por Álvaro Retana y el maestro Ricardo Yust lo cantó nada menos que La Chelito.


Una noche de abril
Con un pollo gentil,
Prometiéndomelas muy felices
En un auto ideal
Me marche muy formal
Hacia la Cuesta de las Perdices.
Anhelando su amor
Le abracé sin temor
Esperándole ver derretido;
Más noté con horror
Que no andaba el motor…
¡Qué fastidio! ¡Cuando estábamos
A lo mejor! tuve que decirle:

Dime tú, por favor,
que te pasa mi amor
Que no puedes seguir.
¡La verdad es que esto no me lo esperaba!
¡Yo creí que el motor funcionaba!
Yo contigo jamás volveré a pasear,
Esto a nadie le suele pasar.
¡Vaya un chasco, gacho, que camelo me has dao!
¡Ay, que mal has quedao!

Tanto sufría yo
Al mirar el ahogo
No lograba que aquello marchara,
Que por fin me arriesgué
Y al muchacho ayudé
Parta que su motor funcionara.
Con atroz frenesí
Le ayudé tanto allí
Que la cosa se puso divina.
Mas de pronto el motor
Me llenó de pavor.
¡Vaya un modo de echar gasolina!
¡Aquello era horrible, caballeros!
¡Se lo juro! Y tuve que decir:

Dime ya por favor
Que le pasa al motor,
Pues me asusto la mar;
La verdad es que esto yo no lo eseraba,
¡es más de lo que me figuraba!
Cuando quieras salir
Volveremos aqui,
Porque estoy muy contenta de ti.
¡Eres grande, gachó! No me había fijao,
Y qué bien has quedao.


 La moto
El coche tenía cuatro asientos favorables al escarceo sexual. Con dos tan sólo, la moto exigía verdaderos equilibrios, pero si se le ponía sidecar la cosa se facilitaba bastante. Letra: Raffles. Música: Rafael Adam. Intérprete: Salambó.
.

I
Viste mucho, según Doña Cleta,
El tener una motocicleta.
Sobre todo para pasear
Sentaditos en el sidecar.
Muchos chicos de la aristocracia
Una moto ya esperan de Francia
Y la Lola ha encargado a París…
Paf… paf…
Eso ya no se puede decir.

Refrán:
Es la moto, la moto
La motocicleta
Una moto que a mí no me peta,
Porque cuando se está en lo mejor
Se le suele parar el motor.

II
Con su novio que es un poco feo,
Pilarcita se fue de paseo.
Él se puso la moto a guiar
Y ella iba en el sidecar.
Sé que fueron a marcha ligera
Caminito de la Guindalera
Y después les han visto venir…
Paf…. Paf…
Eso ya no se puede decir.

Al refrán

III
Romanones para ir a su coto
Se ha comprado anteayer una moto.
Pero dicen que es tan previsor
Que la tiene por si a lo mejor
Le llamaran deprisa en palacio,
Pues el pobre camina despacio
Y además por si se quiere ir…
Paf…. Paf…
Eso ya no se puede decir.

Al refrán



En el ascensor
Todos los amantes del mundo conocen la utilidad de los ascensores para la realización de su amor. Y no es que sea cosa nueva, sino ya sabida prácticamente desde que el dichoso invento que sube y que baja se convirtió en aparato inevitable en todo edificio moderno. Así lo entendió en 1915 la vizcaína Emilia Bacamonte, que lo cantó en este cuple con letra de Aurelio Varela y música de Juan Martínez Abades. Además de la versión original tiene gracia la de la mezzosoprano RoxanaDeviggiano.
  


Carmelita y Amador
Se han jugado eterno amor
Pero no tienen dinero.
Y así cuando da en llover
Se les ve al anochecer
Soportando el aguacero.

La otra noche por su mal
Esperando en un portal
El miró hacia la escalera
Y vio que en el ascensor
Se debía estar mejor
Que en otro rincón cualquiera.

Y al portero le dijo es preciso
Que nos suba hasta el último pìso,
Pues estamos más bien a favor
Que no hay hada como un ascensor
Para hacerse el amor.

Dentro ya del ascensor
Carmelita y Amador
Al pasar por el primero
Ya van locos de placer
Y no ven que al ascender
Ya han pasado del tercero
Y una vez en el final
Sucedió lo natural,
Que el amor es imprudente
Y de su cariño en voz
olvidáronse los dos
del pasado y el presente.

Y no ven desde aquel paraíso
Que ya están en el último piso
Pero siguen estando a favor
Que no hay nada como un ascensor
Para hacerse el amor.

Como el timbre no sonó
El portero sospechó
Lo que allí estaba pasando
Y cumpliendo su deber
Les obligó a descender
Cuando más se iban amando.
Y una vez en el portal
No recuerdo del final,
Pero dicen que el portero
Abusa del ascensor
Para demostrar su amor
A una chica del tercero.

Y los dos cuando se hace preciso
Suben juntos al último piso
Porque piensan igual que Amador
Que no hay nada como un ascensor
Para hacerse el amor.






Luna Park
El vértigo de la montaña rusa, invento pernicioso donde los hubiera. Canta La Fornarina. Unavez más compusieron Cadenas y Valverde.


De todas las distracciones
que en París puedes hallar,
la mejor sin duda alguna
te la ofrece Luna Park.

Hay una montaña rusa
y hay un lago colosal,
todo lleno de "cocottes"
por si te quieres tirar.

(Refrán…)
Búscame esta noche en el Luna Park,
allí nos podremos encontrar
y en las apreturas,
cuando todo quede a oscuras,
búscame esta noche en el Luna Park.

Hay un tío vivo que tiene
por asiento una sartén
que va dando volteretas
y porrazos por doquier.

Cuando en la sartén se meten
dos mujeres a la vez,
salen luego hechas tortillas
como pueden suponer.

Al refrán
 
Pero la montaña rusa
es la mejor distracción pues
en las curvas las chicas
se agarran que es un primor;

y hay a veces mil disputas
porque los hombres están
en la montaña dos horas
y no se quieren bajar.

Al refrán


  


  


Los peligros
de la modernidad




Las Tardes Del Ritz
Un clásico del cuplé sicalíptico a ritmo de fox-trot que Álvaro Retana y Genaro Monreal escribieron para Edmond de Bries, el transformista que rompió moldes sobre los escenarios del Salón Japonés. 

Abrimos con él esta sección sobre cómo reflejó el cuplé los usos y costumbres sociales de los nuevos tiempos, motivo en muchos casos de duras críticas de la Españamás tradicionalista, que las consideraban fuente de perdición e inmoralidad, algo que, a tenor de lo que cantaban las cupletistas, era totalmente cierto.

La primera y principal de esas nuevas costumbres que soliviantaron a los moralistas fue el baile, los ritmos alocados del Fox-trot, el tango, el charlestón o las jazz-band. Aquellos bailes bajo los que podía florecer la lujuria, con sus contorsiones, frotamientos y vértigos, y acabar dando con los bailarines en las calderas de Pedro Botero. No he conseguido encontrar la grabación original de Edmond de Bries, aunque sí el texto que le escribió Retana: 


Yo me voy todas las tardes
a merendar al hotel Ritz,
y tras el té suelo hacer mil locuras
con un galán que está loco por mí.
Juntos a bailar salimos,
nos enlazamos con pasión
y al final tengo yo que decirle
toda llena de miedo y rubor:

¡Ay, no por Dios,
no me apriete usted así!
¡Ay, por favor,
que me siento morir!,
tenga usted en cuenta que mira mamá
y si se fija nos regañará.
¡Ay, suélteme,
no me oprima usted más,
pues le diré,
si me quiere asustar,
que soy cardiaca y por esta razón
no debo llevarme ninguna emoción.

Las mamás cotorreando
toman el té sin advertir
que en el salón, al bailar, las parejas
se hablan de amor con atroz frenesí.
A las tres o cuatro danzas
suele crecer nuestra ilusión,
y las niñas a coro decimos
rebosantes de satisfacción:

¡Ay, yo no sé
lo que me pasa a mí,
pero ya ve
que me siento feliz,
siga apretando aunque mire mamá
que si se irrita ya se calmará!
¡Ay, qué placer
es bailar el fox-trot
con un doncel
que nos hable de amor!
Aunque cien años llegara a vivir
yo no olvidaría las tardes del Ritz.

Pese a la relevancia, y la calidad, de este cuplé de sutil crítica social y fina picardía, apenas he encontrado en youtube otra grabación que la realizada por Lilian de Celis en los años cincuenta, es decir, en pleno franquismo, aunque haya otras, alguna curiosa en plan performance.

Si comparamos lo que cantó en aquellos años Lilian de Celis con la letra original, que copiamos a continuación, veremos que la versión es, prácticamente,  tal cual la escribió Retana. Sólo cambió una palabra, pero altamente significativa. En el quinto verso del segundo estribillo, por ejemplo" el autor escribió: “siga apretando aunque mire mama”, y de Celis cantaba: “siga bailando aunque mire mama” (similar cambio de “apretar” por “bailar” se hace también en el primer estribillo).

Parecería que los agrios censores de la época, o la propia autocensura de la cantante, podían aceptar el baile, una diversión entretenida si se danzaba la jota, la isa o las sevillanas, pero la posibilidad del frotamiento de los cuerpos y la concupiscencia sexual que permitían, y fomentaban, los nuevos ritmos foráneos resultaba demasiado para sus púdicas mentes. No por nada el mismísimo Papa de Roma tuvo que prohibir el pecaminoso tango.




¡Ay, mamá!
En 1929 Goyita (1890/1970), Pepita Ramos en la pila bautismal, alertó a quien quisiera escucharla de los peligros de bailar el charlestón en familia.


El furor del charlestón
Es en casa un huracán
Que hace hasta el gato bailar.
Hay que ver a mi mamá
Y hay que ver a mi papa
Luciendo el tipo como un flan
Y bailando así ese charlestón
Porque en casa todos batimos el recór.

Refran:
Ay, mama, ¿qué te pasa con papá?
Que os pasáis toda la noche como Charles Nicolás
Y la verdad no me lo explico
A vuestra edad sois unos chicos
Ay, mama, que te pasa con papa,
Que os pasais toda la noche
Charles viene y charles va.

Dicen que la culpa fue
Por un tango y no es verdad
La culpa es del charlestón.
Y para bailarlo bien
No hay que dar más que patás
Como jugando al fútbol.
Y bailando así ese charlentón
Porque en casa todos ya batimos el recór.

Al Refrán:




Tris-tras
Nueva advertencia de Álvaro Retana, esta vez con el maestro Mediavilla, que en 1922 escribieron para Adelita Lulú (Adela del Barco) esta oda al baile de todos los bailes, aunque se tratada de un baile inventado para la ocasión.


I
Las damas neoyorkinas
Más bellas y más finas
Ahora han puesto en moda un baile allá
Que le llaman tris-tras.
Y viudas y casadas,
Solteras, divorciadas,
Ya no bailan otra cosa allí
Que esta danza tan chic.

Y cuando un galán las hace el amor
Le contestan con primor:
--Si no sabe usted bailar bien el tris-tras
No le puedo a usted escuchar.
Y si el pollo es chic y la quiere bien
El tris-tras llega a aprender.
Y por eso en Nueva York
Con el tris-tras se hace el amor.
Bailando así, fíjese usted,
Con esta languidez.

Estribillo:
Fíjese, mi dulce amigo,
Qué bonito es el tris-tras,
Esto es una danza
De gran novedad.
Fíjese, mi dulce amigo,
Que si le llega a gustar
Y si usted lo quiere
Yo le enseñaré el tris-tras.

II
Como a mí me domina
La moda neoyorkina,
Cuando supe que era moda allá
El famoso tris-tras
Quise al punto adoptarlo
Y me enseñó a bailarlo
Un amigo que viene de allí
Que es un hombre muy chic.

Y con tanta fe aprendí el tris-tras
Que ya no tengo rival
Y le juro a usted
Que si lo bailo yo
Se le ablanda a usted el corazón.
Porque diga usted con sinceridad
Si es posible pedir más
Pues mi amigo es un señor
Que en el tris-tras es profesor.
Y baila así, fíjese bien,
Con esta languidez.

Al estribillo





La hora del té
En 1913 estrenó este tango en el Trianón Palace Teresita Zazá (1893/1980), que en realidad se llamaba Teresa Juliana Lucía Maraval Torres, lo que hace comprensible que se lo cambiara por un sobrenombre artístico con el que triunfó en España y Argentina. 

Fue la primera en cantar el "Alirón", que se convertiría en el himno con el que los hinchas del Atletic de Bilbao siguen celebrando sus victorias. Al parecer mantuvo un breve pero intento romance con Carlos Gardel, y se retiró de las tablas con apenas 37 años, en 1929, y hasta su fallecimiento con 87 vivió una placida vida familiar y hogareña.

La letra la escribió Álvaro Retana y la música Ricardo Yust, sendas lumbreras del género.



Desde hace poco en los salones elegantes
nuestras damitas con los pollos más pimpantes
hacen locuras,
casi diabluras
bailando un tango que más bien es un fandango.

En un rincón las cuarentonas cuchichean
y las parejas arrullándose tanguean;
es una cosa
muy linda y muy curiosa
entrar en los salones
sorprendiendo un tango-te.

Dicen que el tango es de una gran languidez
y que por eso lo prohibió Pío X,
 que a los creyentes
con rigor condenará
si llegan a bailar
tan gran ordinariez.

Refran:
La, la, larán, la larán, la...
El estribillo de un tanguito popular
susurran todos y comienzan a bailar.
La, la. larán, la, larán, la...
Pero hay parejitas que se mueren de ilusión
y piden enseguida confesión.

A las muchachas de mirada algo traviesa
las vuelve locas esta danza tan perversa
porque consiente
que un pretendiente
a ellas se incruste
sin que nadie se disguste.

La más honesta goza alegre de la vida
sin que la gente tal audacia nunca impida,
y hasta en secreto
si el pollo es muy discreto
la dice tiernamente
yo me muero por usted.

Dicen que excita y desarrolla el valor
y que bailándolo despierta el amor.
Las parejitas a la conclusión del te
sin miedo a los bebés
se ciñen un horror.

Refrán:
La, la, larán, larán, la
El estribillo de un tanguillo popular
Susurran todos y comienzan a bailar.
Grandes sesiones para el baile y el placer
es esto solamente el tango-te.




La machicha. Aventuras de don Procopio en Paris
Una obra maestra del género y, como corresponde, uno de los cuplés más recordados posteriormente, con múltiples interpretaciones en todas las épocas.

Pese a ir firmada su versión española por Álvaro Retana y José Juan Cadenas, tiene un origen mucho más complejo. Al parecer, la creación original de “La Mattchiche” (pepinillo en francés), o “La maxixe”, como también se titulo, se debió a un tal Charles Borel-Clec, que la habría compuesto en 1907 para que aquel mismo año la grabara el francés FelixMayol, padre musical de Maurice Chevalier, aunque también se apuntan otros autores. 

En cualquier caso, fuera mattchiche o maxixe, don Procopio llegó a España en 1927 de la mano de La Fornarina, que la estrenó en el Kursal Central formando parte de una zarzuela de López Silva y Sinesio Delgado con música de Ramón  Estellés. Vamos primero con el texto y la grabación original,


Llevado por la fama
de la machicha,
don Procopio, una noche,
se fue al Olimpia.
El buen señor es un conquistador,
Para gozar del baile
fue don Procopio
armado de gemelos
y un telescopio.

El buen señor es un conquistador.

Al ver a las coristas
Todas desnudas,
don Procopio decía,
son pìstonudas:
-Comprendo que estén locos
con la machich
que es el baile que ahora
está de moda
allá en París.

Todo lo que veía
le entusiasmaba
y al compás del bailable
palmoteaba.
El buen señor es un conquistador.
Y al ver dar esas vueltas
tan en redondo,
don Procopio decía:
-Yo estoy ya loco.

El buen señor es un conquistador.

Y cuando se colocan
todas en fila
Parece que te dicen
Toma quinina.
Comprendo que estén locos
Con la machich,
Que es el baile que ahora
esta de moda
Allá en Paris.

Durante el entreacto
salió al paseo
y una cocotte le hizo
darle el camelo.
El buen señor es un conquistador.
--¿Quiere usted que bailemos
una machicha?
Y don Procopio dijo
No tengo prisa

El buen señor es un conquistador.

Y al entrar en la fonda
Medio borracho
Don Procopio decía
Con entusiasmo,
Gracias a los recursos
Que hay en París
He podido esta noche
Bailar seis veces
una machich

El buen señor es un conquistador.



La machicha” se convirtió en un cuplé conocidísimo del que siguieron haciéndose versiones a lo largo de los años, si bien con numerosos cambios en la letra de la canción que rebajaban su voltaje sicalíptico. Tal es el caso de la que cantó Marujita Díazen la película “Abuelita Charlestón” (Javier Setó, 1962):


Para ser caballero se necesita
Un sombrero de copa
Y una levita
El buen señor es un castigador
El muy truhán
me resulta un don Juan.
Y a todas las muchachas
el vejestorio
Les dice sus ternuras
De repertorio
Si alguna se sonríe
Por compasión
Le dice lo que quiere
Que el viejo lleva sinteticón.

Con levita y cartera
Don venerando
Sale todas las tardes
Desenfrenado

El buen señor es un castigador
El muy truhán que de hecho es un don Juan

Ya está don Venerando
Junto a una chica
Sin pesar que la cosa
se le complica
Porque la chica tiene
novio formal
Masajista del siete
y un camorrista profesional.

Y aún cuando la tormenta
fue de verano
Llovió más de la cuenta
Sobre el anciano
La bimba (¿) ya no es FIFA (¿) ni acordeón
Y la gente se acuerda
Del boticario don Hilarion.


Muy distinta a la de Marujita Díaz, pero igualmente correcta para aquellos años, fue la versión de Sara Montiel, más respetuosa que el original pero convenientemente podada de cualquier procacidad o sugerencia que pudiera herir la sensibilidad de los espectadores. No he encontrado registro sonoro de ella, pero sí una curiosa interpretación, prácticamente igual, de una jovencísima Enma Cohen en la película “Pierna creciente, falda menguante” (Javier Aguirre, 1970)



Llevado por la fama de la Machicha
Don Procopio una noche se fue al Olimpia
El buen señor es un conquistador
El buen señor es un conquistador

Para gozar del baile fue Don Procopio
Armado de gemelos y telescopio
El buen señor es un conquistador
El buen señor es un conquistador

Al ver a las coristas tan melenudas
Decía don Procopio son pistonudas
Comprendo que estén locos, con la Machicha
Es el baile que ahora, esta de moda allá en Paris

Todo lo que veía le entusiasmaba
Y al compás del baile, palmoteaba
El buen señor es un conquistador
El buen señor es un conquistador

Al ver dar esas vueltas tan en redondo
Don Procopio decía, Yo es que me mondo
El buen señor es un conquistador
El buen señor es un conquistador

Y cuando se colocan todas en fila
Parecen que le queman, con la pavila
Comprendo que estén locos con la machicha
Es el baile que ahora esta de moda allá en Paris.





El masaje
En tiempos del naturismo, el nudismo y la higiene, no podían sino ponerse de moda los masajes y las masajistas, un sibaritismo modernista y pernicioso a más de extranjero.

La castellonense Maria Conesa (1882/1978), que acabo como gran diva en México y que fue más conocida por el sobrenombre de La Gatita Blanca, avisó en su momento de la inmoralildad latente en los dichosos masajes, pero no le hicieron ni puñetero caso, y asíel masaje dejo de ser una moda para convertirse en una epidemia.
                                            

Una profesora yo soy
Que ha venido de París
Y de masaje doy lección
Pues soy ya celebre en Madrid

Tengo (…)
Con mucha gracia
Y mucho (…)
Y aquel que quiera adelgazar
Debe venir a verme a mí.

Estribillo:
Pues doy masajes, pues doy masajes
Con una gracia sin igual
Y el que a probarlo va una vez
Desea más.
Y al empezar a hacer así
La gente me suele decir
No siga usted, por Dios,
Porque esto es muy atroz.

Un  chico joven del Pez
También me vino a visitar
Pues la nariz se le torció
A causa de una enfermedad.

Le di masaje en la nariz,
Le di masaje sin cesar,
Pero por más que trabajé
No se la pude yo arreglar.

Al estribillo

Un viejo vino a verme ayer
Que parecía un orejón
Y con la voz cascada ya
así me dijo el buen señor:

tengo más años que un palmar,
y arrugas (…) a la piel,
pero usted me la estirará.
Y al punto yo se la estiré.

Al estribillo





La dependenta
Creo haber dejado dicho en la introducción que el centro más importante de implantación del cuplé escénico, junto a Madrid, fue Barcelona. Nada tiene de extraño, al contrario, resulta una buena muestra de la relación causa-efecto, que el surgimiento de un potente catalanismo político y el brillante renacimiento de la cultura catalana que se vivieron en aquellas tres primeras décadas del siglo XX provocarán el nacimiento de cuplés escritos y cantados en catalán.

Mezclados con los originariamente en castellano, aquellos cuplés catalanes se escucharon en los múltiples escenarios de El Paralelo barcelonés en las voces de figuras tan señeras como Pilar Alonso, Mercedes Serós, Lola Duran, Mary Foncela o la mismísima Raquel Meller, que en 1919 estrenó el primer cuplé en catalán de la  historia, ”La font del xineu”, con letra de Rossend Llurba y Tost, también dramaturgo, autor de una treintena de obras teatrales en catalán y una buena cantidad de letras de canciones.

No he encontrado registros grabados de estos cuplés catalanes, aunque sí algunas textos. Leyéndolos, destaca una característica que bien podría apuntar hacia una “escuela” catalana del cuplé, que estaría definida por una clara vocación hacia un cierto costumbrismo social, que los diferencia de la generalidad de los cuplés más conocidos. No es que no se encuentren en ellos las insinuaciones sicalípticas o el tratamiento del sexo y las relaciones mujer-hombre, pero prima, en general, su carácter testimonial.

Escojo dos para incluirlos en esta especie de antología. En primer lugar porque en ellos aparece el tema, ya cantado en otras composiciones, de los peligros para la moral que venían aparejados a los inventos modernos, en concreto el cine y las facilidades que su oscuridad ofrecía para el desfogue de las parejas. También porque ambos vienen a mostrar la independencia que la mujer estaba consiguiendo en aquellos años mediante su incorporación al trabajo asalariado fuera de casa, en los dos cuplés que copiamos como dependientas de comercio.

La letra de “La dependenta” fue escrita por Rossend Llurba y la música por Joan Suñé, que supongo debe tratarse de Joan Suñé Sintes, que con el tiempo sería un respetadísimo organista de reconocimiento internacional.


I
Sóc dependenta d’’El Siglo’,
però el meu carácter és independent.
Tinc un xicot molt curridu
Que va a “La Bohèmia”, però és molt decent.

Quan a les tardes jo plego
Diligent em ve a esperar
I, juntets, per carrers foscos
Molt sovint solem passar.

I si m’hi oposo
em diu baixet:
-No tinguis por;
tirem al dret!

II
Com els ocells de la Rambla
que dalt de les branques hi busquen calo,
també contenta amb el novio
al parc una tarda hi vaig anar jo.

I entre les branques dels arbres
Que per aquells llocs hi ha
Jo no sé pas, de quin modo
Tots dos ens vam embrancâ.

I a l’espantar-me
digué baixet:
-No tinguis por;
tirem al dret!

III
Des de llavors sóc feliça
I vers ell totora va mon pensament,
Doncs com que sé que m’estima
Procuro tenir-lo sempre content.

Si algun cop anem al cine
La pantalla em fa mareig
i, en lloc de mirar-me els cuadros,
jo no sé pas lo que hi veig!

I allí a les fosques
em diu baixet:
-No tinguis por;
tirem al dret!



(Traducción)
I// Soy dependienta de “El Siglo”,/ Pero mi carácter es independiente./ Tengo un chico muy curridu/ Que va a “La Bohemia”, pero es muy decente.// Cuando salgo de trabajar por las tardes/ Diligente me viene a esperar/ Y, juntitos, por calles oscuras/ Muy a menudo solemos pasar.// si me opongo/ Me dice bajito:/ no tengas miedo;/¡Tiremos al derecho!//
II// Como los pájaros de la Rambla/ que en las ramas buscan calor,/ también contenta con el novio/ al parque una tarde fui.// Y entre las ramas de los árboles/ Que por aquellos lugares hay/ Yo no sé, de qué modo/ Los dos nos enlazamos.// Y al asustarme/ Dijo bajito:/ -No tengas miedo;/ ¡Tiremos al derecho!
III// Desde entonces soy feliz/ Y mi pensamiento va hacía él a todas horas,/ Pues como sé que me quiere/ Procuro tenerlo siempre contento.// Si alguna vez vamos al cine/ La pantalla me da mareo/ y, en lugar de mirarme los cuadros,/ ¡yo no sé lo que veo!// Y allí a oscuras/ me dice bajito:/ -No tengas miedo;/ ¡Tiremos al derecho!




La guantera
Letra: Fidelius i Bilitis.
Música: Vicente Pastallé i Joan Viladomat.

I
Estic a la secció de guanteria
D’un magatzem a on venen de tot
I un dependent de la pelleteria
Amb mi ve a festejar sempre que pot.
Fa dies que el xicot em preguntà:
--T’agrada ser guantera?
--M’agrada, pro l’haver de provar tant
et dic que em desespera.
--El provar et cansa?
--Pel meu nom et juro
que és cert com cinc peles sempre fan un duro.

Tornada:
En pasar per la Rambla, molts vespres
es gira tothom, tant si és jove com si és vell,
dient amb il•lusió quan jo passo:
“--Ai, mare, quins guants faria d’eixa pell!”

II
Com cada vespre, ahir va portar-me
Al cine que se’n diu “Monumental”
i a l`ésser allà a les fosques va explicarme
una novel•la dolça i pasional;
de sobte, interrompent-lo, li vaig dir:
--La cosa s’embolica.
Deixem tot el que dius, que no em convenç
ni poc, ni gens, ni mica
--Vols que et provi, veïna, ma pació sincera?
--Massa provatures faig essent jo guantera.

Tornada

III
De viure sempre sola estic cansada
I he decidit de vida canviar;
Jo vull tenir una taula ben parada,
Rics vestits i un bon llit per reposar.
Perxò a tots els que escolten els hi dic:
--Es que a algú li faig peça?
Si per cas els convinc diguin que sí,
car porto un xic de pressa;
que volen pensar-s’hi si els convé el negoci?
no es torbin, doncs: pensin que sols vull un soci.

tornada


(Traducción)
Estoy en la sección de guantería/ De un almacén donde venden de todo/ Y un dependiente de la peletería/ Con mí viene a coquetear siempre que puede./ Hace días que el chico me preguntó:/ ―¿Te gusta ser guantera?/ ―Me gusta, pero el tener que probar tanto/ Te digo que me desespera./ ―¿El probar te cansa?/ ―Por mi nombre te lo juro/ que es cierto como que cinco pesetas/ hacen un duro.//  Estribillo:/ Al pasar por la Rambla, muchas noches/ Se gira todo el mundo, tanto si es joven/ como si es viejo/ Diciendo con ilusión cuando yo paso:/ ―Ay, madre, ¡qué guantes haría de esa piel”

II
Como cada noche, ayer me llevó/ Al cine que se llama “Monumental”/ Y estando allí a oscuras me explicó/ una novela dulce y pasional;/ de pronto, interrumpiéndolo, le dije:/ ―La cosa se complica./ Dejemos todo lo que dices, que no me convence/ ni poco, ni nada, ni un poco./ ―¿Quieres que te pruebe, vecina, mi/ pasión sincera?/ ―Demasiadas probaturas hago yo/ siendo guantera.// Estribillo

III
De vivir siempre sola estoy cansada/ Y he decidido de vida cambiar;/ Yo quiero tener una mesa bien puesta,/ Ricos vestidos y una buena cama para reposar./ Por eso a todos los que escuchan les digo:/ ―¿Es que a alguien le hago gracia?/ Si acaso les convengo digan que sí,/ Pues tengo algo de prisa;/ ¿Quieren pensarse si les conviene el negocio?
no se turben, pues: piensen que solo/ quiero un socio. Estribillo






Fumando espero
Compuesta la letra por Felix Garzo y la música por Juan Viladomat, y estrenado en 1925 por la catalana Ramoncita Rovira (1902/1864), el tango “Fumando espero” acabó convertido en el cuplé más representativo y de mayor pervivencia en la memoria popular. También en uno de los que más sufrió en su letra y su carácter sicalíptico la cerrazón moral de la censura franquista, que tradujo la “sexualidad” que rezuma el originalidad en simple “sensualidad” abstracta, intentando suprimir, o al menos rebajar, la íntima relación que en él se establece entre el placer sexual y el entonces reciente uso femenino del tabaco, sobre todo durante o después del acto.
Vamos primero con la letra y el audio de aquellaa versión original de Ramoncita Rovira, que por fortuna se conservan, Atención a los versos en negrita, que tienen su importancia.



Fumar es un placer
Genial, sensual…

Fumando espero
Al hombre que yo quiero,
Tras los cristales
De alegres ventanales

Y mientras fumo,
Mi vida no consumo
Porque flotando el humo
Me suelo adormecer.

Tendida en la chaise-longue,
Fumar y amar…

Ver a mi amante, (amado)
Solícito y galante,
Sentir sus labios
Besar con besos sabios.

Y el devaneo
Sentir con más deseo
Cuando sus ojos veo
Sedientos de placer.

Por eso estando mi bien
es mi fumar un edén.

Dame el humo de tu boca,
Anda y así me vuelves loca
Corre, que quiero enloquecer
De placer,

Sintiendo ese calor
Del humo embriagador
Que acaba por prender
La llama ardiente del amor.

Mi egipcio es especial,
Amar, soñar,

Tras la batalla
En que el amor estalla
Un cigarrillo
Es siempre un descansillo

Y aunque parece
Que el cuerpo languidece
Tras el cigarro crece
su fuerza y su vigor.

La hora de inquietud
Con él no hay fuel

Sus espirales
son sueños celestiales
Que forman nubes
que hacia la gloria suben

y en vuelta y media
la chispa es una estrella
que luce clara y bella
con rápido fulgor.

Por eso estando mi bien
Es mi fumar un edén.

Dame el humo de tu boca
Anda que así me vuelves loca
Corre, que quiero enloquecer
De placer.

Sientiendo este calor
Del humo embriagador
Que acaba de prender
La llama ardiente del amor.



Efectivamente, como bien habréis pensado los versos en negrita son los que se cayeron por completo de las numerosas versiones de “Fumando espero” que se grabaron por doquier durante el franquismo. Con ese simple tajo a la letra, los censores dejaron a los españoles, y a las españolas, sin el cigarrillo después del polvo. Es más, con esa supresión, prácticamente la canción se quedaba sin polvo. Así lo hizo Sara Montiel en 1957 cuando la cantó en la película de Juan de Orduña “El último cuplé”. Copio su letra y enlazo su interpretación al final porque su adaptación se convirtió en canónica y fue repetida por los más diversos artitas, los argentinos Carlos Gardel y Libertad Lamarque entre ellos.

Pero aún hubo artistas que consideraron insuficiente la supresión de la estrofa más sugerente y erótica e hilaron más fino con cambios mínimos pero que delatan la pacatería moral de sus autores. En la grabación de la muy famosa Imperio Argentina, sin ir más lejos, los ojos “sedientos de placer” ya sólo están “brillantes de ilusión”, el “amante” se convierte en “amado” y la “chaise-longue”, palabra con ecos lúbricos, se transforma en “sofá”, más nuestro y más puro. ¿Se puede ser más sutil y más castrador?

Sin embargo, y pese a la dureza con que actuaba la censura de la época, cabe dudar que los cambios y supresiones fueran debidos a la mano directa del censor y no autocensurados por los propios adaptadores o artistas, más papistas que el Papa. O más franquistas que el mismísimo Franco. O con más miedo que un viejo en un cementerio.

Apunta a ello que en 1958, Bella Dorita --que había atravesado el bache de la guerra y la inmediatamente postguerra y que para esa fecha se había convertido, ¡con 57 años de edad!, en la reina del Molino de Barcelona--  grabará una excelente interpretación del “Fumando espero” original y completo. Con la estrofa suprimida por las demás, sin cambiar ni una coma. ¿Si ella pudo, porqué las otras no? Aquí la dejo enlazada, merece la pena escucharla, aunque ahora le toque el turno a Sara Montiel:


Fumar es un placer
genial, sensual.

Fumando espero
al hombre a quien yo quiero,
tras los cristales
de alegres ventanales.

Y mientras fumo,
mi vida no consumo
porque flotando el humo
me suelo adormecer...

Tendida en la chaisse longue
fumar y amar...

Ver a mi amante
solícito y galante,
sentir sus labios
besar con besos sabios,

y el devaneo
sentir con más deseo
cuando sus ojos veo,
sedientos de placer.

Por eso estando mi bien
Es mi fumar un edén.

Dame el humo de tu boca.
Anda, que así me vuelvo loca.
Corre que quiero enloquecer
de placer,

sintiendo ese calor
del humo embriagador
que acaba por prender
la llama ardiente del amor.






Tápame, tápame
Francisco Yust y López Monis a cargo de la letra y Ricardo Yust de la música describieron este escarceo entre la bañista y su bañero, tan sutil en sus insinuaciones eróticas --que por otra parte deberían resultar evidentes para cualquier mente calenturienta, por lo que extraña que escaparan a las de los señores censores-- que superó la prueba del algodón de la moral franquista, aunque todos supieran con que estaba tapando el bañero a la bañista.

Copiamos la letra original que, al parecer, interpretó La Goya, casi exacta a la que muy posteriormente interpretaría Sara Montiel, como se puede comprobar escuchándola.





En la playa se bañaba
una niña angelical
y acariciaban las olas
su figura escultural.
Al entrar en la caseta
y quedarse en bañador
 le decía a su bañero
con acento de candor:

Refrán
-¡Tápame, tápame, tápame,
Tápame, tápame que estoy helada!
-Para mi será taparte
La felicidad soñada.
-Tápame, tápame, tápame,
Tápame, tápame que tengo frío!
-Cómo quieres que te tape
Ven acá cariño mío

Una tarde de aguacero,
la morena Soledad,
sin paraguas se calaba,
yendo mojadita ya.
Un pollo la quiso entonces
con el suyo resguardar
y llegó tan oportuno
que ella dijo sin tardar:

Al refrán







La irresistible atracción 
del exotismo




Las delicias del Brasil
(Álvaro Retana, para Carmen Caballero)
Los años del cuplé fueron también los del descubrimiento del exotismo como valor cotizable. Las máscaras africanas para los artistas plásticos y los ritmos negro-americanos para las cupletistas cumplieron un papel similar, por mucho que a distintos niveles. En ambos casos se trataba de instalarse en la modernidad a través del descubrimiento de lo lejano, lo desconocido (y por consiguiente imaginable), que en el caso del cuplé se convirtió en material de crónica social y sicalípsis.

Carmen Caballero, de la que pocas referencias he encontrado, se fue de la mano de Álvaro Retana, una y otra vez citado, hasta Brasil para descubrir en los negros dimensiones desconocidas:


Cuando fui al Brasil hace tiempo
Asombrada de verás quedé,
Porque vi ciertas cosas, mi amigo,
Que jamás en la vida soñé.
Los negritos se pasan el día
Camelando a las negras de acá,
Pues empiezan los dos a bailar.

Refrán
¡Ay, mi negrito, que rico está,
El bailar asú qué calor me da;
Ay. Mi negrito, no,
Que me muero de sofocación.

Los negritos van casi desnudos
Y las negras desnudas también
Y cuando hace un calor sofocante
Pues entonces ¡figúrese usted!
Yo no quiero decirle, mi amigo,
Las cositas que vi en el Brasil,
Pues si yo las contara, de fijo,
Se asustaba hasta un guardia civil.

Al refrán

Un negrito bastante gallardo
Cierta tarde ofreciome su amor,
pero vino con tan poca ropa
Que les juro que a mi me asustó.
Yo le dije: negrito bonito,
Tú me gusta, no lo he de negar,
Pero ponte un calzón enseguida
Porque así no te puedo escuchar.

Al refrán…



Amor Japonés
( Álvaro Retana / Maestro Bódalo)
Más exótica y sobre todo refinada que Brasil era Japón, a cuyos amores dedicaron Álvaro Retana y el maestro Bolado este cuplé de suave sensualidad. Quién lo estrenó en 1928 fue Edmont de Bries, un cartagenero llamado en realidad Asensio Marzal que triunfó sobre los escenarios vestido de mujer, pionero del travestismo hispano con Fregoli o Monsieur Bertín. Resulta un tanto paradójico que cubierto con vestimenta femenina cantará desde su yo masculino.  


Japonesita ven
Que quiero yo libar
Los dulces ósculos de miel
Que tu boquita sabe dar.

Por conservar tu amor
Mi reino te daré
Y enardecido de pasión
tu esclavo yo seré.

  



Bananera
 El 15 de abril de 1934 se estrenó en el valenciano Salón Novedades la zarzuela “Las comunistas”, con libreto de F. Trigueros y música de Bernardo G. Bernalt. Entre los números de la obra figura un danzón cubano titulado Bananera cuya letra dice así:

La rumba del platanito
está de moda en La Habana,
pues no hay mulata linda
que pase sin su banana.

Toditas la piden
con gran ilusión,
poniendo los ojos
así como yo.

¡Dame, negro, la banana!,
¡anda, negro, dámela!,
¡dámela, que tengo ganas
de banananear!

Según contó luego Álvaro Retana, que asistió a aquel estreno, y por si la imaginación de los espectadores no resultaba suficiente para la cabal y plena comprensión del texto, la pieza era cantada por una actriz “vestida con un salto de cama, del cual se desprendía, cantando las excelencias del plátano de que era portadora; a la terminación del cuplé, la fruta desaparecía de la vista del público, sin que cayera al suelo, ni la artista se lo comiese”.





Madre cómprame un negro
1929. Pepita Ramos, La Goyita (1890/1970) Letra: Alfredo Conde y Mariano Bolaños. Música: Ángel Ortiz de Villajos.

Pese a esos imaginarios viajes sicalípticos a Japón o Sudamérica en busca del exotismo inspirador, la más exótica novedad que ofrecieron esos años a los españoles, y a tenor de los cuplés de las españolas sobre todo, fue la llegada al país de numerosos negros americanos que formaban parte de las primeras orquestinas de jazz que actuaron en España. Sus habilidades para el baile, el tamaño de sus pies y la disponibilidad para el amor se hicieron míticas. Todavía hoy sigue el mito. No es de extrañarse que La Goyitale pidiera a su mama que le comprara uno.

Tiene gracia la parodia coetánea que realizaron el cómico Alady y la vedette La Yankee.



Son tantos negros los que han venido
para enseñarnos el charlestón
que las mamás se ven morás
para evitar ir al bazar
donde esas muestras de chocolate
a los pequeños hacen exclamar:

¡Madre, cómprame un negro, cómprame un negro en el bazar!
¡Madre, cómprame un negro, cómprame un negro en el bazar!
que baile el charlestón y que toque el jazz-band.
¡Madre, yo quiero un negro, yo quiero un negro/ para bailar!

El otro día papá me dijo:
¡Anda, nenita, vete al bazar!
Y, al ir allí, un negro vi
y yo a papá le dije así:
¡Éste es Domingo, nuestro vecino
un gran amigo de mi mamá!

¡Madre, cómprame un negro, cómprame un negro en el bazar!
¡Madre, cómprame un negro, cómprame un negro en el bazar!
que baile el charlestón y que toque el jazz-band.
¡Madre, yo quiero un negro, yo quiero un negro/ para bailar!




Mamá yo quiero ir la Congo
Comprobada la utilidad en los negros visitantes, La Bella Dorita debió pensar que no había por qué contentarse con sucedáneos americanos estando en África los originales.


Ya me ha comprado mi mamá un negro
Y fue a Chicago en avión,
Pero estoy hasta de que toque
A todas horas el charlentón.
París lumieri no me ha gustado
Y para el Congo pienso marchar
Porque se dice que los congosos
Son en el baile algo genial

Refrán:
Mama yo quiero
Marcharme al Congo
Porque en el Congo calienta más
Y las congosas
Después del baile
A todas horas toman coñac

Al Congo, al Congo, al Congo quiero ir
Al Congo, al Congo para bailar allí.

Como en el Congo se suda tanto
Nada de ropa quiero llevar
Pues mi modisto me ha fabricado
Un taparrabos pa qué (…)
Y como espero que los congosos
Todos conmigo querrán bailar
En mi cabaña pondré un letrero:
“solo se admiten diez nada más!.

Al Refrán…




Si vas a París papa
Otro cuplé memorable cuyo inicial tono sicalíptico pienso que ha sido subestimado con frecuencia y que coloco aquí, como cierre de la sección de erotismo exótico, porque qué hay más exótico que el sitio de donde vienen los bebés volando en el pico de una cigüeña.

Con letra de M. Álvarez Díaz y música de Oropesa y Ledesma, se trata de un charlestón coreable con ritmo de fox-trot. Existen excelentes versiones de este tema, como la de Celia Gámez, que en este vídeo cuenta, además, con un divertido tratamiento visual.

He preferido, no obstante, una que se acerca más al ambiente de aquellos años de oro del cuplé y que sirve perfectamente como inicio de la atribulada vida que vivió este cuplé. Tiene como peculiaridad que, al contrario del resto de cuplés incluidos en esta recopilación, no está interpretado por una mujer, sino por un coro masculino. El director de la Banda, José María Martín Domingo fue un personaje peculiar. A más de músico militar, coronel para más señas, llegó luego a dirigir la Banda Municipal de Madrid, y en su juventud dedicó el tiempo libre que le dejaban las marchas marciales a la música frívola, siendo uno de los principales introductores en España de los novedosos ritmos negro-americanos.


A París va papa y no dice para qué,
si va ver el Moulin Rouge o a buscar algún bebe.
A París va papa en el rápido de Irún,
no se sabe si a negocios o se marcha al buen tuntún.

Y ya la estación todo es preguntar,
todo es suponer y rumorear,
y su hijita al ver que se va papa
se puso a gritar desde el anden:

Si vas a París papa cuidado con los apaches
si en juerga de taxis vas procura salvar los baches.
Si vas a París papa no comas foiegras de pato,
ni vayas al cabaret si quieres pasar el rato.
Te iras al bazar y allí un muñeco a mí tú me comprarás,
lo mismo que mi hermanito
si vas a París papa

Al volver de París en su casa se encontró
dos bebes que aquí en Madrid su señora le encargó,
y al sacar de aquel baúl otro nene que el compró
ante aquella carambola la chiquilla se escamó.

Y se hecho a reír y miró a papa
como diciendo a mi nadie me la da,
y cogí al petít que era el chicarrón,
y se puso a cantar y empezó a buscar un biberón.

Si vas a París papa cuidado con los apaches,
si en juerga de taxis vas procura salvar los baches.
Si vas a París papa no comas foiegras de pato
ni vayas al cabaret si quieres pasar el rato
Te iras al bazar y allí un muñeco a mí tú me comprarás,
lo mismo que los gemelos
si vas a París papa.



Tal y como le quedaba a la Banda de Martín Domingo y a otros intérpretes de aquella versión original, “Si vas a París papá” resultaba maliciosa, pero en absoluto descarada. Incluso se podría considerar didácticas sus estrofas finales, dignas de formar parte de la asignatura de educación sexual de cualquier colegio actual que no sea de curas. No debieron considerarlo así los feroces censores (o los asustados auto-censores) del franquismo, que cuando Marujita Díaz la cantó en 1959 en la película “Y después del cuplé” le cambiaron el final, en un refinado ejercicio de tergiversación del sentido de la canción:

Al volver de París en su casa se encontró
Dos bebés que aquí en Madrid la cigüeña le dejó,
Y al sacar del baúl el muñeco que él compró
ante aquellas novedades la chiquilla sonrió.

Y al papá miró con ingenuidad,
Como si el bebé fuera de verdad,
Y cogió al petit con gran ilusión
Y volvió a cantar lo más popular de su canción.

Estribillo.



Aquí podía acabar la ajetreada historia de “Si vas a París papá”, si no fuera que aún le faltaba una última paradoja para concluir su carambola a tres bandas. En 1980, apenas recuperada España de su enfermedad dictatorial y recién recuperadas las libertades, el viejo cuplé, con su letra original completa y exacta, con bebé, gemelos y muñeco incluidos, se convirtió en un gran éxito en la grabación que de él hicieron los muchachos del grupo infantil Parchís, que pusieron a cantarla a todos los niños de España. Tanto que también la grabaron otros conjuntos similares de nombres tan poco sicalípticos como Canicas, Los Chiquitines, Los Pequeñines, Los Peques o Rojo, Amarillo, Azul y Verde. Toda una perfecta metáfora de la evolución de la  moralidad sexual española a lo largo de esos cien años de cuplés picarescos, que acabo convirtiendo lo ayer pecaminoso y prohibido en diversión infantil de hoy.









  
El sexo cotidiano




Picardías campesinas
En el paisaje erótico del cuplé sicalíptico no sólo se vislumbra la sexualidad de tanguistas, suripantas o jóvenes señoritas motorizadas, sino también la de mujeres y hombres de otros ámbitos sociales, comunes y corrientes. Recorrerlos viene a ser como una vista a vuelo de pájaro de la sexualidad española de la época. Vayamos con el sexo secreto del agro que Mercedes Serós cantó en 1919.



Las mozas campesinas
No son tan libertinas
Ni tienen la maldad
De las de la ciudad
Jamás les ve la gente
Hacer nada indecente
Porque para pecar
Van a la capital.

Refran
Ay, que gran inocencia
La que tenemos las aldeanas
Casi no conocemos
Las mil narices de Satanás.
Huyen las sensaciones
Porque nosotras somos cristianas
Y sin nos tientan mozos
Nos da vergüenza… y nada más.

Con fiestas y alboroto
Ayer casose un mozo
Con la menor del Juez
Que se saco (¿) una vez
Y como se murmura
Que iba a hacerse cura
Su madre replícó:
Tan cura como yo.

Al refran…

Todo el pueblo sabe
Que el cura está muy grave
Y ha dicho ya el doctor
Que el pobre va a peor,
Por eso está muy triste
El ama que le asiste
Y es que comprende ya
Que cura no tendrá.

Al refrán…

Las mozas de la aldea
Cuando no son muy feas
A la ciudad se van
Y allí sirviendo están
Mas casi todas ellas
Al mes no son doncellas
Y acaban por traer
Doncellas el volver.

Al refran…


La confesión picaresca
(Serafín y Joaquín Álvarez Quintero/Luis Barta, 1933). Letra para un cuplé titulado "Confesión picaresca" que la enviaron a la popularísima actriz cómica y cantante Luisita Esteso (1908/1986). Tentaciones de confesionario que no sé si la vedette llegó a cantar.



Réstituta, la frutera,
fue a confesarse una tarde
con un cura de Carmona
muy gracioso y muy amable.
Y antes que la confesión
de sus culpas empezase,
ella dijo, haciendo un guiño:

--Huele usté a aguardiente, padre.
--Mira Restituía, cuenta tus pecaos
y no se te importe de si huelo o no.

Y bajito, muy bajito,
comenzó la penitente
a enumerarle sus faltas,
unas graves y otras leves.
Pero a mitá del relato,
se interrumpió un par de veces
para volver a decirle:
--Padre, huele usté a aguardiente.
Y el cura saltó:
--Mira Restituía, sigue con tus culpas
y no te distraigas
porque huela yo.

II

Otra vez la picarona
coge el hilo de sus faltas,
y otra vez la escucha el padre
 poniéndole buena cara.
Y otra vez ella olfatea,
y nuevamente se escama
y con descaro repite:

--¡Vaya si huele a cazalla!
Entonces el cura ya no pudo más
Y dijo, el bonete tirando hacia atrás:

--Mira, Restituta,
vete a vender fruta.
Sobre si yo bebo
no admito disputa;
pero si te digo de ti para mi
que desde que entraste
y te vi el escote me hueles a mí,
a una palabrita
que está en el Quijote
y que ahora me callo
porque el monaguillo viene por ahí.



Pronto lo vas a saber
Aunque conocida especialmente como cantaora flamenca, la malagueña Lola Cabello (1905/1942), también cantó otros palos cercanos al folklore y al cuplé. En este caso se fue en 1936 hasta el caribe en compañía del grupo Siboney para contarnos una historia de sorpresas matrimoniales con un toque de exotismo lejano.

Una negra y un negrito
Después de que se casaron
Se marcharon del bohío
(¿…?)
Y en cuantito la doncella
Les dejó su habitación ¡Jesús!
Se quedó fuera la muchacha
Y oyó esta conversación:

Estribillo dialogado:
-¿Por qué nos hemos casado, José?
-Pronto lo vas a saber.
-Por qué cerraste la puerta, José?
-Pronto lo vas a saber.
-¿Por qué apagaste las luces, José?
-Pronto lo vas a saber.
¿Por qué me dejas desnuda, José?
-Pronto lo vas a saber.
-¿Por qué me empujas al catre, José?
-Pronto lo vas a saber.
-¿Por qué te acuestas conmigo, José?
-Pronto lo vas a saber.

Oyó mucho más la doncella
Que a mi no me quiso explicar
Más lo que hicieron la negra y José
Fácil será adivinar.

Los esposos decidieron
Volver de nuevo al bohío
Sin que sepa la negrita
Pa qué le sirve el marido.

Y la pobre está muy triste
-¿Por qué?
Porque llega a sospechar, ¡Jesús!
Que a José para marido
Le falta lo principal.

Estribillo


  

Todo comprendido
(Fidel Prado y Romuncho / Bertran Reyna). Amor y sexo en la pensión, o lo barato sale caro. Un estudiante de Granada llega a Madrid y además de encontrar pensión encuentra posadera. Tiene moraleja. Lo que el estudiante no sospecha es que tanta comodidad en el alojamiento le habría de costar un precio no convenido:

De Granada vino cierto estudiantillo
a la Villa y Corte a estudiar carrera
y a sentar la plaza
de avispado y pillo,
al que no le engañan
de cualquier manera.

Como se encontraba falto de metales,
módico hospedaje con afán buscó
y uno muy modesto,
 por catorce reales
todo comprendido
al fin encontró.
Y exclamo al hallarlo
De alegría henchido:

Refran:
¡Por catorce reales
Todo comprendido!
¡Que suerte, que suerte,
Que suerte he tenido!


II
Era su patrona una viuda hermosa
Que a vivir tan sola no se resignaba
Y que al estudiante
Admitió gozosa,
Aunque de hospedaje
Poco le pagaba.

Él a la viudita puso cerco recio
Y ella convencida a su amor cedió,
Sin que por aquello
Le subiese el precio
De catorce reales
En que le admitió.
Y Así le decía
De alegría henchido:

Al refran:
¡Por catorce reales
Todo comprendido!
¡Qué suerte, qué suerte,
Que suerte he tenido!


III

Pero el estudiante a los pocos días
Se encontró algo raro que le molestaba
Y como a ojos vista
El dolor crecía
Convenciese al cabo
De lo mal que andaba.

Sin perder momento, lleno de amargura,
A un médico amigo decidiose a ver
Que le dijo al punto:
-Eso se te cura
Yendo a un balneario
Que te indicaré.
Y el dijo con pena:
-Sí que me he lucido.

Al refran:
¡Por catorce reales
Todo comprendido!
¡Qué suerte, qué suerte,
Que suerte he tenido!




El sátiro de ABC
Según parece la historia de este cuplé que cantó La Fornarina estaba basada en un hecho real, según el cual un exhibicionista causó cierta alarma e inquietud en Madrid durante una temporada. Juan José Cadenas, letrista prolífico y cuialificado, convirtió la crónica periodística en un cuplé sobre la atracción de los abismos y la seducción del peligro.



Dicen que ahí un sátiro ahora aquí,
según leí ayer en el ABC,
que a cuantos encuentra por ahí
hace ver no se qué.

Yo sé de varias chicas de mi edad
que están rabiando de curiosidad
y en cuanto ven a un hombre por ahí
quisieran preguntarle así:

Refrán:
¿Me quiere usté decir
si por acaso usté
el sátiro es
del que hablaba ayer
el ABC?
Debajo del gabán
no lleva nada más
que el traje de Adán.
Y en cuanto encuentra a una mujer
le enseña todo y echa a correr.

Desde que la noticia leí
pienso con temor si le encontraré
y si miro a un hombre, digo así:
Cielos, ¿si será él...?

Aquel de la butaca que está allí,
a ver, usted ¿por qué se oculta así?
Quién sabe si el infame será usted,
arrímese y respóndame:

Al refrán…




Ven y Ven
Otro clásico de Álvaro Retana y Rafael Gómez, basado en un aire popular mexicano, una habanera en concreto, que estrenó  La Goya y popularizó Raquel Meller en la década de los 1910. Otro tema en el que se pueden escuchar muy distintas letras. Esta primera corresponde a la que grabó originalmente la Meller
Muy distintas serían las versiones posteriores de Imperio Argentina o Sara Montiel, reescritas prácticamente por completo y que, desde luego, no incluían en sus respectivas interpretaciones la más sicalíptica de las estrofas originales, la cuarta, que ponemos en negrita al copiar la letra completa al final.

Si quiere casarse a gusto
Una chica (¿…?)
Y así tendrás dos maridos, mi vida,
Uno blanco y otro negro.

Ven y ven y vente
Vente chiquilla conmigo,
No quiero para pegarte, mi vida,
Ya sabes pa lo que digo.

En la plaza de los toros
Una mujer dio un gritito
Porque un toro que salía, mi vida,
Creyó que era su marido.

Ven y ven…




Breve e incompleta versión esta de Raquel Meller, como también serían breves e incompletas las que luego grabarían Imperio Argentina, por ejemplo, o Sara Montiel, cuya interpretación del tema en "El último cuplé" (Juan de Orduña, 1957) sirvió de modelo a otras posteriores. Prácticamente le reescribieron la letra de nuevo, eliminando estrofas completas que eran las que le daba el carácter picaresco y sexual al "ven y ven" de marras. 
Imperio: 

Acabo de acariciarte
no pierdo las esperanzas
con el tiempo y un ganchillo, mi vida,
hasta las verdes se alcanzan

Estribillo…

Porque canto el ven y ven
se quejan muchas esposas
de que luego sus maridos, mi vida,
en casa las llamen sosas.

Estribillo



Sin embargo, ninguna de estas versiones, ni la pre-republicana de la Meller ni la franquista de la Montiel, eran, completas, si hacemos caso a los conocimientos Álvaro Retana, que recordemos era el autor quien en su libro “Estrellas del cuple” (Colección Girafa. Madrid, 1963), copio el texto original, del que las versiones grabadas conservadas vienen a ser un refrito lleno de invenciones con menos voltios sicalípticos que el original. No he encontrado una interpretación íntegra, así que aquí va el texto y que cada cual le ponga la musiquilla:


I
Acabo de acariciarte
No pierdo las esperanzas;
Con el tiempo y un ganchillo, mi vida,
Hasta las verdes se alcanzar.

Refrán:
Ven y ven y ven…
Chiquito, vente conmigo;
No quiero para pegarte, mi vida,
Ya sabes pa lo que digo.

II
Al matrimonio y al al baño
Hay que entrar muy de repente,
Pues al que lo piensa mucho, mi vida,
Le da frío y no se mete.

Al refrán…

III
Afirman algunos hombres
Que el diablo son las mujeres
Y luego están suspirando, mi vida,
Para que el diablo les lleve.

Al refrán…

IV
Creía mi prima Lupe
Que el matrimonio no es nada;
Pero se encontró con algo, mi vida,
En cuanto estuvo casada.

Al refrán…

V
El día que nació Rosa
Le oyó decir a su madre:
--Eres el vivo retrato, mi vida,
De un amigo de tu padre.





Lo que puede suceder
Canción colombiana compuesta por Ángel María Camacho y Cano, grabada en España por Pilar Arcos y Margarita Cueto. Inconvenientes de los amores entre diferentes edades. Castelao ya lo contó en su obra teatral “Os vellos non deben de namorarse”.

Avisos para navegantes. Jóvenes con viejas y viejos con jóvenes. Peligros.  



Esta es una historia que voy a contar
A todos los que tienen mayor edad
Pues es interesante escuchar y saber
Lo que en este mundo puede suceder.

Y que no asusten los que están aquí
Porque la verdad se parece mucho al ají.
Pica mucho, sí, pro es lo mejor
Para darle al caldo buen sabor.

Recitado: Puede suceder que un muchacho se case con una vieja (voz masculina: eso es muy raro). No, es porque la vieja es riquísima y el muchacho no tiene donde caerse muerto (voz: eso es muy difícil) Sí, pero al año de casados la vieja se ha vuelto un saco de papas y el muchacho, que no le gusta el invierno ni nada que esté arrugado, busca viaje de negocios para París, Berlín o Nueva York, mientras deja a la vieja temperando en montería, en chaleco, sábana larga o soledad. No pasará mucho tiempo en que la pobre vieja se muera de gusanera o de cualquier otra cosa, y entonces él en París, en medio del placer de otras mujeres cantará:

Sírvase una copa de champán frances
Que no quiero acordarme de mi mujer.
Sírvase otras copas a las mujeres que están ahí,
Tóquense los músicos un buen danzón,
Que ya no hay tristeza en mi corazón,
Pues ya se murió aquel carcamal
Con quien me casé para gozar.

Recitado: También puede pasar que con los años el marido ya no se encuentre con capacidades para ejercer el servicio militar obligatorio de… (Voz: Mira chica, calla la voz, que te estoy oyendo). Pues me alegro que me estés oyendo, y así procura hacer unos ahorros para comprar nuez moscada o pildoritas, porque si llega a suceder lo que estoy diciendo, me veo yo también en París y me oirás cantar por radio aquello de:

Vengo de Colombia como derrotá
Porque mi marido no sirve pa ná
Pues ha derrochado su mejor virtud
Que era la frescura de su juventud.
Vengo a ver si me levanto algún monsieur
Que me suene la matraca con el pie
Vengo a conseguir plata pa vivir
Aunque todos hablen mal de mí.




La chica del 17
1926. Letra: Durán Villa y Boixades. Música: Azagra. Intérprete: Mercedes Serós. Otra obra maestra del género que atraveso todas las barreras del tiempo, aunque en el viaje tuviera que pagar peaje. Tanto a la versión de Lilian de Celis como a la de Lina Morgan, así como a otras de la época, les falta la última de las estrofas originales, precisamente en la que se desvela en qué es en lo que se mete la famosa chica de la plazuela de Tribulete.


I
La chica del diecisiete,
De la plazuela del Tribulete,
Nos tiene con sus toaletes
Revueltos a la vecindad.
La gente ya la critica
Porque hace tiempo que no se explica
A dónde va la chica, tan bien portá.

Refrán:
Por eso a las vecinas
Les da por murmurar
Y al verla tan compuesta
Le dicen al pasar:
-¿En qué se mete
La chica del diecisiete?
-¿De dónde saca
Pa tanto como destaca?
Pero ella dice
al verlas en ese plan:
-La que quiera coger peces,
Que se acuerde del refrán.

II
La chica del diecisiete,
Lleva zapatos de tafilete,
Sombrero de gran copete
Y abrigo de petit-gris.
Los guantes de cabritilla,
Medias de seda con espiguilla
Y viste la chiquilla como en París.

Al refrán

III
La chica del diecisiete,
Le han visto anoche con un vejete
Cenando en un gabinete
De un sitio muy reservao.
Y aunque la gente no explica
De qué demonios está tan rica
Me paece que a la chica ya la han calao.

Al refrán

  



Pensión Meublé
Cuatro años después de “La chica del 17, la misma Mercedes Serós realizó una especie de remake de su gran éxito que tituló “Pensión Meuble”, que, francamente, no consiguió la misma repercusión que el original.

En el tercero de casa
Vive una chica
Que del colrs que se viste
Nadie se explica.
Se va de casa de noche
Vuelve de día.
Unas veces viene en coche
Y otras baja de un tranvía.

Refrán:
Por eso al verla salir
Algunos suelen decir:
Será una artista,
Será tanguista,
Será oficiala de algún taller.
Tendrá carrera
¿será enfermera?
Porque de noche ¿qué puede hacer?

Todos los días del año
Para su esmero
Gasta la chica en potingues
Mucho dinero.
Sus trajes y sus calzados
Son de primera.
Más ninguno está enterado
De su oficio y carrera.

Al refrán…

Pero yo se lo que hace
La pobre chica
Y que salga por las noches
Muy bien se explica.
Sale de noche de casa
Muy diligente
A cumplir en un negocio
De servicio permanente.

Refrán:
Y al verla algunos salir
Les tengo yo que decir:
Ni es un artista
Ni ella es tanguista
Ni mucho menos lo que usted cree
Es la empleada
Mejor pagada
De una lujosa pensión-meublé




¡Tadeo!
Como se  ha podido comprobar, las mujeres del cuplé no eran sólo las cupletistas, sino mujeres normales y corrientes cuya opinión de los hombres, por cierto, no resultaba demasiado complaciente.

Este retrato masculino de Tadeo lo escribieron Enrique de Orbe y Modesto Romero. Estrenó el cuplé Raquel Meller en el teatro El Borado de Barcelona en 1918, y un año después la incluyo Carmen Flores en una grabación que recuperamos.


Es tan chulo mi Tadeo
Que usa tacones de muelle
Se para (…)
Y se nutre con un fuelle
Se peina con berbiquí
Desayuna con mojama
Y duerme sobre el fogón
Por no deshacer la cama.

¡Vaya chulería!

Estribillo:
Tadeo, Tadeo,
No te cortes el bigote
Que estás feo.
Tadeo, Tadeo,
Da recuerdos cuando veas
a la (¿…?)

Al cine quiere llevarme
El socio que me disloca;
Mas al punto le he objetao
Que al cine no va Carlota.
Que si le tiene afición
Por aquello del caldeo,
No tendrá calefacción
Si no hay antes himeneo.

Estribillo

Tadeo se hace torero,
Ya se deja la coleta,
Se ha terminado el bigote,
Y se da brillo en las cejas.
¡Tú qué vas a matar toros 
ni te vas a echar palante!
si me dicen que las matas
con los gases asfixiantes.

Estribillo




El pirógeno
Como se sabe, el uso crea el órgano. Consecuentemente, los grandes edificios de muchos pisos con sus paisajes de chimeneas dieron logar a los deshollinadores, que a tenor de este chotis de Salvador Valverde y el maestro Quiroga provocaban efectos pirógenos sobre las mujeres de la época. Algo así como los butaneros de principios de siglo.

Lo cantó en 1933 Luisita Esteso (1908/1986), artista y persona singular. Actriz, bailarina y cantante de tono humorístico, forma parte de una estirpe teatral iniciada en su padre, el humorista Luis Esteso, y continuada por el posterior y muy conocido sobrino Fernando Esteso. También fue una de las fundadoras en 1931 de la Asociación de Artistas Españoles de Variedades y Circo, sindicato integrado en la UGT que llegó a tener más de 1000 afiliados, entre ellos algunos tan famosos como Angelillo, Laura Pinillos, La Niña de los Peines, Estrellita Castro o el cómico Ramper.

He encontrado la filmación de una de sus actuaciones, a todas luces anterior a la Guerra Civil, lo que no es nada habitual, así que recomiendo su visionado. Además el tema caribeño que interpreta finaliza con unos versos de impagable sicalípsis y surrealismo involuntario: “Carioca es un baile que es la oca/ Carioca, me acalora y me sofoca./ Carioca, te dejo hecha tapioca/ Y enferma del riñón,/ Qué fácil con esta banda loca/ Tragarse un saxofón

En cualquier caso, el tema que he escogido para esta recopilación es el segundo del vídeo que enlazo al final (2’54”): El pirógeno. Como Mary Poppins pero en sicalíptico.
Luisita Esteso. (2’54”)

Cipriano es un fumista
Que tiene mucha mano
y no digamos vista.
Para eso es (¿…?) y el fogón.
Si el tiro no funciona
Le grito yo: ¡Cipriano!
Y sube él en persona
Y me limpia otra vez la conducción.

Me dice disgustao
Que tengo muchos humos
Que me subí al tejao
Y cuando ya la cosa está cañón
Se abraza a mi persona
Y dice muy volao
A ver cómo funciona
De donde sacas tú tal confusión.

Estrebillo:
Es el pirógeno,
Es el pirogeno,
Una cosa que hay allí.
Con carbón lo mezclas,
Lo prendes ya luego,
Y se sube un fuego
que arde to Madrid,
Desde las vistillas hasta Chamberí.

Y el muy frescógeno
Me aprieta autógeno,
Y estremecí.
Dame el pirógeno,
Que tu pirógeno
Pirógeno
Es pa mí.

Cipriano es un demonio
La mar de verbenero
Y hasta San Antonio
A darnos unas vueltas me llevó.
Un chotis con Cipriano
Me puso como un ascua
Pues hay que ver la mano
Que el pobrecito mío tie pa tó.

Fumistas no tie el mundo
Que el horno se caliente
Así en un segundo.
Por eso el (¿…?) llegó a mí,
Y vivo sus abrazos
¡Ay, Cipri, que me quemas!
Y dice el muy chulazo
Lo que tú estás diciendo el la chachí.

Estribillo









  
Cupletistas
en su ambiente




Las alegres tanguistas
1924. Letra: Aguirre. Música: Romero. La Argentinita reflexionó sobre su profesión en un tono que, siendo divertido y conteniendo ironía en cantidad, tiene también mucho de dramático.









I
En Maxim’s, Parisiana y Rosales
Soy muy conocida
Pues tangueando y foxtroteando
Me paso la vida.

Recitado:
Como que no hay niño bien que no me dé la Jacoba y me zarandee a su gusto. Cámara, con el fox y el can y el tú y la murga gaditana… Que yo no he visto inventar más cosas pa molestar a una. Estoy muerta. ¡Hay que ver! El otro día con que si el paptain, que si el shimmy y que si la danza del camello, me dejó un pingüino de esos pa’l arrastre; como que estuvimos dos horas seguidas haciendo el camello… ¡A mí se me figuraba que se le veía hasta la joroba! ¡Qué tío!

Estribillo:
Es arte de la tanguista
Ser lista,
Saber mariposear,
Beber, fumar
Y dárselas de juerguista
Y hacer gastar.

II
No descanso pa ver lo que saco
Y quién me convida;
Y me paso las noches bebiendo,
¡que estoy divertida!
Yo no sé cómo hay nadie que diga
Que el baile divierte,
Sobre todo si aprieta un zapato
Por el contrafuerte.

Recitado
Es mucha juerga, tengo el estómago muerto con tanto wiski and soda, vermut y éter. También bebiendo inventan lo suyo… Pero, claro, como hay que alternar, y tan y mientras que no se hace una cena, no se pué una ir a casa temprano… Ayer me pasé la noche queriendo hacer cenar a un desganao. Y él na, venga pedir vermuts con anchoas… Total, siete vermuts seguidos y un ardor de estómgao que pa qué…

Al estribillo



Tanguista de cabaret
No sólo dramática, sino trágica, resulta esta letra escrita en catalán por los para mí desconocidos Fidelius, Bilitis y el maestro Pascual Godes, realizando un duro retrato de la dureza de la profesión y los peligros que acosaban a quienes se metían en ella con la esperanza de mejorar su vida.


I
De modisteta deixava l’ofici
Quan just complert havia disset anys,
Perquè un xicot que es maldonava al vici
L’havia deshonrada amb molts enganys.
Veient-se sens ningú i desamparada.
Al “Refectorium” ‘nava cada nit,
I allà ballava fins la matinada
En que el seu cos malalt queia rendit.

Tornada:
Tanguista de cabaret
Mala fi és la que t’espera.
Tanguista de cabaret,
Ai, quan perdis la primera
Il•lusió que ara t’has fet!

II
Una nit i a plena hora del bullici
Hi havia un xicot tot arraulit:
Fumava tagarnina i amb desfici
Guaitava la riquesa embadalit.
Quan els tzigans un tango començaren
Ell va aixecar-se amb aire somrient;
La noia que ell un dia llençà al vici
Era al davant guaitant sinistrament.

Tornada

III
―Dona’m diners― aviat ell va exigir-li,
I com ella es negués, ell, punta en blanc,
Amb un cop d’estilet va maferir-la
I la noia caiguè el pit ple de sang.
Anaren a collir-la trenta braços,
Mes la noia digué porugament:
―No digue a ningú que ell em matava,
Car ha estat mon amor en tot momento.

Tornada:
Tanguista de cabaret,
La teva fi aquesta era.
Tanguista de cabaret
Ja és finida la primera
Il•lusió qu’et ‘vies fet.


(Traducción)
I.  De modistilla dejaba el oficio/ Justo apenas cumplidos diecisiete años, / Porque un chico que se daba al vicio/ La había deshonrado con muchos engaños./ Viéndose sin nadie y desamparada/ Al “Refectorium” iba cada noche,/ Y allí bailaba hasta la madrugada/ En que su cuerpo enfermo caía rendido.// Estribillo:/ Tanguista de cabaret/ Mal final es el que te espera./ Tanguista de cabaret,/ ¡Ay, cuando pierdas la primera/ Ilusión que ahora te has hecho!

II. Una noche y a plena hora del bullicio/ Había un chico acurrucado:/ Fumaba tagarnina y con desasosiego/ Contemplaba la riqueza embelesado./ Cuando los tzigansun tango comenzaron/ Él se levantó con aire sonriente;/ La chica que él un día lanzó al vicio/ Estaba delante mirando siniestramente.// Estribillo.

III. ―Dame dinero― pronto él le exigió,/ Y como ella se negó, él, punta en blanco,/ Con un golpe de estilete la malhirió/ Y la chica cayó con el pecho lleno de sangre./ Fueron a cogerla treinta brazos,/ Mas la chica dijo con miedo:/ ―No digáis a nadie que él me mataba,/ Pues ha sido mi amor en todo momento.// Estribillo:/ Tanguista de cabaret,/ Tu fin era éste./ Tanguista de cabaret/ Ya ha acabado la primera/ Ilusión que te habías hecho.



Yo soy Mimí
Más comedia y menos tragedia tenía esta composición con letra de Raffles y música de Font que en 1925 cantó Blanquita Suárez (1913/1983), cupletista que llegaría a servir de modelo a Picasso, quien en 1917 pitó un famoso retrato cubista de ella.

0tra historia de pretensiones realistas y testimoniales sobre una cocinera metida a tanguista a la que no le faltan ribetes irónicos. 


I
Yo era una cocinera
Que todo lo quemaba
Y la señora, claro,
En seguida me echaba.
Más de cuarenta casas
En dos meses mudé,
Y a muchas señoritas
La sangre les quemé.
Pero en vez de apurarme,
Como yo soy muy lista,
Dejé de ir a la compra
Y me metí a tanguista.

Recitado: Y no va a diferencia de servir a que la sirvan a una: Antes me decían: “Micaela, pon la mesa; Micaela, trae el chocolate”. Y ahora me dicen: “Mimí, bella Mimí, ¿qué va usted a tomar?” Y siempre pido algo de comer. Como estoy contratada para hacer gasto, hay noches que ceno siete veces. De beber no hablemos: he pedido tanto champagne de la Viuda que la Casa me manda todos los años un recordatorio del pobre Clicot.

II
Yo no soy una de esas
Que toman cocaína,
Y muchísimo menos
Me inyecto morfina.
El consuelo lo busco
Tan sólo en el foyer,
Y si a veces me inyecto
Es de vino con selzt.
Que para envenenarme
No quiero las esencias,
Que ya son bien dañinas
Algunas subsistencias.

Recitado: Pues eso de los paraísos artificiales, servidora dice que es un camelo. ¡Qué va a ver una desde el paraíso y menos si está dormida! Lo que pasa, que la mitad de las tanguistas están neurasténicas, pero aquí la que sea viva se da una vida que ni Francos Rodríguez. Si ya lo dice bien claro a la entrada: “Supertango”, que quiere decir que se está superior. Si no, que me lo pregunten a mí, que vine hecha una sardina y hoy día no me pesa una báscula por menos de veinte céntimos.

III
En eso de los novios
También soy de cuidado,
Que más de treinta tuve
Y aún no me he enamorado.
Sólo he puesto en los bailes
Mi tierno corazón,
Pero maldito tango
Aquel del pisotón.
Estrenaba zapatos
De tisú aquel día,
Y cerca de cien kilos
Pesaba el alma mía.

Recitado: Tanto, que cuando me sacó a bailar y le vi tan gordo, le pregunté: ¿Viene usted solo? Bueno, me dejó el pie como una torrija. Me dijo que el médico le había recomendado el movimiento. Es que el de usted ―repuse yo― es un movimiento revolucionario. Camará, cualquiera le hace un chaleco de punto a ratos perdidos. Gracias a que pidió una cena con arreglo al abdomen. ¡Yo tuve un cólico!

IV
Yo soy Mimí, Mimí,
La que en el cabaret
Va de aquí para allí
En busca de un bisteck
Con patatas chuflés.
Mimí, Mimí,
No se le olvide a usted:
Con patatas chuflés.


La flor de malva
Amalia de Isaura(1887/1971), grande del cuplé y la copla, retrató con insistencia el mundo en el que se movían las cupletistas, los caminos que las habían llevado hasta los escenarios, sus aspiraciones, los porqués de dedicarse a esa profesión (normalmente la necesidad de sobrevivir o de mejorar de vida) y las interioridades de las relaciones entre artistas. En 1921 lo hizo con esta composición de Raffles y el Maestro Cristóbal.



I
Mi padrastro, que tié mucha vista
Se ha empeñao que sea cupletista
Porque dice que con mi salero
Es seguro que robo el dinero,
Y que el día que cante yo sola,
Para verme va a haber otra cola.

Recitado: Y estoy encantá, porque sé que cuando debute armo un escándalo, es decir, armo más de uno. Lo que me ha costado más trabajo ha sido ponerme el nombre, pues todas las flores están agotadas: las hortensias, las clavellinas, la flor de lis, las rosas. ¡Cuidao que hay Rosas por ahí! Así que he tenío que ponerme La Flor de malva.

Refrán:
La Flor de malva,
La Flor del malva,
Como llegue a debutar
La Flor de malva
Va a hacer a muchas sudar.

II
Mi padrastro quié que me presente
Con las “Coplas del agua caliente”,
Porque dice que es hoy modernista
Hacer aguas en la cupletista,
Además que me va de primera
Pues se nota que fui lavandera.

Recitado: Por eso quiere que cante también esa canción que se llama “La bandera… la bandera pasa”, a ver si paso. Pero lo que más le gustan con las chulas: mas como ya hay “La chulapona” y “La chula del Avapiés”, le ha dicho a un autor que me haga “La chuleta de Barrionuevo”, y quiere que el día que debute ponga “La chuleta” de principio.

Al refrán

III
Pa que rabien algunas Raqueles,
Por las calles dirán mis carteles:
“Flor de malva”, gentil cupletera,
Creadora de “La corredera”;
Y debajo con grandes letreros:
“La mimada de los caballeros”.

Recitado: Repertorio moral. Esta cupletista, aunque canta pregones, no tira nada al público, porque uno de ellos es “La requesonera”, y no es cosa de acharar con requesón. Se ruega no pidan más cuplés que los anunciados. El de “La morcilla” ya le pone para repetir. Gran éxito de la canción romántica “La cebolla”; con “La cebolla” se les saltan las lágrimas a los espectadores.

Al refrán



El fox Tiburcia
En 1924, Isaura reincidió en el tema. Letra: Sánchez Carrere. Música: Maestro Rica.


I
Como con los foxtrotes
Muchas cocotes
De esas a las que todos
Las ponen motes.
Viven, como quien dice, a la gran Dumón,
Mientras yo me retuesto junto al fogón.

Pa ver lo que pasa
Dejé la casa
Y voy en busca ahora
De esta señora,
La cual, según explica
En esta tarjetica,
Enseña el fox a tóos.

Estribillo
Luz Quirós
La del fox,
Palafox, dos bis,
De once a dos.
¡Qué rediós!
¿Dónde está esa miss?
Por tóos laos la busqué
Y la Luz no encontré.
Para mí
Que en Madrí
Me perdí.

II
Como mi compañera,
La Baldomera,
Gracias al fox ha sido
Lo que no era,
Ya que no soy doncella, gracias a Dios,
Quiero lo mismo que ella, vivir del fox.

A mí ya no me gusta
freír filetes,
Pues dan mucho más jugo
los cabaretes.
Cuando, según la moda,
Yo beba uisqui y soda
Voy a soplar la mar.

Al estribillo

III
Pa que los del esmoken
Que no me sofoquen
Hablo según la pieza
 que a mí me toquen.
Si es tango digo: -Vamos a tanguear,
Y si es chotis: -Nos vamos a chotear.

A las del fox las llaman
Las foxtrotonas,
Y a las que bailan simi
Las simeonas.
Ya no seré Tiburcia,
Porque es mi nombre de furcia.
Yo seré aquí Tití.

Al estribillo




¿…?
Ni el título he encontrado de esta nueva canción de Amalia de Isaura, letra de Retana y música de Vidal Tragan, en la que ponía en solfa el cinismo y la doble moral hacia el cuplé por parte de un público capaz de poner a parir aquello mismo con lo que disfrutaba.

La gente que más critica
ya sabemos todos que es
 la que viene a los teatros
donde se hacen varietés.   

Cuando aparece la telonera,
como la pobre con lujo vista
piensa la gente que algún fulano
paga la cuenta de la modista.

Cuando una canta que es sevillana
hay quien la grita: -¡Si eres de Murcia!
Si es paradita la llaman sosa
Y si se mueve: -¡Valiente furcia!

A la que luce ropa ligera
la califican de indecentona:
mas si se cubre brazos y escote
dicen al verla: -¡Qué cursilona!

De toda estrella dicen que es vieja
y sus brillantes falsificados,
y á la que suele sacar montones,
que son bonitos pero alquilados.

Si alguna sale con perlas finas.
¡Son de los chinos!, dice la gente:
si exhibe plumas, que ya no es moda:
siempre la ven un inconveniente.

De quienes hacen los intermedios
también se suelen decir horrores
y cuando actúan los transformistas
se dicen cosas mucho peores.»


Mi debut en provincias
Dedicado a La Fornarina. Estecuplé, estrenado en 1912, se podría considerar del género autobiográfico y fue escrito por Álvaro Retana, con música de Gaspar de Aquino. Retana, el más rendido y constante admirador de Fornarina, conocía muy bien las peripecias de la cupletista en sus actuaciones por los teatros de España y sus constantes enfrentamientos con las "ligas de la moralidad", las ultraconservadoras asociaciones de padres de familia y los obispos de turno, indirectamente aludidas en la canción.


Cuando voy a provincias
me suelen anunciar,
en carteles muy grandes
por la localidad.
Las madres de familia
sienten gran inquietud,
prohibiéndole a sus chicos
la asistencia a mi debut.
Y si me ven pasar,
me miran con horror
y dicen en voz baja
con gran indignación:

Es una indina,
se llama Fornarina,
un peligro con faldas, sin dudar,
quien la aplauda, de fijo
que para en el infierno
y allí le tostarán.

Cuando salgo yo a escena
advierto sin tardar
que los viejos abundan
y los casados más.
Y como hay muchos pollos
la bulla es colosal,
pues calvos y con pelo
no se cansan de gritar.
Se acaba la función;
se marchan a dormir
y a algunos entre sueños se les puede oír así:

Es muy monina;
me gusta Fornarina,
pues se canta un cuplé muy resalao.
¡Ay, señor, quién tuviera
ahora la edad primera
y lo pasao, pasao!





El debut
Diez años después de autobiografiar a La Fornarinacon el cuple anterior, en 1922, Álvaro de Retana, con la colaboración musical de Juan Rica, volvió a insistir en el mismo modelo, con parecidos recursos literarios, pero esta vez tomando como modelo de su retrato en primera persona a La Chelito, que debía tenerle afición a esto de protagonizar sus canciones, porque salió en varias.


I
Cuando yo voy a provincias,
Contratada a trabajar,
Suelen pasarme unas cosas
Fastidiosas de verdad.
Y es que las madres de familia
Se llenan todas de inquietud
Solo al pensar que su marido
Puede asistir a mi debut.
Si me ven en la calle,
Las pobres damas
Se santiguan y dicen
Horrorizadas:

Refrán
Ay, Señor, la verdad que esa nena
Es un diablo que a los hombres pica;
Yo quisiera que mi marido
No asistiera al debut de esa chica.

II
Cuando salgo al escenario,
Adivino, sin tardar,
Que están todos los casados
Que hay en la localidad.
Abundan mucho los pollitos;
También hay viejos, eso sí,
Y hasta no falta alguna dama
Que me va a ver de cerca a mí.
Y los viejos silbando
Los intermedios,
Con los ojos alegres,
Piensan por dentro:

Refrán
Ay, Señor, la verdad que esta nena
Es muy joven, muy guapa y muy rica;
Quién pudiera tener veinte años
Para darle un disgusto a esta chica.

III
Cuando acabo mi trabajo,
Los señores van al club
Y se dicen mil locuras
Comentando mi debut.
Y aquella noche, los maridos,
Suelen mostrar una pasión
Que agrada mucho a las esposas
Y que es debido a mi actuación.
Y por eso sucede
Que algunas de ellas,
Bendiciendo la rumba,
Por dentro piensan:

Refrán
Ay, Señor, la verdad que esa nena
Es muy buena, muy guapa y muy rica;
Yo quisiera que mi maridito
Fuese siempre al debut de esa chica



La estrella del Concert
Otra más autobiográfica de La Chelito, con letra: Ramiro Ruiz "Raffles" y música de Rafael Adam, en la que la cupletista se presentaba en 1921 más como una mujer fatal al modo Hollywood que como una cupletista de café concert.


I
Yo soy la estrella del Concert,
La que subida en un diván
Para alegrar el cabaret
Brinda por todos con champán.
La que al plebeyo y al señor
Sabe coqueta sonreír,
La que ha jurado más amor
Y la que ha hecho más sufrir.

Estribillo:
Y cuando alguno
Me va a besar,
Yo presurosa
Suelo exclamar;
Besa,
Besa si quieres;
Besa,
Bésame ya,
Pues que me besen
Unos y otros, lo mismo da.

II
Todas me copian las toalets,
Se pone en moda mi canción,
Mi risa tiene un no sé qué,
Mi cutis causa sensación.
Por una copa de champán
A cualquier hora un beso doy,
Y mientras todos por mí están,
Yo por un solo hombre estoy.

Estribillo;
Y cuando a solas
Me va a besar,
Yo presurosa
Suelo exclamar;
Besa,
Besa chiquillo,
Besa,
Bésame más,
Porque tus besos
Son tan distintos de los demás.



  

Mujeres y hombres




El polichinela
Álvaro de Retana, José Juan Cadenas y Quinito Valverde fueron los autores de este clásico absoluto que cantó La Fornarinaen el que intentaban demostrar que en cosas de cama la que manda es siempre la mujer, que tiene en sus manos al hombre.


I
Entre los paisanos y los militares
me salen a diario novios a millares
como monigotes vienen tras de mi
y a todos les hago que bailen así

Refrán:
alza catapum,catapum pun candela
alza pa´rriba polichinela
cata-catapum,catapum,catapum
como los muñecos en el pim,pam,pum

II
Para divertirme y para que trabajen
Hago que se suba como que se baje
Cuando me parece tiro del cordón
Y se vuelven locos en esa ocasión

Al refrán

III
Tengo un viejo verde que lo traigo frito
pues para que salte tiro del hilito.
Yo tiro sin duelo y el me grita ¡más!
Cuando más me tiras más gusto me das.

Al refrán

IV
Hay un señorito de esos calaveras,
de esos que se pintan lunares y ojeras,
que al verme en la calle ir con seis o más,
siempre dice ay! nena que asediada estás.

Al refrán



También el paso del túnel del franquismo resultó castrador para este polichinela, que para la versión que Sara Montiel cantaba en “La violetera” (Luis Cesar Amadori, 1958) había sufrido ya el cambio de los dos últimos versos de la segunda estrofa y la totalidad de la tercera, precisamente las que desvelaban de que muñequito era del que tiraba la protagonista con sus hilos. 

Entre los paisanos y los militares
me salen a diario novios a millares
como monigotes vienen tras de mi
y a todos les hago que bailen así.

Estribillo::
alza catapum,catapum pun candela
alza pa´rriba polichinela
cata-catapum,catapum,catapum
como los muñecos en el pim,pam,pum

hay un viejo loco que lo traigo frito
y para que baile tiro del hilito,
y aunque se resiste sin querer saltar,
lo hace muy contento si me oye cantar.

Estribillo

Hay un señorito de esos calaveras,
de esos que se pintan lunares y ojeras,
que al verme en la calle ir con seis o más,
siempre dice ay! nena que asediada estás.

Estribillo




Qué chulo es
1932. Tampoco es que Pepita Ramos, La Goyita, tuviera muy buena opinión del Evaristo, su hombre, que a lo que cantaba tampoco parecía que fuese demasiado hombre.
 

Me dijo la otra tarde el Evaristo
Seguramente para darse pisto,
Que iba a convidarme
Por gusto y obsequiarme
A to lo que quisiera yo zamparme.

Nos fuimos a un hotel, ni más ni menos,
Pedimos el menú como los buenos
Y allí en un tete a tete
Nos dimos un banquete
De órdago, a lo grande, con sorbete

Recitado: pero a la hora de llegar a la verdad, que fue la de pagar el menú al garçon, el pollo se me hizo el (¿…?) accidental y tuve que pagar yo la cuenta. Prima que soy.

Refrán:
Yo le dije al Evaristo
Prometes más que un ministro
Y das menos que un inglés.
Y el me dijo sin despecho
Es porque del dicho al hecho
Hay que tomar el expres.
Qué chulo es…

Salimos del hotel ya muy de noche
Y dijo llévame una hora en coche
Y mientras el hablarba
Un hombre se pasaba,
Me dijo no sé que, ¡es la caraba!

Se fue hacia el mu chulo pa achantarle
Diciendole que iba a propinarle
Dos tortas cosa fina
Tres piñas sin pamplinas
Y ocho o diez chuletas
De propina.

Recitado:  Pero el gachó aquel cogio mi culo y le soltó tres cates y seis borrachos. Y el Evaristo se conformó, y es que él, por no dar na, ni golpes da.

Al Refrán




El amor y el vitriolo
Letra: Mariño. Música: E. Muñoa. Interprete: Preciosilla. Tampoco es que este Bartolo que cantó Preciosilla en 1919 fuera precisamente una joya, pero que se anduviese con cuidado y no tonteara, que era suyo.

I
Es Bartolo tan chulillo
Que parece un bartolillo,
Y cocottes y furciales
Se lo rifan por frescales.
Por mí come, por mí triunfa,
Yo le doy para tabaco,
Yo le visto con decencia,
Y además también le calzo.
Pero si con otra
Le tropiezo yo,
Entonces es cuando
Se acabó el carbón.

Refrán:
¡Ay, Bartolo, Bartolo, Bartolo!
¡Eres más frappé que el Polo!
Lo que es si me engañas,
Por éstas te juro,
Bartolo, Bartolo,
Que te desfiguro
¡Pero con vitriolo!

II
Tié Bartolo unos ojazos
 Que taladran hasta el bazo,
Y un poder en la retina
Que al mirar me atontolina.
Picadillo es de viruelas
Y no tié más que una ceja,
Y su boca es tan guasiva
Que le llega hasta la oreja.
Es como un divieso
Toda su nariz,
Y tié en la mejilla
Una cicatriz.

Al refrán.

III
Es Bartolo un bibelote
Desde los pies al cogote
Y se peina para un lado
Que talmente es un lenguado.
Lleva reloj de pulsera
Y además gasta trabilla
Y tiene un gabán con fuelles
Que hasta quita la polilla.
Se trae una coba
De larga el gachó
Que me tiene loca
Por la dimensión.

Al refrán



¡Ay, Manolo!
El siglo XX también descubrió a los españoles la ambigüedad sexual. Mujeres que se peinaban a lo garçón y vestían pantalones, hombres con envidia del sexo contrario, como este Manolo sobre el que Mercedes Serós cantó en 1929

Yo no se que es lo que pasa ahora
Con los chicos de hoy en día
Pero es atroz.
Pues nos imitan en lo que pueden,
En el tipo, en los andares,
Y hasta en la voz

Refrán:
¡Ay, Jesús! ¡Ay de mí!
A un pollito el otro día oí decir
¡Qué placer! ¡qué placer!
Ay Manolo, quien fuera mujer.

Esto puede ser algo terrible,
si ellos logran lo que quieren
habrá que ver.

Para qué serviremos nosotras,
Pues si ellos lo hacen todo,
Pobre mujer.

Al refrán

Yo no comprendo como los hombres
Se ponen ropa en la boca
Y hasta corsé.
Pronto les veremos de (…)
Dando biberón a un niño,
Que lindo bebé

Al refrán




Todo al revés
Encarnación López Julvez, La Argentinita, que en su carrera de bailarina y cantante transito sucesivamente por los territorios del cuplé, el baile español, la música culta y el flamenco hasta convertirse en una figura fundamental en la evolución de la música popular española que se vivió en las primeras décadas del siglo XX, también había abordado en 1922 esa ambigüedad sexual a la que también se refirió Mercedes Serós con el “¡Ay! Manolo” que acabamos de copiar.

La fina sensibilidad artística (y político-social) de La Argentinita le dio al tema una interesante vuelta de tuerca. El cambio de roles que anunciaba en el cuplé, una auténtica vuelta a la tortilla en la relación hombre-mujer, funcionaba, a mi entender, no tanto como una reivindicación o un futurible, sino como una forma de poner de relieve la verdadera situación de las mujeres en aquel momento y su completa dependencia de los hombres.

Esa misma vida subordinada, acosada e injusta que el cuplé vaticinaba para la población masculina del futuro, que a cualquier oyente le parecería una barbaridad, resultaba ser, precisamente, la misma a la que en el presente de la canción estaban subordinadas las mujeres, una situación que para la gran mayoría de la sociedad, masculina, pero en buena medida también femenina, venía a representar lo “normal”, frente a la “anormalidad” de la propuesta del cuplé.


Siguiendo así las cosas
Lo mismo que ahora van
Muy pronto las mujeres
Al hombre sufrirán.
Veremos entonces
El mundo al revés
Y cambiados los papeles
Será el hombre la mujer

¡Será el hombre la mujer!

Recitado:
Y la mujer por consiguiente hará de hombre y habrá que ver entonces cuando pregunten a una chica: “a dónde vas, Purita”. Y ella diga: “a esperar a los modistos, hay un rubito tobillero con melenita a lo gançón que me tiene tarumba. Tiene unos ojazos. El otro día me lo llevé a ese cine nuevo que han puesto…”. Y si vieras que inocente es, no hacía más que suspirar y pedirme bocadillos. Lo cual que yo le dije: “¿es que tienes la solitaria, monín? Y me contestó con un candor…: “no, es que no he podido ir a comer por terminarme unos chulotitos…”

Aunque a algunos les parezca
Que soy una exagera
Con el femi feminismo
Todo eso llegará.

El pollo solterito
Saldrá con su papa.
O bien con carabino
Entonces lo sabrá.

Y si es un casado
¿…..?
Él irá mirando al suelo,
ella irá como un mastín.

¡Ella irá como un mastín!

Recitado:
Y como entonces las mujeres seguirán a los hombres habrá escenitas como esta: “Por favor, castigadora, retírese que soy casado”. “¿Con quién?” “Con una trompa de la banda municipal”. “Bueno, toma esto”. “Ay, no, no, yo no puedo aceptar regalos”. “¡Que los tomes! he dicho. Y mañana te compro una bufanda, anda chato súbete a este coche”.” Ay, quite usted, por Dios”. “Que te subas he dicho, que me tienes loca”. “Subiré, pero qué pensará usted de mi, ¡ay!, soy un pingo”.

Que a algunos se les parezca
Que soy una exagerá
Con el femi feminismo
Todo eso llegará.

Recitado:
Ay, que tobillera veo por ahí.” Retírese niña pera o cómpreme una trinchera”.




Cipriano
1919.
Letra y música: J. Martínez Abades.
Intérprete: Úrsula López.

I
Tengo un novio cajista de imprenta
Que vale lo que pesa
Porque es mu ilustrao,
Y me dice al bailar unas cosas
Que a Dios le vuelven loco
Porque es mu resalao.
Por el schotis se vuelve mochales
Y se lo marca a izquierdas
Mu chulo y mu barbián,
Y bailando tié el chico más labia
Que pué tener la sabia
De la Pardo Bazán.
Es un truhán.

Estribillo
Pero a veces se propasa el muy ladrón,
Y es preciso que le llame la atención.
¡Ay! Cipriano, Cipriano, Cipriano,
No bajes más la mano
No seas exagerao.
Si no bailas con más comedimiento,
Al menor movimiento
Te la has ganao.

II
La otra noche bailando en la Bombi
Por mor del Valdepeñas
Se puso mu pesao,
Y por menos del canto de un duro
Que no le armara bronca
El Meli y el Pelao.
Tié el defecto de tener un pronto
Que si no le sujetan
Es una tempestá.
Pero luego se le fue pasando
Y seguimos bailando
Y allí no pasó ná.
Es la verdá.

Estribillo
Pero a veces se propasa el muy ladrón,
Y es preciso que le llame la atención.
¡Ay! Cipriano, Cipriano, Cipriano,
Ya vuelves con la mano
Mia tú que estás pesao.
Si no bailas con más comedimiento,
Al menor movimiento
Ya t’he plantao.



Dispense usted
(José Juan Cadenas y Quinto Valverde). Tribulaciones de una madre soltera o cómo en el pecado tendrás la penitencia

Una noche de baile
la modistilla Isabel,
al compás de una polka
se enamoró de un doncel.
Él y ella se marcharon
después del baile a cenar
y la entró en un reservado
de no se qué restaurant
y cuando estuvieron solos,
ella empezó a gritar:

¡Ay, no!
No sea tan atrevido
¡ay... no!
que me rompe usté el vestido.
Y el muchacho la decía
muy atento y muy cortés:

¡Sí... eh! pues dispense usté.

Al fin de no arrugarse
ella el disfraz se quitó
dejando al descubierto
cosas que ocultar debió;
él, loco de alegría
se echó a sus pies sin tardar,
y en aquel instante quiso él
la ocasión aprovechar;
la muchacha protestaba,
pero se dejaba abrazar...

¡Ay ... no!
esto es una emboscada...
¡Ay... no!
yo soy una chica honrada...
Y el muchacho le decía,
muy atento y muy cortés:

¡Sí... eh! pues dispense usté...

Pasados nueve meses
tuvo Isabel un bebé
y, con el chico en brazos,
en busca de su padre fue,
de noche y de día anduvo
buscándole sin parar,
hasta que, al fin, una tarde,
lo halló por casualidad
y, enseñando el crío al padre,
Isabel se puso a gritar:

¡Ay ... sí!
ya estará usté satisfecho...
¡Ay... sí!
ya ve usté lo que me ha hecho...
Y el muchacho le decía,
muy atento y muy cortés:

¡Sí… eh! Pues dispense usté...



Soy mujer
De cómo una aparente apología de la feminidad tradicional se convierte, gracias a la interpretación de la cupletista, en una caricatura crítica. La escribieron Luis de Tapia y Font de Anta y la grabó, al parecer en 1928, y de la faena de añadirle lo que le faltaba se encargó nada menos que Encarnación López, La Argentinita, que ya por aquel entonces vivía un apasionado romance con el torero y poeta Ignacio Sánchez Mejía y compartía amistad y tertulia con los intelectuales, escritores y artistas de la generación del 27.


Yo soy la mujer modelo,
Yo sé bordar y coser,
Yo no me he cortado el pelo,
Yo sigo siendo mujer.

Recitado:
A mi no me gusta la actual moda exigua,
yo soy simplemente la mujer antigua.
Yo no soy gastona, no tengo melena,
yo tengo una mata de pelo muy buena.
Yo no gasto falda corta en el vestido,
yo guardo las piernas para mi marido.
Yo no bailo el swing yo no bailo el Fox,
¿y fumar?, uf, ¡que asco! Me da mucha tos.

(…)
(…)
Soy una infeliz
Pero soy mujer
Pero soy mujer.

Como ya saben ustedes
Yo soy la mujer de ayer,
Yo no dirijo un mercedes,
Yo sigo siendo mujer.

Recitado:
El jugar al tenis no me satisface,
yo no soy la Lenglen ni falta que me hace.
Balandos y olas no capitaneo,
yo es solo en las tiendas donde regateo.
El ballet de hielo para mi no se hizo,
yo no uso patines, ya no me deslizo.

En lo automotriz
no hago de chaufeur
Soy una infeliz,
Pero soy mujer,
Pero soy mujer.

Yo voy siendo un tipo raro
En cuestiones del querer,
Yo al novio no me declaro
Yo sigo siendo mujer.

Recitado:
En cuestion de amores mi cuerpo no espera
A que me fastidie cualquier pollo pera.
Me gusta el piropo, pero nunca quiero
Que brutal me llame cualquier grosero.
A mi me entusiasma la carta amorosa
Tímida y escrita en papel de rosa.
Y son mis autores de frases de amor
Bécquer, Espronceda, Larra y Campoamor.

Yo adoro el batir
Rancio del ayer
Soy una infeliz
Pero soy mujer,
Pero soy mujer.




Pobre chica
Con letra de Torres y Asenjo y música de Font y Anta, Amalia Isaura lanzó en 1920 esta proclama llamando a la rebelión de las criadas domésticas.

I
Yo soy descendiente
De aquella sirviente
Que el maestro Chueca
Popularizó.
De una pobre chica
Que al fin se hizo rica
Porque a un caballero
De Gracia atrapó.
Y aunque ella temía
Que llegase el día
Que su paradero
Fuese el hospital,
Porque una criada
era mal pagada,
Que el servicio entonces
Estaba muy mal.

Recitado: Como que pasaban las morás. Y aunque aprendían a sisar después de consultarlo con su conciencia, y le decían al de la tienda: ―Secundino, un kilo corto de alubias…, que no sacaban más de dos gordas y no le llegaban ni para los pitillos del sorche. Hoy todas tenemos nuestro novio chauffeur, y cuando a la señora se le antoja ir de visita y una no quiere que su hombre se marche, pues ya está el cacharro en una panne en el garaje, la señora sale a pie y da gusto así. Y por eso nosotras no nos pasamos el día cantando como nuestras abuelas aquello de…

Estribillo
Pobre chica
La que tiene que servir,
Más valiera
Que se llegara a morir.

II
En cambio, hoy día
Se siente alegría,
Y en un lao cualquiera
Da gusto servir,
Que ya las criadas
Están sindicadas,
Y mandan y ordenan
Y pueden vivir.
Y visten ahora
Como las señoras
Y algunas de ellas
Pues viste mejor
Pues llevan puntillas
Y sedas y encajes
Y cintas y alhajas
De lo superior.

Recitado: El bolcheviquismo del servicio doméstico que se impone, señor, pues gracias a eso he podido yo entrar, yo, en una casa donde me dan treinta machacantes todos los meses, y cinco duros cada vez que rompo un cacharro, pues eso es un accidente de trabajo. Y tengo un mono para que me lleve la cesta de la compra y otro para que me la traiga, y la señorita me guisa la comida y la señorita me limpia la casa, y el señorito, que es joven y guapo, tiene la obligación de llevarme todas las mañanas el desayuno a la cama, y tengo guantes de goma para la cocina. Pero, como que están ya aburridos de mí, pues que mañana pido la jornada de ocho horas, u séase, ocho horas para dormir, ocho para descansar y ocho para pasearme, y si no me la conceden, les va a servir Rita, porque gracias a Dios ya no oirán ustedes a ninguna criada cantar aquello de La gran vía:

Al estribillo


Con esta visión reivindicativa del servicio doméstico, lo que realmente hacía Amalia de Isaura era replicar a una composición anterior que se había hecho tremendamente popular. El 2 de julio de 1886 se había estrenado en el Teatro Felipe, de los madrileños Jardines del Buen Retiro, la zarzuela (“revista lírico-cómica, fantástico-callejera en un acto y cinco cuadros”, la definieron sus autores) La Gran Vía, con libreto de Felipe Pérez y González y música de Federico Chueca y Joaquín Valverde. El éxito fue tan extraordinario que la obra se siguió representando con singular frecuencia a lo largo de los años y hasta hoy.
En uno de sus cantables, el “Tango de la Menegilda”, se proponía, como remedio a la penuria en que vivían las criadas domésticas, que equilibraran su magro sueldo aprendiendo a sisar, solución personal que no dejaba de tener su gracia pero que estaba a años luz de la sindicación colectiva del gremio que propondría Isaura 24 años después. Signos del cambio de los tiempos. Resulta cuando menos curioso escuchar el tango original a la mezzosoprano Teresa Berganza. La enlazo al final de la letra.


¡Pobre chica
la que tiene que servir!
Más valiera
que se llegase a morir.
Porque si es que no sabe
por las mañanas brujulear,
aunque mil años viva
su paradero es el hospital.

Cuando yo vine aquí,
lo primero que hacer aprendí
fue a fregar, a barrer,
a guisar, a planchar y a coser.
Pero viendo que estas cosas
no me hacían prosperar
consulté con mi conciencia
y al punto me dijo: "Aprende a sisar".

Salí tan mañosa, que al cabo de un año,
tenía seis trajes de seda y satén.
Y a nada que ustedes discurran un poco,
ya han adivinao,
o se lo han figurao,
de dónde saldría
para ello el parné.


Yo iba sola
por la mañana a comprar,
y me daban
tres duros para pagar;
y de sesenta reales
gastaba treinta, o un poco más,
y lo que me sobraba
me lo guardaba un melitar.

Yo no sé cómo fue
que un domingo después de comer,
yo no sé que pasó
que mi ama a la calle me echó.
Pero al darme el señorito
la cartilla y el parné,
me decía por lo bajo:
"Te espero en Eslava tomando café".

Después de este lance
serví a un boticario,
serví a una señora
que estaba muy mal;
me vine a esta casa y ahí estoy al pelo,
pues sirvo a un  abuelo
que el pobre está lelo
y yo soy el ama... y punto final.




La pequeña bolchevique
Letra: Sánchez Carrere. Música: Font. Intérprete que lo estrenó: Amalia de Isaura en 1921.
A punto ya de acabar esta recopilación nos encontramos en un momento de plena simbiosis entre la sicalípsis y la política, contempladas ambas desde el punto de vista de la mujer retratada en los cuplés. Las primeras décadas del siglo XX fueron el marco, también, del surgimiento de la acción política de las mujeres como algo generalizado, tanto en el terreno de la reivindicación estrictamente feminista como de la político-social en general. Una realidad que algunos autores y cantantes trasladaron al cuplé.

Llama la atención en este que ahora toca la temprana época de su estreno, a sólo cuatro años de la Revolución soviética de Octubre en Rusia y cuando el mismísimo Partido Comunista de España aún no existía o acababa de ser fundado, hecho que tuvo lugar ese mismo año de la canción, en noviembre de 1931. Poco se sabía entonces en España del comunismo, por lo que la canción puede considerarse un testimonio de la percepción popular del momento sobre la ideología comunista y el país de los Soviet.

No obstante la seriedad del tema, los autores y la interprete esta pequeña bolchevique del cuplé sabían de que materiales estate compuesto el arte que practicaban y quiénes eran sus destinatarios. Si el escorpión no puede olvidar su condición, tampoco el cuplé, tan íntimamente unido a la picaresca sexual y a la crítica de costumbres. Por eso, al final, el bolchevique, hombre del cuplé al fin y al cabo, habla mucho del soviet, pero en realidad lo que pretende es sovietear a su novia en cualquier rincón apartado. Y de eso nada, monada.


I
A mí no hay uno en casa
Que me resista,
Porque soy una nena
Bolcheviquista.

Si algún novio me sale,
Me dura poco,
Pues con las cosas mías
Le vuelvo loco.

Y si conquistarme quiere,
Alguno al fin
Tiene que decirme:
¡Que viva Lenín!

Recitado: Lenín u Lenine, ¡como se diga!¡Ése sí que es un hombre! ¡Hay que ver lo que ha hecho el ruso ese con las mujeres! ¡Y lo que hará! Porque se ha empeñao en ello… y es lo que dice el novio de mi chacha, que está en una casa de préstamos… Un ruso, cuando se empeña… ¡se pierde! ¡Pues igual me va a pasar a mí! A mí me dicen las amigas de mi mamá: -Nena, tú ¿qué vas a ser? ¿Maestra? - ¡Yo no! – ¿Artista? - ¡Tampoco! - ¿Pues qué? - ¿Yo…? Bolchevi… bolchevi…

Estribillo:
Bolchevi… bolchevi…
Bolchevique quiero ser [bis],
Aunque alguno me critique:
Porque siendo bolchevique [bis],
Vique, vique, vique, vique,
vi… ¡que nada he de perder!

II
Jugando a matrimonios
Me habló a mí un chico,
Yo ya le he despreciado
Porque era rico.

Exige hoy en amores
El bolcheviquismo
Que el novio y ella tengan
Los dos lo mismo.

Recitado: Y él me dijo entonces: -No va a poder ser. ¡Siempre el hombre tuvo… Más que la mujer! - ¿Y tú qué sabes lo que yo tengo? –Anda, lo que tú tienes… Pues tú tienes lo mismo que todas… ¡Ganas de casarte! –Sí, ganas de casarme… pero no contigo: tú, como burgués, eres de las derechas… - ¿Y a ti no te gustan las derechas? - ¡A mí no! Los bolcheviques tienen que llevar la contraria… - ¡Anda, qué raro! – ¡Ignorante! - ¡Sabia! - ¡No, yo no quiero ser sabia! - ¡Pues lista! – Yo no quiero ser lista… Yo… bolchevi, bolchevi…

Al estribillo

III
Me pretende a mí un nene
Muy calavera,
Que con sus travesuras
Me desespera,

Pues cada vez que a solas
Se ve conmigo
Se siente bolchevique,
Y yo le digo:

-Si eres bolchevique
Tu esposa seré,
Pero estate quieto,
¡basta ya de soviet!

Recitado: -Paece mentira que reniegues del soviet. –Es que es mucho sovieteo. – Y tú te crees una chica lista… Más bien soy una lista grande… -Una lista grande… ¿Por qué?  -Porque siempre que viene a mí es pa ver lo que toca… - Anda, también quiere ser graciosa… - No, yo no quiero ser graciosa… - No te enfades, rica… -No, yo no quiero ser rica… Yo… bolchevi, bolchevi..

Al estribillo



Comunista
Once años después de “La pequeña bolchevique”, en 1932, apenas a un año de la proclamación de La República, volvemos a encontrar en un cuplé la mención directa del comunismo. También aquí el bolchevismo y el amor pasional y clandestino forman un todo indisoluble.

La canción la estrenó Carmelita Aubert, que un año después grabaría un tango memorable, “Cocaína en flor”, y que en 1935 protagonizaría la película considerada como el primer musical del cine español, dirigida por el anarquista José María Castellví y bautizada con el sugerente título de “Abajo los hombres”, aunque no fuera una historia feminista. Exiliada en Portugal durante la guerra, tuvo graves problemas con el franquismo, que la detuvo cuando intento volver a España para protagonizar una película en 1944, aunque hubo de liberarla por las presiones de sus compañeros portugueses, a cuyo país regreso de nuevo.

La letra la escribió el periodista Rafael Ortega Lissón, hombvre, al parecer, de ideas conservadoras.  


I
Por salones y cafés
en amor el pollo Andrés
tiene fama de incendiario.
Y en su forma de querer
y tratar a la mujer
es un revolucionario.

Como es cosa natural
ha inculcado su ideal
a una nena de postin,
y en su casa la chiquilla
desarrolla a maravilla
las consignas del Lenin.

Refran:
No ne riñas mama,
no me riñas papa
porque sea mujer modernista
pues si ahueca la mies
cuando voy con Andrés
y él me gusta porque es comunista.
Comunis… comunis… comunista.


II
La chiquilla con Andrés
va a tomar el dos o el tres
y en un viaje de recreo
ir a Rusia a comprobar
si la libertad de amar
no es delito ni es afeo.

Pero en tanto a Rusia van
se han trazado lindo plan
sovietista y pasional
y a escondidas de la gente
se reparten buenamente
lo que tienen cada cual.

(Al refrán)



  

Batallón de modistillas
(Álvaro Retana y Gaspar de Aquino)
Cerramos este recuento con el que probablemente sea el cuplé más conocido popularmente de todo el género, en unas épocas y otras, hasta llegar hasta hoy en día figurando en los menús de los karaokes. También es uno de los cuplés clásicos cuyo sentido resultó más tergiversado durante el franquismo.

A simple oída podría parecer un himno patriótico y militarista que, a tener de la fecha en que se estrenó, 1915, bien podría haber estado dedicado a la guerra de Marruecos. Claro está que esta interpretación sólo puede hacerse si se escucha alguna de las grabaciones de cuplé realizadas durante la dictadura, en las que se potenció la exaltación al heroísmo marcial de las mujeres y se minimizó, ya que era imposible hacerla desaparecer del todo, la principal cuestión al que apuntaba la canción original: la guerra de sexos y una avanzada teoría final de hacer el amor y no la guerra.

He encontrado dos grabaciones que permiten la comparación.

La primera corresponde a la grabación que realizó Lilian de Celis a finales de los años 50 y que se convirtió en canónica durante todo aquel periodo. La segunda es la interpretación, probablemente la primera, grabada por La Goyita en 1915. Entre una y otra hay un mundo.

Vamos primero con Lilian de Celis, que la canta estupendamente, por otro lado. Añado entre paréntesis aquellos versos que eran distintos cantados por La Goyita.

Se dice que muy pronto,
si Dios no media,
tendremos las mujeres
que ir a la guerra.
Y yo como medida (por eso yo, señores,)
de precaución (que soy atroz)
estoy organizando
mi batallón.

Batallón de modistillas
de lo más requebonito
y lo más jacarandoso
que pasea por Madrid.
Y ya estamos aprendiendo
la instrucción con entusiasmo,
deseando que se aprecie (y muy pronto luciremos)
nuestro garbo por ahí. (nuestro talle por ahí)

Un, dos tres, ahora va bien. (bis)

El más fiero enemigo
caerá deshecho.
Que estamos decididas
a dar el pecho.
Y lo mismo un soldado
que un general
preferirán rendirse
a pelear.

Son los hombres con nosotras
en la paz muy bravucones
y nos tienen dominadas
sin dejarnos rechistar.
Pero en cuanto que nos vean
decididas a la lucha
con las suegras en vanguardia,
de correr no pararán.

Un, dos, tres, ahora va bien. (bis)

Hay pollos muy tunantes
que a las muchachas
se ofrecen a seguirnos
a retaguardia.
Más hemos acordado
por votación
que si ellos van delante
será mejor.

Un dos tres, ahora va bien (bis)

Como estamos aprendiendo
la instrucción con entusiasmo
deseando que se aprecie
nuestro garbo por ahí.



Hasta ahí cantaba Lilian de Celis, en una versión probablemente debida al propio Álvaro Retana, que en esa época, y tras haber pasado por las cárceles franquistas, debía necesitar como el agua o el güisqui cualquier billete que llevarse al bolsillo. En ella, aparte de variar los versos entre paréntesis, se cambió totalmente el final con estrofas para la ocasión, que he puesto en negrita, eliminando las originales interpretadas por La Goyitacuarenta años antes. El cambio elevaba el tono cuartelero del cuplé, y eliminaba cuanto de sexualmente ambiguo, y por tanto sicalíptico, había en la primera escritura sobre el eterno enfrentamiento amoroso y sexual hombre-mujer. Además, Goyitaera una maestra de la picardía.


Si no es mi compañía
De esas morenas, (¿)
Pues estas son, señores,
Mujeres buenas,
Y al ver al enemigo
Cerca de sí
Le atacan enseguida
Con frenesí.

Atacar la bayoneta
Hasta dejarles rendido
Y cortarles la cabeza
A los que quieren huir.
Es lo que nos proponemos
Al cumplir nuestros deseos
Y al dejarles sin cabeza
Ya no nos podrán vencer.

Un dos tres, ahora va bien (bis)

Los pollos elegantes
Sin darles guasa
Llevaban las muchachas
A retaguardia.
Más yo pienso, señores,
Con gran razón,
Que delante estarían
Mucho mejor.

Ya  verán con que entusiasmo
Mando yo mi compañía
Y la hago entrar en fuego
Y rabiosas pelear.
Y si los chicos son listos,
y las chicas no son tontas,
al final de la campaña
volveremos muchos más.

Un, dos tres, ahora va bien.







  
DOS NOTAS
Y UN REGALO




NOTA 1. DE LA CENSURA
Dado que me he venido refiriendo con frecuencia a los cambios o supresiones sufridos por las letras de los cuplés sicalípticos como consecuencia de la dictadura franquista, buenas serán algunas líneas para explicar cómo se producía aquella censura, pues no era cosa de que hubiera un organismo central y unas normas minuciosas que permitieran decir al censor esto lo quitas, aquí cambias un verso y más allá suprimes una estrofa, ojito con la longitud de la falda, mucho cuidado con el movimiento de esa cintura o a ver dónde pones esa mano al cantar el ven y ven.

No, los tiros no iban por ahí. Durante los veinte primeros años franquistas no existió una legislación escrita que marcara los criterios por los que las canciones debieran ser autorizadas o prohibidas, ni siquiera un organismo central que se ocupara de esa tarea. De hecho, hasta una fecha tan tardía como noviembre de 1959 no se publicó la orden ministerial que obligaba a las empresas discográficas a depositar en el Ministerio de Información y Turismo dos ejemplares de cada disco a efectos de “comprobación y archivo”. También ese año se estableció que fuera la Dirección Generalde Radiodifusión y Televisión la que efectuara “el visado y autorización de los textos a grabar en discos fonográficos”. Esta tardanza, sin embargo, tiene una explicación. A diferencia de lo que sucedía con los libros o los periódicos, que contaban ya con una amplia y antigua legislación al respecto, las placas discográficas eran todavía un sistema de grabación de las canciones relativamente nuevo y poco extendido, sobre el que no se había sentido la necesidad de ejercer un control directo. Esta llegó no por casualidad a finales de la década de los cincuenta como consecuencia de la creciente importancia que tomaban los discos entre la juventud con la llegada primero de la canción ye-ye, por utilizar un término unificador, y luego con la irrupción de los cantautores y su directa conciencia política.

El que no existieran leyes ni criterios no quiere decir, no obstante, que no se censuraran las canciones, sino que durante esos años la censura se realizó de manera descentralizada, dispersa y caprichosa, aunque a menudo atroz. No existía un censor y unas normas centralizadas, es cierto, sino una verdadera red de censores provinciales y locales, con auténtico poder sobre su territorio, que no se limitaba a los representantes ministeriales, sino que se extendía a los gobernadores, alcaldes, curas, militares, delegados de falange y demás capitostes del régimen en los niveles correspondientes, e indirectamente a sus correspondientes esposas, que también contaban y cortaban lo suyo. Eran ellos, y de refilón ellas, quienes dictaminaban, de acuerdo a sus propios prejuicios o caprichos y sin necesidad de consigna estatal alguna, sobre la conveniencia o no de que tal o cual canción llegara hasta los oídos de la tropa civil que mantenían bajo su mando directo.

Por otro lado, en aquellos tiempos la canción no era todavía un género musical autónomo. Su principal forma de transmisión no era la grabación en disco, sino la actuación en directo, normalmente formando parte de revistas de variedades en las que cuplés y coplas, unos en declive y otras en pleno auge, se intercalaban entre números de equilibristas, rapsodas o caricatos. Ese territorio del escenario y la interpretación en directo era en el que tenía lugar la agresión. Allí acudía el censor provincial antes de cada estreno para imponer a los cómicos sus particulares caprichos y obsesiones morales, y allí era donde la santa señora del alcalde o la menos santa del cura podían escandalizarse por tal o cual canción picaresca e imponer, por mano interpuesta, sus exigencias. ¿Para qué que necesitaba el régimen una censura centralizada cuando ya contaban con tantos voluntarios de estricta confianza que la ejercían a rajatabla?

En esas circunstancias, cuando la canción llegaba al disco (o a la pantalla de cine, el otro medio de gran difusión mecanizada junto a la radio) quienes la interpretaban o adaptaban ya tenían la experiencia del directo y conocían a la perfección lo que podía cantarse y lo que había que callar, saliendo cada cual por dónde podía. Eso explicaría las diferencias entre las versiones que de un mismo cuplé hicieron Imperio Argentina, Nati Mistral, Sara Montiel o Lilian de Celis, cambios que bien pudieron ser realizados no por un censor externo, sino por las propias interpretes, autores o adaptadores correspondientes, colaboradores entusiastas del régimen o simplemente temerosos de salirse del redil. Puede haber en esas versiones versos o estrofas distintos, pero todas coinciden, eso sí, en la eliminación de cuanto de picaresco, doble sentido o insinuación erótica (no digamos ya incitación) pudiera haber en los originales. El régimen había decretado el vade retro al pecado y no dudaban en usar el garrote para mantenerlo lejos de sus corderillos. El infierno en vida era condición indispensable para merecer el paraíso tras la muerte terrenal.


NOTA 2. DE AGRADECIMIENTO DEBIDO
La recopilación de grabaciones originales que enlazo no se hubiera podido realizar sin quienes han colgado en youtube los videos correspondientes, y especialmente sin el trabajo casi exhaustivo de Xavier Quiñones de León, en cuya página puede encontrarse una impresionante cantidad de estas grabaciones antiguas de cuplés y canción española.



REGALO
El doble sentido sexual, la insinuación y la incitación eróticas no son propiedad exclusiva del cuplé sicalíptico, ni empiezan y acaban en las primeras décadas del siglo XX. Muy por el contrario, forman parte de la tradición literario española más profunda y están ya presentes en las “Cantigas de escarnio e maldizer” del trobadorismo galaico-portugués y llegan hasta nuestros días. 

De esa tradición nace esta letra pre-sicalíptica convertida en canción post-sicalíptica que me permito colgar aquí como regalo final a quienes hasta aquí hayan llegado.















PAU RIBA. Dossier de prensa

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Pau Riba
Dossier de prensa







Siempre me ha llamado la atención que, no se por qué extraño criterio, frecuentemente se excluya a Pau Riba de la nómina de cantautores catalanes o de cualquier otra nacionalidad. Iconoclasta, sí, y pintoresco, también, así como tocapelotas, hippie, original y rockero, pero cantautor al fin. En todo caso cantautor inclasificable, dueño de una visión propia sobre el mundo, un tanto disparatada a veces, pero no falta de coherencia, que hasabido expresar con un lenguaje artístico personal.

Sea como sea, en los recortes que siguen queda patente su rica personalidad, su capacidad de ironía y de invención y su afición a los análisis teóricos. Los artículos y entrevistas pertenecen al periodo 1969/1986, desde la aparición de sus primeros singles a la publicación del disco-objeto “Transnarcis”.

Además de algunos textos del propio Pau Riba, incluidos en los folletos promocionales de al menos dos de sus discos, se incluyen en esta selección textos firmados por Ángel Casas, Marcelo Cobián. Antonio Batista, Paloma Palotes, Carlos Carrero, José Luis Rubio, Juan José Abad, J.M Martí, Jesús Ordovás, Gabriel Jaraba, Miguel Siurán y Patxy Olayzola.

Basta leer cómo titularon los diferentes periodistas para saber lo que opinaban de él y de su música. Entre otras cosas, en esos titulares se le considera Provocador de escándalos, corrosivo, inadaptado, indómito, feroz, místico rockero, héroe rockero, contradictorio pero estimulante, rey de la desmesura, cósmico o estrella. En uno de ellos él mismo se define como “progresista, reaccionario, animal, pacífico, etc…”. ¿Alguien da más?





Sin fecha (aunque debe ser de mediados de los años setenta. Miguel Siurán. “Sevilla tuvo que ver. Otros escándalo en torno a Pau Riba”.





1969. Sin firma. “¿Es Pau Riba un señor estático?”. Revista Nuevo Fotogramas, Barcelona.




1970. Hoja promocional del álbum Dioptría-1.





1970. Ángel Casas. “Pau Riba, el cantante más corrosivo, inadaptado, indómito y feroz”. Nuevo Fotogramas, Barcelona, 2-1-1970.




 1971. Patxy Olayzola. “Pau Riba desmitificado: Soy progresista, reaccionario, animal, pacífico, etc…”. Revista Disco Expres. Pamplona. 15-1-1971.




1972. Gabriel Jaraba. “La magia blanca de Pau Riba”. Revista Oriflama, Vic (Barcelona).  Marzo 1972







1974. Artículo mecanografiado sin firma, escrito probablemente para las revistas Apuntes Universitarios u Ozono, aunque no puedo afirmar que fuera publicado.








1975. Jesús Ordovás. “Pau Riba. Rocamadour”. Disco Expres, 20-6-75.






1975. Juan José Abad. Critica del disco “Electròccid àccid alquimístic xoc”. Revista Vibraciones, Barcelona.





1975. Josep María Martí. “Pau Riba & su rollo rockero”. Vibraciones. Barcelona.




Marcelo Covián. “Pau”. Vibraciones. Barcelona, agosto 75.





1975. Jesús Ordovás. “Pau Riba. Los mil caminos de la mística rockera”. Revista Disco Expres, Pamplona, 7-11-1975.






1976. Sin fecha. Pau Riba. Texto promocional y biografía para el álbum “Licors”.




1976. Juan José Abad. “Pau Riba, la estimulante contradicción”. Vibraciones, julio 1976.




1977. José Luis Rubio. “Pau Riba, rey de la desmesura”. Diario 16, Madrid, 25-6-77.





1977. Ángel Casas. “Toma chocolate y pasa de licor”. Nuevo Fotogramas, 22-7-77-





1977. Carlos Carrero. “Pau Riba, cósmico en el cosmos, héroe del rock and roll, acuario después de piscis”. Vibraciones, agosto 77.




1978. Paloma Palotes. “Pau Riba, ha nacido una estrella”. Disco Expres, 9-5-78.





1979. Antoni Batista. “Diez años de Dioptría”. Revista La Calle, Madrid. 2-1-79.





1986. Pau Riba. Textos incluidos en el folleto promocional del disco-objeto “Transcantautor”. En ellos teoriza sobre el concepto “trans”, su invención, no sólo como forma creativa, sino como manera de organizar el mundo o parte de él.








OTROS DOSIERS DE PRENSA:








PACO IBAÑEZ. Dossier de Prensa

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Paco Ibáñez
Dossier de prensa (1968/1988)




No solo un pionero, sino también un maestro de la canción de autor española, Paco Ibáñez ha demostrado a lo largo de su obra su inmensa capacidad para hacer suyos los poemas ajenos que canta y encontrar para ellos justo esa música precisa que parece salir del interior del texto y que lo convierte en canción. Este fin de semana, de viernes a domingo, vuelve a cantar en Madrid, después de 14 años de ausencia. No es mala ocasión para recordarle con esta colección de artículos, críticas y entrevistas sobre él publicados entre 1968 y 1988.

Se publicaron en diarios como Pueblo, Nuevo Diario, Informaciones, El Alcázar, Diario SP o El País, y en las revistas Triunfo, Mundo Joven, Disco Expres, Nuevo Fotogramas, Oriflama, Mundo Social, La Calle, Sábado Gráfico o Mundo Obrero. Entre los firmante figuran Jordi García Soler, Raúl del Pozo, Antonio Ivorra, Nativel Preciados, Ramón Chao, Mercedes Arancibia, José Monleón, Antonio Gómez, Álvaro Feito, Manuel Domínguez, o el poeta, musicado por Paco Ibáñez, José Agustín Goytisolo, autor de la columna con la que empezamos.






1979. José Agustín Goytisolo. “Elogio desmedido de… Paco Ibáñez”. Semanario La Calle, 8/5/79






1968. Antonio Ivorra y Francisco Gor. “Al habla con Paco Ibáñez”, entrevista. Diario SP), 3/4/68




1968. Jordi García Soler. “Paco Ibáñez”, entrevista. Mundo Joven.





1969. Ramón Crespo. “Paco Ibáñez”. Mundo Joven, 22/3/69.



1969. Sergio Laguna. “Paco Ibáñez: éxito en La Sorbona”. Mundo Joven, 24/5/69.



1969. Ramón Chao. “Paco Ibáñez canta en La Sorbona”. Triunfo, 25/5/69



1969. Antonio Gómez. “Paco Ibáñez al borde de la desesperanza”, entrevista. El Alcazar, 4/7/69



1969. Sin firma. Entrevista. Revista Nuevo Fotogramas.







1971. Gabriel Jaraba, “Paco Ibáñez, dos anys després”. Oriflama, 10/1/71





1971. Mercedes Arancibia. “Caminando junto a Paco Ibáñez”. Nuevo Diario, 28/3/71.



1971. Mercedes Arancibia. “Tres cantantes en un centenario”. Mundo Social, 15/6/71.



1971. Sergio Laguna. “Paco Ibáñez en el Palacio de los Deportes de París”. Mundo Joven, 26/6/71



1971. Moncho Alpuente, “Las músicas y las concesiones”. Informaciones, 2/9/71.



1971. Sin Firma. “El por qué de un trovador”. Disco Expres, 24/12/71.



1971. Nativel Preciado. “Paco Ibáñez: tres recitales en París”. Pueblo.






1975. Luis San Sebastián. “Paco Ibáñez, santón de la música comprometida”. Disco Expres.




1976. José Monleón. “Paco Ibáñez y la canción política”. Triunfo, 3/4/76.





1977. Álvaro Feito. Hoja promocional del disco “Paco Ibáñez canta Pablo Neruda”, con el Cuarteto Cedrón.



1977. Pablo Morata. “El fructífero aislamiento de Paco Ibáñez”. Triunfo, 8/10/77.





1979. Manuel Domínguez. “Paco Ibáñez, de nuevo con su gente”. La Calle, 17/4/79.




1979. Antonio Gómez. “Paco Ibáñez canta a Georges Brassens”, Diario de Las Palmas, 16/9/79






1985. Antonio Gómez. “Paco Ibáñez: ‘Madrid es una de las ciudades más vitales y hermosas de Europa’”. El País, 14/6/85.



1985. Antonio Gómez. “El valor de la fidelidad”. El País, 16/6/85.



1985. Raúl del Pozo. “La carpa”. Sábado Gráfico.





1988. Antonio José Domínguez. “Paco Ibáñez: ‘Sólo he perdido el tren de los yuppies’”. Mundo Obrero 30/11/88.




Como despedida, no viene mal echarle una ojeada a la muy interesante entrevista realizada con Paco Ibáñez en 2012 en la televisión argentina Canal 9, y reflexionar, de paso, por qué entrevistas así ya no se ven en las televisiones españolas. 























CAMBALACHE. Andanzas y curiosidades de un tango universal y eterno

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Cambalache
Andanzas y curiosidades de un tango universal y eterno


 A la memoria de Carlos Montero, viejo y querido amigo
que me descubrió "Cambalache", fallecido mientras
escribía estas líneas.
























“El tango es un pensamiento triste que se baila
Enrique Santos Discépolo

“El tango es el libro de quejas del arrabal”
Margarita D. León

“Cada tango guarda en su esencia un drama humano por lo que no pudo ser”
Julio Mafud




La primera tentación, claro está, fue hacer una especie de comparativa entre el ayer del tango y el hoy de nuestros días. Todo muy sociológico y detallado: similitudes, traslaciones, personajes, situaciones y esas cosas. Pero lo rechacé pronto. El paralelismo entre lo que denunció Discépolo hace ya 81 años y la actualidad resulta tan evidente y su interpretación tan accesible a quien quiera verlo que cualquier insistencia sería una redundancia innecesaria. Si les parece podemos ir directamente a la canción y lo comprobamos:


Que el mundo fue y será una porquería
ya lo sé...
(¡En el quinientos seis
y en el dos mil también!).
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublé...
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos...

¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!...
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!
No hay aplazaos
ni escalafón,
los inmorales
nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
¡da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón!...

¡Qué falta de respeto, qué atropello
a la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡Cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stavisky va Don Bosco
La Mignón,
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín...
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia
contra un calefón...

¡Siglo veinte, cambalache
problemático y febril!...
El que no llora no mama
y el que no afana es un gil!
¡Dale nomás!
¡Dale que va!
¡Que allá en el horno
nos vamo a encontrar!
¡No pienses más,
sentate a un lao,
que a nadie importa
si naciste honrao!
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley...

Como los cuchillos de un lanzador de circo que van silueteando al milímetro el cuerpo de su partenaire, cada verso de “Cambalache” enmarca, sin sombra de misericordia, un mundo corrupto, injusto y sin valores ante el que el autor muestra el mayor desprecio y la más desoladora desesperanza. Se trata, por supuesto, del retrato de un momento y lugar concreto, la Argentina de los años 30, que vivía tiempos de injusticia social y bajeza moral. Pero siendo eso importante, no es su carácter de testimonio y denuncia social lo que confiere a “Cambalache” su extraordinaria capacidad para seguir expresando, tanto tiempo después, los sentimientos y reflexiones propias de quienes lo escuchan hasta identificarlo como una expresión sincera de su personal indignación.

Por encima, o por debajo, del retrato social, la denuncia y la indignación, lo que en el fondo propone “Cambalache” es una reflexión en profundidad sobre la condición humana, o al menos sobre algunos de sus rasgos más tenebrosos: el egoísmo, la insolidaridad, la injusticia. La composición de Discépolo parte de lo concreto, lo circunstancial, lo local, para abordar cuestiones universales y esenciales. El autor coloca frente al oyente un espejo sonoro que refleja, no ya el camino, sino el propio rostro de quien lo escucha, invitándole a cuestionarse la imagen reflejada. ¿Es realmente así el mundo?, cabe preguntarse tras la última nota, pero la curiosidad quedaría corta si luego no llegara la duda sobre el papel que cada cual juega en ese mundo indeseable. ¿Pertenezco yo a ese mundo? ¿lo consiento? ¿hasta que punto vivo de él y me lucro con él? ¿Soy víctima o cómplice?

La respuesta de Discépolo, cuya obra no es precisamente un epítome del optimismo, a estas cuestiones es taxativa: todos estamos en el merengue y no hay salvación que valga. Sin embargo, cuando una obra de arte sugiere preguntas a quien la escucha, lee o contempla, las respuestas no están nunca en el autor, sino en cada cual que se enfrenta a ella. En este sentido, entiendo que es precisamente ese enfrentamiento del oyente con los aspectos más rechazables de su propia condición humana a que obliga “Cambalache” es lo que, situado en momentos históricos de similar indignidad, nos identifica con el tango y lo que le hace definitivamente imperecedero y universal.

Sin embargo, esa pervivencia de la canción no hubiera sido posible sólo por la situación que denuncia o la reflexión que propone, por muy pertinentes que fueras y sigas siendo. “Cambalache” es también, y ante todo, una obra maestra absoluta, no sólo del tango, sino de la música popular de todos los tiempos y todas las latitudes, comparable a las más altas y reconocidas cumbres de la música popular del siglo XX. Una condición que no hubiera alcanzado sin la precisión de su lenguaje, que mezcla con maestría las expresiones lunfardas y populares con los términos más cultos, la exactitud arquitectónica de su estructura y, muy especialmente, la deslumbrante brillantez de sus arriesgadas metáforas e imágenes. Y de su música, por supuesto, directa como un gancho al estómago y convirtiendo cada verso en una sentencia inapelable. También la compuso el propio Discépolo, que aunque en ese terreno no pasaba de ser un aficionado aporreador de pianos con dos dedos, demostró su inspiración cuando se puso a ello, como se puede comprobar escuchando “Yira yira” o “Qué vachaché”, curiosamente dos de sus obras en las que más personalmente y con mayor desgarro aborda la misma cuestión de la condición humana y la maldad del mundo que protagonizan “Cambalache”.





Algo de historia, que nunca viene mal

Como una correlación directa con el tango, en la propia historia del estreno de “Cambalache” aparece una mezcla de elementos que bien podrían figurar en el escaparate a que alude el tango. Enrique Santos Discépolo lo había escrito para la película “El alma del bandoneón”, que protagonizada por Libertad Lamarque y dirigida por Mario Soffici se estrenó en el Cine Monumental de Bueros Aires el 20 de febrero de 1935. Nada tenía que ver la tremenda diatriba de Discepolo con la trama totalmente intrascendente de la película, que narraba los cursis amores de una pareja de jovencitos de buena familia y, eso sí, loca por los tangos. 

Cosa bien distinta era la banda sonora, que incluía tangos, siempre interpretados sobre un escenario y sin relación con el argumento, tan destacados como “Horizontes”, una pequeña joya del repertorio de Homero Manzi cuya idea principal era, paradójicamente, justo la contraria de la de “Cambalache”. “Olvidar es vivir,/ perdonar es querer/ y es mejor buscar la fe en el porvenir/ que andar penando por las huellas del ayer”. También estaba el que daba titulo a la película, “El alma del bandoneón”, que cantaba la protagonista, Libertad Lamarque, y que había escrito Discépolo en colaboración con el dramaturgo y guionista Luis Cesar Amadori, luego cineasta de carrera larga y en general sin demasiado interés.

Parece ser que fue este último quien antes del estreno de la película entregó “Cambalache” a la cantante Sofía Bozán, que lo estrenó en el teatro Maipo de Buenos Aires sin ningún tipo de permiso o autorización, lo que al parecer provocó un duro enfrentamiento con los productores de la película, que habían exigido la exclusiva. Leo por ahí que aún hoy se sigue discutiendo si Discepolo, del que Amadori siguió siendo amigo y colaborador al fin y al cabo, estaba o no al ajo del asunto.

En la película lo interpretó Ernesto Famá, cantante y compositor de relativa relevancia, en lo que bien podría considerarse la versión original del tema, pues fue la primera que quedó registrada, y esa la que he utilizado para abrir estas notas. No obstante, esta retorcida historia del estreno de “Cambalache” aún tiene una vuelta de tuerca más. A finales de 1934, ya rodada la película pero aún no estrenada, el director de la orquesta que había acompañado en ella a Famá, Francisco Lomuto, grabó su propia adaptación, aunque tan sólo instrumental. Desconozco si en esta ocasión hubo acuerdo o demandas. En cualquier caso, no parece que el tango fuera un éxito inmediato de los que rompen la pana. Serían las sucesivas y numerosas versiones que se fueron haciendo de él a lo largo de los años las acabaron convirtiéndolo en lo que hoy es.

Para esas fechas Enrique Santos Discépolo estaba en plena etapa de madurez, personal y creativa. Tenía 31 años y se había ganado un creciente prestigio como actor (en esta función se le puede ver en alguna de las películas posteriores en que intervino), profesión en la que se había iniciado apenas salido de la adolescencia, y autor teatral, con varias obras estrenadas, incluidas comedias musicales. Pero sobre todo era reconocido como uno de los más importantes escritores y compositores de tangos, en un momento en el que el género había alcanzado su esplendor y no era poca la competencia de autores con sobradas cualidades que le disputaban el territorio, de Homero Manzi a Cátulo del Castillo, de Celedonio Flores a Enrique Cadícamo, por citar sólo cuatro nombres memoralbes. Diez años antes, Discépolo había compuesto su primer tango, “Bizcochito”, que no había sido precisamente una joya, pero desde entonces había creado auténticas obras maestras como “Que Vachaché”, “Esta noche me emborracho”, “Chorra”, “Malevaje” o “Yira-yira”, que en la voz de Carlos Gardel y muchos otros cantores, los más importantes, habían alcanzado fama universal.




  
Un texto grabado en piedra

La primera estrofa de “Cambalache” es una afirmación contundente de la maldad del mundo y la constatación brutal de que aquel preciso momento histórico era el peor de toda la historia de la humanidad. Casi una octavilla volandera:

Que el mundo fue y será una porquería
ya lo sé...
(¡En el quinientos seis
y en el dos mil también!).
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublé...
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos....

¿Por qué en esa confrontación eterna entre la probidad de los “valores” y la perfidia de los “dublés” se ha llegado al punto en el que la maldad insolente se ha desplegado hasta ocupar todo el espacio posible? A explicarlo dedica el autor la segunda estrofa, de singular precisión expositiva:

¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!...
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!
No hay aplazaos
ni escalafón,
los inmorales
nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
¡da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón!...

Y por si quedaran dudas sobre la justeza de su tesis, en la tercera pasa de lo general a lo particular, y en una enumeración de nombres y personajes enfrentados, históricos o de total actualidad, representantes contrapuestos de las mayores grandezas y bajezas del ser humano, baja la tesis a tierra y aporta las pruebas palpables de su denuncia.

¡Qué falta de respeto, qué atropello
a la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡Cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stavisky van Don Bosco
y "La Mignón",
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín...
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia
contra un calefón...

Tras la contundencia demoledora de los dos últimos versos, que luego recuperaremos con mayor detenimiento, ya sólo queda insistir en la última estrofa y en la desesperanzada indignación que rezuman sus versos, Como la apertura de “Cambalache”, el final cierra el círculo y vuelve a ser una contundente proclama contra la infamia del mundo.

¡Siglo veinte, cambalache
problemático y febril!...
El que no llora no mama
y el que no afana es un gil!
¡Dale nomás!
¡Dale que va!
¡Que allá en el horno
nos vamo a encontrar!
¡No pienses más,
sentate a un lao,
que a nadie importa
si naciste honrao!
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley...

A un oyente primerizo, si es que aún queda alguno en el mundo, inmediatamente le llamara la atención la utilización de palabras cuyo significado desconoce, encontrando versos, imágenes y metáforas que no puede desentrañar del todo. Pese a ello, y esa es una de las grandezas de Discépolo al escribir “Cambalache”, el contenido fundamental de la letra, su significado último y el cruel retrato de la sociedad que en ella se hace resultan evidentes incluso para el menos avezado de los oyentes.

La RAE, nuestra española RAE, define el término “Lunfardo” como la “Jerga empleada originalmente por la gente de clase baja de Buenos Aires, parte de cuyos vocablos y locuciones se introdujeron posteriormente en el español popular de la Argentina y Uruguay”. Deben tener razón los señores académicos, que no por nada son los que limpian, abrillantan y dan esplendor a las palabras, pero  en cualquier caso es una definición limitada y parcial. Creo yo. Es cierto que aquellos términos inicialmente canallescos y delincuenciales, ideados para no ser entendidos por el común de los mortales, y especialmente por la “cana”, acabaron incorporados al lenguaje popular rioplatense, pero no sólo a él.

Como antes había sucedido con el habla popular incorporada a la literatura gauchesca, cuyo más alto exponente es “Martín Fierro”, el extenso poema narrativo de temática social y moral escrito por José Hernández en 1872, también el lunfardo terminó encontrando su propia expresión literaria en un similar intento de ciertos intelectuales y escritores por fundir lo popular y lo culto, dando lugar a una corriente de la literatura argentina que ha llegado hasta nuestros días, hasta el punto de contar, incluso, con su propia Academia y Diccionario. Quien quiera acceder a lo mejor de aquel experimento lingüístico bien puede leer los poemas de Carlos de la Pua (1898/1950) o los artículos y novelas de Roberto Arlt (1900/1942).

Sin embargo, fue en el tango donde el lunfardo encontró su hábitat natural, alcanzando en algunas de sus letras sus cotas artísticas y expresivas más altas. Fue el tango el que llevó el lunfardo de la jerga de las tabernas y los prostíbulos a los grandes escenarios teatrales, al disco y al cine, convirtiendo en habla popular lo que había sido chamullo delincuencial, e incluyéndolo así definitivamente en el lenguaje coloquial y literario argentino. A cambio, los letristas del tango encontraron en el lunfardo su principal seña de identificación popular, una marca lingüística que los diferenciaba de otras formas de la canción popular del momento y que establecía una relación de comunicación directa entre el autor y su público potencial. En algunos casos, hay que decirlo, hasta extremos que hoy en día hacen los textos correspondientes prácticamente incomprensibles. Puede comprobarse escuchando el por otra parte excelente tango “El Ciruja” (Alfredo Marino/ Ernesto de la Cruz, 1926), alguna de cuyas estrofas obligan a usar el diccionario: 

“Recordaba aquellas horas de garufa
cuando minga de laburo se pasaba,
meta punguia, al codillo escolaseaba
y en los burros se ligaba un metejón;
cuando no era tan junao por los tiras,
la lanceaba sin tener el manyamiento,
una mina le solfeaba todo el vento
y jugó con su pasión.






Orfebrería de palabras

Uno de los aciertos estilísticos que ayudan a la universalidad de “Cambalache” pienso que es, precisamente, la utilización que Discépolo hizo del lunfardo, que nunca ocupa la totalidad del verso, sino que aparece trufado con otras expresiones del lenguaje popular, perfectamente castellanas, aún argentinizadas. Por supuesto que a quien escuche hoy en día la canción sin ser argentino no le viene mal saber que un “chorro” es un ladrón, un “merengue” un follón, un desorden, y “doblé” o “dublé” una joya falsa o, como en este caso, una persona poco de fiar. No le viene mal, pero conocerlo no le va a hacer disfrutar más del tango ni entender mejor su significado. Es la fuerza visual de las palabras y las imágenes que construyen, junto a la contundencia que les otorga la música y la interpretación del cantor, lo que le confiere todo su sentido a “Cambalache” y uno de los elementos que han permitido su pervivencia en el tiempo como canción y como manifiesto moral.

Algo similar sucede con la enumeración enfrentada de personajes que aparece en la tercera estrofa. Hoy en día apenas se recordará al emperador Napoleón y, todavía menos al general José San Martín, libertador de Argentina, Chile y Perú, por mucho que se trate de prominentes próceres históricos. Con mayor motivo otros personajes citados por Discépolo bien pueden ser considerados totalmente anónimos, o casi, a estas alturas del siglo XXI. ¿Quién recuerda que el boxeador argentino Primo Carnera era universalmente famoso en los tiempos del tango porque dos años antes había conquistado en Nueva York el Campeonato Mundial de los Pesos Pesados? ¿Y que Stavisky, francés de origen ruso y estafador de profesión, se llamaba Alexandre y había muerto el año anterior en extrañas circunstancias durante su detención” ¿O que al nombrar a Don Bosco se refería al sacerdote italiano Giovanni Melchiorre Bosco, fundador de la poderosísima orden de los Salesianos, de gran prestigio entre las clases populares de la época por su labor educativa? Por no hablar ya del misterioso Don Chicho, un famoso y cruel mafioso rosarino de origen italiano que acababa de ser expulsado del país por indeseable. O la famosa Mignon, bien un genérico o alguna cocotte destacada de la vida alegre porteña, hoy olvidada. Tiene cierta gracia ponerle historia a esa mezcolanza de personajes benéficos y malévolos de Discépolo, pero los nombres podrían ser perfectamente cambiados sin merma de su significado. Incluso Caetano Veloso lo hizo en su interpretación de “Cambalache”, y al final resulta un cambio insignificante en una versión por otro lado notable.

Entre otras cosas, dan lo mismo los nombres porque al final de la enumeración Discépolo introdujo cuatro versos de una contundencia total, especialmente los dos últimos, que a mi entender constituyen no sólo una metáfora arriesgada y de extraordinaria fuerza expresiva, sino una joya del tango y de la lírica en general, que llega a lo más hondo del conflicto que plantea la canción: la ruptura definitiva e irreversible de las fronteras entre la bondad y la iniquidad:

“Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia contra un calefón.”

Como en toda obra artística, sea cual sea el arte al que nos refiramos, la estrofa se va enriqueciendo conforme se insista en escucharla, aunque desde la primera audición quede ya grabada en el oyente el impacto de la sonoridad de los versos y su enorme fuerza plástica. “Herida”, “sable”, “remaches”, “Biblia” o “calefón” resultan disparos directos a la sensibilidad del oyente, palabras que en sí mismas comunican la tensión del momento que describen y el dolor y la desesperanza del autor. Desde el primer momento queda claro que hemos llegado al fondo, aunque para alcanzarlo realmente quizás haya que insistir en la luminosa y terrible metáfora final:

“…y herida por un sable sin rechaces
Ves llorar la Biblia contra un calefón”

La Biblia es La Biblia; ya se sabe, el libro sagrado que sirve de canon y guía de todas las bondades y justicias del mundo occidental y cristiano. No hay misterio en ello. El calefón, tampoco es un secreto, era y es un simple calentador de agua, inocente en sí mismo, pero cuyo significado se complica cuando se considera que en aquella época dichos calefones solían dedicarse a calentar el agua que se usaba para el aseo corporal y que habitualmente estaban instalados en cuartos apartados, bien individuales o colectivos, dedicados a tales funciones. Vamos, que es exactamente en los retretes donde tiene lugar la metáfora. En una imagen efectivamente tan “irrespetuosa” como la de los escaparates de los cambalaches que acaba de citar, la equiparación de lo más sublime con lo más bajo expresa sin duda el sentido último del tango, la cumbre de su denuncia y de la desesperación de su autor.

Es fuerte la conclusión, pero Discépolo, inmisericorde, aún dio una última vuelta de tuerca a su metáfora. “Herida por un sable sin remaches” es ya en sí misma una imagen poderosa y dolorosa de inmediato impacto, pero cuando, además, algunos entendidos en el tema nos explican que “sable sin remache” era como se llamaba en expresión popular porteña de la época al clavo en el que en los retretes se colgaban los recortes de periódicos o de papel de envolver que las clases populares utilizaban con fines higiénicos, el resultado de la metáfora es, a mi manera de entender, sencillamente desolador. Casi es mejor no profundizar, dejarla en la primera impresión y quedarse con su ambigüedad impactante. O escucharla en una versión más ligera.




Una década infame

Cabe preguntarse qué es lo que provocó este estallido de desconfianza en el género humano en un autor que, por otra parte, nunca dio muestras en su obra de tener en excesivo aprecio a sus congéneres. Los años treinta, en cuya mitad exacta se compuso “Cambalache”, han sido bautizados por la historiografía argentina como “la década infame”, nombre que nos libra de cualquier otro calificativo y que indica bien a las claras el carácter de aquellos 10 años, que en realidad fueron 13.

El 6 de septiembre de 1930 se había producido el primer golpe militar de la historia constitucional argentina. Dirigido por el general José Félix Uriburu acabó con el gobierno que Hipólito Irigoyen encabezaba desde hacía apenas dos años. Era la segunda vez que el político del partido Unión Cívica Radical ocupaba el cargo, pues ya en 1916 había sido el primer presidente argentino elegido por sufragio universal y secreto; eso sí, sólo con participación masculina, pues las mujeres no consiguieron el derecho al voto hasta 1947, ya con el peronismo en el gobierno. 

Por lo que he podido consultar en quienes de esto saben, los dos periodos de Irigoyen en la presidencia de Argentina, así como los intermedios, gobernados también por los radicales, son considerados como años de ruptura de la hegemonía conservadora, de surgimiento de una nueva clase media y de reforma social y económica. Años progresistas, o de cambio, calificaríamos hoy. En ellos, y aunque no sin contradicciones, se dictaron leyes de protección del campesinado y se creo la jubilación obrera. Nota destacada de ese periodo previo al golpe es la importancia que Irigoyen y sus correligionarios dedicaron a la política educativa, en un intento por acabar desde su origen con la profunda desigualdad social del país. Se priorizó la educación infantil y se decretó la autonomía universitaria, la libertad de cátedra y el co-gobierno de La Universidad por parte de autoridades académicas, docentes, alumnos y empleados. En el terreno económico se intento la nacionalización de los recursos naturales del país, especialmente el petróleo y el ferrocarril, en manos de empresas extranjeras. Cabe decir que, fuera casual o causal, en aquel septiembre de 1936 en que los militares se alzaron se estaba a punto de decretar la nacionalización del petróleo, medida que quedó sin efecto por el golpe.

Se iniciaron entonces 13 años de gobiernos presididos por militares, aunque al final también hubiera presidentes civiles, unos y otros conchabados con las oligarquías nacionales y las empresas multinacionales, especialmente británicas y estadounidenses, de quienes en definitiva dependía la economía argentina, pese a las ínfulas nacionalizadoras e intervencionistas gubernamentales. Se mantuvieron las formalidades democráticas, pero las elecciones se convirtieron en manipulaciones fraudulentas de la voluntad popular. Se dictaron leyes represoras, se limitaron los derechos democráticos y sindicales, se intervinieron las universidades, se clausuraron periódicos y se detuvo a opositores. Pero sobre todo, si algo han destacado los historiadores que se han ocupado de aquella década es el ambiente de corrupción permanente en el que transcurrió.

Un día sí y otro también las primeras páginas de los periódicos anunciaban un nuevo escándalo político-económico de cifras millonarias. Un ejemplo dramático: en aquel mismo 1935 en que se estrenó “Cambalache”, el diputado de la oposición Lisandro de La Torre había denunciado un amplio entramado de evasión fiscal y corrupción que implicaba, además de a las principales empresas exportadoras, argentinas y británicas, a dos ministros del gobierno, el de Hacienda y el de Agricultura. En julio, y en medio de una sesión parlamentaria en la que se debatía el tema, un correligionario y amigo del segundo de los ministros disparó con un pistola contra La Torre, aunque las balas impactaron en su amigo y discípulo Enzo Bordabechere, que intentó protegerle y murió en el intento. No es de extrañar que en ese ambiente la desafección por la política institucional fuera común entre buena parte de la ciudadanía. Discépolo entre ellos.

No obstante, también señalan los historiadores como dato positivo que las facilidades a las inversiones extranjeras dadas por los distintos gobiernos de esos años, si bien pusieron en manos británicas o estadounidenses sectores económicos tan fundamentales como el eléctrico, el textil, la alimentación, el caucho, el petróleo o los ferrocarriles, también aceleraron el proceso de industrialización del país, lo que acabaría resultando fundamental para la posterior modernización del país.

Esa creciente industrialización produjo, lógicamente, un importante fenómeno migratorio del campo a las grandes ciudades, especialmente Buenos Aires. Sin duda quienes huían de formas de vida paupérrimas y de estructuras sociales caciquiles esperaban mejorar su supervivencia trabajando en las nuevas industrias que se estaban creando y dignificar así sus vidas. Lo que encontraron fue muy distinto. Las nuevas fábricas no eran capaces de absorber la avalancha de mano de obra que pretendía lugar en ellas, creándose como consecuencia una cada vez más numerosa población de desocupados en situación miserable, sobreviviendo de la mendicidad, el chanchullo o la semidelincuencia en barrios marginales e insalubres. La economía del país crecía, pero su población sobrevivía desesperada en la indigencia y la desconfianza. El historiador argentino Felipe Pigna lo ha resumido mejor que yo:

"la década infame, se caracterizó por la ausencia de la participación popular, la persecución a la oposición, la tortura a los detenidos políticos, la creciente dependencia de nuestro país y la proliferación de los negociados (corrupciones)”.

Aquellos 13 años infames acabaron como habían empezado, con un nuevo golpe militar que habría de dejar chiquito al anterior. El deterioro político debía ser tan profundo y extendido en aquellos momentos que la sublevación fue recibida por la mayoría de los partidos políticos, excepto el comunista, al parecer, con la alegría con que se suele recibir a los salvadores de la Patria. Poco debió durar la alegría en casa del pobre, porque los nuevos militares en el poder, en algunos casos filo-fascistas declarados, establecieron una dictadura aún más férrea que sus antecesores. En su seno nació la figura política de Juan Domingo Perón, que empezó con el humilde cargo de secretario del Ministerio de la guerra, luego ministro y Viceprensidente, hasta que acabó en 1946 como Presidente de la República, elegido por votación democrática tras fuertes conflictos que adquirieron formas de sublevación popular.

No se puede ignorar, por otra parte, que durante todos estos años, no ya Argentina, sino todo el mundo vivió momentos de profunda crisis económica y política. Ahí han quedado para la historia de la humanidad el Crack económico de 1929, el ascenso de los fascismos en la Europa, y en la Sudamérica, de los años 30, la Guerra Civil Española o la II Guerra Mundial.




La fe perdida

Pero estamos en 1935 y en “Cambalache”, no pasemos de largo. La década infame está justo en su momento más alto de corrupción política, injusticia social y degradación moral. Aunque sea pura especulación, es posible imaginar cómo una situación así pudo conducir al autor al vómito ideológico que supone su tango. Enrique Santos Discépolo, que a la sazón tenia 34 años, estaba políticamente enraizado en el anarquismo, en pleno auge en la Argentina de los años 20 y con el que también estuvieron relacionados otros importantes autores e interpretes de tango, como Juan de Dios Filiberto, Dante Lynyera, Enrique González Tuñón, Augusto Balde, Luis Teisseire o Francisco Canaro. Desde esa posición política, Discépolo se había mostrado ya descontento con las reformas de los gobiernos de Irigoyen y los radicales, tal y como dejó patente en algunas de sus obras de la época. Sin embargo, la brutalidad del golpe de 1930 y la inmersión posterior del país en la iniquidad política, moral y económica bien pudieron conducirle a considerar que finalmente se había tocado el fondo del pozo. Tan hondo se había caído que si se miraba hacia arriba nada se distinguía entre la negritud completa, ni el menor rastro de luz que pudiera alumbrar un camino de salida.

Tal vez para algún oyente pueda parecer “Cambalache” un tango revolucionario, o que invita a la revolución, al cambio de valores o de sistema. No pienso que sea así. En la dura diatriba de Discépolo no aparece ni la menor indicación de que exista la más mínima posibilidad de transformación de la situación que denuncia, ni corriente ideológica, organización política o intervención divina que lo pudiera provocar. Nada hay en “Cambalache” de la esperanza transformadora de Jesucristo, Márx o Bakunin, y si en cambio mucho de Nietzsche y su pesimismo nihilista. Las antípodas de la revolución. Otra cosa es la cantidad de ilusión o de esperanza o de posibilidades de lucha que cada uno pueda ponerle a cada nueva audición y de la reflexión propia que se haga ante lo que denuncia el tango o en situaciones similares. Pero eso ya va a cuenta del oyente y no del autor.

Con atinada observación, el sociólogo Julio Mafud dejó escrito en su “Sociología del tango”, ya en 1966, una máxima que me parece recuperable en este momento: “Cada tango guarda en su esencia un drama humano por lo que no pudo ser”. ¿Qué es lo que no había podido ser en aquel Discépolo de 34 años como para cantarlo de forma tan desesperada? Escuchando la canción parece claro que lo que había perdido el autor, aquello que el tiempo había borrado definitivamente, eran las esperanzas en un mundo mejor, más justo, más libre y más honesto, que hubiera podido tener en la juventud, por mucho que nunca las hubiera dejado patentes en sus composiciones. Es decir, todo indica que lo que Discépolo había perdido para esas fechas era la fe. En este sentido, “Cambalache” es un canto de decepción del autor ante la sociedad en la que vive, pero también de autodecepción por su propia incapacidad para transformarla. “Y allá en el horno nos vamo’ a encontrar”, escribió, incluyéndose en la nómina de los condenados. “Aquí no se salva ni Dios, lo asesinaron”, confirmaría el poeta español Blas de Otero veinte años después en situación muy distinta, aunque muy parecida.





En busca del origen

Como es fácil comprender, “Cambalache” no fue una burbuja de indignación tanguera que surgió de repente de la nada. Parafraseando la cita de Margarita D. León que encabeza estas líneas, el tango es, efectivamente, el libro de quejas del arrabal. Unas quejas que se mueven generalmente en el ámbito de lo privado, de lo individual: en el amor perdido, en el orgullo herido o en la añoranza de un pasado en apariencia más feliz pero que no volverá. No obstante, también el tango clásico incursionó en el territorio de lo colectivo, de lo social, hasta constituir esta temática una corriente propia del género, no por poco abundante menos significativa. Ahí están, para quien quiera escucharlas y sin ánimo alguno de exhaustividad, composiciones tan explícitas y a veces valiosas como “Gorriones” (Celedonio Flores / Eduardo Pereyra, 1926), “Jornalero” (Atilio Carbone), “Pan” (Celedonio Flores/ Eduardo Pereyra, 1932), Al pie de la Santa Cruz” (Mario Battistella/Enrique Delfino, 1933) o “Mentiras criollas” (Óscar Arona, 1929).

Aun con algún exceso melodramático en ciertos casos, muy del gusto de la época por otra parte, estos tangos y algunos otros constituyen acertados retratos sociales del momento e implacables denuncias de las injusticias sociales. Es de suponer que Discépolo los conocía sobradamente, pero cuesta pensar que pudieran constituir modelos o influencias para él a la hora de escribir su tango. Coinciden en el retrato y la denuncia, pero difieren en la dimensión totalizadora y moral de “Cambalache”.

Sin embargo, y por aquello de ser quisquilloso, sí que hay algunos tangos anteriores al nuestro en los que parcialmente se aborda, además de la denuncia social, también la falta de valores y principios morales de la sociedad en general, tema fundamental para Discépolo, y en los que pueden detectarse, además, ciertas coincidencias formales. Dado que esto de escribir en un blog permite alargarse hasta el infinito sin otro perjuicio que el de los lectores, y aunque sólo sea por curiosidad, merece la pena citarlos.

Ya en fecha tan temprana como 1903, Ángel G. Villoldo, personaje fundamental en los primeros pasos del tango, compuso y canto la milonga “Matufias”, palabra hoy indescifrable que parecería lunfarda, pero que es estrictamente castellana y que según la RAE significa, en sus dos acepciones, “Ardid para engañar a alguien” o “Asunto o negocio sucio”. Como es fácil ver, ssólo por el título merecería relacionarla con “Cambalache” (RAE: “Acuerdo o intercambio entre dos o más partes alcanzado de forma poco transparente”. Pero hay más cosas que las unen. En medio de una irónica crítica de las novedades que conllevaba la entonces vida moderna, Villoldo introdujo algunas reflexiones bien discepolianas sobre la confusión de principios morales de la sociedad y la corrupción del sistema político general.

“Los curas las bendiciones las venden y hasta el misal
y sin que nunca proteste la gran corte celestial.
Siempre suceden desfalcos en muchas reparticiones
pero nunca a los rateros los meten en las prisiones.

(...)

Se presenta un candidato diputado nacional
y a la faz de todo el mundo compra el voto popular.
Se come asado con cuero y se chupa a discreción
celebrando la matufia de una embrollada elección.”

En el mismo año de 1935 en que Discepolo estrenó “Cambalache”, Dante A. Linyera escribió la letra de “Si volviera Jesús”, tango que con música de Joaquín Mora grabó Carlos Dante con la orquesta de Miguel Caló. Se trata de dos tangos que pertenecen, desde luego, a categorías distintas, y que al ser contemporáneos resulta complicado intuir quién pudo influir en quién, aunque haya referencias en uno y otro que contienen cierta sustancia común. El comienzo de “Si volviera Jesús” lo certifica:

Veinte siglos hace, pálido Jesús,
que miras al mundo clavado en tu cruz;
veinte siglos hace que en tu triste tierra
los locos mortales juegan a la guerra.
Sangre de odio y hambre vierte el egoísmo,
Caifás y Pilatos gobiernan lo mismo
Y, si en este siglo de nuevo volvieras,
lo mismo que entonces Judas te vendiera…


Pero si hay algún tango que insistentemente se ha relacionado con “Cambalache”, casi como de causa y efecto se tratara, ha sido con “Al mundo le falta un tornillo”, que Carlos Galdel había estrenado dos años antes, en 1933. La letra era de Enrique Cadícamo, otro de los maestros indudables de la poesía tanguera, y le había puesto música José María Aguilar.



“Todo el mundo está en la estufa,
Triste, amargao y sin garufa,
neurasténico y cortao...
Se acabaron los robustos,
si hasta yo, que daba gusto,
¡cuatro kilos he bajao!
Hoy no hay guita ni de asalto
y el puchero está tan alto
que hay que usar el trampolín.
Si habrá crisis, bronca y hambre,
que el que compra diez de fiambre
hoy se morfa hasta el piolín.

Hoy se vive de prepo
y se duerme apurao.
Y la chiva hasta a Cristo
se la han afeitao...
Hoy se lleva a empeñar
al amigo más fiel,
nadie invita a morfar...
todo el mundo en el riel.
Al mundo le falta un tornillo
que venga un mecánico...
¿Pa' qué, che viejo?
Pa' ver si lo puede arreglar.

¿Qué sucede?... ¡mama mía!
Se cayó la estantería
o San Pedro abrió el portón.
La creación anda a las piñas
y de pura arrebatiña
apoliya sin colchón.
El ladrón es hoy decente
a la fuerza se ha hecho gente,
ya no encuentra a quién robar.
Y el honrao se ha vuelto chorro
porque en su fiebre de ahorro
él se “afana” por guardar.

Al mundo le falta un tornillo,
que venga un mecánico.
pa' ver si lo puede arreglar.”

Los parecidos resultan evidentes a primera oída, el primero de ellos que se trata de sendas joyas de la música popular. Comparten también la denuncia de un mundo de iniquidad y falta de valores y jerarquías y la indignación ante todo ello. Difieren no obstante, y no es diferencia pequeña, en que lo que para Cadícamo constituye un momento concreto, político, social y moral, de una sociedad determinada, la Argentina de la década infame, para Discépolo es la condición humana lo que se pone en examen.  Y lo que aún es mayor diferencia: para uno, siempre cabía la aparición de un mecánico que pusiera los tornillos en su lugar; para el otro, en cambio, no existía mecánico ni héroe ni santo ni dios que pudiera arreglar el desaguisado.





Rebuscando en casa propia

Todo lo dicho no es óbice para que la aparición de “Al mundo le falta un tornillo” no pudiera haber sido un acicate para que Discépolo tomara la pluma y escribiera “Cambalache”. Cosas así suceden todos los días y las fuentes de la inspiración son siempre misteriosas. Sin embargo, si de hablar de los orígenes de “Cambalache” se trata, pienso que no es en los tangos ajenos donde hay que buscarlos, sino en la propia obra del autor. En ella se encuentran numerosos ejemplos de la misma visión pesimista del mundo, la misma crítica social y la misma desesperanza vital que alcanzó su cima en “Cambalache”.

Ya en 1930 lo había dejado claro en “Yira-yira”, esa obra maestra de la desesperación del ser humano, enfrentado a su soledad en un contexto inhóspito y hostil. Merece la pena ver y escuchar esta grabación que enlazo, en la que Gardel, antes de cantar el tango, dialoga con Discépolo sobre su significado, y prestad atención a lo que comenta el autor cuando el cantor le pregunta sobre el protagonista del tango: “Es un hombre que ha vivido la esperanza de la fraternidad durante 40 años y de pronto, un día, a los 40 años se desayuna con que los hombres son una fiera”. Así estaban las cosas cinco años antes de “Cambalache”.

“Cuando la suerte qu' es grela,
fayando y fayando
te largue parao;
cuando estés bien en la vía,
sin rumbo, desesperao;
cuando no tengas ni fe,
ni yerba de ayer
secándose al sol;
cuando rajés los tamangos
buscando ese mango
que te haga morfar...
la indiferencia del mundo
-que es sordo y es mudo-
recién sentirás.

Verás que todo el mentira,
verás que nada es amor,
que al mundo nada le importa...
¡Yira!... ¡Yira!...
Aunque te quiebre la vida,
aunque te muerda un dolor,
no esperes nunca una ayuda,
ni una mano, ni un favor(…)”

Un año después de “Yira-yira”, Discépolo insiste en el tema con “Qué sapa, señor, utilizando de nuevo la jerga popular para titularlo, aunque en este caso no sea el lunfardo, sino el "vesre", recurso de hablar al revés, invirtiendo las sílabas, igualmente ideado para despistar a los que no pertenecen al grupo. Tal vez sea un tango tal vez de menor entidad pero que en los tres últimos versos de la primera estrofa viene a certificar la decepción del autor con esa “esperanza de transformación” de la que había hablado a Gardel en la entrevista. ¡Hasta quienes dicen querer transformar el mundo lo hacen de manera espuria!:

“La tierra está maldita
y el amor con gripe, en cama.
La gente en guerra grita,
bulle, mata, rompe y brama.
Al hombre lo ha mareao
el humo, al incendiar,
y ahora entreverao
no sabe dónde va.
Voltea lo que ve
por gusto de voltear,
pero sin convicción ni fe. (…)”.

Siguiendo la cronología de estos textos de Discépolo parecería que su negra visión del mundo se hubiera ido ennegreciendo año a año. En “Tres esperanzas”, que Discopolo escribió en 1933 en música y letra y que grabó la orquesta de Francisco Canaro con Ada Falcón como cantante, alude, con máxima impotencia, al suicidio como última huída.

“No doy un paso más,
alma otaria que hay en mí,
me siento destrozao,
¡murámonos aquí!
Pa' qué seguir así,
padeciendo a lo fakir,
si el mundo sigue igual...
si el sol vuelve a salir...
La gente me ha engañao
desde el día en que nací.
Los hombres se han burlao,
la vieja la perdí...
No ves que estoy en yanta,
y bandeao por ser un gil...
Cachá el bufoso... (pistola)
y chau... ¡vamo a dormir! (…)”

A la vista de estas letras, y de alguna posterior que se podría añadir (como la que muy descriptivamente tituló “Desencanto” en 1936), las ideas, las denuncias y la visión del mundo que estalla en “Cambalache” como un vómito incontenible de rabia, indignación e impotencia, no sólo están presentes en otros tangos de Enrique Santos Discépolo, sino que bien podrían considerarse un hilo conductor que recorre el conjunto de su trabajo, constituyendo el ingrediente ideológico fundamental de su obra.

Tanto es así, que si de verdad queremos encontrar la composición propia que más se hermana con “Cambalache”, hasta el punto de constituir una especie de primera versión, un borrador de lo que luego sería corregido y aumentado, hay que remontarse a los propios orígenes de Discépolo como autor de tangos.

En concreto a 1926, fecha en la que tan sólo contaba con un título en su currículo de compositor, la mediocre y un tanto cursi “Biscochito”, en la que, al parecer, sólo se habría ocupado de la música. Aquel mismo año, Discepolo escribió, pues, su segundo tango, primero en cuanto tiene de expresión artística personal de enorme voltaje. En “Qué vachaché” (una expresión de conformidad que vendría a ser algo así como “Qué le vamos a hacer”) una mujer reprocha a su marido su idealismo trasnochado, y lo que le dice son ya palabras mayores:

Piantá de aquí, no vuelvas en tu vida.
Ya me tenés bien requeteamurada.
No puedo más pasarla sin comida
ni oírte así, decir tanta pavada.
¿No te das cuenta que sos un engrupido?
¿Te creés que al mundo lo vas a arreglar vos?
¡Si aquí, ni Dios rescata lo perdido!
¿Qué querés vos? ¡Hacé el favor!.

Lo que hace falta es empacar mucha moneda,
vender el alma, rifar el corazón,
tirar la poca decencia que te queda...
Plata, plata, plata y plata otra vez...
Así es posible que morfés todos los días,
tengas amigos, casa, nombre...y lo que quieras vos.
El verdadero amor se ahogó en la sopa:
la panza es reina y el dinero Dios.

¿Pero no ves, gilito embanderado,
que la razón la tiene el de más guita?
¿Que la honradez la venden al contado
y a la moral la dan por moneditas?
¿Que no hay ninguna verdad que se resista
frente a dos pesos moneda nacional?
Vos resultás, -haciendo el moralista-,
un disfrazao... sin carnaval...

¡Tirate al río! ¡No embromés con tu conciencia!
Sos un secante que no hace reír.
Dame puchero, guardá la decencia...
¡Plata, plata y plata! ¡Yo quiero vivir!
¿Qué culpa tengo si has piyao la vida en serio?
Pasás de otario, morfás aire y no tenés colchón...
¿Qué vachaché? Hoy ya murió el criterio!
Vale Jesús lo mismo que el ladrón...



Palabras mayores de un tango iniciático cuya directa relación con “Cambalache” resulta evidente. Ya estaban en “Qué vachaché” las metaforas arriesgadas y poderosas (“El verdadero amor se ahogó en la sopa: la panza es reina y el dinero Dios”), la sabia utilización del lenguaje popular y los lunfardismos (“¿No te das cuenta que sos un engrupido?”, “Así es posible que morfés todos los días”, “Sos un secante que no hace reír”), y sobre todo una similar visión pesimista de la sociedad, incluida la imprecación sagrada del final (“¿Qué vachaché? Hoy ya murió el criterio! Vale Jesús lo mismo que el ladrón”). Hay una diferencia. En 1926 el sufrido receptor de los reproches de la mujer, aún siendo un “gilito embanderado”, un “otario” que se “ha piyao la vida en serio”, un “engrupido” que aún cree que puede arreglar el mundo, también era una persona honesta y decente, solidaria y luchadora; es decir, un germen de transformación. En 1935 ni eso. En “Cambalache” ni el propio autor se librará de cocerse al fuego en las calderas de Pedro Botero. 

Ni “Qué vachaché” Ni “Cambalache” obtuvieron el éxito y el reconocimiento a la hora de sus respectivos estrenos. Muy al contrario. Cuando el primero de ellos se estrenó en 1926 en un teatro de Montevideo se le recibió con una lluvia de silbidos y abucheos, que tardarían tiempo en amainar. No muy distintos, aunque menos escandalosos, fueron los comienzos del segundo, que pasó prácticamente desapercibido en medio de una película sin excesivas cualidades y necesitó de varias versiones para imponerse. Es de suponer que la audacia que ambos implicaban, el retrato inmisericorde que hacían de la realidad y la hondura de sus planteamientos morales, chocaran con las letras más melodramáticas y menos complejas de los tangos que triunfaban en el momento, provocando el rechazo de un público que pudo sentirse agredido e incluso insultado por las imprecaciones discepolianas. Habrían de ser el tiempo y la comprobación de la agudeza de los análisis sociales y morales de Discépolo lo que contribuiría, sobre todo en el caso de “Cambalache”, a convertirlo en ese tango de siempre y de todas partes que sigue siendo.




De censuras y traiciones

Lo que si obtuvo “Cambalache” fue el dudoso honor de ser prohibido por las dos dictaduras estrictamente militares que asolaron Argentina durante el siglo XX (la de 1930 fue cívico-militar).

En 1943, aparte de por su texto claramente incorrecto para cualquier dictadura, la prohibición estuvo motivada por la utilización del lunfardo, que fue prohibido por los golpistas, que lo consideraban un lenguaje vulgar y de maleantes que degeneraba la pureza del castellano, y con ello la dignidad de La Patria. Tuvo que ver con ello, y no viene mal contarlo, el afamado escritor Hugo Wast, hombre de clara ideología derechista y anticomunista, germanófilo y pro-franquista en aquellos años, que con su nombre verdadero de Gustavo Adolfo Martínez Zuviría ocupó la cartera de Educación en los primeros gobiernos dictatoriales y que en 1944 creó una comisión, presidida por un Obispo, Monseñor Gustavo Franceschi, para salvaguardar la pureza del idioma y, por tanto, poner en vereda a los tanguistas y sus excesos lunfardos. Encuentro el artículo que el Monseñor, director del semanario católico integrista “Criterio”, había escrito en 1936 con motivo de la llegada a Argentina en 1936. Transcribo una parte, porque me parece significativa del carácter que debió imprimir a la comisión censora que presidiría ocho años después:

(Gardel) empleó toda su inteligencia, que jamás había sido cultivada, que era perseverante pero corrompida, para mejorar sus medios de expresión. No concebía cosa más alta que la que hizo. Nadie ha de recriminarle su escasez de valores perennes; pero es insultar a la Argentina el presentarlo como símbolo acabado de su ideal artístico. Todo ello preparó la serie de espectáculos que tuvieron lugar con motivo de su sepelio, y que constituyeron una página bochornosa en la historia porteña. Eran de ver los alrededores del Luna Park, a las diez de la noche. Gandules de pañuelito al cuello dirigiendo piropos apestosos a las mujeres; féminas que se habían embadurnado la cara con harina y los labios con almagre; compadres de cintura quebrada y sonrisa “cachadora”; buenas madres, persuadidas de la grandeza del héroe, que llevaban –pude comprobarlo por fotografías- a sus hijos a besar el ataúd. Y, según se me afirmó, diversas individuas llenas de compunción pretenden ocupar lugares especiales porque fueron “amigas”, “compañeras” de Gardel, a quien convierten de este modo en tenorio de conventillo, en pachá de arrabal (...). No se olvide que el amoralismo simbolizado por un Gardel cualquiera, es anarquía en el sentido más estricto de la palabra. Téngase en cuenta que el desprecio al trabajo normal, al hogar honesto, a la vida pura; el himno a la mujer perdida, al juego, a la borrachera, a la pereza, a la puñalada, es destrucción del edificio social entero”.

La aplicación de tales ideas conduciría a alguna situación que no puede calificarse sino de chusca. Así, por ejemplo, la traducción que hubo de hacerse de los títulos de algunos tangos para que pudieran ser difundidos por la radio. Leo que así sucedió con “Sobre el pucho” (José González Castillo/Sebastián Piana, 1923), que pasó a ser “Un callejón en Pompeya”. “Chiqué” (Ricardo Brignolo), un tango instrumental del que Anibal Troilo realizó, como siempre, una memorable versión que enlazamos, fue cambiado por “El elegante”, aunque más exacto hubiera sido titularlo “Petimetre”. “Susheta” (Enrique Cadícamo/ Juan Carlos Cobián, 1934) también se transformó en otro “El elegante”, sufriendo también cambios drásticos en la letra. “Qué vachaché” fue bien traducido con “Qué vamos a hacerle”. “El ciruja” (Alfredo Marino/ Ernesto de la Cruz, 1926) paso a ser “El recolector”, aunque más en español hubiera sido “El trapero”. “La catrera” (tango instrumental de Arturo De Bassi) se convirtió en  “La cama”, y “Yira yira” nada menos que en “Camina, camina”. Se trataba de una cruzada idiomática en toda regla.

Condenado como reincidente, algo más de 20 años después “Cambalache” también formo parte de las alrededor de 200 canciones que la dictadura prohibió entre 1976 y 1982, a través del Comité Federal de Radiodifusión, que impidió su difusión masiva. De acuerdo a noticias periodísticas de 1981, el motivo para censurar el tango de Discépolo consistía en que el inmenso escepticismo de su letra la hacía “prácticamente subversiva”.  De siempre se ha sabido del mal gusto musical de los dictadores. Basta con escuchar sus himnos.

Sin embargo, cabe que a Discépolo no le hubieran dolido tanto estas prohibiciones de haberlas conocido, que al fin y al cabo eran esperables y reafirmaban la tesis de su tango, como los cambios y sustituciones que algunos compañeros introdujeron en la letra que él había escrito, y que, aunque mínimos, venían a alterar significativamente el sentido del tango.

Cuando Julio Sosa grabó “Cambalache”, ya a medidados de los 50 y en una versión por fin de gran éxito que se convertiría prácticamente en canónica, hacía unos años que había fallecido Discépolo, pero probablemente se hubiera reído al escuchar que el famoso cantor había confundido al estafador Serge Alexander Stavisky con el compositor también ruso Igor Stravinski, y que, músico por músico, al final hubiera introducido en la letra a Arturo Toscanini. Peor le habría sentado comprobar que Sosa había transformado su frase “los que viven de los otros” en “los que viven de las minas”, relativizando la denuncia social y política, de clase, que implicaba el original. Tampoco se habría sentido satisfecho de que donde él había escrito “allá en el horno ‘nos’ vamo a encontrar”, metiéndose él mismo de cabeza en el infierno, se escuchara ahora “allá en el horno ‘se’ vamo a encontrar”, exculpandose con ello el cantor de toda responsabilidad en el desaguisado. En fin, una vez más cosas de artistas.



También circula por Internet una interpretación de “Cambalache” supuestamente a cargo de Carlos Gardel, una versión que nunca existió, pues jamás llegó Gardel a cantar este tango, apenas estrenado el mismo año de su muerte. En realidad quien lo interpreta es Agustín Irusta, que tiene la peculiaridad de que con la sustitución de una sola palabra, “calafón” `por “bandoneón” destruyó la más profunda e impactante metáfora construida por Discépolo.

Como simple curiosidad anecdótica, decir que la adaptación de Julio Sosa fue la utilizada por Joan Manuel Serrat en su muy posterior y repetida interpretación de “Cambalache”. En cambio, Raphael, que también lo ha cantado, lo que es la vida, utilizó la adaptación de Agustín Irusta. Y como versiones de “Cambalache” las hay para todos los gustos y disgustos, hay que decir en honor de la verdad que la muy meliflua de Julio Iglesias siguió el pie de la letra el original.




Coda y adiós

Llegados a este punto apenas queda plantearse para terminar hasta qué punto “Cambalache” expresaba el pensamiento real, político y moral, de Enrique Santos Discépolo, o en qué medida tanto nihilismo pesimista era un añadido del personaje que el autor había inventado para protagonizar sus tangos. De todo puede haber. No parece que quepa duda en que las ideas básicas que explica en primera persona el personaje tanguero debían corresponderse en buena medida con las del propio Discépolo, dada la insistencia con que las expresa en buena parte de su obra y la manera en que las hace evolucionar a lo largo de los años, siempre de la mano del mismo “gilito embanderado” de “Qué vachaché”, que con los años ha perdido la fe en todas las banderas, aunque siga siendo un gilito que acabará en el infierno quemándose junto a los que fueron más listos que él.

Sin embargo, si realmente Discépolo pensaba en aquel momento que la humanidad había caído en el más profundo pozo de iniquidad sin esperanza de redención, pronto comprobaría que se había equivocado y que pese a todo, la esperanza anida agazapada incluso en la más honda de las depresiones.

El viejo anarquista descreído que parece era Discepolo durante aquella década de los años 30 --aunque pese a su descreimiento siguiera participando activamente en las actividades sindicales y reivindicativas de los autores argentinos--, recuperaría la fe perdida en los últimos años de su vida, entregado a la defensa y la propagación del Peronismo. Sin entrar en la significación que se le pueda dar a la figura de Juan Domingo Perón en la historia de Argentina y la valoración que se haga del recorrido del movimiento creado por él, Discépolo encontró en Perón, y muy especialmente en su mujer y compañera de luchas, Eva Duarte, la plasmación de sus preocupaciones políticas más elementales. En la política social del peronismo identificó su propio su propio anhelo de justicia con las clases populares, y en la no alienación con los grandes bloques internacionales debió ver la misma reivindicación de independencia y dignidad nacional que siempre había reclamado.

Peronista de primera instancia (cuentan que había conocido casualmente a Eva Duarte ya en 1943) y amigo personal del matrimonio, Discépolo se implicó personalmente en la campaña electoral de 1951. Lo hizo a través del medio de comunicación más importante del momento, la radio, en la que las charlas que realizó a lo largo de aquel año bajo el título de “¿A mí me la vas a contar?” obtuvieron gran difusión. Dirigiéndose en tono sarcástico a un oyente inventado, al que bautizó Mordisquito e hizo representante de la pequeña burguesía antiperonista, Discópolo proclamó el mundo nuevo que para él representaba Perón en charlas que formalmente constituyen todo un modelo radiofónico de capacidad comunicativa y lenguaje directo y cotidiano. Todas ellas se conservan escritas, y tal vez a quienes hayan llegado hasta aquí les interese en algún momento darles un vistazo. Constituyen un ejemplo de periodismo político radiofónico. Pero lo que no se puede pasar por alto es el registro sonoro de la última de estas charlas, emitida el 10 de noviembre de aquel año, el anterior a las elecciones en las que volvió a ganar Perón, y 43 días antes de que falleciera. Su comienzo ya da tanto el tono de toda la serie, como de su entrega a la causa y de su fe en Juan Perón y Eva Duarte:

“Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a los malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado de un largo camino de miseria. (…)”

Me parece significativo, sin embargo, que el entusiasmo peronista demostrado por Discépolo en sus artículos periodísticos o en la radio no aparezca reflejado en absoluto en las letras de los tangos que compuso en esos años, en realidad sólo dos, pues se dedicó predominantemente en ese tiempo a interpretar e incluso dirigir películas. Por mucho que el autor hubiera cambiado y recuperado la fe, su personaje siguió manteniendo similar desesperanza vital. Eso sucede en su penúltima composición, el magistral “Cafetín de Buenos Aires[35], escrito en 1948 y estrenado ese mismo año en sendas versiones de Edmundo Rivero y Tania, la interprete habitual de Discépolo y su peculiar amante, que aún no lo habíamos dicho.

Cafetín de Buenos Aires” es casi un tango testamental. El único de Discépolo en el que acude al recurso de la nostalgia del pasado perdido. Lo que fue y ya no es, pero también lo que pudo haber sido y no fue. Aún aceptando que quien se confiesa ante sí mismo y hace recuento de su vida sea el mismo personaje de siempre, hay tanta sinceridad en la confesión que no puede sino pensarse que en ella se ha volcado el poeta entero, al menos su parte más íntima. Sorprende, o quizás no, que siendo Discépolo alguien tan esencialmente luchador, aún cuando no hubiera visto esperanza en algunos momentos, la conclusión final de ese balance vital que es su penúltimo tango, de ese singular ajuste de cuentas consigo mismo, sea que se entregó ante la vida “sin luchar”.









Adolfo Celdrán. Dossier de prensa

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Adolfo Celdrán
Dossier de prensa (1968/1977)






Nacido en Alicante en 1943 y estudiante de Físicas en Madrid, Adolfo Celdrán debutó en 1977 en el recital de presentación del grupo Canción del Pueblo, del que fue miembro junto a Hilario Camacho, Elisa Serna y Julia León, entre otros. En 1969 grabó su primer disco conteniendo sendas adaptaciones de las canciones “Bella Ciao” (popular italiana) y “Cajitas” (Malvina Reynolds), a más de una musicalización propia de dos poemas de Bertolt Brecht, que tituló “General” y cuya difusión radiofónica fue prohibida.

En los siete años siguientes publicó tres álbumes fundamentales en la historia de la canción de autor española: “Silencio” (1970, reeditado en CD en 1997), “4.444 veces, por ejemplo” (1975) y “Al borde del principio” (1976). En 1977 grabó su último disco, “Denegado”, una recuperación de las canciones que la censura le había prohibido en los años anteriores. Aunque sus canciones siguieron editandose en cuantos recopilatorios de canciones se publicaron a partir de esa fecha, Adolfo Celdrán no volvió a grabar material  nuevo hasta 2001, fecha en la que apareció “Jarmizaer, jarmizaer”.

En los años en que anduvo apartado de la música publicó varios libros de poemas y obras teatrales. También ejerció la docencia en la Universidad de Alicante, donde fundó y dirigió durante 10 años el Taller de Imagen de la universidad alicantina, con el que produjo una buena cantidad de documentales y series sobre naturaleza y cultura que se emitieron en televisiones educativas de todo el mundo y premiados en varios festivales internacionales.

La selección de recortes de prensa incluye artículos y entrevistas de Plácido Serrano, Jordi García Soler, Francisco Almazán, Luis Suárez Rufo, María Antonia Iglesias, Moncho Alpuente, Manuel Domínguez,  José Ramón Pardo, Mercedes Arancibia y Álvaro Feito, entre otros.




Otros escritos sobre Adolfo Celdrán en esta página:




1968/69. Notas breves.







1968. Mariano Castejón. “Adolfo Celdrán: Un alicantino canta para el pueblo”. Diario Primera Página, Alicante, 14/5/68




1968. “Celdrán, ¿un nuevo valor?”. Diez Minutos, 23/8/68.



1968. Discóbolo.



1968. Luis Alberto de la Hoz.Las canciones de Adolfo son distintas”. Hogar 2000.



1968. Rafael Zornoza. “Adolfo Celdrán”. Rompeolas, 5/8/68.



1968. Hoja promocional.





1969. (¿?). “Adolfo Celdrán”.



1969. José Ramón Pardo (con el seudónimo de M. Yenes). “Adolfo Celdrán, una voz del pueblo”. Diario El Alcázar.



1969. García Carmona. “Adolfo Celdrán (físico nuclear alicantino) hace ‘canción comprometida’”. Diario La Verdad (Alicante), 5/9/69.




1969. “Cante y toque la guitarra con… Adolfo Celdrán”. Diario ABC.



1969. “Adolfo Celdrán”. Sábado Grafico.






1970. Francisco Almazán. “Adolfo Celdrán y otros grupos”. Triunfo, 14/3/1970.



1971. María Antonia Iglesias. “Adolfo Celdrán. Testimonio y arte en la canción”. Diario Informaciones, 6/5/71.




1971. Mercedes Arancibia. “La poesía en castellano de Adolfo Celdrán”. Nuevo Diario.






1975. Plácido Serrano. “Presentación del nuevo Lp de Adolfo Celdrán”. Diario Heraldo de Aragón.




1975. Luis Suárez Rufo. “4.444 veces, por ejemplo, de Adolfo Celdrán”. Ozono.



1975. Jordi García Soler. “Adolfo Celdrán. 4.444 veces, por ejemplo”. Vibraciones.






1976. Hoja promocional de “Al borde del principio”.



1976. Luis Suárez Rufo. “Adolfo Celdrán: Después del ‘silencio’”. Ozono, 15/12/76.




1976. Álvaro Feito. “Adolfo Celdrán: ‘Ha llegado el momento de cantar fuerte”. Triunfo.






1977. “Discos. Adolfo Celdrán”. Cuadernos Para el Diálogo, 23/7/77.



1977. Moncho Alpuente. “Adolfo Celdrán o el silencio recuperado”. El país, 15/7/77.



1977. Rafael Esteve-Casanova. “Décimo aniversario de Canción del Pueblo”. El País, 30/7/77.



1977. Adolfo Celdrán. “Sobre la grabación de Denegado”. Folk song. El canto de los pueblos.




1977. Manuel Domínguez. “Gravedad serena de Adolfo Celdrán”. Diario Informaciones, 24/1/77.



1977. Manuel Domínguez. “Adolfo Celdrán publica sus canciones prohibidas”. Diario Informaciones.





1977. Fernando Sánchez. “Al borde del principio”. La Jaula, 18/2/77.





1977. “El cantautor Adolfo Celdrán en Albacete: ‘Hemos conquistado legalmente lo que era normal en la calle’”. Diario La Verdad (Albacete), 11/3/77.




1977. “Conversación con Adolfo Celdrán”. Manuel Espín. Diario Pueblo 27/7/77.



1978. “Adolfo Celdrán: un cantante para un poeta”. Cal Dir, 6/4/78.






Otros Dossier de Prensa:




ELSA Y WALDO. BAILARINES EXCÉNTRICOS

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Elsa y Waldo, bailarines excéntricos. Un descubrimiento








El amigo Emilio Lacambra, modelo humano de aquellos viejos árboles batidos por el viento que cantó su paisano Labordeta, colgó hace un par de días en su perfil una actuación de baile humorístico que me dejó embobado. “ELSA ET WALDO DE L' OLYMPIA MUSIC HALL A LA PISTE AUX ETOILES”. 

Lo primero que me vino a la mente al contemplar la grabación, fue que la tal Elsa había sido la maestra directa de Lina Morgan. Su gesticulación, su mímica y su movimiento desestructurado de ahí podrían haber salidos. Por lo demás, no tenía ni puñetera idea de  quienes eran aquella pareja de bailarines, mimos, caricatos y cómicos asombrosos que, según el vídeo, habían triunfado en alguna fecha indeterminada de los años 40 o 50 en la pista de las estrellas del Olympia Music Hall parisino. Me picó la curiosidad, me puse a cotillear por Internet y encontré. Poco, pero interesante. Una historia que merece la pena contar.

Contra todo pronóstico, aquellos triunfadores en Francia no eran franceses, patria del music-hall, ni alemanes, donde había nacido el cabaret de entreguerras, ni yankees, que habían inventado el boogi-boogi. Muy por el contrario, se trataba de una genuina pareja española, que habían triunfado en el mundo pero que en su país permanecen todavía hoy perfectamente desconocidos, fuera de los circuitos de aficionados al circo, en cuyos blogs se les sigue recordando. Su historia y el enlace de sus actuaciones que he encontrado en la red son una forma de reconocer a una pareja de artistas escénicos de singular originalidad y valor. Personalmente, todo un descubrimiento.

Poco se sabe de Elsa, sólo que podría haber sido catalana, pero de Waldo hay algo más de información, siempre con la salvedad de estar salida de ese rumoreo de datos que es la red. Según eso, Waldo, que malamente podía haberse llamado así de nombre bautismal, se apellidaba Moll, apellido catalán, y había nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1916. Ambos habían estudiado danza clásica, al parecer, y en ese terreno habían comenzado su vida artística en Barcelona. Sin embargo, pronto descubrirían la vena por la que iba a fluir su creatividad artística. Ya en 1933 aparecen en los programas de varietés formando pareja con Elsa, con la que se  había casado ya, anunciándose con el nombre, moderno a más no poder, de “Elloise & Waldo Moll: ¡Los colosos!, Bailarines excéntricos”. Luego lo simplificarían, que tanta letra no debía caber en los más escuetos carteles de Brodway, donde acabarían recalando a consecuencia de aquella guerra civil que tanta gente expulsó de su tierra.

Al parecer eran personas de ideología republicana, y se cuenta que Waldo luchó con las armas en la mano durante el asedió a Madrid, en el Puente de los Franceses en concreto, según dicen, mientras representaba junto a su compañera sus bailes excéntricos para los soldados en los escenarios improvisados del frente o en los teatros de la ciudad. Triunfante la sublevación, Elsa y Waldo siguieron por un tiempo en España actuando en diversos espectáculos, pero mediados los años cuarenta decidieron tomar puerta y salir de un país cuyo aire debía resultarles sencillamente irrespirable.

Tras una larga y exitosa gira por los países latinoamericanos, Elsa y Waldo recalaron en Nueva York, donde una serie de circunstancias habían de llevarles al estrellato en el show business americano. Por supuesto, contó su talento, evidente en las actuaciones que se conservan, pero también debió tener algo que ver que su número mudo lo hacía comprensible en cualquier país y, sobre todo, que llegaron a Estados Unidos en el momento de máxima expansión de la televisión, en la que consiguieron introducirse y que se convirtió en su verdadera plataforma de lanzamiento.

Se conversan, al  menos, dos de sus apariciones televisivas americanas, que enlazo en un sitio u otro, en sendos programas de gran prestigio y audiencia. El popularísimo e histórico “Show de Ed Sullivan”, en el que intervinieron el 14 de noviembre de 1948, y el no menos famoso “All Star Revue”, espectáculo en vivo de la NBC, donde se presentaron cuatro años después. Vistas seguidas, aquellas actuaciones constituyen, sin duda, variaciones sobre el mismo tema, pero el asunto está en fijarse en los matices de esas variaciones y en la sutileza y exactitud de su trabajo.

Ed Sullivan show, 14 noviembre de 1948.


Desde la televisión su fama se extendió por todo Estados Unidos, incluso fuera, pues desde Nueva York se extendieron por todo el mundo con grandes giras. Estuvieron en Brodway, Los Ángeles, Chicago, Hollywood, donde participaron en alguna película, Buenos Aires, Montevideo, París o Londres. Menos en Madrid. Pero donde se convirtieron en unas estrellas fue en Las Vegas, a donde llegaron, según contaron después “cuando sólo había allí tres hoteles: El Flamingo, El Rancho y el Last Frontier”. Alli compartieron escenario y amistad con los más grandes, de Sammy Davis Jr a Jerry Lewis, de Doroty Lamour a Marlene Dietrich, de Dean Martin a Marcel Marceau, del Príncipe Raniero a Walt Disney.

En octubre de 1972, en una entrevista realizada por el Diario madrileño ABC a la pareja, que acababa de regresar por primera vez a España desde que se fueron en los años cuarenta, se reproducían algunos de los piropos que les habían dedicado sus compañeros de escenario. Según eso, Dean Martin habría asegurado que “Waldo se me parece en el pelo, en el desparpajo, en el talento”.  Judy Garland, más modesta, declaró al parecer cuando los tuvo en su espectáculo: “Menos mal que sólo bailan, porque si también cantasen tendría celos artísticos de tenerlos conmigo”. Charie Chaplin, deslumbrado entonces por España y lo español, como es sabido, dijo que le hubiera gustado tener a Elsa de pareja, se supone que artística, y Edith Piaff comentó cuando coincidió con ellos en París: “El Olimpia se engrandece con ellos”.

Volvían al terruño con la intención y la esperanza, seguro, de retomar su carrera en España, donde no se había escuchado en las décadas anteriores ni el menor eco de sus todavía recientes triunfos internacionales. De hecho el año anterior habían participado en la gran gala de la Cruz Roja celebrada en Montecarlo y presidida por el Príncipe Raniero. Vamos, lo más chic de la jet set internacional. Regresaban también, según la entrevista, con la intención de renovar su trayectoria artística. La idea era montar una comedia musical, escrita por el propio Waldo y de la que aseguraba que había sido finalista del premio Lope de Vega. Sería, según contó, “Una tragicomedia escrita sobre la vida de un cómico que fue el mejor de España…

Parecería que aquella obra, que por lo que sé nunca se llegó a representar, fuera tan cual una autobiografía del autor e intérpretes. O una premonición, pues en la vida artística de Elsa y Waldo quedaba ya para entonces poco que vivir. No así en la personal. Había pasado la estancia en la cumbre, ahora quedaba el descenso. 

No he logrado dato alguno sobre la muerte de Elsa, aunque sí que Waldo vivió nada menos de hasta 2002, ya cumplidos los 86 años. Todo ese tiempo sobrevivió cómo pudo, siempre fiel, eso sí, a su pasión artística y creativa. Actuó siempre que se le puso por delante la oportunidad, incluso en las salas más pequeñas, sin desaprovechar ocasión, y llegó a fundar un Club de Payasos en el que dio clases de mimo y pantomima y sobre cuyo mínimo escenario ofreció sus últimas creaciones acompañado de una nueva pareja artística, fallecida ya Elsa.

Un testigo anónimo de aquellas últimas actuaciones de Waldo Moll ha dejado escrito en la página web del Club de Payasos Españoles y Artistas de Circo un bonito epitafio:

Quería enseñar su arte y lo hacia acompañado de Vivianne, la bailarina que le ha acompañado durante todos estos últimos años. Sus pantomimas tenían el sabor de lo verdadero y Waldo se emocionaba interpretándolas sabiendo que serían las últimas



"All Star Revue", NBC. 1952.





LEON FELIPE. La ultima prohibición cultural del franquismo. 1977,

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La última prohibición cultural del franquismo

Marzo de 1977. Suspensión de un homenaje a León Felipe








Pasados un año, tres meses y 24 días de la muerte por autoextinción del Caudillo, a tan sólo tres semanas de la legalización del PCE y faltando apenas tres meses para las primeras elecciones democráticas sin dictadura, no parece que fuera el momento más indicado para prohibir un homenaje a León Felipe, el gran poeta que había fallecido en el exilio mexicano nueve años antes. Parece imposible, pero sucedió. El 14 de marzo de 1977 hubo que suspender, por orden gubernativa, el homenaje a León Felipe que debía haberse celebrado en el Teatro Monumental de Madrid.


León Felipe. "Como tú"


Durante mi trabajo de documentación para escribir la “biografía” del Club de Amigos de la UNESCO de Madrid encontré en su archivo documentos que a veces tienen singular importancia histórica, aunque sea desde esa orilla de la Historia que es la participación popular en ella, porque sirven para fotografiar un momento determinado otorgándole significado. Aunque di sobrada cuenta de esa documentación en el texto final de aquel libro[1], pienso que la posibilidad de colgar aquí los documentos originales, íntegros y en facsímil, es una tentación demasiado grande como para resistirla.

En concreto, creo que el original del que se iba a distribuir en aquel homenaje, y que no se pudo distribuir, pero que circuló profusamente entre organizadores y allegados, así como el intercambio de correspondencia sobre la prohibición, vienen a ilustrar a la perfección el final de aquella dictadura y el que fue, seguramente, el último ramalazo censor de un franquismo que habiendo muerto el titular se resistía desesperadamente a desaparecer recurriendo a los suplentes, que aún no parecían darse cuenta de que estaban condenados a la extinción. O a camuflarse entre las filas de la nueva democracia para sobrevivir, que de todo hubo.

Las versiones de aquella transición que sólo describen a las multitudes enfervorizadas desfilando por la avenidas a los sones de “Libertad sin ira” olvidan a menudo la realidad de lo sucedido, al menos en el año y medio transcurrido entre la muerte de Franco y las primeras elecciones, e incluso más allá. La verdad es que 1976 y 1977 fueron años complicados y de duros enfrentamientos y represiones. Hay que tener en cuenta que apenas un año antes del frustrado  homenajea León Felipe, un 9 de mayo de 1976, la policía había asesinado a tiros en Vitoria a cinco obreros tras desalojarlos de una asamblea en una iglesia. O que todavía no habían pasado dos meses desde que el 24 de enero unos pistoleros de extrema derecha asesinaran a cinco abogados laboralistas en su despacho de la calle Atocha de Madrid. Podría citar otros muchos casos, pero estos dos me parecen especialmente evocadores de la tensión de aquellos años de agonía de la dictadura, no ya sólo del dictador. Tiempos también de esperanza en nuevos tiempos y de las luchas para conseguirlo, a las que el Régimen, o lo que quedaba de él, respondieron que la más dura de las represiones.


Aguaviva: “Me sé todos los cuentos”


En aquel contexto, el Club Amigos de la Unesco de Madrid, que desde su fundación 16 años antes constituía el principal centro popular, y legal, de resistencia político-cultural al franquismo, se planteó aquel homenaje a León Felipe no sólo como un acto cultural interno, entre los que eran frecuentes los recordatorios de la intelectualidad de la exilio y la edición a multicopista de su obra, sino como una celebración pública en un gran local para cuya organización se puso gran esfuerzo y en la que se acudió a la consabida complicidad solidaria del mundo de la cultura, que respondió en masa.

Aunque quizás no tanto como Antonio Machado, Lorca o Hernández, la figura de León Felipe gozaba de un enorme prestigio y admiración en España, especialmente entre quienes recordaban que La República había constituido una segunda Edad de Oro literaria y artística. Su poesía tronante, prometeica o tierna, y su inquebrantable enfrentamiento a la dictadura que le había echado de su Patria le hacía merecedor de todo ello. Homenajear de aquella manera y en aquellas fechas a un representante tan preclaro del periodo de la historia de España en que más cerca se había estado de la democracia, no sólo era una actividad cultural más, sino también un manifiesto político, con el que se quería proclamar que el fin de la dictadura estaba cerca, y que un homenaje de esas características aceleraba el proceso. Tal vez el régimen, o la parte más ultra de él, se dio cuenta y por eso lo prohibió.

El CAUM consiguió, antes de todo y mediante cartas particulares que comenzaron a enviar en febrero, que detrás del homenaje, convocándolo y apoyándolo, estuviera todo el 5º de Caballería de la intelectualidad progresista del momento, la nómina completa de los abajofirmanteshabituales, que durante años se habían opuesto al franquismo con la fuerza de su firma y el prestigio de sus actividades intelectuales.

Aunque la lista de adheridos al homenaje figura completa en la reproducción del folleto que va más abajo, permítaseme una breve recopilación de nombres para abrir apetito: Vicente Aleixandre, José Hierro, los hermanos Goytisolo, Buero Vallejo, Celaya, Vázquez Montalbán, Nuria Espert, Genovés, Rabal, Fernán Gómez, Luis de Pablo, Bardem, Otero, Ángela Figueras… Y paro porque eran más de 120.


Adolfo Celdrán. “Contadme un sueño”


El 8 de marzo, el CAUM presentó la notificación oportuna de la celebración del homenaje al Gobernador Civil, indicando, como era preceptivo, lugar, fecha y hora, y dando cuenta de los nombres, las direcciones y los carnets de identidad de todos los participantes. No hubo respuesta oficial inmediata y los preparativos siguieron adelante.

El programa anunciado indica que de haber tenido lugar el homenaje, primero hubiera dicho unas palabras Rafael Taibo, presidente de Club, luego se hubiera proyectado un documental sobre la obra del poeta y Francisco Giner de los Ríos, aambién poeta y sobrino-nieto del fundador de la Institución Librede Enseñanza del mismo nombre, tenía previsto realizar una semblanza de León Felipe, al que había tratado íntimamente en su mutuo exilio mexicano. En esa primera parte también leerían poemas del homenajeado el actor Adolfo Marsillach y nada menos que María Casares, hija del que hubiera sido Jefe de Gobierno de la República, Manuel Casares Quiroga, actriz fundamental de la escena francesa, sobre la que consiguió todos los honores, y recién regresada por primera vez a España desde su exilio en 1939 para protagonizar una obra teatral de Rafael Alberti. La conciliación de la disidencia interior con la España del exilio, simbólico objetivo del homenaje sobre el final de una etapa política y el nacimiento de otra, estaba ya en la selección de los propios participantes. Como se puede ver, el Club no disparaba sin bala ni descuidaba el significado de su trabajo.

Tras un descanso, estaba previsto un recital de canciones sobre poemas de León Felipe a cargo de un grupo y dos cantautores españoles en su momento de mayor aceptación pública, Aguaviva, Adolfo Celdrán y Luis Pastor, una intérprete que, aunque considerada venezolana era hija de españoles emigrados, Soledad Bravo, y Francisco Curto[2], un español de Zamora que, no obstante, se había hecho artista en Francia. Programa completo. Todo preparado. ¡Atención! ¡Silencio! ¡Sonido! ¡Focos!... Prohibición.


Luis Pastor, “Canción marinera”


Dos días antes de la fecha prevista para el homenaje, el 12 de marzo, la comisaría de Mediodía, bajo cuyo control quedaba el CAUM, sito en el número 7 de la Plaza de Tirso de Molina[3], trasladó al Club un telefonema de la Jefatura Superiorde Policía en el que se les comunicaba que “El Excmo. Sr. Gobernador Civil de la provincia ha acordado no autorizar el acto solicitado por usted y que debía celebrarse en el teatro Monumental el día 14 del actual, ya que no especifica el carácter del mencionado acto, así como por posible alteración del orden público”. Amen.

Pero buenos eran los miembros del Caum, que por entonces debían rondar los cinco mil, como para resignarse a un amen por respuesta. No por nada el Club había sido cerrado tres veces por orden gubernativa, la última hacía unos meses, y su actividad se había tenido que desarrollar bajo vigilancia permanente, con infiltrados policiales en su seno, entre censuras y prohibiciones. Acostumbrados como estaban a las respuestas rápidas, debieron a empezar a moverse en cuanto recibieron la notificación de la prohibición, porque tan sólo dos días después, a las 00,15 de la madrugada del mismo 14 de marzo en el que horas después estaba convocado el homenaje, una cuarentena de intelectuales, los que se pudo contactar en apenas 24 horas, enviaron un telegrama al Gobernador Civil pidiéndole que se reconsiderase la prohibición. La mayor parte de los firmantes ya se había adherido previamente al acto, pero algunos eran nuevos, como el poeta y académico Dámaso Alonso, Alberto Iniesta, Obispo auxiliar de Madrid, o el compositor Cristóbal Halfter.

Aunque el telegrama iba dirigido al gobernador civil de Madrid, Juan José Rosón de histórico nombre, contestó directamente el ministro del ramo del Interior, que a la sazón era Rodolfo Martín Villa, cuyas andanzas son sobradamente conocidas como para entretenernos aquí con ellas. Eso sí, tardó casi un mes en hacerlo. El 10 de abril (justo el día siguiente a la legalización del PCE) el viejo falangista y futuro demócrata dirigió una carta personal a Vicente Aleixandre, que había encabezado las firmas del telegrama, en la que le comunicaba que ya el Gobierno Civil había autorizado el homenaje a León Felipe, al que calificaba de “Insigne Poeta”, así, con mayúscula, para que se celebrara en alguna otra fecha posterior, dando todo el asunto por concluido.

Es cierto que a lo largo de aquel mes el Club había estado gestionando y presionando para que se revocara la prohibición y que habían llegado a una especie de acuerdo en ese sentido con el gobernador civil. Sin embargo surgieron también problemas económicos y de derechos de autor reclamados y el hecho final es que León Felipe se quedó sin su homenaje.


Soledad Bravo. “Nube blanca”


Ya hemos dicho que aquellos últimos años de la dictadura, antes y después de la muerte del dictador, fueron de una extraordinaria dureza en la represión. También en la censura cultural, especialmente para con los cantautores, que en aquellos años se convirtieron en un auténtico referente de la lucha contra el franquismo y por la democracia. Todavía el 20 de septiembre del año anterior, llevando ya el cadáver diez meses bajo la losa del Valle de los Caídos, la policía había irrumpido en mitad del concierto colectivo que se estaba dando en el Estadio del Levante, en Valencia y con el nombre de Trobada dels Pobles, para suspenderlo a golpe de porra. Pero cinco meses después las cosas habían cambiado ya mucho y, en cualquier caso, no era lo mismo un campo de fútbol lleno de banderas y consignas, a más de canciones, que un homenaje a un escritor muerto, por mucho que fuera un poeta del pasado que en ese momento era, ante todo, un símbolo del futuro y mucha intencionalidad política que se le quisiera dar al acto.

La historia de esta absurda prohibición no puede entenderse sin tener en cuenta la dualidad que presentaban aquellos gestores de los últimos residuos dictatoriales, entre los que convivían, enfrentados entre sí, viejos franquistas, que querían morir matando, y nuevos funcionarios, que empujaban el carro hacia delante quizás sólo para no tener que bajarse de él. El tiempo pondría a cada uno en su lugar. Quizás en el mes transcurrido desde la prohibición inicial hasta la autorización infructuosa del final se enfrentaron esas dos fuerzas antagónicas que convivían en el seno del poder post-Franco y del propio Gobierno, presidido desde aún no hacía 10 meses por Adolfo Suárez, cuyo nombre sonará a algunos. 

De todas formas, tal vez influyera también en aquella prohibición la profunda inquina que aquel régimen residual sentía hacia el CAUM, al que consideraban un nido de rojos  y contra el que llevaban luchando desde su fundación, con la que les  habían colado un gol, sin conseguir doblegarles. De hecho lo habían tenido cerrado, aunque no inactivo, que eso no pudieron[4], durante los meses más críticos del deterioro y la muerte de Franco, de enero de 1975 hasta octubre de 1976. Si se cuentan bien habían sido 22 meses.

O quizá se tratara de la similar inquina que los viejos franquistas de toda la vida le seguían teniendo al propio León Felipe, como lo demuestra que un año antes también se hubiera prohibido un intento de homenaje similar, en el que no figuraba el nombre del CAUM, que permanecía clausurado, pero que contó prácticamente con los mismos convocantes. Parecería que no le perdonaban al poeta aquellos versos que cuando jóvenes debieron haber recibido como una injuria personal:

Franco... tuya es la hacienda…
la casa, el caballo y la pistola...
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo...
mas yo te dejo mudo... ¡mudo!...
Y cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?


Rapsoda anónimo: “Franco…”






[1]Tantas Vidas, tantas luchas. Club Amigos de la Unesco(1961/2011)”. CAUM, Madrid, 2012.

[2] Las canciones que se enlazan en estas notas corresponden a musicaciones de pomas de León Felipe grabadas por estos mismos cantautores, que sin duda las hubieran cantado aquella noche de haberse celebrado el homenaje.

[3] El CAUM se mantuvo en esa dirección hasta 2013, en el que se vieron obligarse a trasladarse a una nueva sede en  Calle Atocha 20, donde continúan sus actividades.

[4]Conviene aclarar, que a los tres meses de cerrarse el Club, buena parte de sus directivos y miembros crearon la Asociación Pro Derechos Humanos, con la que continuaron la pelea. Tras la reapertura del CAUM, la APDHsiguió por su cuenta y hasta hoy, de tal manera que al final el Régimen se encontró no con un enemigo, sino con dos.














DOCUMENTOS




PETICIÓN DE AUTORIZACIÓN DEL HOMENAJE. 8 DE MARZO DE 1977






PROHIBICIÓN DEL ACTO, DOS DÍAS ANTES DE LA FECHA PREVISTA PARA EL HOMENAJE






TEXTO Y FIRMANTES DEL TELEGRAMA DE PROTESTA ENVIADO AL MINISTERIO DE GOBERNACIÓ LA MISMA MADRUGADA DEL 14 DE MARZO DE 1977, TRAS EL CONOCIMIENTO DE LA PROHIBICIÓN.








CARTA DEL CAUM AL GOBERNADOR CIVIL PIDIENDO QUE SE REVOQUE LA PROHIBICIÓN





CARTA DEL MINISTRO DE GOBERNACIÓN RODOLFO MARTÍN VILLA A VICENTE ALEIXANDRE, PRIMER FIRMANTE DEL TELEGRAMA DE PROTESTA






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Francesc Pi de la Serra

Dossier de prensa (1969/1983)









Nacido en 1942 en Barcelona, Francesc, “Quico”, Pi de la Serra, es no sólo uno de los nombres más representativo del movimiento de la Nova Canço Catalana sino un creador poseedor de una singular personalidad artística que le sitúa en las primera líneas de la música popular contemporánea, no sólo catalana o de cantautor. Poseedor de un estilo propio, que en sus momentos más elaborados tiene como principal influencia musical el blues estadounidense, pero que bebe de muchas otras fuentes, Pi de la Serra elabora textos de aparente sinsentido, que a veces podrían similar a la escritura automática, pero cargados de significados que se expresan en atrevidos e inesperados juegos de palabras de intensa ironía, sarcasmo e incluso crueldad, según los casos. Un maestro.

Con apenas 20 años, en 1962, se incorporó al grupo fundacional Els Setze Jutges como guitarrista, instrumento que ya debía dominar y con el que se convertiría en maestro, y como miembro del grupo Els Quatre Gats, con los que grabó cuatro discos EP, pioneros del rock en catalán que se definían como “combo de jazz-blues-canción”, un claro adelanto de lo que sería la obra posterior de Quico.  Ese mismo año publicó su primer disco de cuatro canciones en solitario, dando inicio a una carrera que incluye más de 20 grabaciones.

En la actual selección de recortes de prensa se recogen artículos, críticas y entrevistas de entre 1969 y 1983, firmados por Ángel Casas, Manuel Vázquez Montalbán, Gabriel Jaraba, Lluis Crous, Antonio Gómez, Tina Blanco, Gonzalo Moure y José Manuel Costa, entre otros..

O el propio Francesc Pi de la Serra, que en 1969 contaba su autobiografía hasta el momento en un texto que tituló, como una de sus mejores canciones (que va a continuación), “Jo soc Frances Pi de la Serra.  







"Jo soc Francesc Pi de la Serra"



1970. Ángel Casas. “Pi de la Serra, un cantante con multa”. Nuevo Fotogramas





1970. Manuel Vázquez Montalbán. “Raimon y Pi de la Serra han recuperado el  habla”. Triunfo, 14/11/1970




"L'home del carrer"



1971. Román Orozco. “Pi de la Serra, otro catalán en Madrid”. El Gran Musical, 11/05/1971




1971. Lluis Crous. “Pi de la Serra vuelve a grabar”. Mundo Joven






1971. Gabriel Jaraba. “Passejant per Barelona amb Pi de la Serra”. Origlama, marzo 1971




1971. Manuel Vázquez Montalbán. “¿Pi de la Serra, Po de la Sarre, Pa de la Sarre?”. Triunfo 04/12/1971



"La cultura"



1972. Roures Marçá. “Pi de la Serra, professional de la cançó”. Gorg, 27/02/1972





1972. Antonio Machín. “Pi de la Serra” (entrevista), Imagen y Sonido.





1972. Lluis Crous. “La mala uva de Francesc Pi de la Serra”. Mundo Joven, 22/01/72







"Fills de Buda"



1973. Manuel Vázquez Montalbán. “Pi de la Serra fiel a sí mismo”. Triunfo. 26/05/1973





"Verda"



1974. Antonio Vergara. “Conversación con Pi de la Serra”. Cartelera Turia, 25/03/1974





1974. Antonio Gómez, “No es posible el que visc”. Apuntes Universitarios (AU).





"La matanza del porc"



1975. Tina Blanco y Gonzalo Moure. “Francesc Pi del Carrer”. Ozono




1975. Alfredo Freites, “Aguda crítica de doble pespunte retoza en canción Pi de la Serra”. Diario El Sol (República Dominicana)







"Oració"




1976. Ángel Casas. “Pi de la Serra: ‘he aprovechado el momento’”. Nuevo Fotogramas, 12/03/76






1976. Tina Blanco y Gonzalo Moure. “Pi de la Serra amb veu i veto”. Cartelera Turia, 17/05/76





1976. Ángel S. Harguindey. “No hay ningún cantante directamente político” (entrevista). El País, 28/11/1976





1976. Autor desconocido. “Pi de la Serra: entrevista tras la vuelta”. Diario El Día, Tenerife, 10/12/76





1976. Eduardo Haro Ibars. “Pi de la Serra y Ribalta en Madrid. Acracia es libertad”. Triunfo, 11/12/76





"Si la merda fos or 
els pobres neixerien sense cul"



1977. Sóraya Kherfi: “Françesc Pi de la Serra, 15 años de canción”. Aurelio del portillo: “Entrevista: no ha cambiado nada en mí”. Ozono, mayo 1977







1978. José Manuel Costa. “Pi de la Serra, los tiempos han cambiado”.  El País, 4/05/78








1983. Antonio Gómez, “Pi de la Serra, Pijama de saliva”. Diario de Las Palmas (Gran Canaria), 26/04/83



















JAMES ROBERTSON JUSTICE, ACTOR ANTIFRANQUISTA

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Reencuentro con James Robertson Justice, actor antifranquista





Internet nos da sorpresas, sorpresas nos da internet; ya lo adelantó el cantor. Buscando estos días entre los listados de firmas internacionales que se adhirieron a los manifiestos de intelectuales españoles de 1962/63 contra las torturas a los mineros huelguistas asturianos, historia que un día de estos concluiré, encuentro un nombre que me lleva a un rostro que me retrotrae a la infancia y me cuenta una historia que desconocía.

No sé por qué razón, entre mis primeros recuerdos de pre-adolescente, asiduo a los viejos cines de sesión continua y programa doble, figura el nombre de James Robertson Justice, actor británico de larga carrera, pocas veces protagonista, cuyo rostro barbado y de pícaro bonachón ha permanecido en mi memoria a lo largo de los años. Con el tiempo, su nombre ha pasado a la historia y a las enciclopedias, aunque mucho me temo que poco de él sabrán el común de los mortales, por mucho que algunas de las películas en las que intervino las sigan emitiendo las televisiones con cierta frecuencia. Sólo quienes fueron niños en los años cincuenta y algunos cinéfilos irredentos, también los más jóvenes, lo recordaran como yo. Como un intérprete de personajes normalmente prescindibles, pero cuya presencia física contundente y cuyo buen hacer actoral le convirtieron en inolvidable, al menos para mí. Rebuscando ahora, además, me entero que fue mucho más.

Un actor. Por eso me despista que en el listado de firmantes del documento aludido apareciera no como tal, sino nada menos que como “Rector de la Universidad de Edimburgo”. ¿Dos personas con el mismo nombre? Dos no, muchas, pero todas dentro del mismo James Robertson Justice. Basta echarle un vistazo a su biografía en el Wikipedia británico (en el español no existe) para darse cuenta de que fue todo un personaje.

Nacido en 1907 y fallecido en 1975, hasta que con la ya avanzada edad de 37 años debutó como actor sin acreditar en su primera película, llevó una vida ciertamente aventurera y variada. Antes de los 20 años había estudiado ciencias en su tierra geología en Alemania y dado muestras de sus habilidades políglotas, llegando a hablar hasta una veintena de idiomas. Ya de vuelta a Londres fue periodista en la agencia Reuters, donde coincidió con Ian Fleming, el creador de James Bond. Emigrante después en Canadá, trabajó de buscador de oro, leñador, vendedor de seguros y maestro de inglés. Una aventura que debió ser ruinosa, pues para pagarse de vuelta a Inglaterra tuvo que trabajar de lavaplatos en el barco. De nuevo en Gran Bretaña, ejerció de directivo de la Asociación Británica de Hokey Sobre Hierba, deporte que había practicado, corredor automovilístico y policía de la Sociedad de Naciones en aquella zona alemana ocupada por Francia que fue El Sarre antes de la II Guerra Mundial, en la que al parecer le cambio la vida. Según escribiría tras su muerte su biógrafo James Hogg, también fue una persona fantasiosa y ególatra, comilón, mujeriego y contradictorio, socialista irredento y amigo íntimo de la familia real británica. Todo un singular espécimen humano.




La faceta que le otorgó popularidad universal fue la de actor, profesión a la que llegó, según propia confesión, “no para ser una estrella, sino para ganar dinero”. Debió conseguirlo, pues llegó a participar en 89 películas que le dieron para comprarse un castillo en Escocia y vivir a todo trapo. Y ya de paso se convirtió en estrella. Aunque en las más conocidas de ellas (como “Los cañones de Navarone”, “Aquellos chalados en sus locos cacharros” o “Chitty Chitty Bang Bang”) interpretara personajes secundarios, también los tuvo importantes y de inmenso éxito, aunque fugaz. Especialmente en la saga de siete películas  que se inició en 1954 con “Doctor in the House”, aquella “Un medico en la familia”, como se tituló en España, que nutre mis recuerdos adolescentes. En ellas interpretaba a Sir Lancelot Spratt, un doctor malhumorado y socarrón, profesor de cirugía en un hospital londinense que trae por el camino de la amargura a sus alumnos. Aunque no era el papel principal, su interpretación le proporcionó enormes cotas de popularidad, equiparables a las que obtuvo su protagonista, un joven Dirk Bogarde, que se lanzó a la fama con la serie y que con el tiempo se convertiría en un nombre mítico del cine británico y en un apreciable escritor.

Evidentemente fue su condición de actor la que le llevó a la rectoría de la Universidad de Edimburgo, dato que tanto me llamó la atención al leer el documento de firmas, pues no constan en su biografía otras cualificaciones académicas que sus inacabados estudios de geología y su al parecer insaciable curiosidad científica. Sin embargo, debió hacerlo bien, pues tras un primer periodo de tres años entre 1957 y 1960, volvió a ser elegido durante otros tres, de 1963 a 1966. También debió influir para ocupar la rectoría de una universidad escocesa el que con los años James Robertson Justice, que había nacido en Londrés, aunque de padre escocés, fuera acentuando esta parte de su herencia genética, instalándose su residencia en Escocia, empapándose de su cultura y adoptando a menudo sus tradiciones, desde la lengua gaélica hasta el popular kilt, la masculina falda escocesa que vistió en numerosas ocasiones. Tanto, tanto se llegó a identificar en este papel de escocés que hasta se inventó un supuesto nacimiento en una destilería en la isla de Skye en 1905, dos años antes de su natalicio real, dato que llegó a desmentir su propia madre, que debía acordarse mejor del momento y el lugar. También parece ser que se inventó otras cosas de su biografía, pero ya hemos dicho que era fantasioso.




Llegados a este punto, y para acabar la semblanza, cabe preguntarse por qué este singular actor y rector y no menos peculiar personaje firmó en aquel otoño de 1963 una carta que se solidarizaba con los mineros e intelectuales españoles en un tono decididamente antifranquista.

Según todos los datos, James Robertson Justice fue toda su vida una persona claramente antifascista  y de izquierdas, que había luchado como voluntario contra los nazis en el ejército británico, en el que le ascendieron a cabo, siendo desmovilizado en 1943 a consecuencia, al parecer, de una herida en la rodilla. Según parece, militó en el ala izquierda del Partido Laborista de Gran Bretaña, por el que llegó a presentarse en 1950 como candidato a la cámara de los comunes en una circunscripción escocesa, aunque no fue elegido.

Pero también es deducible que hubiera un motivo más profundo e íntimo para aquella solidaridad del rector y actor británico-escocés con los antifranquistas españoles de 1963.


En 1937, cuando con 30 años ya no era un niño y había vivido las tan variadas peripecias que hemos contado, practicando mil oficios y conociendo mil ambientes y realidades, viajó hasta España para luchar en aquella guerra lejana y universal que estaba teniendo lugar en nuestro país. James Robertson Justice fue, pues, uno más de los casi sesenta mil brigadistas internacionales de 54 países que se batieron en España para defender una república democrática y acabar con el fascismo. Y ya se sabe que quienes fueron brigadistas internacionales en España nunca dejaron de serlo.

De acuerdo a las crónicas, fue en alguno de los frentes de aquella guerra española donde James Robertson Justice se dejó crecer la barba que le acompañaría ya de por vida, tan reconocible en todas sus películas. Tal vez cuando en noviembre de 1963 le pasaron el documento contra Franco para que lo firmaba recordó aquellos momentos mientras lo rubricaba.







SOBRE GALLO ROJO, GALLO NEGRO

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Matizaciones, innecesarias tal vez, sobre “Gallo rojo, gallo negro








Gallo rojo, gallo negro

Cuando canta el gallo negro
es que ya se acaba el día.
Si cantara el gallo rojo
otro gallo cantaría.

Ay, si es que yo miento,
que el cantar que yo canto
lo borre el viento.
Ay, qué desencanto
si me borrara el viento
lo que yo canto.

Se encontraron en la arena
los dos gallos frente a frente.
El gallo negro era grande
pero el rojo era valiente.

Ay, si es que yo miento,
que el cantar que yo canto
lo borre el viento.
Ay, qué desencanto
si me borrara el viento
lo que yo canto.

Se miraron cara a cara
y atacó el negro primero.
El gallo rojo es valiente
pero el negro es traicionero.

Ay, si es que yo miento,
que el cantar que yo canto
lo borre el viento.
Ay, qué desencanto
si me borrara el viento
lo que yo canto.

Gallo negro, gallo negro,
gallo negro, te lo advierto:
no se rinde un gallo rojo
mas que cuando está ya muerto.

Ay, si es que yo miento,
que el cantar que yo canto
lo borre el viento.
Ay, qué desencanto
si me borrara el viento
lo que yo canto.




Me sorprende la gran cantidad de veces que se ha colgado en youtube “Gallo negro, gallo rojo” (o “Los dos gallos”), la histórica canción de Chicho Sánchez Ferlosio, y me llaman poderosamente la atención los errores y la falta de información de la que hacen gala los bienintencionados internautas que la cuelgan en las informaciones, cronológicas y políticas, que ofrecen sobre ella. Como sea que, además, cada cuelgue tiene cientos de comentarios (que hay mucho colgao por el mundo), pienso que tienen sentido estas matizaciones, por mucho que pueda ser un ejercicio innecesario, pues en nada cambiarán el rumbo de los rumores. Eso sí, espero que me sirva para contar una buena historia.

He encontrado sitios en donde la canción se inscribe, simple y llanamente, entre las nacidas en guerra civil española o inspiradas en ella. Más abundante, sin embargo, es la consideración de “Gallo rojo, gallo negro” como simple himno anarquista, confundiendo la posterior biografía, militancia y obra del cantautor con lo escrito y cantado en sus inicios musicales y políticos de signo diferente.

Cuando en 1963 compuso la canción, que grabaría al año siguiente para publicarla en Suecia de manera clandestina y anónima, Chicho Sánchez Ferlosio era un estudiante de varias carreras sucesivas en la universidad madrileña, de 23 años de edad, hijo de Rafael Sánchez Mazas, paradigmático ejemplo de intelectual del régimen, y hermano de sendos antifranquistas declarados, el escritor Rafael Sánchez Ferlosio y el médico y filósofo Miguel Sánchez Mazas. Por aquellos años, Chicho --que en realidad había sido bautizado como José Antonio Julio Onésimo, toda una declaración de principios políticos paternos-- era un fiel militante de la célula universitaria del Partido Comunista de España, en el que había entrado en 1961 y cuya línea política del momento queda aún patente en aquellas primeras creaciones del cantautor.


1972. Los Olimareños. Uruguay

Aunque en la, por desgracia, breve obra de Chicho Sánhez Ferlosio, pueden encontrarse canciones que tratan de diversos temas, del amor adúltero a la existencia de Dios, bien se puede encuadrar su trabajo en lo que llamaríamos directamente arte político, sin que esa calificación afecte en absoluto a su excelente capacidad poética y musical, mucho menos primaria siempre de lo aparente. Una directa relación de sus canciones con las ideologías políticas que se detecta especialmente en los dos extremos de su vida: el de su juventud comunista y el de su madurez anarquista. A la primera de ellas corresponden este “Gallo rojo, gallo negro”, y si algún sello ideológico identificativo tiene, como el resto de aquellas grabaciones suecas es el del comunismo. Así se puede comprobar simplemente con escucharlas y situarlas en el momento en que fueron compuestas y grabadas.

Hay alguna en la que ese sello ideológico es evidente, como la “Canción de Grimau”, dedicada al dirigente comunista Julián Grimau, uno de los máximos responsables clandestinos de PCE, detenido en noviembre de 1962 y fusilado, tras una parodia de proceso, el 20 de abril de 1963. Su asesinato, aparte de provocar una fuerte campaña internacional por la amnistía del condenado y de repulsa al franquismo, también inspiró a otros cantantes internacionales, como a la  chilena Violeta Parra, que le dedicó su estremecedor “Que dirá el santo padre” o el italiano Sergio Liberovici, que convirtió en canción su escueta declaración ante la policía.

En otras de aquellas canciones (“A la huelga”, “Canción de soldados” o “La paloma”, por ejemplo) se puede apreciar el paralelismo entre los temas abordados y las luchas políticas impulsadas por el PCE en aquella primera mitad de los sesenta: las movilizaciones mineras de Asturias, el ejército o las campañas internacionales por la paz --simbolizadas, por cierto, por aquella paloma de Picasso, igualmente comunista--, tan fundamentales en la política de los PC mundiales en aquellos años de plena guerra fría.

2008. Killa-Antay. Grupo chileno “andiurbano”

 Curiosamente es en una alusión aparentemente anecdótica en donde Chicho más directamente se acercó a la política del PCE en aquellos años. En “Coplas del tiempo”, de la que sólo se editó en aquel disco la primera parte, la dedicada a las huelgas asturianas de 1962/63, aquella que empezaba con versos memorables “Hay una lumbre en Asturias/ que calienta España entera”, casi al final, antes de las letanías santas con las que acaba, incluyó una estrofa llamativa:

“Hay algunos sacerdotes
francamente progresistas;
apoyan las peticiones
de los mineros huelguistas.

Algunos curas
hoy están a las duras
y a las maduras.”

Por una parte, estos versos no hacían sino reflejar la realidad de que los párrocos de los pueblos de la cuenca minera asturiana habían cumplido un papel importante, y ejemplar, en el apoyo a la huelga y los huelguistas y contribuido a su difusión desde los propios púlpitos, aparte de organizar a los jóvenes de la JOC que tan activamente participaron en ellas. Chicho lo reconocía, pero también contribuía con ello a la política de reconciliación nacional promovida con el PCE, que intentaba un acercamiento a esa otra iglesia más o menos antifranquista que estaba surgiendo. Queda más claro todavía en la segunda parte de esta misma canción, titulada “Critica general”, que no se llegó a editar en disco pero que quien quiera puede escuchar en este enlace. Aparte de poner a parir con ironía, dando nombres y apellidos, a los más altos gerifaltes del régimen (por ejemplo, esta dedicada al general que vicepresidía el Gobierno: “Es evidente/ que nunca Muñoz Grandes/ fue inteligente”), incluía no una, sino dos estrofas, que hacían algo más que sugerir las coincidencias entre comunistas y cristianos progresistas y la posibilidad de colaborar conjuntamente en la común lucha antifranquista:

“Las encíclicas de ahora
son encíclicas curiosas
vienen dando al comunismo
la razón en muchas cosas.

Con el marxismo
va coincidiendo ahora
el Papa mismo.

Puede que Dios nos ayude
a volver nuestra tortilla
haciendo a Montini Papa[1]
a Franco le ha hecho papilla.

El Padre Eterno
no parece que apruebe
nuestro gobierno

El Vaticano
ha tenido un criterio
bastante sano.”


2016. Pascual Kantero “Muerdo”. España

En el verano de 1963 dos jóvenes suecos, Svergöran Dahl y Sköl Peter Matthis, redactor jefe y colaborador respectivamente de la revista cultural de línea socialdemocrata “Clarté”, viajaron a España con la intención de recopilar obra gráfica del grupo Estampa Popular para una exposición que pensaban realizar, y que realizaron. En aquellos momentos, con las grandes huelgas asturianas aún en marcha y el fusilamiento de Julián Grimau reciente, la izquierda europea estaba pendiente y preocupada por la situación en España, dando lugar a amplios movimientos de apoyo a la lucha antifranquista que estaba teniendo lugar en el interior del país, lo que explica bien el interés y la visita de los dos suecos, que a la vuelta montaron en Estocolmo un Comité de Solidaridad con España.

Existen dos versiones distintas de cómo Dahl y Matthis entraron en contacto con Chicho. Según unos, fue en el transcurso de una reunión en la Embajada de Cuba, en la que los suecos le habrían escuchado cantar en petit comité algún tema y habrían mostrado su interés en grabarle. También corrió el rumor de que las cintas las habían llevado personalmente a Suecia o el novelista Alfonso Grosso o el pintor Eduardo Arroyo, ambos comunistas por aquel entonces. Otros cuentan que los dos suecos traían ya varios contactos en España que les habría facilitado el traductor, profesor y escritor Francisco Uriz, al que conocían de Estocolmo, donde se había exiliado no hacía mucho y en donde acababa de ingresar en el PCE tras haber entrado en contacto con los brigadistas internacionales suecos. No es que importe demasiado cómo fue aquel encuentro, pero en cualquier caso es una buena historia, de entre cuyas versiones parece más verosímil la última opción. Más que nada por un detalle casi anecdótico.

1975. Óscar Chávez. México.

Al entrar en España, los suecos, sin duda acojonaditos de miedo ante la sola presencia de los cancerberos franquistas, llevaban escondido debajo del coche en el que viajaban (así lo declaró luego uno de ellos, aunque me cuesta imaginar cómo lo pudieron fijar debajo del coche) un pesado y profesional magnetofón prestado por Radio Suecia. Causa extrañeza que viajaran con aquel exceso de equipaje tan peligroso si sólo venían a España a recoger los grabados de Estampa Popular. Alguna intención de grabar con calidad semiprofesional ya traían aquellos dos, y no eran entrevistas con este, aquel o aquellos, porque no se sabe que hicieran ninguna.

Fuera como fuera, y según ha recordado luego Ana Guardione, entonces esposa y camarada del cantautor, la grabación de las seis canciones a las que nos estamos refiriendo se realizó finalmente en el cuarto de baño de la vivienda que la pareja tenía en la madrileña Colonia del Viso. Era el lugar más silencioso de la casa.

2014. Leonardo Sbaraglia. Argentina.

El disco se publicó finalmente en Estocolmo a comienzos de 1964 con el título, en español, de “Canciones de la Resistencia española. Año 1963, y la portada llevaba una ilustración del pintor José Ortega, fundador, exiliado y comunista, de Estampa Popular[2]. En el texto de contraportada firmado por Matthis se explicaba que se silenciaba el nombre del autor y cantante por evidentes razones de seguridad. Pese a las dificultades para su difusión, lógicas en un sello no comercial de un país tan lejano, las canciones, que fueron emitidas con insistencia a través de Radio Suecia, Radio Moscú, La Pirenaica y otras emisoras europeas alcanzaron pronto una gran repercusión internacional, siendo reeditadas o grabadas traducidas por artistas locales en Suecia, Italia, Alemania, Dinamarca, Francia, Alemania. Repercusión que pronto atravesó los mares con versiones chilenas, argentinas, uruguayas o mexicanas.

2010. Sven Wollter. Suecia


¿Y en España? Pues en España había una dictadura férrea y cruel y no se podía ni pensar siquiera en editar el disco o incluso distribuirlo legalmente. Se podía, eso sí, escucharlas a través de Radio España Independiente, pero pese a la importancia de la radio comunista desde el exilio, esa vía resultaba insuficiente. Para introducir clandestinamente la grabación y permitir el conocimiento de aquellas canciones en España se cambió la cubierta por una que incluía el título “Svenska Folksånger från 1900-talet” (“Canciones populares suecas del siglo XX”) que interpretaba un tal Mats Antonsson. La idea funcionó, porque gracias a ella bastantes ejemplares del disco consiguieron llegar a España sin despertar las sospechas de los controles de la policía fronteriza. A partir de aquellas pocas grabaciones, las canciones fueron pasando de boca en boca hasta convertirse en verdaderos himnos antifranquistas, alguna de las cuales, como “gallo rojo, gallo negro”, sobrepasarían con mucho los límites del tiempo.

Con ese personal en el proyecto, no debe extrañar que primer núcleo irradiador, como ahora tanto se dice, de la inicial popularidad española de aquellas canciones estuvo sin duda en los jóvenes pertenecientes a las juventudes del PCE. Lo sé porque yo estuve allí desde poco después y fueron docenas las veces que las destrocé, a voz en grito o susurrando, en tantas excursiones, reuniones y actividades, siempre clandestinas o realizadas a escondidas, de aquellas viejas Juventudes Comunistas de España.

1997. 37 Hostias. España

Tras su paso por la cárcel aquel mismo año de 1963, Chicho Sánchez Ferlosio abandonó el Partido Comunista de España para integrase, tras algunos coqueteos con otros grupos de izquierda, en su fracción pro-China, de la que también salió pitando poco después. Diversas desgracias familiares y decepciones políticas le llevaron a un periodo de escepticismo militante, dentro del cual compuso canciones tan excelentes como “Hoy no me levanto yo”, “Canción adultera” o la insuperable “El Ser”, que se incluyeron en 1978 en el primer, y único, disco español “oficial” de Chicho, “A contratiempo”, en el que, por cierto, solo figuraban dos de aquellas viejas canciones de tiempos comunistas: “La paloma” y estos “Dos gallos” de los que hablamos.

Las canciones de aquel disco, tanto las de letra propia como las musicaciones de poemas de Agustín García Calvo, Carmen Martín Gaite, su propio padre, Rafael Sánchez Mazas, o Dante, delatan una mirada irónica y descreía sobre la militancia política y la vida misma. Hay una excepción, la estupenda “Balada de las cárceles”, que los autores, García Calvo y Chihco, habían dedicado en 1968 alos amigos detenidos por la dictadura. Aunque que yo sepa por aquellos años aún no se había producido el acercamiento militante del cantautor al anarquismo, parece evidente que ya latían en ellas ideas de clara raíz libertaria.

La clara identificación de Chicho Sánchez Ferlosió le inspiraría, ya en la madurez de su vida, algunas de sus composiciones a mi entender más inspiradas y de alta precisión poética y lingüística. Tal es el caso de el excelente “Romancero de Durruti”, conjunto de canciones en las que, recuperando los viejos modos de los copleros tradicionales, narraba con precisión versificadora los comienzos de anarquismo ibérico. Aunque no quedó registro discográfico de esta obra, que formó parte de un documental sobre Buenaventura Durruti del grupo teatral Els Joglars en 1999, por fortuna puede recuperarse en la famosa red.


1969. Rolando Alarcón. Chile

También en los foros de Internet que he podido ver estos días se puede detectar con frecuencia una a veces agria polémica sobre el significado de aquellos versos de Chicho dedicados a la pelea en la arena de los dos gallos de colores contrapuestos. Aunque hay muchas interpretaciones a mi entender correctas en la interpretación, abundan las que piensan que alude al histórico enfrentamiento entre comunistas y anarquistas, ateniéndose al color de los bichos, identificados con las banderas respectivas, y no al momento en que se escribió, a las ideas del cantautor entonces y, sobre todo, ignorando el contenido de la propia letra.

Leo en uno de esos comentarios: “gallo rojo: comunismo. Gallo negro: fascismo. No sé como hay gente que no entiende que en realidad no habla de animales”. Si el comentarista, que se declara anarquista, hubiera escuchado la canción se habría dado cuenta que es precisamente a su gallo, el negro, al que Chicho atribuía las cualidades más negativas (agresivo, grande, luego luchando con ventaja, y traicionero, dejando las positivas (valiente, tesonero) para su oponente, el rojo.

No diría yo tanto, ni tampoco lo contrario. En ningún caso creo que hoy en día puede considerarse “gallo rojo, gallo negro”, una canción estrictamente comunista (mucho menos anarquista, claro está) sólo en razón de su origen. Hay algo que diferencia sustancialmente a esta canción del resto de aquellas grabaciones suecas que creo que puede contribuir a explicar su supervivencia a lo largo del tiempo. Frente al resto de los temas, que eran directos y concretos en versos cargados de ironías y sarcasmos, ésta de los dos gallos era la única que Chicho escribió desde la metáfora y la simbología y en un tono dramático que se mueve entre la ilusión, la duda y la desesperanza. Unas características que permiten abrir la canción a diferentes interpretaciones, que bien pueden variar de acuerdo a cada oyente y al tiempo y las circunstancias históricas en que se escucha, pero que se mueven siempre en el mismo territorio ético y político, el de la disidencia con el sistema. No es casual, es virtud de la canción.

2014. Ylva & Maja Karlsson. Suecia

En realidad, el texto no es otra cosa que una gran metáfora, expresada en unos pocos símbolos, sobre la España del franquismo. El gallo negro canta al llegar la noche, si lo hiciera el rojo amanecería. El negro, además de ser el primero en atacar, es grande y traicionero, el rojo, en cambio, que se defiende, es valiente y no se rinde nunca. En el hermoso estribillo queda en el aire la dolorosa duda de quién acabara ganando la pelea. La indefinición sobre los contendientes, el escenario del enfrentamiento y sus motivos, junto a su inspirada melodía, cargan la canción de un grado de ambigüedad y generalización que a mi entender constituye, insisto, una de las causas principales de su capacidad de adaptación a los tiempos y a las circunstancias, motivo importante de su pervivencia.

Atendiendo simplemente a lo que dicen los versos, “Gallo rojo, gallo negro” puede significar, efectivamente, el enfrentamiento entre rojos y franquistas a que dio lugar la sublevación militar del 36, pero, sobre todo, a la lucha entre la negra dictadura franquista y la roja resistencia que la combatía. Desde luego, no a ningún tipo de ajuste de cuentas interno entre distintas izquierdas. Desde mi personal punto de vista ambas interpretaciones resultan hoy insuficientes. Con el paso del tiempo, y superadas hace ya mucho tiempo las circunstancias concretas en que se escribió, la vieja canción de Chicho Sánchez Ferlosio bien puede asimilarse  hoy a la eterna lucha entre el poderoso (grande y traicionero y agresor) y el sometido (valiente y tenaz), entre el explotador y el explotado, entre el agresor y el agredido, el fuerte y el débil. En definitiva, en el fondo de la canción subyace la vieja lucha humana entre el bien y el mal, condición que la ha hecho eterna y que permite que cualquier persona de cualquier lugar que aspire a un mundo más justo y libre pueda sentirse identificado con ella nada más escucharla.

Aparte de la de su autor, se hicieron numerosas grabaciones de “Gallo rojo, Gallo negro”, realizadas en las más distintas latitudes y los más diversos idiomas, pero también en los momentos más diversos y en los géneros musicales más dispares. Desde Suecia a Uruguay, desde aquellos años 60 del siglo pasado hasta ahora mismo, desde la música andina al rock. Algunas de ellas son recuperables, y por ahí han ido unas cuentas enlazadas entremedias del texto. Finalizo con la muy destacable versión de Silvia Pérez Cruz en la que me parece detectar un muy contemporáneo aroma del tiempo pasado en vano y de la desesperanza y rabia por las ilusiones no cumplidas.


2016. Silvia Pérez Cruz. España






[1] Se refería a Pablo VI, que acababa de acceder al papado en junio de 1963 sucediendo a Juan XIII, y que también dio al Caudillo buenos quebraderos de cabeza.
[2] Insisto en destacar la ideología y militancia de los personajes implicados, no por ningún tipo de intento de “apropiación” política de la canción, sino por poner de relieve el contexto ideológico en que se desarrolló la historia.  

EL NOBEL PARA UN DYLAN MUTILADO

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El Nobel para un Dylan mutilado









“Me marcho mañana, pero podría irme hoy,
algún día, en algún lugar carretera abajo,
la última cosa que quisiera hacer
es decir que yo también he tenido un duro viaje.”

No seré yo quien deje de alegrarse con la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, por mucho que con el tiempo me importen más los artistas que los galardones que reciben, pues no por recibirlos les hacen más artistas. Muy al contrario. Considero a Dylan uno de los grandes creadores del siglo XX, sea cual sea el género artístico al que queramos referirnos. De los auténticamente grandes, de aquellos que recogen todo lo que una forma de arte, la canción popular en este caso, ha dado hasta que ellos llegan, lo asumen, lo elaboran y lo sacan a la luz convertido en algo nuevo que transforma el arte correspondiente y lo abre al futuro. Por consiguiente, que nadie dude de que considero a Dylan merecedor de cualquier galardón con el que quiera reconocerse su talento creativo, incluido este Nobel tan ditirámbico y polémico.

Lo que no estoy tan seguro es si los académicos de Oslo han premiado en realidad a Bob Dylan, el creador e intérprete de canciones, o sólo a una de sus partes, la de letrista. Y no se trata, precisamente, de una parte literaria complementaria de la musical, artísticamente autónomas una y otra, sino que juntas constituyen un todo creativo único, la canción, en la que la fusión de ambos elementos, literario y musical, no se da por simple superposición, sino que es integración lo que, precisamente, le confiere a la canción su entidad creativa independiente y lo que, en definitiva, llena de sentido la obra artística resultante.

Una letra de canción no es un poema, así como la melodía de una canción no es una pieza instrumental, por mucho que un texto siempre pueda imprimirse en papel o una música tocarse sin sus palabras. En cualquier caso, y por mucho valor que tengan cada una de sus partes, estaremos leyendo o escuchando tan sólo media canción, de la que únicamente llegaremos a entender su sentido completo, sus matices más profundos, sus sentimientos verdaderos hasta escucharla completa, y, a ser posible, cantada por el autor, que en esto de la canción la interpretación es cuestión fundamental.

La música de una canción no sólo acompaña, aligera o ilustra la historia que cuenta la letra, de igual manera que un texto no sólo pone palabras a una melodía. No son trajes que se quitan y se ponen sin afectar a la esencia de la persona. Si la canción es buena, y las de Dylan son obras maestras, ambas partes irán imbricadas íntimamente, como órganos esenciales de un ser vivo, que sólo se pueden considerar por partes tras la disección. El corazón lo tiene jodido, pero el hígado nos viene que ni de perlas, comenta el forense mientras trocea el cadáver pensando en el lucrativo negocio de los trasplantes.

Dios me libre de poner en cuestión la calidad estrictamente “literaria” de las letras de las canciones de Dylan, ni su enraizamiento tanto en la tradición popular como en la más moderna poesía “culta” del siglo, aunque pase de referirlo porque ya hay estos días quienes lo están haciendo con acierto e incluso, a veces, con exceso. Sólo dudo de que con este Nobel se esté premiando el talento completo de Bob Dylan por el que realmente merece reconocimiento, que sólo está plenamente en sus canciones contempladas como unidad estética. Al aislar y premiar uno de los elementos del conjunto, por muy valioso que sea, el premio cercena en realidad la integridad de la obra creativa de tan esencial cantautor y su significación en la cultura del siglo pasado, que no es la de haber conferido calidad, complejidad, madurez y belleza a las letras del rock, sino la de haber contribuido en primera línea a transformar todo un género artístico nuevo, el de la canción popular, que con él dejó de ser una forma de “artesanía” más o menos noble para empezar a formar parte de un territorio creativo plenamente “artístico”.

Como no existen premios internacionales para tales cualidades, bienvenido sea el Nobel, por muy mutilador que resulte. Como al otro París, siempre nos quedará volver a escuchar aquellas canciones que tanto nos han hecho sentir y pensar desde hace tanto tiempo.




SONG TO WOODY

Estoy aquí fuera, a mil millas de mi casa,
andando un camino en que otros hombres
han sucumbido.
Estoy viendo tu mundo de personas y cosas,
a tus pobres y labriegos, y príncipes
y reyes.

Eh, eh, Woody Guthrie,
te he escrito una canción,
sobre un divertido viejo mundo
que va dando vueltas,
que parece enfermo y está hambriento,
cansado y roto,
que parece como muriéndose
y apenas ha nacido.

Eh, Woody Guthrie, pero yo sé que tú sabes
todas las cosas que estoy diciendo,
y las que otras veces pueda decir;
te estoy cantando la canción,
pero no puedo cantarte lo suficiente,
porque no hay muchos hombres
que hayan hecho lo que tú.

Aquí está para Cisco y Sonny,
y también para Leadbelly,
y para toda esa buena gente que viajó contigo,
aquí está para los corazones
y las manos de los hombres
que vinieron con el polvo
y se fueron con el viento.

Me marcho mañana, pero podría irme hoy,
algún día, en algún lugar carretera abajo,
la última cosa que quisiera hacer
es decir que yo también he tenido un duro viaje.


Otros escritos sobre Bob Dylan en este blog













INTELECTUALES CONTRA EL FRANQUISMO. 1959-1969

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“101 intelectuales firmaron un documento y el señor Fraga Iribarne quiso  hacerles un proceso”







    
·     La batalla contra Franco de los “abajofirmantes”
·     Los intelectuales y las huelgas de Asturias de 1962/63




El 30 de septiembre de 1963 el ministro de Información y Turismo, don Manuel Fraga Iribarne, recibió una carta en la que 102 intelectuales y artistas, la flor y nata de la cultura española del momento, por decirlo con frase coloquial, le pedían explicaciones por los excesos represivos cometidos por la Guardia Civil contra los huelguistas que ese año y el anterior habían puesto en pie de guerra a los mineros asturianos. De aquella carta, o de aquellas cartas, porque como se verá no fue sólo una, sino que fueron bastantes, lo que las rodeó y de sus consecuencias tratan estas líneas. Que os sea leve.

Vista en perspectiva, aquella batalla intelectual (y obrera), tuvo al menos un triple significado. Por un lado, supuso la aparición pública de una oposición directa al franquismo por parte de lo más destacado de la intelectualidad del momento, con repercusión no sólo en el ámbito internacional, sino especialmente en el interior de España. Por otro, tanto por parte de los intelectuales que se solidarizaron con las huelgas como por las características ideológicas de los propios huelguistas, aquellas luchas implicaron por primera vez la unidad de acción de las distintas posiciones políticas que con mayor o menor fuerza y decisión se oponían a la dictadura, desde comunistas o socialistas hasta falangistas o católicos desengañados ya de Franco y su franquismo. Por último, aquellos dos años de luchas mineras y cartas de protesta supusieron también la incorporación al antifranquismo activo de una generación de españoles, intelectuales y obreros, que no habían participado en la guerra civil y que habrían de protagonizar las luchas de los años posteriores.

Pero antes de entrar en harina quizás no venga mal una retrospectiva personal, que no significa mucho pero que puede servir para introducirse en aquellos comienzos de los sesenta en España y dar pistas de por donde anduvieron los modelos y los caminos de toda una generación de españoles que nos fuimos haciendo personas conscientes en aquellos años.


Chicho Sánchez Ferlosio. Gallo rojo, gallo negro 



Rememoración de uno mismo


Personalmente, en 1963 era todavía yo un adolescente granujiento, gordito, lector de cuanta letra impresa cayera en mis manos y ya con una confusa conciencia política de herencia genética. No tenía, pues, edad para haber participado ni de cerca ni de lejos en aquellos sucesos, aunque debí saber de su existencia, al menos por vía radiofónica. Al igual que en aquella España había quienes se unían rezando el rosario en familia, también los había que se reunían en la habitación más aislada de la casa para escuchar, en familia, las emisiones clandestinas en onda corta de Radio España Independiente, Radio París o Radio Moscú. La mía era de las segundas. Formábamos parte de aquella España que había perdido la guerra civil, pero que mantenía el sueño emancipador de La República. Familias cuyos maridos, padres, tíos o hermanos había luchado en el frente y pasado por las cárceles. Cuyas esposas, madres o hijas tenían sobre sus espaldas muchas horas y horas de colas a las puertas de los presidios, muchas de ellas también encarceladas, y el deber de hacerse cargo de la familia en tiempos de especial penuria. Los hijos como yo nos criamos con los ojos como platos ante las historias, las preocupaciones o las discusiones de nuestros mayores en aquellas catacumbas de conspiración silenciosa en las que inevitablemente se convertían las reuniones familiares.                                                                        

No había fiesta celebración o Nochevieja en la que no se acabara cayendo en el mismo rito. En algún momento, después de la cena regada con vino y ya con algunos coñacs en los cuerpos, después de las jotas añorantes y los cuplés subidos de tono –callad, reconvenía alguna madre, que hay ropa tendida--, siempre había algún padre o tío que por lo bajini, como en un susurro, comenzaba a cantar “El ejercito del Ebro”, “Puente de los franceses”, “Bandiera Rossa” o “La joven Guardia”. El resto de los presenta se iba incorporando, también los niños, que nos las sabíamos de memoria, y el murmullo amenazaba con convertirse en algarabía hasta que alguna madre, o una abuela, que siempre eran más prudentes, ordenaban callar, que la casa es pequeña y las paredes de papel.

En ese ambiente, y en aquella familia, escuchar juntos las emisiones de La Pirenaica constituía un acto solemne, casi religioso. No sólo una fuente de información sobre lo que sucedía en España y no salía en el NODO, sino en cierta forma un acto de fe y la constatación de que no se estaba solo. De que había un mundo con el que identificarse fuera de aquel miedo permanente de la dictadura. Pese a que fue en Radio España Independiente, La famosa Pirenaica que no estaba en Los Pirineos, donde debí saber por primera vez de aquellas huelgas y aquel documento, no me queda ningún recuerdo preciso de ello. Tal vez porque en los años que siguieron todos aquellos sucesos alcanzarían para nosotros, jóvenes recién aterrizados en la lucha política clandestina, dimensiones casi míticas. Aquellas luchas y aquellos intelectuales de 1962/63 constituyeron la base de mis primeras enseñanzas en la vida, políticas morales e incluso sentimentales y los primeros modelos humanos en los que fijarse. Y no sólo para mí.

 Pero no nos pongamos estupendos, que lo primero que me viene a la cabeza al acordarme de las luchas obreras y culturales de aquellos años es una canción. La que me ha servido para titular estas notas y cuyos versos aún recuerdo literalmente cuarenta y tres años después. Y sin haber vuelto a escucharla con posterioridad, pues no he encontrado ninguna grabación de ella:

“Ciento un intelectuales
Firmaron un documento
Y el señor Fraga Iribarne
Quiso hacerles un proceso…”

1965/66. ·Excursión CAUM
Cantábamos exaltados y a voz en grito en aquellas excursiones a La Pedriza de los jóvenes comunistas y asimilados del Club de Amigos de la Unesco de Madrid (CAUM). O a Segovia o a Cuenca. o a Baeza para homenajear a Antonio Machado . Pero la estrofa tenía dos versos finales en los que los entusiastas y desafinados cantores poníamos el alma, como si nos fuera la vida en ellos:

“…Pero nada pueden jueces
Cuando se está con el pueblo”


En esos dos versos últimos de la vieja canción está, creo yo, la esencia de la identificación, en aquel momento, de una buena parte de la intelectualidad española más progresista con el sentir, las necesidades y las luchas de las clases populares, representada en este caso concreto de 1962/63 por su sector más explotado y combativo, la minería asturiana. Desde esa identificación, la legislación franquista, y el ejercicio de lo que el régimen consideraba Justicia, no sólo era injusta, sino ilegítima, pues emanaba de una sublevación y una guerra devastadora devenida en dictadura cruel. Contra esa concepción dictatorial era contra la que se habían rebelado esos 101 intelectuales a los que Fraga quiso abrirles un proceso.


Anónima. Canción de Bourg Madame



Tiempo de cambios


Aquellos años finales de los cincuenta e iniciales de los sesenta fueron en España tiempos de conflicto y de cambio. Hacía ya más de veinte años que había terminado la guerra, y aunque todavía siguieran perdedores y ganadores en sus sitios respectivos, sus efectos se  habían diluido en las generaciones más jóvenes, lo que acabó por cambiar la percepción y las tácticas a un lado y a otro de la dictadura.

En el terreno político de la izquierda --recordemos, en la clandestinidad, las cárceles o el exilio—hasta los más recalcitrantes historiadores reconocen que a esas alturas del calendario la fuerza antifranquista más combativa, organizada y extendida, también la más represaliada, era el Partido Comunista de España, presente en todos los merengues y organizador o promotor de la mayor parte de ellos, aunque no de tantos como les hubiera gustado. Paradójicamente, también fue aquel el momento de la primera ruptura ideológica y organizativa en el seno de la izquierda no socialista española. En aquellos años surgió con fuerza, primero en la universidad, luego en el campo obrero, el Frente de Liberación Popular, el popular FELIPE, que había fundado en 1958 el profesor Julio Cerón con una ideología mezcla de los restos católicos que le quedaban de su juventud y los nuevos postulados marxistas sobre los que había pensado mucho en una reciente estancia carcelaria. Una izquierda que pretendía ser nueva, superadora de las rencillas y sectarismos comprobados en la guerra y en el exilio. Una izquierda no comunista que, sin embargo, no era anticomunista, tanto como para que su primera acción fuera la adhesión a la Huelga General Pacífica convocada con voluntarismo por el PCE para el 18 de junio de 1958, y que acabó en fracaso, como otras similares, en aplicación del simple principio de la realidad existente.

Nicolás Sartorius
En su objetivo de introducirse en el movimiento obrero, algunos miembros del FELIPE jugaron un papel destacado, aunque minoritario, en la ayuda a las huelgas mineras. Tal fue el caso del entonces joven abogado y luego destacado sindicalista y político Nicolás Sartorius, que se trasladó a Asturias para organizar y contribuir a la huelga así como para defender a los mineros detenidos. El futuro político que recorrerían después aquellos jóvenes y valerosos primeros momentos del FLP saca a flote la ambigüedad y la indefinición políticas del proyecto, que para los setenta ya estaba disuelto. Algunos de aquellos militantes acabarían por dejar huella en la política española del futuro, aunque quedaran marcadas en caminos bien distintos. Unos cuantos recalaron de inmediato en el Partido Comunista de España (Sartorius, Vázquez Montalbán), otros se irían a la izquierda troskista (Jaime Pastor), varios recalaron en el PSOE (José María Maravall, Narcís Serra, José Ramón Recalde, Pasqual Maragall), y aún los hubo que finalizaron su singladura política en el Partido Popular o en partidos nacionalistas de derechas y defendiendo infantas (José Pedro Pérez-Llorca, Mique Roca i Yunyent). Me he extendido porque ese es mi privilegio y me apetecía contarlo, y porque creo que merece la pena destacar esa ruptura del monopolio comunista antifranquista, justo antes de que llegaran los conflictos internos con Claudin y Semprún, las escisiones pro-chichas o pro-soviéticas, o la aparición de la Liga Comunista, el Movimiento Comunista, la Organización Revolucionaria de Trabajadores o el Partido del Trabajo de España, a más de muchos otros grupos, ya en la década siguiente, algunos de ellos hasta exóticos.

También estaban empezando a salir a la luz pública en aquellos años, otros opositores al franquismo, en cuyo seno habían nacido algunos de ellos. Constituida más por personalices aisladas que por organizaciones estructuradas, estas personalidades y pequeños grupos planteaban alternativas desde el liberalismo, el catolicismo progresista, la decepción del falangismo o, incluso, el propio socialismo. Su oposición, en aquellos momentos prácticamente testimonia e individual, que se pretendía ejercer más fomentando las presiones de los Gobiernos y las organizaciones europeas occidentales y menos mediante la acción colectiva directa contra la Dictadura. Se trataba de acabar con el franquismo bien con la vuelta de la monarquía, o bien de instaurar una democracia republicana de corte europeo occidental.

Pero no conviene olvidar que el mundo estaba en plena guerra fría entre los dos bloques geopolíticos surgidos de la Guerra Mundial, el comunista, encabezado por la URSS, y el capitalista, liderado por EEUU. Esa división política tan profunda complicó necesariamente la oposición conjunta contra Franco. Al margen de cualquier otra consideración, la división del mundo en dos bloques de influencia, enfrentados entre sí a cara de perro, dibujaba, no obstante una situación política claramente definida y de nítidos límites: o conmigo o contra mí. En España la situación era distinta y aún más complicada, porque no era nada fría la lucha que se libraba, más bien extremadamente caliente, y los contendientes, aunque con diferentes niveles de enfrentamiento, no eran dos, sino tres. Todos contra Franco, sí, pero los antifranquistas todavía divididos en dos bandos irreconciliables, como había venido sucediendo desde la derrota de 1939. Unos, antifranquistas sinceros sin duda, compartían, sin embargo, un acendrado anticomunismo, alentados y a veces apoyados por el Congreso para la Libertad  de la Cultura, creado como se sabe por la CIA, y se mostraban totalmente contrarios, aunque con distintos grados de radicalidad, a la colaboración con los comunistas en luchas políticas compartidas. Otros, que en el plano interior estaban intentado desarrollar su política de reconciliación nacional, en el internacional todavía defendían apasionadamente las directrices soviéticas y en Mundo Obrero cantaban loas a los avances de los países socialistas, La URSS en lo alto del podio. Personalmente, aquella división entre la oposición antifranquista, que venía de lejos y que aunque fue cambiando con el tiempo y al hilo de las circunstancias ni siquiera hoy se ha superado, es una cuestión que me ha dado que pensar mientras escribía. Espero no ser el único que se haga esas preguntas al leerlo.

Precisamente en 1962, coincidiendo con lo más alto de las primeras huelgas asturianas, aquella oposición occidentalista, hasta entonces silenciosa como colectivo, decidió presentarse en público, y se fueron a hacerlo a Alemania. Aunque eran en general gente de pudientes, sin que esto sirva para rebajar la dignidad de su acción, el viaje acabó por salirles más caro de lo que quizás pensaron en un inicio. Los días 5, 6, 7 y 8 de junio de ese año se reunieron en Munich 118 políticos e intelectuales españoles, del interior y del exilio, que solos o con sus pequeñas organizaciones mantenían posturas críticas con el franquismo. El régimen, y los periódicos a su servicio, que eran todos, los tildó de traidores bautizando las jornadas como Contubernio de Munich. Y como contubernio quedó para la historia, aunque hubieran sido convocadas como unas simples conversaciones sobre el pasado, el presente y el futuro de España y montadas por el Movimiento Europeo, la organización política internacional que proponía una Europa unida y proamericana en aquel contexto de la guerra fría.

En aquellos cuatro días de Munich se juntaron españoles de todo tipo, condición y ascendencia. Allí discutieron juntos viejos enemigos que en otros tiempos se habían enfrentado hasta la muerte. Allí estaba Salvador de Madariaga, historiador insigne, exembajador y ex ministro republicano exiliado en Londres, liberal y europeista, a más de decidido anticomunista, hablando cara a cara con José María Gil Robles, el muy derechista líder de la Confederación de Derechas Autónomas (CEDA) y ministro durante el bienio negro, colaborador necesario del alzamiento militar, de cuyos resultados comenzaba a renegar. Había una delegación del PSOE encabezada por Rodolfo Llopis, su secretario general en el exilio, y representantes de los nacionalismos vasco y catalán. A su lado se sentaban los nuevos alevines monárquicos, que al final no se aclaró si contaban con la aquiescencia de Don Juan o no, y los nuevos democristianos, cuyos nombres sonarían muchos años después: Manuel Jiménez Fernández, Joaquín Satrústegui, Antoni de Senillosa, Fernando Álvarez de Miranda o Iñigo Cavero. También estaba un hombre singular, poeta apreciable y político honesto, falangista de primera hora, ex voluntario de la división azul, que, no obstante se había separado del franquismo ya en 1942 y que para esas alturas de Munich ya había pagado con la cárcel su disidencia pública con aquel régimen que había ayudado a construir. Se llamaba Dionisio Ridruejo y más adelante tendrá un papel destacado en el asunto de la solidaridad intelectual con los mineros asturianos, batalla en la que defendió la unidad de acción de todos los antifranquistas.

José María Gil Robles / Rodolfo Llopis
En aquel contubernio había de todo, como se puede ver. De todo menos comunistas, que eran la barrera roja que habían impuesto algunos de los asistentes, encabezados, al parecer, por Gil Robles, y es de suponer que secundado con entusiasmo por Rodolfo Llopis. Fue un veto gustosamente recibido por el resto de conjurados, uno de cuyos principales puntos de confluencia era el anticomunismo, pero al parecer cumplido tan sólo a medias. Por los bares del hotel y en  los descansos de las sesiones circulaban por allí tres militantes comunistas conocidos como tales por todos los asistentes a las conversaciones: Tomás García, responsable de economía del PCE en el exilio, que unos años después regresaría clandestino a España con el nombre de Juan Gómez, el novelista Armando López Salinas, responsable de la organización de cultura en el interior, y el escritor catalán Francesc Vicens, militante destacado del PSUC, que abandonaría dos años después en solidaridad con los expulsados Fernando Claudín y Jorge Semprún. Se puede asegurar que no es que pasaran por allí, vieran una reunión cerca y no lo pudieran resistir. Lástima que se hubieran acabado las entradas y no les dejaran pasar, pero ahí estuvieron, hablando con unos y otros en los entreactos y cargando de mala conciencia a los que pensaban que deberían estar dentro, que también los había.

El sucinto documento resultante de tanta mezcla, apenas una página, exigía al franquismo no más, pero tampoco menos, de lo que entonces era habitual en los países de Europa Occidental. Pedían instituciones democráticas, a las que se referían como “claramente representativas”, el ejercicio libre de los derechos de libertad personal y de expresión, la supresión de la censura, la organización de partidos políticos y el reconocimiento de la personalidad de las “distintas comunidades naturales”. Reivindicaciones todas ellas que muy bien pudieran haber firmado los mismísimos comunistas en aquel preciso momento en el que el partido había iniciado nuevos rumbos políticos.

Dirigido por Santigo Carrillo desde la postguerra mundial, aunque oficialmente no hubiera llegado a la Secretaría Generalhasta 1960, El Partido Comunista de España había retirado ya sus últimos guerrilleros a comienzos de los cincuenta, una vez comprobado que los aliados antinazis vencedores en Europa, en plena lógica de guerra fría, no sólo no iban a ayudar a democratizar España, sino, que por el contrario, estaban fortaleciendo y justificando la dictadura. En 1956 el partido expuso por primera vez su política de Reconciliación Nacional, resultado de considerar que habían pasado ya 20 años desde el inicio de la Guerra Civil, y que a esas alturas no sólo habían cambiado España y los españoles, envueltos en una situación internacional igualmente diferente, sino que ya no eran sólo los vencidos, sino también una buena parte de los antiguos vencedores y sus hijos, los que sufrían las consecuencias de la dictadura. Era a ellos a quienes los comunistas proponían reconciliación, y muy especialmente a los grupos, cenáculos y personalidades de esa oposición liberal y moderada que se había reunido en Munich y que no  había querido saber nade de ellos. Pero si en el famoso contubernio la línea de demarcación entre los comunistas y los conspiradores era clara, en otras luchas más concretas las cosas sucedían, como en este caso de las huelgas asturianas y la solidaridad de los intelectuales, de manera muy diferente.

Entretanto, la dictadura había superado ya el aislamiento internacional que había tenido que soportar tras la guerra mundial y había reingresado en la ONU. Por si fuera poco, el abrazo de Eisenhower a Franco en su visita de 1959 había convertido al antiguo enemigo pronazi en un nuevo aliado contra el comunismo, que era la batalla que entonces libraba el mundo occidental y cristiano. El beneplácito del amigo americano había permitido sacar a España de los agobios económicos de la autarquía y aumentar su comercio internacional. La emigración de los españoles a Europa en busca de sustento y la llegada de la turistada europea a España en busca de sol fueron casi simultáneas, como la apertura de los Teleclubs, que acercaban el mundo a los rincones más remotos del país gracias al nuevo invento maravilloso. Una gloria bendita aquella idílica España, por cuya continuación debía rezar de rodillas El Caudillo ante el brazo incorrupto de Santa Teresa. Y todo ello sin rebajar ni un ápice su ordeno y mando, sin flaquear en su dureza represiva. Y precisamente ahora --bien pudo pensar Franco--, en un momento tan boyante y esperanzador, llegan estos miserables mineros asturianos, que no han aprendido nada del 34, y unos cuantos intelectuales tocapelotas para joderme las cosas.


Anónima: “En España las flores” y “Una canción”




Asturias la roja


Las del 62 y el 63 no fueron las primeras huelgas obreras que tuvieron lugar en la España franquista, aunque sí las más extendidas y las de mayor repercusión hasta aquel momento. De hecho, e incluso durante los años más duros del primer franquismo, se habían venido produciendo paros obreros y movilizaciones ciudadanas, algunas de relevancia. En fecha tan temprana como 1947, a ocho años tan sólo de la guerra española y a dos de la mundial, ya habían ido a la huelga alrededor de 40.000 trabajadores de la metalurgia vizcaína, que se saldó con cientos de despedidos pero que supuso una victoria moral y una demostración de fuerza nada despreciable. En marzo de 1951 la reivindicación de unos céntimos en el precio del billete llevó a los barceloneses a un boicot total a los tranvías, que circularon vacíos durante varios días. Fueron movilizaciones importantes y extendidas, que aún cuando motivadas por reivindicaciones económicas muy básicas y circunstanciales implicaban también un enfrentamiento político con el régimen, por muy indirecto que fuera. Pero resultaba muy difícil extenderlas y generalizarlas, como demuestra el fracaso de las posteriores y repetidas jornadas nacionales de protesta que con su habitual optimismo histórico fue convocando el PCE en aquellos años.

La estricta clandestinidad en la que se movían las organizaciones sindicales tradicionales, y la propia que los comunistas habían creado en aquellos primeros años franquistas, impedía la expansión de los conflictos que se generaban, pues, en general, no tenían la estructura ni la penetración entre las masas obreras necesarias para conseguirlo. Por eso fueron tan importantes las huelgas asturianas de aquellos dos años, porque cambiando las formas organizativas de los trabajadores y los nuevos métodos huelguísticos y reivindicativos permitieron dar un paso fundamental en la lucha sindical contra la dictadura, aún a costa de cientos y cientos de detenidos y de años y años de cárcel.

Asturias y sus mineros constituían todo un mito revolucionario para la izquierda española. Su heroico aunque infructuoso levantamiento en 1934 contra las políticas reaccionarias del bienio negro republicano, su feroz resistencia en 1936 al avance de las tropas facciosas, o el orgullo resistente de sus guerrilleros habían convertido a los mineros asturianos en un referente de resistencia y lucha que las huelgas del 62 y el 63 vinieron a certificar.

Ya en enero de 1957 había tenido lugar allí la primera huelga de nuevo cuño, por llamarlas de alguna manera. Sucedió en la mina La Camocha, nombre que ha pasado a la historia, y los motivos fueron esencialmente laborales y económicos: la atención a los enfermos de silicosis, las protestas por las malas condiciones del trabajo o el desacuerdo con el precio de los destajos. La diferencia esencial con otros paros obreros similares habidos con anterioridad no estaba, pues, en las reivindicaciones concretas, sino en la manera en que se organizó y se llevó a cabo; no dirigida por algún sindicato clandestino, sino por un grupo de representantes elegidos libremente por sus casi 1.500 compañeros, que sustituyeron al sindicato del régimen en la negociación, en la que, por cierto, acabarían consiguiendo sus reivindicaciones tras nueve días de cierre total del pozo.

Casimiro Bayón (izquieda)
Los libros de historia sindical han consignado aquel momento y aquella huelga como el del nacimiento de Comisiones Obreras, la principal fuerza político sindical de oposición al franquismo en lo que quedaba de él y hoy convertida en sombra de lo que fue, si no en número de afiliados, si en formas organizativas y reivindicativas. Aquella primera comisión estuvo formada, y es justo que demos sus nombres para que no se pierdan en la maraña de La Historia con mayúsculas, por un falangista que había estado en la División Azul (Gerardo Tenreiro), un comunista avezado al que aún le quedaban muchas batallas que librar (Casimiro Bayón), un minero sin adscripción ideológica (Pedro Galache), un joven de las Juventudes Obreras Católicas (Francisco “El Quipu”) y otro, del que se desconoce la identidad, aparentemente socialista. Marcelino Camacho, que ese mismo año había regresado a España para organizar un nuevo movimiento sindical, debió sentirse muy satisfecho de que aquella huelga casi espontánea confirmara sus teorías.


Chico Sánchez Ferlosio
“Coplas del tiempo-1. Los mineros en huelga”



Hay una lumbre en Asturias

En esas andaba la cosa cuando el 7 de abril de 1962 estalló la primera de las que no sin cierto regusto poético se iban a conocer como “Las huelgas de la Primavera”. Se podrían dedicar folios y folios al tema, porque existe bibliografía detallada, pero por una vez, y sin que sirva de precedente, creo que Wikipedia hace de los hechos un resumen fiel y exacto, aunque le falte decir que al final los huelguistas convocaron a entre 200.000 y 400.000 mineros y trabajadores, dato que, teniendo en cuenta la fecha y las circunstancias, tiene evidente relevancia. Cuenta la ciber-enciclopedia ahorrándonos trabajo:

En 1962, siete mineros fueron despedidos del Pozo San Nicolás (Nicolasa) de Mieres (Asturias) tras reivindicar mejoras laborales y salariales. Fue el punto de partida de una huelga que duró entre abril y junio en las Cuencas Mineras asturianas, extendiéndose por Mieres, Langreo, San Martín del Rey Aurelio, Gijón, etc. y más tarde a otras 27 provincias españolas, llegando sus repercusiones al extranjero.1 A la vez que en Asturias, también en Francia y Bélgica se estaban llevando a cabo conflictos mineros aunque éstos eran legales al estar bajo regímenes democráticos. En ese momento las condiciones salariales de muchos mineros eran muy precarias, a pesar de las políticas paternalistas de Girón de Velasco, situación denunciada incluso por la Iglesia española.2


El Régimen respondió reprimiendo a las familias mineras que participaron en dicha huelga, además de la represión "silenciosa" y cruenta de las fuerzas del orden de la época, como la Guardia Civil.Fueron despedidos muchos mineros y, otros, fueron enviados fuera de Asturias. No obstante se atenderían a varias peticiones de los mineros, negociando el secretario general del Movimiento, José Solís Ruiz, directamente con los huelguistas. Las soluciones fueron publicadas en el BOE.3 A la huelga le siguieron movimientos de protesta y apoyo en Madrid y Barcelona, así como concentraciones en varias ciudades europeas y americanas, haciéndose también eco de la misma los diarios Le Monde, New York Times o Il Corriere della Sera.

Pablo Picasso inmortalizó en 1963, con un dibujo de una lámpara de mina, estos hechos. Aunó esfuerzos en la lucha democrática contra el Régimen y supuso el apoyo explícito de varios intelectuales, inusual hasta entonces, y común a partir de este momento hasta el final del franquismo.

Se podría decir que la partida se quedó en tablas, por mucho que el Gobierno hubiera hecho todo lo posible por vencer el pulso a los huelguistas, desde los amagos de negociación hasta la más dura represión, incluida la declaración en mayo de un estado de excepción en Asturias, Vizcaya y Guipúzcoa, epicentro de las protestas, que reducía drásticamente los ya escuetos derechos de que gozaban los españoles. 125 mineros, los más conscientes y que más se habían destacado en las luchas, aparte de ser despedidos de sus trabajos, fueron deportados y obligados a residir en otros lugares de España. Al volver a los tajos a finales de mayo, tras siete semanas de paro, los mineros y el resto de trabajadores que se habían sumado a ellos no habían alcanzado completas sus reivindicaciones, pero habían realizado una importantísima demostración de fuerza y unidad y salían reforzados de la huelga, cargados de rabia y confianza. Además, habían comenzado a organizarse. El régimen, por su parte, aparentemente había ganado, pues se habían restablecido el orden, pero en realidad habían acabado como un boxeador noqueado en su rincón, perplejo y pensando qué hacer ante la violencia y la extensión con que había resucitado de repente aquel eterno cáncer de La Patria, la vieja lucha de clases que creían abolida por decreto.

Parece cierto, como señalan todos los que se han ocupado del tema, y de manera muy clara el periodista Jorge Martínez Reverte[1], que ha narrado minuciosamente los primeros momentos de aquella huelga, que su origen inicial fue espontáneo, motivado por la decisión personal de no bajar a la mina de siete picadores del pozo Nicolasa, en la cuenca del río Caudal, sin adscripción o militancia política conocidas. Sencillamente pedían que se les subiera el sueldo miserable que cobraban y se revocara un reciente cambio de horarios laborales que les estaban haciendo polvo. Así de simple. Pero las cosas nunca eran simples en la España del franquismo. Aquella espontaneidad de la protesta, la juventud de quienes la iniciaron y la rapidez con que se extendió, no pueden entenderse sin el alto grado de conciencia política y de herencia de lucha generalizados en las cuencas mineras. La República y sus ilusiones, La Guerra y su crueldad, el hambre de la postguerra, las cárceles, los del monte o los muertos eran temas de los que no se hablaba en público, pues nunca se sabía quién podía escuchar, pero que sin duda estaban presentes en las conversaciones familiares o amistosas y en las escuchas colectivas de La Pirenaica o Radio Moscú. ¿Si eso era habitual en mi familia en el Madrid de unos años antes, qué no sería en las cuencas mineras asturianas, donde era toda una comunidad, o la mayor parte de ella, la que había compartido ideas, batallas y resistencias durante décadas?

1962. Solidaridad desde Europa
Si el estallido de aquellas huelgas primaverales fue espontáneo, no cabe duda de que su extensión fue organizada. Los partidos políticos y los viejos sindicatos existentes, y algunos que ya apenas existían o que estaban comenzando a existir, se volcaron en su apoyo en la medida cada cual de sus posibilidades o sus estrategias. En las comisiones o grupos representativos elegidos por los trabajadores figuraron, además de una buena parte de simples independientes, militantes más o menos organizados de la UGT y la CNT, que compartieron mesa de discusión y reivindicaciones con antiguos falangistas. Cumplieron un papel destacado los afiliados a la HOAC (Hermandades Obreras de Acción Católica) y la JOC (Juventudes Obreras Católicas), que contaron con la colaboración y ayuda directa de numerosos curas de las parroquias mineras, en una demostración sobre el terreno del distanciamiento que ya entonces mantenía con la dictadura una parte de la Iglesia Católica. También aparecieron inmediatamente en la zona los entonces muy jóvenes militantes del FELIPE, creo haberlo referido ya. A alguno de ellos, como Manuel Peláez y Nicolás Sartorius, su contribución a la huelga les costaría detención y torturas, a más de un primer paso por la cárcel tras la condena que les impuso un tribunal militar en marzo del año siguiente. En la extensión de las huelgas asturianas al País Vasco, en Vizcaya resultó detenido un entonces joven afiliado de UGT que con los años llegaría a ser Secretario General del sindicato socialista. Se llamaba Nicolás Redondo.

La importancia de aquellas huelgas del 62, y de las que les sucederían el años siguiente, y, sobre todo, la dura represión que el Gobierno volcó en los huelguistas, motivaron no sólo la carta de los 102 intelectuales a la se refiere la canción de mi recuerdo, sino todo un aluvión de correspondencia, notas, manifiestos y denuncias, de estricto germen español unas, de procedencia internacional otras, que abrirían una brecha irreversible entre la Dictadura y el mundo español de la cultura, que pasaría a convertirse en sí mismo en un bloque opositor activo y organizado.


Margot (Italia). Desde Falange de Franco





Los abajo firmantes


No fueron, sin embargo, aquellos documentos del 62/63 los primeros que los intelectuales españoles firmaron cuestionando el franquismo o exigiéndole derechos que la dictadura no estaba dispuesta a conceder. La guerra civil y el triunfo en ella de los militares sublevados habían venido no sólo a confirmar la existencia de las dos Españas que Antonio Machado había diagnosticado proféticamente, sino a demostrar que ambas resultaban irreconciliables, o que al menos una de ellas, la vencedora, había decidido que así fuera. Las cárceles y el exilio con que el franquismo condenó a quienes se habían defendido de su agresión marcaban los límites de aquellas dos Españas, divididas no ya por las ideologías respectivas, sino por barreras físicas y reales, muros y fronteras imposibles de saltar. Aquella situación de un país escindido y enfrentado-- que  directa o indirectamente afectaba a la mayoría de los españoles --pues no se olvide que tras la guerra se exiliaron alrededor de medio millón de personas y varios centenares de miles más habían sido encarcelados, a más de los miles y miles de asesinados en los paredones o en las cunetas que ahora están apareciendo-- debió significar una preocupación importante para intelectuales, científicos o artistas, que habían visto cómo el exilio o las cárceles les separaban e incomunicaban de amigos, compañeros y colaboradores con los que en muchos casos habían compartido juergas, tertulias y empeños, al margen de sus ideologías respectivas, y que para otros, los más jóvenes, suponían maestros cuyo magisterio habían perdido.

El volumen y la importancia del exilio intelectual español resultan abrumadores. Existen sobre el tema multitud de estudios que cualquiera puede consultar sin problemas, aunque no insistiré sobre ello. Sin embargo, me permito reproducir un resumen publicado por el historiador Vicente Llorens en la monumental obra en seis volúmenes “El exilio español en 1939, que José Luis Abellán coordinó en 1976[2]. Se trata del número de intelectuales, profesores, literatos, artistas, científicos y técnicos cualificados salidos de España como consecuencia del triunfo franquista. Leerla da vértigo:

“2 premios Nobel; 891 funcionarios públicos (dedicados a la industria, la técnica, la enseñanza, seguros, Banca, etc.); 501 maestros de Primaria; 462 profesores de Universidad, Liceos, Institutos, Normales y Escuelas Especiales; 434 abogados, magistrados, jueces, notarios, etc…; 375 médicos, farmacéuticos y veterinarios; 361 técnicos y peritos en sus diversas especialidades: agrícolas, textiles, electrónicas, marítimas, papel, petróleo, construcción, etc…; 284 militares y profesionales de todas las armas (dedicados en América a la industria, la técnica, la enseñanza, seguros, etc...); 214 ingenieros en sus diversos grupos; 208 catedráticos; 146 ejecutivos bancarios, de finanzas, economistas, administradores, etc…; 109 escritores y periodistas; 28 arquitectos. Dentro del conjunto de la emigración, se calcula en cinco mil el número de intelectuales que salieron, entendiendo por tales todos aquellos que tuvieran una cierta notoriedad en profesiones liberales, artísticas, literarias o docentes”.

1939. Llegada del buque Sinaia a México
¿Se puede imaginar lo que esa sangría significó para la educación, la cultura, la ciencia y la industria española? ¿Cómo se valora lo que esa avalancha aportó en sus respectivas disciplinas a los países que los acogieron? Acercando el foco a México, al que fueron a parar buena parte de estos exiliados, volvemos al libro para aportar algunos datos altamente significativos sobre la importancia que tuvieron en su país de acogida y sobre su intensa actividad intelectual, desperdiciada en España:

“En determinados momentos, la Universidad NacionalAutónoma de México tuvo un 60 por 100 de profesores españoles o de origen español. Y en una Feria del Libro celebrada en la ciudad de México en 1960, los exiliados españoles participaron con una sección propia; según el catálogo que se repartía en dicha sección, existía una representación de 970 autores con 2.034 obras. Ello constituía la presencia física española en aquella Feria del Libro, pero además se daba cuenta de un fichero con 12.000 folletos, ensayos, artículos y traducciones de los que eran autores españoles residentes en América”.

Era aquella una intelectualidad del exilio a la que la sus compañeros del interior, muchas veces viviendo su propio autoexilio silencioso, no tenía acceso alguno, de la que permanecían totalmente aislados y con la que apenas existían vías de comunicación. No es de extrañar que la primera carta colectiva dirigida al Gobierno español que he encontrado (y que al parecer es la primera de estas características que se escribió) tuviera como tema, precisamente, la amnistía para los encarcelados y la vuelta de quienes estaban en el exilio. La carta está fechada el mes de abril de 1959, justo a los 20 años justos del final de la guerra civil, lo que no podía ser una casualidad. Dado que es breve, merece la pena incluirla entera:

Excelentísimo Señor Ministro de Justicia. Madrid.

Hace veinte años que terminó nuestra guerra civil. Como consecuencia de ello gran número de españoles y entre ellos grandes artistas, viven aún separados de la vida cultural del país. Muchos viven en el extranjero con la esperanza del retorno. Algunos han muerto. Otros, en España están desplazados de sus actividades. Pero el pueblo de España y su historia necesitan de su aportación al quehacer intelectual y al enriquecimiento de la tradición cultural.

Los que nacimos con ellos y las nuevas, generaciones deseamos que se incorporen de nuevo a la vida nacional porque creemos que el progreso de España necesita de la contribución de todos sus hijos sin distinción de opiniones.

Los artistas plásticos conscientes de su responsabilidad ante el porvenir cultural del país y considerando que el tiempo transcurrido ha borrado las diferencias motivadas por la guerra civil, solicitamos de V. E., tenga a bien promulgar una AMNISTIA general que elimine las dificultades que impiden el regreso de los españoles que se encuentran en el destierro, garantice su libre incorporación a la vida nacional sin trabas de ninguna índole y que devuelva la libertad a todos los presos políticos, iniciando así una nueva etapa que permita el pleno desarrollo de todas las manifestaciones del espíritu que contribuyen al engrandecimiento del país.

Se desconoce quién redactó el modélico texto, que en tan sólo tres párrafos decía mucho más de lo que aparentemente se leía en él. Eran tiempos para descubrir entrelíneas el verdadero significado de lo que contaban los periódicos, y no hay motivo para que no leamos este documento con el mismo criterio, lo que tal vez ayude a entender su significado real en aquella oscura España de 1959.

El documento pedía al ministro una amnistía que permitiera la vuelta a España de los exiliados. Y punto. Sin embargo, basaban su petición en unas premisas que contravienen los fundamentos más profundos de la dictadura. Los exiliados no eran para los firmantes unos antipatrias, como defendía el régimen, a los que, en todo caso, se podía perdonar generosamente, sino, muy por el contrario, máximos representantes de una “tradición cultural” española cuya “aportación al quehacer intelectual” del país resultaba necesario para el “enriquecimiento”, precisamente, de esa tradición única, que juntaba a las dos Españas. Ese retorno de los exiliados se pedía con la convicción de que “el progreso de España necesita la contribución de todos sus hijos sin distinción de opiniones”. Es decir, sin distinción de ideologías y en situación de libertad de expresión. Es decir, en una democracia. Eso debería abrir “una nueva etapa”, cultural, pero también necesariamente política, que daría como consecuencia el  “engrandecimiento del país”. La vuelta de los exiliados no era una petición caritativa, único motivo por el que el régimen había permitido hasta entonces el regreso individual de algún expatriado, sino la expresión de un pensamiento político claramente antifranquista y democrático.

Daniel Vázquez Díaz
Un elemento en cierta forma sorprendente de aquella primera carta reivindicativa aparece cuando se da un vistazo a la lista de sus casi 100 firmantes, que curiosamente pertenecen todos al ámbito de las artes plásticas. No a la literatura, el teatro, la universidad o el cine, tan solo artistas plásticos. El porqué de esta circunstancia permanecerá seguramente en la ignorancia. Fuera como fuera, para encabezar las firmas se escogió, como se haría en documentos posteriores, a la figura más ilustre que se pudo encontrar. En este caso se trataba de Daniel Vázquez Díaz, pintor de extraordinario prestigio en aquel momento, que había alcanzado ya renombre durante La República y que en los años inmediatamente anteriores había recibido los mayores galardones pictóricos españoles e internacionales. Aunque durante la guerra había permanecido en Madrid, no se sabe de ninguna contribución suya al esfuerzo de guerra, y tras ella había seguido sin mayores problemas en la España de los franquistas vencedores, llegando a realizar algunos retratos de Franco. Algo debió  haber cambiado en él en aquellos años para decidirse ahora a dar el paso de encabezar una petición de amnistía, un gesto que no dejaba de ser arriesgado y valiente en aquella España.

Mayor compromiso republicano habían mantenido algunos de los firmantes que, como Vázquez Díaz, habían iniciado su carrera artística en los años 30 y, que como él, se  habían quedado en España tras la derrota. En la lista figuraban nombres tan importantes para las artes plásticas españolas como Benjamín Palencia, Ángel Ferrant, Juan Manuel Díaz Caneja, Rafael Zabaleta o Cristino Mallo.

Dibujo de Manuel Millares
Sin embargo, la mayor parte de los firmantes, y la más significativa, estaba formada por el grupo jóvenes pintores que durante aquellos mismos años cincuenta se habían adscrito a las filas del informalismo pictórico, y que, tras su éxito en las muy recientes bienales de Sao Paolo (1957) y Venecia (1958) se habían convertido en las nuevas estrellas internacionales del arte español. Allí estaban, entre otros, Manuel Millares, Pablo Serrano, Manuel Mampaso, Antonio Saura, César Manrique, Arcadio Blasco, Lucio Muñoz, Martín Chirino, Joan Guinovart o Hernández Mompó. O un jovencísimo Antonio López de 23 años, probablemente influenciado por su tío, Antonio López Torres, también firmante.

Casi de inmediato, ese mismo mes de 1959 (el año, recordémoslo como nota ambiental, en que el Caudillo inauguró el Valle de los Caídos y recibió en Barajas a Dwight David Eisenhower, todopoderoso presiente USA),m fueron el resto del mundo de la cultura opositora los que se unieron a la inicial petición de amnistía política de los pintores. El documento está disponible, así que lo copio a continuación:

«Excelentísimo Señor.

Los abajo firmantes nos dirigimos a V. E. para exponer nuestro parecer acerca de una cuestión que consideramos trascendental.

Los españoles tenemos planteado aún el problema de nuestra convivencia. Todavía no están firmemente establecidas las bases que permitan la participación de todos en la vida española. Quedan –como señalaba Ecclesia (órgano de Acción católica) en su editorial del 4 de abril– grietas del alma nacional aún por cicatrizar. Una de las más profundas es la que constituyen esos miles de compatriotas que, por encontrarse en las cárceles o en exilio, se hallan imposibilitados de colaborar con nosotros, en las tareas que exige la vida de nuestro país.

Sin embargo, creemos que nada justifica ya este hecho doloroso. Ha llegado el tiempo de que las últimas heridas sean restañadas. Los obstáculos que impiden la reconciliación de los españoles deben ser eliminados. Nosotros pensamos que un paso muy necesario y eficaz en este camino, sería la amnistía general para todos los presos políticos y exilados.

Por ello, pedimos a V. E. tenga a bien transmitir nuestra aspiración al Consejo de Ministros, a fin de obtener una amnistía que permita la plena incorporación a la vida nacional de todos los españoles.

No dudados que V. E. sabrá comprender los sentimientos que nos animan y de que nuestra petición será atendida.”


Como es fácil comprobar con sólo leerla, hay diferencias entre esta misiva y la anterior. La principal de ellas, la falta de cualquiera de las alusiones políticas que entre líneas podían detectarse en la primera, excepto la consideración de que a esas alturas era ya el momento de dar definitivamente por finalizada la guerra civil y sus divisiones. Tal vez ese aligeramiento político respondiera a la intención de conseguir firmas que rompieran el marco de la separación estricta entre bandos enfrentados, incorporando a la reclamación de amnistía a intelectuales que habiendo apoyado al franquismo durante la guerra y en los años posteriores, o habiendo mantenido ante él una ambigua tibieza, estaban ya, veinte años después, más o menos distanciados de la dictadura. Si esa era la pretensión, lo consiguieron, porque entre las firmas abundan las de exfranquistas declarados.

Encabezaba la petición un nombre realmente de postín, merecidísimo postín, de la intelectualidad española del siglo XX. El historiador y filólogo Ramón Menéndez Pidal, en aquel momento director de la Real Academia Española. Era ya un anciano de 90 años y nunca había mostrado demasiado interés por la política, aunque al parecer dentro de sí guardaba un acendrado odio hacia Francisco Franco, como será una gozada comprobar en alguna anécdota que posteriormente relataremos sobre otros documentos que encabezó o firmó con asiduidad hasta su fallecimiento en 1968. No era franquista ni republicano, pero su rúbrica debió sentarle al régimen como una patada en las narices.

Igualmente había entre los insignes firmantes personalidades de la cultura que desde una inicial adhesión a las ideas republicanas habían evolucionado, especialmente durante la guerra civil, hacia posiciones cercanas, o al menos consentidoras, del franquismo. Bien representativos de ese cambio podían ser el fisiólogo y escritor Gregorio Marañón, el novelista Ramón Pérez de Ayala, el dramaturgo y cineasta Claudio de la Torre, el poeta Dámaso Alonso, que ya en 1944 había proclamado su inapelable sentencia poética: “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres”. O, tal vez el más destacado de todos, José Martínez Ruiz, icono de la generación del 98 con el seudónimo de Azorín.

Edgar Neville
Sin embargo, los que formaban legión entre los firmantes del documento eran los miembros de la llamada generación del 36, escritores y dramaturgos esencialmente, que habiéndose iniciado en la política, durante la guerra o en los años inmediatamente anteriores, en las filas del falangismo o el catolicismo más tradicionalista, a esas alturas estaban ya saturados de dictadura. Para proclamarlo a los cuatro vientos, y no sin riesgo para ellos, allí estaban sus nombres: Joaquín Calvo Sotelo, Edgar Neville, el padre Federico Sopeña, Pedro Laín Entralgo, José Luis López Aranguren, Camilo José Cela, Dionisio Ridruejo, Gonzalo Torrente Ballester, Víctor Ruiz Iriarte, Miguel Mihura y su hermano Jerónimo, Luis Escobar o Juan Antonio de Zunzunegui. Algunos de ellos formarían parte luego de la nómina de abajofirmantes habituales, aunque otros no volvieran a estampar su rúbrica en ningún documento similar. Su adhesión a éste, sin embargo, retrataba su velado disgusto con la dictadura, o al menos, constituía una muestra de su buena voluntad.

Dejo aparte la relación de los intelectuales abiertamente antifranquistas, la mayoría jóvenes, que firmaron aquel documento, algunos de ellos ya militantes o colaboradores del Partido Comunista, porque lo firmaban todo y se repetirán en cartas posteriores, por lo que resultaría totalmente redundante. Sin embargo, entre los nombres de la lista, algo más de 100, hay uno que destaca y no se puede pasar por alto, aunque no fuera, precisamente un izquierdista.

Se trata del Teniente General Alfredo Kindelán, que ya con 80 años de edad se encontraba en la reserva tras haber jugado un papel decisivo en la sublevación militar de 1936 y que a la sazón representaba, aún en la penumbra, las diferencias y rencillas que enfrentaban al Caudillo con algunos de sus antiguos conmilitones. Kindelán había sido un pionero de la aviación española, viejo monárquico y admirador y colaborador de la dictadura de Primo de Rivera. Ya en 1934 había participado en la fracasada sublevación militar contra la República encabezada por el General Sanjurjo, repitiendo conspiración dos años después con más éxito y siendo durante la guerra civil Jefe del Aire del ejército franquista.  La verdad sea dicha, así a primera vista no parece el perfil de una persona dispuesta a amnistiar a sus enemigos. Pero en 20 años las cosas habían cambiado mucho y con ellas las relaciones entre Kindelán y Franco. La Guerra Mundial, y los diferentes posicionamientos adoptados por uno y otro, acabaría por romper las relaciones de los dos militares, entre los que, todo parece indicarlo, tampoco existía especial filin entre ellos, como lo demuestra que Kindelán, según nos cuentan, siempre hubiera considerado a Franco como un general más, igual que él y de su mismo rango, y no como un Generalísimo, Caudillo de España por la gracia de Díos y la conspiración interna por la que se hizo nombrar Jefe del Estado, investido de todos los poderes, dictador absoluto en septiembre de 1936.

Con antipatía personal o sin ella, ante la guerra mundial tomaron caminos divergentes. Kindelán se apuntó al bando aliado, siguiendo en eso su ideología monárquica, y siempre con la idea de que Franco debía acabar restaurando em el trono a Juan de Borbón, el heredero de la saga. El enfrentamiento con su viejo compinche, dictador pro-nazi y dispuesto a inmortalizarse en el cargo, resultó inevitable, y aunque no se concretó en una ruptura explicita le valió a Kindelán el ostracismo en el seno de la carrera militar. Poniendo su firma al pie de aquella petición colectiva de amnistía política y regreso de los exiliados, es decir, exigiendo el fin de la etapa de guerra civil que aún vivía España, y que seguiría viviendo hasta el fin de la dictadura cuando menos, el Teniente General Alfredo Kindelán hacía finalmente público y notorio su distanciamiento con el dictador a cuyo triunfo tanto había contribuido. No era demasiado, pero así estaban las cosas. Pienso que merece la pena dejar noticia del gesto de Kindelan. Incluso se lo reconoce el actual Ministerio de Defensa, que en la biografía que en su web sigue ofreciendo de los militares más destacados del ejército español explica, no sin seguir utilizando el viejo lenguaje franquista de llamar “bando nacional” a los sublevados en 1936, esta peculiaridad política de Kimdelan, antifranquista por monárquica, Asegura el ministerio que…

“…Hasta en el aspecto político tuvo actitudes pioneras y visionarias, siendo un firme partidario del bando aliado durante la Segunda Guerra Mundial, a la vez que luchaba por la restauración monárquica en España”.

El siguiente tema con el que se enfrentarían los que ya empezaban a definir su papel de abajofirmantes fue la censura, una cuestión casi gremial que afectaba seriamente a su trabajo específico, pero que también constituía una libertad fundamental, la de expresión e información, que les era negada a todos los españoles. En la carta que más de 220 intelectuales, “--novela, poesía, teatro, ciencias, filosofía, ensayo, cinematografía, publicismo, etc…”, que tenían “distintas convicciones ideológicas”, según se encargaba de explicar el mismo encabezamiento del documento, enviaron en diciembre de 1960 a los ministros de Educación Nacional, Jesús Rubio Mina, y de Información y Turismo, Gabriel Arias Salgado, parece detectarse, de nuevo, el interés de los promotores por que fuera firmada por la mayor cantidad posible de intelectuales.

En sus dos largos y argumentados folios de extensión, ni siquiera se pedía la eliminación de la censura, que se considera “ilusoria” y cuya legitimidad o ilegitimidad se negaban a considerar en aquel momento, sino que simplemente le reclamaban al régimen que la organizara y estableciera criterios claros para su aplicación, más allá del simple capricho del censor de turno, que era como seguían funcionando las cosas. Vale, no quiten la censura, pero organícenla, venían a decir. No era la primera vez que se ponía esa reivindicación sobre la mesa. De hecho, en el mismo sentido se habían referido al tema los cineastas reunidos en 1955 en Salamanca para participar en las I Conversaciones Cinematográficas, organizadas por el entonces joven estudiante Basilio Martín Patino, luego abajofirmante frecuente. Como los cineastas cinco años antes, los 200 firmantes de 1960 resumieron sus exigencias en dos puntos:

“1º. La urgente necesidad de una regulación de la materia con las debidas garantías jurídicas, estableciendo claramente el derecho de recurso.

2º. La necesidad, en cualquier caso, de que los funcionarios encargados de aplicar dicha regulación posean una personalidad pública, ya que el anonimato desde el que vienen ejerciendo sus funciones los censores es motivo de las mayores arbitrariedades.”

Un documento como era de esperar, en el que, sin embargo, estalla a simple vista el nombre del primer firmante. Nada menos, que de José María Pemán, probablemente el escritor más representativo del régimen en aquellos años; poeta, narrador, autor teatral, articulista, guionista de cine y televisión y ensayista político de enorme repercusión en la cultura franquista, monárquico inicial que no había tenido problemas en asimilarse al falangismo. Al contemplar su firma al pie de aquella carta contra la censura, que es lo que en realidad era, al margen de los tacticismos momentáneos que se hubieran utilizado al redactarla, cabe preguntarse dónde había quedado en él aquel carácter de misión religiosa e histórica que había detectado, ya en 1938, en la sublevación militar, a la que había cantado en su larguísimo y un tanto retórico “Poema de la Bestia y el Ángel”:

“Otra vez sobre el libro azul que baña
la luz naciente en oro ensangrentado,
el dedo del Señor a decretado
un destino de estrellas para España.”

La mayor parte de los 10 siguientes nombres de la lista tampoco tienen desperdicio en cuanto a simpatías declaradas o silencios cómplices con el primer franquismo se refiere: Leopoldo Eulogio Palacios, expreso en  zona republicana durante la guerra y catedrático,  Pedro Laín Entralgo, Ramón Pérez de Ayala, Camilo José Cela, Juan Antonio de Zunzunegui, Enrique Lafuente Ferrari, Claudio de la Torre, José Luis Aranguren, y más abajo Alejandro Núñez Alonso, Leopoldo Panero, Luis Rosales o José María Sánchez Silva, el insigne autor de “Marcelino, pan y vino”, lectura infantil obligada en todos los colegios franquistas y base de una película de éxito. 

Obvio de nuevo a los habituales, a los que ya se había sumado sin reparos Dionisio Ridruejo, pero no puedo dejar de resaltar la presencia entre los firmantes del cineasta Luis García Berlanga, en esta la primera vez, y tal vez la última, que suscribió un documento semejante, siendo como era el director valenciano mas dado a diseccionar el franquismo con bisturí certero en sus películas que a participar en acciones colectivas,  de acuerdo a su condición de anarquista burgués con la que alguna vez se definió no sin ironía.

Como si los intelectuales hubieran acordado realizar una declaración antifranquista al año, en 1961, el 1 de abril, en la que el régimen conmemoraba el vigésimo segundo aniversario de su victoria (otra vez esa misma fecha simbólica), alrededor de 150 de ellos se adhirieron con una breve nota a la Conferencia de Europa Occidental por la Amnistíade los Presos y Exiliados Políticos Españoles que la Comisión Europeahabía convocado en el Hotel Continental de París para los días 25 y 26 de ese mismo me. Estaba prevista la asistencia de más de 500 delegados, representantes, sobre todo, de los sindicatos y los partidos, socialistas, democristianos o comunistas de sus respectivos, a más de las organizaciones europeas de derechos humanos, rectores universitarios, líderes religiosos, intelectuales, escritores y artistas. .

No se trataba de una carta más, pues, aún siendo una iniciativa de la Comisión Europea, era aquella una conferencia activamente apoyada y difundida por los comunistas, lo que la convirtió de inmediato en una nueva conspiración antiespañola de los rojos de siempre. En realidad, se trataba de un acto sumamente variado en convocantes y participantes, entre los que estuvieron personalidades tan diferentes como el escritor católico Francois Mauriac, el canónigo Leclerc, el socialista Pietro Nenni o el existencialista Jean Paul Sartre, los escritores cubanos Nicolás Guillén y Alejo Carpentier, Jean Cocteau, Marc Chagall, Bertrand Russel, Picasso, Carlo Levi, Gutusso, Henry Moore, Visconti o Rosellini, por referirnos tan sólo a los integrados del mundo cultural europeo. Hasta el Papa Juan XXIII y la Reina Isabel de Bélgica expresaron su apoyo a la reunión.

Los ataques franquistas contra la conferencia fueron virulentos desde antes incluso de que se celebrara. Una nota anónima del diario ABC denunciaba ya en mazo que la conferencia, en realidad, formaba parte “de un bien meditado plan y de una vasta conspiración”, para afirmar luego, no sin un cierto humor negro impremeditado: “El régimen español es muy reacio a detener a nadie por razones políticas”. En aquellos momentos, sólo en el penal de Burgos cumplían condena 468 presos políticos, condenados a un total de 11.493 años de cárcel. Curiosamente, la Conferencia de París no sólo tuvo en contra al régimen franquista y su bien adiestrada prensa, sino también a algunos de los representantes más conspicuos de la oposición moderada que al año próximo se reuniría en el contubernio de Munich. Especialmente la sección española del Congreso por la Libertad de la Cultura, el organismo pro-americano creado por la CIA para luchar en la guerra fría ideológica contra el comunismo. Su tesis principal, como la de la propaganda franquista, era que la tal Conferencia Europea, era una conspiración con la que…

“…el comunismo trata de cubrir una de sus habituales maniobras de propaganda, de infiltración y de «frente único» en la propia España, en la Europaoccidental y en Latinoamérica.”

1960. Copenhague. Escritores españoles 
en un seminario organizado por el CLC. 
Entre ellos, Esteban Pinilla (1º izd),
 José María Castellet (2º), 
Julián Marías (4º) y Lorenzo Gomis (5º). 
No todos eran anticomunistas.
Así se lo escribían por carta los máximos responsables de la sección española del Congreso por la Libertad de la Cultura, Salvador de Madariaga y Julián Gorkin, al filósofo José Ferrater Mora, al que querían ganar para la causa. Después de condenar los crímenes que a su entender había cometido el comunismo internacional (y que en gran medida ¿para qué engañarnos? eran ciertos), consideraban luego que el Congreso de París no sólo no iba a ayudar a los presos políticos, sino que les iba a perjudicar, en tanto que la dictadura siempre estaba presta a utilizar la presencia de comunistas para aumentar la represión. Eran argumentos anticomunistas netos, sobre los que volveremos en algún momento. Madariaga y Gorkín concluían comunicando a Ferrater su propio plan para neutralizar la iniciativa comunista y no tan comunista del Congreso Europeo. Tres puntos que revelan claramente el rechazo de estos grupos opositores liberales y proamericanos a cualquier colaboración con iniciativas promovidas por los comunistas:

“1. Advertir a las personalidades democráticas independientes, de cuya buena fe han abusado los comunistas, llamándoles la atención sobre la maniobra que encubren y la explotación que de ella hace el franquismo, perjudicial a los presos políticos;

2. Constituir un Comité de patronato de altas personalidades democráticas europeas y latinoamericanas para desarrollar una auténtica campaña en favor de la libertad de todos los presos políticos españoles, sin excluir, claro está, a los propios presos comunistas; y

3. Organizar, con la adhesión y el apoyo de las Organizaciones y el mayor número de personalidades democráticas posible, una próxima conferencia en un país de Europa occidental en favor de los presos políticos de nuestro país.”

Amparo Soler Leal
Esta batalla interna de la oposición antifranquista pudo tener alguna influencia  entre la intelectualidad española a la hora de adherirse a la conferencia por la amnistía, pero no demasiada. Lo hicieron alrededor de 150 intelectuales, artistas, científicos, escritores y cineastas, pero es de destacar que faltan entre ellos algunos de los que hasta entonces se habían adherido a uno u otro de los manifiestos anteriores, precisamente los que podríamos considerar más cercanos a esa oposición moderada y, en numerosos casos de origen pro-franquista. Tan sólo Dionisio Ridruejo, siempre en la brecha y sin demasiados dogmatismos, aguantó el envite de los suyos y plantó su firma al pie de la adhesión colectiva. El resto de los firmantes forman una nómina casi completa de la nueva cultura antifranquista española del momento, netamente de izquierdas, entre los que destacan una buena cantidad de militantes comunistas o sus allegados cercanos. No los voy a citar, insisto, aunque se pueden leer en la reproducción adjunta, porque ellos protagonizaron la batalla intelectual en solidaridad con los mineros asturianos y aparecerán sobradamente en su momento. Merece la pena, no obstante, destacar un nombre que no había encontrado hasta ahora y que posteriormente tampoco aparecería con frecuencia en documentos posteriores. Se trata de la entonces joven actriz Amparo Soler Leal, que a sus 28 años acababa de iniciar una prometedora carrera cinematográfica.



Óscar Chaves (México). “Un caballero cristiano”




Semprún/Sánchez, el pimpinela escarlata comunista

Así hemos llegado a las cercanías de 1962, año, junto al siguiente, de las huelgas mineras asturianas y de los diversos escritos y otras muestras solidarias de los intelectuales españoles que centran estas notas. Hemos visto ya varios documentos firmados por pensadores, escritores y artistas en los que se evidenciaba, directa o indirectamente, una clara crítica y oposición a la dictadura y en los que se planteaban reivindicaciones democráticas que, de haberse conseguido, hubieran acabado, o hubieran reducido, el carácter dictatorial del franquismo. Tal vez sea la hora, antes de meternos de lleno en el momento culminante de esta batalla de los abajofirmantes, de intentar clarificar un poco lo qué subyacía políticamente bajo estos documentos y cartas y quiénes estaban detrás de ellos (o mejor sería decir delante, pues eran los que realmente apostaban la cárcel en la jugada), pensándolos, redactándolos, recogiendo las firmas y difundiéndolos.

Desde luego, parece evidente que una idea así no surge en una reunión de amigotes en Pasapoga o en Villa Rosa alrededor de una botella de coñac francés; ni siquiera en las tertulias del Café Pelayo, uno de los muchos bares en que la intelectualidad opositora del momento se juntaba para lanzar exabruptos contra el “enano sangriento del Pardo”, y cantar, cuando el nivel etílico aligeraba definitivamente las lenguas, aquel remedo del anuncio radiofónico de una pasta abrillantadora:

“Que es aquello que reluce
a lo lejos más que el sol.
Son los cuernos del Caudillo
que los limpian con Netol”.

No, no era así como se podía planificar y desarrollar una campaña política  ilegal de las dimensiones que había tomado la de las cartas de intelectuales.  Las cosas eran mucho más complicadas y requerían, al menos, la existencia de un núcleo más o menos organizado que contara con la infraestructura necesaria, por muy precaria que fuese, para llevarlas a cabo. En este terreno no dejaban de tener razón quienes, desde el franquismo o su oposición moderada, veían detrás de todo ello la mano de los comunistas, que sin duda fueron los artífices principales de estas movilizaciones de intelectuales.

No se trataba, sin embargo, de una simple conspiración manipuladora para protagonizar, cual prima donas, la oposición al franquismo al servicio de Moscú, por mucho que también existiera un lógico deseo de hegemonizar, en el más estricto sentido gramsciano, la lucha antifranquista. Se trataba, eso si, de un intento de desarrollar en un terreno concreto, el de la cultura, la política de reconciliación nacional proclamada por el partido en 1956, con la que intentaban, precisamente, romper el monolitismo del régimen, enfrentado a él a quienes habiéndole apoyado en sus primeros momentos habían encontrado en los más de 20 años transcurridos desde su toma del poder, motivos suficientes para renegar de él. Cuando en 1962 y 1963 la batalla se estableció alrededor de la solidaridad directa de los intelectuales con los huelguistas, también se estaba intentando llevar a la práctica otra de las columnas vertebrales de la táctica del PCE de las dos últimas décadas del franquismo, la de la “alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura”. 

En Junio de 1953 llegaba a España un supuesto hispanista francés que en los diez años siguientes iba a dar muchos quebraderos de cabeza a la policía franquista y que ocupa por derecho propio un lugar destacado en esta historia. En el pasaporte que presentó en la frontera de Irún figuraba el nombre de Jacques Grador, pero no era el suyo, sino el del amigo que le había prestado el documento. Quienes le trataron en España durante aquella época le conocieron principalmente como Federico Sánchez, nombre que luego se haría famoso como título de una autobiografía, pero también se llamó Agustín Larrea o Federico Artigas, e incluso, para contactos esporádicos, simplemente Rafael.

Aquel supuesto hispanista, culto, educado y políglota, a la par que de físico agraciado y elegante porte, se llamaba en realidad, como ya se puede haber supuesto, Jorge Semprún Maura, que con el tiempo llegaría a ser novelista afamado mundialmente y Ministro de Cultura socialista ya en la España democrática. En aquel momento del cruce fronterizo todavía no habían llegado sus glorias públicas, aunque contará ya con una intensa biografía personal. En los 29 años que entonces tenía, Jorge Semprún había vivido ya el exilio, la lucha guerrillera contra el nazismo, el internamiento en el campo de concentración de Buchenwald y una muy temprana militancia comunista de más de 10 años. Para el PCE de aquellos años duros, esencialmente integrado por obreros, un militante como Semprún resultaba toda una rareza, además de una auténtica joya de valor incalculable. De familia de clase alta que contaba, incluso, con un padre exembajador de La República y un abuelo antiguo Presidente conservador del Consejo de Ministros de la Monarquía, con formación universitaria y un profundo conocimiento de varios idiomas, incipiente poeta que había escrito ya acalorados cantos de amor a La Pasionaria o a Stalin, capaz de moverse con soltura en los más diversos ambientes sociales, sofisticado a la vez que fiel militante, no es de extrañar que Semprún se hubiera convertido para la fecha en una de las varias manos derechas con las que contó Santiago Carrillo para llevar a cabo la nueva política del PCE que ya se estaba diseñando. Poco sabían ambos que al final de la aventura española de Semprún-Sánchez, en 1962, se rompería la amistad y la colaboración con una fuerte polémica política que acabaría con la salida del partido del escritor, acompañado de Fernando Claudín, otra de las manos derechas carrillistas en aquellos años a los que nos venimos refiriendo.

Ficha de Jorge Semprín en Buchenwald
Pero retomemos el hilo de la historia donde lo habíamos dejado. A finales de la primavera de 1953 en la frontera de Irún. Tras lo visto, no hay más remedio que reconocer que, según su trayectoria personal, intelectual y política, nadie daba mejor el perfil ideal de infiltrado clandestino en la España franquista que Jorge Semprún, y más si la infiltración era en el mundo intelectual y político del país. ¿Quién podía confundir a este elegante  y educado hispanista francés con un malencarado comunista del tópico franquista, tan bien representado por la cara tosca del actor Fernando Sancho, que a unos cuantos rojos malvados y brutales dio vida en el cine franquista de la época? Durante los siguientes 10 años, con algún esporádico viaje a Francia en ellos, Semprún se dedicó en cuerpo y alma a intentar subvertir el orden franquista, y en algunos terrenos lo consiguió, por mucho que resultara un rotundo fracaso aquella Huelga Nacional Pacífica de 1959, en la que con tanto ahínco trabajó y que tanto le debió dar que pensar posteriormente.

En su “Autobiografía de Federico Sánchez[3], Semprún parece más empeñado en dirimir las viejas disputas políticas con Santiago Carrillo que en dejar testimonio de lo que fue su actividad clandestina en España, lo que tal vez satisfaga las exigencias de La Historia con mayúsculas, pero viene fatal a efectos de estas notas, pues nos priva de un testimonio de primerísima línea sobre el tema que nos interesa. Sin embargo, entre lo poco que cuenta hay una declaración inequívoca sobre la consigna con la que llegó a España: “explorar las posibilidades de establecer contactos, por primer vez, con grupos o intelectuales aislados, con los que no existía ninguna relación orgánica”. Para ello, estaba previsto un recorrido por San Sebastián, Salamanca, Madrid, Valencia, Barcelona, Canarias y Sevilla. Fue, al parecer, un viaje fructífero, en el que, aunque no consiguió pasar por las islas ni por Andalucía, realizó suficientes contactos como para que su trabajo pareciera prometedor.

Gabriel Celaya y Amparo Gastón
En unos casos, los contactados eran ya militantes comunistas, más o menos relacionados con el trabajo práctico del partido, como el caso del poeta Gabriel Celaya y su compañera Amparo Gastón, con los que se encontró en San Sebastián al día siguiente de su paso de la frontera y con los que establecería una íntima amistad, llegando a utilizar su vivienda madrileña de piso franco en alguna de sus estancias clandestinas posteriores, en las que también sería acogido por camaradas veteranos, como el filósofo social Eloy Terrón, que al llegar la democracia sería el primer Decano del Colegio de Doctores y Licenciados de España elegido democráticamente, o el poeta Ángel González. También debió tomar contacto, aunque no lo concrete en su libro, con los incipientes novelistas Antonio Ferres y Armando López Salinas o el cineasta Juan Antonio Bardem, militantes comunistas ya en fecha tan temprana como 1953.

Vicente Aleixandre
También aprovechó Semprún para encontrase con algunos de los intelectuales independientes que constituían el objetivo más buscado del viaje. Una carta de recomendación, no sabe si del poeta exiliado José Herrera Peteré, le abrió en junio las puertas de la casa de la calle Vellintonia en la que vivía Vicente Aleixandre y celebraba sus históricas tertulias. Debió agradarle al futuro premio Nobel el joven hispanista francés, que como tal se presentó Semprún, pues cuando le despidió, a más de admirarse por lo bien que hablaba español, le regaló un libro cariñosamente dedicado. Parece ser que no hablaron de política en aquella ocasión. No hacía falta, el antifranquismo de Aleixandre resultaba evidente, como demostraría su participación incondicional en cuanta iniciativa contra el dictador se puso en marcha en años sucesivos.

Tras aquel primer viaje de reconocimiento, que duró un mes, Semprún regresó a Paris. En su excelente estudio de esta etapa de la vida del escritor realizado por el historiador Felipe Nieto, mucho más pródigo en detalles que la autobiografía del protagonista, se reproduce el documento presentado al partido por Semprún tras su regreso de aquel primer mes de viaje exploratorio por España. A primera vista llama la atención en él la manera en que está redactado, tan distinta a los fríos, tópicos y monótonos informes oficiales del comunismo de la época, incluyendo notas ambientales o impresiones personales que adelantan los modos del novelista que Semprún sería ya al final de esta década clandestina.

«Solo se ven dos cosas: fascismo y miseria (con el correspondiente lujo desenfrenado en reducidísimos sectores). En Barcelona y en Madrid: la Vía Layetana y la calle de Alcalá, por las mañanas: bancos, bancos y más bancos, y delante de cada puerta de aquellos, la pareja de policía armada. Luego, en plena Barcelona, calle Sanjurjo, las chabolas, y en Madrid, en cuanto se aparta uno del casco céntrico de la ciudad, la brutalidad de la miseria. Como estribillo alucinador, el grito de los ciegos que en cada esquina venden los cupones de la lotería especial: «¡Para hoy, para hoy! ¡Quedan cinco iguales! ¡Para hoy!» Al lado, algún escaparate de tienda de lujo y algún «Cadillac» rutilante».
(…)
«Como impresión predominante, pues, queda la de la extraordinaria vitalidad del pueblo español. ... enorme reserva de fuerza política, en gran parte todavía inutilizada. No da España impresión estática, ni siquiera a ojos vistas. ... se nota que grupos y capas sociales enteras se hallan en movimiento. Una frase vuelve como estribillo en todas las conversaciones que se han tenido: «el día en que se organice...» Y está organizándose».
(…)
confirma en todo punto la justeza del análisis de la Direccióndel Partido, la justeza de la línea política en este aspecto del trabajo. De cara al futuro, las posibilidades rebasan con mucho, a mi parecer, las previsiones más optimistas que podían hacerse».

La verdad es que resulta una auténtica tentación relatar con detalle esta aventura clandestina de Jorge Semprún, que, si no fuera porque en ella se jugaba realmente la cárcel o incluso el paredón, tendría mucho de Pimpinela Escarlata comunista. Rememorar su primer encuentro con Ridruejo en un banco del Parque del Retiro. O el día aquel que quiso ir al fútbol para tantear el ambiente y estuvo a punto de delatarse porque no conocía el nombre de ninguno de los popularísimos jugadores del Real Madrid y preguntaba en voz alta por ellos a Simón o al Tanque, que uno de los dos debió llevarle al Bernabeu. O, ya inmersos en la dureza de la clandestinidad, sus citas en plena calle con los camaradas. Ya se sabe, cada uno avanzaba por una acera en sentido contrario al del otro, y si al cruzarse no se hacían ninguna señal preconcebida, es que el terreno estaba despejado y ya podían reunirse en la siguiente vuelta.  Recordar especialmente aquella cita dramática con Francisco Romero Marín, “el tanque”, y Simón Sánchez Montero, sus compañeros en la dirección del Partido en Madrid, a la que este último no acudió. Los otros dos pensaron que le habían detenido, como así había sido, pese a lo que decidieron regresar a dormir a sus domicilios clandestinos respectivos, cuya dirección Simón conocía, pues estaban seguros de que no se iba a doblegar bajo las torturas policiales. Así Fue. Le torturaron y no dijo ni una palabra.

Pese a lo tentador que resulta, no seguiré por este camino, entre otras cosas porque no es el objetivo de estas páginas y, sobre todo, porque ya lo ha contado con detalle y conocimiento el historiador Felipe Nieto en el libro indicado. De todas formas, aun queda una fecha señalada a la que hacer referencia en estos intentos de acercamiento y captación de los intelectuales antifranquistas de aquel periodo que protagonizó el comunista Semprún-Sánchez, aunque en la historia comience ya a compartir pantalla con otros nombres de referencia.

El 1 de abril de 1954, en el 15 aniversario exacto de la proclamación de la victoria franquista, elección de fecha que nadie ha explicado si se debió a la casualidad o se eligió como símbolo, se celebró la reunión constitutiva de la primera célula comunista en la universidad madrileña, que bien puede considerarse el primer éxito organizativo de la nueva estrategia del PCE que traía al interior Jorge Semprún y cuyos integrantes tendrían posteriormente mucho que ver con los documentos y firmas que aquí contamos. El furtivo encuentro tuvo lugar en un descampado de la Ciudad Universitaria, aquella misma que aún retenía huellas de la guerra en sus muros, “bajo la protección eficaz de los jinetes de la Policía Armada que patrullaba todo aquel sector, dada la fecha”, según la información facilitada al Partido por el propio Semprún.

Enrique Mújica
A aquel remedo de excursión campestre en día de fiesta acudieron tres invitados. En primer lugar, el organizador, un joven vasco estudiante de derecho de 22 años, que con el tiempo se convertía en un referente de la socialdemocracia española pero que en aquel tiempo era un fiel y valeroso militante comunista. Se llamaba Enrique Mújica, y Semprún ya le había conocido en su primer viaje, nada más llegar a San Sebastián, de la mano del poeta Gabriel Celaya. También estaban Jesús López Pacheco, matriculado en Filosofía y ya galardonado con un accésit del premio de poesía Adonais a sus 23 años, y su compañero de facultad Julián Marcos, luego poeta y cineasta. Al acabar la reunión se había constituido la célula y se habían establecido los objetivos para subvertir no sólo el orden universitario de la dictadura sino también el intelectual y cultural en general.

Al inicial grupo de tres comunistas madrileños se unirían pronto unos cuantos más. Tampoco demasiados, pero significativos y de futuro prometedor. En aquella primera célula universitaria del PCE tras la guerra estarían, por ejemplo, el luego cineasta Julio Diamante, o los quizás más conocidos Ramón Tamames y Fernando Sánchez Dragó, de variopinto recorrido político posterior.

También estaba ya en aquella célula inicial el que sería el más directo colaborador de Semprún durante su etapa clandestina. Tenía 20 años, estudiaba Derecho y era hijo y nieto de sendos fusilados por La República, siendo su abuelo, el viejo carlista Víctor Pradera, todo un icono de la martirología franquista. Descender de quien descendía era lo que le confería un valor político especial al joven Javier Pradera, destacado editor y periodista en años posteriores, pues le permitía acceder al mismísimo núcleo duro de la dictadura, y llegar hasta quienes habiéndola apoyado estaban ya hasta las narices de ella. Al parecer cumplió satisfactoriamente su función, estableciendo una estrecha relación política y personal con Semprún, al que se unió también en su mutua salida del partido en 1964.  

Antonio Buero Vallejo
Aquellos estudiantes no eran los únicos ni los primeros comunistas con los que había contactado Semprún, pero sí eran los primeros que montaban una célula organizada. En paralelo, el enviado del Comité Central no paró de mantener contactos con otros militantes, intelectuales básicamente, unos procedentes del Partido de la guerra y algunos también, ligeramente más jóvenes, incorporados por su cuenta en algo así como alumnos libres de un curso de comunismo activo. Entre los primeros se podía contar (o se pudo contar al poco) con el poeta Gabriel Celaya y su compañera Amparo Gastón, el profesor Eloy Terrón, el productor e historiador cinematográfico Ricardo Muñoz Suay, amigo personal de Santiago Carrillo que jugaría un papel determinante en la organización del mundo del cine, el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, que con el estreno en estreno en 1949 de “Historia de una escalera” había revolucionado el mundo cultural del momento y que siempre mantuvo una actitud de cercanía-distanciamiento con el partido cuya militancia le había llevado a la cárcel tras la guerra, apoyando siempre, pero sin implicarse en la vida orgánica. También estaba allí, disponible, el poeta Blas de Otero, aunque parece ser que en aquellos años centrales de los 50 andaba en algún tipo de crisis metafísica y no estaba con ánimo para militancias directas.

Entre los militantes mas jóvenes, niños de la guerra todos ellos, había ya novelistas, o alevines de novelistas en los cincuenta y tantos, como Armando López Salinas o Antonio Ferres, que publicaban relatos y artículos en las revistas de la época y estaban a punto de sus primeras novelas. Convencidos de que el comunismo era el camino correcto para acabar con el franquismo, y ante la imposibilidad de localizar a la organización oficial, habían decidido constituirse ellos mismos en Partido, elaborando y distribuyendo por su cuenta, a maquina con muchas copias de papel carbón, octavillas y proclamas de acuerdo a lo que escuchaban en La Pirenaica. Tambiénmilitaban ya a la llegada de Semprún cineastas tan destacados, incluso entonces, pero sobre todo después, como el director Juan Antonio Bardem o el productor Eduardo Ducay.

No eran demasiados, aunque falten nombren en la lista, pero suficientes para empezar a organizarse y trabajar, lo que hicieron con suficiente éxito en la década siguiente, acabando por ser el PCE la fuerza política clandestina no sólo con un mayor número de militantes directos, muchos de ellos firmas ilustres de la cultura del momento, sino, sobre todo, rodeada de un amplísimo círculo de simpatizantes y colaboradores. Tontos útiles, les llamaba el anticomunismo imperante. Ya hemos visto muchos de sus nombres al pie de los documentos reproducidos, los veremos aún más en los que quedan por reproducir, los directamente relacionados con las huelgas mineras asturianas de 1962-63.


Quilapayún: Dicen que la patria es” o “canción de soldados”




La estrategia del Partido

Las intenciones políticas que Semprún y los militantes comunistas del interior pretendían hacer realidad habían quedado claras en un  largo texto que la dirección del PCE comenzó a elaborar a raíz del primer viaje exploratorio de Semprún en 1953 y que finalmente se publicaría en abril de 1954, al poco de volver éste a España y tras haber sido consultados algunos militantes del interior, como el poeta Gabriel Celaya.

Desde el mismo título se evidenciaban sus intenciones últimas. “Mensaje del Partido Comunista de España a los intelectuales patriotas”, se llamaba, y en ese calificativo que destacaba el patriotismo de los destinatarios se evidenciaban ya las intenciones últimas del documento, que no eran otras que las que dos años después el Partido formularia oficialmente con el nombre de Reconciliación Nacional. No se trataba tanto de movilizar a los intelectuales afines, que también, sino, sobre todo, de convencer a quienes no siendo comunistas, ni rojos de ningún tipo, podían entender a esas alturas que incluso quienes habían figurado en el lado vencedor eran igualmente víctimas de la Dictaduray la sufrían tanto como los perdedores.

Son más de 30 folios de historia, análisis y consignas que, por su extensión, minuciosidad y, especialmente, su lenguaje un tanto farragoso, no resultan fáciles de tragar, por lo que nos vamos a ahorrar reproducirlos íntegros, aunque quien se sienta impelido a la exactitud histórica o tenga mono de la vieja literatura partidista puede ver aquí el documento completo. No queda, sin embargo, otro remedio que glosarlo con cierto detenimiento, pues este mensaje constituye el origen primero de las luchas antifranquistas del mundo de la cultura a las que nos venimos refiriendo.

De acuerdo al carácter “patriótico” de los intelectuales a los que se dirigían, no es de extrañar que los párrafos iniciales estuvieran destinados a denunciar la creciente dependencia del régimen franquista de los Estados Unidos, con los que hacía sólo unos meses, en septiembre de 1953, habían firmado el acuerdo que permitía la instalación en España de bases militares estadounidenses. También se recordaba la pasada alianza de Franco con Hitler, aunque prácticamente no hubiera referencias a la guerra civil. No era un silencio casual. Para los comunistas, la guerra ya había terminado, y al margen de quién la hubiera ganado o perdido, de lo que se trataba ahora, pasados ya 15 años de ella, era de acabar con la dictadura a la que había dado lugar y que todos sufrían. En ninguno de sus maquiavélicos planes, de tales fueron tratados, los comunistas intentaron reabrir viejas heridas que pudieran alejar u ofender precisamente a aquellos exfranquistas con los que querían contar.  

También denunciaba el documento la represión general, la falta de libertades sindicales o civiles, las duras condiciones de vida de la población en general, en contraste con el creciente beneficio de los bancos y el gran capital, la pervivencia del caciquismo rural y la connivencia corrupta entre las élites franquistas y los poderes económicos.

Al entrar directamente en el terreno de la intelectualidad, los redactores destacaban primero, para que quedara constancia, el apoyo y el respeto mostrados siempre por La República hacia la cultura y la educación, un compromiso irrenunciable. Y en este terreno, los primeros en las filas republicanas, los propios comunistas, faltaría más. Aparecían los nombres de Lorca y Machado, asesinato y exilio, pero también hacían suyo a Miguel de Unamuno, fallecido por su propia dignidad y lucidez, aunque al principio se hubiera puesto del lado de los sublevados.

Pío Baroja
Ya situada en el presente, la dirección comunista hacía referencia a las “decenas de miles” de intelectuales, artistas, maestros o científicos que estaban en el exilio o habían pasado por las cárceles, y denunciaba el exilio interior en que vivían muchos, con citas a Pío Baroja, el doctor Vital Aza o Menéndez Pidal. Atacaba la dureza de la censura imperante, que se cebaba incluso con obras del Siglo de Oro, el abandono de la investigación científica y de la enseñanza, y, en la línea del patriotismo declarado, condenaba la venta, dilapidación y deterioro del patrimonio histórico nacional, incluso en casos en los que, por su carácter religioso, su defensa no parecería propia de malvados comunistas ateos: “llegando a tal grado la incuria vandálica del régimen, que joyas de nuestro tesoro artístico-monumental como la mezquita de Córdoba aparecen mugrientas y abandonadas a la acción devastadora del tiempo”.

Pero los autores del mensaje sabían que sólo con buenas intenciones y grandes ideas no se va a ninguna parte. Que las personas, sean intelectuales o analfabetas, también quieren que se les hable de lo suyo. Y lo de cada cual era en este caso la situación concreta de precariedad económica y de falta de horizontes profesionales de los intelectuales y científicos españoles, terreno en el que entraba con detalle el documento. Dedicaba al tema seis párrafos que, a la luz del hoy precario que vivimos, no tienen desperdicio:

“Cuando un joven investigador, después de difíciles años de estudio abnegado, consigue un cargo de auxiliar en el laboratorio de una facultad de ciencias de España, recibe por esa labor un sueldo de 500 pts. mensuales. ¿Cómo dedicarse por entero a la labor docente, preparar concienzudamente cursos y clases, profundizar sus conocimientos y ponerse al día de las novedades mundiales en el campo de la cultura, cuando los sueldos de 6.000 a18.000 pts. anuales no permiten al profesorado español vivir con la decencia que semejante labor profesional exige?

No es mejor la situación de los hombres ocupados en las llamadas profesiones liberales, porque si un catedrático de Universidad gana justamente 46 pts. con 30 céntimos al día, un inspector municipal veterinario sale por 18 pts. diarias y un médico de tercera de la Asistencia Públicadomiciliaria, con 300 familias adscritas, sale después de aplicársele los descuentos, por ¡250 pts. mensuales!

Tampoco difiere, con sus matices peculiares, la situación en el campo de la creación intelectual. Si tomamos la novela, ¿cuál es el autor, por conocido que sea, que puede vivir normalmente de su obra? ¿Cuál es el que no se ve obligado a solicitar colaboraciones periodísticas o radiofónicas que le desvían de su preocupación esencial? A la caza y captura de los 20 o 40 duros de un artículo, una conferencia o una charla radiofónica, el novelista español malbarata en temas anecdóticos y forzosamente limitados por la censura, la mayor parte de su tiempo y de su afán creador. La defensa de la propiedad intelectual, por otra parte, de los legítimos derechos del autor constituyen una imperiosa necesidad frente a la piratería de ciertas grandes empresas editoriales que sistemáticamente estafan y despojan a los escritores españoles, al amparo de las ordenanzas oficiales.

Hay que terminar con la vergüenza de ver a poetas y escritores ya consagrados tener que costear la edición de algún libro suyo con los ingresos de sus actividades extraliterarias, ocuparse de colocar los ejemplares, de atender a su distribución. ¡Y todo este esfuerzo por una tirada de unos cuantos centenares de ejemplares, cuando en las amplias masas del pueblo trabajador existen fuertes deseos de saber, de ahondar y enriquecer el campo de sus conocimientos, de su cultura!

Semejante situación de asfixia económica predominante en todos los campos de la creación intelectual y artística constituye un obstáculo insuperable, en las condiciones actuales, al desarrollo de la cultura española. ¿Qué estimulo de creación puede sentir un músico no entronizado en los circuitos de los conciertos y encargos de la camarilla oficial, si sabe que las ganancias producidas por la ejecución de un poema sinfónico, ni siquiera le permitirá comprar el papel de su partitura? ¿Qué estímulo para un profesor de dirección de orquesta el tener que malvivir como corredor de comestibles o de cualquier otro producto comercial?

Igualmente trágica es la situación de los artistas, pintores y escultores, de los cuales ¿cuántos son los jóvenes valores que no llegaron a madurar por las terribles exigencias de la subsistencia diaria? Pintan paredes, se tienen que dedicar al dibujo industrial o publicitario o se ven en la obligación de tener que aceptar y ejecutar encargos de bodegones y retratos para el consumo privado de la «buena sociedad».
                
1958. Reunión del Comité Central del PCE en Praga
¿Quién no iba a quedar convencido ante tales argumentos, tan reales entonces como, por otro lado, tan aproximativos hoy en día. Bromas aparte, aquel “Mensaje del Partido Comunista de España a los intelectuales patriotas” de abril de 1954 constituía, en definitiva, una denuncia de la degeneración y decadencia que había sufrido el mundo intelectual español bajo el franquismo, una situación que retrataba sin demasiadas exageraciones ni demagogias y que pretendían fuera entendido por cualquiera, por muy franquista que hubiera sido, a poco que contemplara la realidad circundante con una mirada sin prejuicios ideológicos ni rencores personales.  A ellos iba dirigido el párrafo final:

“En este movimiento tienen su puesto y su misión todos los intelectuales patriotas españoles. Todos los trabajadores de la ciencia, del arte y de la literatura, los maestros de la cultura, los estudiantes, todos los hombres dignos de la estirpe española que quieran una España suya, española, una cultura suya, la cultura española, humanista, popular y progresiva; que quieran vivir y crear en paz en una España libre y democrática; que quieran salvar a España de la humillante ocupación yanqui y eludir la catástrofe nacional que ésta la depara. Todos aquellos que sientan el clamor que surge de las mismas entrañas de la Patria deben alzarse junto al pueblo y contra el franquismo. Todos unidos sin distinción, independientemente de las posiciones que les enfrentaran, de sus ideas políticas y convicciones religiosas, de sus concepciones filosóficas o artísticas, de su origen y posición social, en el frente nacional. Porque el momento es grave, porque el pacto de guerra y de entrega de España a los yanquis pone en peligro el porvenir de la Patria, porque se trata, por encima de cualquier divergencia, del ser o no ser de España, de la propia existencia de los españoles”.

En este “Mensaje del Partido Comunista a los intelectuales patriotas”  de 1954 estaban ya anunciadas la táctica, la argumentación y los objetivos que Jorge Semprún y su cada vez mayor número de camaradas iban a intentar desarrollar en los próximos años. Y ni el régimen, que tanto les combatió, ni la oposición liberal y moderada, que tanto intentó ignorarles, se podían llamar a engaño sobre las intenciones comunistas. Aunque con ello no se consiguiera derrotar a La Dictadura, no cabe duda de que la jugada funcionó. Pasados diez años de la entrada en España del enviado del PCE el mundo intelectual constituía un autentico vivero de disidencia antifranquista de todas las corrientes con una presencia hegemónica de comunistas y simpatizantes.


Óscar Chávez. Ya se fue el verano






Primeras escaramuzas


Para cuando se reunió por primera vez la célula comunista aquel 1º de Abril, dos de sus integrantes, Jesús López Pacheco y Julián Marcos, ya habían comenzado a organizar unas jornadas poéticas en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, en la que estudiaban. La iniciativa, que habían llamado “Encuentros de la Poesíay la Universidad” cuadraba con los planes comunistas como pensada a propósito. Los nombres de algunos de los participantes son indicativos de las intenciones. Por allí pasó Gerardo Diego, histórico miembro de la generación del 27 que había arrimado su ascua a la sardina franquista con poco entusiasmo, el más joven Luis Rosales, que ya empezaba a alejarse de sus iniciales ideales falangistas, o Dionisio Ridruejo, ya para entonces un disidente declarado. Junto a ellos, Eugenio de Nora, simpatizante comunista cuando menos y fundador de la revista Espadaña, en la que dio cobijo a los poetas sociales de la época, o José Hierro, que había pasado cinco años en la cárcel y en cuyo recital, según el informe de Semprún al Partido “se armó gorda durante el coloquio”.

José Ortega y Gasset
Cualquier circunstancia resultaba aprovechable, y cualquier resultado, aún pequeño, altamente positivo. José Ortega y Gasset era un intelectual controvertido cuando falleció el 19 de octubre de 1955. Había sido en 1931 uno de los fundadores de la Asociación al Servicio de la República y diputado en las Cortes Constituyentes, pero muy pronto se distanció de ella al considerar su política demasiado extremista. Salido del país a los pocos días de estallar la guerra, que pasó en diversos países, había regresado a España en 1945. Su vuelta había constituido un triunfo para el franquismo, por mucho que Ortega, en una ambigüedad que parece pensada para la historia, renunciara a volver a la cátedra de la que se le había expulsado y mantuviera una actitud de cauta reticencia política. Su muerte desató una auténtica oleada de panegíricos de los corifeos de la dictadura sobre el hijo pródigo vuelto a casa tras arrepentirse de sus pecados anteriores. La ocasión la pintaban calva para que aquellos jóvenes universitarios comunistas dieran la campanada. La historiadora Andrea Fernández Montesinos lo ha contado así en su tesina: “Hijos de vencedores y vencidos: los sucesos de febrero de 1956 en la UniversidadCentral”:

“La pequeña célula comunista, ante esa apropiación que las autoridades hacían del filósofo, convocó un acto multitudinario en la Universidad. (…) En una orla sin cruz se escribió una leyenda que decía: “Ortega, filósofo liberal español” y se leyeron fragmentos de sus textos. Torres López, decano de Derecho, se sintió obligado a asistir a un acto organizado en su facultad. Una vez finalizado el acto, al grito de ¡al cementerio, al cementerio! lanzado por Diamante y Pacheco, unos 600 estudiantes, a pie, marcharon en silencio hacia la sacramental de San Isidro.”

No eran pocos en aquellas fechas 600 estudiantes secundando una incitación a manifestarse criticando al régimen. Sin embargo, allí estuvieron, según el informe policial del momento que se conserva en el archivo histórico del PCE. Y como un éxito es siempre un acicate para afrontar nuevas y más arriesgadas empresas, la decena de militantes comunistas que ya para entonces debían integrar la célula decidieron dar un paso más en su estrategia político-cultural.

Jesús López Pacheco
Al parecer la primera idea se le vino a la cabeza a Jesús López Pacheco, que la discutió con sus camaradas y otros amigos, quienes la encontraron no sólo excelente y necesaria, sino viable, que era lo más importante. Se trataba de montar nada menos que un Congreso de Escritores Jóvenes, que reuniera a los bisoños autores que afloraban en la universidad con algunos de los nombres más relevantes de la cultura del momento, ponerles a charlar y debatir y ver que salía. Entre los invitados previstos se encontraba Baroja, Cela, Ángela Figuera Aymerich, Ángel Crespo, Alfonso Sastre, Aleixandre… Excepto por Baroja, parecería el inicio de cualquiera de las listas de abajofirmantes que surgirían a continuación.

Siguiendo la nueva estrategia del Partido, al igual que estaba comenzando a hacer el movimiento obrero, de utilizar en la medida de lo posible las posibilidades que ofrecían las grietas legales del régimen, los promotores recabaron el apoyo del sindicato estudiantil franquista, el SEU, con el que inicialmente contaron, aunque la ayuda duró hasta que los falangistas vieron el cariz que tomaban las cosas. También les apoyó, y esta vez sin arrepentimientos, el Rector de la Universidad Central, cargo que ocupaba el médico, historiador y ensayista Pedro Laín Entralgo, entonces en pleno despegue de su pasado falangista. Incluso llegó a reunirse en la cumbre del conflicto, por mediación de Dionisio Ridruejo, metido en la aventura desde el principio, con Enrique Mújica, ya sospechoso en todos los ámbitos, incluido el policial, de ser comunista, condición que le llevaría a la cárcel tres años después.

La suspensión por orden gubernativa del peligroso congreso de jóvenes escritores no impidió que el pequeño grupo comunista universitario dejara del preparar el ambicioso objetivo que se habían planteado como siguiente acción. Montar un congreso estudiantil que supusiera no sólo el fin del SEU, sino un torpedo directo a la línea de flotación de las libertades que el régimen podía consentir. Era un proyecto un tanto desmesurado, que se adelantaba en 10 años a lo que habría de suceder con el nacimiento de los diversos sindicatos de estudiantes surgidos a mediados de la década siguiente, y naturalmente no se consiguió. No obstante, si prohibición cuando ya estaba avanzado el proceso provocó una importante rebelión estudiantil que desembocó en la huelga, las manifestaciones y los enfrentamientos callejeros de febrero de 1956 en la Universidad Centralmadrileña, una revuelta que supuso la mayor contestación popular y en la calle al franquismo desde el boicot a los tranvías de Barcelona en 1951 hasta las huelgas asturianas de 1972-73.

Incluso hubo un muerto en uno de esos enfrentamientos, el estudiante falangista de 19 años Miguel Álvarez, alcanzado por una bala disparada, según todos los datos disponibles, por uno de sus camaradas de centuria, los únicos que en aquella ocasión llevaban pistolas, que usaron a discreción. También hubo otro tipo de víctimas, los numerosos detenidos y encarcelados, acusados de promover y dirigir las protestas, entre los que figuraron la práctica totalidad de los nombres que ya conocemos como comunistas (Jesús López Pacheco, Ramón Tamames, Enrique Múgica, Javier Pradera, Julián Marcos o Fernando Sánchez Drago), junto a una buena cantidad de estudiantes y no estudiantes procedentes de otros terrenos políticos, como los todavía falangistas, aunque cada vez menos, Dionisio Ridruejo y Gabriel Elorriaga, o buena parte de los miembros de la recién nacida al hilo de aquellas movilizaciones Asociación Socialista Universitaria (ASU), que apoyó entusiasmada el fallido congreso estudiantil y de cuya dirección fueron detenidos algunos que pasarían a la historia posterior en las filas del PSOE como Francisco Bustelo, Miguel Sánchez Mazas y Manuel Fernández-Montesinos. Tampoco les fue bien a las autoridades académicas que por su liberalismo dieron alas, según el régimen, a las protestas. Al Decano de la Facultad de Derecho, Manuel Torres López, le cesaron y literalmente se fue a París, el Rector, Pedro Laín Entralgo, también fue cesado, y el ministro de Educación, Joaquín Ruiz-Giménez, debió dimitir a los pocos días. Los tres habían sido franquistas y comenzaban a dejar de serlo. El fracaso de la experiencia aperturista que intentaron desde que llegaron a sus cargos cinco años antes contribuyó a aumentar el distanciamiento.

Pese a lo apasionante de aquellas luchas universitarias, voy a pasar sobre ellas como un suspiro. Ante todo, porque sólo tangencialmente está relacionada con el objetivo principal de estas líneas, la resistencia intelectual contra el franquismo en aquel periodo, pero también porque es un episodio suficientemente historiado y alguna de estas historias, completas y bien documental, están fácilmente accesibles. Sin embargo, si hay un aspecto íntimamente relacionado con el tema que tratamos. Es en esta ocasión, al menos que yo haya localizado, cuando por primera vez en la historia de la resistencia al franquismo un documento que criticaba aspectos esenciales de la dictadura, su política educativa, aparecía públicamente no como un panfleto de cualquier grupo político, sino como una iniciativa abierta y colectiva rubricada personalmente por una colectividad de convocantes individuales. Bien es verdad que, en esta ocasión, la mayor parte de los firmantes eran en su mayor parte estudiantes anónimos, y no personalidades de la cultura, como sería habitual en cartas posteriores.

Aunque mucho más breve y con un tono menos exaltado, estrictamente referida al ámbito educativo y sin la menor alusión política directa, la proclama universitaria, modestamente titulada “Manifiesto a los Universitarios Españoles”, parece nacida de pautas muy parecidas a las marcadas por el mensaje comunista a los intelectuales patriotas de 1954 y explicada con términos y análisis similares a los que se utilizarían en documentos posteriores, algunos de los cuales ya se han podido ver. El manifiesto comenzaba aclarando quienes eran los remitentes, acuñando por primera vez en aquella correspondencia antifranquista que le seguiría el término “abajo firmantes”:

Desde el corazón de la Universidad española, los estudiantes de las Facultades y Escuelas Especiales de Madrid, abajo firmantes, en la convicción de que ejercen un auténtico derecho y deber al buscar el medio de salir de la grave situación universitaria actual, invitan a sus compañeros de todos los Centros Superiores de España a que suscriban la presente petición, elevada a las autoridades nacionales”

Especificaba cuales eran aquellas autoridades a las que pedían que se les escuchase, que eran prácticamente todas:

“Al Gobierno de la Nación, a los Ministros de Educación Nacional y Secretario General del Movimiento.”

Y concretaba el motivo para haber escrito, firmado y enviado la misiva:

“En la conciencia de la inmensa mayoría de los estudiantes españoles está la imposibilidad de mantener por más tiempo la actual situación de humillante inercia en la cual, al no darse solución adecuada a ninguno de los esenciales problemas profesionales, económicos, religiosos, culturales, deportivos, de comunicación, convivencia y representación, se vienen malogrando fatalmente, año tras año, las mejores posibilidades de la juventud dificultándose su inserción eficaz y armónica en la sociedad y comunicándose, por un progresivo contagio, el radical malestar universitario a toda la vida nacional que arrastra agravándolos todos los problemas antes silenciados.”

Después de estas presentaciones protocolarias, la carta entraba en una exposición detalla de las deficiencias de la universidad franquista. Una exposición bastante cercana a la realidad, por otro lado, que denunciaba  desde las faltas de perspectivas laborales de los licenciados a “el monopolio del pensamiento” en las aulas, desde el alto coste que conllevaba estudiar una carrera, lo que obligaba al clasismo universitario, hasta el “hondo divorcio entre la Universidad teórica, según la versión oficial, y la Universidad real formada por los estudiantes de carne y hueso”. ¿Recuerdan el “Mensaje del Partido Comunista a los intelectuales patriotas” de hacía tan sólo dos años?

Una frase de aquel documento universitario me ha llamado la atención, sea coincidencia o no. En un momento, los redactores --que parece fueron colectivos pero entre los que tuvieron una influencia importante los estudiantes comunistas y su responsable político, Semprún-Sánchez, que al parecer metió mano directamente en el texto--, realizan un definición contundente y precisa de la universidad española en una serie de definiciones tajantes. Lo curioso es que la frase en cuestión recuerda mucho a otra de un año antes muy similar, si le quitamos la frase subordinada, aunque referida no a la educación, sino a la cinematografía. Escribieron los estudiantes:

“La situación material y vocacional del universitario español es de indigencia, su perspectiva intelectual es mediocre –¡cuántos catedráticos y maestros eminentes apartados por motivos ideológicos y personalistas!– y su porvenir profesional totalmente incierto.”

En mayo del año anterior, y en el transcurso de las jornadas cinematográficas que se celebraron en Salamanca  que ya han aparecido por aquí, el comunista Juan Antonio Bardem se había expresado con igual contundencia. ¿Coincidencia o es que el cineasta metió pluma en el manifiesta universitario?:

“El cine español es: Políticamente ineficaz. Socialmente falso. Intelectualmente ínfimo. Estéticamente nulo. Industrialmente raquítico”

Para encontrar soluciones a esa dramática realidad universitaria, los estudiantes firmantes de la carta pedían la convocatoria de un Congreso Nacional de Estudiantes de acuerdo a cuatro puntos, de los que marcaban el calendario y los mecanismos representativos:

“1º. Que en el Congreso Nacional de Estudiantes tomen parte todos los estudiantes de Centros Superiores de Enseñanza de España, por medio de sus representantes, designados por libre elección, garantizada por el control de los Claustros de Profesores. Y que estos representantes se constituyan automáticamente, una vez elegidos, en cada Distrito Universitario, en comisiones para la organización del Congreso.

2º. Que las elecciones se celebren entre el 1 y el 15 de marzo de 1956 y el Congreso tenga lugar en Madrid del 9 al 15 de abril de 1956.

3º. Que los representantes elegidos, reunidos en el Congreso Nacional, nombren a sus presidentes de Comisiones y que los acuerdos y conclusiones se aprueben por mayoría.

4º. Que por los Ministerios correspondientes se alleguen los medios de toda índole precisos para la preparación y el desarrollo del Congreso, así como para evitar toda clase de obstáculos que pudieran interponerse a su plena efectividad.”

Es de suponer que ninguno de los muchos estudiantes, y algunos intelectuales, que hicieron suya la carta, de los que no he encontrado ninguna nómina, ni completa ni incompleta, creyera que realmente se pudieran cumplir esos puntos. No sólo porque su cumplimiento significaba el total arrumbamiento del SEU, debilitado pero aún poderoso, sino porque implicaba la introducción de un sistema democrático de elección y representatividad estudiantil directa susceptible de extenderse a otros terrenos, como el laboral, o ¿por qué no? el político, que cuestionaba la mismísima esencia dictatorial del régimen. Lo que probablemente no imaginaban desde los altos cargos de la dictadura era la intensidad de las protestas que acarreó su prohibición, la violencia con que fueron enfrentadas por las centurias falangistas correspondientes y la represión a que daría lugar, con gran número de detenidos que, aunque en general fueron condenados a penas muy inferiores a las que aplicaban en otros colectivos, como el obrero, no dejaron por ello de pasar por presidio. 

Además de su importancia meramente agitativa y concienciadora, que sin duda fue grande, aquellas iniciativas prohibidas sirvieron para cohesionar a la oposición antifranquista, tanto la comunista como la de otras tendencias, y, especialmente, para tejer una red de relaciones con intelectuales y artistas, disidentes o en proceso de disidencia, de la que saldrían los documentos de abajofirmantes posteriores, que alcanzarían su máxima expresión, y su mayor contundencia política en la batalla de intelectuales y mineros de 1962/63.


Rolando Alarcón. A la Huelga





1962.  Los abajofirmantes y las huelgas de primavera

Ya se ha contado más arriba, pero es hora de retomarlo. El 7 de Abril de 1962 los mineros del Pozo Nicolasa, cercano a Mieres, se pusieron en huelga pidiendo la readmisión de siete picadores despedidos por solicitar mejoras salariales y de condiciones de trabajo. A simple vista podía parecer uno más de los conflictos laborales que habían estallado en los últimos años en las cuencas mineras asturianas por temas similares. Sin embargo España había cambiado. Ya existían gérmenes de organizaciones obreras nuevas, no sólo comunistas, sino también la nueva izquierda que representaba el FELIPE o de origen católico y en las minas trabajaban jóvenes que, aún conservando las convicciones y tradiciones de lucha de sus mayores, no habían sufrido los horrores de la guerra ni pasado por las cárceles y por consiguiente no tenían el miedo tan dentro de su cuerpo. Por otro lado, la respuesta del régimen, que enseñaba por un lado la zanahoria de las promesas pero aplicaba con dureza la vara represiva, no consiguió sino enconar los ánimos. Lo que comenzó como un paro local acabaría convirtiéndose así en una huelga generaliza de dos meses, en la que participaron casi medio millón de trabajadores, mineros e industriales fundamentalmente, que sobrepasó las fronteras asturianas y se extendió a 22 provincias de toda España.

Por mucho que la primera chispa hubiera sido espontánea, los comunistas estuvieron en la huelga desde el primer momento, aunque no solos, organizándola en los pozos y centros de trabajo y difundiéndola a través de sus propios medios de comunicación, desde La Pirenaica hasta Mundo Obrero, y prestando a los huelguistas toda la ayuda que podían recabar, tanto dentro de España como en el extranjero. Se podría decir que tiraron la casa por la ventana. De tal entusiasmo militante y solidario no podían quedar ajenos los intelectuales.

La organización comunista en el mundo de la cultura y la intelectualidad no era ya un pequeño y desperdigado grupo militantes y simpatizantes que se al llegar a España nueve años antes se había encontrado Jorge Semprún, quien, por cierto, probablemente realizó en esta ocasión su último trabajo político clandestino, pues saldría de España a finales de año para acabar enfrentándose con Carrillo y dejar el partido en 1964, después de haber publicado su primera y muy exitosa novela “El largo viaje”.

Para la primavera de 1962 la célula comunista de intelectuales en Madrid era ya una organización regular, aunque alguno anduviera todavía a su aire, que había crecido exponencialmente en los últimos años y llegaba prácticamente a la totalidad de variedades culturales. Sin ánimo de exclusividad y citando prácticamente de memoria, por lo que el error siempre es posible, militaban en el Partido Comunista poetas como Jesús López Pacheco, Gabriel Celaya, Ángel Crespo, Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Celso Emilio Ferreiro, Carlos Álvarez o Ángel González, y probablemente Ángela Figueras Aymerich y Angelina Gatell, los novelistas Armando López Salinas, Antonio Ferres, Luis y Juan Goytisolo, Alfonso Grosso y Juan García Hortelano, los pintores Agustín Ibarrola, José Ortega, Eduardo Úrculo o Ricardo Zamorano, los cineastas Ricardo Muñoz Suay, Juan Antonio Bardem y Julio Diamante, el profesor universitario Eloy Terrón, el científico Faustino Cordón, el crítico de arte José María Moreno Galván, el actor Francisco Rabal y los dramaturgos Alfonso Sastre y José María de Quinto. No era mala nómina, teniendo en cuenta, además, que todos estaban en momentos culminantes de sus respectivas carreras. Pero, más que su número, quizás resultaba más decisiva la amplitud de su área de influencia, que llegaba prácticamente a lo más recóndito de la mejor cultura española del momento, de la poesía a la novela social, del teatro realista al informalismo pictórico, de los platós cinematográficos a las aulas universitarias. Sobra decir nombres, porque sería una larga lista y porque a la mayor parte de ellos los vamos a encontrar firmando la larga correspondencia que dirigirían al régimen ese año y el siguiente.


Alfonso Sastre y Eva Forest
Otra vez se acudió aquella primavera de 1962 a la carta de firmas, el método que ya tenía probada una segura difusión internacional, aunque esta vez introdujeron algunas variedades tácticas que merecerá la pena repasar luego. Vamos antes a los orígenes. Al parecer, la mayor parte de las reuniones para estudiar el camino a seguir y escribir el texto, que finalmente se dice que lo redactó Juan Antonio Bardem, se celebraron en el piso que Alfonso Sastre y su esposa, Eva Forest, tenían en una de tantas calles dedicadas a vírgenes en el entonces muy moderno barrio madrileño de la Concepción.

El objetivo del documento, además de denunciar la situación en Asturias, buscaba, ante todo, reunir al más amplio espectro posible de intelectuales que lo suscribieran, como había sucedido con otros anteriores, insistiendo en unir a diversas corrientes de la oposición, de forma que tuviera la mayor repercusión posible dentro y fuera de España. De ahí tal vez el tono comedido del escrito, y la falta de alusiones políticas directas que pudieran ahuyentar a los posibles firmantes.

Tomando como motivo de la misiva la falta en la prensa española de noticias sobre la huelga, lo que obligaba a informase en la extranjera, y la reciente aparición de una única nota oficial en la que se culpaba del conflicto a la inevitable subversión extranjera, los firmantes pedían muy educadamente, incluso citando a la jerarquía eclesiástica, que recientemente se había referido al tema, tan sólo dos sencillas cuestiones: que se informara verazmente de lo que estaba sucediendo en Asturias y que no se ejercieran prácticas “autoritarias” contra los huelguistas, quienes simplemente exigían, y aquí brillaban las sutileza enmascaradoras del lenguaje, “La normalización del sistema de negociación de las reivindicaciones económicas por los medios generalmente practicados en el mundo”. Se trataba pues tan sólo de dos únicas solicitudes: la libertad de información y la de sindicación, comunes en toda Europa pero que a nadie se le oculta que en la España franquista constituían reivindicaciones peligrosas y subversivas.

Manuel Fraga Iribarne
Hay otro detalle distintivo en esta carta histórica. A diferencia de las anteriores y de las posteriores, su destinatario directo no era el Gobierno ni sus ministros u otros prebostes franquistas, sino que se dirigía a un intermediado, al que se pedía intercediera en su nombre ante las autoridades correspondientes. El elegido fue Manuel Fraga Iribarne, catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad Complutense de Madrid, alevín privilegiado del régimen, que con sólo 29 años había dirigido el Instituto de Cultura Hispánica y que a los 40 que tenía en ese momento ya había publicado una quincena de libros. Aunque había ocupado varios cargos oficiales secundarios, Fraga aún no había ascendido a la cúpula dirigente de la dictadura, de la que en aquellos momentos se le tenía por un moderado aperturista, motivo por el que quienes le escogieron como mediador tal vez debieron considerarle un compañero de profesión, y como tal se dirigían a él en el encabezamiento, por quien valía la pena apostar. Cuando en octubre de ese mismo año fuera elegido por Franco Ministro de Información y Turismo se iban a enterar de lo que valía un peine.

Merece la pena, en cualquier caso, reproducir el texto íntegro, pues supone un ejemplo evidente de la sutileza literaria y política que en aquellos tiempos era exigible, lo que obliga a un no menos ajustado ejercicio de lectura entre líneas para entenderlo por completo, Más teniendo en cuenta lo que iba a suceder después:

“Sr. D. Manuel Fraga Iribarne. -Catedrático- Fernán González, 63. MADRID.  

Estimado amigo y compañero: 

Estamos seguros de que no ha podido ocultarse a su sensibilidad –exigida por los imperativos ético-sociales inherentes al carácter público de nuestra vocación- la gravedad de ciertos hechos que estamos presenciando. La prensa y la radio extranjera nos dan cuenta de que en la región minera de Asturias se produce un movimiento huelguístico de vastas proporciones. Algunos días después, estos medios informativos nos precisan que las huelgas afectan a unos 100.000 trabajadores y que en algunas provincias del País Vasco, Levante y Andalucía, se registran otros brotes determinados por simpatía. Entre tanto la prensa y la radio española permanecen en silencio, como si tales hechos no debieran interesar a nadie. De un modo o de otro, vamos informándonos de que las huelgas tienen un carácter económico y reivindicativo que se pone en estrecha relación con el estado de malestar social que nadie desconoce, que el Gobierno ha admitido incidentalmente en más de una ocasión, y que la jerarquía eclesiástica –usando de su fuero- ha denunciado con frecuencia como muy recientemente lo hizo el Excmo. Sr. Arzobispo de Sevilla.

Según todas las apariencias, las huelgas de Asturias son de la especie normalísima de las que, con regularidad y dentro de la Ley, se producen en casi todos los países. Sin embargo, roto de pronto el silencio oficial, se nos comunica por medio de una nota gubernativa que las huelgas de Asturias han sido promovidas por agentes extraños, conductores de ideologías importadas. Nada se nos dice del estado social real al que las huelgas se refieren, ni del alcance de las mismas, ni de sus objetivos, ni de los incidentes a que han dado lugar. Todo parece indicar, en consecuencia, que la nota no se ha publicado para hacernos salir de nuestro estado de incertidumbre, sino exclusivamente para permitir la adopción de medidas extraordinarias que, en efecto, no han tardado en producirse sin que tampoco en este caso haya sentido el Gobierno la necesidad de justificar mediante una explicación informativa tan grave resolución, y el silencio ha continuado después.

La situación que las circunstancias antedichas dibujan no nos parece satisfactoria y por lo que a nosotros se refiere –hombres de vocación intelectual, obligados a la orientación y la crítica- hemos de pensar que nos compromete alguna suerte de manifestación ya que sería absurdo e inmoral, que por propio decreto, nos consideramos ajenos y desligados de las realidades colectivas que nos envuelven.

Nos es patente que el malestar social extendido en España constituye un problema grave al que corresponde un tratamiento de sinceración incompatible con unas medidas simplemente silenciadoras y represivas. Es evidente también que la afirmación a la opinión pública no se practica en España con la debida lealtad. Nos parece que sobre ambos puntos tenemos el deber de instar al Gobierno y a la opinión, practicando una especie de mediación moral que, prudente y enérgicamente favorezca el establecimiento de una situación más próxima al estado de libertad, justicia y concordia que hemos de desear para todos los españoles. A tal fin, proponemos a Vd., si está de acuerdo con nuestra manera de contemplar el problema, que se dirija al Jefe del Gobierno, ejerciendo individualmente el Derecho de Petición, y haciendo presentes sus puntos de vista favorables a:

1º- La práctica de la lealtad informativa.

2º- La normalización del sistema de negociación de las reivindicaciones económicas por los medios generalmente practicados en el mundo con renuncia a las maneras autoritarias. 

Le saludan atentamente.”

Circunloquios aparte, bajo tan moderadas palabras latían sin embargo similares exigencias a las que en junio de ese mismo año había plateado el Comité Ejecutivo del PCE en un comunicado publicado en Mundo Obrero, que como era clandestino y comunista no tenía que morderse la lengua:


1.- La instauración de instituciones auténticamente representativas y democráticas que garanticen que el gobierno se basa en el consentimiento de los gobernados.
2.- La efectiva garantía de todos los derechos de la persona humana, en especial los de libertad personal y de expresión, con supresión de la censura gubernativa.
3.- El reconocimiento de la personalidad de las diversas comunidades naturales.
4.- El ejercicio de las libertades sindicales sobre bases democráticas y de la defensa por los trabajadores de sus derechos fundamentales, entre otros medios por el de la huelga.
5.- La posibilidad de organización de corrientes de opinión y de partidos políticos con el reconocimiento de los derechos de la oposición.

Estos cinco puntos de la estrategia comunista habían sido ya planteados en otras cartas de intelectuales anteriores, y en este caso subyacen en su conjunto por debajo, o alrededor, de las dos reivindicaciones específicas del documento: los derechos de información y de sindicación. El diseño de sociedad española que abocetaban los intelectuales que pudiera asegurar el cumplimiento de sus peticiones no era muy distinto al que dibujaban los cinco puntos comunistas. En ambos casos el cumplimiento de aquellas peticiones exigía una plena democracia y la desaparición de toda dictadura. Un objetivo con el que no podían dejar de estar de acuerdo todos y cada uno de quienes, siendo tan distintos, lo suscribieron.

Menéndez Pidal con Charlton Heston y Samuel Bromston
A continuación de la doctrina iban los firmantes, encabezados por Ramón Menéndez Pidal, ilustre filólogo, historiador y medievalista que a sus 93 años de edad presidía la RAE y que tan sólo un año antes había acaparado los NODOS y las páginas de la prensa, junto a Charlton Heston, Sofía Loren y Samuel Bronston, cuya épica filmación de la leyenda de El Cid había asesorado históricamente, al menos prestando su prestigioso nombre a los títulos de crédito, por lo que fue obsequiado con la falsa Tizona que se utilizó en el rodaje. Menéndez Pidal no tenía la menor significación política, aparte de un acendrado liberalismo que le había llevado a suscribir la mayor parte de las cartas y documentos anteriores, circunstancias que le convertían en el ideal para encabezar ésta. El novelista Armando López Salinas, que se encargó junto a Juan Antonio Bardem de acudir a su domicilio para recabar su firma, contó después cómo se produjo la cita:

“Cuando pensamos en el manifiesto pretendimos encabezarlo por la figura más relevante posible. Así que fuimos a ver al presidente de la Academia Menéndez Pidal. Tras leer nuestro manifiesto y hacer unas cuantas correcciones de estilo dijo: 'Si esto es contra el cabrón de Franco, firmo’".

La contundente frase, que demostraba la inquina personal que el dictador provocaba en el académico, recorrió los mentideros intelectuales antifranquistas. Y no debió ser una exageración interesada de López Salinas o Bardem, pues prácticamente igual (“Contra el cabrón de Franco, lo firmo todo”) se la refirió a Jorge Martínez Reverte para su libro sobre la huelga de 1962 el propio sobrino-nieto de Menéndez Pidal, Álvaro Galmés de Fuentes, filólogo y arabista, que es de suponer recibiera la anécdota directamente por vía familiar.

Pedro Laín Entralgo
La lista de los firmantes que seguían a Menéndez Pidal era impresionante, no sólo por la relevancia intelectual de quienes firmaban, sino por la jugada política que significaba la presencia de sus nombres suscribiendo el documento: Ramón Pérez de Ayala, Ignacio Aldecoa, José Bergamín, Camilo José Cela, Gabriel Celaya, Faustino Cordón, Fernando Chueca, José María Gil Robles, Teófilo Hernando, Manuel Jiménez Fernández, Pedro Laín Entralgo, José Luis López Aranguren, Julián Marías, Manuel Millares, Antonio Quirós, Dionisio Ridruejo, Alfonso Sastre, Antonio Saura, José Suárez Carreño, Gonzalo Torrente Ballester, Dr. Vega Díaz, Luis Felipe Vivanco, Juan Antonio Zunzunegui y Antonio Buero Vallejo.

En total eran sólo veinticinco, muchos menos que en otros documentos anteriores, lo que, como se verá, no era una disminución de fuerzas, sino una táctica perfectamente pensada para aumentar el impacto del documento. La lista resume en sus nombres más significativos lo más destacado de la cultura española del momento, representada en lo que podríamos calificar como una triple transversalidad, generacional, cultural y política.

Entre los 25 firmantes los había que habían vivido los años de La República y la guerra ya de adultos, con parte de su obra intelectual realizada, y entre los que si bien se pueden encontrar republicanos (José Bergamín o el doctor Vega Díaz), predominan los de origen franquista, entre los que destaca la presencia nada menos que de José María Gil Robles, ex Presidente de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), ex Jefe de Gobierno durante el bienio negro de la República e instigador de la sublevación militar, democristiano y monárquico que había regresado a España tras un periodo de exilio voluntario en Portugal, declarado anticomunista que se encontraba en plena revisión de su propia biografía política.

La segunda generación representada era la de quienes siendo jóvenes en la guerra, y habiendo participado o no en ella, habían iniciado su obra ya en el franquismo, Laín, Ridruejo, Celaya o Cela, por ejemplo, a los que se juntaba  una tercera generación, la de los niños de la guerra, formados ya como artistas o intelectuales ya en la dictadura. A la transversalidad generacional se unía también la profesional. Entre los 25 firmantes había prácticamente de todo: profesores universitarios, científicos, investigadores, poetas, novelistas, dramaturgos, artistas plásticos e incluso un arquitecto, un médico y un abogado.

Gonzalo Torrente Ballester
Sin embargo, el mayor ejercicio de equilibro se encuentra en las distintas posiciones políticas que venían a representar aquellos 25 firmantes. Los había, como no podía ser de otra forma, comunistas, pero tan sólo cuatro eran militantes más o menos organizados (Celaya, Sastre, Cordón y Buero), a los que se podrían añadir otros tres que se movían en su círculo de influencia (Aldecoa, Millares, Saura). Los otros diecinueve firmantes variaban entre los simples liberales apolíticos, como el propio don Ramón, hasta los exfalangistas (Ridruejo, Laín, Torrente Ballester), viejos democristianos y monárquicos cedistas (Gil Robles y Jiménez Fernández), cristianos nuevos (Aranguren) y el cristiano viejo José Bergamín, el más rojo de todos los creyentes en Cristo, vuelto hacía poco del exilio y al que estos hechos acabarían por obligarle a volver a él. Faltaban los socialistas, pues el único que podría adscribirse a esa ideología, el doctor Francisco Vega Díaz, había sido director de Sanidad del Gobierno de la República hasta el final de la guerra y pertenecía al núcleo más íntimo de colaboradores de Juan Negrín, del que había sido alumno, por lo que no parece que en esos años se pudiera encontrar en muy buenas relaciones con el PSOE que desde Francia dirigía ya entonces Rodolfo Llopis, contrario por completo a cualquier roce político con los comunistas.

No queda constancia de que Fraga respondiera de ninguna de las maneras al requerimiento de intermediación de tan ilustres compañeros de intelectualidad, aunque es seguro que trasladó la carta a las instancias gubernamentales correspondientes, que como en otras ocasiones anteriores dieron la callada por respuesta. Lo que no se mienta no existe. En previsión, no obstante, de ese silencio administrativo, que por supuesto esperaban, los organizadores habían distribuido la carta entre las embajadas y los corresponsales de prensa extranjeros en Madrid, que dieron buena cuenta de ella en sus respectivos periódicos.

En unos momentos en los que el franquismo intentaba salir de una profunda crisis económica mediante el acercamiento a las grandes potencias capitalistas, cuando el mismísimo Eisenhower  había viajado ya hasta España para charlar de tú a tú con el Caudillo, el hecho de que 25 de sus más prestigiosos intelectuales vinieran a recordar a todo el mundo que en España no se respetaban las más simples libertades, moneda común en el resto de los países, debió caerle al régimen como un jarro de agua fría. Y más cuando los obreros asturianos estaban dando otra vez la lata y comenzaban a imitarles en el resto del país. Pero de todas formas sabían que la mala publicidad era un coste que tenían que pagar, y pensarían que si el tiempo había hecho olvidar sus simpatías con el nazismo, qué no sucedería con la opinión de aquellos cabezas de chorlito, marionetas del comunismo y la masonería internacionales. Solo tenían que cubrirse la cabeza con el gorro cuartelero y esperar a que pasara el chaparrón.

Lo que probablemente no esperaba la dictadura, porque era la primera vez que ocurría, es que 17 días después de la carta transcrita, otros 40 intelectuales iban a solidarizarse conlos 25 anteriores mediante un escrito que sería el primero de unos cuantos que le sucedieron y que mantuvieron el caso abierto e “in crescendo” durante lo que quedaba de mes. Podía parecer que ante la primera petición, los firmantes de la segunda se hubieran sentido impelidos, en una reflexión espontánea, a mostrar su solidaridad pública. Un aparente acto causa-efecto que en realidad no tenía nada de tal, pues, viendo lo ocurrido después, no puede deducirse sino que estaba pensado desde el principio como una táctica para prolongar la resonancia de la protesta. Nadie que yo sepa lo  ha explicado así, pero en lo que se sabe hay un hecho que lo indica claramente. Armando López Salinas ha explicado como recogió la firma de Ramón Menéndez Pidal para el primer documento, sin embargo él mismo no lo firmó, como hubiera hecho en anteriores ocasiones, y se reservó para suscribir el segundo, junto a la mayor parte de los artistas y escritores comunistas que no habían aparecido en el primero, pese a haberlo redactado, recogido las firma y difundido.

El breve texto de aquella primera reacción colectiva, dirigido a Menéndez Pidal, era una simple adhesión a las peticiones del primero, repitiendo su mensaje, aunque con menos circunloquios lingüísticos, y reivindicando, directamente y con ese nombre, “el derecho de huelga”. También pedían la puesta en libertad de los huelguistas que habían sufrido “detenciones y sanciones gubernativas”. En realidad eran sumamente suaves y diplomáticos, pues lo que se había desatado en las cuencas mineras y en otros lugares era una profunda y cruel represión, palizas y torturas incluidas, especialmente a partir de la declaración de Estado de Excepción en Asturias, Vizcaya y Guipúzcoa el 5 de mayo, un día antes de la primera carta. Pero ese tema ya llegaría.

De izquierda a derecha: Gabriel Celaya, Carlos Muñiz, 
Alfonso Sastre, Mari Dapena, Jose María de Quinto y Eva Forest.
De momento, los 40 nuevos adheridos a las reivindicaciones iniciales ya no mostraban los equilibrios generacionales o ideológicos de los primeros 25 firmantes. La practica totalidad de ellos pertenecían a la nueva generación de los 50, eran muy mayoritariamente de izquierdas y antifranquistas declarados y, eso sí, practicaban las más distintas ramas de la cultura (teatro, plástica, cine, literatura, crítica…), con apenas firmantes procedente de la universidad. Dejo aquí la lista completa, porque no ocupa mucho y tiene cierto morbo saber cuáles de nuestros autores del momento andaban por estas cosas. No están todos los que eran, pero sí eran todos los que están.

Lucio Muñoz (pintor), Juan Manuel D. Caneja (pintor), J. Ramos Valdivielso (¿), Pedro Mozos (pintor), Martín Sáez (pintor), José Paredes Jardiel (pintor), José Caballero (pintor), Lauro Olmo (dramaturgo), Ricardo Doménech (crítico teatral), Carlos Muñiz (dramaturgo), Manuel Pilares (escritor), Ricardo Rodríguez Buded (dramaturgo), Alberto González Vergel (director teatral), José Monleón (crítico teatral), Luís Delgado Benavente (dramaturgo), Fernando Fernán Gómez (actor y escritor), Trino Martínez Trives (director teatral), Francisco Rabal (actor), Carlos Saura (director cinematgráfico), Carmen Martín Gaite (novelista), Carlos Barral (poeta y editor), J. M. Caballero Bonald (escritor), Armando López Salinas (novelista), Jesús López Pacheco (escritor), Juan Goytisolo (novelista), Amparo Gastón (poeta), Rafael Soto Vergés (poeta), Juan García Hortelano (novelista), Ángel González (poeta), Ángel Crespo (poeta), Gabino Alejandro Carriedo (poeta), José Luís Cano (poeta), Antonio Taylor (¿), Carlos Clarimón (novelista y publicista), Nino Quevedo (cineasta y escritor), Ramón Nieto (escritor), José María de Quinto (escritor), Leopoldo de Luís (poeta), Francisco Moreno Galván (pintor y poeta), José María Moreno Galván (critico de arte y flamencólogo).

Aquellas primeras adhesiones suponían el comienzo del importante efecto eco que iba a tener la carta inicial. Dos días después de la adhesión de los madrileños llegó la de los catalanes remachando el clavo. El texto era similar al anterior: libertad de información y derechos laborales, pero en este caso la carta incluía un reivindicación adicional que no deja de ser significativa:

“exponemos nuestra voluntad para una completa libertad cultural para las diversas minorías nacionales comprendidas dentro del Estado Español, de acuerdo con los principios de la UNESCO, de los cuales España es signataria.”

Salvador Espriu
Los firmantes del manifiesto catalán no eran cualquier cosa. Por el lado cuantitativo porque la carta llevaba nada menos que 120 firmas, prácticamente la nómina completa de la intelectualidad de Cataluña en aquellos momentos, tanto de los que se expresaban en castellano, en el caso de los escritores, como de quienes utilizaban el catalán en su obra. Cualitativamente, sus nombres representaban lo más valioso y respetado de la cultura catalana del siglo XX, dentro y fuera de Cataluña. Abundaban entre ellos los pertenecientes al mundo universitario, como el historiador Josep Benet, el filólogo Jordi Carbonell o los filósofos Josep M. Calsamiglia y Jordi Rubio i Balaguer, pero el peso de la solidaridad caía sobre artistas, escritores  y derivados. Literatos firmaban, entre muchos otros, Manuel de Pedrolo, Joaquín Molas, Ana María Matute, Gabriel Ferrater, Luís Goytisolo o Joan Fuster, a los que había que añadir los dedicados directamente a la lírica, que abundaban, y de renombre: Marià Manent, Francesc Vallverdú, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, José María Valverde, Joan Oliver (Pere Quart), J.V. Foix, Jaime Gil de Biedma y Salvador Espriu, el maestro poético del momento.

Los artistas plásticos tenían una presencia destacada (J. M. Subirachs, Rafols Casamada, Llorens Artigas, y Antoni Tapies estaban), y en medio de literatos y pintores, Joan Brossa. Había cineastas (Joaquín Jordá, Vicente Aranda, Romà Gubern), fotógrafos (Leopoldo Pomés, Francesc Català-Roca), críticos de arte o literatura (Alexandre Cirici Pellicer, José María Castellet), sacerdotes (José Jaén, Josep Dalmau) y hasta dos efímeros cantautores, el también periodista y novelista Josep María Espinàs y el librero y crítico cinematográfico Miquel Porter Moix, que ya andaban en el empeño de crear la Nova Canço Catalana.

A estas alturas la prensa internacional ofrecía casi a diario nuevas noticias sobre las huelgas asturianas y las protestas intelectuales correspondientes, informaciones que llegarían a colectivos intelectuales de distintos países y que darían lugar a sendas cartas de adhesión a los primeros firmantes llegadas desde México y Francia. 88 nombres de destacados exiliados españoles en México fueron, antes que los madrileños y catalanes, los primeros en expresar su adhesión al escrito encabezado por Menéndez Pidal. Solo algunos: León Felipe, José Giral, Pere Bosch Gimpera, Juan Rejano, Margarita Nelken, Wenceslao Roces, Mas Aub, Cipriano Rivas Cherif, Antonio Robles, Adolfo Sánchez Vázquez, Carlos Velo, Rodolfo Halffter, Ramos Xirau, Vicente Rojo…

Los exiliados no escribieron una carta a nadie ni pedían nada en ella, era más bien un comunicado que dieron a conocer el 16 de mayo, es decir, apenas 10 días después del primer manifiesto-carta, lo que, teniendo en cuenta la velocidad de transmisión de las noticias en la época, y más de noticias como esta, significa que se pusieron a la faena nada más enterarse de lo que estaba pasando. El texto, breve, no tenía, como digo, ningún carácter reivindicativo. Se trataba simplemente de la expresión colectiva de respeto y orgullo, de emoción, que aquellos intelectuales, artistas y políticos, que llevaban ya 23 años fuera de su tierra, sentían ante los mineros e intelectuales que con tal valor se enfrentaban con el dictador y con los que no podían por menos que identificarse íntimamente. A mi entender es un comunicado político con una fuerte corriente emotiva subterránea.

“Desde hace varias semanas se están produciendo en España importantes acontecimientos que no pueden dejar de llamar nuestra atención. Una gigantesca ola de huelgas se extiende por todo el país. Decenas de miles de obreros participan en ellas. Con esta viril actitud expresan la repulsa del pueblo español a las condiciones en que vive bajo la dictadura franquista, privado de las más elementales libertades y derechos humanos.  El documento suscrito por un grupo de eminentes intelectuales españoles, encabezado por el Presidente de la Academia Española de la Lengua, don Ramón Menéndez Pidal, denuncia clara y valerosamente el engaño en que se mantiene a la nación al ocultarle la verdadera situación del país.  Como intelectuales españoles emigrados en México, unidos ante todo por la misma preocupación por el destino de nuestra patria, saludamos con profunda emoción el ejemplo de la dignidad, unidad y sacrificio que están dando los obreros españoles, así como los intelectuales y estudiantes que, junto con ellos, pugnan por encauzar el país hacia el recobro de sus libertades y de su soberanía nacional.”


Jean Paul Sartre y Simone de Beavoir
La siguiente andanada, y última de esta primera batalla epistolar, llego disparada por más de un centenar de intelectuales y artistas franceses, todos ellos de relieve, el mismo día que los catalanes dispararon la suya. En ella firmaban, aportando su granito de arena, los dos matrimonios, o similares, de intelectuales más famosos no sólo de Francia. Los formados por Louis Aragón y Jean Paul Sartre con Elsa Triolet y Simone de Beavoir respectivamente. También estamparon su nombre nombres tan relumbrantes como los de André Bretón, Raymond Aron, Michel Butor, Claude Roy, Jean Cassou, Claude Couffon, Marguerite Duras, Michel Leiris, Christian Zervos, Robert Marrast o Piere Vilar. También dos españoles: Pablo Picasso y Fernando Arrabal. El documento es breve, pero revela la alta consideración y respeto que tantos intelectuales ante la España antifranquista y su aversión hacia la dictadura. Aunque no todos los firmantes, ni mucho menos, fueran comunistas, en su redacción estaba presente la impronta del partido, y no sólo porque entre quienes lo suscribían figurara Maurice Thorez, el histórico secretario general del PCF, ya muy enfermo del mal que le mataría dos años después. La insistencia en destacar el carácter unitario del manifiesto inicial así lo delataba:

“Las grandes huelgas de Asturias y del País Vasco tienen una profunda repercusión en España. Los estudiantes y profesores de Madrid y Barcelona se solidarizan con los huelguistas. La agitación se extiende a Portugal. Reina una profunda emoción en todo el mundo civilizado… Nacido en medio de la sangre, asentado sobre millares de asesinatos, de condenas y ejecuciones, es preciso que el régimen del general Franco sucumba sin nuevas matanzas y que la democracia renazca sin una nueva guerra civil. Actualmente circula un manifiesto por España, firmado por los hombres más representativos de todas las tendencias de la oposición: Menéndez Pidal, Pérez de Ayala, Gil Robles, Giménez Fernández, Laín Entralgo, Gabriel Celaya, Dionisio Ridruejo, etc. 
El hecho de que se haya llegado a este acuerdo demuestra que España puede reconquistar la libertad sin nuevos derramamientos de sangre.  Fundado en la fuerza, el régimen de Franco no capitulará por las buenas. Reprimirá brutalmente las huelgas e intentará romper por todos los medios el vasto movimiento de unión por la libertad. Franco cuenta con el apoyo de los medios internacionales, políticos, militares y financieros, que lo han sostenido y que, en muchas ocasiones, han contribuido así a cerrar las puertas de la prisión franquista sobre el pueblo español. Es preciso que no se repita esta ayuda para consolidar este régimen.
 Conscientes de la lucha del pueblo español por la paz del mundo y por la libertad de Europa, y teniendo presente la deuda que los demócratas de todos los países tenemos contraída con él, manifestamos nuestra completa solidaridad con todas las fuerzas en lucha por la libertad de España. Nos comprometemos a apoyarlos con todas nuestras fuerzas… Con esto creemos contribuir a librar a España y al mundo de un régimen nacido en la oleada fascista que estuvo a punto de dominar a Europa y que todavía queda como un bastión opresivo y amenazador.”


Atahualpa Yupanqui. Preguntitas sobre dios




Mujeres en la calle


No hay que pensar, no obstante, que la firma de cartas fue la única acción en solidaridad con los mineros en huelga que salió de las filas del mundo cultural español, sobre todo de la universidad, pero también de otros ámbitos cercanos.

Armando López Salinas
Según cuentan las crónicas, el 9 de mayo de 1962, recién estallada la huelga pues, un grupo de intelectuales catalanes y madrileños presentaron en una librería de Barcelona la revista "Siega", publicación semi-legal (o semi-clandestina, según se mire) que editaban los estudiantes de la Facultad de Económicas que unos años después constituirían el Sindicato Democrático de Estudiantes. El acto era importante y se movía en el ámbito político del PCE y el PSC, partidos hermanos en España y Cataluña a los que pertenecían, como simpatizantes o como militantes directos, toda la nómina de presentadores, que fue extensa. La representación catalana tras el estrado era importante, todo poetas o casi: Joan Oliver (Pere Quart), José M. Castellet, Francesc Vallverdú, Jaime Gil de Biedma y José Agustín Goytisolo. De Madrid habían llegado Alfonso Sastre, Gabriel Celaya, Jesús López Pacheco, Armando López Salinas y Antonio Ferres, prácticamente la plana mayor de la intelectualidad comunista madrileña. Aunque la huelga había comenzado apenas hacía dos semanas, la lumbre se había corrido ya por España entera, como bien señalaría luego Chicho en su canción, y el tema salió a relucir en el coloquio con el consiguiente aumento de temperatura en la sala, que acabó estallando en una espontánea manifestación callejera de los asistentes, intelectuales y estudiantes, al canto de “Asturias, Patria querida”. Quién les iba a decir a ellos que aquella canción, entonces prácticamente un canto de borrachos, pero que les servía de seña de identificación con los asturianos, se iba a convertir en el himno oficial del Principado.

Aquella inicial confluencia intelectual-universitaria pudo ser, tampoco lo he estudiado con precisión, la primera de las numerosas manifestaciones en solidaridad con los huelguistas que tuvieron lugar en los meses siguientes, sobre todo en Barcelona y Madrid, pero también en otros centros. En ellas fueron detenidos casi dos centenares de estudiantes, entre los que se encontraban algunos al borde de formar parte de la intelectualidad del momento, como Manuel Vázquez Montalbán, ya entonces un alevín de periodista a punto de publicar su primer libre, escrito en prisión, el luego crítico literario Salvador Clotas, el historiador Jaume Sobrequés o Lourdes Ortíz, posteriormente dramaturga y novelista y por aquel entonces ya responsable de la organización comunista en la Universidad de Madrid, o a punto de serlo. 

Gloria Ros
Pero aún teniendo importancia estas manifestaciones estudiantiles, entiendo que si alguna de las movilizaciones en la calle de aquellos días tuvo una significación histórica es la que protagonización alrededor de cien mujeres madrileñas, relacionadas por vía familiar con el mundo de  la cultura o intelectuales, licenciadas y escritoras ellas mismas. Según figura en alguna parte, las promotoras de la acción habrían sido concretamente Gabriela Sánchez Mázas (hermana de Chicho Sánchez Ferlosio y pareja de Javier Pradera), Ana Guardione (pareja de Chicho), Carola Torres (pareja de José María Moreno Galván) y Eva Forest (pareja de Alfonso Sastre), todas ellas en el entorno del PCE. Llama la atención la inclusión en este grupo de conspiradoras iniciales, tan notoriamente comunistas, de Gloria Ros, casada con Dionisio Ridruejo, cuyo marido andaba entonces con los tiras y aflojas políticos que conoceremos.

Es de imaginar la transmisión de la convocatoria por medio de innumerables charlas de café y llamadas telefónicas: “A las 12 del día de San Isidro en La Puerta del Sol. Pásalo”. Pese a la precariedad de los medios y la falta de experiencia de aquellas intelectuales madrileñas en lides semejantes, la convocatoria funcionó, si bien el desarrollo parece ser que fue bastante frustrante y un tanto chusco. Allí estaban, en La Puerta del Sol, al medio día del martes 15 de mayo, festividad de San Isidro, patrón de la ciudad, aquel casi un centenar de mujeres, entre las que se encontraban la novelista Dolores Medio, la poeta Concha Lagos, la escritora Concha Fernández Luna, la luego editora Felicidad Orquín o Josefina Aldecoa, que aún no era la reconocida novelista que sería luego, sino tan sólo “la mujer de Ignacio Aldecoa”. En el mismo apartado de “mujeres de” se podría incluir a un buen número de convocantes, desde Amparo Gastón (pareja de Gabriel Celaya) o Teresa Bergamín (hija de José Bergamín) a  Isabel Hierro (hermana de José Hierro), Pepa Ramis (casada con José Manuel Caballero Bonald) o María Luisa Romero (esposa de José María de Quinto), además de la totalidad de las convocantes iniciales. Igualmente estaban entre las manifestantes Dulcinea Bellido, Carmen Rodríguez y Natalia Calamai, casadas, respectivamente con los dirigentes comunistas Luis Lucio Lobato y Simon Sánchez Montero y el joven abogado del Felipe Nicolás Sartorius, los tres entonces en la cárcel.

Incluso hay quien citó entre las manifestantes --ElSocialista de aquel mes, por ejemplo-- a las actrices Nuria Espert y Aurora Bautista, posibilidad creíble pues las dos se movían en los mismos círculos culturales, políticos y amistosos. Conviene recordar que esta última, que había sido un auténtico icono del cine imperial franquista, ya había rodado en 1959 “Sonatas” con Juan Antonio Bardem, que alguna conversación concienciadora debió tener con ella, y que estaba a punto de convertirse en un rostro señero del nuevo cine español cuando dos años después protagonizada “La tía Tula”, versión de Miguel Picazo de la novela de Unamuno.

Isabel Álvarez de Toledo
No obstante, la presencia más llamativa en aquella concentración femenina debió ser la de Isabel Álvarez de Toledo, XXI duquesa de Medina Sidonia, XVII marquesa de Villafranca del Bierzo, XVIII marquesa de los Vélez, XXV condesa de Niebla y tres veces Grande de España. Era mucho título para un alboroto callejero. Sin embargo, a quienes la conocían no debió resultarles extraño, sino al contrario, coherente, la presencia en aquella cita de tan aristocrática joven, que tenía entonces 27 años y era de carácter levantisco y dada a la literatura, como probaría unos años después con la publicación en la editorial comunista parisina Ebro su novela “La huelga”, en la que apuntaba los dardos contra los terratenientes andaluces, su propia clase, a la que acabaría regresando con el tiempo.

El poeta y novelista José Manuel Caballero Bonald asistió a lo sucedido aquel día en compañía de otros compañeros de profesión, como Fernando Baeza, Gabriel Celaya o Angelino Fons, movidos por la solidaridad con sus mujeres manifestantes y, claro está, con los mineros; aunque si se escarbara, también sería posible encontrar algún rastro de proteccionismo masculino muy de la época. Casi cuarenta años después el poeta y novelista rememoró en sus memorias[11] lo que vieron sus ojos aquel día, dándole al recuerdo el toque de irónico distanciamiento que permite el paso del tiempo:

“Al  hilo de los acontecimientos se organizó una manifestación de mujeres en la Puerta del Sol, con ánimo de reiterar públicamente la protesta contra esas últimas vejaciones calificadas por Fraga de ‘tomadura de pelo’. Parece ser que aquella movilización femenina estuvo mal planteada desde un principio, pues a poco de iniciarse o una ver articulado un grupo de cierta apreciable consistencia. Pudimos comprobar que había más policías que manifestantes. Tampoco es que se hubieran congregado muchas mujeres, pero, aun dando por supuesto esa posibilidad, la abundancia de peatones que transitaban a aquellas horas por la Puerta del Sol habría impedido realmente que se hicieran notad demasiado. No se produjo ninguna violencia ni las dispersó ninguna carga policial. Simplemente fueron detenidas por grupos y conducidas a las terribles dependencias de la Dirección General de Seguridad. Me cuesta trabajo entender cómo aquellos agentes de la brigada político-social actuaron con tan metódica pericia, identificando entre los transeúntes, sin otra ayuda que la del olfato de sabueso, a todos los que habían acudido a aquel conato de manifestación. ¿Cómo se enteraron de la furtiva convocatoria y a través de qué astutas estrategias fueron reconociendo y neutralizando a la mujeres? Me inclino a creer que esos agentes pertenecían a una brigada selecta adiestrada en la sutil especialidad de detectar la presencia de antifranquistas. Sin duda que el sistema policiaco de la dictadura podría ser acusado de todas clases de tropelías, pero en ningún caso de inoperancia.”

El recuerdo traicionó a Caballero Bonald en la ubicación cronológica exacta de la manifestación, qué el sitúa después de la carta de Fraga, la de la “tomadura de pelo”, correspondiente a las huelgas y los manifiestos de octubre de 1963, cuando la concentración femenina en La Puerta del Sol, tuvo lugar más de un año antes, en mayo de 1962. Tiene razón, en cambio, al destacar la eficacia represora de la Brigada político-social, de negro recuerdo para todos los rojos de la época. Lo que causa extrañeza es que es el escritor se extrañe de ello, pues contaban la social, y él lo sabía, con numerosos instrumentos para enterarse de lo que iba a pasar antes de que sucediera, y más aún en un medio como el cultural madrileño, tan pequeño y tan dado al cotilleo personal y político, en el que una convocatoria así debía resultar casi pública. Todas las manifestantes eran conocidas como desafectas al régimen, cuyos maridos y familiares habían sido detenidos con anterioridad y cuya vida era minuciosamente escrutada con los seguimientos, las vigilancias, las escuchas telefónicas o, sobre todo, con los variados confidentes policiales que merodeaban entre las mesas, se sentaban en tertulias o charlaban en la barra y comunicaban a sus jefes todo lo que escuchaban.

Caballero Bonald, Claudio Rodríguez y Jaime Gil de Biedma
El mismo Caballero Bonald rememoraría a posteriori aquellas conspiraciones, recuerdo que reproduzco, porque creo que puede contribuir a entender el ambiente en el que se desarrollaban las conspiraciones político-culturales de esos años (En otros terrenos, como el obrero, la precaución era mucho mayor), a más de dejar claro que, en aquel ambiente, nada podía quedar oculto al ojo del policía, “abierto de noche y día”, como cantaría años después Adolfo Celdrán con verso de Nicolás Guillén:

“Nos reuníamos sin ninguna regularidad en casa de Carmina Labra, de Gabriel Celaya o en la mía propia, y trabamos de convencernos de que ahí mismo se estaba gestando la inminente caída del imperio franquista. También se celebraban sigilosas reuniones en iglesias de barrio, cuyos párrocos prestaban con gusto sus instalaciones y para las que me visaba siembre Natalia Calamai, la mujer de Nicolás Sartorius, una activista con mucho encanto. Pero la más movida de esas sesiones tenía lugar en el ya desaparecido café Pelayo –que debía su nombre  la calle donde estaba: la de Menéndez Pelayo, cerca de Alcalá--, con asistencia incluso de un policía que había ido adquiriendo cierta furtiva confianza con la clientela y saludaba familiarmente a algunos de los conspirados habituales. Pero al café Pelayo yo no acudí sino en su última etapa y muy de vez en cuando, a poco de volver a Colombia. La asistencia a estos conciliábulos era muy variable: había militantes comunistas, que eran los más –aunque las células solapaban a veces su identificación--, emisarios extranjeros de paso y diversas especies de conjurados por libre: Ángel González, García Hortelano, Alfonso Grosso, Antonio Ferres, López Salinas, Javier Alfaya, Alfonso Sastre, Juan Eduardo Zúñiga, Eduardo García Rico, Felicidad Orquín, José Esteban, Isaac Montero, María Amposta –entonces mujer de Pericas y luego de García Hortelano—Jesús López Pacheco, Martínez Menchén, Ricardo Zamorano… Si no se planteaban estrategias políticas de despegue inmediato, podían ocurrir cosas muy peregrinas. Quiero decir que la simple sospecha de estar representando el papel de hombres de poca fe o de ilusos declarados, propagaba entre los asistentes la tentación de los remedios etílicos.”

Amparo Gastón, Sabina de la Cruz, Blas de Otero
y Gabriel Celaya
Como se puede ver apenas había presencia femenina entre los conjurados, aunque probablemente sería más adecuado decir que lo que no había era conciencia masculina de la presencia femenina en aquellas conjuras antifranquistas de, al parecer, tan frecuente conclusión alcohólica. Por el contrario, y según sabemos por el propio testimonio de muchas de ellas, las mujeres, fuera en su condición de intelectuales o “esposas”, siempre estuvieron presentes en aquellas reuniones, en casas clandestinas o bares públicos, sobrias o con tres copas de más, participando y organizando las batallas correspondientes, aunque ante las luces de los focos, los de entonces y los de ahora, quienes aparecieran fueran sus mucho más conocidos maridos. Tal vez es que política, como el coñac Soberano, era cosa de hombres. Precisamente por romper con esa concepción de la política como un territorio en el que también las mujeres estaban subordinadas a los hombres, sin presencia propia, es por lo que me parece históricamente importante aquella manifestación, que sólo ellas pensaron, convocaron, intentaron llevar a cabo y pagaron.

No cabe duda de la valentía del gesto de aquellas mujeres, buena parte de las cuales pasaron tras su detención las preceptivas 72 horas en los calabozos de la DGS, apenas a unos metros de dónde habían intentado manifestarse, y terminaron enfrentándose a multas gubernativas, al parecer de entre 5.000 y 25.000 pesetas, que algunas decidieron no satisfacer, pagando su importe con meses de presidio. Igualmente fueron detenidos y multados los maridos mirones, pese a que su única actuación ilícita había sido la de mirar. También fue, todo sea dicho, una acción un tanto ingenua, fruto de la inexperiencia generalizada en aquella época en organizar manifestaciones previamente convocadas, que no fueran resultado de un estallido de rabia más o menos espontánea, sobre todo en el mundo universitario. Pero su gesto tuvo, creo yo, una dimensión que sobrepasa la de la simple acción coyuntural fechada en el tiempo.

Aquel conato de manifestación del día de San Isidro fue la primera vez desde la victoria franquista que un numeroso grupo de mujeres expresaban públicamente su propia identidad política, independiente de la que pudieran tener sus familiares masculinos, maridos, hermanos o primos, o sus colegas de profesión, por mucho que las apoyaran y por mucho que las reivindicaciones planteadas tuvieran poco que ver con su condición femenina. Además, la concentración fue el germen del primer movimiento organizado de mujeres nacido en la España de la segunda mitad del siglo pasado.

Carmen Rodríguez y Simón Sánchez Montero
Tras la manifestación, y tras salir las protagonistas de los calabozos de la DGS, La dirección del PCE convocó a algunas de ellas, el núcleo de militantes que había participado en su organización, a una reunión que tuvo lugar en la vivienda que Ana Guardione y Chicho Sánchez Ferlosio compartían en la madrileña Colonia del Viso, aunque el incipiente cantautor se encontraba en esos momentos cumpliendo en El Sahara su servicio militar obligatorio. Aparte de la anfitriona, estuvieron allí Carola Torres, Gabriela Sánchez Ferlosio, Josefina Arrillaga, Felicidad Orquín, Carmen Rodríguez y Dulcinea Bellido, todas ellas conocidas ya del lector. 

Por parte del PCE acudieron sus dos máximos responsables madrileños en aquel momento: Francisco Romero Marín, héroe guerrillero en la URSS y ex responsable de los pasos clandestinos en la frontera francesa, cuya firmeza le valdría posteriormente el sobrenombre de “el tanque”, y Julián Grimau, a sólo seis meses de su detención. Concorde con la política de reconciliación nacional y de acoso colectivo a la dictadura, la pretensión de la dirección comunista era fomentar una asociación de mujeres, que incluyera a militantes, mujeres de presos e intelectuales femeninas procedentes de todas las áreas antifranquistas para luchar, básicamente, por la amnistía de los encarcelados, un objetivo parcial y limitado, pero de gran relevancia en aquellos años en que las cárceles franquistas se habían vuelto a llenar de nuevas generaciones de presos procedentes de las luchas obreras y universitarias.

Fruto de aquella reunión inicial, iría surgiendo lo que un año después apareció públicamente como Movimiento Democrático de Mujeres. No era todavía la irrupción del feminismo en España, pero sí el primer paso en la organización independiente de las mujeres, que aunque todavía centrada en causas subsidiarias de las masculinas, como la amnistía o la solidaridad, acabaría desembocando, años después y tras muchas peripecias evolutivas, en el movimiento feminista actual.


Victor Jara. La hierba de los caminos




Recuperando fuerzas


A principios de junio de 1962, tras ocho semanas de huelga, los mineros volvieron a sus pozos. Consideraban un éxito la movilización, al menos parcial, pues se  habían logrado una buena parte de las mejoras salariales y laborales que exigían, aunque les quedara un regusto amargo por el encarcelamiento de 12 huelguistas, que cumplieron pequeñas condenas, y la deportación de otros 125, compañeros que no podían ser olvidados. El régimen se debió sentir igualmente aliviado con la vuelta de los mineros a los pozos, una vuelta que pensaban terminaría con la grave campaña de desprestigio que estaban sufriendo en el exterior, por mucho que hubieran debido ceder a las reivindicaciones laborales y, sobre todo, por mucho que su sindicato oficial, el famoso Vertical, hubiera perdido cualquier clase de influencia que hasta el momento hubiera podido ejercer en las cuencas mineras.

Pero el fin de aquella “Huelga de Primavera” no supuso la tranquilidad laboral en Asturias, en la que continuaron los pequeños paros casi permanentes en los siguientes meses. Al fin y al cabo, aún conseguidas algunas mejoras, aún quedaban compañeros en la cárcel o en el destierro. Según un informe policial de la época, en esos dos meses primaverales de 1962 habían sido detenidos en Asturias un total de 356 trabajadores (264 por incitación a la huelga, 19 por el plante de Baltasara, 65 por militancia comunista, 5 por pertenecer al FLP y 4 por la distribución de propaganda socialista), de los que 28 aún permanecían encarcelados a mediados de junio. Ya en agosto de aquel mismo año tuvo lugar un nuevo paro de considerables proporciones. La chispa que desató el fuego fue el intento de despido de un picador del Pozo Venturo, de Duro Felguera, llamado César Rodríguez y militante comunista. Aunque el paro no alcanzó las proporciones del de primavera, aquel verano pararon en Asturias más de 20.000 mineros, que venían a avisar que las cuentas aún no estaban saldadas. La nueva huelga saltaría en el verano de 1963, entre julio y septiembre, y aunque no tendría el enorme seguimiento de la primera, alcanzó tintes aún más dramáticos, especialmente en la durísima represión que desató.

Los firmantes de las cartas de solidaridad consecuentes, por su parte, regresaron en ese intermedio a sus libros o cuadros, aunque sin desconectarse de lo que seguía sucediendo en Asturias. Al menos así lo intentó el PCE, del que consta que aquel verano de 1962, entre otras acciones y solidaridades, reunió nada menos que en Helsinki a un cierto número de intelectuales para que un minero, que había tenido que salir de España para no ser detenido, les contara lo que había pasado. Algunos asistentes habían llegado desde España, como era el caso del crítico de arte Vicente Aguilera Cerni, la directora y escritora teatral María Aurelia Capmany, el novelista Antonio Ferres o la entonces aún sin editar novelista Eva Forest, casada con Alfonso Sastre. Otros eran figuras universales de la literatura, tres de los cuales ganarían el Premio Nobel en el futuro: el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el chileno Pablo Neruda y el francés Jean Paul Sartre. También asistieron el cubano Nicolás Guillén y el soviético Ilya Ehrenburg.

Quién debía informar a tan alto plantel intelectual, que no consta si se sintió intimidado por el renombre de los que se sentaban frente a él, había trabajado en la siderurgia de Mieres, tenía tan sólo 26 años y para entonces ya conocía con detalle las cárceles franquistas. Su nombre llegaría a alcanzar una dimensión casi mítica en la historia del sindicalismo democrático español del siglo XX. Se llamaba Manuel Álvarez Ferrera, aunque era más conocido por su sobrenombre de “Lito”, o, en referencia al pueblo asturiano en el que había nacido “Lito el de la Rebollá”. Con apenas 15 años ya trabajaba, y más o menos a esa edad comenzó a militar en la Juventud Obrera Cristiana, participando en luchas reivindicativas que le llevaron varias veces al despido, siempre con readmisión posterior. Sus creencias religiosas, de las que no renegaría nunca, no le impidieron ingresar con 19 años en el PCE, edad a la que fue detenido por primera vez, iniciando un calvario de sucesivos encarcelamientos.

Manuel Álvarez "Lito"
Según el propio Lito explicaría posteriormente, la cárcel había sido su verdadera escuela, pues en ella descubrió el amor por la cultura y el conocimiento, que le despertaría un voraz apetito cultural y le convertiría en el intermediario ideal entre el mundo obrero y el intelectual. Labor que desempeño durante sus años de exilio en representación de Comisiones Obreras, de las que era uno de los fundadores y a las que perteneció hasta su fallecimiento en 2013, por mucho que en los últimos años criticara su creciente burocratización y sus carencias reivindicativas. Durante aquellas huelgas de primavera, Lito era ya un hombre marcado, que había tenido que pasar a la clandestinidad y que perseguido noche y día tuvo que exiliarse para evitar la detención, que en este caso le hubiera valido, dada su reincidencia y su implicación dirigente en los paros, largos años de cárcel.
                                                                                                  
Manuel Álvarez Ferrera regresó legal a España en 1967, continuando su militancia política y sindical. Cuando ya en la democracia el Gobierno le ofreció 690.000 pesetas como “indemnización por la represión sufrida durante el franquismo” las rechazó con un argumento inapelable: "No quiero el dinero. Me vale con una plaquina en La Rebollada, que si quieren se la hago yo, en la que se reconozca lo que luchamos por la clase obrera cuatro amigos y yo". Ese era el joven que aquel día de verano se reunió en Helsinki con tal plantel de lumbreras intelectuales (dicho sea sin el menor ánimo peyorativo) para contarles que en España se seguía luchando, y se luchaba duro.  Intimidado no, a mí me hubiera acojonado. 



TapioHeinonen (Finlandia) “Canción para Julián Grimau”





El largo y cálido verano del 63


No se sabe muy bien cómo se produjo la primera chispa de la rebelión de los intelectuales ante lo que estaba sucediendo en Asturias durante el verano de 1963. Una nueva huelga minera de gran magnitud, que continuaba la de hacía un año, y ante cuya brutal represión reaccionaron los profesores, artistas, creadores y otros individuos de turbio pensar. Fue una huelga enmarcada en dos sucesos trágicos, en los que no vamos a insistir, pues nos apartarían del tema, pero que no se puede menos que dejar consignados. El 20 de abril de ese mismo año había sido fusilado, tras las correspondientes torturas, incluido tirarle desde una ventana, el dirigente comunista Julián Grimau, el último ejecutado por sucesos supuestamente ocurridos en la guerra civil. El 18 de agosto, en medio de las huelgas, el verdugo ejecutó a garrote vil a los anarquistas Francisco Granados y Joaquín Delgado, condenados por la colocación de sendas bombas en dos organismos oficiales, acción en la que, como se demostró posteriormente, no habían participado. En ambos casos tuvo lugar una fuerte campaña internacional para evitar su muerte, y dentro de España varios intelectuales, entre ellos Menéndez Pidal, realizaron gestiones en el mismo sentido, aunque, por razones que desconozco, esa solidaridad no se expresó en ningún documento colectivo.  

Siguiendo con nuestra historia, según algunos estudiosos de aquellos agitados años (Gregorio Morán, por ejemplo, en su “El cura y los mandarines[12]), habría sido el crítico de arte José María Moreno Galván el primero en llevar a Madrid las noticias sobre la represión que se estaba produciendo, que habría conocido en un viaje a Asturias por medio de amigos comunistas, como él mismo, entre los que estaba el pintor Eduardo Úrculo, residente en Oviedo y con el que mantenía una estrecha relación. Para otros (Fernando Jáuregui y Pedro Vega, “Crónica del antifranquismo”)[13], también el poeta Jesús López Pacheco habría visitado ese verano Asturias, trasladando luego a sus camaradas lo que allí había visto y oído. No dejaron testimonio directo de ello, así que lo meteremos entre lo posible, que también pudo ser la confluencia de varios testimonios paralelos. Quién sí recordó posteriormente en un artículo publicado en el diario Gara su participación en aquellos inicios sería el dramaturgo Alfonso Sastre: 

“Se celebraba en Gijón un encuentro sobre teatro y yo asistía invitado a él por colegas míos cuando me asaltó el duro y a la par estimulante relato de lo que estaba sucediendo en las minas y en las comisarías: las huelgas en aquellas y las torturas en estas, siendo lo más impresionante para mí que una mujer, con lágrimas en los ojos, dijo la siguiente frase, que contenía un infinito reproche: «¡Asturias está sola!». Hablando entonces muy inquieto con amigos asturianos (y ya no de teatro), pude hacerlo con mi buen amigo el pintor Eduardo Úrculo, que conocía bien el estado de las cosas, y que me prometió enviarme a Madrid unos datos concretos sobre algunos casos de torturas a los mineros y a sus mujeres, que los apoyaban en su lucha. Efectivamente, vuelto a Madrid, recibí una lista que di a conocer a mis amigos comunistas con la propuesta de hacer una denuncia de aquella situación de sufrimiento y de gran pasión por la verdad y la justicia; y propuse el arranque de una acción de protesta intelectual pública.”

Que conste así para esta historia, aunque al final de igual cómo se produjo el primer impulso que llevó a la acción. En realidad, no deja de extrañar que la noticia llegara de manera tan casual a los comunistas madrileños, que recibían regularmente la información partidista, a través de la cual bien podían conocer ya lo que estaba sucediendo en Asturias. Máxime cuando entre ellos estaba en lugar destacado Armando López Salinas, que a más de novelista era corresponsal clandestino de Radio España Independiente, emisora que hizo un esforzado seguimiento de la huelga desde el principio y de Mundo Obrero, que aunque con mayor tardanza también realizó un auténtico despliegue informativo. Precisamente a través de sus ondas Santiago Carillo había ofrecido una alocución el 19 de septiembre en la que, tras un análisis exhaustivo, como entonces eran todos los análisis, de las razones políticas de la huelga, realizaba un llamamiento directo a su implicación:

“También los intelectuales y los estudiantes deben hacer sentir su solidaridad y su apoyo a los mineros, por todas las formas a su alcance, sin pérdida de tiempo. La lucha de los mineros es su propia lucha.”

José María Moreno Galván
La casa de Alfonso Sastre y Eva Forest se convirtió de nuevo en el principal centro operativo. En ella se reunieron a mediados de febrero los integrantes de la organización de intelectuales del Partido, o al menos los más activos e implicados en el tema. He leído por ahí que entre los reunidos figuraban, aparte de los titulares del piso, Armando López Salinas, José María Moreno Galván, Ricardo Domenech, José María de Quinto y Ricardo Zamorano, aunque también debían estar Jesús López Pacheco y Juan García Hortelano, que según Sastre sería el redactor del texto de la carta. Desde Asturias, donde vivían, habían bajado a la reunión Eduardo Úrculo y el periodista Eduardo García Rico, que les comunicaron las últimas y preocupantes noticias. Los dos asturianos hablaron de detenciones a diestro y siniestro, palizas, simulacros de fusilamiento, torturas, cortes de pelo a las mujeres más rebeldes, maltrato a alguna embarazada e incluso de un asesinado por la Guardia Civil. Cuando la carta se mando al ministerio el 30 de septiembre, todo ello estaba en la denuincia, con nombres y apellidos, fechas, y circunstancias, incluida la identificación de los autores de tales barbaridades.


La inclusión de todos estos datos hizo que la carta resultante tuviera un significado político muy distinto a otras anteriores. Ya no se trataba de reclamar un derecho más o menos generalizado en toda Europa, fuera la libertad de expresión, la sindical o la amnistía para presos o exiliados. Aún presentada como una demanda de información, la denuncia de represiones, palizas y torturas concretas constituía en esta ocasión un enfrentamiento directo con el régimen, sin paliativos, que no dejaba lugar a la ambigüedad. O se estaba con las torturas o contra ellas, o al lado de la dictadura o frente a ella.




Tal vez por ese motivo la composición política de los firmantes fuera distinta a la de otras ocasiones. El número de pertenecientes a la oposición liberal o de viejas afinidades con el franquismo era muy inferior, pudiendo asimilarse a tales categorías tan sólo los nombres de Pedro Laín Entralgo, Valentín Andrés Álvarez, Paulino Garagorri y José Luis López Aranguren. El resto, hasta los 102 que finalmente suscribieron el documento, eran en su gran mayoría declaradamente antifranquistas y de izquierdas, incluidos los directamente militantes o simpatizantes del Partido, que constituían una buena cantidad.



Un par de circunstancias vinieron a complicar la situación y a prolongar el conflicto de manera no prevista, pero sin duda bien recibida por los promotores del documento. La primera estuvo relacionada con la elección de la persona cuya firma debía encabezar el documento. Dejamos de nuevo la palabra a Alfonso Sastre:

“Yo no me había atrevido hasta entonces a proponerle su firma a nuestro grande y admirado amigo José Bergamín, porque, recientemente regresado de su exilio, no quería ponerlo en aquel trance, pero, ya con firmas ilustres en el bolsillo, nos decidimos a visitarle para hablarle del tema, y ocurrió lo que era de temer (y también que desear): que a mi propuesta de que leyera la carta antes de tomar una decisión sobre ella, contestó con las siguientes firmes palabras: «Desde luego voy a leerla, pero antes decidme dónde debo firmar». El azar se presentó entonces también, pero ahora negativamente, en las siguientes palabras de nuestro acompañante el novelista Ángel María de Lera, que le dijo señalándole el primer lugar de las firmas: «Usted aquí, maestro». Así lo hizo él sin dudarlo un instante y de esa manera se puso en su contra una grave persecución en los medios, en los que se le acusaba de estar siempre vendido al «oro de Moscú» -poco menos que de ser un agente pagado por el Kremlin-, lo que lo obligaría a refugiarse en una Embajada y a tomar secretamente un avión en Barajas, protegido por dos funcionarios, hacia su segundo exilio.”

José Bergamín
Efectivamente, quizás fue un error colocar encabezando las firmas a Bergamín, el políticamente más débil y expuesto de todos ellos y que desde su regreso no había dejado de recibir denuestos de la presa del régimen, en lugar de poner en su lugar a Vicente Aleixandre, por ejemplo, también firmante de total fidelidad e inatacable para el régimen. Sobre todo resultó negativo para el poeta católico-comunista, que se convirtió en el primer objetivo a abatir, lo que le costó, como Sastre ha dejado claro, su expulsión de España por orden directa del propio Ministro de Información y Turismo, que le condujo a un segundo exilio que duraría hasta 1970.  Políticamente, sin embargo, aquel error, como hemos visto casi casual, provocó un enfrentamiento con el régimen y una difusión internacional de la situación española que ahondaba el desprestigio del régimen en el mundo.

Chicho Sánchez Ferlosio. Fuego de los altos hornos




El factor Fraga

Parafraseando la vieja canción del cubano Carlos Puebla, se acabó la diversión, llegó el ministro y mando a parar. El señor ministro en cuestión era Manuel Fraga Iribarne, el mismo destinatario de la carta del año anterior, solo que los reclamantes ya no se dirigían a él como a un colega catedrático que podía ejercer de intermediario, sino como a la máxima autoridad de la política cultural e informativa del régimen que era desde su nombramiento ministerial apenas hacía tres meses. Una autoridad a la que se exigían explicaciones. Desde su nuevo cargo, Fraga decidió no permanecer en silencio, como había hecho en la anterior ocasión, sino pasar al ataque contra sus atacantes publicando en la prensa oficial el documento y la lista completa de firmantes (encabezada por Aleixandre) y contestándolo con un escrito propio sin posibilidad de réplica. O eso debió pensar él.

En un artículo publicado en septiembre en Mundo Obrero, Fernando Claudín, se preguntaba por las razones de esta decisión de Fraga:

“¿Imposibilidad de silenciar una denuncia, respaldada por los más representativos intelectuales españoles, que había llegado a manos de los corresponsales de prensa extranjera? ¿Expresión de las contradicciones en el seno del Gobierno, entre los ‘duros’, los que han ordenado la represión contra los mineros, (…) y los ‘liberalizadores’, los que estiman que semejantes métodos no facilitan a las clases dominantes la solución del ya por sí difícil problema de la ‘sucesión’?”
  
Siguiendo la lógica partidista, Claudín destacaba la repercusión internacional del posicionamiento antifranquista de los intelectuales y lo utilizaba para intentar socavar la unidad de la dictadura abriendo brecha entre sus diversos, y ya enfrentados, sectores. Era cierto que en el régimen se estaba produciendo un corrimiento de fuerzas que acabó por arrumbar lo que quedaba en el gobierno de falangista, sustituyendo el Caudillo a sus antiguos camaradas por jóvenes tecnócratas opusdeístas, liberales y europeístas en lo económico pero tan aficionados al palo y tentetieso como los viejos carcamales fascistas a los que sustituían. Un buen ejemplo es el propio Fraga Iribarne, considerado un “liberalizador” antes de llegar al ministerio, consideración que perdió en cuanto pisó moqueta ministerial y actuó como lo hizo, en este caso y en otros muchos más.

Personalmente, y no sin especular, creo que una buena parte de lo ocurrido entonces bien puede achacarse a rasgos de carácter propios que Manuel Fraga Iribarne, que dejaría patentes, e incluso haría gala de ellos, en su larguísima carrera política posterior. Básicamente su acendrado anticomunismo, su demostrada soberbia personal e intelectual y, muy especialmente, su incapacidad genética para recibir cualquier crítica sin contraatacar. El 1 de octubre recibió la carta, y tan sólo dos días después se público en la prensa franquista, íntegra y con las firmas completas (curiosamente en Mundo Obrero no se daría a conocer hasta pasada más de una semana). Completaba la publicación una carta personal del mismo ministro negando lo afirmado por los firmantes, aunque, curiosamente, no se la dirigió al conjunto de ellos, sino directamente a Bergamín, contra el que lanzaba un profundo e insidioso ataque político que no dejaba de tener tintes amenazantes, sobre todo a la luz de la expulsión posterior del poeta.

En el largo texto, cinco folios de escritura apretada, al que el ministro aseguraba que venía obligado por “mi profundo respeto a la función intelectual”, Fraga arremetía en primer lugar contra los abajofirmanteshabituales, sin citar a ninguno,  a los que acusaba de estar al servicio del comunismo y sus conspiraciones políticas, por el que eran utilizados, “voluntaria o involuntariamente” convirtiéndose así en “meros peones en el tablero”.

Tras esta valoración general de la maldad del comunismo y la estupidez de los intelectuales que les seguían, Fraga entraba a degüello contra Bergamín, al que acusaba, no sólo de filocomunista, sino, para mostrar sus inmensos conocimientos políticos, de filoestalinista. Para demostrarlo, y en un gesto de soberbia intelectual inabarcable, se permitía adjuntar a la carta, por si su propio autor lo había olvidado, el prólogo que Bergamín había escrito en 1938 para el libro, aunque más exacto sería llamarle libelo, "Espionaje en España" de Max Rieger (Ediciones "Unidad", Madrid Barcelona 1938), en realidad un seudónimo nunca desvelado posteriormente, que abordaba los llamados “sucesos de mayo” de 1937 en Barcelona.

Aquel mismo mes y año la capital catalana había sido escenario durante cinco días de una intenso enfrentamiento interno entre fuerzas de la propia República. Por un lado, el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), y los anarquistas catalanes de la CNT, y por otro el resto de las fuerzas republicanas, encabezadas por el propio Gobierno de la Generalitat presidida por Lluis Companys, y especialmente las comunistas del PSUC. El texto de Rieger constituía un autentico panfleto, en el que se intentaba demostrar, con pruebas imaginarias y falaces remedos de argumentaciones, la tesis estalinista de que los troskistas españoles, y los internacionales, no eran sino meros agentes provocadores del falangismo y el nazismo alemán, y, en su conjunto, del imperialismo mundial. Bergamín asumió plenamente en su prólogo esas tesis conspirativas, rechazando con firmeza las peticiones de algunos intelectuales franceses, que habían escrito al Gobierno de La República en guerra exigiendo garantías jurídicas en el proceso que se había abierto contra los miembros del Comité Central de POUM y otros militantes, detenidos tras los enfrentamientos de mayo durante la dura represión que los siguió, que llegaría a su punto más alto con el asesinato en junio de Andreu Nin.

Esos eran los hechos y aquello había escrito Bergamín, No cab duda que unos sucesos lamentables y dramáticos, pero utilizarlos 25 años después, y en unas circunstancias históricas tan distintas, para deslegitimar la protesta y a quien la encabezaba constituía una auténtica falacia, indigna no ya de un ministro del franquismo, a los que la falacia se les suponía como el valor a los soldados, pero sí al menos del intelectual y catedrático, autor ya de más de 40 libros, que Fraga siempre presumió ser.

Las acusaciones contra los comunistas, los intelectuales manipulados y el propio Bergamín venían a ocupar la mitad de la carta, lo que no era poco discurso. Una vez establecida la maldad insidiosa de los remitentes, el ministro abordaba un detallado recorrido por las denuncias concretas que contenía el documento. Ni que decir tiene que lo negaba todo. O casi todo. En unos casos explicaba que los nombres citados por los denunciantes no existían, por lo que mal podían haber sido detenidos o apaleados. En otros, sin embargo, sí se correspondían con personas reales, que efectivamente habían sido detenidos y encarcelados, aunque --aseguraba-- nunca torturados. En cualquier caso, y según la consideración ministerial, estos no parecían contar, pues se trataba de peligrosos comunistas que habían sido justamente castigados por sus malignas intenciones.

Había, no obstante, un párrafo final en el que se le escapó el subconsciente al ilustre Fraga obligándole a confesar al menos una verdad. Los firmantes le habían pedido explicaciones sobre dos mujeres, Anita Braña[16] y Constantina, “Tina”, Pérez, a las que se les había cortado el pelo al había cortado el pelo cero en el cuartelillo, a más de hacerlas víctimas de otras humillaciones y malos tratos. Fraga lo daba por cierto, aunque el tono despreciativo, jocoso y justificatorio del párrafo en el que lo reconocía decía mucho sobre el carácter misógino y machista del personaje en cuestión, rasgos de su personalidad que en años posteriores, ya democráticos, dejaría salir hasta la saciedad en su actividad política diaria. Escribía:

“Parece, por otra parte, posible que se cometiese la arbitrariedad de cortar el pelo a Constantina PÉREZ y Anita BRAÑA, acto que, de ser cierto, sería realmente discutible, aunque las sistemáticas provocaciones de estas damas a la fuerza pública la hacían más que explicable, pero cuya ingenuidad no dejo de señalarle, pues es claro que la atención que dicha circunstancia provocó en torno a sus personas en manera alguna puede justificar una campaña de truculencias como la que se orquestó. Vea, por tanto, como dos cortes de pelo pueden ser la única apoyatura real para el montaje de toda una "leyenda negra", o "tomadura de pelo", según como se mire.”

Mucha tinta hicieron correr aquellas líneas, la primera de ellas la de la pluma del propio Bergamín, que no era precisamente hombre dado a rehuir las batallas y a callar sus opiniones, que utilizó aquel desliz de Fraga como argumento principal de su propia contra-respuesta al ministro. Tardó tan sólo tardó tres días en remitírsela:

“De todo lo que Vd. afirma en su carta - dejando aparte lo que a mí personalmente y muy particularmente se refiere, y que nada tiene que ver con el documento y su petición del que responden otras muchas firmas y no sólo la mía (que si es una de las primeras en su encabezamiento pudiera ser la última por su humilde significación, pues a mí no me corresponde ni el mérito de su iniciativa); de todas sus afirmaciones, digo, le confieso que me sorprende la que Vd. hace tratando de justificar el hecho posible de que la fuerza pública maltratara a unas mujeres trabajadoras, infligiéndoles esa atroz afrenta de señalarlas cortándoles el pelo, que es un infamante atentado a la dignidad moral humana. Su comentario humorístico a este hecho para desvirtuarlo suponiéndolo cierto, a mí me espanta.”

Además de denunciar otras omisiones del ministro, como la absoluta falta de referencias a los torturadores denunciados con nombres y apellidos en la carta inicial, Bergamín desmontaba la principal línea justificativa de Fraga, aquella que achacaba todo a la campaña de manipulación y propaganda comunista:

“El que este documento haya sido utilizado en el exterior con impaciente propaganda que se anticipó a su conocimiento, será, todo lo más, una descortesía, pero no comprueba en modo alguno sus conjeturas sobre su intención de una supuesta maniobra; pues, aunque ésta hubiese existido, no invalida lo que tan sencilla y claramente en dicho documento se expresa. La verdad es la verdad la diga quien la diga y sea cual sea la finalidad ajena a ella de quienes en otro sentido traten de utilizarla”

Y desafío por desafío, el poeta respondía con un envite al desafío lanzado por Fraga al final de su carta invitándole al diálogo. Bergamín aceptaba hablar con el ministro del pasado y del presente, pero no sin denunciar la falacia de la argumentación de Fraga y sin poner condiciones que sabía inasumibles:

“No queda más, contestando a su carta, que decirle que estoy a su disposición para dialogar de todo; de lo pasado como de lo presente; aunque sin involucrar tendenciosamente lo uno con lo otro; lo que pasó hace un cuarto de siglo, y en plena guerra civil, con lo que pasa ahora. Parece que en su carta Vd. trata de hacerlo de ese modo con mi caso particularísimo, como si quisiera desviar la atención del escrito que se le ha presentado, autorizado por tantas otras, más valiosas firmas, que no sólo la mía.
Yo acepto y deseo ese diálogo que Vd. me ofrece; pero no particular y privado sino general y público; sin censura previa que lo coaccione antes y lo tergiverse después; con libertad total de expresión para los que dialogan.”

Ni que decir que no hubo charla de ningún tipo, sino la expulsión del poeta, el 30 de noviembre de aquel mismo año, previo haberse tenido que refugiar en la embajada de Uruguay. No obstante, y pese a la dureza con que se trató a Bergamín, no fue el único que hubo de sufrir las presiones gubernamentales ejercidas a través de Fraga y sus subordinados ministeriales, que se entrevistaron con varios de los firmantes para pedir su retractación. Incluso se llegó a que Vicente Aleixandre, Pedro Laín Entralgo, Juan Marsé, o Salvador Espriu, entre otros (hay quien ha escrito que todos los firmantes), fueron citados a declarar por los jueces, aunque finalmente no se instruyera proceso alguno. Tan sólo en un caso consiguieron su objetivo. El pintor Francisco Mateos, que durante La República y la guerra había pertenecido a la UGT y que había sufrido dos breves periodos de cárcel, fue el único que abjuró públicamente de su adhesión al documento. Según parece amenazado con la suspensión de la magna exposición de su obra que estaba prevista para el II Certamen Nacional de Artes Plásticas, a celebrar en noviembre de aquel mismo año.

Angelina Gatell
Quienes no se doblegaron a las exigencias de Fraga, es decir, el resto, hubieron de enfrentarse a presiones y represiones, aunque a veces no fueran instantáneas. Hay quien ha dejado testimonio de ello. La poeta Angelina Gatell, también actriz de doblaje y guionista televisiva, fue una de las invitadas a retractarse, a lo que se negó tajantemente. Un año después, en agosto de 1964, TVE anunció la emisión de una telenovela de cinco capítulos dedicado a Marie Curie, que ella había escrito y Pedro Amalio López, otro de la cáscara amarga, había dirigido. Pero llegó el 10 de agosto, la fecha prevista par el estreno, debidamente anunciado en “Sábado Gráfico” y otras publicaciones, y ni sombra de la doble premio Nobel se vio en la pantalla de TVE. Extrañada, Angelina Gatell acudió a pedir información al burócrata correspondiente. En su libro autobiográfico “Memorias y desmemorias[18]reprodujo casi cincuenta años la conversación, que le debió quedar bien grabada:

“- ¿Qué ha pasado? –pregunté.
- Se suspendió a última hora, cosas de la censura.
- No es posible –contesté tajantemente-. A no ser que no quieran que se sepa que se debe a una mujer el descubrimiento del radio. No hay absolutamente nada a lo que la censura, por cafre que sea, pueda poner pegas.
El hombre no sabía por donde salir. Al fin me dijo bajando la voz, como su temiera que alguien pudiera oírlo:
-¿Me das tu palabra de honor de que no vas a comentarte lo que voy a decirte?
- Ah, pero ¿las mujeres tenemos palabra de honor? –pregunté con todo el sarcasmo del que fui capaz.
- Eso es lo que te pierde, esa manera tan cáustica de ser… Bueno, confío en ti. Sabes que te aprecio, que te admiro…
- Al grano.
- ¿Tú firmaste un documento protestando por no sé qué jaleo de los mineros asturianos?
- Sí. Lo que llamas jaleo fueron varios mineros brutalmente apaleados, heridos y encarcelados, varias mujeres rapadas al cero y exhibidas como escarnio por haber tomado parte en una huelga. Sí, lo firmé. Es el llamado documento de los intelectuales…
- Pues eso ha sido…
- Pero, ¿ahora? Lo de Asturias pasó hace más de un año. Mi novela fue aceptada después. Tengo cartas que lo avalan…
- Ya, pero… ¿Llevas tiempo sin que nadie te llame a trabajar aquí, no?
- Sí.
- ¿Y en Radio Nacional?
- Lo mismo, pero como estoy en doblaje y he rechazado varis cosas, pensé que…
- Algún amigo tuyo ha caído en la cuenta de que la actriz y la guionista son una misma persona y te ha denunciado. Alguien que está haciendo méritos. La orden de suspender la emisión de tu novela llegó el sábado.
- ¿Sabes quien pudo ser?
- No. Y si lo supiera no de lo diría. Y procura ser más prudente si no quieres seguir perdiendo.
- Ya estoy acostumbrada a perder.”

¿No me digan que el dialogo no recuerda a una caza de brujas macartista?

En cualquier caso, la política de Fraga de dar siempre la cara y responder atacando no le dio los resultados previstos. Los ataques a Bergamín y su posterior expulsión y las presiones y amenazas a otros firmantes no metieron el miedo en el cuerpo al colectivo, muy al contrario exacerbó su indignación. A finales de aquel mismo mes, el 31 de octubre, vio la luz una nueva carta, dirigida directamente a refutar las justificaciones del ministro.

Tras defender a Bergamín de los ataques recibidos, insistían los firmantes en el reconocimiento de Fraga de los malos tratos a Tina Pérez Y Constantina Braña, a los que no les encontraban la menor gracia:

Un acto de tal naturaleza nos parece a todas luces infamante y motivo suficiente para que en cualquier país civilizado y libre se exijan responsabilidades criminales a sus autores. Por otra parte, parece muy poco probable que este acto de violencia física y moral no fuera precedido o acompañado de otros malos tratos y coacciones.

Y a partir de este hecho aceptado inferían, con una lógica aplastante, que si habían maltratado así a las mujeres, qué no habrían hecho a los hombres:

“El reconocimiento del hecho anterior legitima la sospecha de que se haya empleado, asimismo, la violencia física con detenidos del sexo masculino. Pensar lo contrario constituiría una falta de lógica: ¿Por qué los autores de los presuntos delitos habrían de emplear violencias sólo con las mujeres, que no han participado ni participan directamente en las huelgas?”

Era cierto que la primera carta contenía fallos en la identificación de algunos de los torturados o, más grave, en la denuncia de que un minero había muerto, algo que no había sucedido. De hecho, los propios organizadores de la acción habían recibido a última hora desde Asturias una nota de Eduardo Úrculo reclamando que se cambiaran algunos datos que no parecían responder a la realidad. Pero la rectificación llegó tarde, el documento ya estaba en circulación y fue imposible cambiarlo. Pero lo cierto era que las torturas existían, como entonces sabía todo el mundo interesado en el tema y como posteriormente demostrarían los historiadores. Aquellos errores nominales, debidos sin duda a la clandestinidad fomentadora de la rumorología, no invalidaban la denuncia general de las torturas realmente existentes, como por otra parte probaban de manera fidedigna los casos de aquellos mineros que Fraga reconocía que habían sido detenidos, aunque no torturados, como Alfonso Braña (marido de Anita), Everardo Castra o Alfonso (en realidad Vicente) Zapico, suavidad represiva que se demostraría falsa cuando estos mineros salieron de la cárcel y pudieron contar su historia. Los firmantes lo sabían y Manuel Fraga también.

Al igual que hiciera Bergamín en su contestación, también los firmantes de la nueva carta reclamaban información sobre los dos torturadores denunciados en el primer escrito, el capitán de la Guardia Civil Fernando Caro, responsable del cuartel de Sama de Langreo, y el cabo Pérez, cuyas hazañas serían sobradamente probadas por los estudios históricos. El primero era un simple sicario, segundo de a bordo, pero del segundo merece la pena hablar un poco, porque en esta historia tuvo un papel de protagonista en la sombra y porque su nombre es uno de los que figuran como reclamados por la jueza María Romilda Servini en la causa abierta en Argentina contra los torturadores franquistas.

Fernando Caro Leira, que así se bautizado el citado capitán, por mucho que en esas fechas, por cierto, fuera sólo teniente, ostentaba el cargo de jefe del cuartelillo de la Guardia Civil en Langreo, para el que había sido nombrado en agosto de 1963, en pleno fragor huelguístico. Llevaba buena carrera el chaval, pues había accedido a ese puesto de toda confianza con sólo 29 años. Claro que tenía como avales ser profesor de gimnasia y experto en judo, a más de pertenecer a una familia con influencia en la milicia, según delata que su boda en 1959 saliera en las notas sociales de ABC, proclamando a los cuatro vientos la cantidad de generales y coroneles que habían asistido a la ceremonia.

Caro había llegado a Asturias con la consigna gubernamental de palo y tente tieso con los huelguistas, y se aplicó a ello con resolución y remordimientos. Existen numerosos testimonios sobre lo que sucedía en las celdas del cuartelillo de Sama cuando llegaba alguna noche se presentaba el teniente, aseguran que con frecuencia borracho y siempre enfundado en un chándal, y se disponía a una sesión de francachela en compañía de la brigadilla. Dos de sus víctimas habían sido, precisamente, Anita Sirgo y Tina Pérez, las dos mujeres humilladas y rapadas de la polémica. La primera de ella recordaría años después aquellos sucesos:

“Luego vienen a buscar a Tina y se la llevan una media hora y luego vienen a por mí. Ella ya traía el pelo cortado. Ponían fotografías  encima de la mesa de Caro para que dijéramos sus nombres y decimos que no sabemos. Entonces el capitán Caro pone la foto de Pasionaria y nos dice ‘¿A esta tampoco la conoces?’. Yo llevaba una melena larga, era joven y me amenazan con raparme el pelo al cero si no digo nombres. Como no hablo me van cortando poco a poco mechones con una navaja de afeitar. Lo hacía Pérez. De vez en cuando me daban una hostia y en un momento dado le pregunto a Caro que si no tenía madre y se levantó hacia una piña de bronce pesada que tenía encima de la mesa. Se incendió, cogió la piña y me la tiró pero, afortunadamente, la esquivé. Tengo mal el oído de los puñetazos que me dieron. Al día siguiente el jefe de la policía urbana, Jesús, que ya murió, quedó asombrado. El pasillo estaba lleno de sangre, había visto a mi marido y a Zapico y no les reconocía. Estaban hinchados de los golpes. Zapico era silicótico y echaba sangre por todos sitios”.

¿Cuáles no serían las hazañas de Caro y la polvareda que levantaron, que fue cesado como jefe del cuartelillo de Sama de Langreo justamente el 31 de diciembre de aquel mismo 1963? Año nuevo, vida nueva. El torturador fue traslado, pero su breve pero intensa actuación en Asturias no supuso la menor merma ni desdoro en su ascendente carrera militar, que paradójicamente se aceleró a la llegada de la democracia, pese a que en 1981, siendo comandante de la Guardia Civil en Málaga, expresara sus claras simpatías con los golpistas del 23 de febrero. Pasó a la reserva con todos los honores en 1987, y desde entonces vive en Málaga, su ciudad natal, dedicado a sus labores. Parece ser que es seguidor del Real Madrid y que hace algunos años fue uno de los ganadores de un concurso sobre la serie “Los Tudor”, que emitió Canal+. En Argentina le esperan.

Y ya que andaban los abajofirmantes con las teclas entre las manos,  aprovecharon para pedir información sobre las muy recientes detenciones de varios intelectuales y universitarios por haber participado en las protestas contra la represión de los huelguistas asturianos. Entre ellos había alguno que ya hemos citado como perteneciente a aquella célula inicial del PCE en la universidad de Madrid hacía ya nueve años, como Javier Pradera y Fernando Sánchez Dragó, a los que en esta ocasión acompañaron en los seis meses que pasaron en Carabanchel el sociólogo Ángel de Lucas, el historiador y traductor Ángel Sánchez Gijón, el filósofo Miguel Sánchez-Mazas Ferlosio y su hermano Chicho, que estaba pronto a grabar las históricas canciones que al año siguiente se editarían en Suecia como anónimas.

La carta en su conjunto rebatía de principio a fin el escrito de Fraga Iribarne, pero sin duda lo que peor debió sentarle al ministro fue la manera en que los firmantes le restregaban por la cara el “profundo respeto a la función intelectual” que él mismo había reclamado para sí en el inicio de su carta a Bergamín. Que alguien le enmendara la plana fue toda su vida algo que le resultaba difícil de tragar:

“Cuanto antecede justifica nuestra actitud como intelectuales y como ciudadanos en este caso y constituye una sólida base para nuestra gestión informativa, resultando por tanto absolutamente innecesaria y fuera de lugar, para movernos a tal gestión, toda supuesta maniobra de carácter partidista o publicitario. Entendemos que la misión del intelectual en toda sociedad libre, máxime si dice inspirarse en los principios cristianos, es promover el esclarecimiento de la verdad y contribuir a la formación de una conciencia pública. En consecuencia, nuestra actuación se ha guiado y se guía por un estricto concepto de la responsabilidad; y, de acuerdo con éste, juzgamos que ninguna autoridad gubernativa en un Estado libre y de derecho se halla titulada para fijar las normas que han de regir los deberes del intelectual con respecto a la conciencia pública, deberes de carácter eminentemente privativo y moral.”

Dos semanas tardó Fraga en rumiar su contestación, que esta vez vio la luz el 15 de noviembre, alargando todavía más la polémica y su repercusión. En su nueva carta, el ministro ya no se andaba con chiquitas ni con disquisiciones intelectuales. No reproduzco ningún fragmento, aunque puede encontrarse entera entre los documentos varias veces enlazados, porque, aparte de dar por roto el diálogo (tal estaban las cosas por España que a lo sucedido le llamaban “diálogo”), el ministro se limitaba a transcribir los artículos correspondientes del Fuero de los Españoles y la Ley de Enjuiciamiento Criminal, con los que venía a decirles a los demandantes que podían acudir a los tribunales si tenían narices, y, de paso, meterse la lengua donde les cupiera.

José Luis López Aranguren
La segunda y última carta de Fraga iba dirigida personalmente a José Luis López Aranguren, que había encabezado la anterior de los intelectuales, aunque no incluía ninguna referencia personal a él, a diferencia del virulento ataque a Bergamín de su primra respuesta. Sin embargo, también ahora pasaba por alto al resto de los firmantes, que en esta ocasión no habían sido 102 (o 101 tras la deserción de Francisco Mateos, según se vea), sino 182. 

Buena parte de ellos ya habían suscrito ya la primera carta y repetían, pero, como es lógico dadas las cifras, también había una buena cantidad de nuevos descontentos, o de viejos que por alguna razón no habían estado en la anterior. Buena parte de ellos eran realmente importantes y significativos. Procedían de la Universidad (Santiago Montero Díaz, Antonio María Badía Margarit, Miquel Coll i Alentorn) las artes plásticas (Rafols Casamada, Antoni Tapies, Andreu Alfaro, Eusebio Sempere), el teatro (José María Rodríguez Mendez, Fabia Puigserver, Feliu Formosa), el cine (Juan Antonio Bardem, Joaquín Jordá, Víctor Érice), y, sobre todo, la literatura (Manuel de Pedrolo, Susana March, Francisco Candel, José Corredor Matheos, Consuelo Bergés, José Luis Cano, Joan Fuster, Gonzalo Torrente Ballester, Pío Caro Baroja)…


Raimon. digamos no





La ubicuidad del confidente. Camilo José Cela

Llega ahora el turno de alguien que ya ha aparecido en funciones secundarias pero que en este momento toma por asalto el papel protagonista, algo que sin duda sería del gusto del personaje en cuestión. Se trata del futuro premio Nobel don Camilo José Cela, entonces ya un novelista acreditado, que había firmado prácticamente todas las cartas de intelectuales anteriores, incluida la de 1962 en petición de información sobre las huelgas de Asturias, pero que se había abstenido, en cambio, de suscribir las dos de 1963. Pese a ello, también jugaría en esta batalla un papel importante, aunque, como se verá, bastante deslucido.

En aquellos años, Cela era todo un novelista de pelo en barba y 47 años de edad que había publicado siete novelas, entre ellas dos obras maestras de la literatura española contemporánea: “La familia de Pascual Duarte” (1942) y “La colmena”, que publicada en Argentina en 1951 había tardado cuatro años en salir en España. Además, su bibliografía incluía otros treinta volúmenes o más con recopilaciones de relatos y artículos, poesía, ensayo literario y menudencias varias. Incluso uno autobiográfico, “La cucaña, I. Memorias de Camilo José Cela. La rosa” (1959), lo que a cualquier le podría parecer un cierto apresuramiento memorialístico para quien tan sólo tenía 43 años cuando lo escribió. 


Desde el 26 de mayo de 1957 ocupaba el sillón “Q” de la Real Academia Española, convirtiéndose nada menos que en el académico más joven de la historia de tan insigne institución. Un académico, eso si, que ya decía tacos y se tiraba pedos, pero cargado con toda la dignidad que aportaba el cargo, incluso en el efecto estético de su barba de pre-hipster. En 1956, el mismo año de las grandes huelgas estudiantiles de Madrid, había fundado en Mallorca la revista “Papeles de Son Armadans”, con José Manuel Caballero Bonald como secretario de redacción, sobre la que hay coincidencia universal en considerarla la primera publicación regular española que tendió un puente entre la literatura española del interior y la del exilio, publicando en sus páginas textos de los entonces malditos Rafael Alberti, Max Aub, Emilio Prados, Luis Cernuda, Américo Castro, Manuel Altolaguirre y muchos otros. Una valentía que la historia debe agradecer al futuro Nobel.

Sin embargo, Cela tenía también un lado oscuro, que entonces no era públicamente conocido, pero sobre el que seguro que sabían quienes le conocían de antiguo y que, en cualquier caso debía ser un rumor persistente en los mentideros culturales madrileños. Rumores que el tiempo y los documentos confirmarían plenamente. 


Todo el mundo sabía que, pese a sus proclamas de progresismo y disidencia, el escritor firmaba con cierta frecuencia en los periódicos del régimen artículos de afirmación y loa de los principios franquistas. Ese mismo año, por poner sólo un ejemplo que sus compañeros debían tener bien presente, había publicado una violenta diatriba contra el antiespañolismo de los italianos que habían recopilado y publicado el “Cancionero de la Nueva Resistencia Española”, algunas de cuyas canciones van enlazadas en este trabajo. Menos conocido, aunque no ignorado del todo, debía ser su ofrecimiento en 1937 al ejército franquista para formar parte de sus servicios de información, que fue rechazado por ser el peticionario menor de edad, o su trabajo como censor oficial en los primeros años cuarenta. Pero, al fin y al cabo, no se trataba de pecados mayores, debían pensar quienes le ofrecían firmar tal o cual documento. Aquello eran inconsciencias de juventud que bien podían haber cambiado con el tiempo, máxime considerando la censura que habían sufrido algunas de sus propias novelas y la buena disposición del novelista a suscribir las cartas que se le habían presentado anteriormente. Lo que no sabían quienes confiaban en él era que su actuación durante aquellas protestas intelectuales de 1963 le llevarían a situarse en el nivel más bajo al que pueden caer los servidores de una dictadura: el de chivato, delator y confidente.

En medio de toda la polvareda política levantada por las huelgas, la primera carta de los intelectuales y la respuesta de Fraga a Bergamín, tuvo lugar en el Hotel Suecia de Madrid, durante la semana de mediados de octubre, un “Seminario internacional sobre realismo y realidad en la literatura contemporáneo”, que organizado por el Instituto Francés y el Club de Amigos de la Unesco de Madrid reunió a una buena cantidad de autores extranjeros, y, ni que decirlo hay, a la plana mayor de la literatura española del momento. La reunión fue movida, incluido un agrio enfrentamiento entre Bergamín, que debía pronunciar una conferencia que finalmente se retiró, y López Aranguren, director del seminario, que la impidió.

Amparo Gastón, Gabriel Celaya, Alfonso Sastre
 y José Manuel Caballero Bonald
Aprovechando que estaba prácticamente toda la profesión reunida, decidieron montar un encuentro especial para decidir cómo se respondía a la carta de Fraga a Bergamín, que a todos había indignado. De ella salió el segundo documento de las 182 firmas. Cela había sido invitado a participar, como correspondía, e inicialmente asistió, aunque se levanto a la mitad y se marchó. Los demás debieron entenderlo. Todos sabían que a Cela se le calentaba a menudo la boca, pero que a la hora de la verdad siempre prefería la retaguardia. De hecho, no había suscrito el primer documento, y el que se preparaba en aquella reunión era más duro aún. Lo que no sabían los reunidos, y la mayoría no llegaría a saberlo nunca, pues ya habían muerto cuando la historia se conoció, era lo que Cela haría tras abandonar la sala.

Durante la búsqueda de documentación para su libro “Disidencia y subversión; la lucha del régimen franquista por su supervivencia (1960-1975)[21], publicado en 2004, el historiador Pere Ysás encontró en el Archivo Histórico de Alcalá de Henares un viejo documento que viene a aclarar alguna de las idas y venidas de Cela en aquellas fechas y por este motivo. Se trataba de un informe dirigido al ministro de Información y Turismo realizado por su Director General de Información, un cargo que Ysás no identifica pero que bien podría haber sido Carlos Robles Piquer, que ocupó ese cargo bajo el mandato de Fraga, quien además era su cuñado. Otro personaje que pasó de la dictadura a la democracia como un nadador en aguas turbias.

En su escrito, el director de información trasladaba al ministro que había mantenido un encuentro con Cela en el que éste le había informado de la reunión de intelectuales del Hotel Suecia y de sus intenciones de escribir una segunda carta de protesta. El documento ministerial está fechado el 17 de octubre, lo que viene a decir que el novelista se dio prisa en chivarse, pues si bien no consta la fecha exacta en que se celebró la reunión de intelectuales, el Seminario al que asistían tuvo lugar entre el 14 y el 20 de octubre, lo que deja pocos días disponibles.

No contento con contar lo que pensaban hacer sus compañeros, el escritor se permitió ofrecer consejos sobre como solucionar la situación de rechazo al régimen que se detectaba en el mundo cultural. Según contaba el Director General al Ministro, Cela consideraba que buena parte de aquellos abajofirmantes habituales, entre los que, no se olvide, había estado él mismo, eran “perfectamente recuperables”, y al parecer citó en ese categoría los nombres de Aleixandre, Bergamín, Buero Vallejo, Celaya y Laín Entralgo, por quien sugirió empezar la labor redentora, ya que el exrector de la universidad madrileña tenía un carácter “más débil” que los otros. No tenía buen olfato el escritor respecto a detectar lealtades, virtud que, a tenor de los hechos, le debía resultar lejana.

La solución que al parecer aportaba Cela para terminar con aquella sublevación de la cultura era sencilla: “sea mediante estímulos consistentes en la publicación de sus obras, sea mediante sobornos”. Táctica que se debía llevar a la práctica montando “un sistema para estimular a estos escritores”, que bien podría consistir en fundar “una editorial privada o entendiéndose con una ya existente”. Es decir, había venido a transmitir el escritor al ministro a través de su subordinado, sólo se trataba de alentar la vanidad, y el patrimonio de los escritores e intelectuales díscolos mediante el simple soborno. A él le debió parecer una idea lógica y prácticamente irresistible si es que se llegó a intentar llevar a cabo. Ninguno de los citados en el informe, ni prácticamente ninguno de los intelectuales abajofirmantes, se arrepintieron de su antifranquismo ni siquiera muerto Franco.

Pero siendo estas labores de chivato y confidente significativas en sí mismas, todavía hay en aquel informe de marras un dato aún más duro, que convierte al futuro multigalardonado escritor y marques de Iria Flavia en un simple delator policial. De acuerdo a lo que el director general escribió al ministro, Cela habría delatado que 42 de los 102 firmantes del documento eran comunistas, una acusación ciertamente peligrosa en aquellos momentos pero tampoco demasiado novedosas, pues ya tenía el régimen a sus sociales para saber de que pie cojeaba cada uno. No consta que el escritor diera los nombres concretos de tantos rojos, aunque teniendo en cuenta el tono confidencial y de confianza mutua que se detecta que tuvo la conversación no resultaría extraño que alguno que otro saliera a relucir, por mucho que el director general los callara en su informe. Hay que decir, no obstante, que Cela no marró demasiado en su apreciación. Repasados ahora aquellos 102 nombres al exclusivo uso de mi memoria personal, encuentro alrededor de 35 de los que se pueda decir con justeza que en aquellos momentos fueran militantes o simpatizantes comunistas.

Tampoco es que la denuncia y las apreciaciones de Cela resultaran demasiado novedosas ni aportaran mucho a los archivos policiales, pues resultaba difícil ocultar por mucho tiempo la gestación de una carta de protesta, que obligatoriamente debía circular casi públicamente durante el proceso de firma, y la Brigada Político Social tenía medios más que sobrados para saber de qué pie cojeaba cada uno de los firmantes. Sin embargo, la anécdota, que es mucho más que una simple anécdota, viene a dejar patente el que quizá fuera uno de los rasgos de personalidad más acusados de Camilo José Cela: su ubicuidad y oportunismo ideológicos, su egoísmo esencial y su capacidad para estar al mismo tiempo con Dios y el Diablo, siempre según aconsejara su propio beneficio. No extraña que al escribirían Gibson su irregular estudio-biografía sobre el Nobel lo titulara “Cela, el  hombre que quiso ganar[22].


Paco Ibáñez. “España en marcha”





Estallido de solidaridad

La barbarie de los hechos denunciados en las cartas de los intelectuales, y su valor al denunciarlos, avivado el fuego por las respuestas de Fraga y la persecución de los firmantes, produjo un estallido de apoyo y solidaridad que recorrió el mundo entero. Y no es una exageración.

Ya a medidos de octubre, después de las presiones de Fraga a Bergamín y en paralelo a la gestación de los segunda carta de los intelectuales, 46 escritores, artistas y pensadores españoles residentes en el extranjero, no todos exiliados de la guerra civil, sino también emigrados posteriores, se solidarizaban con los 102 firmantes iniciales, para entonces ya 101, y se negaban a aceptar…

“las tendenciosas y falaces explicaciones dadas por el Ministro de Información y Turismo en forma de carta dirigida a uno de los firmantes y llaman una vez más la atención sobre la absoluta falta de objetividad y de decoro que reviste la información en España, impidiendo que los españoles puedan conocer hechos de suma gravedad y violando constantemente uno de los derechos humanos fundamentales.”


Rafael Arberti y María Teresa León
Encabezaban las firmas Rafael Alberti y María Teresa León, que acababan de trasladarse a vivir a Roma tras 24 años de exilio argentino. Entre los exiliados desde la guerra figuraba el escritor Max Aub, residente en México, y los pintores Baltasar Lobo y Joaquín Peinado, que estaban en París. A falta de consultar el listado completo de firmas, que no he localizado, parece que abundaban las adhesiones de una buena cantidad de jóvenes intelectuales salidos de España en los años 50, bien por motivos políticos o simplemente por deseo de respirar aire fresco. En esa situación estaban Fernando Arrabal (dramaturgo), José Corrales Egea (escritor y crítico), Xavier Domingo (periodista), Manuel Tuñón de Lara (historiador), Aquilino Duque (escritor), José Ortega (pintor), Ignacio Fernández de Castro (sociólogo, fundador del FELIPE, huido a Francia a raíz de la  huelga del año anterior) y Nicolás Sánchez Albornoz (profesor e historiador, hijo de Claudio Sánchez Albornoz y protagonista, con Manuel Lamana, de la famosa fuga en 1948 de presos de las obras del Valle de los Caídos que Fernando Colomo contó con bastantes licencias en su película “Los años bárbaros” ). 

Pau Casals
Pero fuera de España no sólo era a los españoles exiliados o emigrados a los que les preocupaba la situación creada por la represión de las huelgas y de los intelectuales que se habían solidarizado con los mineros y exigido explicaciones al régimen. En este caso, tal vez más que en ningún otro, se movilizaron por medio de escritos de solidaridad intelectuales y artistas no sólo de Francia, donde firmaron un escrito de solidaridad 121 de ellos, sino también en Gran Bretaña, de donde salió una carta con 42 firmas, e incluso Estados Unidos, donde fueron 60 los firmantes, aunque en este caso incluía a algunos españoles residentes en aquel país, como el violonchelista Pau Casals o el novelista Ramón J. Sender. Incluso desde la URSS se envió, al parecer, una carta que no he podido localizar. El cierre del comunicado enviado por los franceses resume a la perfección la idea general que motivaba aquellos escritos y que asumía como propias las luchas por la libertad en España. Era un sentimiento similar al que en 1936 había llevado a los jóvenes de Las Brigadas Internacional a batallar en una guerra que geográficamente les quedaba tan lejana, pero que tan íntimamente imbricada estaba a su anhelo de justicia universal:

“Obrando como lo hacen y recordando firmemente a un ministro que "ninguna autoridad gubernativa se halla autorizada para fijar las normas que han de regir los deberes del intelectual con respecto a la conciencia pública", los escritores, universitarios, científicos y artistas españoles mantienen una exigencia fundamental y contribuyen a salvaguardar, no sólo para ellos mismos y dentro de los límites de España, sino para todos y para todos los países, algunas de las condiciones sin las que no existiría futuro alguno para una palabra justa y verdadera."

A lo largo de aquel otoño se solidarizaron con los intelectuales españoles más de 200 colegas europeos y americanos. No es cosa de poner el nombre de todos. En primer lugar porque no he encontrado los listados completos, y en segundo porque muchos de aquellos firmantes poco dirían hoy a los posibles lectores. Sin embargo, creo que merece la pena recordar a algunos de los que, siendo nombres fundamentales de la cultura del siglo XX, participaron con sus firmas en aquella batalla tan lejana a ellos: Marguerite Duras, André Bretón, Christiane Rochefort, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Jean Luis Trintignan,  Simone Signoret, Natalie Sarraute, Alain Resnais, Louis Aragón, Arthur Miller, Sydney Hook, Dwight MacDonald, J.B. Priestley, Julian Huxley, Peter Shaffer, Arnold Wesker… O el excelente actor británico James Robertson Justice, que al momento de comprobar me entero que, además de poner su buen hacer interpretativo en docenas de películas, fue, en dos ocasiones, rector de la Universidad de Edimburgo.



Violeta Parra. “Qué dirá el santo padre”




Testimonio desde la cárcel


A estas alturas del relato se podría alegar que no resultaba excesivamente incómodo ni peligroso poner la firma al pie de un manifiesto sentado a una mesa llena de papeles en un ático del Greenwich Village neoyorkino o del barrio latino parisiense. No voy a contradecir a quien lo alegue, aunque recordaré que no por su comodidad el gesto era menos valioso. En cualquier caso, lo que nadie negará es que todo resultaba mucho más complicado si la protesta llegaba del fondo de alguna cárcel española.

El 28 de octubre de 1963, casi coincidente con la segunda carta de los intelectuales, que vio la luz dos días después, 15 presos del penal de Burgos, pintores, escritores y profesionales varios dirigieron su propia carta a Manuel Fraga Iribarne a través, como no podía ser de otra forma, del director de la prisión.

Prisión de Burgos en los años 60
Inaugurada en 1932 por el gobierno de La República, la Prisión Central de Burgos se convirtió, prácticamente desde la sublevación de 1936, en el principal centro de reclusión de presos republicanos, función que no sólo no dejo de cumplir a la finalización de la guerra, sino que, por el contrario se incrementó durante el franquismo. Allí pasaron largos años republicanos de todas las ideologías, que eran muchas, aunque con el paso del tiempo y la llegada de nuevos presos procedentes no ya de la guerra civil, sino de la guerrilla o la clandestinidad posteriores, fue variando el equilibrio entre las diferentes corrientes políticas. A esas alturas de los sesenta, Burgos era esencialmente una cárcel para comunistas, hasta el punto que de los 2000 presos que llegó a encerrar el penal en aquellos años, se ha escrito[26] que 1.700 eran de esa militancia. Es complicado concretar cifras, pero en cualquier caso los que si eran comunistas eran los 15 firmantes de aquella carta tan ilustrativa.

Como es de comprender, no resultaba fácil la vida en un presidio español de comienzos de los años 60, aunque ya hubieran pasado los momentos represivos más duros del primer franquismo. La disciplina seguía siendo inflexible, los funcionarios normalmente crueles y despóticos, las celdas de castigo oscuras y la hacinación, las deficiencias sanitarias y la escasez alimenticia continuaban siendo el pan nuestro de cada día. Sin embargo, los presos habían encontrado, aún en las peores condiciones, la forma de sobrevivir. La convivencia en un mismo penal de militantes de los mismos partidos, la conciencia de que se encontraban presos por una lucha justa y la inflexible voluntad de no rendirse les habían llevado a crear los anticuerpos políticos y organizativos que les permitieran resistir y seguir luchando, aún encerrados, por las ideas y los principios cuya defensa les había llevado a la cárcel.

Desde los primeros momentos del franquismo los presos políticos se habían organizado en las cárceles, habían publicado su propia prensa clandestina, habían montado actividades culturales o deportivas y, en definitiva, habían hecho cuanto habían podido para mantener alta la moral de los encarcelados. 20 años después aquellos esfuerzos habían cuajado en un auténtico frente propio de lucha antifranquista. Alrededor de estos años que estamos revisitando algunas batallas intramuros de los presos tuvieron singular importancia, como la realizada para eliminar la obligatoriedad de asistir a la Santa Misa, de forma que quienes fueran ateos o de otras profesiones pudieran dedicar ese tiempo a cosas más provechosas, que estaba librándose en aquellos precisos momentos y que había conducido a varios presos a celdas de castigo. O la que la que reivindicaba su propia condición de “presos políticos”, que la Dictadura les negaba.

En Burgos, sin ir más lejos, los presos contaban con su propio programa radiofónico que se podía escuchar en todo el mundo. Se llamaba “Antena de Burgos” y se emitía semanalmente por las ondas de Radio España Independiente, la famosa Pirenaica que, cómo es bien sabido, no estaba en los Pirineos, sino en Bucarest. Los locutores leían ante los micrófonos los guiones escritos previamente por los propios presos en minúsculos papelillos y sacados del interior de la cárcel a través de sus esposas o familiares por medio de los más sofisticados sistemas de ocultación, desde tarteras de doble fondo hasta objetos artesanales de madera, realizadas por los propios encarcelados, aparentemente compactas, pero con huecos interiores en los que se escondían las minúsculas crónicas. Precisamente la primera de las emisiones de “Antena de Burgos” había tenido lugar el 5 de octubre de 1963, dos semanas antes de que los 15 presos firmaran su propia carta a Fraga.

La misiva era extensa más de cuatro folios de apretadísimos renglones (en la cárcel había tiempo para pensar y escribir), cuyas denuncias difícilmente podían ser ignoradas o negadas por Fraga, pues los firmantes conocían bien el principal tema que abordaban: las propias torturas y maltratos que ellos mismos habían sufrido de manos policiales tras sus respectivas detenciones.

Así, denunciaban, con conocimiento de causa, que el pintor vasco Agustín Ibarrola, detenido en Bilbao en 1961 y condenado a nueve años, había perdido la razón durante varios días a consecuencia de las torturas físicas y psicológicas. Al pintor santanderino Joaquín Fernández Palazuelos le habían golpeado los pies con toallas húmedas, pisoteado y pateado cuando caía al suelo. Al abogado Gregorio Ortíz Ricoll le habían hundido dos costillas a golpes. Al compositor y músico asturiano Eduardo Rincón García, en 1961, en Oviedo, el mismo cabo Pérez denunciado en la carta de los 102, le había retorcido los testículos y obligado a estar arrodillado sobre garbanzos durante horas. El traductor José Ruiz de Galarreta, detenido en Madrid en 1961 y condenado a 15 años, su paso por la DGS y la Brigada Político Social le dejó como recuerdo dos costillas rotas, varios días escupiendo sangre y meses de curación. No sigo, porque las torturas eran siempre similares y casi todos ellos habían sido torturados, y en cualquier caso se puede encontrar la carta completa en el enlace documental correspondiente, y sus firmantes figuran en un recuadro del artículo que publicó "Mundo Obrero" en su momento. 


Agustín Ibarrola,
dibujado en Burgos
Eso sí, antes de cerrar el tema conviene decir, como en la carta misma se señalaba, que faltaban en el documento las firmas de tres presos de Burgos relacionados con el mundo intelectual. Se trataba de Jorge Conill, un anarquista que en la cárcel había ingresado en el PCE, y los escritores Vidal de Nicolás, poeta que acabaría presidiendo mucho después el Foro de Ermua, y Eliseo Bayo, periodista que también había pasado en presidio del anarquismo al comunismo. No habían podido firmar por la sencilla razón de que en aquellos momentos se encontraban, junto a otros dos presos, en celdas de castigo, como consecuencia de su lucha para conseguir la consideración de “presos políticos”, lo que eran y se les negaba. La ausencia de sus firmas en el documento, y de eso se habían dado cuenta los que sí lo pudieron suscribir, era de demostración palpable de la veracidad de sus denuncias.

En cualquier caso, Fraga ni se dio por enterado. Tan locuaz con Bergamín o Aranguren, a los presos les dio la callada por respuesta. 


Daniel Viglieti. “Me gustan los estudiantes” (V. Parra)





Suma de oposiciones

¿Qué había pasado entretanto con las otras oposiciones, aquellas que se habían reunido en Munich excluyendo a los comunistas? ¿Cómo habían reaccionado ante las huelgas y las exigencias de los intelectuales los socialistas, católicos, liberales o falangistas contrarios en diferente medida a la dictadura y coincidentes en su anticomunismo? Todos los partidos opositores al franquismo, aún con diferencias en sus objetivos y estrategias, vinieron a coincidir en apoyar las huelgas e intentar influir en ellas de acuerdo a la implantación que cada cual tenía entre los mineros, que excepto en el caso de alguna organización católica y, en menor medida, de la UGT, era prácticamente nula. También apoyaban la valentía de los intelectuales, aunque ellos no hubieran firmado los respectivos documentos sino de forma excepcional, caso de Aranguren, católico declarado, o del dramaturgo Lauro Olmo, socialista de incorruptible coherencia y honestidad personal y política. Sin embargo, los distintos grupos de esta oposición liberal prefirieron, en general, expresar su apoyo con sus propios comunicados, sin participar activamente en la protesta colectiva. Apoyo sí, protestas sí, pero cada cual marcando su propio territorio.

Creo haber destacado más arriba el importante papel que jugaron las organizaciones obreras católicas en el estallido, la organización y el desarrollo de las huelgas asturianas de estos años. Sus militantes estuvieron siempre en primera línea de cada batalla y muchos de ellos hubieron de pagarlo caro. Dos hechos facilitaron su capacidad de movilización. Ante todo, tanto en el caso de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) como de la JOC (Juventudes Obreras Católicas) se trataba de organizaciones legales, que contaban con sus propias estructuras y que podían reunirse sin mayores restricciones que las establecidas en el código penal para otras asociaciones oficialmente registradas. Sus integrantes no corrían ningún peligro represivo por el mero hecho de formar parte de ellas, lo que no sucedía en el caso de las organizaciones clandestinas. Por otro lado, no menos importante, su actividad contaba con una extensa red de locales, difusión y apoyo a través de la propia infraestructura oficial de la Iglesia, sus parroquias y curas en la zona, que no sólo ayudaron a los huelguistas, recogiendo dinero para ellos o dándoles cobijo cuando lo necesitaron, sino que en algunos casos también les incitaron a la movilización. Por si fuera poco contaban con sus propios medios de comunicación, boletines locales o semanarios de difusión nacional perfectamente legales, con los que llegaban a sus muchos afiliados en una importante labor concienciadora, aún cuando limitada por esa misma legalidad que debían acatar. Tenían medios y los pusieron todos en aquellas huelgas, saltándose los legalismos cuando fue necesario, lo que les valió, como a los demás, detenciones, palizas y encarcelamientos.

Jorge M. Reverte, en su libro sobre las huelgas del 62 que ya hemos citado, hizo referencia a varios de estos sacerdotes, modestos curas de aldea, jóvenes de origen humilde integrados en su comunidad que, apoyados en el “aggiornamento” eclesial provocado ese mismo año, y continuado los siguientes, por el Concilio Vaticano II, consideraban que la injusticia social y la explotación del obrero constituían no sólo pecados, sino, sobre todo, males sociales de los que había que defenderse y contra los que había que combatir. No en el cielo, sino en la tierra. Reverte se basó en informes reales de la Guardia Civil sobre los sacerdotes de 25 parroquias de las cuencas mineras a los que se había investigado. De uno de ellos, el de la parroquia de Laviana, destacaba el informe, a más de otras tropelías, que debía 300 pesetas en la panadería del pueblo como consecuencia de haberlas gastado en comprar pan para los huelguistas. Del de Brimea, que habiendo participado con los rebeldes en la guerra ahora se mostraba partidario de Fidel Castro. Y, en fin, del de la parroquia de Solvay, en Lieres, que además de rojo era mujeriego, o al menos se le veía en compañía femenina en la playa. A Jesús Fernández Navas, por último, le costó el destierro atacar desde el púlpito al capitalismo y decir en tan alto estrado que los ricos no deberían entrar en la iglesia.

Y es que entre las muchas cosas que estaban cambiando en el franquismo de los años sesenta también figuraba la actitud de la Iglesia, o al menos de una parte de sus feligreses y curas, ante la Dictadura.

Víctor Manuel. “Planta 14”





La oposición con crucifijo, Manuel Jiménez Fernández


El 29 de septiembre de 1963, todavía activas las huelgas y tres días antes de la primera carta de intelectuales, un grupo de curas vascos dirigió una comunicación a los padres conciliares, que ese día iniciaban la segunda sesión del Concilio Caticano II. En ella, aparte de pedir cambios en el Concordato vigente con España, en la línea de democratizar la elección de las cúpulas religiosas y suprimir “toda presentación de Obispos por el poder civil” (proponiendo, pues, una incipiente separación de la Iglesia y el Estado), realizaban una impecable descripción de la situación política española y del papel que la propia Iglesia oficial jugaba en ella. Sólo había que sacar las conclusiones pertinentes para dar fe de que había surgido un nuevo catolicismo antifranquista.

“La causa principal, aunque no única, del abismo abierto entre la Iglesia y el pueblo es el hecho de estar la Iglesia, en España, excesivamente ligada al Estado, por lo que se hace responsable a la Iglesia de la actuación del régimen. Esta unión, a nuestro juicio, coarta la libertad de la jerarquía, que guarda un bien significativo silencio ante la evidente y sistemática violación de la ley natural. He aquí unas cuantas realidades del Estado español: Sólo se permite el partido oficial y único, al servicio del Estado. Toda oposición se considera ilegal y es aniquilada. El sindicato, único, establecido y controlado por el Estado, para su servicio, no es libre ni representa a las clases trabajadoras. La huelga es declarada ilegal como principio de gobierno: si se produce es reprimida con dureza. Los derechos de la persona humana, teóricamente reconocidos por la constitución, no tienen vigencia ni garantía alguna en la vida ciudadana. No existe Ley de Prensa, a pesar de que ha sido reiteradamente prometida. Se mantiene una rígida censura; es monopolio estatal la información. No son reconocidos ni respetados debidamente los grupos étnicos y minorías nacionales. El atropello de los derechos del hombre en un régimen no cristiano en nada empaña el nombre y el prestigio de la Iglesia. Pero cuando sucede en un régimen oficialmente católico que cuenta con el decidido apoyo de la mayor parte de la jerarquía, la Iglesia pierde prestigio, el pueblo fiel se aleja y el mundo padece escándalo.”

La aparición de esta iglesia obrerista y de base, las huelgas de aquellos años y, sobre todo, la rebelión de los intelectuales permitieron al fin la cristalización de un frente estrictamente político de intelectuales católicos que al fin se enfrentaron al régimen directa y colectivamente. El 15 de noviembre de 1963, 30 personalidades de la universidad, la intelectualidad y la política dirigieron a Manuel Fraga Iribarne (como se puede comprobar el “Doctor No” de esta historia) una carta que suponía la aparición pública en la escena antifranquista de una fuerza equiparable a las democracias cristianas europeas, aún en germen organizativo, que habría de dar mucha caña política al régimen en los años sucesivos (Recuérdese, por ejemplo, el papel desempeñado por la revista “Cuadernos para el Diálogo”, fundada ese mismo años por Joaquín Ruiz-Gimenez, otro democristiano que incluso había sido Ministro de Educación, cargo del que fue expulsado por su tolerancia con los huelguistas universitarios de 1956).

El texto de aquella carta democristiana, que encuentro en la revista "Ibérica", la publicación sobre política y cultura española editada y dirigida en Nueva York la jurista y exdiputada republicana Victoria Kent, constituye toda una solemne declaración de ruptura de relaciones. Comenzaba por reconocer que los firmantes, que se autodeclaraban “cristianos”, habían pensado hasta entonces que las reformas que necesitaba el régimen, “la liberalización de las de las instituciones y de las formas de Gobierno”, podían llegar desde dentro del propio Gobierno, pero que ya habían “transcurrido bastantes meses y creemos percibir en lo esencial una situación de inmovilismo”. Hasta aquí hemos llegado, venían a decir, lo que siga será otra historia.

La gota que había colmado el vaso parecía ser la respuesta de la Dictadura a las huelgas y las protestas de intelectuales. Denunciaban las informaciones oficiales sobre lo que llamaban “alteraciones laborales”, que calificaban de “incoherentes, con lapsus alarmantes, tergiversaciones, referencias vagas…”. Criticaban duramente los ataques de Fraga a los firmantes de las cartas de protesta, especialmente a Bergamín, aunque no le citaban, y ponían en duda las explicaciones sobre las torturas dadas por el ministro. Reivindicaban el derecho, y la obligación del intelectual, “incluso del sacerdote”, a implicarse en la vida política del país, “al no existir cauces constitucionales propios de una sociedad ya avanzada”, y acababan con una reflexión que era una definición de intenciones, casi un programa político en aquellos momentos:

“El ser comparsa del que manda es para el intelectual, para el joven y para todo hombre ibérico más depresivo que el ser consolador del que sufre persecución social, política e incluso económica”.

De los 30 firmantes, Ibérica tan sólo publicó cinco, pero son suficientes para comprender el alcance político del conjunto. Entre esos pocos nombres figuraban dos catedráticos universitarios. Mariano Aguilar Navarro, de Madrid, que a poco sería separado durante dos años de su cátedra por apoyar las grandes huelgas de estudiantes de 1965 -- hechos que les valieron la expulsión definitiva a López Aranguren, Tierno Galván, Montero Díaz y García Calvo--, y que con el tiempo se convertiría en senador socialista. El otro impartía clases en la facultad de Derecho de Barcelona y en el futuro democrático habría de jugar un papel político importante. Se llamaba Manuel Jiménez de Parga y tras la muerte de Franco llegaría a ser rector universitario, diputado, Ministro de Trabajo, Consejero de Estado y miembro del Tribunal Constitucional, todo ello en las filas de UCD. También estaban entre aquellas cinco primeras líneas los presidentes de los colegios de abogados de Barcelona, Federico Roda Ventura, y Mallorca, Félix Pons Marqués.

Manuel Jiménez Fernández
Sin embargo, el nombre más significativo era el que encabezaba la carta, Manuel Jiménez Fernández, catedrático de Derecho Canónico de la Universidad de Sevilla, considerado por quienes saben de estas cosas el ideólogo fundamental y fundador de la Democracia Cristiana española. En este escrito creo que ya hemos tropezado con él al menos en un par de ocasiones. Él fue una de las primeras personas del entorno franquista crítico con las que se entrevistó Jorge Semprún-Federico Sánchez en sus estancias clandestinas en España de 1953-54. También hemos leído su nombre entre los 25 firmantes iniciales de la primera carta sobre las huelgas de 1962. Igualmente figuró, con papel destacado, en el famoso Contubernio de Munich, y ese mismo año de 1963 sería uno de los fundadores de la revista “Cuadernos para el Dialogo”, que dirigía su correligionario Joaquín Ruiz Jiménez. Su biografía nos lo presenta como un hombre de derecha moderada, siempre en permanente equilibrio en los límites del franquismo, incómoda posición que le llevó a elegir la salida pública del régimen precisamente por estas fechas en que estamos, cuando le quedaban cinco años de vida.

Nacido en 1896, Jiménez Fernández era ya una persona de 67 años, un señor mayor para los tiempos en que andamos, y desde muy joven había dado muestras de su intensa vocación política, siempre compaginada con la vocación docente y universitaria, desarrollada brillantemente desde que en 1934 ocupara la Cátedra sevillana de Derecho Canónico.

Durante la República había sido concejal del ayuntamiento sevillano y posteriormente diputado en dos legislaturas. Situado en el ala más liberal de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), que presidía Gil Robles, había estado al frente del Ministerio de Agricultura entre 1934 y 1935, durante el bienio negro republicano del gobierno derechista presidido por Alejandro Lerroux, el conocidísimo “Emperador del Paralelo”. En esta etapa había sido objetivo de varios atentados violentos, que por fortuna fracasaron. 


Finalmente dimitió del cargo al no poder llevar a cabo la moderada reforma que pretendía aplicar a la muy progresista Ley de Reforma Agraria aprobada en 1932, en plena euforia republicana. Los que se lo impidieron no fueron los diputados de izquierda, que en cualquier caso hubieran estado en contra, sino sus propios correligionarios más derechistas que proponían no ya una reforma radical de tan importante Ley, sino su práctica derogación. Medida que al final acabaron imponiendo. Pese a todo, Jiménez Fernández siguió de Vicepresidente de las Cortes y en las elecciones de 1936, que ganó el Frente Popular, volvió a ser elegido diputado de la CEDA por Segovia.

El 18 de julio de 1936 pilló a Jiménez Fernández en Sevilla como era natural, pues allí vivía. No había participado en los preparativos del golpe, aunque por el ambiente en que se movía debía tener noticia de lo que se venía, pero cuando llegó reaccionó con extraordinaria valentía y coherencia. Pese a su adscripción clara al terreno de la derecha política, aún en su facción más moderada, el catedrático de derecho canónico, asistente diario a misa, no pudo hacer sino plegarse a la situación de hecho que el golpe, tan prontamente triunfante en Sevilla, planteaba. Jiménez Fernández quedó instalado en el Régimen como una consecuencia natural de su vida pasada, pero jamás realizó la menor alabanza, loa o hagiografía, ni del golpe militar ni de los militares que lo habían protagonizado. Al menos que a mi me conste.

Pese a los buenos servicios ofrecidos en el pasado por Jiménez Fernández, aquella actitud de distanciamiento con la sublevación debió provocar desconfianza y resentimiento por parte de los alzados. Tanto es así, que inmediatamente fue sometido a un expediente disciplinario, se le incautaron sus bienes de fortuna y se le desterró a 100 kilómetros de su habitual residencia sevillana, a Chipiona. Así, en principio, no parecía un mal sitio para esperar el fin de la guerra aquella hermosísima localidad gaditana, a la sazón un pequeño puerto de pescadores aún sin descubrir por el turismo internacional. Sin duda hubiera sido aquel un lugar agradable para esperar la escampada, de no haber sido por la irrupción en escena de los falangistas chipioneros, a cuyos ojos la tibieza del catedrático le convertía en un enemigo declarado de La Patria, que desataron contra él una intensa campaña de insidias, desprecios e incluso amenazas de muerte.


Queipo de Llano
Fue una dramática situación en aquellos años de confusión y terror que bien le pudo costar caro al catedrático de derecho canónico. Al parecer, solo pudo salir de ella gracias a la intercesión directa a su favor del mismísimo general Gonzalo Queipo de Llano, procónsul franquista en la zona con poder omnímodo y cruel sobre toda Andalucía, a más de jacarandoso locutor radiofónico, al que Rafael Alberti había dedicado unos memorables versos del género insultante.

“¿Atención! Radio Sevilla.
Queipo de Llano es quien habla.
Who I Am OJOS, que Yo Soy gargajea
Quien rebuzna a cuatro patas (…).”


Manuel Jiménez Fernández no volvió a ocupar nunca más cargos políticos institucionales. Se centró en su Cátedra, de la que no fue desposeído, en la práctica privada de la abogacia y en intentar cambiar la dictadura desde dentro. Hasta que comprendió que era una misión imposible.

En 1934, en un discurso ante las cortes como Ministro de agricultura pronuncio unas frases que reproducidas ahora no pueden dejar de resumir lo que constituyó su ideario político fundamental durante toda su vida.

"No puedo olvidar que soy catedrático de Derecho Canónico y tengo el concepto canónico de la propiedad. O sea que, como toda propiedad tiene que basarse sobre el concepto de que los bienes se nos han dado como medio para subvenir a la naturaleza humana, todo el uso de los bienes que excede de lo preciso para cubrir estas necesidades para las que la propiedad fue creada puede ser abusivo, y lo es ciertamente cuando éste coincide con un estado de extrema necesidad de otros hermanos nuestros".

Esos simples principios básicos de una cierta justicia social eran los que Jiménez Fernández comprobaba cada día que no se cumplían en la España franquista, en la que, además, veía que en esos días de 1963 se seguían aplicando “Unos procedimientos políticos que sinceramente hubiéramos querido ver borrados para siempre”, según denunciaban en su carta, aludiendo al “tono discriminatorio y partidista de otras épocas”. Aunque las diferencias venían de lejos y ya las habían explicitado en otras ocasiones (la más importante de ellas en la reunión de Munich del año anterior), en este momento tomaban carta de naturaleza pública, y colectiva, al hilo de las huelgas mineras y la solidaridad intelectual con ellas.

Pero tanto el catedrático sevillano como sus compañeros eran personas de orden, educadas y leales, y en el último párrafo le ofrecían a Fraga una posible salida airosa de la situación. Los firmantes mantendrían durante un tiempo el carácter privado de la carta hasta que el ministro les comunicara su actitud al respecto. El documento se entregó el 15 de noviembre. Transcurrido un mes sin que Fraga diera señal de haberla recibido, los firmantes la dieron a la publicidad. Una ruptura de relaciones en toda regla.



Soledad Bravo (Venezuela). “La paloma”






El apoyo anticomunista del PSOE


Con la victoria franquista de 1939, fueron multitud los socialistas que hubieron de pagar con la vida, con muchos años de cárcel y aún más de exilio su fidelidad a La República. La forma en que acabó la contienda, de nuevo con una mini-guerra interna entre los partidarios de seguir luchando, aún a la desesperada (los comunistas y una parte del socialismo, representada por Juan Negrín, Jefe del Gobierno, y otras fuerzas republicanas), o de acabar cuanto antes con una rendición a Franco (el sector mayoritario del PSOE, encabezado por Julián Besteiro e Indalecio Prieto, y buena parte del anarquismo ibérico), no hizo sino enconar las viejas rencillas, y la postguerra mundial, en la medida en que se impuso la lógica geopolítica de la Guerra Fría, no sólo no sirvió para cicatrizar heridas sino que por el contrario, para emponzoñarlas.

Rodolfo Llopis
A las alturas de los años 60, el secretario general del PSOE, y mandatario absoluto del partido, era, y seguiría siéndolo hasta la aparición en escena de Felipe González en 1972, Rodolfo Llopis. Se trataba de un veteranísimo militante socialista que había ocupado todos los cargos partidarios y gubernamentales habidos y por haber durante la República y la guerra, y que había alcanzado la secretaría general del partido nada menos que en 1944, en el primer congreso celebrado tras la guerra por el PSOE en el exilio. Una de las primeras tareas que debió imponerse fue la de acabar con las diferencias internas, lo que provocaría dos años después la expulsión de Negrín y sus partidarios, contra los que Llopis ya se había enfrentado en el golpe de estado interno de marzo de 1939. En el origen de las diferencias políticas entre uno y otro, y los respectivos sectores del PSOE que representaban, estaba la diferente actitud hacía los comunistas, que en Negrín era de colaboración, no exenta de reticencias, en la lucha común contra el fascismo, y en Llopis de abierta desconfianza y enfrentamiento. La lógica de la Guerra Fría había acentuado ese anticomunismo esencial de los socialistas españoles, cada vez más alineados con el Occidente capitalista y enfrentados al comunismo, en aquel momento totalmente implicado en la política internacional soviética. Una desunión de la izquierda que, a la postre, constituiría una importante rémora en la lucha antifranquista.

1944. Toulouse. Ejecutivas de PSOE y UGT
El final de la guerra concentró en el exilio a la gran mayoría de la dirección socialista, que se reconstruyó fuera de España en base a una política de influencia y entendimiento con los gobiernos de los países ganadores de la guerra, excepto la URSS, naturalmente, en cuyas presiones sobre Franco confiaban para la desaparición del franquismo. En la práctica de esta política, los socialistas (y la UGT, pues en aquellos momentos partido y sindicato venían a ser lo mismo) contaron con el apoyo inapreciable no sólo de los respectivos gabinetes socialistas que en un momento u otro gobernaron en Europa, sino, sobre todo, de la enorme fuentes de financiación, propaganda y solidaridad que constituían las asociaciones internacionales de las que formaban parte, muy especialmente la Internacional Socialista, creada en 1951 en Frankfurt, y la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales libres (CIOSL), en cuya fundación habían participado ya en 1949, o el muy influyente Movimiento Europeo, organizador del encuentro de Munich. Aquel centrarse en las relaciones internacionales en el exilio, desatendiendo la organización y la lucha directa dentro de España, constituyó, a mi entender, el principal impedimento del PSOE para jugar un papel significativo en la lucha antifranquista como en justicia le hubiera correspondido. Bien es verdad que, visto con perspectiva, tampoco lo necesitaban, pues fue morir Franco y la memoria popular, tan importante y tan frágil, les devolvió al lugar que habían ocupado en el pasado como si el franquismo hubiera sido sólo un mal sueño a olvidar.

Había muchos socialistas en la España de Franco, como no podía ser de otra manera, pero según todos los datos crecían de los elementos necesarios, políticos y organizativos, que les permitieran ejercer una resistencia prolongada y constante al franquismo. Los no muy numerosos grupos de socialistas que habían conseguido reorganizarse tras la guerra y las cárceles, debían enfrentarse a las dificultades de comunicación entre ellos y al práctico aislamiento de la dirección de Toulouse, con la excepción de la lectura esporádica de "El Socialista" o los viajes a Francia de algún militante del interior. Ese era el caso, seguramente, de los socialistas que, encuadrados oficialmente o no en el PSOE y la UGT, participaron en las huelgas mineras asturianas aún a costa de detenciones y apaleamientos.

Me ha resultado un interesante ejercicio de cotilleo histórico leer los ejemplares de El Socialista de aquellas fechas, que por suerte para cualquiera están disponibles en Internet. El Socialista, que a veces aparecía como Le Socialiste, era un semanario por todo lo alto, con ocho páginas de apretado texto que ofrecían noticias de España, pero, sobre todo, artículos sobre la situación internacional, actividad del partido en el exterior y, muy a menudo, largos análisis culturales, políticos o históricos.  Aunque lo dirigía oficialmente un francés, Georges Brutelles, se editaba pulcramente en París e incluía indistintamente artículos en francés y castellano, se trataba del órgano oficial del PSOE y de Rodolfo Llopis, que lo controlaba directamente.

El Socialista escribió cumplidamente sobre las huelgas asturianas y, algo menos, sobre la solidaridad intelectual que provocaron. Defendió, apoyó e impulsó las movilizaciones y sus reivindicaciones y denunció sin sombra de duda la represión ejercida contra los huelguistas. Sin embargo, tras expresar en estos escritos la solidaridad correspondiente y como en un ejercicio de contrapeso, sus redactores no dejaban de sacar a colación a los comunistas. Y no precisamente para regalarles flores por su participación en las huelgas.

Por ejemplo, en el número del 15 de agosto de 1963, fecha temprana para informar de la huelga de aquel verano si se tiene en cuenta que había estallado apenas hacia dos semanas, El Socialista ya publicaba en primera página un “Mensaje a los Españoles” firmado conjuntamente por la Confederación Internacional de Organizaciones Libres, a la que pertenecía UGT, y la Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos. Se trataba sin duda de un apoyo sustancial a las huelgas mineras, aunque no se olvidaron de introducir al final un párrafo envenenado de anticomunismo:

“Por otra parte, no podemos olvidar las múltiples traiciones comunistas a la democracia española durante y después de la guerra civil. Además, la importancia y el volumen cada vez mayores de los intercambios culturales, comerciales y otros de los países comunistas con la España actual son la mejor prueba de su duplicidad. Es evidente que la existencia del totalitarismo franquista favorece el totalitarismo que los comunistas esperan implantar en España; de ello los demócratas españoles son perfectamente conscientes”.

Valdría entender que se trataba de un documento conjunto de las dos organizaciones sindicales anticomunistas mundiales, surgidas al hilo de la guerra fría para contrarrestar la poderosa influencia entre la clase obrera europea de los fuertes sindicatos comunistas salidos de la guerra antinazi. Considerado así, "El Socialista" se limitaba, en realidad, a reproducirlo en lo que podría haber sido un simple ejercicio de objetividad periodística, lo que daría por finalizada esta historia. Sin embargo, el tema se repite insistentemente también en los artículos que pretenden ser simplemente informativos. En el mismo número, un suelto titulado simplemente “Las huelgas de los mineros asturianos”, firmado con las iniciales I. S. I., da una vuelta de rosca más al tema:

“YA SURGIERON LOS COMUNISTAS

Para que la huelga asturiana alcance todo el grado de impopularidad nacional e internacional que el régimen necesita, ya aparecieron los consabidos comunistas. Ya hay comunistas en las cárceles. El hecho de que la propaganda impresa invitando a manifestarse por una serie de reivindicaciones fuera firmada por la UGT-CIOSL llenó de confusión y de despecho a los corchetes de la Dirección General de Seguridad. Había que tener un testimonio que permitiera endosar la huelga, si no totalmente, en parte, a los comunistas. Ya sea porque los comunistas lo hayan hecho o porque los falsarios del régimen lo hayan inventado, lo cierto es que aparecieron los testimonios necesarios, y de impronta comunista, para justificar el encarcelamiento a los que colgaron el sambenito de bolcheviques. Los verdaderos iniciadores del movimiento, como no podían ser calificados de comunistas, se les tildó de “revoltosos”, después de “socialistas-marxistas”. Lo de socialistas a secas no le convenía al régimen y el aditamento de marxistas en la prosa franquista equivale a comunistas. Así, pues, ya lo saben los lectores. La magia de la prensa caudillil, una vez más, intenta mistificar y engañar, conturbando el espíritu timorato de la burguesía española para que vea buitres donde no hay más que blancas palomas o tremebundos bolcheviques donde no hay más que pacíficos huelguistas”

La cosa no parecía tener dudas para el desconocido cronista. Las masivas detenciones de comunistas durante aquellos hechos no respondían a su real participación en las huelgas, sino, en realidad, a una oscura táctica policial, quién sabe si con la mismísima complicidad de los propios detenidos y torturados, de ningunear a los verdaderos movilizadores de las huelgas, que no eran sino el PSOE y la UGT. Por eso, cuando se les detenía no se les identificaba públicamente como tales socialistas, sino bajo el malévolo apelativo de “socialistas-marxistas”, nombre, decía el redactor, que los asimilaba a los nefandos comunistas. Infalible resulta el último párrafo en su elevación a metáfora de la realidad política del momento, con esas blancas palomas que son los huelguistas y ellos mismos enfrentadas a los buitres del comunismo internacional. A su favor queda, para mi gusto, ese lenguaje ya anacrónico que sin embargo retrata toda una época con palabras tan hermosas y sonoras como “corchetes”, “falsarios”, “sambenito”, “aditamento” o “conturbando”.

Resulta sumamente llamativa la insistencia con que los redactores de El Socialista volvían una y otra vez al mismo argumento, calcado de uno a otro escrito. A los comunistas se les detenía para demonizar la huelga; a ellos, en cambio, se les silenciaba para anularlos. El Socialista, 29 de Agosto de 1963, artículo informativo, cuarto párrafo:

“…Así van cazando a los trabajadores acusados de ser los faustos de la huelga. Para que la tramoya de la represión tenga justificación ante la opinión timorata de España y el mundo ya tiene la policía a los ocho comunistas que era menester. Los otros detenidos, para que nadie se apiade de ellos, no son simples sindicalistas de la UGT o del Partido Socialista. Quiá, se trata de otra cosa muy mala, son gente ‘conocida por sus ideas de extrema izquierda’ o de ‘socialistas-marxistas’.”

Lo firmaba José Barreiro, veterano militante asturiano que en octubre de 1934 se había sublevado junto con sus compañeros mineros, aunque él era maestro, contra el gobierno reaccionario del Bienio Negro, lo que le había llevado a la cárcel hasta el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936. En 1939 se había exiliado en Francia y en aquellos momentos pertenecía a la Comisión Ejecutiva del PSOE.

El 10 de octubre El Socialista público íntegra la carta de los 102, incluida la nómina completa de los firmantes, a los que alude como “muy calificados intelectuales españoles”. El breve texto no es tanto un análisis político de la carta y las huelgas que la motivaron como una alta valoración moral del acto de dignidad realizado por mineros e intelectuales. Su propio título así lo indica: “Es caso de dignidad”, Pese a mostrar un claro apoyo y respeto a los firmantes, en el último párrafo aparece un cierto retintín hacia ellos, como si parecieran recriminarles que llegaran tarde al antifranquismo:

“En fin, bien está como comienzo que –ya que no iniciadores-- los intelectuales españoles se decidan a solidarizarse con quienes a tan duro precio toman sobre sí la empresa de luchar por la dignidad contra las indignidades del régimen del Caudillo.”

No es de extrañar que esta visión tan lejana, geográfica y políticamente, de lo que sucedía en España contrastara y hasta llegara a enfrentarse con la realidad que a diario veían, y compartían, los socialistas del interior. Precisamente en esos primeros años sesenta estaban empezando a tomar cuerpo los primeros intentos de reconstrucción del PSOE dentro de España. Los estaban llevando a cabo, en su mayor parte, militantes jóvenes y de origen básicamente universitario, niños en la guerra o nacidos ya tras ella. Al frente estaba Antonio Amat Maíz, Guridi, un nombre en el que merece la pena detenerse pues se trata de un personaje casi mítico del socialista hispano y de la lucha antifranquista, clave en los años de referencia.


Canción del Pueblo. “No nos moverán”





Antonio Amat, la esperanza socialista del interior

Antonio Amat
La vida de Antonio Amat tiene tintes aventureros que la hacen buena para una novela o un guión cinematográfico. Sus orígenes políticos están poco claros, quizás porque empezó muy joven. Se sabe que con tan sólo 17 años se alistó voluntario en el ejército sublevado, que había triunfado en Vitoria, su ciudad, el mismo día del alzamiento. La biografía oficial publicada en la web del PS0E ofrece una explicación precisa sobre este alistamiento que no he encontrado desmentida en otras fuentes. Según eso, Amat habría sido detenido en aquellos primeros días de la guerra por tirar por la calle panfletos a favor de La República y, como consecuencia, hubo de alistarse para evitar el juicio correspondiente. Es una historia plausible con la que, en aquellos primeros años de la guerra, y aún después, se podrían identificar tantos combatientes de uno u otro lado del frente. Recuérdese, por ejemplo, la aventura rusa del cineasta Luis García Berlanga, voluntario en la División Azul para intentar aliviar la situación de su padre encarcelado. En ambos casos tampoco sería descartable un apunte de añoranza juvenil por la aventura en estado puro.

También debió ser una mezcla de conciencia política y espíritu aventurero lo que le llevó a organizar en 1943 un grupo de jóvenes que pretendía llegar hasta Francia para unirse a la resistencia antinazi. Los detuvieron en Lekeitio, cuando intentaban subir a la barca que había de llevarles hasta las costas francesas. El intento le costó a Amat seis años de cárcel y uno de destierro en Huesca. Tras regresar a Vitoria en 1950 sería encargado por la dirección en el exilio de la reconstrucción del PSOE en el interior, labor complicada a la que puso manos a la obra con total dedicación y en constante peligro hasta que volvió a ser detenido tres años después.

Debieron ser años vertiginosos para Amat, que comenzó su labor de recuperación por su entorno vasco, en el que pronto contaría con la colaboración de socialistas veteranos, como Ramón Rubial, que le había acompañado en aquello aventura francesa y que también había pagado por ello y que con el tiempo presidiría en PSOE de la democracia, o más jóvenes, como Nicolás Redondo, futuro secretario general de UGT, extendiéndose luego a Asturias, Madrid, Cataluña o Andalucía, territorios que cita expresamente su biografía y que no por casualidad eran aquellos en los que el PSOE y la UGT habían tenido mayor presencia durante La República. La labor tuvo que ser inmensa. Localizar a los viejos compañeros aislados, muchos de ellos desde hacía ya muchos años, o a los pequeños grupos que se habían ido juntando por su cuenta, organizarlos y comunicarlos entre si, y a todos con él y sus camaradas de la dirección, poner en marcha los aparatos de propaganda o financiación, definir y comunicar la política a seguir, debieron suponer cientos y cientos de citas y reuniones clandestinas, viajes, contactos y conversaciones hasta cerrarse los ojos de cansancio. Se cuenta que a muchas de aquellas reuniones acudía en bicicleta, lo que le valió el sobrenombre clandestino de “El ciclista”, uno más de los varios que tuvo.

En 1953 volvió a ser detenido junto a su compañero de dirección del PSOE Tomás Centeno, que murió en comisaría. Esta vez estuvo poco encarcelado, y a la salida regresó a las tareas organizativas y políticas, que no se redujeron al mundo obrero socialista sino que se ampliaron a otros ámbitos, como la universidad, esencialmente, y a otras fuerzas de oposición, desde Ridruejo a Tierno Galván, incluidos contactos los comunistas, llegando a entrevistarse con el clandestino Federico Sánchez.

No obstante, quizás el mejor logro organizativo de Antonio Amat fue conseguir la incorporación al PSOE de un importante grupo de jóvenes intelectuales y universitarios que, por no estar lastrados por el peso del pasado, abrían el partido con su llegada a un mayor enraizamiento en la realidad española. Alguno procedía directamente del comunismo, como el ya citado Enrique Mújica, que tras su paso por la cárcel había cambiado de partido. Otros se movían en el campo obrero, tal que Nicolás Redondo, pero la mayoría habían batido sus primeras armas políticas, y habían sufrido sus primeras cárceles, en las filas de la ASU, la Asociación Socialista Universitaria que tanto había luchado en 1956 en aquellas huelgas de los estudiantes madrileños que ya han salido por aquí en su momento, y que en su mayor parte tuvieron largas y provechosas carreras políticas en la democracia. Se llamaban, por ejemplo, Miguel Sánchez Mazas, Juan Manuel Kindelán, Francisco Bustelo, Luis Solana, Mariano Rubio, Luis Gómez Llorente o Miguel Boyer. 


Luis Martín Santos
También figuraba en ese grupo el psiquiatra y novelista Luis Martín Santos, que en 1961 publicaría esa obra magna de la literatura española del siglo XX que es “Tiempo de Silencio”, y que se había convertido en el más directo colaborador de Antonio Amat en este periodo reorganizador a que nos referimos.

De todos ellos se valió Amat, en mayor o menor medida, para configurar por primera vez desde la guerra una dirección del PSOE en el interior nueva, organizada y cohesionada. Una dirección que pronto exigió a la Ejecutiva del partido no sólo ocupar en ella el lugar que les correspondía, sino, sobre todo, disponer de autonomía y capacidad para elaborar sus propias tácticas políticas de la forma que les aconsejara la realidad que vivían día a día, y no a lo intereses geoestratégicos de la alta política internacional. Ni que decir tiene que pronto chocaron con Rodolfo Llopis, sin cuyo consentimiento no se movía una hoja en el PSOE y que no pudo ver sino con auténticas reservas las aspiraciones de Amat y su nuevo entorno de volar fuera del nido. Tampoco le debían gustar mucho a Llopis algunas de las formas de lucha propugnadas por Amat, como la que este denominaba “táctica antibiótica”, que incluía la preparación de atentados que, por otro lado, nunca se llevaron a la práctica.

1959. Antonio Amat y militantes de la ASU y otras 
organizaciones con sus hijos en la cárcel de Carambachel
Sin embargo, en noviembre de ese año, tras haber asistido al VII Congreso del PSOE celebrado en Toulouse, Amat volvió a ir a la cárcel. Fue detenido, al parecer, a causa de una delación, que provocó la caída multitudinaria de casi un centenar de militantes, entre los que se encontraban la práctica totalidad de la dirección interior del PSOE. Ni que decir tiene que la ausencia de tantos dirigentes y militantes desmanteló prácticamente todo lo que Amat y la nueva dirección del interior habían reconstruido en los ocho años anteriores.

Al estallar las primeras huelgas mineras de la primavera de 1962 apenas hacía un año que Amat había sido puesto en libertad. La intensa campaña internacional por su liberación, coincidente con la que también se estaba produciendo por la libertad del poeta Marcos Ana, y una entrevista que le hizo para la prensa italiana la periodista comunista Rossana Rossanda, le había dado una enorme popularidad y prestigio internacionales, pero también habían cerrado el cerco policial en torno suyo, lo que sin duda hubo de hacer más difícil la tarea a la que de nuevo se enfrentó al salir en libertad: volver a poner en pie y a unir de nuevo  lo que había quedado del PSOE en el interior. Para entonces, Amat ya había sido relevado al frente del partido en el interior por Ramón Rubial. Unas cosas y otras condujeron a Antonio Amat a moderar su actividad política. Que pese a todo siguiera en su sitio da fe de su valor y fidelidad.

Enfermo de cáncer, Antonio Amat Maíz se suicidó la noche del 19 al 20 de noviembre de 1979 tirándose al mar desde la borda del buque Ciudad de Badajoz en el que hacía la travesía de Barcelona a Palma de Mallorca. Seguía militando en el PSOE, aunque se había negado a ocupar ningún cargo, ni orgánico ni institucional, tras el fin del franquismo. Tampoco había participado en 1972 en la sublevación anti-Llopis del PSOE del interior encabezada por el grupo sevillano. Incluso se había negado a competir con Llopis por la Secretaria General del PSOE en el X Congreso del partido en agosto de 1967, tal y como le habían propuesto un buen número de amigos y compañeros del interior. Una de ellas, Josefina Arrillaga, militante entonces del PSOE y su abogada defensora en el proceso de 1958, recordaría posteriormente aquel momento:

“Venían todos con gran expectación a conocer al líder, aunque algunos ya le conocían, y pienso que no respondió a esa expectación. No le culpo a él de eso, porque creo que era más nuestra fantasía, el afán de combatir al exilio, que nos hizo ver en Antonio a alguien que encarnase todos nuestros deseos. Los del Labour Party que tanto ayudaron a su libertad, estaban dispuestos incluso a que Antonio fuese el secretario general del partido. Pero Antonio Amat ni estaba interesado en ello ni lo había estado nunca; él era un activista que nunca pensó en dirigir nada...”

Josefina Arrillaga realizó estas declaraciones al periodista Fernando Jaúregui para su biografía del político vasco, cuyo sólo título delata ya en si mismo una tesis histórica de difícil comprobación, como lo es siempre la percepción de lo que pudo haber sido y no fue: “El hombre que pudo ser FG: pasión y muerte de Antonio Amat "Guridi" y otros "malditos" del PSOE[29]. No voy a entrar en explicar lo que dice el libro, entre otras cosas porque sólo he leído de él reseñas y comentarios, pero me resulta atractivo especular un momento sobre la idea que plantea el título y en la que Jaúregui (y su colaborador, Manuel Ángel Menéndez) coinciden con otros estudiosos. ¿Qué hubiera sido del socialismo español, y de la propia España, si el renovador del PSOE no hubiera sido Felipe González en 1972 sino Antonio Amat varios años antes?

No especularé sobre las posibles consecuencias post-franquistas de esa variable histórica, pues a estas alturas soy ya un convencido de que la inescrutabilidad de los caminos de la historia es muy superior a la de los propiamente divinos. Parece evidente, sin embargo, lo que podría haber supuesto el triunfo de las tesis renovadoras del PSOE del interior en aquellos mismos años en que se estaban produciendo los hechos. Bastaría para ello con hacer un negativo de las principales diferencias que separaban a Amat y sus compañeros de las tesis políticas y organizativas mantenidas por Llopis y la dirección del exilio. Seguramente el partido del interior hubiera cobrado un peso mayor, tanto en la lucha antifranquista como en la elaboración de la línea política general. Probablemente las estrategias de lucha contra la dictadura se hubieran centrado más en las movilizaciones populares dentro de España que en los contactos, las presiones o las influencias internacionales. Tal vez UGT hubiera colaborado con comunistas y otros sindicatos, como había sucedido en las huelgas asturianas, y no se hubiera producido, o se hubiera aminorado, la confrontación sindical entre la organización socialista y las nacientes, y después hegemónicas, Comisiones Obreras, una división que constituyó una lacra para el movimiento obrero español durante largos años democráticos, aunque con el tiempo haya terminado, como dice el tango, “en el mismo lodo todos revolcaos”. A lo mejor no tenía que haber esperado a que muriera Franco para crear la Platajunta.

Fuera del terreno especulativo, dentro ya de lo comprobable por documentado, encuentro un suceso que viene a mostrar palpablemente las diferencias políticas, en concreto sobre la unidad de la oposición a Franco, que separaban a Antonio Amat de Rodolfo Llopis. Dado que no la he visto reflejada en ningún texto de los que he consultado (lo que no significa que no esté contada ya) me parece interesante relatarla.

Como creo que ya ha quedado dicho (porque con ese motivo se firmó un manifiesto de intelectuales al que ya nos hemos referido), en la tarde del 25 de marzo de 1961, se abrió, en el Hotel Continental de París, la Conferencia de Europa Occidental por la Amnistía de los presos políticos españoles. Durante dos días más de 500 delegados de toda Europa y de América discutieron sobre los encarcelados políticos y elaboraron unas conclusiones pidiendo la amnistía que enviaron a varios Gobiernos, a las Naciones Unidas e incluso al Papa Juan XIII. La concurrencia ideológica era sumamente variada. Había desde catedráticos universitarios, dirigentes religiosos, diplomáticos e intelectuales hasta líderes sindicales y políticos, democristianos, laboristas británicos y liberales estadounidenses. También importantes líderes comunistas, especialmente franceses, encabezados por el mítico Maurice Thorez, todavía secretario General de PCF pese a estar ya muy enfermo. No resultaba extraña su presencia, pues la iniciativa de la Conferencia, las cosas como son, había correspondido a los comunistas españoles, con la colaboración inestimable, por aquello de las infraestructuras oblilgatorias, de los camaradas franceses. 

Había laboristas británicos, pero no socialistas españoles. Rebuscando en "El Socialista" de aquellos meses, apenas encuentro referencias al tema, excepto la reproducción de alguna opinión ajena contraria a la Conferencia. Tan sólo el 16 de marzo publicaron una posición oficial propia, a través de un comunicado conjunto de las Comisiones Ejecutivas del PSOE y de la UGT, cuyo mero título resultaba ya clarificador: “Nosotros, exiliados políticos, no pedimos ni queremos amnistía”. Desde esa perspectiva, ambas ejecutivas denunciaban la presencia de los comunistas como primer elemento de rechazo, pues, de acuerdo a su visión, “la intervención de los comunistas quita autoridad a la Conferencia y no favorece la causa de los presos políticos españoles”.

El PSOE y la UGT, aseguraban que también ellos promovían una campaña por la libertad de los presos políticos españoles. Una campaña, eso sí, propia y exclusiva, sin injerencias ni mezclas externas, de acuerdo a las organizaciones que se decía la estaban llevando adelante: “La Internacional Socialista, La Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres y la Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos”. El PSOE de Rodolfo Llopis marcaba así su territorio exclusivo.

Creo que se equivocaba Llopis, sobre todo porque dentro de España aquello de la unidad contra Franco comenzaba a ser una realidad, pero también porque la enorme amplitud de las ideologías políticas o religiosas representadas en la Conferencia y la importante repercusión internacional que podían alcanzar sus conclusiones eran muchísimo más importante que la posible maldad de sus inspiradores, estuvieran estos a la luz o en la sombra.

Algo parecido debió considerar Antonio Amat, que en aquellos momentos llevaba más de dos años preso y le quedaban apenas unos meses para salir en libertad. El hecho es que, contraviniendo la política de Llopis, envió personalmente un mensaje de adhesión a la Conferencia de París. Y, además, no lo hizo sólo, sino junto a dos de los presos políticos más representativos de los partidos y las corrientes ideológicas en las que militaban, el democristiano Julio Cerón, que a la salida de la cárcel montaría el más radical FLP, y el comunista Simón Sánchez Montero. La nota era breve y se publicó en Mundo Obrero el 1 de Abril de 1961.

Si algo se distingue en ella, aparte de la significación de los firmantes, es que su elaboración no se pudo deber a una idea loca surgida en un aburrido paseo por el patio del presidio, como algo casual que cuaja. Cada uno de los quienes la suscribían se encontraba en una cárcel diferente, como se puede comprobar en la imagen, y ponerles de acuerdo en esas circunstancias para redactar y firmar un documento con tales implicaciones debió suponer un elaborado juego de bolillos político en el que no sólo debieron participar ellos tres.

La adhesión de Amat a la Conferencia “comunista” de París, y además en tan malas compañías, contravenía por completo las directrices políticas de la dirección en el exterior del PSOE, que cuando respondió indirectamente lo hizo, a mi entender, de manera un tanto miserable y, desde luego, sectaria. El 11 de abril de 1961, casi dos semanas después de la adhesión conjunta de Amat, Sánchez Montero y Cerón, el Comité de Dirección del PSOE, dio a conocer en Toulouse una carta dirigida a Amat, y publicada en El Socialista, en la que le expresaban la admiración del partido por su valor y entrega, le deseaban la pronta liberación y no olvidaban “los grandes servicios que has prestado al PSOE, por el que has sacrificado tu libertad”. Más que un saludo parecía una despedida en la que le agradecieran los servicios prestados. Lo firmaban todos y cada uno de los 21 miembros del Comité Directivo, desde su presidente, el histórico Indalecio Prieto, hasta el responsable de las Juventudes Socialistas, C. Martínez Cobo, pasando, naturalmente por el Secretario General Rodolfo Llopis.

Como se puede ver, la directiva socialista de Toulouse se acordó de sus compañeros, pero su solidaridad acababa en los límites de la propia organización, pues la resolución ignoraba por completo no sólo a Sánchez Montero y Cerón, sino al conjunto de los encarcelados que no pertenecían al PSOE.

¿Y los abajofirmantes socialistas? Pues bien, gracias. Aquí esperando turno. Repasando un y otra vez las listas de los documentos de intelectuales de aquellos años, confrontándolos con mi propia memoria y con los datos que encuentro en la bibliografía de que dispongo o en Internet, la verdad es que no hay muchos firmantes de los que pueda asegurar con certeza que en aquellos momentos pertenecieran al PSOE o fueran ideológicamente afines en sentido estricto y partidario. Los hay, indudablemente, y nada despreciables en el terreno intelectual, pero se trata de socialistas peculiares, en complicada relación con la dirección del PSOE en el exilio, que desatendiendo la estrategia aceptaron participar en una batalla y suscribir unos documentos cuya procedencia conocían muy bien.

Tal era el caso, por ejemplo, del ilustre cardiólogo de fama internacional Francisco Vega Díaz, uno de los 25 firmantes de la primera carta del 62, discípulo, amigo y colaborador de Juan Negrín y su confidente en los últimos días de la guerra. En las cartas solidarias desde el exilio nunca faltó la firma del escritor Max Aub, para mi gusto el mejor novelista de la generación de La República o del 27 y un socialista de primera hora permanentemente en tensión con la dirección del partido. Un no-comunista que siempre se negó al anticomunismo. 


Lauro Olmo
En la misma línea, pero residiendo en el Madrid, el antifranquismo intelectual siempre contó con la presencia, el apoyo y la firma del dramaturgo y escritor Lauro Olmo, fuera cual fuera la causa defendida o la injusticia atacada y convocara quien convocara. Socialista veterano ya entonces, siempre independiente de las respectivas directivas oficiales del partido, Lauro Olmo fue un hombre de intachable coherencia moral y política al que quizás el tiempo no le ha hecho justicia, ni personal ni cultural. También es frecuente la firma de Enrique Tierno Galván, el luego muy mítico alcalde madrileño, que por aquellas fecha aún ocupaba la cátedra de Derecho Político en la Universidad de Salamanca, de la que sería expulsado en 1965, y andaba en un proceso de búsqueda de identidad política que le llevaría a una breve militancia en el PSOE, a disentir profundamente con la política y la figura de Rodolfo Llopis y a ser expulsado expulsado inmediatamente. Aún no había llegado el momento del Partido Socialista Popular y su regreso a la casa madre.

Llama poderosamente la atención en estas cartas y documentos la falta de las firmas o adhesiones de los que en aquel momento se podrían considerar los verdaderos intelectuales orgánicos del PSOE en el interior, captados para el partido por Antonio Amat, con el que habían trabajado y en algunos casos detenidos. No suscribió ninguno de aquellos documentos, o yo no he encontrado su nombre, Luis Martín Santos, ya un siquiatra reconocido con varios libros sobre su especialidad a las espaldas y que precisamente en 1962 había publicado la emblemática novela “Tiempo de silencio”.

Luis Gómez Llorente
También se hecha a faltar a los antiguos estudiantes socialistas de la ASU, ya destacados profesionales en sus respectivas carreras. Es cierto que la mayoría de ellos habían pasado por recientes estancias carcelarias y eso deja su huella, especialmente en circunstancias como las que se vivían en aquellos años de dictadura y más aún formando parte de una estructura organizativa tan frágil como la que mantenía el PSOE del interior. Algunos, como el filósofo, profesor y matemático Miguel Sánchez Mazas o los economistas Francisco Bustelo y Mariano Rubio se habían exiliado tras sus respectivas detenciones, y otros que habían quedado en España, como el profesor Luis Gómez Llorente, el economista Miguel Boyer o el abogado Luis Solana, debían andar a sus cosas profesionales y partidarias. Basta un vistazo a la lista para descubrir que prácticamente todos ellos se sumarían en 1972 ala renovación del PSOE iniciada en el Congreso de Suresnes por Felipe González y Alfonso Guerra y, ya en democracia, desempeñarían un papel fundamental con el partido ya en el Gobierno, bien participando en él, bien disintiendo.



Adolfo Celdrán. “General”



Los falangistas de izquierdas salen de las catacumbas                                    

Pero si hay algo que sorprende en aquella batalla de los intelectuales españoles de los años 62 y 63 no es la presencia de antifranquistas notorios, fueran radicales o moderados, sino la de un grupo de personajes surgidos de lo más profundo de las tripas del franquismo, autodefinidos como falangistas de izquierdas. La carta que elaboraron, enviada el 30 de octubre de 1963 al Ministro Secretario General del Movimiento, el siempre sonriente José Solís Ruiz, la firmaban nada menos que 52 de ellos, entre los que figuraban los jefes nacionales de los Sindicatos de Pesca y Transportes y ocho procuradores en Cortes, encabezados por el camisa vieja Luis González Vicén, que en la guerra había sido Jefe de las milicias de Falange de Valladolid y héroe de “Alto de los Leones”, y que hasta hacía poco ejercía de Lugarteniente Nacional de la Guardia de Franco.

Muchos habían estado en la División Azul, y desde hacía tiempo venían rumoreado por los rincones --y ya lo pregonaban públicamente-- aquello de la “revolución pendiente” que Franco había traicionado. Una auténtica revolución joseantoniana y puramente fascista, de carácter anticapitalista y populista, con la que venían dando la lata desde finales de los cincuenta pero que siempre habían mantenido en el estrecho lecho del régimen. Aquella implicación en unas reivindicaciones de claro origen comunista resultaba, pues, algo novedoso.

En la carta, que no he podido consultar íntegra, aquellos falangistas llamados de izquierda reivindicaban el derecho a la denuncia pública de los actos delictivos, exigían respuesta a las acusaciones del documento de intelectuales, condenaban el corte de pelo a mujeres reconocido por Fraga, al que se criticaba la ambigüedad de su respuesta. No obstante, también intentaban llevar el agua a su propio caudal con aquella solidaridad. En el texto, aprovechaban las huelgas mineras para lanzar una dura crítica a los nuevos ministros económicos del Gobierno, tecnócratas abiertamente pro-capitalistas, con clara influencia del Opus Dei, que acababan de ser nombrados en 1962 y que constituían sus principales enemigos en el seno del régimen. Eso sí, la pregunta final que hacían resultaba inquietante, pues incluso al leerla hoy aún parecen resonar bajo ella los viejos clarines de guerra:

“¿Podría asombrarse nadie si un día los obreros responden con la violencia a las violencias de que son objeto?”


Paco Ibáñez. “Un español habla de su patria"




Con la CIA hemos topado

Para finalizar este recorrido por las distintas reacciones políticas levantadas entre las diversas fuerzas antifranquistas vamos a recurrir al más breve de los documentos de adhesión a la primera carta de los intelectuales, que aún con sólo tres firmas constituye, pienso yo, un ejemplo altamente ilustrativo de lo que aquellas huelgas y aquellos manifiestos supusieron para la política de oposición a la dictadura.

El 2 de octubre de 1963, cuando aún no se le debía haber pasado el cabreo con los 102 que le habían enviado su denuncia de las torturas tan sólo dos días antes, Manuel Fraga Iribarne recibió un telegrama de 17 palabras que, pese a su sencillez, debió sorprenderle:

“Conocedores documento intelectuales solicitando esclarecimiento sobre violencias policiales contra mineros asturianos hacemos presente nuestra adhesión dicho escrito.”

Una de las adhesiones no debió provocar ninguna extrañeza en el ministro. Al contrario, lo que debió parecerle raro era no haber visto su nombre entre los firmantes de la carta que acababa de recibir, pues no se trataba de otro de que Dionisio Ridruejo, asiduo suscriptor de este tipo documentos desde el primero de 1959 pidiendo amnistía. Sin embargo, no había suscrito ninguno de los relacionados con las huelgas del 62/63, pues estaba impedido para ello al encontrase en el exilio en París desde la Conferencia de Munich de 1972. Recibir su telegrama incluso pudo causar alivio a Fraga. ¡Al fin estaban todos!

Salvador de Madariaga
Eran los otros dos firmantes los que debieron escamar al ministro. El primero de ellos era un prestigioso intelectual ya de 77 años, aunque todavía viviría 15 más, autor de una extensa y bien valorada bibliografía que abarcaba desde el ensayo histórico hasta la poesía. Se llamaba Salvador de Madariaga y también era un veterano político de ideología liberal y europeista que había sido ministro de La República, eso sí, durante el bienio negro, y que se había exiliado en Londres al comienzo de la contienda. En tres ocasiones había sido candidato al Premio Nobel, dos al de La Paz y una al de Literatura, aunque en ninguna lo había conseguido.

Julián Gonrkín
Si algo podía definir a Julián Gorkín, el segundo de los firmantes extraños, no era el periodismo o la literatura que escribía, sino el concepto directo de “revolucionario profesional” con el que bien se le podía identificar. Al menos eso había sido ya en 1922 cuando ejerció de agente del Komintern soviético y de alguna manera no dejó de serlo en toda su vida. Militante inicial del PCE se desengañó del comunismo estalinista en su estancia de 1929 en la URSS junto a Joaquín Maurín, acercándose cada vez más a las tesis troskistas. Ya en la guerra civil, y tras pasar por diversos partidos minoritarios e izquierdistas, fue uno de los fundadores del POUM, cuyo periódico oficial, La Batalla, dirigió. Encarcelado tras los enfrentamientos de Barcelona de mayo de 1937, logró evadirse de la cárcel a pocos días de la entrada en Barcelona de las tropas franquistas, lo que le libró quizás del paredón pero le obligó al exilio hasta que pudo regresar, tras la muerte de Franco, como militantes del PSOE.

La primera pregunta que viene a la cabeza, al menos a la mía, es qué es lo que había hecho coincidir en aquel telegrama a aquellos dos hombres que a primera vista parecerían no sólo muy diferentes, sino directamente antitéticos. Un profesor y un revolucionario. Pienso que la respuesta es clara. Por encima de cualquier otra diferencia o simpatía que pudiera existir entre ellos, lo que unió a Salvador de Madariaga y a Julían Gonkín fue el antifranquismo y el anticomunismo que ambos compartían, un doble anti-ismo que en su trabajo político-cultural de aquellos tiempos siempre iría de la mano.

La implacable lógica de la guerra fría, o comigo o contra mí, había llevado a ambos a situarse del lado occidental y cristiano que comandaba Estados Unidos. Desde los años 50 habían formado una especie de tandem directivo, Madariaga presidente y Gorkín vicepresidente, de las diversas ramificaciones españolas del Congreso por la Libertad de la Cultura, organismo internacional creado y financiado por EEUU a través de la CIA, con el que controlaban y dirigían la lucha político-cultural internacional contra la URSS y el comunismo en general.

Desde esa posición, Madariaga y Gorkín ejercían una notable influencia sobre la intelectualidad española democrática y no comunista, especialmente en el exilio. Un importante papel lo cumplieron las publicaciones que editaban, la más modesta “Boletín Informativo del Centro de Documentación y Estudios de París”, tirada a ciclostil y que en Noviembre de aquel año dedicaría un número monográfico a las cartas de los intelectuales y las adhesiones internacionales, y la más oficial y difundida “Cuadernos”, órgano oficial para España, donde estaba prohibida, y Latinoamérica del Congreso Para la Libertad de la Cultura, de la que Gorkín era Redactor Jefe.

Sin saber necesariamente quiénes la financiaban y controlaban, pero sin duda conocedores de las ideas y posiciones políticas que defendía la revista y su equipo directivo, en Cuadernoscolaboraban un buen número de importantes intelectuales y escritores españoles, además de latinoamericanos. Sirvan algunos: Juan Ramón Jiménez, Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Ramón J. Sender, María Zambrano, Francisco Ayala, Pedro Laín Entralgo, José Luis López Aranguren, Dionisio Ridruejo, José Ferrater Mora, Julián Marías, Camilo José Cela, Enrique Tierno Galván o Miguel Sánchez-Mazas. En sus diferencias y acuerdos ideológicos estaban representadas las diferentes corrientes de oposición antifranquista liberal y socialdemócrata, aunque como se puede comprobar comparando listas de colaboradores de Cuadernos y de abajofirmantes habituales, no eran pocos los que compatibilizaban bien su ideología, alejada en general del comunismo, con la participación en acciones o documentos antifranquistas auspiciados y organizados por los comunistas. Más dados a esta colaboración eran los residentes en España, que vivían en directo el día a día de la dictadura y entendían bien la prioridad que implicaba su derrocamiento, que los exiliados, en los que probablemente estaban más presentes los resquemores nacidos en la guerra.

En cualquier caso, la colaboración con los comunistas era tabú político en la línea de actuación del Congreso Para la Libertad de La Cultura y en todos sus organismos e instituciones, que eran muchas. No había gastado la CIA millones de dólares, de horas y de agentes para crear todo el entramado precisamente para luchar contra la URSS y su influencia internacional como para que ahora llegaran esos mismos comunistas a sacar beneficio de tanto esfuerzo y dinero. Por eso le debió extrañar a Fraga, que sabía bien con quién se las jugaba, encontrar la firma de Salvador de Madariaga y Julián Gorkín al pie de aquel telegrama, no por breve menos contundente.

Pero todavía debió producirle mayor extrañeza y malestar al ministro que un mes después se implicara directamente en el tema el Consejo Federal Español, presidido por Madariaga e integrante del Movimiento Europeo, el organismo internacional creado en 1949 en París y formado por partidos y movimientos socialdemócratas, liberales y democristianos, proamericanos y, desde luego, anticomunistas. Aunque ya debía tener Fraga el punto de mira puesto en el Movimiento Europeo, que había criticado las políticas franquistas a menudo y que el año anterior había dado cobertura oficial al famoso Contubernio de Munich que tantos quebraderos de cabeza había dado al Régimen. Pero por lo menos en aquella ocasión habían dejado a los comunistas a la puerta, mientras que ahora prácticamente los bendecían en público:

“El CONSEJO FEDERAL ESPAÑOL, que representa en el MOVIMIENTO EUROPEO las diversas tendencias democráticas de la opinión española, hace pública su solidaridad con los intelectuales, escritores y artistas españoles que han interrogado al Gobierno - en cumplimiento de un deber social inexcusable - sobre las violencias y malos tratos que han acompañado a la represión de las recientes huelgas mineras de Asturias.
Al mismo tiempo llama la atención de los diferentes grupos asociados en el Movimiento Europeo y de la opinión pública europea en general, sobre el comportamiento agresivo y despótico del Gobierno español que ha respondido a la correcta y justificada pregunta de los intelectuales con una campaña de prensa insultante y amenazadora y con diversos actos de coacción y persecución, entre otros la apertura de diligencias para procesar a los firmantes como reos de un delito de propaganda ilegal.
Tales comportamientos no hacen sino subrayar el distanciamiento del Régimen español de las formas y modos que inspiran la vida política de la comunidad europea a la que España pertenece por derecho propio y de la que su Gobierno la mantiene apartada por razones de incompatibilidad ideológica y moral.”

Eran unas consideraciones que bien pudieran haber suscrito sin desdoro ni mentira los intelectuales comunistas promotores y firmantes de los manifiestos previos, pues su motivación no era otra que la asimilación de España a los regímenes democráticos europeos, el objetivo de la política de reconciliación nacional propuesta por el partido.

El cambio de actitud de Madariaga y Gorkín, y con ellos de las organizaciones y colectivos que aglutinaban a su alrededor, no podía deberse a una rendición de su anticomunismo ni en una variación en sus tácticas de confrontación con el comunismo, que siguieron en el mismo tono. Tal vez pudiera ser que la importancia de las huelgas asturianas y los consiguientes documentos intelectuales y su repercusión en toda Europa les impidiera permanecer en silencio viéndolas llegar. A mi entender, ese cambio de actitud, también vendría a significar el triunfo, dentro de aquella oposición europeista y anticomunista, de las tesis que al respecto defendía Dionisio Ridruejo, que en el exilio francés al que se vio obligado a someterse tras la Conferencia de Munich tuvo tiempo para discutir largo y tendido con sus dos compañeros, en cuyas revistas colaboraba y con los que compartía tantas cosas, aunque disintiera en ésta.


Carlos Puebla. “Hasta siempre, comandante”





Dionisio Ridruejo, el firmante imprescindible


Dionisio Ridruejo
Personalmente, la figura de Dionisio Ridruejo me resulta una de las más atractivas y significativas de la larga nómina de intelectuales antifranquistas que han desfilado por estas páginas. Poeta apreciable, cualidad literaria que pienso ha sido ensombrecida por su intensa actividad política, Ridruejo fue, eso aprecio al leer de él y sobre él, persona de una inquebrantable coherencia ética y moral, a la que sometió su vida. Probablemente se trate del primer intelectual que, salido de lo más puro del fascismo joseantoniano, y aún franquista, tendió puentes entre las dos Españas, la derrotada de la guerra, exiliada o en el silencio y la clandestinidad, y la vencedora, a la que pertenecía y que acabó rechazando muy pronto.

Dionisio Ridruejo se había encontrado con José Antonio Primo de Rivera el 29 de octubre de 1933 en el famosísimo mitin fundacional de Falange Española que tuvo como escenario el Teatro de la Comedia de Madrid. Quedó fascinado, con el discurso y con quien lo pronunciaba:

“Un hombre sugestivo, inteligente, de gran elegancia dialéctica, gallardía y segura honradez personal, que a estas gracias añadía la de un punto de timidez delicada y diferente, enormemente atractiva. Me impresionó como no me ha impresionado ningún otro hombre y me pareció ver en él el modelo que el joven busca instintivamente para seguirle e imitarle: algo así como el amigo mayor que siempre orienta el despegue rebelde de los adolescentes cuando sienten la necesidad de romper con lo más inmediato e impuesto. Con esto, mi sistema de mitificaciones, quedó completo.”

Ridruejo
Ridruejo, que tan sólo tenía por esas fechas 21 años, 11 menos que su recién descubierto mentor, era por aquel entonces un joven licenciado en Derecho, más aficionado a la poesía, que ya escribía, aunque no había publicado,  que a las leyes, de familia piadosa, entabló desde el primer momento amistad con José Antonio, de cuyo circulo más íntimo de intelectuales y poetas entro a formar parte, hasta el punto de atribuírsele la autoría de dos de los versos de “Cara al sol”, el himno del partido:

“Volverán banderas victoriosas
al paso alegre de la paz.” 

Durante la guerra y en la primera postguerra había desempeñado diversos cargos en la Dirección de Propaganda Franquista dirigida por Rafael Serrano Suñer. En 1941 partió hacia Alemania como soldado raso voluntario de la División Azul, y a su vuelta era otra persona, o, al menos, había empezado a moverse la persona inicial. Las dudas se habían instalado en él, y un año después de la vuelta  comenzó a intentar dilucidarlas públicamente en los círculos orgánicos de Falange. Como no le hicieron mucho caso, decidió ir directamente a la cabeza y escribió una carta personal a Franco que leída hoy, sabiendo lo que pasaría posteriormente, puede parecer una ingenuidad, pero evidencia por las que estaba pasando Ridruejo en aquellos momento de desgarro íntimo entre lo que había creído que podía suceder y lo que en realidad sucedía en España:

“Mi general: Si me atrevo a distraer la atención de V.E con esta carta es simplemente por una razón de conciencia… Seguir viviendo silencioso y conforme como un elemento, aunque insignificante, del Régimen me parece en el estado actual de cosas un acto de hipocresía… Durante mucho tiempo he pensado, junto con algunos servidores más inteligentes y leales –más exigentes y antipáticos quizá también– que ha tenido Vuecencia, que el Régimen que preside a través de todas sus vicisitudes unificadoras, terminaría por ser al fin el instrumento del pueblo español y de la realización histórica refundidora que nosotros habíamos pensado. No ha resultado así y se lleva camino de que no resulte ya nunca… Lo cierto es que los falangistas no se sienten dirigidos como tales, no ocupan los resortes vitales del mando, pero en cambio los ocupan en buena proporción sus enemigos manifiestos y otros disfrazados de amigos, amén de una buena cantidad de reaccionarios… La Falange gasta estérilmente su nombre y sus consignas en una obra generalmente ajena y adversa perdiendo su eficacia, y la pugna hace que toda su obra aparezca llena de contradicciones y sea estéril.”

Desde luego no había ni asomo de deslealtad en la sinceridad de Ridruejo, más bien, al contrario, era una clara muestra de fidelidad y confianza. Diferencias sí, pero no traición. De manera muy diferente debió entenderlo el Caudillo, que ordenó su deportación fuera de Madrid, obligado a residir hasta 1947 en diversas ciudades españolas, especialmente en Cataluña, siempre previa autorización oficial. 

De izquierda a derecha, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales,
 Rodrigo Uría, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo,
Gonzalo Torrente Ballester y Antonio Tovar
Tras una larga y meditada evolución, enfrentado a una realidad del franquismo que cada vez le resulta más ajena y hostil, desde comienzos de los cincuenta Ridruejo venía explicando en público su convencimiento de que la solución política para España era la democracia y que la guerra civil debe ser superada definitivamente. Fue una etapa de intensos contactos políticos, con sus antiguos compañeros de la intelectualidad falangista igualmente desengañados, como Laín, Torrente Ballester, Rosales y otros, pero también con opositores directos y de izquierdas, como Tierno Galván o el propio Jorge Semprún. Una evolución política que le condujo a una especie de socialdemocracia con la creación del grupo ADE (Acción Democrática Española), un minúsculo grupo de amigos quizás, pero con buen peso en la España intelectual del momento, y a participar en cuantas iniciativas, fueran jornadas poéticas, congresos de escritores o firmas colectivas, le proponían aquellos jóvenes universitarios que se llamaban Enrique Mújica, Jesús López Pacheco o Javier Pradera, de los que no podía menos que suponer, si no conocer, su procedencia ideológica. Especialmente importante había sido su colaboración con los estudiantes de la universidad madrileña que se levantaron en huelga en 1956, actitud que le valió su primera condena de cárcel, que hasta entonces no había conocido aunque había pasado ya por varias comisarías.

Allí, en una celda de la Cárcel de Carabanchel, rodeado de aquellos jóvenes de la ASU, el FLP o el PCE que habían sido detenidos con él, escribió un romance con querencia de himno, que recurrentemente tituló “La carabanchelera”  y que expresaba bien a las claras su pensar en aquellos finales de los cincuenta y primeros sesenta:


“Levantemos la voz españoles,
por el pueblo humillado clamad,
es la voz de los hombres unidos,
que despiertan a la libertad.
Esta vez marchamos juntos
los que ayer combatían
porque vuelve la vida
triunfando del rencor; 
y con la paz ganada
tendrá la tiranía
en las viejas trincheras
su tumba sin honor”.


Raimon. "De un tiempo, de un país"




Reflexiones desde territorios diferentes

Dionisio Ridruejo es, precisamente, uno de los dos únicos intelectuales españoles de los que he podido encontrar reflexiones sobre el sentido de aquellas batallas de 1962 y 63 contemporáneas al momento en que sucedieron. El otro es Federico Sánchez-Jorge Semprún, que llegará después para poner a estas notas la banderita de fin de obra.

En la búsqueda de documentación he tropezado con sendos artículos de Dionisio Ridruejo publicados en noviembre de aquel mismo 1963, prácticamente al momento de haber sucedido los hechos, en los que, al hilo de las huelgas y las cartas de intelectuales aprovechaba para analizar las relaciones siempre conflictivas entre la oposición antifranquista liberal y socialdemócrata y los comunistas. Ambos escritor los publicó, como no podía ser de otra forma, fuera de España. Uno en el Boletín Informativo del Centro de Documentación y Estudios de Paris, el organismo auspiciado por el Congreso para la Libertad de la Cultura que dirigían Madariaga y Gorkín. El otro en la revista Ibérica que editaba y dirigía en su exilio neoyorkino la abogada y política Victoria Kent, que durante La República había sido directora general de prisiones y diputada en Cortes en la bancada de Izquierda Republicana. También era una pionera del feminismo español, partidaria del sufragio femenino, que, sin embargo, había votado en contra de concedérselo en 1931, cuando al fin lo aprobó la Constitución republicana, provocando un enfrentamiento histórico con su práctica correligionaria Clara Campoamor. Ambas publicaciones se movían en el ámbito de la oposición no comunista en el exilio, y en ambas ofreció Ridruejo similares argumentos sobre las relaciones y la unidad de acción con el PCE. Merece la pena repasarlos por encima para centrar la visión sobre la cuestión que nos ocupa.

En el primero de ellos, el que más espacio dedicaba al mero análisis político, Ridruejo comenzaba por reconocer la importancia de la labor realizada por los comunistas en España, que atribuía a tener “en su campo de expansión la única radio que desmiente a la emisora del Estado”, y a la “disciplina de sus activistas que aceptan ofrecerse al sacrificio incluso para obtener objetivos menores”.

Este respeto por las actividades de los comunistas no acercaba, no obstante, a Ridruejo al comunismo, que se consideraba a sí mismo integrante de “otra clase” de oposición que, “sin propósito de definición ideológica, podríamos llamar liberal, en cuanto su aspiración consiste en acercar el régimen político de la España futura a los modelos del mundo libre”. Ambas oposiciones, explicaba, se movían con tácticas políticas diferentes. Los comunistas, impulsando la idea de lo que Ridruejo llamaba, en alusión a la política de reconciliación nacional, un “genérico antifascista”, que consistiría en “un frente de toda la oposición, en la cual ellos, los comunistas, no podrían por menos que desempeñar –según su creencia mesiánica-- un papel de eje”. La otra oposición se aglutinaría, según su discurso alrededor de “un genérico  menos genérico pero más claro que el puro antifranquismo: el genérico democrático”, que no entraba a concretar en qué consistía, pero todos podían entenderle, especialmente sus correligionarios a los que dirigía esencialmente el mensaje.

Pensaba el analista que la intención de los comunistas de hegemonizar la oposición a la Dictadura les conducía necesariamente a intentar capitalizar políticamente cualquier ocasión, protesta o movilización que se produjera o pudiera producirse, aunque se preguntaba, y preguntaba a los lectores: “Pero, ¿vamos a reprochar al Partido comunista - que por otra parte paga al contado-- que como opositor intente "estar en todas partes" y como grupo mesiánico intente cosechar todo movimiento de la sociedad española?”. Como se puede ver, insistía mucho Ridruejo en el carácter “mesiánico” del comunismo, cuya “expansión fácil” consideraba que provocaría diversos males a una posible salida democrática del franquismo: 

”El sistema de libertad que se busca sería sumamente inestable y su defensa dependería con exceso de las circunstancias internacionales. La izquierda democrática, por otra parte, puede temer con fundamento que una presencia comunista numéricamente excesiva inclinaría la balanza del lado conservador y frustraría las reformas y transformaciones para cuya ejecución, en último extremo, se busca el régimen de libertad. Por añadidura, se piensa que en las circunstancias actuales la presencia de fuerzas maximalistas en el frente común introduciría en la aspiración democrática elementos de contradicción que no harían sino favorecer la perpetuación franquista y post-franquista de la dictadura defensiva y reaccionaria.”

Aquellas eran, precisamente, las razones por las que Ridruejo no era comunista. Pero resulta, que tampoco el régimen lo era. Es más, desde su anticomunismo “brutal”, pensaba el autor, el franquismo utilizaba a los comunistas al situarlos en primera línea de la subversión y proclamando a los cuatro vientos que todo lo que se les enfrentaba era comunista. Le parecía una táctica de la dictadura encaminada a desprestigiar y criminalizar toda protesta en general, acusándola de radical y comunista, y a ocultar la oposición que realmente le haría daño en Europa, la del “genérico democrático”. Sin embargo, lo que preocupaba a Ridruejo en aquel momento era, precisamente, aquella coincidencia anticomunista de la otra oposición, a la que él mismo pertenecía, con el franquismo. La consideraba inadmisible y pensaba que constituía una rémora en el derrocamiento de La Dictadura. Esa idea llevaba a Ridruejo a establecer prioridades políticas que le diferenciaban de sus compañeros en las tácticas a seguir:

“La idea de que los obreros deben dejar de hacer huelgas, los intelectuales dejar de tener conciencia moral y los opositores del régimen dejar de hacer oposición para no "servir" al Partido Comunista, es una idea descabellada. (…) Las prevenciones no-comunistas que evidentemente tiene y ha de tener la oposición democrática y más simplemente el "ciudadano consciente" no tienen parentesco alguno con el anticomunismo brutal, oportunista y a la larga mimético de los duros del sistema, y dejarse ganar por el "tabú" de las "coincidencias inevitables" sería hacer el juego a la violencia de hoy, que está a la vista, para con toda probabilidad, dejar el campo libre a la violencia de mañana que está por ver.”

El texto publicado en Nueva York, más centrado en contestar personalmente a Fraga y menos estrictamente político, se cerraba, no obstante, con una llamada de atención aún más contundente a sus socios políticos, que debieron entenderla perfectamente:

“Por lo que se refiere a lo otro, a la obstinación con que se presenta la amenaza comunista como argumento para que todos tengamos que inhibirnos de nuestros deberes so pena de favorecerla, hay que decir muy simplemente que en ese favorecimiento el Gobierno no tiene competidor posible. Y cada cual con su conciencia.”

El segundo análisis coetáneo de las huelgas y las cartas que he encontrado llegó desde el ámbito del comunismo, y por realizarlo quien lo realizó y por el momento en que lo hizo tiene un interés especial. A finales ya de 1963 la revista Nuestra Bandera, órgano teórico y cultural del PCE, que figuraba como editada en el mismo Madrid, pero que en realidad se tiraba en París, publicó un artículo de nuestro viejo conocido Federico Sánchez en el que extraía algunas conclusiones sobre las cartas de los intelectuales, cuyas repercusiones todavía andaban coleando por el mundo.

Jorge Semprún
Para esas fechas, Jorge Semprún residía ya definitivamente en Francia, tras haber salido de España en diciembre de 1962, pasados nueve años de vida clandestina en el interior de España como máximo responsable comunista de la política cultural del partido. Su principal cometido durante ese tiempo había sido activar en el interior del mundo intelectual, artístico, cultural y universitario español, en el que siempre habían latido extendidos sentimientos contra la dictadura, pero que hasta entonces no se había organizado de manera que pudiera ofrecer colectivamente una respuesta política de oposición al franquismo. Uno de los principales métodos utilizados para aglutinar a los intelectuales de toda ideología y condición contra la dictadura (ya se sabe, el “genérico antifascista” de que hablaba Ridruejo o la “política de reconciliación nacional” que preconizaba el PCE) habían sido, precisamente, las cartas y documentos colectivos a que nos hemos venido refiriendo. Por eso pienso que son pertinentes sus reflexiones sobre lo conseguido con aquellas cartas y acciones de 1963 teniendo siempre en mente las intenciones políticas y organizativas con las que había entrado en España hacía 10 años.

Tras considerar que los recientes documentos de los intelectuales constituían “sin duda uno de los acontecimientos políticos más importantes de este periodo”, frase que no pudo escribir sin poner en ello un cierto orgullo personal del deber cumplido, Sánchez-Sempún destacaba ante todo el salto cualitativo que significaban aquellas movilizaciones, que ya no eran por cuestiones gremiales (censura, enseñanza) o sectoriales (amnistía, vuelta de los exiliados), sino esencialmente políticas:

“Se afronta aquí, por los intelectuales españoles, el problema crucial de la situación política a través de la denuncia concreta de una serie de actos represivos: el problema de las libertades democráticas, de las estructuras políticas de nuestro país. La oposición intelectual eleva con estos documentos de forma muy sensible todo el contenido de sus planteamientos programáticos.”

Valoraba positivamente y con pulcritud --sin ningún asomo de capitalización o del “mesianismo” del que acusaba Ridruejo a los comunistas, todo sea dicho-- la variedad ideológica y generacional de los firmantes:

“Y es que al pie de ambos documentos confluyen, con sus firmas, los representantes de diversas generaciones intelectuales y de muy diferentes corrientes de pensamiento. La amplitud de esta oposición –en cuanto a grupos de edad y en cuanto a corrientes ideológicas—es uno de sus rasgos más interesantes. Confluyen aquí las firmas de hombres que estuvieron en posturas opuestas, en la época de la guerra civil y aún posteriormente. Pero aparecen, masivamente, las firmas de la nueva generación de universitarios, generación formada, no lo olvidemos, en estos últimos veinticinco años, bajo el actual régimen. Lo que estos documentos ponen de relieve, por tanto, es el fracaso cultural del régimen, su incapacidad para atraerse a los intelectuales, su pobreza espiritual”.

Exponía el resultado político inmediato sufrido por el régimen en la batalla, y especialmente su Ministro de Información y Turismo:

“Se desenmascara de una forma aún más rotunda su maniobra de ‘liberalización’ en un momento en que al régimen no le interesa hacerlo”.

Y finalizaba Sánchez-Semprún su análisis, como siempre se hace en estas circunstancias, con una proyección hacia el futuro:

“En estas condiciones, el camino a seguir por la oposición intelectual está claramente trazado: desarrollar y ampliar su iniciativa; reforzar el frente de su protesta, para demostrar, como mínimo, ante la opinión pública la necesidad de un cambio en la vida política española. No cabe duda, pues, que los documentos de los intelectuales constituyen un jalón importante en la lucha por la libertad en nuestro país”.

A simple lectura puede resultar una valoración altamente optimista de lo conseguida en la política de reconciliación dentro del terreno intelectual, especialmente dirigida a sus posibles lectores de la cúpula carrillista al frente del Partido con la que ya andaba en disidencia. En un repaso más detallado cabe descubrir en el artículo de Federico Sánchez, el último que publicaría en Nuestra Bandera, un par de detalles que llaman la atención y que delatan el intenso y complejo momento personal que estaba viendo el autor, en pleno proceso de transformación de revolucionario profesional en novelista internacionalmente reconocido.

En 1963, Jorge Semprún publicó en París, y en francés, el idioma en el que la había pensado, “Le long voyage” (“El largo viaje”), una novela autobiográfica basada en su propia estancia en los campos nazis, que había comenzado en su domicilio clandestino de la calle Concepción Bahamonde de Madrid ya en 1960, aprovechando las horas libres que le dejaban las citas partidarias. El éxito fue inmediato, y la concesión en junio de ese mismo año del premio internacional de novela Formentor, que entregaban los editores europeos, convirtió de repente a Semprún en una figura literaria internacional a la que tener en cuenta. 

En paralelo con ese éxito literario, Jorge Semprún se encontraba en pleno proceso de ruptura con Federico Sánchez. Ya desde su regreso de España en diciembre del 62, Jorge Semprún había comenzado a disentir, junto a Fernando Claudín, de las posiciones políticas mantenidas por el Secretario General, Santiago Carrillo, y por la mayoría de la dirección sobre las salidas políticas al franquismo. Un año después, el enfrentamiento había llegado a su punto más alto de discusión interna y no se resolvería hasta noviembre de 1964 con la drástica expulsión de Semprún y Claudín del partido.  Para Semprún significaba la ruptura violenta con todo lo que hasta entonces había su vida, aliviad sin duda por su nuevo éxito literario. Para el PCE implicaba una más de las disidencias que jalonaban su historia y que no sería la última. En diciembre de mismo año, sin ir más lejos, salió a la luz el primer número de un apócrifo “Mundo Obrero”, de diseño y cabecera idéntica a la original, pero que exponía tesis radicalmente contrarias a las mantenidas por la dirección del PCE. Era la primera expresión pública de un grupo de comunistas escisionistas desde posiciones pro-chinas y estalinistas, que en breve se convertirían en el Partido Comunista de España (Marxista Leninista), la primera de las organizaciones salidas del PCE que le disputarían la hegemonía comunista en los años posteriores.

1959. Comité Central PCE, Arriba, segundo a la izquierda,
Jorge Semprún, bajo él, Fernando Claudín
Considerar ese eje vital, intelectual y político en el que se encontraba Jorge Semprún ayuda sin duda a explicar algunas de las características más llamativas de aquel artículo. En primer lugar, el tono en el que está escrito y el lenguaje que utiliza, ajeno a los tópicos y tics de la literatura partidaria del momento, lo que incluso hoy lo hace de fácil lectura y comprensión frente a lo engorroso que resulta leer en la actualidad ciertos textos similares.

Más significativo resulta a mí entender lo que no se nombra en el documento, tal vez porque el autor considere que ya lo ha dejado atrás. No existe en él, por ejemplo, una sola referencia al PCE, ni a sus siglas ni a su política, bien fuera la de reconciliación nacional u otras, ni aparecen siquiera una vez las palabras “partido”, “comunismo” o “militantes”. Tan sólo una vez escribió Semprún “comunista”, y eso como referencia a la “maniobra comunista” a la que Fraga culpaba todo lo ocurrido. En cambio, los términos “oposición intelectual” e “intelectuales españoles” aparecen no menos de una docena de veces. Es sólo un juego de contar palabras, pero creo que revelador. Todo ello junto parece indicar que, aunque el artículo lo firmara Federico Sánchez

Se piense lo que se piense del análisis de Jorge Semprún, en lo que no cabe que acertó de lleno e en su consideración de que los documentos de intelectuales constituían “un jalón importante en la lucha por la libertad en nuestro país”, y que en los años siguientes se convertirían en la más importante, frecuente y numerosa forma de lucha política de los intelectuales. Aunque a menudo se abusaría en el futuro del género epistolar, hasta acabar dándosele al termino abajofirmante un cierto tono caricaturesco y despectivo, algunas de aquellas cartas posteriores a las del 62/63 tuvieron singular repercusión, por las críticas al régimen que en ellas se lanzaban, pero sobre todo por el gran número de intelectuales que las suscribían, hasta el punto de que en algún caso cabe preguntarse si el territorio español podía contener tantos intelectuales de la oposición intelectual por kilómetro cuadrado.

Así, por ejemplo, en 1965, Manuel Jiménez Fernández encabezaba el documento firmado nada menos que por 1.161 intelectuales, artistas, profesionales liberales y escritores en la que le reclamaban al Ministerio de Información, libertad de asociación, de información y de expresión, derecho de huelga, libertad para los presos políticos y regreso a sus puestos de trabajo de todos los represaliados. Dos años después fueron 565 los que exigieron libertades sindicales y políticas, esta vez al Vicepresidente del Gobierno, el Teniente General Agustín Muños Grandes, y en 1968[31], año de grandes movilizaciones universitarias y obreras, y de consecuente represión, llegaron prácticamente a 1.500 los que de nuevo se dirigieron al Gobierno, en concreto al Ministro de Gobernación, el ínclito Teniente General Camilo Alonso Vega, popularmente conocido en los medios antifranquistas como Camulo


Al igual que en 1963, tal y como el mismo documento de 1968 recordaba en su primer párrafo, de nuevo denunciaban los intelectuales y la gente de la cultura las crueles torturas sufridas por muchos de los detenidos, claramente identificados en las declaraciones adjuntas  a la carta firmadas por cada uno de ellos. Igualmente se identificaba con sus nombres, apellidos y cargos a algunos de los torturadores más contumaces y crueles. Había no obstante una diferencia sustancial en esta denuncia en relación con la similar de cinco años antes. Aparte del aumento exponencial del número de abajofirmantes ya habituales que la suscribieron, destaca en ella una mayor presencia de intelectuales procedentes de esa otra oposición de la que hablaba Ridruejo. Especialmente destacados eran los de significación democristiana y abundaban los firmantes sacerdotes o religiosos. Entre quienes lo suscribían figuraba, por cierto, Ana Fraga Iribarne, la mismísima hermana de Don Manuel, que aparecía como escritora, aunque si bien publicó posteriormente algunos libros, su verdadera labor estuviera en la enseñanza.

Según cálculos del historiador Pere Ysàs, tan sólo entre 1962 y 1969 el Ministerio de Información registró más de 30 escritos firmados por intelectuales, profesionales liberales y artistas. En los años siguientes el método se extendió casi hasta los límites de la parodia. Tanta abundancia provocó la pérdida de eficacia, pues los abajofirmanteshabituales acababan siendo siempre los mismos, fuera cual fuera la injusticia a combatir o la causa que defender, desaparecido todo efecto de sorpresa y reduciéndose con ello la repercusión internacional de las acumulaciones de firmas.

En cualquier caso, la primera mitad de los años sesenta fueron marco de profundos cambios en España. En el franquismo gobernante, en pleno paso del aislamiento al reconocimiento internacional, de la autarquía económica al desarrollismo que permitió la emigración y el turismo, del falangismo gubernamental a la tecnocracia opusdeista. Y en la oposición que batallaba contra él, que encontró nuevas formas y tácticas en su lucha, que, como bien se pudo comprobar luego, todavía no era la final.

En esos años, y en aquellas huelgas de Asturias, nacieron y se consolidaron las Comisiones Obreras, autodefinidas entonces como “movimiento sindical”, que no estrictamente sindicato, de “nuevo tipo” y carácter “sociopolítico”, y que se convertirían, a partir de esa definición y de sus acciones al frente de movilizaciones y huelgas de todo tipo, en la fuerza hegemónica del movimiento obrero hasta bien entrados en la transición. También por entonces se cimentó la organización de la disidencia universitaria, que en realidad no había cejado desde 1956 pero que culminaría en 1966 con la fundación del Sindicato Democrático de Estudiantes, que terminaría definitivamente con el SEU franquista y capitanearía las muy importantes luchas universitarias en la década final de la dictadura. Aprovechando igualmente los resquicios que dejaba entreabiertos el régimen en su legislación, comenzó a abrirse paso un amplio movimiento de asociacionismo vecinal, femenino, cultural, profesional o social, que potenció la organización popular de la ciudadanía en general. En definitiva, la lucha contra la dictadura dejó de ser en aquellos años una batalla estrictamente minoritaria, resistencial y clandestina para salir a la luz directamente al ataque y extenderse entre las grandes masas ciudadanas, siempre, claro, dentro de los límites que permitía una dictadura que nunca bajó su listón represivo. Un listón que incluso llego a subirse en los últimos y agónicos años de la dictadura, ya con el Caudillo y su caudillaje en descomposición.

Pero, en fin, la historia ha pasado y aquella capacidad de influencia de la intelectualidad en la sociedad española se ha reducido hasta límites insospechables entonces e incompresibles ahora. La cultura y el arte se han convertido en los floreros decorativos del sistema, valorados en tanto en cuanto constituyan un valor de cambio generador de beneficios para la industria cultural correspondiente, y despreciados en su posible valor de uso como incitadores del conocimiento y la sensibilidad general y, sobre todo, como generadores de pensamiento crítico sobre la realidad. Recordar lo que fue y ya no es podría servir, digo yo, para indagar en qué punto del camino nos perdimos y, en el mejor de los casos, para pensar en cómo recuperar la senda abandonada.




Coetus y SilviaPérez Cruz. “Gallo rojo”













[1] Jorge Martínez Reverte. “La Furia y el Silencio. Asturias, primavera de 1962. Espasa Calpe. Madrid. 2008.
[2]El exilio español de 1939. Taurus. Madrid. 1976.
[3] Editorial Planeta. Madrid, 1977.
[11] José Manuel Caballero Bonald, “La Costumbre de vivir”. Alfagura. Madrid. 2001.
[12] 2014. Editorial Akal. Madrid.
[13] 2007. Editorial Planeta. Barcelona.
[16] Su apellido en realidad era Sirgo, y estaba casada con Alfonso Braña, otro de los detenidos y torturados. Anita dejó posteriormente testimonio de aquellos hechos.   
[18] T & B Editores. Fundación AISGE. 2012. Madrid.
[21] Crítica. Barcelona. S004.
[22] Editorial Aguilar. Madrid, 2003.
[26] Fernando Jaúregui y Pedro Vega, “Historia del antifranquismo
[29]1994. Editorial Temas de hoy, Madrid.
[31] En realidad la carta se entregó el 11 de enero de 1969, pero referida por completo a sucesos del año anterior. Estas tres últimas cartas pueden encontrarse completas aquí

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