Una historia por entrega de la música popular de Estados Unidos (5)
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Article 2
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Article 1
Para Antonio y Benita,
por ser cómo fueron,
por hacerme como soy
“Si el sueño de la razón produjo monstruos, el olvido de la memoria produce monos”
Teresa M. Villarón
“El mono del desencanto”
“La memoria es un arma que permite a los débiles luchar contra el poder”
Milan Kundera
Entrevista en El País
“La gente se apasiona demasiado acerca del comunismo o, más bien, acerca de sus propios partidos comunistas y no reflexiona sobre un tema que un día será terreno abonado para los sociólogos. Me refiero a las actividades sociales que se producen como resultado directo e indirecto de la existencia de un partido comunista, es decir, a la gente o grupos de gente que sin darse cuenta han sido inspiraos, animados o influidos con una nueva racha de vida gracias al Partido Comunista. Y eso es cierto en todos los países donde han existido tales partidos, por reducidos que fueran”
Doris Lessing
“Cuaderno dorado”
Dibujos de Ángel Aragonés.
Realizados en la madrugada del 24 de enero de 1977
durante la reunión del Comité de Arte y Cultura de Madrid del PCE
convocada tras el asesinato de los abogados de Atocha.
A modo de introducción, justificación y motivos
Fue en un homenaje a Dolores que se celebró en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Uno de los oradores se preguntó, y nos preguntó a todos, que era lo que se podía decir a los jóvenes de hoy en día para que se hagan comunistas. O, al menos pensé yo, para que comprendieran los porqués de tantos y tantos comunistas que les precedieron, para que sus vidas fueran espejos en los que buscar los propios modelos de comportamiento.
¿Qué decirles en estos tiempos en los que el anticomunismo es moneda de cambio y en los que hasta los comunistas han comprendido, al fin, la poco edificante historia de ciertos comunismos oficiales? ¿Qué explicarles en momentos en los que el chalaneo es modo habitual de conducta, en los que la insolidaridad entre las gentes y los pueblos está a la orden del día, en los que la deshonestidad paga dividendos en bolsa? ¿Qué contarles –pienso ahora, 15 años después—cuando la derecha ha perdido toda vergüenza de sus actos de siglos mientras la izquierda parece que está instalada en un arrepentimiento constante de sus errores?
Recordé entonces, mientras hablaba el conferenciante, días y noches de mi infancia: mi padre contándome para dormir cómo se había hecho comunista, cómo había luchado en la guerra, cómo había resistido la cárcel, cómo sus ideales de libertad, solidaridad y justicia le habían ayudado a sobrevivir, incluso en el miedo de una dictadura feroz. También me vino a la cabeza cómo me había influido a mí todo aquello, cómo me había consttuido como todavía espero ser. Tantas y tantas horas escuchando Radio España Independiente o Radio Moscú en el rincón más aislado de la pequeña casa familiar, la habitación en la que dormíamos mi hermano y yo, despertando el hilo de aquellas historias paternas con cada palabra que traían las ondas.
“Si hubieras oído hablar entonces a Pasionaria, hijo, si la hubieras oído”. Y yo, desde mis escasos siete u ocho años, menos o más, según cada momento, queriendo haber estado allí, en aquel mitin del cine Monumental o en cualquier discurso improvisado de olores en el frente de Madrid, Teruel o el Ebro. “Hijo, el comunismo no es para que todos seamos pobres, sino para que todos seamos ricos”. “Hijo, el comunismo es de cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades”. Y yo, sentado en sus piernas, soñando con la tierra de abundancia y justicia de la madre Rusia. Sueños.
Nació así la idea de hablar con veteranos militantes y dejarles que con la narración de sus vidas nos demuestren que no todos los comunistas han sido Stalin, Breznev o Ceaucescu, por aludir tan sólo a algunas estrellas del firmamento de la iniquidad perpetrada en nombre del comunismo. Porque el comunismo tiene su leyenda negra y hay mucho de verdad en ella, aún tamizada por los intereses políticos, económicos, ideológicos y aún personales de sus voceros, que aunque estén inhabilitado para denunciar nada pueden tener razón en lo que denuncian.
Una leyenda negra que no se circunscribe a la Unión Soviética o a los países en los que el comunismo conquistó el poder, aunque ya no fuera comunismo, sino socialismo real. Hoy lo sabemos y hace mucho que lo sospechábamos, aunque no quisiéramos creerlo, porque la fe era más grande que la razón. Dogmatismos, dictaduras (ni la del proletariado, que dijo Carrillo, dios le pille confesado), persecuciones, crímenes, perpetrado todo ello en nombre de la salvación eterna de la Clase Obrera.
Porque la Clase Obrera era Dios y Stalin su profeta, aunque luego el hombre del bigote, acostumbrado como estaba a la toma del poder, usurpara el lugar de la máxima deidad y transformara la ideología libertadora en religión destructora. Poco hablan aquí de ellos los protagonistas de este libro. En unos casos porque sencillamente no lo sabían, en otros porque quizás los recuerdos se hayan sepultado en el más oscuro rincón de la mente, en algunos más porque no se lo he preguntado. Tal vez por esa cobardía mía, que sin duda reduce el libro, me haya yo reservado el papel de abogado del diablo y vaya sacando a la luz, en las pequeñas introducciones a cada capítulo, esa historia negra del PCE precisa para ajustar el fiel de la balanza. La eliminación de troskistas y militantes del POUM en la guerra, las luchas por el poder durante el largo exilio, los oscuros casos de Comorera, Quiñones o Monzón, son historias que no sucedieron en Rusia, aunque las instigara, desde el limbo de su austero despacho en el Kremlin, el padrecito Stalin para que sus acólitos las llevaran a cabo.
"El olvido o el ocultamiento de los crímenes cometidos en nombre de los grandes ideales, sobre todo cuando estos ideales son los nuestros, convierten la política en niñería, en fideísmo o en insulto a los demás", ha escrito Francisco Fernández Buey, que por cierto era el conferenciante que hablaba en aquel homenaje a Pasionaria. Tras recordar sin conmiseración algunos de los momentos inicuos del comunismo, el catedrático de Filosofía de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona se preguntaba "¿Sabemos acaso nosotros lo que hubiera sido de nosotros mismo y de nuestros hijos sin el sacrificio de los comunistas en la época de Mussolini; o en la época de Hitler: o en la época de Solazar y de Franco ".
También Manuel Vázquez Montalbán ha utilizado en numerosas ocasiones argumentos similares. "Durante sesenta años los comunistas han sido un factor disuasorio frente a la estrategia económica, política y militar del capitalismo, obligándolo a hacer concesiones sociales y a iniciar un proceso de descolonización que no ha significado el final del imperio en sentido estricto, sino sólo del basado en la ocupación territorial. Que esa presión emancipadora la haya respaldado la Unión Soviética, forzada por una razón estatal particularizada, prolongación de concebir la URSS como la patria del socialismo, no excluye que haya significado la inversión del sacrificio idealista de militantes comunistas indígenas en sus países que han luchado por emancipaciones concretas, reales y necesarias". Añade en el mismo trabajo el escritor catalán: "Este esfuerzo ha significado una inversión de sacrificio humano difícil de medir, pero gigantesco cuantitativa y cualitativamente considerado, dispuestos los comunistas a pasar por la privación de libertad, la tortura, el exilio, la muerte, guiados por su finalidad de la revolución necesaria e inevitable, por esa religión del futuro de la pulsión romántica progresista". Y aún dice más: "Ni la basura propagandística vertida por la contra revolución internacional para desacreditar el desafío comunista, ni la Leyenda Áurea de santos, mártires, secretarios generales y héroes del trabajo elaborada por el comunismo en el poder, deben forzar a buscar un aséptico e injusto término medio, pero tampoco ocultar que el siglo XX ha presenciado extraordinarios ejemplos de sacrificio y altruismo de los comunistas, en todos los lugares de la tierra".
Estoy de acuerdo con ambos, y por estarlo, agarré un día el magnetofón y se lo puse delante a los protagonistas de estas páginas y exhumé de los archivos las cartas contenidas en el capítulo 11, que a alguien deberían estremecer. Algunos de los que aquí aparecen ya han llevado al libro sus recuerdos: Santiago Álvarez, Simón Sánchez Montero, Teresa Pàmies o José Gros. A ellos remito a quien esté interesado, pues las obligaciones de la edición obligan a selecciones, resúmenes y saltos en la cronología que pueden dejar a algún lector con apetito de más. Igual sucede con los demás. Necesidades de espacio y organización del texto han obligado a ofrecer tan sólo momentos concretos de sus vidas, que sirvan al panorama general, en detrimento de otros que serían tanto o más interesantes. He preferido ofrecer una imagen de conjunto, una especie de retrato de grupo, a contar sus historias individualizadas, y eso, que tiene sus limitaciones (la principal el seguimiento de cada biografía individual, por lo que las resumo al final de esta introducción), también permite ofrecer un panorama más colectivo y evitar repeticiones. Por el mismo motivo he incluido los nombres de quienes vivieron cada historia al final de la narración correspondiente. Pienso que son más importantes las historias que los protagonistas que las cuentan, y que todas unidas deberían facilitar la comprensión de esa odisea colectiva, anónima en cuanto lo imponía la clandestinidad que he querido relatar.
En la medida de lo posible he procurado siempre reproducir textualmente las declaraciones, con el único retoque de la selección de los fragmentos reproducidos, la supresión de repeticiones y muletillas, y la ordenación del discurso; que el lenguaje hablado puede ser de difícil comprensión puesto en negro sobre blanco. Todas las entrevistas se realizaron durante los años 1992 y 1993, excepto la de Lluis Salvadores, grabada en Canarias a comienzos de los años ochenta, la de Pepita Belloch, extraída del archivo de Radio Nacional de España, y la de Joan Escuer, realizada en abril de 1998.
Sin ningún género de duda se podría hacer con igual justicia un libro dedicado a los recuerdos y vivencias de otros españoles, militantes políticos, de aquellos años: socialistas, anarquistas, masones, republicanos o tantos y tantos sin partido que asumieron con dedicación, entrega y sacrificio la vida que les toco vivir. Si no lo hago yo aquí es porque el corazón tiene razones que la razón no entiende, y porque pienso que hay en estas personas con las que he hablado un componente unificador que no es sólo el grupo político al que pertenecieron, con el que lucharon y al que sacrificaron, sino que forman también un grupo social e ideológica de características comunes bien definidas.
Por otro lado es difícil encontrar entre los partidos políticos que perdieron la guerra civil otro que mantuviera con tal constancia, esfuerzo y sacrificio, y con tal coste en detenciones, cárcel y fusilamientos la lucha contra el franquismo como lo hicieron los comunistas. Igualmente resulta complicado hallar en otras formaciones tal cantidad de militantes que ofrezcan una biografía de lucha tan continuada y permanente como los que aquí se autorretratan. Valga, como simple ejemplo de esto último, un breve esbozo biográfico del silencioso y cauto José Gros: guerrillero ya durante la guerra civil tras las líneas franquistas, consiguió escapar por los Pirineos y se exilió en la URSS, donde volvió a la guerrilla, esta vez tras las líneas alemanas. Al acabar la segunda guerra en la que participaba se hizo cargo de los pasos de clandestinos de la frontera con Francia, para integrarse de nuevo en la guerrilla, esta vez en la de Levante, con la orden de sacarlos de España, lo que hizo. En el 62 regresó a Madrid, donde fue responsable de propaganda del partido hasta la legalización quince años después. Nunca le detuvieron. Con vidas así, para qué queremos novelas ni tratados morales.
Lo que sigue son las vidas de aquellos comunistas con los que he hablado largamente. Su memoria transportada al papel. No es, ni quiere ser, una historia del comunismo; ni siquiera es, ni lo pretende, una historia de los comunistas. Estas son, sólo y nada menos, historias de comunistas. Tampoco se plantea se objetiva, esa coartada intelectual inventada por los descubridores de la subjetividad: la exactitud del dato es menos importante que la pasión del recuerdo de lo vivido. Tampoco es un tratado ideológico, porque a ciertos años ya no está uno para festejos y porque el ejemplo de las vidas que aquí se relatan es más imperecedero que los riscos por los que se despeñaron sus dogmas.
Su recuerdo es nuestra historia, su fidelidad nuestra memoria colectiva, su dignidad nuestro camino de futuro.
Antonio Gómez
Otero de Herreros, Segovia, 1998 / Rivas Vaciamadrid, 2013
TEMARIO
1.- Infancias
Años confusos
• Antonio Gómez Marín. José Gros. Simón Sánchez Montero. Isabel Vicente. Santiago Álvarez. Tomasa Cuevas. Armando López Salinas
2.- Rebeldías
Esperanzas de revolución
• Tomasa Cuevas. Simón Sánchez Montero. Manolita del Arco. Santiago Álvarez
3.- Guerras
España en armas
• Santiago Álvarez. José Gros. Antonio Gómez Marín. Simón Sánchez Montero
4.- Retaguardias
Sombras en la batalla
• Armando López Salinas. Isabel Vicente. Manolita del Arco
5.- Derrotas
El fin de la esperanza
• Antonio Gómez Marín. Isabel Vicente. Simón Sánchez Montero. Manolita del Arco
6.- Exilios
Con España a cuestas
• Teresa Pàmies. Santiago Álvarez. Lluis Salvadores. José Gros. Pepita Belloch. Joan Escuer
7.- Cárceles 1
Geografía de presidios
• Manolita del Arco. Antonio Gómez Marín. Isabel Vicente
8.- Asesinatos (últimas cartas de fusilados)
El silencio de los paredones
• J. Chamorro. Manuel Asalta. Agustín Zoroa. Luis Campos Osaba. Cristina García Granda. Jesús Larrañaga. José Gómez Gayoso
9.- Clandestinidades 1
Reconstruir sobre las ruinas
• Tomasa Cuevas. Simón Sánchez Montero. José Gros
10.- Postguerras
Una España en blanco y negro
• Armando López Salinas. Tomasa Cuevas. Antonio Gómez Marín
11.- Clandestinidades 2
Las masas existen
• Vicente Luis Llopiz. Isabel Vicente. Armando López Salinas. José Gros
12.- Cárceles 2
La bandera eurocomunista
• Simón Sánchez Montero. Manolita del Arco. Vicente Luis Llopiz. Tomasa Cuevas
13.- Libertades
No todo en la vida es champán
• Tomasa Cuevas. José Gros. Armando López Salinas. Pepita Belloch. Vicente Luis Llopiz. Simón Sánchez Montero. Manolita del Arco. Antonio Gómez Marín
ENTREVISTADOS
SANTIAGO ÁLVAREZ
(1913-2002). Nació en la parroquia de San Miguel de Outeiro, en el municipio de Villamartín de Valdeorras, Orense. De familia campesina, apenas realizó estudios primarios. De joven fue campesino y segador. Proclamada la República se afilió al Partido Comunista. En 1934 fue detenido tras la sublevación de Asturias. El 18 de julio de 1936 estaba en Madrid, donde organizó, junto a Castelao, las Milicias Populares Gallegas. Fue comisario político de la XI División bajo el mando de Enrique Líster. Se exilio en la República Dominicana y en Cuba, dónde se nacionalizó. Volvió clandestinamente a España en 1944. Detenido en 1945 fue torturado durante tres días con sus noches. Condenado a 20 años de cárcel pasó por varias prisiones. En 1954 fue indultado y expulsado hacia Cuba. En breve estuvo de nuevo en Francia, desde donde entró a España y a Galicia varias veces. Fue el primer secretario general del Partido Comunista de Galicia (PCG) desde su fundación en 1968, cargo al que renunció en 1979. Sin abandonar la actividad política se dedicó a escribir sus memorias políticas y otros libros de investigación.
MANUELA DEL ARCO
Fallecida en 2006, había nacido en Bilbao en el año 20, aunque fue educada en Madrid por unos tíos de ideas liberales y republicanas. El estallido de la guerra civil radicalizó sus ideas políticas, haciéndola ingresar en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), en las que permaneció tras el final de la contienda realizando diversos trabajos clandestinos. En 1942, con 22 años, fue detenida en La Coruña, acusada de apoyo a la guerrilla, y trasladada a Madrid para ser juzgada. Pasó 19 años en la cárcel.
MANUEL ASARTA IMAZ
Natural de San Sebastián (Gipuzkoa). Carpintero. Se afilió al PCE en 1930. Miembro del Comité Central del PC de Euzkadi. Durante la guerra luchó como comisario en la Junta de Defensa y fue comandante de milicias, de batallón y de brigada. Con la caída de Bilbao, pasó a Francia y de allí volvió a Barcelona. Al finalizar la guerra fue internado en el campo de concentración de Albatera (Alicante), de dónde logró fugarse cruzando la frontera a pie. Trabajó en Francia en el aparato del PCE, acabando detenido en la cárcel de Bayona, de la que fue trasladado al campo de castigo de Vernet, en el Ariège. Salió del campo en abril de 1940 gracias a la intervención del Gobierno Vasco, embarcando para Santo Domingo y luego Cuba. En 1941 regresó a España junto a Isidoro Diéguez y Jesús Larrañaga con el fin de reforzar el trabajo clandestino. Asarta llegó a Lisboa el 30 de abril de 1941, y en septiembre, a punto de "pasar" al interior, fue detenido por la policía salazarista y entregado a la española. El 19 de enero de 1942 fueron juzgados en consejo de guerra. Asarta y cinco de los acusados fueron condenados a muerte, siendo fusilados, junto a seis personas más, en la madrugada del 21 de enero de 1942.
PEPITA BELLOCH
Nacia en Torregrosa (Lleida), se exilió con su madre en Francia tras la caída de Barcelona y ambas fueron internadas en los campos franceses. Al ser puesta en libertad tenía 14 años y pronto empezó a militar en el Partido Comunista Francés. Participó en el grupo de fronteras que ayudaba a los militantes a atravesar los Pirineos para seguir la lucha en España.
TOMASA CUEVAS
(Brihuega, Guadalajara, 1917- Barcelona, 25 de abril de 2007). Trabajadora desde los nueve años, a los 15 ingreso en las Juventudes Comunistas. Participó en la defensa de Madrid, donde fue detenida al acabar la guerra, pasando cinco años de condena. Al salir en libertad fue deportada a Barcelona. Inmediatamente se incorporó al PSUC como enlace con la guerrilla. Fue detenida de nuevo en 1945 y torturada salvajemente por los famosos hermanos “Creix”. En libertad condicional, en 1946 se casó con su compañero, el dirigente comunista Miguel Núñez. Juntos y por separado trabajaron en la clandestinidad durante largos años. Ya en 1974 publicó su libro “Testimonio de mujeres en las cárceles franquistas”, labor que completaría en 1985 con “Cárcel de mujeres” y en 1986 con “Mujeres en la resistencia”.
J. CHAMORRO
Militante comunista. Sin otra información que la contenida en su última carta antes de ser fusilado el 30 de enero de 1943, que se incluye en el capítulo 9.
LUIS CAMPOS OSABA
Sevillano, fue soldado del bando republicano. Al finalizar la guerra, sufrió una primera detención y luego fue puesto en liberta. En Granada y Málaga coordinó la acción, información y ayuda entre las redes urbanas y las guerrillas. Fue detenido en Sevilla en 1948 y condenado a muerte, siendo fusilado en 1949.
JOAN ESCUER GOMIS
(16 de noviembre de 1914 – 15 de diciembre de 2004). Nació en Cornudella del Montsant (Tarragona). Desde bien joven simpatizó con formaciones de carácter comunista y en 1936 ingresó en el PSUC. En la guerra civil luchó en el frente del Ebro hasta que en 1938 fue herido. Cruzó la frontera con Francia el 6 de febrero de 1939. Internado en diferentes campos de refugiados, en 1940 se incorporó a la 318ª Compañía de Trabajadores Extranjeros, y ese mismo año empezó a colaborar con la resistencia francesa. La Gestapo lo detuvo en 1942 y fue condenado y recluido en prisión hasta que en 1944 le deportaron al campo alemán de concentración de Dachau, del que fue liberado el 1 de mayo de 1945 por el avance de las tropas aliadas. De vuelta a París, se afilió a la Amicale de Dachau francesa y prosiguió su tarea política como responsable del PSUC en la comarca de París. Ya en España fue vicepresidente de Amicale de Mauthausen desde 1977 y asumió la presidencia desde 1994 hasta el 2002, dedicando su vida y sus esfuerzos a la defensa y el recuerdo de los deportados y las víctimas del nazismo. Joan Escuer ha escrito sus memorias : "Memorias de un republicano español deportado al campo de Dachau", editadas por la Amical de Mauthausen de Barcelona.
CRISTINO GARCÍA GRANDA
(Gozón, Asturias, 3 de junio de 1913 - Madrid, 21 de febrero de 1946). En 1936 trabajaba como fogonero en el buque Luis Adaro, que se encontraba atracado en Sevilla en el momento de la sublevación militar. La tripulación se amotinó, se hizo con el mando y dirigió su rumbo hacia zona republicana. Durante la guerra civil participó activamente en diferentes combates alcanzado por sus méritos el grado de teniente en el XIV Cuerpo de Ejército Guerrillero. En 1939 se exilió a Francia siendo internado en un campo de concentración. Durante la segunda guerra mundial participó en la Resistencia francesa al frente de la 158.ª División de la Agrupación de Guerrilleros Españoles con el grado de teniente coronel. Dentro de sus diferentes actos en época de guerra se pueden destacar la liberación de presos políticos en Nimes, la toma de Foix, la Bataille de la Madeleine, así como diferentes emboscadas a las tropas alemanas, sabotajes y destrucción de campos minados. Durante su última incursión, él y 28 compañeros más, 27 republicanos españoles y 2 franceses, se hicieron con cañones y blindados y un total de 1.400 prisioneros alemanes que se dirigían a París para enfrentarse a las tropas del general Leclerc. Francia le concedió el grado de Héroe Nacional.
En 1944 participó en el intento de liberación del Valle de Aran. En la primavera de 1945 se responsabilizó de la guerrilla de la Zona Centro. Tras varios enfrentamientos y golpes contra intereses franquistas, el 18 de octubre de 1945 fue apresado. El 22 de enero de 1946 durante el juicio se definió como patriota antifascista con las siguientes palabras: «Sé bien lo que me espera, pero declaro con orgullo que cien vidas que tuviera las pondría al servicio de la causa de mi pueblo y de mi patria [...] El fiscal nos llama bandoleros. No lo somos. Bandoleros son quienes nos acusan, quienes martirizan y matan de hambre al pueblo. Nosotros somos la vanguardia de la lucha el pueblo por la libertad. Este juicio es una farsa en la que se nos acusa de delitos que no hemos cometido. Pero tenéis prisa por deshaceros de nosotros. No queréis que el mundo vea nuestros cuerpos martirizados. Queréis ensuciar con este juicio el glorioso movimiento guerrillero».
El 9 de febrero de 1946 se le condenó a muerte, junto a nueve de sus compañeros. En la madrugada del 21 de febrero de 1946 se cumplió la sentencia en las tapias del cementerio municipal de Carabanchel Bajo, donde fue enterrado. Este hecho generó un gran revuelo político en diferentes países, sobre todo en Francia, cuyo Ministro de Interior había interpelado ante la ONU por su liberación. El 25 de octubre de 1946 en Francia, el Estado Mayor de la IX Región Militar le concedió a título póstumo la Cruz de Guerra con estrella de plata por: "Resistente desde la primera hora, dotado de un alto espíritu de organización y de combate. Se le concede a este jefe de élite la atribución de la Cruz de Guerra con estrella de plata". En septiembre de ese año en la localidad francesa de La Madeleine, que había liberado, se colocó una lápida que lleva escrito: "Honneur a Cristino García, chef de maquis". En Saint Denis tiene una calle con su nombre. Al fin, tras 40 años y con motivo del 50 aniversario de su muerte, el 21 de febrero de 1996, el Pleno del Ayuntamiento de Alcalá de Henares le dedicó, asimismo, una calle de la ciudad con su nombre. En 2005, el por entonces máximo responsable del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (hoy Ministerio de Trabajo e Inmigración de España) del Gobierno de España, Jesús Caldera, inauguró en la comuna francesa de Saint Denis un centro social para inmigrantes que lleva su nombre.
JOSÉ GÓMEZ GALLOSO
(Maceda, 28 de abril de 1909 - Campo de la Rata, 6 de noviembre de 1948). Maestro. Tras la sublevación militar combatió en los distintos frentes contra los sublevados y fue comisario político de varias unidades. Se exilió en México, desde donde regresó de nuevo en 1944 a España, incorporándose a la lucha política y guerrillera en Galicia. Junto a Antonio Seoane Sánchez y otros tres militantes del PCE formó una unidad especialmente activa hasta finales de 1947. Fue detenido en 1948 con Seoane y otros dos guerrilleros, gracias a la delación de un desertor, tras un tiroteo en el que resultó gravemente herido. Fue ejecutado a garrote vil en La Coruña después de un juicio sumarísimo el 6 de noviembre del mismo año.
Rafael Albert les dedicó una de las coplas de su Juan Panadero:
(...) ¡Sangre de Gómez Gayoso,
sangre pura, sangre brava,
sangre de Antonio Seoane,
de Diéguez, de Larrañaga,
de Roza, Cristino y Vía,
valles de sangre, montañas!(...)
JOSE GROS
(Manresa, 26 de noviembre de 1913-13 de julio de 2009) Sus padres eran activistas de la CNT y tenían siete hijos. Con 9 años empezó a trabajar en un taller de bicicletas y motos. A los 19 ya era mecánico en las minas de Súria (Barcelona). En 1934 participó en las protestas de obreros en Barcelona y tras el servicio militar ingresó en el Partido Comunista de Catalunya (sección catalana del PCE). En la guerra fue guerrillero en la retaguardia franquista. El exiliarse en Francia fue retenido en el campo de concentración de Saint Cyprien, aunque partió pronto para la URSS. Allí volvió a presentarse voluntario y luchó de nuevo como guerrillero tras las líneas nazis, actuando bajo el alto del famoso comandante guerrillero Dimitri Medvédev. Por su actuación fue condecorado con la Medalla del Valor de la Unión Soviética, la Medalla del Guerrillero de Primer Grado, la Orden de la Bandera Roja, la Medalla por la defensa de Moscú y la Medalla de la Victoria.
En 1946 regresó a Francia, fue responsable de los pasos clandestinos por la frontera francesa y realizó varias operaciones relevantes, entre ellas la retirada de la Agrupación Guerrillera de Levante-Aragón, la última guerrilla que tuvo el Partido Comunista de España (PCE). Abandonó las armas definitivamente y en los años 60 regresó a Madrid viviendo en total clandestinidad hasta la muerte de Franco en 1975. De 1964 a 1975 encabezó el aparato central e propaganda del PCE en Madrid y después se encargó de la seguridad del partido. Nunca fue detenido. Al cumplir 70 años, publicó el libro “Abriendo caminos: relatos de un guerrillero comunista español”, con prólogo de Dolores Ibarruri. Estaba casado y tenía dos hijos y varios nietos.
ANTONIO GÓMEZ MARÍN
Nacido en Magaña (Soria) en 1909 falleció en Madrid en 2001. Conductor de profesión, ingresó en el PCE durante la República. En la guerra civil luchó como tanquista, alcanzando el grado de comisario político. Fue detenido en el puerto de Alicante cuando intentaba exiliarse junto a miles de republicanos al norte de África o a Sudamérica e internado en el campo de Los Almendros. Pasó cuatro años en las cárceles de Aranjuez y Porlier (Madrid). Aunque al poco de salir en libertad dejó la militancia activa, siguió en permanente contacto con el partido, colaborando económicamente o repartiendo propaganda entre los compañeros de guerra y cárcel. Reingresó en 1975. Pocas semanas antes de morir, en enero, me insistió para que fuera al local a pagar la cuota del partido, que debido ya a su edad entregaba anualmente.
JESUS LARRAÑAGA
(Beasain, 1901 – Madrid, 21 de enero de 1942) De familia vascohablante, de joven se adscribió al nacionalismo vasco: fue militante de las juventudes del Partido Nacionalista Vasco, así como del sindicato ELA-STV. Abandonó la militancia nacionalista para pasarse a la obrera revolucionaria e ingresar en las filas del PCE. Miembro de la dirección del Partido Comunista de España, en 1935 fue uno de los impulsores de la sección vasca del partido, el Partido Comunista de Euskadi (PCE-EPK). En 1936 fue elegido diputado. Durante la Guerra Civil fue nombrado Comisario de Guerra en Guipúzcoa, donde ordenó fusilar a los sublevados y se enfrentó al lehendakari José Antonio Aguirre en 1937 por la decisión de éste de evacuar Bilbao sin combatir el avance de las tropas de Franco. Ya en la zona centro realizó tareas organizativas dentro del PCE. Se opuso en Levante al golpe de Estado del coronel Casado y organizó la evacuación de numerosos militantes comunistas.
Se exilió primero en Francia y luego en Cuba y Nueva York. En 1941 recibió la consigna de regresar al interior para reconstruir el partido. Desembarcó en Lisboa, donde fue detenido por la policía portuguesa, siendo entregado a las autoridades franquistas, las cuales, tras un consejo de guerra, le condenaron a muerte. Fue fusilado junto a otros miembros de la dirección del PCE, como Joaquín Valverde, Jesús Gago, Francisco Barreiro Barciela, Eladio Rodríguez González, Manuel Asarta, Jaime Girabau e Isidoro Diéguez, en las tapias del Cementerio de la Almudena en 1942.
En la actualidad, desde hace casi 30 años, existe una Sociedad Cultural, denominada Jesús Larrañaga en su recuerdo, en Beasain.
ARMANDO LÓPEZ SALINAS
(Madrid, 1925). Hijo de anarquista, se hizo comunista muy joven, ya tras la guerra. Autodidacta, inició una prometedora carrera literaria que acabó abandonando por la lucha política, especialmente en el frente cultural, del que fue responsable durante años. Corresponsal en Madrid de Radio España Independiente. Miembro del Comité Central del PCE, fue detenido en numerosas ocasiones. Entre su obra literaria figuran las novelas “La Mina” (1959. Finalista del Premio Naval) y “Año tras año” (1962. Premio Machado de novela) y los libros de viaje “Por el río abajo” (1966, con Alfonso Grosso) y “Viaje al país gallego” (1967, con Javier Alfaya). Tras su jubilación política recuperó la escritura, publicando en 2007 “Crónica de un viaje y otros relatos”.
VICENTE LUIS LLOPIZ
Nacido en León en 1926 de familia acomodada, con ascendencia republicana y conservadora al mismo tiempo, ingresó en la Organización Juvenil en 1938 y en las Falanges Juveniles de Franco en 1945. Se convirtió en un activista del falangismo y llega a comandar la Centuria Alejandro Farnesio en Cuatro Caminos, hasta que alcanza el grado de Jefe Nacional de Centuria en 1947. Los textos clandestinos que fue leyendo en solitario le llevaron a la izquierda y al Partido Comunista de España, en el que ingresó en 1961. Colaboró en la creación de Comisiones Obreras que, por entonces, se denominaban Oposición Sindical. En 1963 fue detenido en la misma caída que Julian Grimau y torturado por la policía. Un tribunal militar le condenó a 16 años de cárcel de los que seis se los pasó en el Penal de Burgos.
TERESA PÀMIES
Nació en Balaguer (comarca de La Noguera) en 1919. Hija de Tomàs Pàmies, dirigente local del Bloc Obrer i Camperol, a los 10 años vendía el periódico La Batalla. En 1937 ingresó en las Joventuts Socialistes Unificades de Catalunya (JSUC) de las que sería una de sus dirigentes. Se exilió en Francia, ingresando con 19 años en el Campo de refugiados de Magnac-Laval, cerca de Limoges, de donde consiguió huir. En el París previo a la ocupación fue encarcelada durante 3 meses en la La Roquette por indocumentada. Una vez liberada se desplazó a Burdeos para unirse a los republicanos que viajaban a la República Dominicana. Después pasó a Cuba y de allí a Méjico, donde estudió periodismo en la Universidad Femenina. En 1947 consiguió volver a Europa, viviendo primero un año en Belgrado y luego 12 en Checoslovaquia. Desde el exilio colaboró en las revistas catalanas Serra d'Or y Oriflama. En 1971 volvió a Cataluña gracias a un visado para recibir el Premio Josep Pla por el libro “Testament a Praga”, escrito conjuntamente con su padre. Murió el 13 de marzo de 2012 a los 92 años. Publicó más de una veintena de libros. En 1984 recibió la Creu de Sant Jordi de la Generalitat, en el 2000 la Medalla de Oro al mérito artístico del Ayuntamiento de Barcelona, en 2001 fue galardonada con el Premio de Honor de las Letras Catalanas y en 2006 recibió el Premio Manuel Vázquez Montalbán.
LLUIS SALVADORES
(¿…/…?). Abogado. Se afilió al PCE durante la guerra, en la que luchó en distintos frentes. Se exilió en la República Dominicana y en México para pasar luego a Francia desarrollando labores clandestinas. Miembro del Comité Central del PCE y del PSUC, en los que mantuvo posiciones críticas con el carrillismo. De regreso a España en los años sesenta fue uno de los impulsores de los primeros despachos laboralistas, desde los que defendió a numerosos represaliados.
SIMON SÁNCHEZ MONTERO
(31 de julio de 1915 - 30 de marzo de 2006) De familia campesina, emigró a Madrid en 1927, donde trabajó como sastre y panadero. Durante la II República se afilió al sindicato de panaderos de la UGT, en 1933, y en 1936 al PCE. Combatió en la defensa de Madrid, aunque sus problemas de visión impidieron que siguiera en el ejército y fue destinado a la escuela de mandos del PCE, en la que estuvo hasta el fin de la guerra. Nada más entrar los rebeldes en Madrid comenzó ya la reorganización del partido, lo que le obligó a vivir huido. Fue detenido en 1945, siendo condenado a catorce años de prisión, de los que cumplió siete en los penales de Alcalá de Henares y Burgos. En 1954 fue elegido miembro del Comité Central del PCE, y en 1956, del Comité Ejecutivo. Uno de los máximos responsables del Partido Comunista en la clandestinidad, fue de nuevo detenido en 1959, siendo encarcelado hasta 1966. Tras las elecciones generales de 1977, fue elegido diputado por Madrid, siendo reelegido en 1979.
ISABEL VICENTE
Nacida en Almansa (Albacete) en 1916. Emigrada su familia a Barcelona comenzó a trabajar en una fábrica con 14 años, integrándose desde muy pronto a las luchas sindicales y políticas. Militante del PSUC, se exilió en Francia, aunque regresó pronto a Catalunya para seguir realizar tareas clandestinas. Colaboró con la guerrilla como correo y enlace. En 1941 fue detenida, torturada y condenada a doce años de cárcel, de los que finalmente cumplió siete. Volvió a ser detenida en 1951 con motivo de la histórica huelga de tranvías de Barcelona y posteriormente en otras dos ocasiones.
AGUSTÍN ZOROA
Nacido en Larache (Marruecos) en 1916. Exiliado en América. En junio de 1944 entró de nuevo en España clandestinamente. En agosto de 1945, tras la detención de Santiago Álvarez y Sebastián Zapirain, ocupó la secretaría general de la Delegación Nacional del PCE y la jefatura del Ejército Nacional Guerrillero. En septiembre de 1946 las fuerzas represivas descubrieron que el centro de las guerrillas de la Zona Centro se encontraba en la Huerta Machuca, a dos kilómetros de Talavera de la Reina. El resultado de la acción policial se concretó en la detención de José Antonio Llerandi “Julián” y el suicidio, para no ser capturados con vida, de Jesús Bayón “Carlos”, antiguo jefe de la 1ª Agrupación, y de Manuel Tabernero “Robert”, jefe de la Agrupación de Gredos, consiguiendo escapar Fernando Bueno “Cuáter”. Fue “Julián” quien descubrió la importancia de los muertos, ocasionando nuevas detenciones, entre ellas la de Agustín Zoroa, que era el máximo responsable político y guerrillero en la zona Centro. Junto a Zoroa fueron también arrestado los máximos responsables de la Delegación del Comité Central o “Comité de Madrid”: Lucas Nuño, José Luis Fernández Albert, Manuel Hernández Leal, Eladio Amador y Eduardo Sánchez Biedma. El trato fue tan duro que este último murió durante los interrogatorios. El 21 y 22 de diciembre de 1947 fueron juzgados, y una semana después, fusilados en Ocaña (Toledo).
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Años convulsos
El más anciano de los que participan en este libro es Antonio Gómez Marín, nacido en 1908, y la más joven Pepita Belloch, que vio la luz en 1927. Todos ellos comparten características comunes que permiten alumbrar, ya desde la más temprana edad, el camino de rebeldía que les conduciría al comunismo.
Leyendo los testimonios que se incluyen en este capítulo se descubren en ellos los rasgos básicos de personalidades marcadas por una infancia rural, acosadas por las diferencias de clase, en las que ya son perceptibles las raíces de la insatisfacción vital que habría de llevarles, con el tiempo, a la toma de conciencia política. Todos ellos muestran como rasgos característicos de su personalidad un innato sentido de la justicia, un acendrado olfato para detectar las maldades sociales, y un deseo nato de aprender, de ilustrarse, de intentar explicarse y ordenar el mundo en el que les tocó vivir. La propia Dolores Ibárruri ha dejado en su libro de memorias testimonio de estos mismos rasgos infantiles. Tras describir el ambiente de miseria y opresión existente entre los mineros de su Gallarta natal, la mítica dirigente del comunismo español explica: "Como un poso amargo iba sedimentándose en mi alma de adolescente un sentimiento de rabia desesperada, instintiva contra todo y contra todos (en mi casa me consideraban indomable), sentimiento de rebeldía que más tarde se haría conciencia"[1].
Este rasgo rebelde de La Pasionaria, similar al que expresan muchos de los participantes en este libro, es común, por otra parte, a otros comunistas procedentes de clases sociales más acomodadas que también han dejado testimonio de sus infancias y adolescencias en sus propios libros de memorias. La que durante muchos años fuera inseparable de Dolores Ibárruri, su secretaria, Irene Falcón, educada en el Colegio Alemán de Madrid y una de las primeras periodistas femeninas de España, recuerda aquella insatisfacción adolescente en el rechazo de los estereotipos sociales de la clase social en la que había nacido. "Mi hermana mayor, por ejemplo, si que tenía muchos novios. Bailaba los domingos. A mí me llevó un día a bailar porque en casa decían que tenía buen oído para la música y suponían que me gustaría bailar. Me llevó casi a la fuerza, pero en fin, fui. ‘¡Ay!, mi sueño es encontrar una muchacha para casarme, y encontrarla luego en mi casa, cuando regreso del trabajo, una cara que me sonría y me esté esperando, que me tenga preparada la comida y se apoye en mi pecho’. Para echarse a correr, vamos. No me gustaba bailar con esos chicos ni ese ambiente del baile de los bajos del Palace. Luego había esos tipos que te seguían. Iban detrás musitando 'bsss... bsss... bsss'. ¡Ni sabías lo que decían! ¡Parecía que iban rezando! Y te seguían hasta tu casa o hasta el trabajo, para luego esperarte. Aquellos chicos eran insoportables. Yo prefería gente un poco mayor, con la que pudieras hablar, discutir y aprender", dejó escrito en sus memorias[2].
También la escritora comunista María Teresa León, hija de militar y luego compañera hasta su muerte de Rafael Alberti, explica en sus “Memorias de la melancolía”, impresionante testimonio autobiográfico, aquel rechazo a las costumbres y el ambiente de su infancia: "Niña de militar inadaptada siempre, no niña de provincia ni de ciudad pequeña con catedral y obispado y segunda enseñanza... con amigas de paso y primaveras acercándose cada año a la niña, coloreándola, obligándola a crecer y a estirarse. La vida parecía hecha para acomodar los ojos a cosas nuevas: veraneos, parientes y luego a comparar: esto es mejor que lo otro. Aquí las nubes pasan más de prisa. Tonta, es el viento. Llueve menos. Las iglesias se caen de feas. No me gusta rezar. ¿Y los chicos? Los chicos eran siempre iguales, torpes, engreídos de serlo, audaces, candidatos inexpertos al premio mayor. Bah, nada"[3].
En los años en que nuestros protagonistas eran niños o abordaban la adolescencia, España y el mundo vivían tiempos de convulsiones sociales y transformaciones políticas que marcarían su vida aún cuando fueran todavía incapaces de desentrañar su significado. La primera guerra mundial (1914/1918), la revolución socialista en Rusia, con la toma del poder por los bolcheviques el 7 de noviembre de 1917, y el ascenso de los fascismos en Italia, con la marcha sobre Roma de Mussolini el 29 de septiembre de 1922, y Alemania, con el fallido intento de golpe de estado de Hitler y sus camisas pardas en 1923, fueron los principales acontecimientos internacionales que alcanzaron su máxima dimensión en las décadas de su formación como personas.
En España, los primeros años del siglo vieron la eclosión de importantes luchas obreras impulsadas, sobre todo, por las organizaciones anarquistas. Las huelgas en Bilbao y Andalucía de 1903 y 1905, la Semana Trágica en Barcelona (1909), motivada por el rechazo a la leva de mozos destinados a la impopular guerra de África, la primera huelga general de 24 horas (18 de diciembre de 1916) convocada conjuntamente por la UGT (socialista) y la CNT (anarquista), o la huelga general revolucionaria de agosto de 1917, se grabarían en sus retinas de niños como signo de esfuerzos libertadores. La dictadura de Primo de Rivera (1923/1930) acabaría por fomentar en toda España el clamor antimonárquico por la República.
El primer congreso del Partido Comunista de España se celebró el 15 de marzo de 1922, saliendo elegido secretario general Antonio García Quejido, uno de los fundadores de la UGT y del PSOE, del que se había escindido el año anterior para adherirse a la III Internacional. El nuevo partido era fruto de la unión, fomentada por la dirección comunista de la URSS, del Partido Comunista Obrero Español, creado por el propio García Quejido en 1921, y el Partido Comunista Español, nacido en 1920 a consecuencia de la separación del PSOE y de la Internacional Socialista del Comité Nacional de las Juventudes Socialistas de España. Sus militantes, entre los que se encontraban figuras luego expulsadas, como Joaquín Maurín, Andreu Nin o José Bullejos, debieron vivir unos primeros años de difícil organización durante la dictadura de Primo de Rivera, marcando al partido, ya desde su origen, con el estigma de la clandestinidad.
infancias
Nací en Magaña, un pueblecito de Soria, en 1908, aunque de ese pueblo no recuerdo nada, porque a los dos años me bajaron a Navarra, a Corella, el pueblo en el que me crié. Allí estudié párvulos y luego nos trasladamos a otro pueblo cercano, Cintruénigo, donde mi padre me puso a estudiar con los curas, porque él, aunque no creía mucho, decía que los curas eran los que mejor enseñaban. Mi padre era un hombre de izquierdas. De las izquierdas que entonces había en el pueblo, claro, porque allí había carlistas y liberales, y él siempre votaba a los liberales. Los curas eran los Carmelitas, que tenían un convento en el pueblo y un colegio, que costaba un duro al mes. Con ellos aprendí bastante, aunque a los doce años tuve que dejarlo, porque mi padre, que era el herrero del pueblo, tenía mucho trabajo y necesitaba que le ayudara en la fragua.
A esa edad yo ya no creía mucho en los curas ni en esas cosas, porque en Cintruénigo, y antes en Corella, había curas que eran unos sinvergüenzas, y como el pueblo era pequeño se sabía todo lo que hacían, que no era lo mismo que predicaban. Por ejemplo, el cura Canales se acostaba con la Caracola, una mujer casada, y los chavales lo sabíamos, cómo lo sabían todos en el pueblo. Sabíamos que iban a entenderse a los huertos, y nosotros les esperábamos escondidos y les tirábamos piedras cuando pasaban. Para que luego nos predicaran en misa que si la castidad, que si ojo con las chicas, que si los bailes agarraos eran pecado... Empecé a desconfiar de ellos y pasé a no creerme lo que decían.
Mi madre nos llevaba a comulgar todos los meses, pero antes había que confesarse y yo nunca me confesaba. Comulgar sí, porque, para controlar quienes lo hacían y quienes no, había que llevar una tarjeta blanca y después de tomar la hostia te daban otra roja. O algo así, que ya no me acuerdo de qué color eran. Pero confesar dejé de hacerlo muy pronto, porque yo pensaba que no tenía por qué decirle a un tío las cosas que yo hacía ¿qué les importaba a ellos? También me acuerdo que, aunque cuando se comulgaba no se podía comer nada desde las doce de la noche del día anterior, yo no hacía caso. Cogía a escondidas una barra de chocolate después de cenar y me la comía antes de levantarme y santas pascuas. Así empecé yo a ir contra corriente.
Cuando ya era un poco mayor, a los catorce años más o menos, yo no sabía nada de política. De lo único que había oído hablar era de los socialistas, porque en el pueblo había un hombre viejo que decían que era socialista y nos reunía a los chicos para hablamos de lo que era el socialismo, pero yo no entendía casi nada. Lo único eso, que los curas eran unos sinvergüenzas y que los que peor le pagaban a mi padre eran los que más iban a misa. Allí, en el pueblo, existía la adoración nocturna, que salían de madrugada a cantar cosas religiosas por las calles. Pues bien, cuando acababan se iban a los huertos a robar tomates. Esa era la fama que tenían los que se daban golpes de pecho.
En la herrería teníamos muchos clientes; pues bien, cuanto más de derechas, peor pagaban. Había uno, el tío Uñas, que era un labrador rico y tenía al hijo estudiando en Pamplona. Pues ese tío, cuando yo iba a cobrarle las facturas -ya qué al ser el pequeño mi padre me enviaba a esas cosas- su mujer siempre me decía que no estaba. Pero yo sabía que era mentira y entonces le esperaba escondido cerca de su casa, hasta que le veía llegar con el caballo. No cobraba, porque no me atrevía a volver, pero me daba el gusto de saber que era un mentiroso. Nos dejaba a deber y luego se iba a otro sitio a que le hicieran el trabajo.
Antonio Gómez Marín
Nací en 1913 en Manresa, hijo de una familia obrera. Mi padre era serrador y mi madre trabajaba en el textil diez o doce horas diarias y además hacía el trabajo de la casa. Eran gente prácticamente analfabeta. Tengo cuatro hermanos y dos hermanas, y además vivía con nosotros la abuela. Diez personas en total. ¿Cómo podía llegar para tantos el dinero que ganaban mi padre y mi madre? Todavía me acuerdo de las conversaciones de mis padres en la mesa los fines de semana cuando no llegaba el dinero, que era siempre.
Cuando yo tenía diez años ya trabajaba en un taller de automóviles, eso quiere decir que empecé a trabajar muy pronto. Mis padres siempre comentaban que lo más importante en aquellos momentos era la organización sindical, que entonces era la CNT, ellos apoyaban siempre las huelgas y todo tipo de luchas. Esa es la forma en que fui educado por mis padres.
José Gros
Nací en 1915 en un pueblecito de Toledo que se llama Ñuño Gómez. Un pueblo mísero en las estribaciones de la sierra de San Vicente, entre Escalona y Talavera de la Reina. Mi familia, como el noventa por ciento de las familias de por allí, eran campesinos de los más humildes, porque no es una tierra rica y además tenían muy poca tierra. Era muy normal el campesino que tenía un burro o dos; si no tenía más que uno se ponía de acuerdo con alguien que tuviera otro, para sembrar, pero tenían que trabajar a jornal. En fin, era una vida muy pobre, muy mísera y muy atrasada.
Yo fui el cuarto de siete hermanos. Los dos primeros, que eran varones, uno de ellos vive todavía, ya estaban trabajando a los nueve o diez años, guardando puercos o cosas así. Mi hermana, mayor que yo, con catorce años ya estaba en Madrid sirviendo en casa de una parienta que tenía dinero, y yo fui el único hasta entonces que pudo ir a la escuela. Asistí, con el sacrificio de toda la familia, hasta poco antes de cumplir los doce años. Mi afán era aprender, saber. Ya tenía un sentido de la responsabilidad acusado, precisamente porque era el que había tenido el privilegio de poder estudiar. Desde los ocho años tenía que trabajar trillando en el verano, pero luego la escuela estaba por encima de todo. Mi tío era sacristán del pueblo y me propusieron ser monaguillo. Aunque yo era católico muy creyente, como toda mi familia, lo que allí era normal, dije que no. Mis padres tampoco querían, porque tenía que perder media hora diaria, o tres cuartos de hora, de ir a la escuela. Y eso no, lo primero era la escuela.
Estuve en el pueblo hasta que cumplí los doce años. En mayo se había cerrado la escuela y ya no volví más. El maestro me apreciaba mucho y un día le dijo a mi madre que era una pena que no me pudieran dar estudios. Luego, por las noches, yo oía a mis padres comentarlo a la luz de la lumbre. Mi padre decía que si tuviera una finca la vendía para que yo pudiera estudiar, y aquello a mi me hacía más responsable, con lo que dije que quería ir a Madrid, que no quería quedarme allí.
Aquel verano estuve trillando cincuenta y cinco días. Pagaban una peseta diaria y con lo que saqué, mi madre me compró ropa y me mandó a Madrid. Poco antes, el hijo del tío Corona, un pastor, que se había hecho cura, le había propuesto a mi madre llevarme al seminario. A ella le pareció bien y a mí también, porque me permitía aprender. Ya estaba casi decidido, pero al rato llegó mi padre y mi madre se lo contó. Mi padre dijo: ¿pero cómo, un hijo mío cura? de ninguna manera. Y él era creyente, aunque a misa no iba casi nunca. Era analfabeto, un campesino más, pero un hombre que todo lo que había hecho en la vida era trabajar y veía que el cura se daba la gran vida en comparación con los demás, así que no quiso de ninguna manera que fuera al seminario. Se acabó allí mismo lo de cura, de lo cual me he alegrado mucho después.
A finales de octubre de aquel año, con lo que gane aquellos cincuenta y cinco días de trilla, me vine a Madrid. Mi objetivo era acabar teniendo una tienda y poder traerme a mis padres. También pensaba que tendría posibilidad de aprender. Vine y al cabo de poco tiempo entré a trabajar interno en una sastrería en la calle Toledo. Allí me enteré de lo que era Madrid.
Fueron tres años terribles. Empecé el 25 de enero de 1928, con doce años, y salí de allí el 18 de febrero del año 31. Comía, vivía y dormía en casa del dueño, que tenía un piso encima de la misma tienda. Había temporadas que dormía abajo, en un colchón en el suelo. Me levantaba a las ocho de la mañana y antes de la una de la madrugada era muy raro que me acostara. Los primeros meses, desde enero hasta septiembre, no tuve sueldo, el sueldo era la comida y ropa limpia, que se decía. No pasaba hambre. Ya a partir de septiembre me empezó a pagar seis duros al mes, pero yo siempre tenía dinerillo de las propinas, pues iba a llevar trajes a los sitios más extravagantes.
Con aquel dinero compraba libros. Leía por la calle, leía en el metro, leía en el tranvía. Cuando estaba en la tienda no podía leer, porque el tío me cogía algo de lectura en el bolsillo y me lo rompía. Empecé a leer el TBO, que dejé al mes o los dos meses, porque uno era ya mayor con doce años. Luego leía cosas de chicos: Dick Turpin, Robin Hood, de bandidos andaluces, como Juan Manuel Lujan o Diego Corrientes, que eran medio revolucionarios, es decir, robaban a los ricos para socorrer a los pobres, y después pasé a las novelas de aventuras. Cuando cogí confianza, compraba yo el libro y luego se lo daba a algún dependiente para que se lo guardara, pues yo no podía tener libros allí. Y ya fui subiendo en la escala.
Leía y leía todo lo que podía, y eso era mi vía de escape. Encontré en la lectura otro mundo distinto y fui comprendiendo lo que era aquello y lo que era Madrid, y yo, que había venido para ahorrar dinero y tener una tienda, cuando cumplí catorce años, ya no pensé más en ello. Comprendí que aparte de aquel mundo tenía que haber otro que mereciera la pena.
Por otro lado, tampoco me gustaba la tienda ni los comentarios que hacían los dependientes, que se reían de los paletos que entraban a comprar, porque mis padres eran paletos y no me gustaba que les despreciaran Además, aunque estaban siempre protestando del pal ron, cuando aparecía todo eran sonrisas y peloteos. Cuando tenía catorce años bajó un día el dueño y se puso a gritar a todo el mundo, yo le contesté y me dio una bofetada. Aquello fue la gota que colmó el vaso, le pedí la cuenta y me marché. No tenía casa, pero me fui a vivir con mi hermana.
Simón Sánchez Montero
Soy la mayor de tres hermanos y nací en Almansa, un pueblo de Albacete. Dos de mis hermanos tenían problemas en los pies, y para poder darles un tratamiento nos trasladamos a Barcelona cuando yo tenía unos cinco años. La mía era una familia humilde, nada religiosa, aunque sin ningún tipo de idea política o social.
Al poco de llegar a Barcelona mi padre enfermó y tuvo que ser operado varias veces. Tal vez debido a la incultura no sabíamos lo que tenía, los médicos tampoco lo sabían, o no nos lo decían, pero era un cáncer. A los once años me puse a trabajar y mis hermanos también. Ganábamos cinco pesetas a la semana, que era muy poco, pero lo tuvimos que aceptar porque mi padre murió en el 29 y teníamos que ayudar a mi madre, que iba por las casas haciendo faenas domésticas.
A los catorce años tuve la idea de entrar a trabajar en una fábrica. Cada mañana, al ir al trabajo, que era por la plaza Rovira, pasaba delante de unas fábricas de tejidos que había por allí y aquel trabajo me atraía, pero hasta que no cumplí los catorce no me admitieron. Entonces entré en la fábrica la Sadeta, que hoy es un centro cívico en el barrio de Gracia. A mí me había complacido entrar allí, porque había visto las máquinas y trabajar con ellas me hacía ilusión, pero ya tenía en la cabeza la idea de otro tipo de vida, ya me daba cuenta de lo que era la explotación que sufría, de lo mucho que nos hacían trabajar y de lo poco que nos pagaban, y eso me hacía rebelarme, participar en las protestas, aunque hasta que no llegó la República y después la guerra y conocí a personas que me pudieran orientar aquello no se convirtió en una ideología política.
Isabel Vicente
Nací en una aldea de la provincia de Orense. Estaba en la zona de la Rivera, con buenas comunicaciones, lo que le diferenciaba de los pueblos de la montaña, que estaban aislados, sin telégrafos ni vías de comunicación, cosa que en el mío si había. Además, se recibían los periódicos de Madrid, hecho que conviene destacar, porque jugó un papel importante en mi adolescencia.
Soy hijo de una familia campesina, con algunas propiedades, pero que también trabajaba a jornal algunas veces. En aquella época de los años 30 se pasaba por muchas dificultades en el pueblo, al igual que en otras muchas aldeas. Allí afectó mucho la crisis de los años 29 y 30, que fue el reflejo de la crisis mundial pero que tenía allí sus propias particularidades. Fueron malos tiempos que duraron hasta el año 35. No es que la gente pasara hambre, porque, claro, tenía patatas o verduras del huerto familiar, casi todas las familias matábamos el cerdo, pero había otras dificultades: cómo ganar dinero para comprar una camisa o para pagar la contribución territorial o pagar el impuesto de consumo.
Fui a la escuela primaria hasta los doce años. Era bastante aplicado y cuando terminé la escuela sabía leer tan bien como hoy, o mejor. Ya era muy aficionado a la lectura y estaba al tanto de lo que pasaba en España: la crisis de la monarquía, después del desastre de Annual, la guerra de Marruecos y todo lo demás. Eran cosas que se reflejaban también allí, que preocupaban a los jóvenes y que hicieron que empezáramos a agruparnos.
Creamos un centro cultural para poder leer los periódicos que recibíamos de Madrid: La Libertad, El Liberal, El Heraldo, periódicos de tendencia liberal o democrática, que empezamos a utilizar como un elemento de cultura pero que, poco a poco, nos fue politizando. A través de la lectura de los periódicos y de las revistas adquirimos una cierta visión global de España y de los problemas que había en el extranjero.
Yo me politicé de los primeros, o el primero. Me afilié a lo que entonces era el Partido Federal, que se ocupaba de los problemas regionales y nacionales, pero estuve muy poco tiempo en él, porque me di cuenta que los problemas que afrontaba no eran los que afectaban a las clases más populares, mas menesterosas, con las que, ya en aquella época, yo me sentía más identificado. Seguíamos la crisis de la monarquía, todo lo que pasaba en Madrid y otros lugares, vino la proclamación de la República, que fue para nosotros un gran acontecimiento, y entonces me afilié durante unos meses al Partido Socialista.
Entré en una de las agrupaciones que se formaban allí, pero también se apuntaban los caciques de los pueblos, que habían estado con la dictadura de Primo de Rivera y con Calvo Sotelo, y yo no quería estar en el mismo sitio que aquellas gentes, unos reaccionarios aunque hubieran cambiado de chaqueta, por lo que me afilie directamente al Comité Nacional del Parí ido Socialista. Escribí a Madrid, me mandaron el carnet y las cotizaciones y los materiales y demás, pero aquella era la etapa en que los socialistas gobernaban con los republi-canos, el bienio republicano-socialista, que se llamo, y tampoco daban solución a los problemas. En general en los pueblos las cosas seguían igual que antes, a veces el alcalde no era el mismo, era otro, pero seguía estando al servicio del cacique. Veíamos que los socialistas no contribuían a resolver los problemas de fondo que tenia d país, y al poco tiempo constaté que este fenómeno también se daba en otros lugares, por lo que me canse enseguida de aquella filiación.
Santiago Álvarez
Soy de un pueblecito de la Alcarria que se llama Brihuega, donde nací en el año 17. Mi familia era de origen obrero, mi padre repartidor de harina y mi madre lavaba ropa por las casas y cosas así. Mi padre se cayó debajo del caballo con el que repartía la harina y a consecuencia de ello estuvo dos años en el hospital, dejando a mi madre con cinco hijos. Yo era la pequeña. En el transcurso de los años, mi madre trabajaba limpiando casas y también haciendo pan, porque como mis abuelos eran los dueños del horno no le cobraban la hornada. Dos de mis hermanos murieron en esos años que mi padre estuvo enfermo.
La consecuencia de todo esto, la enfermedad y los años de hospital, fue que emigramos a Guadalajara, donde mi hermana mayor ya había ido a servir. El trabajo de mi padre fue de blanco a negro, pasó de repartidor de harina a repartidor de carbón.
Yo empecé a trabajar a los nueve años en una fábrica de punto, que la llamaban fábrica aunque hoy la llamaríamos pequeño taller, porque era una tiendecita pequeña que tenía en la trastienda tres máquinas con las que se hacían refajos, calzoncillos de punto, medias de algodón o de lana, calcetines y todo eso. Mi trabajo consistía en coger puntos a las medias de seda que llevaban las mujeres para arreglar. Me pagaban muy poco y yo cada vez pedía más aumento, contestándome la patrona que ya ganaba suficiente. Cuando pasaban dos o tres meses de la discusión volvía otra vez a pedir aumento. Cuando iba a cumplir once años, tras una discusión de aquellas, en las que ella siempre decía que no me podía subir porque yo no me lo ganaba, apunté durante toda una semana lo que ella cobraba con los puntos que yo cogía. Según los cogía, tenía el precio y lo apuntaba en un papelito. Cuando llegó el sábado le dije que me subiera el sueldo y me volvió a decir que no, que ganaba lo suficiente para la edad que tenía y que además no lo ganaba. ¿Que no lo gano? con testé, mire lo que ha sacado usted conmigo esta semana, y le enseñé mis cuentas. Se puso tan furiosa que me echó.
Mi madre estaba enferma, mi hermano no tenía trabajo, a lo mejor trabajaba una semana y dos no, así que, además de coger los puntos, encontré empleo en una fábrica para sopa, de donde viene la pensión que cobro ahora. Todavía era pequeña, y las panderas que había que subir, unas bandejas en las que se ponía el fideo, eran muy grandes y había que llevarlas desde el obrador, que estaba abajo, hasta arriba, donde estaba el tendido, y para subir esas panderetas me las veía moradas. Mis brazos están torcidos desde entonces. Había un muchacho trabajando allí que era muy majo y que, sin que le viera el jefe, que era un hijo de su puñetera madre, me ayudaba con las panderas. Me esperaba en la escalera y me las subía corriendo. Se llamaba Santos Puerto, que vive por Francia y no le he podido localizar. Por mi contacto con él acabé por hacerme comunista.
Tomasa Cuevas
Mi infancia y juventud es la de un hijo de padre trabajador que vive en un barrio popular de Madrid, el barrio de Chamberí. Desde niño, mi padre, que pertenecía a la Confederación Nacional del Trabajo, la CNT, dirigente sindical durante muchos años, amigo de hombres que entonces hicieron historia, como Buenaventura Durruti, los Ascaso, el periodista Mauro Bajatierra y otros, hablaba delante mío de todo lo que pasaba en España, así que conservo recuerdos, sin duda muy vagos, de un niño de seis años, de la proclamación de la República el 14 de abril del 31, de la huelga revolucionaria del 34, de la insurrección de Asturias, de la llegada, tras la liquidación de dicha huelga revolucionaria, de hijos de mineros encarcelados a Madrid, de la policía en mi casa en el sin número de huelgas que en aquellos años de la República se llevaron a cabo. La policía en mi casa haciendo registros, reventando colchones, deteniendo a mi padre, que se pasaba temporadas en las comisarias o en la cárcel modelo de Madrid.
Infancia y juventud en un barrio de corte popular, al menos en ese tramo de la calle, la calle de Viriato, donde había una mezcla, si se quiere, de algún que otro funcionario y una inmensa mayoría de trabajadores, y donde existían como tal todas las corrientes políticas, los debates de la época. Un tiempo, el inmediato a la guerra civil tras las elecciones de febrero de 1936, en el que en Madrid, en mi barrio, que era el que yo conocía, el que transitaba todos los días en la calle, se vivía con una gran efervescencia de todo tipo, con un sentido de libertad que nunca más he vuelto a tener en mi vida. Recuerdo las manifestaciones del 1° de mayo antes de la guerra civil, las cargas de los guardias de asalto, sable en mano, a caballo, las huelgas, los piquetes que iban a parar las obras con pistolas. Una situación tensa la que se vivía en aquellos tiempos donde las juventudes de los diversos partidos solventaban sus diferencias políticas a veces a tiros. Ahí están la muerte de Juanita Rico, los tiroteos de vez en cuando en las calles, la creación de milicias. Todavía antes de comenzar la guerra civil española.
Armando López Salinas
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Luis Eduardo Aute en Canarias (1983)
Once años tardó Luis Eduardo Aute en subirse a un escenario desde que en 1967 publicó su primer single con aquel “Aleluya” que, según parece, fue contestado por McCartney en “Let it be” hasta que realizó su primera actuación pública en 1978 acompañado, por cierto, por Joss Martin. Podría ser timidez, repulsa por la vanidad del éxito o miedo a enfrentarse con el publico anónimo cara a cara, pero el hecho es que hasta finales de los setenta no había forma de que cantara en directo ni habiendo aceptado previamente que le anunciaran. Así sucedió, por ejemplo, en el recital de presentación del grupo “Canción del Pueblo” en 1967, cuando Aute era a el nombre más conocido de los que aparecían en el cartel.
Sea como sea, no asistí a aquellas primeras actuaciones de Aute, celebradas básicamente en actos solidarios y pequeños locales, pues me encontraba fuera de Madrid. Le vi ya en Canarias, acompañado por Luis Mendo, viejo compañero de estudios, fotógrafo en las primeras entrevistas que realicé y cómplice en unas cuantas aventuras musicales. Fue con motivo de un recital contra la OTAN que tuvo lugar en Las Palmas, a donde volvió un año después para ofrecer una actuación completa, apoyado ya por el grupo Suburbano. Estaba en el momento de su despegue popular, recién publicado su doble álbum “Entre amigos”, con el que se había instalado en las listas de éxito. Más o menos lo dejé reflejado en el artículo que se publico en EL DIARIO DE LAS PALMAS.
DIARIO DE LAS PALMAS. 5 JULIO 1983
El inevitable coste de la insularidad, del que tantas veces se habla, conlleva inevitablemente el alejamiento físico de los circuitos peninsulares de distribución de la canción, por lo que cantantes, grupos y corrientes musicales que actúan con absoluta normalidad y regularidad en el resto de España, adquieren aquí un carácter novedoso y extraordinario, que, si bien nos permite una permanente expectativa que hace gozar al máximo de cada recital que se ofrece, impide vivir con normalidad la obra y la evolución de cada artista, especialmente de aquellos que se mantienen alejados de los canales comerciales y de los espectaculares lanzamientos publicitarios. No obstante, hay casos en que la barrera de la popularidad rompe los impedimentos que pone una escasa difusión de los medios, y cantantes que se mantienen dentro de los más estrictos criterios de calidad y creatividad adquieren un nivel de popularidad similar al de las grandes figuras comerciales. Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Víctor Manuel, Joan Manuel Serrat o Luis Eduardo Aute son, en mayor o menor medida, algunos de ellos.
En cuanto se refiere a Luis Eduardo Aute, hemos podido comprobarlo en sus recientes recitales en el Teatro Pérez Caldos y también en Telde, Vecindario y Tenerife. Sin otra publicidad que carteles en las paredes y una escasa información de los medios de comunicación, las dos sesiones se llenaron totalmente, dejando cientos de personas en la calle sin poder entrar por falta de butacas. Era la primera vez que Luis Eduardo actuaba en Las Palmas en un recital completo; las anteriores veces había sido formando parte de un concierto solidario contra la OTAN y en el programa «Punto de Encuentro» de TVE-C, junto a Juan Carlos Senante, que dirigía el programa, y Pepa Flores. Había pues una justificada expectativa por escuchar en directo a uno de los cantautores más importantes del país, que venía acompañado, además, por el grupo «Suburbano», una de las formaciones más atractivas, valiosas y originales de la actual música popular española actual. La expectativa se cumplió.
Aunque hubo algunos problemas de puntualidad, ocasionados por retrasos en la toma de los aviones, y de sonido, los recitales dieron de sí lo que era de esperar. A lo largo de dos horas de actuación, Luis Eduardo Aute fue dando suelta a sus fantasmas particulares, que tanto coinciden a veces con los nuestros, a sus ensoñaciones y a sus preocupaciones. Nos contó historias, nos desveló misterios y nos sumergió en otros distintos, nos abrió esperanzas y nos dejó ser testigos de su mundo personal y creativo.
En los recitales se reprodujo básicamente el recital contenido en su último disco, «Entre Amigos» (Movieplay, 1983), aunque sin los invitados que participan en éste (Tedy Bautista, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y Serrat) y con algunos cambios que mejoran aquel repertorio. Se ha eliminado uno de los temas antiguos, que se incluían en el disco, «Rojo sobre negro», y se incluye acertadamente esa hermosa llamada a la huida hacia los mares del sur que es «Vailima». En cualquier caso, el recital resultó sugerente y expresivo de una obra artística de clara belleza y contundente coherencia.
Hay en la forma de hacer de Aute unas constantes que explican ese «Entre amigos» que titula su último disco. Tanto escuchándole en la soledad de un cuarto silencioso como en medio del clamor de miles de espectadores, Aute parece cantar siempre en un «tú a tú» de intimidad. Y es algo más que ese aspecto de timidez que rodea al cantante, tanto en el escenario como fuera de él (por mucho que a veces se trate de una «provocadora» timidez), es la propia utilización de un lenguaje cotidiano y claro en una dimensión de inmediatez que se utiliza en las conversaciones amistosas. Incluso cuando Aute nos da sus canciones más acidas, más complejas, --las incluidas en el álbum «Sarcófago» (Ariola, 1976) y algunos temas de «Albanta» (Ariola, 1978) o «De par en par» (Ariola, 1979), su distanciamiento no es un «despegue» de la realidad, sino una «prolongación» de la realidad. Y cuando nos invita, más literario que nunca, a esa aventura de los sueños perdidos que es «Vailima», nos plantea una huida literaria, que se instala en nuestro recuerdo y nos hacy viajar por las claves culturales que nos ofrece, resultando así, también, una escapada de lo real, de lo cotidiano.
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A la derecha, Bernardo Fuster (percusión) |
El lenguaje literario de Luis Eduardo Aute es aparentemente sencillo, con un exacto sentido narrativo y sin ignorar una eficaz utilización de la imagen. Es difícil decir si ese complemento entre narración e imagen, que constituye la base de unas canciones en las que destaca su plasticidad evocativa, viene de su complementaria dedicación a la poesía, el cine y a la pintura, pero apunta una línea de visión del complejo mundo expresivo del autor. Musicalmente, las canciones de Aute discurren por caminos más sencillos que su obra pictórica, por ejemplo, aunque no menos interesantes. Son composiciones de estructura limpia y nítida que, simplificando al máximo, se mueven en un terreno que tendría, entre otros ocupantes, a Jacques Brel, Bob Dylan o Leonard Cohen.
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Luis Mendo |
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Andreas Prittwitz |
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Article 24
Historias de la tele de cuando la tele era una. 4 (1969)
Si el cineasta Godard consideraba que el zoom es un problema moral, el televisivo Lazarovconvirtió este elemento del lenguaje cinematográfico en un arma arrojadiza. Con el realizador rumano y su nerviosa utilización del zoom llegó la modernidad televisiva a España, lo que convirtió a su descubridor en el profesional del medio más conocido del país junto a Narciso Ibáñez Serrador. Ambos fueron, y aún son en gran medida, los únicos realizadores del medio que consiguieron imponer un estilo propio --aunque bien distintos el de uno y otro--, claramente identificable por los espectadores. Y de ahí viene su grandeza.
Aunque llegó a España en 1968 con un contrato para dos programas, por los que le pagaron 200.000 dólares de los de entonces, fue en 1969 cuando los españoles supieron que Valerio --Valeriu en su lengua rumana original-- Lazarov estaba aquí para dar lustre y esplendor a la televisión patria. En la edición de ese año del festival de Montecarlo su programa “El irreal Madrid” se llevó de calle la correspondiente Ninfa de Oro, reafirmando el reconocimiento europeo que el año anterior había logrado Ibáñez Serrador con su “Historias de la frivolidad”.
Para la España oficial de finales de los 60, Valerio Lazarov añadía todavía un mérito más a sus cualidades profesionales, el que le daba haber conseguido salvarse del terror rojo y atravesar el telón de acero, una hazaña sólo igualable a la que había realizado Kubalaunos años antes. Lazarov, criado en la Rumanía socialista, donde estudió cinematografía, se había convertido en el niño bonito de la televisión de su país, consiguiendo éxitos internacionales, lo que le permitió obtener un permiso para salir al extranjero en 1968. La aprovechó y no volvió nunca más. En el mismo festival de Montecarlo en el que triunfaría un año después le descubrió un tal Juan José Rosón, entonces director coordinador de Televisión Española, y se lo trajo a Madrid, donde aterrizó en agosto de 1968.
“El irreal Madrid”, que tanto éxito obtuvo era una ligera crítica a los excesos de la afición futbolística realizado con los ingredientes que habrían de constituir las señas de identidad posteriores de Lazarov: la música pop --compuesta para la ocasión por Augusto Algueró-- como base de la historia, los artistas invitados, el humor disparatado, el montaje rápido y la movilidad de los planos, acercando y alejando las imágenes, como quien tiene prisa por llegar al final del camino. Aunque estuviera vacía de contenido, tanta velocidad deslumbró a los españoles, que acabarían por conferirle en no reconocido titulo de “Mister Zoom”.
La carrera posterior de Valerio Lazarovacabaría por justificar cualquier exceso formal de sus primeras obras. Creador de programas de gran éxito, emigrado a Italia, en donde aprendió las artes de la televisión de manos nada menos que de Berlusconi, una de cuyas cadenas dirigió, volvió de nuevo a España para ponerse al frente de Tele 5, la empresa del magnate italiano en nuestro país --donde inventó las inolvidables Mama-Chicho--, aún sigue produciendo nuevos programas.
Éxito político
En 1969, no sólo Lazarov reverdeció el triunfo del año anterior de Chicho en Montecarlo, sino que también Salomé siguió la estela de Massiel ganando el festival de Eurovisión, que se celebró en Madrid. Aunque, como nunca segundas partes fueron buenas –excepto en “El Quijote” y “El Padrino”--, la cantante catalana tuviera que compartir galardón con la francesa Frida Boccara, el holandés Lenny Kuhr y la inglesa Lulú en el premio más repartido de la historia del certamen.
La tarde de aquel 29 de marzo, día del Festival, dos entonces jóvenes reporteros, que cubrían la información para una revista catalana, habían conseguido atravesar la puerta del madrileño Teatro Real tras haber comprado sendas pajaritas en una mercería cercana con la intención de que el elegante adorno sirviera para contrarrestar sus largas melenas y barbas frondosas. En algo se equivocaron, porque si bien las pajaritas les sirvieron para entrar al teatro, cuando uno de ellos se encontraba aliviando los nervios en el mingitorio se vio de pronto agarrado por dos señores grandes como armarios que le colocaron contra la pared con las piernas abiertas y sólo le soltaron tras hacerle un minucioso cacheo corporal. Únicamente después le enseñaron las placas policiales y le sometieron a un breve interrogatorio tras el que le permitieron entrar en la sala de prensa. Le habían confundido con un terrorista, o un manifestante, o un boicoteador, las tres cosas que más podía temer el régimen en aquel preciso día en el que tanto se jugaba.
Los premios televisivos internacionales servían para asentar al régimen en el extranjero, prestigiarle y hacerle aceptable en un mundo democrático en el que pretendía integrarse manteniendo, no obstante, los elementos básicos de la dictatura que en realidad era. El triunfo de Massielen Londres con “La, la, la” no fue sólo un éxito musical o televisivo, sino, ante todo, un gol político que permitía organizar el festival al año siguiente y dar a los participantes de toda Europa una imagen idílica y pacífica de una España que era cada vez más conflictiva.
1969 fue un año agitado: la muerte de un estudiante en enero desató la huelga en diversas facultades lo que provocó el cierre de varias universidades, complicado además por las luchas de las ya asentadas Comisiones Obreras. Unas cosas y otras obligaron a la declaración de tres meses de estado de excepción, que sólo se levantó poco antes del festival. Para mostrar la mejor cara a los delegados extranjeros, no sólo se vigiló la entrada de posibles perturbadores en el teatro donde se celebraba el festival, que los periodistas no siguieron en la propia sala, sino en una habitación anexa, sin contacto con el público y los invitados, sino que se cuidó a los visitantes como si quisieran venderles el Retiro. Así, se les organizó un calendario de viajes, festejos y saraos que costó a las arcas de TVE nada menos que 100 millones de pesetas, un auténtico derroche para la época. Como el joven periodista no era un loco asesino ni siquiera un comando suicida al servicio del rojerío internacional, el festival transcurrió en paz, y así pudieron comprobarlo los 200 millones de europeos que vieron la retransmisión. Quedaron contentos los organizadores, que se sintieron bien pagados con el 25% del premio que les correspondió en el reparto.
De la Luna al cielo
Cuando a las 3.56 horas –según los relojes españoles-- del 21 de julio de 1969 el astronauta estadounidense Neil Amstrong puso por primera vez un pie humano en la superficie de la Luna , en Cabo Cañaveral había un español para contarlo. Se llamaba Jesús Hermida, era de Huelva, y el año anterior había llegado a Nueva York de corresponsal de TVE. Aquella retransmisión, que con el tiempo todos los españoles asegurarían haber visto en directo, marcó su carrera, y aunque en años posteriores hiciera muchas y meritorias cosas en televisión, siempre sería “el que contó la llegada del hombre a la Luna ”, una imagen que le otorgaba carácter de pionero y que le hizo saltar directamente al cielo de los dioses televisivos.
Flequillos aparte, el verbo del nuevo periodista resultaba novedoso para el espectador de la época y bien distinto al que habían practicado hasta entonces los locutores de retransmisiones televisivas. Frente a los modos torrenciales, barrocos y apasionados de un Matías Prats, él ofrecía un relato sobrio, meditado y lleno de silencios, características que conformarían con los años el estilo Hermida, escuela de comunicadores televisivos.
A un lado los sucesos excepcionales, la vida continúo en TVE durante 1969 con estrenos de programas, concursos, galas, divulgativos, retransmisiones y musicales que pasaron y de los que apenas queda memoria actual que los recuerde. Sin embargo, entre tanta cotidianeidad televisiva, un debut dual marcó aquel año para la historia: Luis Sánchez Polack, un madrileño alto, desaliñado y surrealista que había triunfado en la radio con el sobrenombre de Tip, debutó en televisión en el programa “Galas del Sábado” formando pareja con José Luis Coll, un conquense bajito y atildado que había dado por cumplido su viaje de novios con un recorrido en el metro madrileño. Durante muchos años harían juntos el humor más corrosivo, inteligente y disparatado que se podía ver en televisión y fuera de ella. Gilaaparte.
DE PRADO DEL REY A LA MONCLÓA
En la historia de TVE son muchos, durante el franquismo y en la democracia, los directores generales que hicieron luego carrera en la política, pero sólo uno llegó a vivir en La Moncloa tras ocupar el despacho principal de Prado del Rey.
El 7 de noviembre de 1969, Sánchez Bella, el ministro del ramo, nombró director general de RTVE a Adolfo Suárez, un ambicioso abogado abulense que desde niño se había venido labrando una carrera política ocupando diversos cargos burocráticos en el seno del Movimiento Nacional.
De su paso por la tele, que duró hasta el verano del 73, se recuerda especialmente la cantidad de nativos de Ávila que lograron un puesto fijo en la plantilla, aunque todos reconocen que le tocó lidiar con una situación complicada, en la que comenzaron las primeras protestas de los trabajadores y en la que los nuevos profesionales presionaban por hacer una televisión más crítica, más cerca de la realidad.
Suárez aprendió allí a lidiar con quienes exigían más y con quienes querían menos practicando el benéfico deporte de nadar entre dos aguas. Aquellas enseñanzas le servirían en la tormentosa agonía del franquismo para llegar a la presidencia del Gobierno el 7 de julio de 1976 y mantenerse en ella conduciendo una transición política que le convertiría para la Historia en demócrata de toda la vida.
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Article 23
Adolfo Celdrán. Papeles encontrados en una carpeta (1977)
Desde hace tiempo quería recuperar aquí alguna cosa sobre Adolfo Celdrán, al que tanto me unió durante aquellos primeros años de canción de autor en Madrid desde que me tocó presentar el primer recital del grupo Canción del Pueblo, del que ya he hablado aquí. No lo he encontrado, así que recurro al texto que le dediqué a él en aquel libro de 1977 que quedó inédito e inconcluso y del que se puede leer aquí la parte correspondiente a José Antonio Labordeta.
Como el texto es largo procuraré ser breve aquí. Al escribirlo no podía pensar que de alguna manera se trataba de una despedida; física, en cuanto mi traslado a Canarias y su residencia en Alicante nos iba a tener alejados durante un porrón de años, pero sobre todo musical, por cuanto el final de la dictadura no sólo no iba a permitir el florecimiento de las 100 canciones anunciado por el camarada Mao (¿o eran cien flores?) sino que iba a suponer una condena por lucha democrática prematura, que no acabó con los cantautores porque quien lleva la rebeldía en la sangre es duro de roer, pero que para Adolfo supuso un paulatino retiro de la canción hasta que reapareció en 2001 con un esplendido CD. “Jazmizaer, jazmizaer”, como si de un decíamos ayer se tratase, da contestación, 22 años después, a la pregunta sobre el futuro de su música que yo planteaba al final de estas notas que reproduzco.
Ni que decir tiene que Adolfo Celdrán no permaneció inactivo durante todos esos años ni fueron olvidadas sus canciones, que surtieron todos los recopilatorios de canción de autor editados durante ese tiempo, como se puede comprobar en su página web. Sin embargo, su actividad principal derivó de nuevo hacia la poesía (“Entrevidas”), el teatro (“Como un leve dolor en las sienes”), o el cine, dirigiendo varios cortos y mediometrajes (“Al fondo a la derecha”, “Azahara”, “Aventura en Tabarca.
Sin embargo, su principal ocupación fuera la dirección del Taller de Imagen de la Universidad de Alicante desde que lo creó en 1987. En él produjo numerosos documentales cinematográficos y televisivos, especialmente de naturaleza submarina, tema en el que se especializó el Taller, que se emitieron en cadenas de todo el mundo, incluyendo TVE, y recibieron numerosos premios internacionales.
Pero no quiero extenderme, que lo que sigue tiene lectura para un buen rato. En otra ocasión colgaré la canción que hicimos juntos, “Doña Rosita”, que se incluyó en el álbum “4.444 veces por ejemplo” y procuraré darle al recuerdo en lugar de a la teoría o el análisis que intenté en este texto.
“El cantante popular es el representante, el oficiante de una fiesta que se transmite de pueblo en pueblo; nos encontramos aquí, somos todos nosotros, por fin nos hemos podido reunir y estamos a gusto; podemos decir las cosas que queremos, y podemos cantarlas, o escuchar a alguien que las cante. El cantante es, pienso, portavoz; y en algunas ocasiones él se convierte en el espectáculo, pero otras, el espectáculo y el protagonista es el pueblo, la gente conquista y vive su libertad. Y si el cantante es a veces un motivo para que la gente realice eso, pues mejor. Pero el cantante no es sólo portavoz y vocero, también debe ser un artista preocupado por su quehacer y por mejorar. Cuanto más trabaja uno en ese sentido, más podrá comunicar, mejor se podrá expresar, más libre seré en definitiva”
“Adolfo Celdrán: Ha llegado el momento de cantar fuerte”
Entrevista con Álvaro Feito
Triunfo. 20.11.76
"Lo fundamental para mí, tanto en canción como en poesía, es comunicar sensaciones. Y para ello es necesario, evidentemente, la letra, pero también la música. Porque, en definitiva, es la música la que matiza, la que da fuerza, emotividad, ternura o rabia. Naturalmente es importante también la interpretación en el sentido vivo, porque las canciones las siento delante de la gente. Y cuando no siento lo que canto no puedo interpretar. En definitiva, lo importante es comunicar al público aquello que yo mismo siento al cantar, tanto en mis propias composiciones como en las ajenas, porque cuando leo un poema de otro escritor siento ganas de explicar a la gente las sensaciones que me ha aportado ese poema. De ese modo transmito, a través de otros autores, mis propios sentimientos y emociones. En realidad, todo va unido -música, letra, interpretación- para hacer sentir y comunicar cosas a la gente. Y eso es lo importante. Ahora bien: ¿Que se le comunica a la gente? Evidentemente lo que a mí me afecta, lo que yo vivo y lo que yo creo que puede afectar y afecta a otras personas, a la gran mayoría".
“Al borde del principio con Adolfo Celdrán”
Entrevista con Fernando Sánchez
La Jaula. 18.2.77
Quizás sea Adolfo Celdrán uno de los cantantes del Estado Español que mayor atención haya prestado a la autoreflexión sobre su trabajo, y esto no solamente porque en sus entrevistas haya una muy interesante valoración teórica del hecho en sí del canto y del cantante (y de ahí las citas que encabezan este apartado), sino porque esa misma reflexión llega hasta sus propias canciones y hasta la planificación global de su trabajo musical y discográfico. La forma de hacer de Adolfo Celdrán no se caracteriza por el espontaneísmo o a la improvisación, sino por la reflexión y la sensibilidad elaborada, lo que confiere a sus canciones como principal virtud la coherencia, lo que no sería demasiado en una obra artística si no se completara con un alto grado de inspiración.
Esa coherencia, además, es fruto de una gran variedad y amplitud de criterios y formas que rompen en la figura de Adolfo Celdrán la imagen clásica y tópica del "cantautor". Adolfo música y canta sus propios textos, pero también interpreta textos propios y ajenos musicalizados por su hermano Fernando o por otros amigos (Hilario Camacho, Carmina Álvarez, etc.); ha puesto en canción poemas de otros autores (Nicolás Guillen, Jesús López Pacheco, Miguel Hernández, León Felipe, Bertold Brecht, Machado...), y ha adaptado canciones de otros idiomas y autores (Luis Cilia, Pete Seeger, Malvina Reynolds, populares norteamericanas, italianas y griegas, etc.), así como ha interpretado y grabado canciones compuestas en letra y música por otras personas (Jesús López Pacheco, Fernando Brassó, Luis Eduardo Aute). Con estos variopintos materiales ha sabido crear una obra madura, inspirada y, como he dicho más arriba, coherente, en la que destaca por encima de cualquier otra consideración, la personalidad rigurosa del cantautor.
Adolfo Celdrán Mallol nació en 1.943 en Alicante. Su formación y su influencia musicales, no obstante, son meramente castellanas, más concretamente de Madrid, ciudad a la que se trasladó muy joven para estudiar Ciencias Físicas, carrera que terminó a los 23 años, y donde dio sus primeros pasos como cantante, influenciado en primera instancia por las canciones italianas, entonces de moda, y posteriormente, cuando ya estaba metido en la problemática universitaria de aquellos años, por Raimon , del que en aquella primera época tradujo alguna canción al castellano (Como también hizo Luis Leal, igualmente miembro fundador del grupo Canción del Pueblo).
En aquellos años (1.966/67) comenzó a componer sus propias canciones y a escribir sus primeros poemas, dentro de una estricta línea amatoria al principio, aunque pronto evolucionó hacia una temática de tipo humano-existencial que daría inmediatamente paso a un compromiso más concreto con la realidad, primero ideológico y después político, que caracteriza su obra desde entonces. A esta época correspondan canciones como "Hoy", "Un hombre" o “Canción a las seis de la mañana” que ilustran perfectamente aquel momento:
En estas canciones (las dos primeras han permanecido inéditas y la tercera fue grabada en su primar L.P.) se pueden observar las preocupaciones primeras de Adolfo Celdrán que han quedado señaladas más arriba: el interés por el hombre, la conciencia del momento histórico, la confianza en el cambio social, y una clara influencia de las canciones de la primera época de Raimon; a nivel temático en primer lugar, pero también en algunos aspectos formales, visibles tanto en la estructura musical, simple y marcada, de las composiciones, como en la utilización estética del grito, formula típicamente "raimoniana", como elemento de comunicación directa y de catarsis emocional. Incluso es perceptible en Adolfo Celdran una simbología tan habitual en la obra de Raimon como es la de la noche, en su dobla sentido: noche física y temporal concreta y noche como alegoría política de los años oscuros del franquismo. Noche como el momento en que se hace el amor o efectuaba sus detenciones la policía, pero también como metáfora de un país sumergido en las tinieblas del franquismo.
Ya en su primer disco single (Movieplay, 1969) aparecen, todavía en estado primario, algunas de esas características señaladas. En él se incluían tres canciones ya históricas: la versión castellana de la italiana “Bella Ciao”, una versión inmejorada en español por otros cantantes, la adaptación de “Little Boxes”, de la norteamericana Malvina Reynolds (que Adolfo titulo “Cajitas” y que Víctor Jara cuando también lo hiciera la llamaría “Casitas del barrio alto”) y la adaptación de dos poemas de Bertold Brecht uniéndolos en una sola canción: “General”. A pesar de la precariedad de grabación de este primer disco se encuentran en él, aparte de canción y versión memorables, algunos rasgos que se van a concretar totalmente en su siguiente grabación, el álbum "Silencio" (Movieplay, 1970.) que es probablemente uno de los mejores discos que se editaron en aquellos años, y con el que inicia una trilogía que habría de completarse, con cinco años de distancia, con sus dos discos siguientes: "4.444 veces por ejemplo" y "Al borde del principio".
De las once canciones que componen el álbum, cuatro llevan texto de Jesús López Pacheco: "Canción de la novia del pescador", "La mala pesca", "Canción bailable" y "Una canción", las dos primeras con música de Adolfo y de Hilario Camacho respectivamente, y las últimas concebidas ya directamente como canciones por el propio poeta que, incluso, les puso la música que ahora canta Adolfo. Dos poemas con texto de Berltod Brecht y música del cantante: "El sastre de Ulm" y "La cruzada da los niños" (una magistral narración épica en forma de canción que siempre emociona); un poema de León Felipe con música de su compañera de “Canción del Pueblo” Carmina Álvarez: "Que pena"; y sendos poemas de Nicolás Guillen y Carlos Álvarez musicalizados por Adolfo: "Doña María" y "Canción del pescador". En el álbum se incluyen también dos canciones con letra y música propias: "Canción a la seis de la mañana", de la ya hemos reproducido un fragmento, y "A la voz de un pueblo":
Esta canción, que abre el disco, constituye una declaración expresa de admiración de Adolfo Celdrán hacia Raimon, al que estaba dedicada inicialmente, aunque a la hora de llevarla al disco decidiera incluir en la dedicatoria, además, a una nutrida representación de intelectuales antifascistas cuyas voces habían contribuido a romper, de una u otra forma, el criminal silencio: "Raimon, Bardém, Luis Martín Santos, Pi de la Serra, Berlanqa Paco Ibañez, Gabriel Celaya, Ángel González, Blas de Otero, Ovidi Montllor, Alfonso Sastre, Saura...", todos ellos de inequívoca orientación cultural y política.
La importancia de este primer álbum de Adolfo Celdrán es significativa. Por una parte se trata, y este es un dato del que no se debe prescindir, del primer disco L.P. grabado por un cantante castellano dentro del Estado Español , pues los trabajos de Paco Ibáñez se publicaron originalmente en Francia. La acogida de público y critica a este primer disco fue contradictoria: mientras que un pequeño número de críticos (Moncho Alpuente, Tina Blanco, Álvaro Feito, Mercedes Arencibía, Jordi García Soler, Gabriel Jaraba, José Ramón Pardo, Carlos Tena y el que suscribe) se refirieron a él como un hito importante en la canción castellana, el grueso de los comentaristas musicales que dominaban los mas importantes medios de comunicación se limitaron simple y llanamente a ignorarlo, de acuerdo a los criterios meramente industriales que todavía prevalecen en la difusión de la música popular. Como consecuencia de ello, la férrea censura y autocensura, y el momento político que se vivía aquel año, ciertamente complicado,el disco apenas accedió al gran público, teniendo que esperar varios años para ser realmente conocido. Y reconocido.
Con este primer disco se muestra ya Adolfo Celdrán como un cantautor en plena madurez, con un magnifico dominio de las técnicas interpretativas y, sobre todo, con un alto grado de creatividad musical, una gran facilidad en la composición de líneas melódicas sencillas y pegadizas en las que aparecen plenamente asumidas y personalizadas las influencias de que hablábamos antes. Los arreglos, debidos a la mano de Carlos Montero, son de gran belleza y claridad, alejados de los grandes arreglos orquestales al uso, basados fundamentalmente en la guitarra, que toca el propio arreglista, y el chelo. Pese a esa simplicidad, la textura sonora es de una gran riqueza armónica, como corresponde al buen hacer musical de Carlos Montero, que ya había realizado la misma función en los discos de Luis Eduardo Aute y posteriormente en muchos otros, que supo encontrar la envoltura musical y el ambiente sonoro que exigían las canciones de Adolfo.
Como si el disco hubiera sido premonitorio, a partir de "Silencio" hubo una larga etapa en la que Adolfo Celdrán se enfrentó necesariamente con la perspectiva da abandonar la canción, aunque esta es, como ya hemos visto en el capítulo dedicado a este periodo, 1.970/75, una elección a la que hubieron de enfrentarse buena parte de los cantautores de ese momento. Las causas de este alejamiento fueron fundamentalmente políticas, y el propio Adolfo lo explicó así, relacionándolo directamente con el disco que acababa de editar; "...Luego vino el silencio, no el disco, sino el de verdad. Yo esperaba, cuando salió el Long-Play, un frenazo, un corte. De alguna manera lo titulamos así por dos cosas: porque antes había habido silencio y seguía habiéndolo; y también porque, haciendo un poco de humor negro, yo temía que después continuase, como así ocurrió... Por esa época hubo un gran retroceso. Algunos compañeros se fueron a Francia, otros se fueron a su casa; otros seguían cantando cuando podían y como podían, lo mismo que yo, viviendo naturalmente de otra cosa, condición indispensable para seguir haciendo la canción que nos apetecía. Así pasaron muchos años. Yo me había ido a Alicante en septiembre del setenta y uno..." (entrevista con Álvaro Feito. Triunfo. 20.11.76)
Durante estos largos cinco años en que Adolfo se apartó de la canción por razones de fuerza mayor --pues los esporádicos recitales que en este tiempo consiguió dar deben ser considerados hechos margínales-- no dejó, no obstante, de componer canciones, y también se dedicó a otras actividades creativas, escribiendo dos novelas, con una de las cuales quedó finalista en el premio "Café Marfil" de 1.975; dos obras de teatro, quedando finalista del VIII Premio Nacional de Teatro de Sitges en 1.974 con “La Virgen roja", y publicó un libro de poemas "Todas las caras de su ausencia" en la colección Saco Roto de editorial Helios.
Todas estas actividades no le apartan, no obstante de su interés por la canción, grabando en 1.975,a petición de su casa discográfica que habla visto aumentar las ventas de su anterior LP, su segundo álbum "4.444 veces por ejemplo" (Movieplay,1.975).
Este disco, junto al siguiente, completa una trilogía que inconscientemente había iniciado en "Silencio”. El propio Adolfo ha dado algunas constantes que marcan los tres trabajos: “… varios motivos, el primero, claro, su unidad; desde las carpetas, de tres pintores (Genovés, Candela Vicedo y Arcadio Blasco), pasando por los arreglos (Carlos Montero), terminando en el proceso del que hablaba; pero el motivo más importante es que ese proceso termina en "Al borde...", puesto que en ese disco llego a la meta que yo mismo buscaba. Asi pues, el próximo ha de ser diferente si no quiero repetirme, no sé cómo, pero diferente..." (Entrevista con Luis Suárez Rufo. Ozono. Diciembre 1976)
El proceso a que hace referencia Adolfo en esta entreviste es fruto de un trabajo riguroso y serio, realizado básicamente en soledad y sin confrontación directa con el público, pero en todo caso, ha contribuido a cimentar un estilo personal y fácilmente reconocible. La critica así lo reconoce: "...Este nuevo álbum de Adolfo Celdrán nos lo confirma como cantautor de raza, coma verdadero cantor popular. Todo el disco es una magnifica prueba de ello. No se trata ya de un trabajo da interés, sino de una obra cuajada de momentos de gran brillantez y con una fuerza comunicativa realmente extraordinaria. Quizás por aquello de que, en arte, la sinceridad constituye una base imprescindible para poder crear con verdadera libertad, y sincero es Adolfo como el que más, como es también hombre lucido e inteligente, artista sensible, músico experto y poeta nada fácil, aunque sí del pueblo. Todo ello se advierte en "4.444 veces por ejemplo" que constituye una antología de canciones de gran interes..." (Jordi García Soler. “Vibraciones”)
El disco está compuesto por cuatro musicalizaciones de poemas de Miguel Hernández, León Felipe, Antonio Gómez y Nicolás Guillén, todos adaptados por Adolfo excepto el ultimo, que lleva música de su hermano Fernando, dos variaciones sobre temas populares, una canción compuesta en música y letra por Fernando Brasó, antigul compañero del grupo Canción del Pueblo y técnico de sonido en este disco, y temas con texto propio, una de ellas con música de su hermano. La temática y las formas musicales a las que recurre tienen su origen en "Silencio" y su culminación posterior en "Al borde del principio” (Movieplay, 1.976), por ello es difícil disociar un disco de otro pues en realidad se trata de dos álbumes (de tres, seguimos con la idea de la trilogía, aunque en el caso de "Silencio" el tiempo transcurrido hace que aparezca como un eslabón más remoto de esa cadena) perfectamente relacionados como peldaños de una misma escalera.
Si "4.444 veces por ejemplo" es todavía un trabajo con una cierta dispersión en autores, temas y orígenes musicales, “Al borde del principio” se presenta, en cambio, como un trabajo cerrado, dedicado a un tema único: la reivindicación y el recuerdo de Miguel Hernández, pues aunque tan solo se incluyan en el álbum tres textos del poeta de Orihuela y un poema de Adolfo a él dedicado, todo el trabajo destila un ambiente "hernandiano" plenamente coherente y detectable. El disco es una obra cerrada sobre sí misma en un triple sentido: como obra con un tema único y una estructura musical circular que comienza y acaba en el mismo punto; como obra que cierra la trilogía de que venimos hablando, en el sentido de agotar unas formas y unas constantes temáticas, y como obra que testimonia el cierre de una etapa histórica, como queda claramente especificado en el tema principal del disco: un hermoso poema recitado de Adolfo, que cierra el álbum sobre la misma música de fondo que había servido para iniciarlo:
Tres son les características fundamentales que enmarcan el proceso interno de estos tres discos que han ido definiendo progresivamente su estilo:
1º.- El acercamiento a la canción popular. Acercamiento que se da a dos niveles. Por un lado en cuanto a variaciones sobre temas folklóricos o en cuanto utilización libre de estos temas; variaciones y utilización que Adolfo Celdrán asume de manera absolutamente libre y sin ningún tipo de juicio previo ni condicionantes, sino marcadas en todo momento por sus propias y personales necesidades expresivas, tanto cuando canta directa y fielmente una canción popular ("Bella Ciao" o "Canción de las recogedoras de lentisco") como cuando utiliza alguna frase para introducirla en su propia composición ("Canción pequeña”) o añade estrofas propias a otras populares:
Pero hay otra forma de aproximación de Adolfo Celdrán a la canción popular más sutil todavía, como es la asunción de temas y estilos (mas que de formas concretas) que manteniendo su aire popular, no pueden ser identificadas con ninguna forma folklórica definida y llevan un marcado sello personal. Composiciones corno "Canción de la novia del pescador", "Doña María", "La mala pesca", "Canción bailable" o "Una canción" (del primer álbum), "El despintador", "Doña Rosita", "El pueblecito", "El acontecimiento" (del segundo), o "Resiste" (del tercero), qué duda cabe que toman algunos elementos de la música popular no folklórica (prescindiendo de quienes sean los autores de la letra o la música de alguna de estas canciones, que al ser interpretadas por Adolfo Celdrán de alguna manera las hace propias), pero también es indudable que todas ellas muestran una visión del mundo personal y meticulosamente elaborada.
La frescura, la espontaneidad, el sentido del juego que caracterizan las canciones que hemos citado y que marca su acercamiento a la música popular se dan, fundamentalmente en los dos primeros discos, siendo prácticamente inexistentes en el tercero, que es un trabajo mucho más reflexivo, mas intelectual y conceptual si así quiere llamársele, volviendo a aparecer , como veremos después, de manera más definida en su último álbum.
2º.- La musicalización de poemas.Como hemos visto, Adolfo Celdrán es quizás el único caso de cantante castellano que siendo un magnifico constructor de textos presta especial atención a la obra poética de otros autores para adaptarla y cantarla. Dentro de los poetas escogidos para la incorporación a su repertorio, hay diferencias sustanciales entre la manera que tiene de musicalizar y cantar textos de autores con los que le une cierta relación personal (especialmente en el caso de Jesús López Pacheco, amigo del que interpretaba algunos poemas en su primer L.P.), y aquellos otros autores a los que ha llegado exclusivamente a través de su obra (Bertold Brecht, Nicolás Guillén, León Felipe, Machado, y muy especialmente, Miguel Hernández). En el primer caso, la relación que se da entre cantante y poeta es, básicamente, de colaboración, sin ninguna sacralización previa del texto, sin ninguna subordinación al poema. De ahí que la mayor parte de estas canciones estén incluidas en el apartado anterior como temas propios.
Sin embargo, en el segundo caso, el de los poetas ya fallecidos cuya obra está fijada en el tiempo, Adolfo Celdrán muestra un gran respeto ante el texto original a la hora de ponerle música, siguiendo la pauta marcada por el autor. Este respeto no es ni mejor ni peor que otras formas más irreverentes de afrontar la conversión de una poema en canción, es tan solo una de las posibles, la que ha elegido Adolfo Celdrán y a partir de la cual ha ido creando su propio estilo, que culmina por ahora con las adaptaciones de Miguel Hernández de su tercer álbum. Un estilo propio evidente incluso en casos de músicas ajenas, como "La canción del esposo soldado", adaptada por Luis Cilia, o "Bocas de ira", cuya música esta sacada de una antigua canción de su compañera del grupo Canción del Pueblo Carmina Álvarez, a la que Adolfo ha sustituido la letra original por el poema actual. Porque no se trata tan solo de la melodía o el ritmo con que se canta el poema, sino, ante todo, de la postura del adaptador ante la obra poética, de la interpretación que realiza y del ambiente creado para acompañar el texto.
Esta actitud de respeto parte de una previa identificación con el poeta, no solo de un perfecto conocimiento de su vida y de su obra, sino también de hacer propias las motivaciones qua la han hecho posible, los sentimientos e ideas que destilan, y de una imbricación total con ellas. No se trata pues tan solo de la simple atracción por un texto más o menos brillante y que exprese mejor o peor lo que se quiere decir. No es: tengo cuatro ripios bonitos y tres acordes resultones, voy a ver si me sale algo chulo; sino de algo más profundo, que no excluye la investigación y el estudio, pero que pertenece al terreno de la identificación e interiorización creativa con lo ya existente para convrtirlo en algo nuevo y distinto. Adolfo no musicaliza un poema, lo asimila como propio en “su” composición. De alguna forma el poeta deja de ser el creador único para convertirse en una especie de colaborador necesario, aunque involuntario, del cantautor.
El mantenimiento literal del poema como base de la canción implica, necesariamente una actitud de cierta subordinación de la música hacia el texto (de ahí, por ejemplo, los pocos estribillos de las canciones de Adolfo Celdrán, ni siquiera en las propias), aunque en él esa servidumbre se convierta en una fuente de variedad, en tanto en cuanto al elegir poemas de diversos autores, de estructuras, temáticas y versificación diferentes, las canciones resultantes tiene características diversas. Por ejemplo, en “Doña María”, el poema de Nicolás Guillén, la música y la interpretación festivas, ligeras, vienen a acentuar la aparente alegría con que el texto habla de esa madre que sin saberlo tiene un hijo policía y represor, extremando así la contradicción básica del poema: que tu propio vástago traicione a los suyos pero siga siendo tu hijo. De otra forma, en “La cruzada de los niños”, una historia de Brecht en la que la emoción nace de la relación prolija y casi prosaica de un dramático éxodo infantil, a la manera de un romance épico, la melodía casi salmodiada que se le ha dado, y la interpretación lineal de Adolfo potencian la profundidad emotiva del poema. Eso es lo que convierte los poemas en canciones, confiriéndoles una dimensión más abierta, más amplia que la que tienen en las páginas del libro.
3º.- Las mil formas del compromiso con la realidad. Es evidente la postura de implicación con la problemática social y política adoptada desde el principio por Adolfo Celdrán. Pocos cantantes como él han estado siempre a pie de cañón, dispuesto a acudir al sitio necesario en el momento en que se le ha necesitado, o a dejar testimonio en sus canciones del momento histórico que nos ha tocado vivir. Ese compromiso ha tomado las más variadas formas, según las necesidades de cada momento.
Adolfo no ha dejado nunca de cantar canciones circunstanciales, pegadas al terreno, fruto del variable rumbo de la lucha política. Para ello, ha adaptado canciones extranjeras ("Bella Ciao", "Me gusta la casa de campo" o "¿que te enseñó el maestro", las dos últimas versiones de sendos temas interpretados por Pete Seeger que nunca llego a grabar. Otras son de composición propia ("El despintador", "Vota bien y mira a quien”, “Canción pequeña”), o están tomadas de otros autoras ("Pueblo de España ponte a cantar" de Jesús López Pacheco, o la versión del "No nos moverán" que hizo en los orígenes de Canción del Pueblo Ignacio Fernández Toca). Son canciones coyunturales, pero no aparecen en su obra como algo forzado, aunque sí más perecedero, sino integrado en el conjunto de su obra, caracterizada, incluso en estos temas de circunstancias, por una perfecta construcción literaria del texto.
Pese a ello, no es muy dado Adolfo Celdrán a las canciones simples y excesivamente coyunturales. Por e1 contrario, incluso en sus temas más abiertamente comprometidos, es posible encontrar lo que podríamos denominar "reflexión sobre la historia", por el sentido meditativo y profundo que llevan, expresado en versos bien construidos y --como decía Jordi García Soler más arriba-- nada fáciles, aunque populares.
Todas estas características configuran el estilo de Adolfo Celdrán en sus tres primeros discos; como se ve, un estilo nada simple ni univoco, sino complejo y variado, pero también profundamente coherente. Coherencia en cuya parte musical ha desempeñado un papel fundamental el trabajo del arreglista con el cual ha colaborado en estos tres álbumes, el argentino Carlos Montero, que ha sabido crear los arreglos orquestales que la complejidad de las canciones de Adolfo requerían, lo que ha contribuido a configurar la unidad de los tres trabajos como esa trilogía de la que hemos hablado.
A partir de la edición de "Al borde del principio", Adolfo Celdrán ha vuelto a tomar la canción como la principal de sus actividades y a ella dedica atención prioritaria, dando de nuevo recitales de forma continuada, que al coincidir con el momento político de comienzo de la liquidación del franquismo y primeros balbuceos democráticos, ha dado a esta actividad una significación y unas características especiales, con el resultado de un salto de los pequeños locales casi clandestinos a los actos masivos, los festivales multitudinarios y los mítines políticos, que han constituido los nuevos escenarios, incluidas algunas prohibiciones sonadas, como la de la Trovada dels Pobles, de Valencia, de la canción de autor española desde finales de 1976 hasta este verano de 1977.
En estas circunstancias y con estas obligaciones Adolfo se ha planteado y grabado su cuarto álbum: "Denegado” (Movieplay-Gong, 1.977), en el que ha dado un repaso a las canciones quo durante los diez años de su carrera musical hablan tenido problemas con la censura.
Se recoger en el canciones que fueron totalmente prohibidas ("Te lo prometió Martí" (N. Guillén/Adolfo Celdrán), "Canción de visperas" (N.Guillén/ A.Celdrán), "La diana" (N. Guillen/Fernando Celdrán) o "Dia de Fiesta" (Luis Cilia/Adap. de A. Celdrán); otras que no pudieron grabarse completas, debiendo acudir en su momento a subterfugios para cantarlas: "No nos moverán”, "Canción del esposo soldado" y "Pueblo de España ponte a cantar (una canción)"; dos más que si bien en 1.969 fueron autorizadas y grabadas, con posterioridad sufrieron mil problemas de censura a la hora de interpretadas en directo: "General" (prohibida la emisión en la radio desde su grabación en 1969)y "Bella Ciao", y por último, una canción propia que pese a ser reciente, había tenido repetidos problemas para ser interpretada en las fechas cercanas al referéndum de noviembre del 76: "Vota bien y mira a quien (canción lección para una elección)" (A. Celdrán). Como se puede ver un resumen representativo de una parte de su trabajo (y también del de los señores censores) en estos diez años anteriores en el que se puede encontrar de todo: adaptaciones de canciones ajenas, musicalizaciones de poemas y composiciones totalmente propias, en general marcadas, eso sí, por el signo del testimonio y la circunstancialidad.
Para acentuar esa característica, Adolfo ha reunido en el disco a varios compañeros con los que ha compartido algunos momentos de esos diez largos años, y en las canciones encontramos, especialmente en "No nos moverán", en la que cada uno canta una estrofa, los nombres de su hermano Fernando, Elisa Serna, Carmina Álvarez, Manuel Tonaría y Pablo Guerrero, que le hacen voces y que confirman el carácter de rememoración colectiva del disco. Es como el telón final de una obra de teatro que va a caer en cuanto los actores salgan del escenario.
Al tratarse mayoritariamente de canciones antiguas y, sobre todo, conocidas, es difícil apreciar con claridad la ruptura de estilo que este disco supone, aunque es evidente que se da. No tanto en el terreno compositivo, como, especialmente, en el ambiente, arreglos y concepción general del trabajo. Debemos destacar en primer lugar que el hecho de grabar canciones antiguas no reduce el disco a una dimensión exclusivamente histórica, sino que Adolfo intenta aportar, a partir de breves y sutiles variaciones, una interpretación actual de la historia que esas canciones representan. Así, por ejemplo, la manera desdramatizada y un tanto distanciada de interpretar los temas más combativos ("No nos moverán", "Pueblo de España ponte a cantar", "Bella Ciao"), les confiere un valor no sólo en función de su significación histórica, sino de su propia calidad como canciones en sí. No se trata de repetir por recordar, aunque también, ni de una revancha contra la censura, sino de la obra que no ha perdido valor con el paso del tiempo.
Por otro lado, y en este sentido podemos hablar de "ruptura estética" con respecto a los tres discos anteriores, No hay en este trabajo ese carácter de obra cerrada, rígidamente estructurada, que caracterizaba sobre todo, "Al borde del principio", por el contrario podemos encontrar en “Denegado” la espontaneidad, la frescura, el sentido de comunicación popular que ya estaba también en "Silencio", y que de alguna forma se había ido orillado en trabajos posteriores. Una concepción del canto abierto a la participación colectiva y a la improvisación, a la que no son ajenos los arreglos de las canciones, que en este caso no son de Carlos Montero, sino colectivos de los músicos que participan en el disco. Podríamos pues referirnos a este trabajo como el de la vuelta a las raíces, aunque también parezca tener un cierto carácter de transición, de una mirada atrás que permita plantearse, en estos momentos en que la situación política ha cambiado, cuál es el camino que hay que tomar.
Ayer, o anteayer, Fernando González Lucini publicó en su blog una entrada sobre "Cajitas", la canción de Malvina Reynolds que Adolfo Celdrán adaptó y grabó en 1969 y de la que se han hecho numerosas versiones, de las que habla Fernando. Aparte de recomendar su lectura, aquí os dejo para vuestro disfrute el tebeo que sobre la versión de Adolfo realizó Juan Carlos Eguillor y publicó aquel mismo año la revista MUNDO JÓVEN
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Article 22
Julio Iglesias. Un vacío de superlujo (1984)
Si he de hacer caso a lo que en 1984 escribí sobre Julio Iglesias debo concluir que me pasa con él lo mismo que al cura vasco con el pecado, que no soy partidario. De Julio Iglesias, del pecado sí.
EL PAÍS. 22 SEPTIEMBRE 1984
El último disco de Julio Iglesias se presenta como su definitivo lanzamiento en el mercado norteamericano. No ya entre hispanos, negros, sudacas y otras subculturas, sino en el mismo corazón de la América wasp, blanca, anglosajona y protestante. Una meta que si muchos cantantes de origen latino han intentado, prácticamente ninguno ha logrado. Cuando en los años treinta el tango privó en las salas de baile, o cuando en los cincuenta los percusionistas caribeños aportaron al jazz la fuerza de su ritmo, la cosa era diferente. Se trataba todavía de un ingrediente de exotismo que con mayor o menor profundidad no dejaba de ser un añadido. La popularidad de estos músicos no pasó de ser efímera y anecdótica. Lo que ahora se pretende con Julio Iglesias es mucho más ambicioso: convertirlo, según proclama su sello discográfico, en algo tan americano como el tabaco con genuino sabor, el refresco que es la chispa de la vida o la estatua de la libertad. Casi nada.
El caso es que se está a punto de conseguirlo. Al menos no se han ahorrado medios para ello. Hay en el álbum canciones melódicas y rítmicas, estrellas invitadas, compositores destacados, músicos casi a centenares, fragmentos en francés, italiano y español --además del inglés que domina el álbum--, instrumentistas de prestigio..., y sobre todo dinero, mucho dinero. Dianna Ross le da el sofisticado toque de la música negra; Willie Nelson, veterano cantante de country, aporta el atractivo que supone para un amplio sector del público tradicional blanco; los Beach Boys unas gotas de nostalgia pop; el saxo de Stan Getz coloca unas notas para aficionados poco exigentes al jazz, y así una larga lista que hace de este disco un producto de elegante factura, producción perfecta, sonido impecable y eficacia garantizada. Nada se deja a la suerte y, por consiguiente, pocas sorpresas caben esperarse.
Todo ello contribuye a la existencia de un producto de irreprochable presencia industrial, pero de eso a ser el Frank Sinatra de los años ochenta hay una considerable distancia. Porque en los años ochenta ya no hay Sinatras, y porque entre Sinatra y Julio Iglesias hay la misma distancia que entre un cuadro de Murillo y su fotocopia, por mucho que se utilice para hacerla la más avanzada máquina inventada por la moderna tecnología.
La inteligencia y la perspicacia para los negocios, la imagen elaborada y exactamente transmitida, la voz agradable y los ambientes sofisticados no son suficientes para definir la obra de un cantante, por mucho que cumplan su objetivo y tengan un valor propio. El problema es que el atractivo artístico de este disco ofrece pocos alicientes mas que esos, y uno piensa que si el disco y la canción es, además de industria, cultura y arte, debe haber otras exigencias y otros resultados. Cuando se habla de cigarrillos, bebidas refrescantes o incluso estatuas, se está haciendo, una referencia exacta: éste es un producto con envoltura de superlujo bajo el que se esconde una profunda vacuidad cultural.
Julio Iglesias es ciertamente un fenómeno, algo que se sale de lo normal, en la medida en que la normalidad implica, al menos en la música española, una larga lista de objetivos no cumplidos, de frustraciones no tanto artísticas como comerciales. Inscrito plenamente y por voluntad propia en los parámetros establecidos por la industria discográfica, su voluntad ha sido conseguir el éxit, desde sus lejanos inicios como cantante, cuando dejó de ser un futbolista mediocre para intentar ser un cantante de éxito y ya pedía que se le fotografiara únicamente por su lado bueno. Triunfar en el paraíso de la clase media, en la América de cartón piedra de las todopoderosas amas de casas y el no menos poderoso presidente Reagan, constituyó sin duda su sueño dorado, al fin parece que cumplido.
La carrera seguida para conseguirlo ha sido trabajosa y cuidadosamente preparada. Lograrlo evidencia una serie de valores que no se trata de discutir --son evidentes--, aunque su catalogación resulte confusa y su apreciación discutible. El mayor de ellos es, indudablemente, su capacidad para dar una imagen mayoritariamente aceptable por el público al que quiere dirigirse y la inteligencia con que ha planeado cada paso de su ascensión, desde que se lanzó a la conquista del mercado suramericano, con versiones anodinas de conocidas canciones, hasta está culminación de clarines y trompetas. Un punto de secreto tiene su éxito: saber ofrecer una música y una presencia agradables, armoniosas, sin aristas ni riesgos. Un aséptico glamour de niño bueno que nunca ha roto un plato pero que puede ofrecer a su público ensoñaciones de eróticos finales imprevistos. Otra cosa es dónde colocamos cada uno el listón de nuestros sueños y hasta dónde llevamos el baremo de nuestras exigencias.
EL PAÍS. 7 OCTUBRE 1984
Ambos han entrado ya en esa edad prometedora en que la sabiduría y la experiencia comienzan a suplir los arrebatos de la pasión juvenil. Son educados, elegantes, moderadamente descarados y descaradamente moderados. Les gusta el éxito, el dinero y los aplausos, y los encuentran en las grandes multitudes allá donde actúan. Inteligentes, cuentan de ellos que son sus mejores agentes de relaciones públicas: saben hacerse simpáticos y agradables. Atentos y amables con la Prensa, cariñosos y distantes a un tiempo con el público, serían los hijos soñados por cualquier madre de buena familia que guste del triunfo de su prole.
Son españoles y cantantes. Uno es la sensación del año en Norteamérica; su disco en inglés sube a velocidades sorprendentes en las listas de éxitos del país más poderoso de la Tierra; no tiene mucho que decir, pero sabe decirlo de manera persuasiva. El otro es uno de los cantantes más importantes de ópera, aunque sus incursiones en la música popular muestren un desconocimiento sorprendente y un notable confusionismo. También es, como su compañero de programa una sensación en todo el mundo. Televisión Española los junta en un especial musical que se sabe de interés abrumador para la gran mayoría. Julio, en España, y Plácido, en la República Dominicana, han grabado cada uno por su parte. El primero, sus canciones de siempre; el segundo, sus versiones de Siboney, Muñequita linda o La paloma. Todavía no se han atrevido a hacer un dúo; ese día, que sin duda llegará, se van a romper muchos corazones. Sigan esperando.
El viernes 12, a las 21.05 horas, por la primera cadena, se emitirá el programa Especial Plácido Domingo y Julio Iglesias, grabado en Palos de Moguer (Huelva) y en Santo Domingo.
Supongo que escribí el siguiente comentario con motivo del Festival de Benidorm, aunque no recuerdo nada de él. Dado que tiene que ver con el protagonista de hoy, lo reproduzco.
Aromas de antaño
Aquellos eran tiempos de penuria y de aburrimiento, de españolitos que venían al mundo sin otro aliciente que un desarrollismo que nos enseñaba por la puerta de Francia las vajillas de Duralex y las cafeteras a vapor. La música española se debatía entonces entre la agonizante influencia de las baladas italianas y la pujanza aún incomprendida del rock. Como fórmula pos-imperial de realzar la autarquía se buscaban artistas españoles que dieran brillo e internacionalidad a nuestra canción. Se inventó el festival de la canción de Benidorm en una ciudad que se lanzaba a copar un turismo de medio pelo.
La vida sigue igual
Julio Iglesias triunfaba afirmando, con una razón a medias que no preveía los tiempos que estaban por llegar, que la vida sigue igual, y Raphael hacía patria con sus posturas de showman congelado. Los guateques eran el único recurso para una sexualidad juvenil insatisfecha y quienes quedábamos relegados al papel de poner los discos en el pickup nos agotábamos en las infinitas vueltas de canciones triviales.
La televisión española hacía un acontecimiento de cada nadería, los cantantes latinoamericanos acudían a Benidorm con la esperanza de triunfar en la Madre Patria. Junto a las demostraciones sindicales del Primero de Mayo, el festival de la canción de Benidorm permanece en la memoria con un aroma de flores muertas.
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Article 21
“Como todos los días”. Una canción con Hilario Camacho (1968)
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1968. De izquierda a derecha: Adolfo Celdrán, Mari Laly Salas, Hilario, pareja desconocida y Antonio Gómez. (Observese como Hilalio coge a Mari Laly, y como Mari Laly mira a Adolfo) |
Tal vez porque con los años la memoria remota se va acercando cada vez más, como si de cerrar un círculo se tratase, o quizás porque fueron tiempos tan intensos que resultan difíciles de olvidar, el caso es que recuerdo perfectamente cómo Hilario y yo compusimos “Como todos los días”. Era la primera vez que yo, compulsivo emborronador de cuartillas desde la infancia, me metía en la aventura de escribir la letra de una canción y también la primera que Hilario componía un tema con una letra que no hubiera escrito el mismo, práctica que abandonó pronto, o que no fuera un poema previo.
Me doy cuenta según voy escribiendo que “Como todos los días” marcó de alguna manera un punto de inflexión en el trabajo de Hilario, cerrando una primera etapa de aprendizaje, que quedaría marcada por la edición, ese mismo 1968, de su primer single con los poemas de NicolásGuillén, y abriendo el camino que estallaría públicamente cinco años después con la publicación del primer álbum “A pesar de todo”, del que era, con “Los cuatro luceros”, el tema más antiguo. Para entonces, su anterior repertorio había pasado al olvido (excepto por “El agua en tus cabellos”, el poema de Machado que había musicalizado en 1967 y que no grabó hasta 1975 en “De paso”), y a partir de ese momento su música adoptaría un lenguaje expresivo propio y definitivo que seguiría puliendo hasta el final. También a partir de entonces abandonaría la musicalización de poemas, aunque aún adaptaría alguno, cada vez de forma más libérrima, para pasar a colaborar con letristas con los que trabajaba estrechamente: Moncho Alpuente, Francisco Escalada, Jaime Compaire, Pablo Guerrero, Joaquín Sabina y otros. Ni que decir tiene que esto no le confiere a la canción otro valor que no sea el cronológico, pero como se me ocurre, lo cuento.
Decía que 1968 Hilario compuso pues los dos temas más antiguos que aparecen en A Pesar de Todo, su primer disco LP cinco años después: “Como todos los días“y “Los Cuatro Luceros”. Por la parte que me tocó en ello lo puedo contar con un cierto detalle, aunque tampoco abusaré.
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1968. Mari Laly, Hilario y Elisa Serna. |
Igual que a Adolfo Celdrán, a Elisa Serna o a Cachas, conocí a Hilario en noviembre de 1967 con motivo del recital de presentación del grupo Canción del Pueblo que me tocó presentar y en el que ellos debutaban de manera más o menos oficial tras haberse estrenado en pequeños recitales universitarios. Con todos ellos establecí pronto una relación de amistad que con Hilario fue íntima desde el primer momento, pues teníamos muchas cosas en común, desde la edad, yo acababa de cumplir 19 y él me llevaba cinco meses, hasta vivir relativamente cerca, él al final de Fuencarral y yo en General Sanjurjo (Abascal ahora, después de recuperar el nombre que la calle había tenido antes de que la dictadura rebautizara las calles con los nombres de sus santos y sus militares).
Las canciones (incluyo Los Cuatro Luceros en el lote) se escribieron en la habitación que había a la entrada de su casa familiar de Hilario, a la izquierda, creo recordar, al inicio de un largo pasillo. Allí nos sentamos unos cuantos días y allí fueron saliendo los dos temas, que fueron de creación bastante rápida.
Como todos los díasnació de la coincidencia de que los dos habíamos trabajado brevemente en empleos similares. Él creo que en una gestoría o algo así, y yo en un banco, en el que he de decir que tuve el honor de entrar como auxiliar administrativo y salir un año después tras haberme degradado a botones. Pensamos que en aquellas oficinas siniestras se reflejaba el mundo gris, triste y conformista en el que vivíamos, y nos planteamos reflejarlo utilizando la forma del talking-blues o blues hablado, una base rítmica de blues sobre la que va el recitativo de la letra, a la manera en que habíamos oído que lo hacían en EEUU Woody Guthrie, Julius Lester o el propio Dylan del principio.
El método de trabajo era que yo escribía unos versos, los discutíamos, cambiábamos lo que era necesario y sobre la marcha Hilario los iba encajando en la música. Recuerdo que fue bastante rápido todo y la canción estuvo pronto preparada. El tema, que está divido en dos partes bien diferenciadas, tenía inicialmente una tercera parte más, que fue eliminada en la grabación y sustituida por ese ritmo que simula las palmas de una manifestación con que acaba la grabación. Fue una supresión acertada, pues era una especie de infantil llamada a la rebelión demasiado explícita, que no le añadía nada a lo anterior y que podría haber tenido problemas con la censura. Alain Milhaud, que produjo el disco y de quien debió ser la idea, hizo un estupendo uso de las tijeras.
Los Cuatro Luceros partió de un poema de José Batlló, poeta catalán que escribe en castellano y que dirigía la colección de poesía más importante del momento: El Bardo. A Hilario le gustaba el poema, que es en el fondo es una alegoría sobre la guerra y la postguerra civiles, pero no acababa de cuadrarle para ponerle música, porque estaba escrito en verso bastante libre, así que, como hizo con otros textos ajenos, lo cambió a su gusto, tarea en la que le ayudé y cuya responsabilidad comparto ahora, especialmente frente a Batlló, que parece ser que no quedó muy satisfecho, dado que él imaginaba música clásica mientras lo escribía. También fue una composición rápida.
Cuando regresé en 1983 de Canarias, uno de los primeros recitales a los que acudí a uno de Hilario que daba cerca del Viaducto con ocasión de alguna fiesta popular, o San Isidro o La Paloma. Él no sabía que estaba en Madrid y no le avisé, quería darle una sorpresa, pero quién me la lleve fui yo. Una sorpresa alegre y envanecedora, porque comprobé que Hilario todavía seguía interpretando en directo Como todos los días.
Un par de años antes del fallecimiento de Hilario pensamos que podíamos escribir una especie de “Como todos los días-2” situando al personaje en aquel momento de comienzos del nuevo milenio. Nos pusimos a la tarea, nos reunimos varias veces, pero no salió nada, excepto unos versos deslavazados y unos cuantos rasgueos de guitarra. Años después me di cuenta que en realidad Hilario ya había escrito esa segunda parte en “Taxi”, que hizo en colaboración con Joaquín Sabina y que se editó en 1986 en el álbum “Subir, subir”. Ambas retratan las reacciones interiores y los sentimientos de un individuo personalizado en un momento histórico concreto, y, aunque las letras sean ajenas, reflejan los pensamientos y las ideas del propio Hilario, lo que añadido a que las dos están en primera persona les confiere un cierto carácter de autorretrato íntimo ante la sociedad (carácter que también las relaciona con la magistral “Volar es para pájaros”, que compuso con Pablo Guerrero y que igualmente tiene esas características).
Ambas canciones tratan del mismo tema y tienen un formato narrativo equivalente: una persona (el propio Hilario) se levanta por la mañana y encuentra pocos alicientes para levantarse. El mundo al que se enfrenta no le gusta, le aburre, y ante ello se subleva, aunque sea de distinta manera. Las cosas que le molestaban en esos dos momentos respectivos eran distintas, pero similares. En el 68, en pleno franquismo, era la mentira política, claro, pero también la rutina de la oficina, el levantarse a una hora temprana para nada, los prejuicios morales, la frustración sexual, etc… En el 86, ya en plena época de aquello que se llamó el desencanto, lo que le ofendía era la inanidad de la vida en general, la repetición de gestos vacíos de contenido, la vacuidad de la tele, el aburrimiento…; en suma, la misma grisura moral de la sociedad.
También tienen una cierta similitud en la manera en que Hilario interpreta ambas canciones, como si fueran una letanía repetitiva que canta con frialdad, casi sin emoción, sin levantar la voz ni tensar el tono. Hasta que llega el grito que estalla al final de “Como todos los días” o en los estribillos de “Taxi”. Y es en ese grito donde yo encuentro la mayor diferencia entre el Hilario de 1968 y el de 1986.
En ambas fechas despreciaba y odiaba el mundo en el que vivía, pero si en 1968, todavía un joven de 20 años, en pleno momento de conciencia crítica con la dictadura que le aplastaba, el grito de Hilario apuntaba a la rebelión (aún planteado como una posibilidad de toma de conciencia): “y salgas a gritarlo por las calles” (en alusión, claro, a las manifestaciones), en 1986, cuando ya se ha visto que la llegada de la democracia no ha sido lo que se esperaba, Hilario ya no creía en cambios (“Comprendes por qué/ no hay nada que hacer”), y en lugar de optar por una posible salida colectiva, gritarlo por la calle en unión de otros, lo que buscaba era algo (o alguien) que le ayudura a huir (“¡Sácame de aquí!/ ¡No puedo,/ no, no, seguir así!/ ¡Lléveme por la ruta de la paz/ dirección prohibida sin parar hasta el mar”). En 1968 se planteaba el enfrentamiento con el sistema; en 1986 lo que quería era simplemente escapar de él, una tentación que uno mismo ha sentido en más de una ocasión y que Hilario practicó en diversos momentos de su vida. Yo también.
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Dibujo de Poni Micharvegas |
PD.- A raíz de la muerte de Hilario participé muy activamente durante tiempo en un foro de internet que se creó, y en él escribí numerosos textos biográficos y sobre su obra. Al sacarlos ahora del archivo en el que los conservaba, aunque veo que falta alguno, y ordenarlos, compruebo que suman algo así como unos 120 folios. Si soy capaz de trabajar un poco sobre ellos, igual los voy colgando aquí, en la confianza que puedan servir como documentación para una posible futura biografía de Hilario, que no existe como tal y que se merecería.
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Article 20
En elogio y defensa de Yoko Ono (1981)
No es que sea una estrella del rock ni que su obra haya servido de simiente artística para las nuevas generaciones, pero sin duda Yoko Ono tiene una personalidad fascinante y su trabajo ha estado siempre en ese terreno indefinido de la obra de arte que hurga en el fondo de los seres humanos.
Si alguien encuentra que en los artículos parece que me alegro de que The Beatles se rompieran, sea cual sea la causa que provocó la ruptura, tiene razón. La verdad es que no me hubiera gustado ver a los chicos de Liverpool convertidos en unos ancianitos retozones, sombra patética de sí mismos, solo movidos por la necesidad de llenar la caja. Adivinanza ¿De quienes hablo?
En las ilustraciones musicales incluyo enlaces con las letras en castellano. Las traducciones son tan que así (vamos, totalmente así), pero para la ocasión valen. ¿Qué más se le puede pedir a una maquina?
EL ECO DE CANARIAS. 12 JULIO 1981
El firmante de estas líneas nunca consideró que Yoko Ono terminara con los Beatles, como afirman conocidos fans del conjunto de Liverpool; antes al contrario, su presencia en el cuarteto británico contribuyó, desde mi punto de vista, a acelerar un proceso de descomposición y de cambio que ya estaba apuntando en el grupo y que conducía, inevitablemente, a la superación de los esquemas en los que habían basado su éxito o al aniquilamiento artístico. Sin embargo se insiste en esa tesis, que muestra, a mi entender el desconcierto y los prejuicios ante una mujer como Yoko Ono, de una presencia física poco común, tan alejada de los cánones de lo que debe ser una mujer guapa, capaz de enloquecer a un ídolo del rock con una personalidad humana y artística fuerte, que da la sensación a cada momento de ser igual o superior al hombre que se encuentra junto a ella. La crítica musical, tan dependiente de los prejuicios de la sociedad en la que viven y de la industria discográfica a la que sirven, se sintió agredida por la arrivista, y reaccionó echándole la culpa del fallecimiento por muerte natural del conjunto musical más importante de la historia del rock.
Indudablemente sin Yoko Ono los Beatles se hubieran roto también; lo que es de dudar es que la ruptura hubiera sucedido de la manera en que la llevó a cabo John Lennon: aceptando de forma autocrítica su significación artística, social y política, superando sus propias contradicciones y planteando una alternativa tan radical como la que se apunta en sus primeros discos en colaboración con Yoko («Two Virgins» (1968) y «Amsterdam» (1969) o en la cara B del espléndido y esclarecedor «The Plástic Ono Band-Live peace in Toronto» (1969). Ante la desaparición de los Beatles se plantearon dos posturas, una reformista, representada por Paul McCartney, y la segunda rupturista, llevada a cabo por Lennon. Este segundo camino era más difícil, significaba el escándalo, el compromiso, la incomprensión, resultaba más descarado y definitivo. Yoko Ono tuvo mucho que ver con él. Por ello comencé a admirarla.
Luego vinieron sus trabajos musicales, tanto en solitario como en compañía de Lennon. Primero aquel admirable doble álbum «Sometime in New York City» (1972), con el que además de continuar su camino de rupturas artísticas, se internaba por los caminos del compromiso radical, escribiendo y cantando algunas de las canciones más rabiosamente políticas de aquellos años, precisamente cuando los cantantes tradicionalmente comprometidos aflojaban la marcha. Temas como «Sisters o sisters». «Born in a Prison», y, sobre todo, «Woman is the nigger of the world» rebelaban ya el talento de una cantante que no se quedaba en los simples caminos del escándalo. También en este álbum comenzaba la colaboración de la pareja como tal con Phil Spector, dato a tener en cuenta para más adelante.
En 1973 Yoko publicó el que era hasta ahora su único álbum en solitario. Acompañada por la Plástic Ono Band y la gente de Elephans Memory, sacó a la luz este «Feeling in the space», un disco con el que daba en las narices a cuantos «listos» habían escrito, jurado y firmado que sólo sabía dar gritos de gato inaguantable. En este álbum hay canciones, muy buenas canciones, temas que plantean crudamente la situación de las mujeres el mundo, que hablan de amor sin sensiblería, que son rock sin concesiones y que no sienten vergüenza en convertirse en baladas cuando hace falta. Lástima que ese álbum no fuera editado en España por unos mercaderes que lo debieron considerar poco comercial, así el público español se ha perdido una de las experiencias más ricas, interesantes y hermosas que ha visto el rock.
Luego el silencio, el replanteamiento de toda una vida, el amor, John, Yoko y la familia. De repente un álbum conjunto, «Double Fantasy», en el que las canciones de ella son tan buenas como las de él. Luego la muerte brutal y criminal en una calle de Nueva York, y después aún, la soledad.
Y de soledad trata el recién editado álbum de Yoko Ono «Season of glass»; desde la portada y la contraportada, estremecedoras, hasta las hermosas canciones cuyas letras se incluyen en el interior. Con la muerte de John los cazadores de corazones, los que comencian con la vida de las personas desde publicaciones más o menos amarillistas, han vuelto a intentar desenterrar los viejos fantasmas anti-Yoko y han hablado ni se sabe de cuántas tonterías sin sentido. Esta es la contestación de Yoko: un álbum que es el resumen y la cima de su historia de amor, un amor irresistiblemente condenado al dolor y a la belleza, un fatalista amor sin otra salida que la muerte o la felicidad. La suerte deparó lo peor, y en este disco se vierte la soledad tras el asesinato pero también la necesidad de sobrevivir, de luchar por la vida.
Además hay otras muchas cosas que valorar en álbum: catorce canciones, cosa siempre de agradecer en unos momentos en que los discos apenas si duran lo que se tarda en tomar un café, que esté producido por la propia cantante, otra vez junto a Phil Spector, que han sabido crear un ambiente distendido y perfecto. Temas de amor, baladas tranquilas y canciones en las que de repente surge, como siempre, la ruptura, la sorpresa. No sabemos si Yoko Ono va a seguir cantando, si este disco será un éxito o no. Tampoco importa mucho, es hermoso y eso basta, escuchándolo se siente la idea de tener un trozo de amor entre las manos. Es más que suficiente.
MUNDO OBRERO. 10 FEBRERO 1984
La publicación de las últimas canciones de John Lennon, que nos llegan como maquetas, grabaciones inacabadas, en un disco en el que también se publican seis temas de su compañera y colaboradora Yoko Ono, ha vuelto a plantear de manera indirecta la voracidad insaciable de las compañías discográficas y de la parafernalia consumista que las acompaña.
Se hicieron intentos para que las últimas canciones de Lennon fueran retocadas y completadas con sus antiguos compañeros de los Beatles, y eso había recibido los parabienes de "disc-jockeys", empresarios y comentaristas al uso. Estaban más pendientes del indudable éxito económico que tal aventura "revival" hubiera supuesto que del propio interés artístico y, sobre todo, ideológico que había presidido los últimos diez años, años largos, de vida y abra del cantante, y de paso, han aprovechado para reiterar sus invectivas contra Yoko, a la que han acusado desde oportunista y manipuladora hasta gritona.
“Rock” por derecho
Nada más lejos de la realidad. Ante la audición de este "Milk and Honey" ("Lechey miel") se comprueba que Yoko Ono no solo no es gritona, sino una compositora y cantante de indudable talento e inteligencia y, sobre todo, una fiel conservadora de la obra le su compañero. Le ha dado la edición que sin duda él mismo hubiera elegido de seguir con vida. John y Yoko llevaban colaborando suficientes años para darse cuenta de que su unión era algo más que un accidente casual.
Las seis canciones de Lennon le muestran en un momento de especial madurez expresiva, en el que, una vez pasados los agobios tanto de su etapa comprometida (no hay que olvidar que juntos escribieron algunas de las más contundentes canciones que se han escrito en la música popular anglosajona contra el sistema) como la anterior vanguardista, se replanteaba la expresión de una cotidianeidad tranquila, reflexiva, en la que el amor ocupaba un primer plano. Canciones como "Nobody told me" o "Borrowed times" son un ejemplo de "rock" contemporáneo, simple, directo, sin sofísticaciones, pero también sin subterfugios ni trucos; "rock" por derecho que confiere a este estilo musical su auténtico sentido de "popular".
Dios salve a Yoko
Párrafo aparte y reflexión final merece el trabajo de la denostada Yoko Ono. Artista y mujer inteligente, su talento como compositora y cantante no alcanza las cotas de "genialidad" de John, indudablemente, pero a pesar de ello, o quizá precisamente por ello, su obra resulta más apreciable, pues muestra un claro proceso de consolidación de un lenguaje propio. Sus canciones se aproximan más a los esquemas del "rock" con influencias caribeñas de buen cuño que algunos de sus trabajos primerizos. Aun teniendo en contra a todos los beatlemaniacos de pro, esta japonesa tozuda y rebelde está demostrando que se puede hacer buena música sin caer en las trampas de la industria, sin dejarse abrazar por los brazos de la comercialidad, simplemente porque tiene algo que decir y lo dice.
EL PAÍS. 31 enero 1984
Algo más de dos años después de la muerte de John Lennon se acaba de editar en todo el mundo el nuevo disco del ex beatle asesinado, en el que colabora también, como sucedió en ocasiones anteriores, Yoko Ono. Un álbum largamente esperado por los aficionados, que viene precedido de una extraña historia que incluía la posibilidad del reagrupamiento de George, Paul y Ringo para completar las canciones que había dejado inacabadas John, en un póstumo homenaje a su memoria y a su obra. Solución que, al final, no ha sido la que se ha adoptado.
La historia de la edición de este álbum póstumo del cantante, a pesar de ser anecdótica no deja de ser significativa. Frente a la posibilidad de resucitar el mito musical de los sesenta, Yoko Ono, heredera de John Lennon, compañera en su vida privada y colaboradora musical en numerosos proyectos, ha preferido hacer las cosas de la manera más cercana a como lo hubiera hecho posiblemente el propio John de estar vivo, y ha producido un disco en el que se reúnen seis canciones de cada uno, respetando escrupulosamente las grabaciones originales de Lennon tal como quedaron en el momento de su muerte.
Se podría argumentar, y así se ha hecho, que la artista japonesa utiliza en beneficio propio el mito de su compañero y la leyenda de su muerte. Sin embargo, las cosas no son tan simples. Reproducir el éxito de los Beatles con un nuevo álbum, que se aprovecharía además de los avalares de la muerte de John, sería no sólo especular sobre una reunión bastante improbable, que no se había dado en vida y que tenía pocas posibilidades de darse, sino también resucitar un mito cuya continuidad había roto el propio Lennon al separarse del grupo e iniciar una carrera en solitario que cuestionaba fundamentalmente la imagen y utilización del éxito que habían tenido.
Y ese no es un elemento secundario en la carrera en solitario del ex beatle, sino una constante conscientemente asumida y radicalmente desarrollada. Tanto en su etapa de experimentación sonora como en la de claro compromiso político, o en esta última de placidez hogareña y madurez vital, John Lennon había intentado --y, en buena medida, conseguido-- romper la imagen de ídolo mesiánico y carismático, realizarse como artista creativo en su relación adulta con el público. Yoko Ono lo sabía y por eso ha elegido, al margen de otras consideraciones, la salida más coherente.
Canciones de amor
En Milk and honey reproduce la fórmula adoptada en el anterior disco de la pareja, incluyendo la portada, en la que repite una imagen similar a la de Double fantasy, una foto de ambos besándose.
Los temas de Lennon son apenas maquetas, realizadas sumariamente con pocos instrumentos: guitarras, bajo, batería y, alguna vez, piano. En ellas aparece su capacidad creativa en plena gestación, canciones construidas con todo rigor, a las que sólo superficialmente afecta lo incompleto de los arreglos y la grabación. El sonido es correcto, y aunque no se puedan buscar sofisticaciones auditivas, el rock directo, vivencial, de John Lennon llega en toda su pureza y vigor. Canciones como Nobody told me, que se ha extraído en single, o sus incursiones por ritmos caribeños, como en Borrowed time, con su ligero aire de calipso, demuestran el inmejorable momento artístico en que se encontraba.
La participación de Yoko Ono es apreciable, aunque desde luego su genio creativo no esté a la altura del de su compañero. Sin embargo, no es desechable en absoluto el talento de una cantante y compositora que, contra tirios y troyanos, ha creado un estilo que, cuando menos, debe ser calificado de inteligente y arriesgado.
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Article 19
Hablé largo y tendido con Tomasa Cuevas durante toda una tarde-noche de algún verano de mediados de los noventa en su casa de Vilanova i la Geltru, una ciudad que me traía buenos recuerdos porque 25 años antes había estado allí con Castañuela 70 y había pasado una noche estupenda bebiendo y conspirando con Pere Tapies. Ya sabía entonces de Tomasa, porque había leído sus estupendos libros de testimonios de mujeres presas en el franquismo, los primeros que se escribieron sobre el tema, y conocía su larga relación con Miguel (Miquel) Núñez, un dirigente comunista que, como Simón, Marcelino o Fernández Inguanzo contaban con el respeto y la admiración generalizada de cuantos habían tratado con él, no sólo sus camaradas. Ella, que ya tenía cerca de los 80 años me recibió como si fuera el sobrino que regresaba de un largo viaje. Me puso un café, luego trajo algo para merendar, el día se fue marchando y acabamos cenando cualquier cosa que preparó antes de que tuviera que salir corriendo para coger el tren de vuelta a Barcelona.
Entre café, merienda y cena me enseñó una de aquellas tarteras trucadas con que se palabra la información clandestina a las prisiones, que todavía conservaba y en la que era imposible distinguir las junturas del doble fondo, pero sobre todo hablamos, habló ella. Lo que me contó es la demostración de que aquella frase de Brecht que cantaba Silvio de los hay que lucha un día… y etcétera no es sólo un tópico.
Retrato de Tomasa Cuevas.
Javi Larrauri, de su serie "Mujeres Republicanas"
Soy de un pueblecito de la Alcarria que se llama Brihuega, donde nací en el año 17. Mi familia era de origen obrero, mi padre repartidor de harina y mi madre lavaba ropa por las casas y cosas así. Mi padre se cayó debajo del caballo con el que repartía la harina y a consecuencia de ello estuvo dos años en el hospital, dejando a mi madre con cinco hijos. Yo era la pequeña. En el transcurso de los años, mi madre trabajaba limpiando casas y también haciendo pan, porque como mis abuelos eran los dueños del horno no le cobraban la hornada. Dos de mis hermanos murieron en esos años que mi padre estuvo enfermo.
La consecuencia de todo esto, la enfermedad y los años de hospital, fue que emigramos a Guadalajara, donde mi hermana mayor ya había ido a servir. El trabajo de mi padre fue de blanco a negro, pasó de repartidor de harina a repartidor de carbón.
Yo empecé a trabajar a los nueve años en una fábrica de punto, que la llamaban fábrica aunque hoy la llamaríamos pequeño taller, porque era una tiendecita pequeña que tenía en la trastienda tres máquinas con las que se hacían refajos, calzoncillos de punto, medias de algodón o de lana, calcetines y todo eso. Mi trabajo consistía en coger puntos a las medias de seda que llevaban las mujeres para arreglar. Me pagaban muy poco y yo cada vez pedía más aumento, contestándome la patrona que ya ganaba suficiente. Cuando iba a cumplir once años, tras una discusión de aquellas, en las que ella siempre decía que no me podía subir porque no me lo ganaba, apunté durante toda una semana lo que ella cobraba con los puntos que yo cogía. Según los cogía, tenía el precio y lo apuntaba en un papelito. Cuando llegó el sábado le dije que me subiera el sueldo y me volvió a decir que no, que cobraba lo suficiente para la edad que tenía y que además no lo ganaba. ¿Que no lo gano? contesté, mire lo que ha sacado usted conmigo esta semana, y le enseñé mis cuentas. Se puso tan furiosa que me echó.
Mi madre estaba enferma, mi hermano solo tenía trabajo de vez en cuano, así que, además de coger los puntos, encontré empleo en una fábrica para sopa, de donde viene la pensión que cobro ahora. Todavía era pequeña, y las panderas que había que subir, unas bandejas en las que se ponía el fideo, eran muy grandes y había que llevarlas desde el obrador, que estaba abajo, hasta arriba, donde estaba el tendido, y para subir esas panderetas me las veía moradas. Mis brazos están torcidos desde entonces. Había un muchacho trabajando allí que era muy majo y que, sin que le viera el jefe, que era un hijo de su puñetera madre, me ayudaba con las panderas. Me esperaba en la escalera y me las subía corriendo. Se llamaba Santos Puerto, que vive por Francia y no le he podido localizar. Por mi contacto con él acabé por hacerme comunista.
Un buen día, hacía el año 34, aquel amigo me dijo: pequeña, tengo que pedirte un favor. Me llevó a una ventana que daba a la calle y me dijo: ¿ves aquellos tíos que hay allí? pues son policías, están esperando a que salga y me van a detener, ¿por qué?, le pregunté. Ya te lo explicaré, me contestó, yo tengo aquí un paquetito, te lo vas a llevar, pero guárdalo y no le digas nada a nadie, a nadie, eso es solo para ti y para mí.
Efectivamente, cuando salió le detuvieron y yo me llevé el paquetito a mi casa y lo escondí. Entonces todavía no estaba metida en política. Al día siguiente vino a verme el que era el secretario general del Partido en Guadalajara, que se llamaba Raimundo Serrano, y me dijo: oye peque --que aquello de peque todavía me queda como mote-- ¿Santos te ha dado algo para mí? Ni para ti ni para nadie, le contesté yo, a mi no me ha dado nada Santos. El venga a insistir y yo venga a negarme, porque Santos me había dicho que no se lo diera a nadie. Así durante varios días en los que Raimundo me salía al camino y me pedía el paquete. Yo seguía negando que me hubieran dado nada para él, hasta que un buen día se presentó con una nota de Santos, porque como entonces teníamos guardias de asalto que eran nuestros, a través de uno de ellos habían sacado la nota de la cárcel. Solo así cedí y le entregué el paquete, pero aquella fue mi perdición de comunista, porque a partir de entonces ya todo era: peque guarda esto, peque esconde esto otro, peque ve a ver a fulano de tal y dile que le espero en tal sitio, te dará una cosa y me la das a mí.
Así pasó el tiempo hasta que me detuvieron por primera vez a finales del 34. Acababa de suceder lo de los mineros de Asturias, cuando lo de octubre, y por Guadalajara pasó una expedición de niños hacia Madrid donde les cuidarían mientras los padres estaban en la cárcel. Con otros compañeros de la fábrica fui a la estación y un guardia de asalto dio un meneo a un crio. Le dije: no toqué usted a ese crío porque como lo haga le voy a dar una hostia y me voy a cagar en su madre ¡A un guardia de asalto! Me detuvo, claro.
Me llevaron al calabozo de la Dirección General de Seguridad y me preguntaron que quién me había mandado ir a la estación. Nadie, contesté, yo he visto niños allí y he ido a ver qué pasaba. ¿Y no te ha mandado nadie? No, yo he visto niños allí y he ido a ver. Pero tú has amenazado a un guardia y te has cagado en su madre. Bueno, yo le he amenazado, pero no me he cagado en nadie, le he dicho que si tocaba al niño, pero como no le ha tocado, ni le he dado la hostia que le había prometido, ni me he cagado en nadie. Estuve tres días en el calabozo.
En esa época ya tenía yo el carnet de las Juventudes, el número siete. Raimundo me había reunido un día con otros para proponernos formar las Juventudes Comunistas, porque hasta entonces sólo existía el Partido, y nos explicó lo que significaba: las consecuencias son estas y estas, todo lo que me podía pasar siendo comunista. No pasa nada, le dije yo, si hay que luchar, se lucha; si a los once años tuve que ir a trabajar, justo es que luche yo con vosotros por mis derechos y si hay que ir a la Juventud, pues a la Juventud.
Cuando salí de aquella primera detención fui a mi casa. Vivíamos en una planta baja y cuando llegué, mi padre estaba con una zapatilla esperándome, porque su idea era darme una paliza para que no repitiera. Entra, entra, me decía. El iba retrocediendo mientras me lo decía y yo iba entrando. Teníamos la puerta a la calle y un pasillo, una comuna, un retrete comunal de los de entonces, donde yo tenía el carnet de las Juventudes escondido, y cuando llegué a él abrí la puerta, lo saqué y le dije a mi padre: mire, soy comunista, tengo que luchar por mis derechos y como ya sé ganarme el coscurro, con esto estaré en la casa, pero sin esto me voy. Mi padre dejo la zapatilla y dijo: mira hija, yo no supe luchar por lo mío, lucha tú por lo tuyo. Mi madre dijo: ¿esa era la paliza que le ibas a pegar?
Yo seguía cogiendo puntos y trabajando en la fábrica, porque la vida nuestra era muy puñetera. Mi padre gañaba veinticuatro pesetas y mi madre estaba enferma del estómago con una úlcera sangrante, así que seguía cogiendo puntos por la noche. Como no teníamos una luz suficiente me subía en la mesa con una silla, me sentaba debajo de la bombilla y allí cogía los puntos.
Mi madre tenía que tomar mucha leche, así que por las mañanas me busqué un trabajo para repartir leche por las casas con dos cántaras. Me daban quince pesetas. En invierno se me quedaban las manos agarrotadas de llevar las cantaritas de leche y las clientas se la tenían que servir ellas mismas porque yo no podía, pero a mí me daban dos litros. En la casa donde vivíamos pagábamos quince pesetas de alquiler y como las dueñas de la casa no tenían agua corriente y había que llevarla con un cántaro, un día sí y otro no yo iba también a llevarles el agua por las tardes, cuando salía de la fábrica, y me pagaban con el recibo de la casa. Así íbamos trampeando.
En esa época también me eché novio, era un muchacho muy majo y muy guapito y nos queríamos. Un día vino y me dijo que no podíamos salir porque tenía que hacer una chapuza, yo le dije que de acuerdo, y en cuanto él se fue me marché yo también, porque tenía una reunión de las Juventudes, que se celebraban en una casa que teníamos en la plaza de la Concordia, en Guadalajara. En la puerta había un grupito de gente, entre los que estaba mi novio, que miraba a los que entraban. Yo le vi, pero entré en la casa. Cuando empezó la reunión entró el grupito que estaba fuera y mi novio con ellos. Así me enteré que él también estaba en las Juventudes y él se enteró de que estaba yo, porque hasta entonces, como éramos clandestinos, no lo sabíamos.
Al acabar la guerra, que pasé en Madrid, y después de varias peripecias, llegué a Barcelona, donde volví a tomar contacto con el partido, colaborando con la guerrilla como correo. En la agrupación guerrillera yo viajaba desde Barcelona hasta la frontera en busca de armas. Iba con un bolso grande que a veces cabía una metralleta, algún cajetín con balas, una pistola, cualquier cosa. Llegaba hasta la frontera, a algún pueblecito cerca, pasando ya de Gerona, a la zona de la montaña y allí me cargaban con lo que fuera. Luego me venía hacia Barcelona y lo entregaba, no sabía más. Era curioso, porque yo, en los viajes en tren me iba a donde estaba la guardia civil. Mire, les decía, me vengo aquí porque tengo más confianza con ustedes que por ahí sola. Nunca pasó nada.
Yo mantenía contactos con los responsables de la dirección del Partido y los responsables de las guerrillas, uno de ellos era José Bruch y otro José Aymerich; Miguel Núñez era el instructor político militar. Los responsables del Partido con los que tenía contactos eran Moisés Hueso y Celestino Carrete. Pero los contactos eran de los de traer y llevar, decirles que iba a haber una reunión en tal lugar o que fulano iba a estar en tal lugar para encontrarse con ellos. Las armas me las llevaba yo a casa, y después de saber a quién tenía que dárselas volvía a salir y las entregaba. A veces no salían de casa porque se las llevaba Miguel directamente a donde fuera. Así hicimos varios viajes hasta la detención.
Nos detuvieron el día 4 de abril del 45, después de haber dado doce tiros por la espalda a Juanito Cuadrado. Nos habían seguido a algunos, a mí también. A Juanito Cuadrado le siguieron y le dieron doce tiros. El llevaba pistola, pero no la utilizó. No pudo utilizarla porque le dispararon por la espalda, aunque dijeron que lo habían hecho en defensa propia, pero era mentira, no le dejaron ni siquiera sacarla. Le llevaron al depósito de cadáveres y uno de los hombres que había por allí vio que se movía. Entonces llamaron a los médicos, bajaron, se lo llevaron, empezaron a sacarle balas, a hacerle operaciones y a curarle y ahí está, todavía vive.
A raíz de eso comenzaron todas las caídas. A mí me cogieron cuando volví a casa. Vi a un tío con mala pinta al pie de un árbol y con el zapaterito remendón que trabajaba en el portal había otro. Al del árbol le pase de largo, pero cuando vi al que estaba con el zapatero me dije: te han copado maja. Efectivamente, el que estaba fuera me puso una pistola en la espalda y me detuvo.
Días antes había traído dos metralletas y también las había escondido debajo del colchón, pero ya se las habían llevado. Quedaba sólo el tampón, que utilizaba para hacer las documentaciones falsas de los camaradas que estaban en edad militar. Levantaron el colchón de una punta y de otra, pero siempre se quedaba el centro de la cama sin ver. Yo estaba indispuesta y cada vez que levantaban el colchón me decía: madre mía, como aparezca el tampón ese la vamos a liar. Ya les dije: me perdonen, pero me voy a sentar, porque estoy indispuesta! vengo de trabajar ocho horas y me encuentro mal. Me senté en la cama y ya no la levantaron más.
Mis interrogatorios fueron muy duros. Lo que ellos querían saber es a qué me dedicaba los fines de semana, porque como era cosa de la guerrilla eran los fines de semana cuando hacía mi trabajo. Yo no les decía nada, y era golpe va y golpe viene. Al final conseguí tener una breve entrevista en el pasillo de las celdas con Miguel, hablamos y me comunicó que podía decir que esos días iba a una pensión en la que no iban a descubrir nada. Así lo hice, dije que los fines de semana trabajaba en una pensión a repasando ropa, pero que como era de una mujer viuda con una hija y yo sabía el lío en que les iba a meter no había querido decir nada, pero que como ya no aguantaba más se lo decía. Fueron a la pensión, donde les confirmaron la historia.
Salí en libertad provisional y me tenía que presentar a la policía cada quince días. Quedé clandestina desde que salí de la cárcel. Contactos con las guerrillas otra vez y vuelta a empezar. Con los que trabajé directamente en esta ocasión fue con Pedro Valverde, Puig Pidemunt, Ángel Carrero y otro, los cuatro que los fusilaron después. Yo trabajaba dilectamente con ellos, encontrándoles lugares para que se reunieran, haciendo de estafeta y todo eso. Me acuerdo que Pedro Valverde me decía: tú esperas un minuto en la cita. Yo no espero nada, si no estás sigo, le decía yo, porque había que saber lo mal que se pasaba esperando, aunque sólo fuera un minuto, sin saber por qué era el retraso. Si yo llegaba al sitio y no había nadie me metía en un portal, subía unas escaleras, contaba un minuto y volvía a salir, o me metía en una tienda pendiente del reloj. Así hasta que ellos cayeron, en abril del 47. Nos enteramos por el abogado que les atendía, que avisó a Miguel y le dijo que nos escondiéramos.
Yo estaba embarazada y tenía un barrigón enorme; más barrigón que tiempo de embarazo. Intentaron sacarme de España para llevarme a parir al hospital Varsovia, que estaba en Tolouse, pero aunque llegué hasta la frontera decidí al final quedarme en España. Volví a Barcelona y me escondieron con Miguel en una casa en construcción, con un taller abajo y un piso arriba sin terminar.
Allí estuvimos dos meses. Cuando los detenidos pasaron de jefatura a la cárcel dijeron que a Miguel no le diera ni el aire, porque le buscaban, y también que yo podía ir a parir a casa de Luisa, que era la estafeta particular de Pedro Valverde y no había aparecido para nada en los interrogatorios. Por lo que sabían era una casa segura. Yo parí en casa de Luisa, que para mí es como mi madre, ayudada por un ginecólogo, que había sido de la CNT y había pasado al Partido, que también estaba clandestino. Clandestino él y clandestina yo, allí tuve a mi hija, en la calle Urgel 72 nació Estrella.
A los ocho días apareció Miguel, todo teñidito de rubio, porque el Partido pensaba sacarnos de Cataluña. Fuimos a Madrid. Desde allí mandaron a Miguel para Sevilla, a disolver la guerrilla, Porque el Partido había decidido acabar con la lucha armada. Yo me quedé en Madrid, pero en diciembre me dijeron que tenía que pasar a Sevilla porque Miguel necesitaba ayuda para el trabajo que estaba haciendo, así que en enero del 48 me fui al pantano con mi hija de seis meses. Aquello era algo tremendo, porque casi todos los obreros eran o ex-presos o gente que había huido, y estaban mal pagados. No les habían hecho ni viviendas, sus casas eran una cueva dentro de la montaña, y allí vivían con niños y con todo. La mortalidad de los niños era terrible. Comían muy mal, claro, y no podía marcharse de allí aunque quisieran, porque la empresa, Agromán, tenía un almacén al que debían comprar por obligación y siempre le debían dinero. La persona que llevaba el almacén, hecho de madera, con unas rendijas terribles, era un camarada y Miguel había ido como contable. Los únicos edificios que había allí eran una pequeña capilla y los chalets de los ingenieros, la casita del cura y los demás. Los obreros vivían en las cuevas.
En una ocasión pasé una vergüenza enorme. Los abuelos, los padres de Miguel, le habían regalado a la niña una capita de piel blanca y como era invierno me la llevé. Un día me dijeron que subiera a donde vivían los obreros para darle unas cosas a uno de ellos, así que tomé a mi niña, la envolví en la capa y subí. Cuando llegué allí dije: mierda de capa, con la miseria que hay aquí. Metí la capa en una maleta y desde entonces subía a los cerros con la niña envuelta en una manta. Pasé vergüenza de verdad. Robaba caramelos del almacén para los niños, pero el primero al que fui a darle uno no me lo quiso coger. La madre me dijo: es que no sabe lo que es un caramelo porque no lo han comido nunca. ¡Un niño que no había comido nunca un caramelo! Yo siempre subía con el bolsillo lleno para esos niños.
Tuvimos que irnos de allí porque no había nada que hacer. Miguel cayó con unas fiebres espantosas y no paraba de delirar. El hablaba y yo le tapaba la boca. Se había hecho amigo de la guardia civil y querían subir a visitarle. No, no, les decía yo, que las fiebres son terribles y no sea que vayan a cogerlas ustedes también.
El viaje a Sevilla tuvo mucha gracia, porque me subieron en un camión y a la salida de Sevilla subió también la guardia civil con las metralletas. Me vieron sentada con la niña y les pregunté ¿pasa algo? No, no, es que por aquí hay mucha guerrilla y tenemos que ir preparados, pero mire usted, ellos tienen hijos y nosotros también tenemos hijos, así que pasamos de largo. Si supierais vosotros, pensé, que los lleváis también aquí. Miguel dejó contactos con gentes muy responsables para que hicieran lo que pudieran y nosotros salimos hacía el norte, donde nos mandó el Partido. Yo me quedé en Vitoria y Miguel fue muy cerca de Bilbao, a trabajar en una fábrica de tornillos. Allí les hizo un desfalco para sacar dinero para el Partido que luego yo llevé a Barcelona. Fueron cincuenta mil pesetas, que en aquella época era mucho dinero. De nuevo hubo una detención en Barcelona en la que también nos metían a nosotros. Miguel salió para un sitio y yo para otro.
Dejé a la niña con la abuela y me vine para Barcelona otra vez.Estuve con la mamá Luisa, mi madre adoptiva. Yo no veía a ningún camarada, era Luisa la que tocaba las teclas. Me puse a servir, siempre me ponía a servir, era la única forma de no ir a casa de nadie. Estuve sirviendo en una ferretería, otra vez con el truco de que me había escapado de casa. Luisa cogió el contacto con el Partido y yo seguía viéndome con ella. Para poder dejar aquel empleo sin despertar sospechas me mandaron a un camarada, que hizo el papel de un supuesto primo que había venido a buscar unos tejidos a Barcelona y los padres le habían dicho que se llevara a la chica al pueblo, quisiera o no quisiera. Fue a la ferretería preguntando por mí, dijo que me tenía que ir y me fui. A Reus, todavía disolviendo guerrilla.
Miguel estaba allí, pero yo no lo sabía. Para la primera cita con él me recogió un camarada por la noche y me llevó a un paseo que le llaman el paseo de los enamorados y me dijo que allí me iba a encontrar con el responsable y que así él me dejaba ya en sus manos porque era con él con quien tenía que trabajar.Íbamos los dos paseando, con un frió que pelaba, pues sólo llevaba puesta una chaquetita de lana muy finita, cuando veo venir a Miguel. Mira, me dijo el camarada que me acompañaba, vamos a pasar de largo, pero es aquel camarada, tu como si no le conocieras, pero fíjate bien en él, porque yo te voy a dejar ahí abajo y me voy, él va a volver y os vais a encontrar.
De esa manera volví a verme con Miguel, del que no sabía dónde estaba desde que nos separarnos en Barcelona. Miguel llevaba una bolsa grande y saco de ella un chaquetón y lo primero que hizo fue ponérmelo. El sí sabía que era yo con quien se iba a encontrar. En Reus estuvimos muy poco tiempo, porque a él le sacaron casi inmediatamente para Francia y pasamos cinco años sin saber nada uno del otro.
Posteriormente volvieron a detener a Miguel y me convertí en mujer de preso, con todo lo que eso representa. De Burgos se sacaban las cosas de mil maneras: con una tartera de doble fondo, en las asas de los bolsos, y para entrar también, en latas de conserva, a las que también les hacían en Francia un doble fondo. Con una de estas me pasó a mí una vez que se conoce que habían dejado un pequeño poro abierto y por él se pudrieron las sardinas en aceite que iban en la lata y había un olor horrible. Yo fui echándome colonia de Barcelona a Zaragoza, y allí fui a la persona que iba a pasar la lata, la familia de Vicente Cazcarra, que me ayudaba a meter y sacar las cosas de Burgos (también me ayudaba desde Vitoria la familia de Rosell), y les dije: Marujina, el coche y arreando a Burgos que mira lo que llevo, trilita va ahí. Como olía tanto, le dije al padre de Cazcarra: Vicente, que también se llamaba Vicente, vamos a abrir la lata en el campo. El no quiso. Llegamos a Burgos y nos quedamos de pensión. Bajamos al río, abrimos la lata, tiramos las sardinas y sacamos los papeles que había en ella. Me tuve que buscar un apaño para meter las cosas y le expliqué a Miguel lo que había pasado, porque era imposible meter la lata, lo hubieran descubierto todo.
Cuando la muerte de Franco ya llevábamos un añito o casi dos que estábamos bastante bien, porque este hombre andaba medio moribundo y las cosas habían cambiado bastante, pero claro, la muerte de Franco fue muy importante, sobre todo para los que estábamos clandestinos fuera de casa, porque yo tenía a mi hija y a mis nietos, que los tenía que ver casi a escondidas. Fue como una liberación, tanto como salir de la cárcel o más.
HEROÍNAS TRANSPARENTES. Mujeres de presos bajo el franquismo (1)
HEROÍNAS TRANSPARENTES. Mujeres de presos bajo el franquismo (2)
HEROÍNAS TRANSPARENTES. Manolita del Arco, Una historia de amor encarcelado (3)
HEROÍNAS TRANSPARENTES. Mujeres de presos bajo el franquismo (2)
HEROÍNAS TRANSPARENTES. Manolita del Arco, Una historia de amor encarcelado (3)
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Article 18
Historias de la tele cuando la tele era una. 5 (1970)
En la historia de Televisión Española hay dos bigotes míticos, que quedaron marcados a fuego en la memoria de quienes los contemplaron en la pantalla. Uno fue el de Eugenio Martín Rubio, entrañable y coherente hombre del tiempo que se apostó su adorno capilar si no llovía, y como el día fue seco, su siguiente aparición televisiva la realizó a labio descubierto. Profesionales con ese pundonor ya no quedan,
El otro bigote era más frondoso, acompañado de unas patillas abultadas que fueron adelgazando con el tiempo, y tras el se escondía una de las figuras televisivas que marcaron época. José María Íñigo, que había basado su carrera hasta entonces en ser un yeyé que había vivido en Londres, desde donde colaboró en la radio y en la prensa musical, pasó a ser en 1970 el representante de la modernidad, que luego se vería que no era tanta, en una televisión que se caracterizaba, precisamente, por el carácter rancio de su imagen pública.
El otro bigote era más frondoso, acompañado de unas patillas abultadas que fueron adelgazando con el tiempo, y tras el se escondía una de las figuras televisivas que marcaron época. José María Íñigo, que había basado su carrera hasta entonces en ser un yeyé que había vivido en Londres, desde donde colaboró en la radio y en la prensa musical, pasó a ser en 1970 el representante de la modernidad, que luego se vería que no era tanta, en una televisión que se caracterizaba, precisamente, por el carácter rancio de su imagen pública.
El programa que hizo dar a Iñigo un salto cualitativo en su carrera, que le convirtió en un icono de la televisión en España se titulaba “Estudio abierto” y se estrenó el 12 de marzo de 1970 con una jovencísima Rocío Jurado como invitada. La verdad es que la novedad sólo lo era en España, pues el espacio era similar a los que desde años atrás hacían en Estados Unidos Dick Cavert y Johnny Carson, o en Inglaterra David Frots, pero el bigotudo comunicador, que era como ya se empezaba a llamar a este tipo de periodistas televisivos, pudo apuntarse el mérito de haber introducido el modelo en nuestro país.
“Estudio abierto” era lo que ahora se llama un talk-show o magazín, es decir, una mezcla de entrevistas y actuaciones musicales (que ahora han sido sustituidas por las tertulias), pero en aquellos años resultaba totalmente novedoso. El secreto del éxito del programa, que fue extraordinario, estaba en varios factores. La personalidad del presentador, que a poco del estreno sería también director, su aspecto de moderno que, sin embargo, era capaz de plegarse a las exigencias más antiguas, fue un factor importante, pero también hubo otros. El más decisivo, sin duda, la existencia de un equipo de guionistas casi debutantes, que en un principio estaba compuesto por Manuel Leguineche, Jesús Picatoste y Julián García Candau, luego todos ellos periodistas ilustres, a los que irían sustituyendo figuras emergentes como las de Alejandro Heras Lobato o, sobre todo, el novelista Jesús Torbado, que firmaba con el seudónimo de Jesús Carro.
Con lo que ellos escribían y con la conocida labia de Iñigo supieron hacerles radiografías precisas a los invitados al plató, que fueron de todo tipo y condición. Acudieron a “Estudio Abierto” figuras del cine internacional como Gina Lollobrigida, Rita Hayworth o Anthony Quinn, escritores como Vargas Llosa o Delibes, el boxeador Urtain o el payaso Charlie Rivel; unos pocos nombres entre los casi cuatro mil personajes que Íñigo entrevistó en los cerca de cinco años que duró el programa. Eso sí, no todos los invitados lo eran por sus propios valores profesionales. También los hubo que fueron allí porque eran domadores de burros que competían en carreras marcha atrás, niños inventores, tontos de pueblo o pastores que se ponían ante las cámaras con sus ovejas.
El programa, que apenas costaba 300.000 pesetas, rompió moldes y se convirtió en un éxito en toda la regla, hasta el punto de que, pese a emitirse (excepto en su última etapa) en la segunda cadena, el UHF, llegó a estar entre los programas más vistos, siempre, eso sí, según los estudios poco rigurosos de la época. Aún así, su repercusión fue enorme y una de sus consecuencias, quizás imprevista, fue la de dar carta de visibilidad a una televisión alternativa, que, esa sí, se abría al futuro.
La otra televisión
La segunda cadena, nacida el 15 de noviembre de 1966, había sido concebida como un hueco televisivo para la experimentación, la cultura, lo diferente y lo minoritario, todo ello dentro de los límites de lo posible, y en 1970 seguía siendo así. De todas formas su importancia todavía era mínima. No comenzaban las emisiones hasta las siete de la tarde y tan sólo estaba tres horas y media en el aire, lo que no daba para mucho. Sin embargo, en su seno encontraron su sitio una camada de nuevos profesionales, muchos de ellos procedentes de la Escuela Oficial de Cine, algunos de los cuales alcanzarían la mayoría de edad televisiva años después en “Curro Jiménez”. Indirectamente, a todos ellos les ayudó el triunfo de "Estudio abierto", que consolidó la nueva cadena.
En ese rincón de la televisión innovadora pudieron verse series y programas como “Fiesta”, que hizo Julio Caro Baroja en 1967, “La Víspera de nuestro tiempo” (Jesús Fernández Santos, 1967), o el “Si las piedras hablaran”, que escribió Antonio Gala, y realizaron diversos realizadores precisamente en 1970. En estos espacios, y en otros, como los dramáticos “Teatro de siempre”, “Hora 11” o “Ficciones”, velaron sus primeras armas profesionales directores como Josefina Molina, Pilar Miró, José Luis Borau, José Antonio Páramo, Sergi Schaff, Antonio Drove o el malogrado Claudio Guerín Hill, que debido a su temprana y trágica muerte se convirtió en el más significativo de aquella generación de directores televisivos.
Guerín Hill falleció en febrero de 1973, al caer desde lo alto de la torre de una iglesia desde la que rodaba su segunda película para el cine. Nacido en Alcalá de Guadaira (Sevilla) en 1939, se había licenciado en la Escuela de Cine en 1965, y al año siguiente comenzó a trabajar en la segunda cadena. Su primera obra, una versión de “Ricardo III”, la obra de Shakespeare que adaptó Antonio Galay protagonizó José María Plaza, fue todo un bombazo. Duraba 116 minutos e incluía fragmentos de la película de Orson Welles“Campanadas a media noche”.
El impacto logrado por este trabajo permitió a Claudio Guerín convertirse en uno de los realizadores estrellas de los espacios dramáticos, en los que mostró un especial gusto por las adaptaciones de los clásicos, sin desdeñar los musicales ni olvidarse que también realizó obras de rabiosa vanguardia, como el monólogo de Samuel Beckett“La última cinta”, interpretado por Fernando Fernán Gómez, que en el cine había sido el último trabajo de Buster Keaton.
EL IMPERIO DE LA PUBLICIDAD
Cuando TVE se creó en 1956 se consideró una especie de juguete para unos miles de prohombres del régimen, pero dada la velocidad con que se extendió entre la población, pronto fueron conscientes del doble potencial que ofrecía el nuevo medio. Por un lado, poseía unas cualidades únicas para servir como vehículo de adoctrinamiento político; por otro, aunque eso llegó después, las tenía todas para convertirse en un buen negocio, a través de los anuncios, que paliara los costes a que obligaba el tener que ser subvencionada por las arcas estatales.
En 1970, con Adolfo Suárez en la dirección general, el ascenso publicitario era evidente. Las cuentas de ese año muestran unos ingresos de 3.936.000 millones de pesetas, 700 millones más que el ejercicio anterior. Por las Memorias de los Planes de Desarrollo de cada año se sabe que en 1959 TVE tuvo un ingreso de 16 millones de pesetas, que en 1963 se convirtieron en 521. En 1975 los ingresos serían ya de 7.800 millones.
La publicidad, y con ella el dinero, creció rápidamente en la etapa del monopolio televisivo, creando el optimismo que siempre crean los beneficios. Hasta tal punto, que José María Calviño, que llegó a la dirección general en 1986, renunció en un gesto torero a todo tipo de subvención pública, sin darse cuenta que la llegada de las privadas estaba a la vuelta de la esquina y con ellas el reparto del pastel publicitario y la reducción de los ingresos. Ahí empezó el endeudamiento de la televisión estatal, que al llegar en el 2005 a superar el billón de pesetas obligó a una reforma radical, reduciendo a la mitad la plantilla y gestionándola como una empresa privada.
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Article 17
Jacques Brel. Memoria española de un cantante belga.
Solo por ver y escuchar el “Ne me quitte pas” que abre esta página ya te habrá merecido la pena tomarte el trabajo de llegar hasta aquí. Sin duda habría que agradecerle al anónimo realizador la valentía de ese único primer plano con que filmó al cantante, porque su decisión nos permite llegar a lo más hondo de la canción y del cantante, que parece que vierte todo su dramatismo en cada gota de sudor que le corre por el rostro. Lo demás es historia.
ECO DE CANARIAS. 15 OCTUBRE 1978
El lunes pasado murió Jacques Brel, y con él una de las figuras más importantes de la canción popular de todo el mundo, un hombre que ha marcado un estilo, un punto y aparte en la canción.
Nacido en Bruselas en 1929, su imagen como cantante empezó a cobrar dimensión universal a partir de 1954, convirtiéndose en pocos años en una figura respetada, seguida e imitada por miles de cantantes de todo el mundo, y sus canciones traducidas a todos los idiomas y editadas en todos los países. Autor poco prolífico --que ha estado apartado de la escena musical los últimos diez años, desde que en 1967 interpretara su primera película como actor, (“Les risques du métier”) de Andre Cayatte, hasta hace apenas un año, en que volvió a editar un nuevo disco titulado simplemente «Brel», del que vendió miles de copias antes incluso de ser publicado y en el que se mostraba eternamente fiel a sí mismo, a su temática habitual, a sus formas musicales conocidas--, su obra queda jalonada por una cantidad incalculable de hermosas canciones de amor, de tristeza, de soledad, de insatisfacción social, de crítica, etc.
En esta hora siempre tópica de las notas necrológicas suelen cantarse todas las alabanzas del mundo; de Jacques Brel habría que decir, no obstante, que su figura musical decayó en los últimos años, y no únicamente por su abandonó físico del mundillo discográfico y musical, sino porque su estilo de cantar, que él había contribuido a convertir en un arquetipo junto a otros nombres como los de Leo Ferré, .Jean Ferrat, o el mismo Georges Brassens, había sido arrasado primero por la música pop anglosajona y luego, ya en su propio país, por el renacer de las formas folklóricas y populares. Todo ello no le quita un ápice de su calidad.
Mientras, que escribo estas líneas he vuelto a poner en el tocadiscos un álbum suyo, y he vuelto a sentir la misma emoción, la misma admiración que otras veces, y estoy seguro que la seguiré sintiendo por siempre cada vez que repita ese gesto mecánico, automático, de abrir una carpeta, ahuecar el plástico, colocar el disco sobre el plato, correr el brazo y escuchar una canción de Jacques Brel, «Le plat pais», por ejemplo.
EL PAÍS. 7 OCTUBRE 1984
La pervivencia de un cantante está en sus canciones. Las canciones de Jacques Brel permanecen en el tiempo, a pesar de que la mayoría de los modernos no las haya escuchado en su vida ni sepan siquiera quién es ese belga que se hizo famoso en el mundo a través de Francia, se hartó un día de músicas y películas y buscó la paz, la tranquilidad y la felicidad en las lejanas islas de los mares del Sur. Pero para muchos otros españoles, Ne me quittes pas, Amsterdam, Les bombons, Jeff, Les vieux, Le plat pais, Les bourgeois o La chanson des vieux amants forman parte de nuestra memoria histórica, personal y colectiva. Tantos de sus discos entraron en maletas semiclandestinas en tiempos de pocas músicas, que quizá por ello calaron tan dentro en nuestra sensibilidad. Con sus canciones aprendimos a recorrer ciudades que no conocíamos, a revivir amores que no sospechábamos que pudieran ser, a soñar sensibilidades que nos parecían negadas por nacimiento. Su influencia fue importante para una generación de cantantes que en la mayoría de los casos siguen en activo y en plena madurez, aunque luego hayan ido añadiendo a su personal inspiración retazos de otras músicas, de otros cantantes, de otras culturas.
Joan Manuel Serrat declaraba en un programa de televisión pocas horas después de hacerse pública la noticia de la muerte de Brel: "Si él no hubiera hecho música es muy posible que tampoco yo la hubiera hecho nunca". En España comenzaba a surgir una preocupación general que se mostraba también en las canciones. Se veía la realidad de otra forma, ajena a triunfalismos y heroísmo de pasadas gestas históricas. La verdad cotidiana tomaba forma en canciones que nacían con la voluntad expresa de reflejarla con sencillez pero sin renuncias.
Aun cuando Brel había comenzado a grabar en 1954 y alcanzado ya el éxito en 1959, su llegada a España fue muy posterior. El primer disco editado entre nosotros fue el que recogía su recital en directo Olympia 64, que se publicó con varios años de retraso; tal vez por eso su influencia fue mayor en los profesionales de la canción que en el mismo público. La nova cançó catalana fue el primer movimiento que se fijó en su ejemplo, como lo hizo en toda la canción francesa. Los primeros Setze Jutges comenzaron imitando el filón expresivo de la canción francesa y la obra de Brel, entre otras, marcó de forma indeleble las creaciones de Pi de la Serra, Espinás, Enric Barbat o Joan Manuel Serrat. Guillermina Motta y Dolors Lafitte cantaron sus canciones en catalán, como lo hicieron en castellano cantantes tan dispares como Alberto Cortez, Mike Kennedy, Mari Trini o Salomé, aunque la traducción más completa de las canciones de Jacques Brel, hecha por Hilario Camacho para un espectáculo sobre el cantante belga estrenado en el Pequeño Teatro de Madrid en el año 1972, no se llegara a grabar nunca en disco.
Con el tiempo se acabó editando su discografía completa, 11 álbumes que hoy probablemente estarán ya descatalogados. Es recomendable la audición de Sólo hubo un Jacques Brel (Movieplay, 1978, LP-17418/6), que es una excelente recopilación de 14 de sus mejores canciones.
EL PAÍS. 5 DICIEMBRE 1985
Han transcurrido 56 años desde que nació en Bruselas en 1929; treinta y dos desde que llegó a París en 1953 y grabó su primer disco; veintiocho desde Quand on n'a que l'amour, su primer éxito; dieciocho desde que en 1967 anunció su retirada de la canción para dedicarse al cine protagonizando la película Les risques du metier, de André Cayatte, y lanzarse a su última experiencia sobre los escenarios poniendo en pie El hombre de La Mancha, la adaptación del Quijote, una obra que le apasionaba. Han pasado catorce desde que dirigió su primera película, Franz; ocho desde que volvió, ya enfermo, a París para grabar el que sería su último disco, del que se vendieron más de un millón de copias en tan sólo unas semanas. Hace, en fin, siete años y algo menos de dos meses que, el 9 de octubre de 1978, tras pedir una cocacola y anunciar, citándose a sí mismo con irónica lucidez, "no os abandonaré", el cáncer de pulmón que le acompañaba desde hacía tiempo se decidió a cortar los cables que le conectaban con la vida. Es una buena ocasión para preguntarnos qué queda ahora de Jacques Brel y, también, ¿por qué no?, qué queda de uno en la confusión, de un tiempo que soñábamos de otra manera.
De uno mismo no sabemos, pero seguro que de Jacques Brel queda bastante más. En primer lugar, sus discos. Y no me refiero a los que cada cual pueda tener en su discoteca, sino a los que todavía se encuentran en cualquier tienda. Un hecho nada casual en un arte aparentemente efímero como la canción, con una industria alicorta que cada temporada descataloga los discos del año anterior para dejar sitio a las nuevas modas.
Y es que Jacques Brel supone, sobre todo, la demostración de que la canción es un arte que sobrevuela el tiempo y el espacio, que se instala en la historia como recordatorio de que, frente a los mitos de polivinilo mojado que periódicamente se inventan, existen los cantantes que, como corredores de larga distancia, llegan a la meta que se proponen: la obra bien hecha, inspirada y perdurable.
Quedan el retrato del puerto de Amsterdam, con sus marineros borrachos que mean en las esquinas y sus putas, la soledad de las grandes llanuras del Plat Pays, los amores irrenunciables de Ne me quitte pas, el cariño tierno de Les vieux o el desprecio sarcástico de Les bourgeois.
Tal vez al fin y al cabo el cáncer fue misericordioso con él y se lo llevó para no permitirle asistir a la vergüenza de cómo Mitterrand, presunto representante de una izquierda que él admiraba, volaba por los aires el barco ecologista que pretendía impedir que la barbarie atómica contaminara el aire de sus queridas islas del Sur, en una de las cuales vivió sus últimos años y está enterrado.
"Una isla cálida como la ternura, esperanzada, como el desierto que una nube de lluvia acaricia. Ven, amor mío. Allá no existirán estos locos, que no nos dejan ver las largas playas". Cantaba en Les Marquises, la canción con que cerraba su último disco. No tuvo suerte. Los locos llegaron a las limpias playas del Sur.
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Article 0
Dos canciones de amor con Antonio Resines
La verdad es que me resulta difícil hablar de Antonio Resines, son ya casi cuarenta años de amistad y de colaboración en diversos terrenos, cuarenta años continuados interrumpidos a veces por la distancia geográfica pero en los que cada reencuentros ha sido un decíamos ayer. Y eso implica demasiadas cosas como para despacharlas de un plumazo anecdótico o como para profundizar en ellas cayendo en el exhibicionismo de los sentimientos, el peor de todos los exhibicionismos, porque no te quedas en bragas, sino en esqueleto.
Eso no quiere decir, no obstante, que no pueda hablar del trabajo que hemos hecho en común, componiendo canciones o realizando programas de televisión que figuran entre lo que más aprecio de mi trabajo en todos los terrenos y con lo que más me identifico.
Nos conocimos en 1974 (y diría que lo recuerdo perfectamente si no fuera porque la memoria es un nido de olvidos y de reinvenciones) en un bar de la calle Reina Victoria de Madrid. Yo venía de dar un disco-forum en el colegio mayor San Juan Evangelista y nos presentó Ludolfo Paramio, excompañero mío de colegio y camarada suyo en alguno de aquellos grupos clandestinos del momento, quien ya me había avisado que nos íbamos a entender bien y que había un proyecto en el que me gustaría participar.
Naturalmente ya sabía de Antonio y de su estupendo trabajo en Almas Humildes, aunque nunca habíamos coincidido en el mismo metro cuadrado. Antonio había abandonado prácticamente la música para sumergirse en la militancia política y recientemente había regresado de un viaje con Ludolfo a Londres para ver de encontrar herramientas que pudieras acelerar la caída del franquismo. En los tiempos muertos le había dado por leer la edición británica de “Poemas de cárcel de Ho Chi Minh” y ni corto ni perezoso había convertido algunos de ellos en una hermosa colección de canciones.
Se podía pensar que el dirigente comunista vietnamita hubiera pergeñado una serie de consignas políticas rimadas, loor y gloria a la revolución y la lucha popular de liberación, pero nada de eso aparecía en los poemas sino en el fondo de la personalidad resistente e irreductible que revelaban en su autor. Eran, por el contrario, pequeños apuntes casi plásticos de momentos aparentemente intrascendentes que habían sucedido precisamente en los momentos en que el Tío Ho estaba apartado de la lucha, encerrado en prisión. Rememoranzas, meditaciones e instantáneas que me fascinaron como poemas y me enamoraron como canciones. A pesar de que el que sabía inglés era Resines, que por algo había estudiado en el Instituto Británico y que pronto encontraría en la traducción la forma de supervivencia principal, se pensó que quien podía ponerlo todo en versículo castellano era yo, que lo más inglés que conocía eran las películas dobladas de Alec Guinness. Como se solvento la cosa lo contaré cuando encuentre las imágenes para ilustrar alguna de aquellas canciones, que creo que fueron una obra original y atrevida que se publicó en Gong en 1975.
Dos años después grabamos “Cantata del Exilio / Cuándo llegaremos a Sevilla”, de la que creo que los dos quedamos satisfechos y de la que ya he colgado por aquí algunos fragmentos, y yo me marché a Canarias.
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De izquierda a derecha, durante la grabación del disco: Hilario Camacho, Luis Pastor, Pablo Guerrero, Antonio Resines y Antonio Lomas (técnico de sonido) |
A mi regreso a Madrid seis años más tarde me estaban esperando en el aeropuerto Antonio y Herminia, me fui a su casa, en la que me aguantaron un año antes de emanciparme, y retomamos la colaboración. Frustrado el intento de grabar un disco en el que se incluían algunas composiciones suyas en música y letra y otras que habíamos escrito a medias durante mis años canarios, decidimos ponernos a trabajar en nuevos temas, que compusimos con rapidez (los reencuentros son siempre un tanto febriles) y que se aparecieron en disco en 1974 con el título de “Cuentos, cosas y menos”.
A diferencia de los dos trabajos anteriores no había en él un tema común ni un hilo conductor. Eran canciones sueltas muy diferentes entre ellas, historias de la calle, recuerdos de amistad, homenajes literarios o cinematográficos y algún “menos” amoroso, pequeñas congelaciones de momentos de desamor.
He cogido dos y les he puesto imágenes. Aunque ambas traten de amor lo miran de manera muy diferente. En la primera tan desde dentro que produce dolor, la otra tan desde fuera que produce daño. Al menos para mí, que sé lo que quise decir.
“La Geometría de tu cuerpo” formaba parte del libro de poemas del mismo título que había publicado en 1983, y para ilustrarla he escogido las fotos que figuraban en la edición y el dibujo de Aute que le sirvió de portada.
“Historia de amor de nuestro tiempo” es un largo relato con su planteamiento, nudo y desenlace incluidos. Hay en ella historia y personajes, pero el tema que trata, la imposibilidad del amor, no está demasiado lejos de “La geometría de tu cuerpo”. Ha sido difícil encontrar imágenes con que ilustrar o completar la narración, así que me he decidido por las metáforas visuales y las relaciones texto-imagen que a lo peor sólo yo soy capaz de entender. Una pista: Chica-playa, chico-puerto.
No tuvo el disco lo que se podría llamar una difusión extraordinaria, y la prensa fue parca en críticas y comentarios. Sin embargo los que salieron fueron positivos y alguno de ellos, como este que reproduzco, gratificante. Más que nada porque el firmante era un perfecto desconocedor hasta ese momento de Antonio y su trabajo.
MEDITERRÁNEO. 8 DICIEMBRE 1984
Quizás por razones de cercanía sólo en una ocasión escribí sobre el trabajo musical de Antonio Resines, y eso ya cuando se decidió por la música instrumental y formó von Judas Sanz y Maribel Lombardo el trío La Mecedora de Cristal. Y fue apenas una cosita:
EL PAÍS. 29 ABRIL 1986
Otras canciones con Antonio Resines de “Cantata del exilio/Cuándo llegaremos a Sevilla”:
De “España en solfa”:
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Article 2
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Article 1
Esperanzas de revolución
“A la luz del tiempo --¿también de la distancia?-- resulta conmovedor evocar lo que unos cuantos jóvenes hacíamos, o pretendíamos hacer, por contribuir a la transformación de la sociedad española. Por hacerla mejor, más asequible a la participación equitativa", escribía en su autobiografía[1]Aurora Arnaiz, primero joven socialista, luego comunista en las Juventudes Socialistas Unificadas, vuelta al socialismo en su exilio americano, en el que acabaría la carrera de derecho y llegaría a ser profesora emérita de la Universidad Nacional Autónoma de México.
La proclamación de la República el 14 de abril de 1931 sería una explosión de alegría en España, que pronto se vería amenazada por la sublevación del general Sanjurjo, el 14 de agosto del año siguiente, y el comienzo del bienio negro con la constitución del gobierno reaccionario encabezado por Lerroux el 4 de octubre de 1934, en el que participó la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) presidida por José María Gil Robles. La ascensión de la derecha al poder desencadenaría en los dos años sucesivos importantes luchas políticas y sociales en las que velaron sus primeras armas los comunistas que hablan en este libro.
El recorte de las libertades, las conquistas sociales y la instituciones republicanas generó una respuesta que quienes la dieron no dudaron en considerar revolucionaria. La sublevación de Asturias de ese mismo año, reprimida salvajemente desde Madrid por el jefe de estado mayor del ejército, general Francisco Franco Bahamonde, fue una piedra de toque de la fuerza, pero también de la debilidad de la izquierda. Creció el clamor por la unidad de los partidos y sindicatos de izquierdas, que se plasmó en el pacto del Frente Popular suscrito el 15 de mayo por republicanos socialistas y comunistas. Estos últimos contaban con el aval de la Internacional Comunista, que en su VII Congreso, celebrado en Moscú del 25 de julio al 17 de agosto de 1935 aprobaría la colaboración con otros partidos políticos progresistas y de izquierda.
El triunfo del Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero de 1936, en las que el PCE consiguió dieciséis diputados, desataría las furias conspirativas de la derecha, que ya preparaba el golpe de estado que se concretaría el 18 de julio con el levantamiento militar en contra de la República.
En el mundo, Adolfo Hitler había asumido plenos poderes como Fhürer de Alemania el 23 de marzo de 1933 y Mussolini invadía Abisinia en 1935. En octubre de 1934 comenzó la Larga Marcha de los comunistas chinos, dirigidos por Mao Tse Tung, y el 3 de mayo de 1936 triunfó en las elecciones francesas el Frente Popular. En la URSS, Stalin comenzaba la depuración de la oposición aprovechando el asesinato del secretario general del Partido Comunista de Ucrania, Kirov, en 1934. Dos años después tendrían lugar los procesos de Moscú contra Kamenev y Zinoviev, comunistas compañeros de Lenin, acusados de agentes de Troski, ya exiliado desde 1932.
El Partido Comunista de España, apenas un grupúsculo en los primeros años de la República, abandonó algo del sectarismo que había dominado su actividad inicial y adopta la política de colaboración con otras organizaciones, que conduciría a su participación en el Frente Popular, en su IV Congreso, celebrado en Sevilla de 1932, en el que sería elegido secretario general José Díaz y entraría en la dirección Dolores Ibárruri. Pasionaria recordaba así aquel momento: “Había caído el dictador y su camarilla, arrastrando en su caída a la Monarquía. Se había establecido la República, que no tenía demasiada prisa por abrir caminos democráticos al pueblo. Este ya empezaba a mostrar su decepción respecto a los gobernantes republicanos-socialistas, cuya política de lenidad para con las fuerzas reaccionarias y de mano dura para con los trabajadores restaba a la República el apoyo de las masas. Tal actitud envalentonaba a la reacción, que no se perdonaba el momento de debilidad y de cobardía en que fue posible el hundimiento de la Monarquía y que se proponía reconquistar las posiciones perdidas.
La nueva situación imponía realizar un serio viraje en toda la actividad del Partido Comunista, terminando con los métodos sectarios que le aislaban de las masas, y dedicar los mayores esfuerzos a la lucha por desarrollar la revolución democrático-burguesa abierta con la proclamación de la República.
Era notorio, y la experiencia vivida lo atestiguaba, que el Partido Comunista sólo podría dirigir el movimiento revolucionario democrático e influir de manera determinante en la marcha de los acontecimientos a condición de ser él mismo un partido de masas, capaz de llegar con su programa, con sus soluciones, con sus métodos de lucha a las más profundas capas de la población laboriosa. Las discusiones y resoluciones del IV Congreso asestaron un serio golpe a las tendencias sectarias que frenaban el desarrollo del Partido y su proceso de consolidación” [2].
En estos años, marcados por la inseguridad social y las grandes esperanzas revolucionarias, mientras en todo el mundo, y también en España, la crisis económica y los ascensos de los fascismos eran el panorama en el que se inscribía la insatisfacción popular, los comunistas españoles descubrieron, ajenos a lo que se cocinaba en las alturas moscovitas, las que iban a ser las bases ideológicas de su vida futura: el internacionalismo, la justicia social, la solidaridad, el horizonte esperanzado e igualitario de la revolución. Rebeldes con causa de un presente conflictivo y un futuro incierto, supieron donde estaba su sitio por encima de las contradicciones de la historia.
Niños, adolescentes y jóvenes, esta segunda generación de comunistas españoles (la primera, la formada por gentes como García Quejido, José Díaz o Dolores Ibárruri, ya no está aquí para contárnoslo), recuerda aquellos años con el fervor de una esperanza arrolladora, que la guerra civil vendría a frustrar pero no a hacer desaparecer. La propia experiencia de hijos de la clase obrera, el ansia de saber y conocer que pudieron saciar en libros, debates y mítines, fueron sus vías de conocimiento de la realidad; de la propia, que vivían cada día, y de la que sucedía en el mundo más allá de su horizonte de españolitos esperanzados. Por ambas circularon con la cabeza bien alta y el convencimiento de que luchaban por el bien de la humanidad. La historia, que es cruel en su inflexible camino, echaría por tierra mitos y dogmas, pero no sería capaz de arrumbar principios y convicciones que aún hoy continúan vigentes en tantos.
rebeldías
Con diecisiete años trabajaba en una fábrica de pastas para sopa en Guadalajara. Había un compañero que siempre me echaba una mano en los trabajos más duros. Un buen día, hacía el año 34, me dijo: pequeña, tengo que pedirte un favor. Me llevó a una ventana que daba a la calle y me dijo: ¿ves aquellos tíos que hay allí? pues son policías, están esperando a que salga y me van a detener, ¿por qué?, le pregunté. Ya te lo explicaré, me contestó, yo tengo aquí un paquetito, te lo vas a llevar, pero guárdalo y no le digas nada a nadie; a nadie, eso es solo para ti y para mí.
Efectivamente, cuando salió le detuvieron y yo me llevé el paquetito a mi casa y lo escondí. Entonces todavía no estaba metida en política. Al día siguiente vino a verme el que era el secretario general del Partido en Guadalajara, que se llamaba Raimundo Serrano, y me dijo: oye peque --que aquello de peque todavía me queda como mote-- ¿Santos te ha dado algo para mí? Ni para ti ni para nadie, le contesté yo, a mi no me ha dado nada Santos. El venga a insistir y yo venga a negarme, porque Santos me había dicho que no se lo diera a nadie. Así durante varios días en los que Raimundo me salía en el camino y me pedía el paquete. Yo seguía negando que me hubieran dado nada para él, hasta que un buen día se presentó con una nota de Santos, porque como entonces teníamos guardias de asalto que eran nuestros, a través de uno de ellos habían sacado la nota de la cárcel. Sólo así cedí y le entregué el paquete, pero aquella fue ya mi perdición de comunista, porque a partir de entonces ya todo era: peque guarda esto, peque esconde esto otro, peque ve a ver a fulano de tal y dile que le espero en tal sitio, te dará una cosa y me la das a mí.
Así pasó el tiempo hasta que me detuvieron por primera vez a finales del 34. Acababa de suceder lo de los mineros de Asturias, cuando lo de octubre, y por Guadalajara pasó una expedición de niños hacia Madrid, donde les cuidarían mientras los padres estaban en la cárcel. Con otros compañeros de la fábrica fui a la estación y un guardia de asalto dio un meneo a un crío y le dije: no toqué usted a ese crío porque como lo haga le voy a dar una hostia y me voy a cagar en su madre ¡A un guardia de asalto! Me detuvo, claro.
Me llevaron al calabozo de la Dirección General de Seguridad y me preguntaron que quién me había mandado ir a la estación. Nadie, contesté, yo he visto niños allí y he ido a ver qué pasaba. ¿Y no te ha mandado nadie? No, yo he visto niños allí y he ido a ver. Pero tú has amenazado a un guardia y te has cagado en su madre. Bueno, yo le he amenazado, pero no me he cagado en nadie, le he dicho que lo haría si tocaba al niño, pero como no le ha tocado ni le he dado la hostia que le había prometido ni me he cagado en nadie. Estuve tres días en el calabozo.
En esa época ya tenía yo el carnet de las Juventudes, el número siete. Raimundo me había reunido un día con otros para proponernos formar las Juventudes Comunistas, porque hasta entonces sólo existía el Partido, y nos explicó lo que significaba: las consecuencias son estas y estas, todo lo que me podía pasar siendo comunista. No pasa nada, le dije yo, si hay que luchar, se lucha; si a los once años tuve que ir a trabajar, justo es que luche yo con vosotros por mis derechos y si hay que ir a la Juventud, pues a la Juventud.
Cuando salí de aquella primera detención fui a mi casa. Vivíamos en una planta baja y cuando llegué, mi padre estaba con una zapatilla esperándome, porque su idea era darme una paliza para que no repitiera. Entra, entra, me decía. El iba retrocediendo mientras me lo decía y yo iba entrando. Teníamos la puerta a la calle y un pasillo, una comuna, un retrete comunal de los de entonces, donde yo tenía el carnet de las Juventudes escondido, y cuando llegué a él abrí la puerta, lo saqué y le dije a mi padre: mire, soy comunista, tengo que luchar por mis derechos y como ya se ganarme el coscurro, con esto estaré en la casa, pero sin esto me voy. Mi padre dejo la zapatilla y dijo: mira hija, yo no supe luchar por lo mío, lucha tú por lo tuyo. Mi madre dijo: ¿esa era la paliza que le ibas a pegar?
Yo seguía cogiendo puntos y trabajando en la fábrica, porque la vida nuestra era muy puñetera. Mi padre ganaba veinticuatro pesetas y mi madre estaba enferma del estómago con una úlcera sangrante, así que seguía cogiendo puntos por la noche. Como no teníamos una luz aparente me subía en la mesa con una silla, me sentaba debajo de la bombilla y allí cogía los puntos.
Mi madre tenía que tomar mucha leche, así que por las mañanas me busqué un trabajo para repartir leche por las casas con dos cántaras. Me daban quince pesetas. En invierno se me quedaban las manos agarrotadas de llevar las cantaritas de leche y las clientas se la tenían que servir ellas mismas porque yo no podía, pero a mí me daban dos litros. En la casa donde vivíamos pagábamos quince pesetas de alquiler y como las dueñas de la casa no tenían agua corriente y tenían que llevarla con un cántaro, un día sí y otro no yo iba también a llevarles el agua por las tardes, cuando salía de la fábrica, y me pagaban con el recibo de la casa. Así íbamos trampeando.
En esa época también me eché novio. Era un muchacho muy majo y muy guapito y nos queríamos. Un día vino y me dijo que no podíamos salir porque tenía que hacer una chapuza, yo le dije que de acuerdo y en cuanto el se fue me marché yo también porque tenía una reunión de las Juventudes, que se celebraban en una casa que teníamos en la plaza de la Concordia, en Guadalajara. En la puerta había un grupito de gente, entre los que estaba mi novio, que miraba a los que entraban. Yo le vi, pero entré en la casa. Cuando empezó la reunión entró el grupito que estaba fuera y mi novio con ellos. Así me enteré que él también estaba en las Juventudes y él se enteró de que estaba yo, porque hasta entonces, como éramos clandestinos, no lo sabíamos.
Tomasa Cuevas
En ese tiempo que estuve parado vino la República. Yo estaba todo el día en la calle viendo las cosas que pasaban en Madrid: las manifestaciones, las carreras de la policía, los golpes que daban a los manifestantes. Todo aquel periodo lo viví así, con gran intensidad y expectación, como la mayor parte de la gente. Vi como izaban la primera bandera republicana en el Palacio de Comunicaciones de Cibeles, a las tres y media de la tarde del 14 de abril, y participé en la manifestación que se formó después.
Por aquella época me coloqué de panadero para repartir pan a domicilio. En el nuevo trabajo tenía que ir a algunas tahonas a recoger pan y ya empecé a ver otro ambiente. Un ambiente que no había conocido antes en la tienda en la que trabajaba. Recuerdo que un día, en una tahona de la Plaza de Herradores, bajé al horno que estaba en el sótano y los obreros estaban tomando un bocadillo. Habían parado porque el pan se tenía que cocer. Venga, chaval, echa un trago de vino, me dijeron. No, yo no bebo, contesté. Que sí, coño, que además hoy estamos de fiesta, me explicaron. ¿Hoy es fiesta? ¿Y por qué?, pregunté. Pero no te has enterado que al farruco de la tahona del Mico le han dado un cacharrazo, la lástima es que no le han matado. Se trataba del propietario de una tahona que por lo visto era muy malo, el jefe de la patronal, y había sido una cosa organizada por el sindicato. Todo aquello, en medio del tremendo remolino de la proclamación de la República, ayudó a que surgiera en mí la cosa política.
Me afilié al Sindicato de Artes Blancas de la UGT, que era el de los panaderos, y monté una sección de los repartidores, que hasta entonces no estaban representados. Allí conocí a los primeros comunistas, aunque cuando hubo las elecciones para la directiva del sindicato voté a los socialistas. De todas maneras ganaron los comunistas, que pronto empezaron a dar trabajo sindical a todos los que mostraron interés, yo entre ellos. Iba por las tahonas hablando con la gente para afiliarlos, para conocer en qué condiciones estaban.
Dentro del sindicato fui viendo el contraste entre unos y otros, y, claro, los socialistas me parecían unos cantamañanas, unos señoritingos, que mucho hablar, pero trabajar en defensa de los trabajadores poco, mientras que los otros eran todo lo contrario. Así que en el año 34 ya me consideraba comunista, aunque no me afilié al partido hasta dos años después.
También empecé a leer literatura revolucionaria. Entonces ya se publicaban en España muchas cosas. Una revista que leía siempre era la Correspondencia Internacional que editaba la Internacional Comunista. Salía todas las semanas y creo que costaba quince céntimos. Me leía desde el encabezamiento al índice y eso me suponía estar al tanto de lo que ocurría en todo el mundo: los trabajadores de Chile, los trabajadores de Francia. A mí eso me dio una idea que me ha acompañado siempre: la idea de la universalidad de la lucha y de la universalidad del adversario, y que no contaba solamente el trocito de mundo donde uno estaba. Yo ya vi que ese era el camino.
Simón Sánchez Montero
Aunque nací en Bilbao en el año 20, desde los seis años me trasladé a Madrid a vivir con unos tíos que eran propietarios de una carbonería. Estudié normalmente en el colegio y terminé los estudios justo cuando empezó la guerra. Mi tía era una mujer republicana de toda la vida. Me acuerdo que al mismo tiempo que iba al colegio también iba por las noches a una academia de artes y oficios para aprender mecanografía. Allí tenía relaciones con gentes que eran del Socorro Rojo Internacional y de una agrupación dependiente del Partido Socialista que se llamaba "Salud y Cultura". De ellos debí aprender las canciones revolucionarias de antes de la guerra, que recuerdo que se las cantaba a mi tía cuando volvía a casa por las noches. Con ellos iba también a alguna reunión, que unas veces se lo decía a mi tía y otras no, porque en aquella época las chicas no es que fuéramos tímidas, aunque yo si lo era, sino que éramos muy respetuosas con los mayores y nos parecía que si hacíamos algo que les podía ofender era mejor engañarles y no decírselo, aunque eran engaños un poco infantiles, sin importancia.
Una cosa que recuerdo muy bien es el día de la proclamación de la República. Yo vivía en la zona de Chamberí, en la calle Caracas, y la directora del colegio al que acudía, que estaba enfrente de casa, era republicana. Recuerdo perfectamente que aquel día, que debía ser laborable, porque estábamos en el colegio, como por arte de birlibirloque, al momento estaba ya la bandera republicana en el balcón. Yo todavía no había cumplido los once años. Inmediatamente, las chicas que estábamos en clase, porque aquel era un colegio de niñas, ya que entonces colegios mixtos había muy pocos, salimos a la calle y cantábamos aquello de "no se ha ido, que le hemos barrido, no se ha marchao, que le hemos echao".
Cuando yo tenía trece o catorce años, antes de la guerra, mandábamos cartas a Brasil y a Alemania para pedir la libertad de Luis Carlos Prestes y Ernesto Thaeleman [3]. Me acuerdo que era muy pequeña y le pedía a mi tía los diez céntimos que valía el sello. Recuerdo también un día que llegaba yo de la academia a las nueve de la noche o así, y en un sitio con poca gente, delante de un convento que hay en la zona que va de Zurbarán a Caracas, un falangista estaba repartiendo octavillas con su candidatura y me dio una. Empecé a leerla y cuando me di cuenta de lo que era latiré al suelo. El falangista me dio un tortazo y llegué a casa llorando. Al verme, mi tía me recomendó que otro día no la tirara delante de él, sino que la guardara en un bolsillo y la tirara más adelante. También recuerdo cuando mataron a Galán y García Hernández[4], que comprábamos unas postales que decían que si se miraban fijamente y luego se miraba al cielo se veía allí su imagen. Nos parecía una cosa excepcional, aunque luego, cuando he sido mayor, he sabido que era un simple efecto óptico.
Manolita del Arco
Aunque primero me afilié al Partido Socialista aquello duró muy poco. Llegó a mis manos Mundo Obrero y entré en contacto con gente comunista y de esa manera cambie enseguida de rumbo. A través de él me puse en contacto con Madrid, con el Partido Comunista.
Entonces no había todavía Partido Comunista organizado en la provincia de Orense, había un comité regional en Vigo, y me invitaron a que me dirigiera allí, lo hice y me contestaron que contactase en Orense con un veterinario, que después fue secretario del Partido, una persona excelente y un gran orador, un gran organizador. A través de él, Avelino Álvarez, me hice comunista y después fui el organizador del Partido en toda aquella comarca. Tenía entonces diecisiete años. Esto fue ya en el 31, al socaire de esa etapa en la que ingresaron gente como Irene y Cesar Falcón y otros intelectuales, que se hicieron del partido porque se cansaban de ver que el gobierno socialista tenía muchos defectos, que no se resolvían los problemas, que no se hacía la reforma agraria que era necesaria, que seguía habiendo mucho paro obrero.
Me hice comunista a partir de esas coordenadas y empecé a organizar el Partido en mi pueblo, con los amigos y compañeros de mi edad y a partir de ahí el Partido se empezó a extender por toda la comarca. Tuvimos organizaciones en toda la zona aquella y hacíamos propaganda, pintábamos paredes, repartíamos pasquines. Al principio no sabíamos muy bien que íbamos a hacer en una comarca en la que el proletariado agrícola era muy reducido. La gente tenía su propiedad, pero con el problema de la baja del precio del vino y con las dificultades que había, eso nos daba elementos para empezar. También la reducción del precio del ganado, que era un elemento importante, y poco a poco fuimos adquiriendo conocimientos.
Al comienzo, cuando íbamos a los pueblos la gente se reía de nosotros, a veces nos abucheaba, pero la tenacidad es un factor esencial y en muchos pueblos donde antes nos abucheaban o nos tiraban piedras, al poco tiempo lográbamos crear una célula del Partido y conseguimos un ambiente favorable para nosotros. Éramos chicos jóvenes, majos, la gente conocía a nuestros familiares y sabía que no éramos delincuentes, que éramos gente trabajadora, que por el día estábamos en las viñas, en el campo, y que por la noche nos quitábamos la tierra de los zapatos y nos íbamos a las aldeas para explicar lo que había que hacer para luchar y demás. Así se creó aquel Partido Comunista, que cuando empezó la guerra en el 36 tenía unos quinientos militantes en toda la comarca.
Participamos en la solidaridad con la revolución de Asturias en el año 34. Fue la primera vez que a mí me metieron en la cárcel con otros compañeros, algunos comunistas, otros socialistas o galleguistas. Estuvimos algún tiempo detenidos, aunque no nos llegaron a procesar. Nuestra detención fue sin embargo un elemento muy importante, porque la comarca reaccionó en solidaridad con nosotros y mucha gente que no nos conocía venía a vernos a la cárcel y nos traían comida o garrafones de vino. Una solidaridad impresionante, hasta tal punto que mi madre, que estaba muy triste por mi detención, cuando fue a verme a la cárcel y vio que había tanta gente que nos iba a visitar y nos llevaba cosas de comer y de beber, se sintió impresionada y, claro, sintió un cierto orgullo de que su hijo y sus compañeros hicieran esa movilización sin pretenderlo, simplemente por una reacción a favor nuestro y en contra de las autoridades y de la fuerza pública.
Era cuando se preparaba la idea del Frente Popular y cuando salimos de allí nos planteamos la tarea de extender el Partido y de organizar el Frente Popular. En la mayoría de los pueblos obtuvimos unos resultados importantes en las elecciones, aunque en el resto de la provincia las ganó la derecha. En aquellos tiempos nosotros nos transformamos ya en un punto de referencia para muchísima gente de los pueblos, que nos trataban con creciente simpatía. Cuando hacíamos mítines asistía mucha gente, porque los vecinos de los pueblos veían que todos éramos gentes como ellos. También organizamos los sindicatos, primero la UGT, y luego, cuando vimos que dadas las condiciones de la comarca había que prestar atención a los campesinos, no simplemente a los obreros agrícolas, se creó en Orense la Federación Campesina en abril del 36, a la que se afilió la mayor parte de la población rural.
Con todo ello nos hicimos la fuerza hegemónica políticamente de la comarca y por eso ganamos en muchos sitios las elecciones que hubo el 16 de febrero del 36. Como allí anteriormente, el 13 de abril del 31, había ganado la derecha en las municipales, al ganar el Frente Popular se crearon comisiones gestoras en los ayuntamientos. En mi municipio también se creó una gestora del Frente Popular. La mayoría del grupo éramos nosotros, pero pensamos que poner un alcalde comunista era un poco extremo y entonces propusimos un alcalde socialista, que era de izquierdas, un amigo nuestro. Yo era el primer teniente de alcalde y creamos un ayuntamiento realmente del Frente Popular que resolvió uno de los problemas más urgentes que había en el pueblo.
En esos pueblos el problema más importante para la gente era el reparto del consumo, una cuota que se pagaba todos los trimestres y que, naturalmente, según quien hiciera el reparto dependía mucho la cuota que le ponían los agentes a cada uno. Cuando gobernaban los caciques, quienes pagaban el pato eran los pobres, la gente humilde, pero al crear la junta del Frente Popular, vino el presupuesto municipal e hicimos una gran batalla política de discusión y debate y nosotros propusimos dejar exentos de consumo a toda la vecindad que no tuviese los ingresos adecuados hasta un límite determinado. Primero tuvimos muchas dificultades con los galleguistas, que estaban emparentados con la gente más burguesa, también con algunos socialistas, que pensaban que de todas maneras a los que hubiesen votado por la derecha era a los que había que cargarles el consumo.
Nosotros partimos de la base de que, independientemente de por quién hubiesen votado, a la gente pobre había que eximirla totalmente del consumo y el presupuesto municipal había que cargarlo en las cinco o seis familias muy ricas que había, y a la clase media, digámoslo así, dejarla con un poco menos de consumo del que tenían. Después de una batalla dialéctica en el ayuntamiento con galleguistas y socialistas logramos que triunfase nuestra tesis por mayoría democrática y se aplicó esa política. Eso fue un acontecimiento sensacional, porque la gente humilde que había votado por la derecha vio que nosotros no teníamos una política de venganza ni de represión contra ellos, sino que éramos los que realmente defendíamos a los pobres. Entonces nos hicimos sumamente populares y los comunistas éramos el punto de referencia de la masa de la población.
Lo hablé con mi familia, con harto sentimiento de dejarla sola, porque en ese momento en mi casa el único hombre era yo, pero mi madre tuvo esa actitud que tienen las madres con los hijos, me dijo: mira hijo, si esa es tu vocación hazlo, porque nosotras, aunque pasemos dificultades, de todas maneras no nos vamos a morir de hambre, así que lo que te pedimos es que no nos olvides, que te acuerdes de nosotras y tal. Y el 2 de junio de 1936 salí en un autobús para Madrid, que llegó al otro día por la mañana a la calle Piamonte, donde estaba la Casa del Pueblo y donde estaba la redacción de Mundo Obrero, que era el punto de referencia. Empecé el cursillo, pero duró solamente mes y medio, porque el 18 de julio empezó la guerra.
Santiago Alvarez
[1].- “Retrato hablado de Luisa Julián”. Compañía Literaria, Madrid, 1996.
[2].- “El Único camino”. Ediciones Progreso. Moscú. Hay múltiples ediciones posteriores.
[3].- Secretario general del Partido Comunista de Brasil y dirigente comunista alemán, respectivamente, que se encontraban encarcelados. Prestes salió en libertad en 1945, pero Thaeleman fue fusilado en 1944 tras once años de aislamiento carcelario. Ambos dieron nombre a sendos batallones de las Brigadas Internacionales.
[4].- Capitanes sublevados en Jaca por la República el 12 de diciembre de 1930, fueron fusilados dos días después.
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Historias de la tele cuando la tele era una. 8 (1973)
Periodistas y payasos protagonizaron el 1973 televisivo. Una mezcla explosiva en un año que estuvo marcado en el terreno internacional por el golpe militar de Chile que acabó con el gobierno de Salvador Allende, en el nacional por la muerte del almirante Carrero Blanco por atentado de ETA y en el de los medios de comunicación nacionales por la voladura del edificio del ya prohibido diario Madrid.
“Informe semanal”, que con el título de “Semanal informativo” salió por primera vez al aire el 31 de mayo de 1973, tiene en su haber dos hitos únicos por los que merece pasar a la historia de la televisión española con letras mayúsculas. Fue el primer programa que instauró con regularidad el reportaje de actualidad como género informativo y es el espacio más longevo de la televisión en España, con 35 años en antena a la hora de escribir estas notas, una cifra que le ha valido figurar en el libro Guinness de los récords.
En aquella España marcada a hierro por la dictadura, en la que una férrea censura vigilaba con saña cuanta noticia se refiriera a asuntos patrióticos, “Informe Semanal” se especializó pronto en la política y los acontecimientos internacionales, que mezclaban con la crónica cultural y de actualidad. Todo ello en un formato que si bien ya era habitual en otros países se estrenaba entre nosotros: cuatro o cinco reportajes de alrededor de 10 o 15 minutos, unidos por un presentador o presentadora que les iban dando continuidad. La juventud, entusiasmo y honestidad de sus responsables y reporteros le confirieron credibilidad entre los espectadores, que esperaban interesados la ampliación y el análisis semanal de las noticias que ya se conocían por los informativos diarios. Además, le convirtieron en “un ejemplo de reporterismo audiovisual, del que todos los programas de reportajes que han surgido después han heredado alguno de sus planteamientos”, según declaró Ramón Colom, uno de sus directores, cuando el programa cumplió los 25 años.
El primer director de “Informe Semanal” fue, sin embargo, Pedro Erquicia, que entonces tenía 30 años y que estuvo al frente del espacio durante su primera década. Él fue quien le dio su forma definitiva, que apenas ha cambiado con el paso de los años más allá de lo que han hecho necesario las nuevas tecnologías y los cambios impuestos por el transcurso del tiempo. A lo largo de su historia han dirigido el programa de reportajes profesionales de tanto prestigio como Rafael Martínez Durbán, Jorge Martínez Reverte, María Antonia Iglesias, Elena Martí, Baltasar Magro o Alicia Gómez Montano y otros.
“Informe Semanal” también fue cantera de una nueva generación de reporteros, los primeros estrictamente televisivos que surgían en el país, que estuvieron precedidos por los pioneros del programa, entre los que destacaban verdaderos renovadores de la información de televisión, como Javier Basilio, Carmen Sarmiento, Manu Leguineche o José Antonio Silva, entre otros muchos. A ellos se añadirían en años sucesivos una nómina impresionante de periodistas, de Rosa María Calaf a Vicente Romero, de Rosa María Artal a Victoria Martínez, de Outi Saarinen a Sol Alameda.
Con el paso del tiempo, han permanecido en la historia de la televisión y en la retina de los espectadores que las vieron imágenes como las del atentado contra Carrero Blanco (1973), la coronación de Juan Carlos I (1975), la muerte de Paquirrín (1984), la tragedia del Nevado del Ruiz (1985) o las de Monserrat Caballé cantando en medio de las ruinas del recién incendiado Liceo de Barcelona (1994).
¿Cómo están ustedes?
Cuentan las crónicas que tres payasos españoles, que habían encontrado el éxito durante su larga estancia en Sudamérica, acudieron el 12 de octubre de 1972 a la fiesta que la embajada española en Argentina ofrecía cada año con motivo del día de la Raza y que allí se encontraron con el entonces ministro de trabajo del Gobierno de Franco, Licinio de la Fuente. Tras charlar amigablemente un rato preguntó el mandatario a los cómicos si querían algo de España. “¿No es usted ministro de Trabajo? Pues eso es lo que queremos?” parece ser que le contestó uno de ellos. Y en 1973 ya estaban en España grabando los 13 primeros programas de un espacio para niños que les daría reconocimiento, fama y un recuerdo perecedero.
Aquellos tres payasos eran hermanos, se apellidaban Aragón y eran conocidos en el mundo del circo y la televisión del otro lado del charco como Gaby (Gabriel, 1923/1995), Fofó (Alfonso, 1927/1976) y Miliki (Emilio, 1929/2012). Pronto serían conocidos en su propia tierra como los payasos de la tele y su popularidad rompería con muchos los estrechos límites del público español, que se lo reconoció manteniéndolo en antena, en periodos discontinuos, hasta 1983. Aunque para entonces ya no quedaran los originales y su lugar lo ocuparan sus hijos, seguidores de la saga: Milikito, Fofito y Rody, que, a decir verdad, no han alcanzado la talla de sus mayores.
Con su grito de guerra de “¿cómo están ustedes?” por bienvenida, los tres payasos supieron ganarse al público español utilizando toda la experiencia televisiva y circense que habían adquirido en sus giras por Sudamérica, donde se habían trasladado la familia completa en 1946.
La estirpe circense de Gaby, Fofó y Miliki se remontaba a siglo y medio, hasta el Grand Cirque Fouraux, que había fundado, un miembro de la familiar real sueca y en la que habían debutado su padre, Emig, sus tíos, los geniales Pompoff y Teddy, a los que se unirían también sus no menos divertidos primos Zampabollos y Nabucodonosorcito, todos ellos ilustres representantes de la historia circense en España.
El impecable chaqué de Gaby, y las películas, narizotas y largas camisetas de Fofóy Miliki, deudoras del traje de payaso que había puesto de moda el maestro Charly Rivel, pronto fueron tan populares como las canciones que componían y cantaban para diversión de pequeños y grandes. Algunas de ellas han pasado de generación en generación convirtiéndose en clásicos del cancionero infantil, anónimas para muchos. Ahí están para probarlo “Hola, don Pepito”, “La gallina turuleca”, “Mi barba tiene tres pelos” o “Cómo me pica la nariz”. Las recuerdan incluso quienes no las escucharon.
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Article 24
Hablé largo y tendido con Tomasa Cuevas durante toda una tarde-noche de algún verano de mediados de los noventa en su casa de Vilanova i la Geltru, una ciudad que me traía buenos recuerdos porque 25 años antes había estado allí con Castañuela 70 y había pasado una noche estupenda bebiendo y conspirando con Pere Tapies. Ya sabía entonces de Tomasa, porque había leído sus estupendos libros de testimonios de mujeres presas en el franquismo, los primeros que se escribieron sobre el tema, y conocía su larga relación con Miguel (Miquel) Núñez, un dirigente comunista que, como Simón, Marcelino o Fernández Inguanzo contaban con el respeto y la admiración generalizada de cuantos habían tratado con él, no sólo sus camaradas. Ella, que ya tenía cerca de los 80 años me recibió como si fuera el sobrino que regresaba de un largo viaje. Me puso un café, luego trajo algo para merendar, el día se fue marchando y acabamos cenando cualquier cosa que preparó antes de que tuviera que salir corriendo para coger el tren de vuelta a Barcelona.
Entre café, merienda y cena me enseñó una de aquellas tarteras trucadas con que se palabra la información clandestina a las prisiones, que todavía conservaba y en la que era imposible distinguir las junturas del doble fondo, pero sobre todo hablamos, habló ella. Lo que me contó es la demostración de que aquella frase de Brecht que cantaba Silvio de los hay que lucha un día… y etcétera no es sólo un tópico.
Retrato de Tomasa Cuevas.
Javi Larrauri, de su serie "Mujeres Republicanas"
Soy de un pueblecito de la Alcarria que se llama Brihuega, donde nací en el año 17. Mi familia era de origen obrero, mi padre repartidor de harina y mi madre lavaba ropa por las casas y cosas así. Mi padre se cayó debajo del caballo con el que repartía la harina y a consecuencia de ello estuvo dos años en el hospital, dejando a mi madre con cinco hijos. Yo era la pequeña. En el transcurso de los años, mi madre trabajaba limpiando casas y también haciendo pan, porque como mis abuelos eran los dueños del horno no le cobraban la hornada. Dos de mis hermanos murieron en esos años que mi padre estuvo enfermo.
La consecuencia de todo esto, la enfermedad y los años de hospital, fue que emigramos a Guadalajara, donde mi hermana mayor ya había ido a servir. El trabajo de mi padre fue de blanco a negro, pasó de repartidor de harina a repartidor de carbón.
Yo empecé a trabajar a los nueve años en una fábrica de punto, que la llamaban fábrica aunque hoy la llamaríamos pequeño taller, porque era una tiendecita pequeña que tenía en la trastienda tres máquinas con las que se hacían refajos, calzoncillos de punto, medias de algodón o de lana, calcetines y todo eso. Mi trabajo consistía en coger puntos a las medias de seda que llevaban las mujeres para arreglar. Me pagaban muy poco y yo cada vez pedía más aumento, contestándome la patrona que ya ganaba suficiente. Cuando iba a cumplir once años, tras una discusión de aquellas, en las que ella siempre decía que no me podía subir porque no me lo ganaba, apunté durante toda una semana lo que ella cobraba con los puntos que yo cogía. Según los cogía, tenía el precio y lo apuntaba en un papelito. Cuando llegó el sábado le dije que me subiera el sueldo y me volvió a decir que no, que cobraba lo suficiente para la edad que tenía y que además no lo ganaba. ¿Que no lo gano? contesté, mire lo que ha sacado usted conmigo esta semana, y le enseñé mis cuentas. Se puso tan furiosa que me echó.
Mi madre estaba enferma, mi hermano solo tenía trabajo de vez en cuano, así que, además de coger los puntos, encontré empleo en una fábrica para sopa, de donde viene la pensión que cobro ahora. Todavía era pequeña, y las panderas que había que subir, unas bandejas en las que se ponía el fideo, eran muy grandes y había que llevarlas desde el obrador, que estaba abajo, hasta arriba, donde estaba el tendido, y para subir esas panderetas me las veía moradas. Mis brazos están torcidos desde entonces. Había un muchacho trabajando allí que era muy majo y que, sin que le viera el jefe, que era un hijo de su puñetera madre, me ayudaba con las panderas. Me esperaba en la escalera y me las subía corriendo. Se llamaba Santos Puerto, que vive por Francia y no le he podido localizar. Por mi contacto con él acabé por hacerme comunista.
Un buen día, hacía el año 34, aquel amigo me dijo: pequeña, tengo que pedirte un favor. Me llevó a una ventana que daba a la calle y me dijo: ¿ves aquellos tíos que hay allí? pues son policías, están esperando a que salga y me van a detener, ¿por qué?, le pregunté. Ya te lo explicaré, me contestó, yo tengo aquí un paquetito, te lo vas a llevar, pero guárdalo y no le digas nada a nadie, a nadie, eso es solo para ti y para mí.
Efectivamente, cuando salió le detuvieron y yo me llevé el paquetito a mi casa y lo escondí. Entonces todavía no estaba metida en política. Al día siguiente vino a verme el que era el secretario general del Partido en Guadalajara, que se llamaba Raimundo Serrano, y me dijo: oye peque --que aquello de peque todavía me queda como mote-- ¿Santos te ha dado algo para mí? Ni para ti ni para nadie, le contesté yo, a mi no me ha dado nada Santos. El venga a insistir y yo venga a negarme, porque Santos me había dicho que no se lo diera a nadie. Así durante varios días en los que Raimundo me salía al camino y me pedía el paquete. Yo seguía negando que me hubieran dado nada para él, hasta que un buen día se presentó con una nota de Santos, porque como entonces teníamos guardias de asalto que eran nuestros, a través de uno de ellos habían sacado la nota de la cárcel. Solo así cedí y le entregué el paquete, pero aquella fue mi perdición de comunista, porque a partir de entonces ya todo era: peque guarda esto, peque esconde esto otro, peque ve a ver a fulano de tal y dile que le espero en tal sitio, te dará una cosa y me la das a mí.
Así pasó el tiempo hasta que me detuvieron por primera vez a finales del 34. Acababa de suceder lo de los mineros de Asturias, cuando lo de octubre, y por Guadalajara pasó una expedición de niños hacia Madrid donde les cuidarían mientras los padres estaban en la cárcel. Con otros compañeros de la fábrica fui a la estación y un guardia de asalto dio un meneo a un crio. Le dije: no toqué usted a ese crío porque como lo haga le voy a dar una hostia y me voy a cagar en su madre ¡A un guardia de asalto! Me detuvo, claro.
Me llevaron al calabozo de la Dirección General de Seguridad y me preguntaron que quién me había mandado ir a la estación. Nadie, contesté, yo he visto niños allí y he ido a ver qué pasaba. ¿Y no te ha mandado nadie? No, yo he visto niños allí y he ido a ver. Pero tú has amenazado a un guardia y te has cagado en su madre. Bueno, yo le he amenazado, pero no me he cagado en nadie, le he dicho que si tocaba al niño, pero como no le ha tocado, ni le he dado la hostia que le había prometido, ni me he cagado en nadie. Estuve tres días en el calabozo.
En esa época ya tenía yo el carnet de las Juventudes, el número siete. Raimundo me había reunido un día con otros para proponernos formar las Juventudes Comunistas, porque hasta entonces sólo existía el Partido, y nos explicó lo que significaba: las consecuencias son estas y estas, todo lo que me podía pasar siendo comunista. No pasa nada, le dije yo, si hay que luchar, se lucha; si a los once años tuve que ir a trabajar, justo es que luche yo con vosotros por mis derechos y si hay que ir a la Juventud, pues a la Juventud.
Cuando salí de aquella primera detención fui a mi casa. Vivíamos en una planta baja y cuando llegué, mi padre estaba con una zapatilla esperándome, porque su idea era darme una paliza para que no repitiera. Entra, entra, me decía. El iba retrocediendo mientras me lo decía y yo iba entrando. Teníamos la puerta a la calle y un pasillo, una comuna, un retrete comunal de los de entonces, donde yo tenía el carnet de las Juventudes escondido, y cuando llegué a él abrí la puerta, lo saqué y le dije a mi padre: mire, soy comunista, tengo que luchar por mis derechos y como ya sé ganarme el coscurro, con esto estaré en la casa, pero sin esto me voy. Mi padre dejo la zapatilla y dijo: mira hija, yo no supe luchar por lo mío, lucha tú por lo tuyo. Mi madre dijo: ¿esa era la paliza que le ibas a pegar?
Yo seguía cogiendo puntos y trabajando en la fábrica, porque la vida nuestra era muy puñetera. Mi padre gañaba veinticuatro pesetas y mi madre estaba enferma del estómago con una úlcera sangrante, así que seguía cogiendo puntos por la noche. Como no teníamos una luz suficiente me subía en la mesa con una silla, me sentaba debajo de la bombilla y allí cogía los puntos.
Mi madre tenía que tomar mucha leche, así que por las mañanas me busqué un trabajo para repartir leche por las casas con dos cántaras. Me daban quince pesetas. En invierno se me quedaban las manos agarrotadas de llevar las cantaritas de leche y las clientas se la tenían que servir ellas mismas porque yo no podía, pero a mí me daban dos litros. En la casa donde vivíamos pagábamos quince pesetas de alquiler y como las dueñas de la casa no tenían agua corriente y había que llevarla con un cántaro, un día sí y otro no yo iba también a llevarles el agua por las tardes, cuando salía de la fábrica, y me pagaban con el recibo de la casa. Así íbamos trampeando.
En esa época también me eché novio, era un muchacho muy majo y muy guapito y nos queríamos. Un día vino y me dijo que no podíamos salir porque tenía que hacer una chapuza, yo le dije que de acuerdo, y en cuanto él se fue me marché yo también, porque tenía una reunión de las Juventudes, que se celebraban en una casa que teníamos en la plaza de la Concordia, en Guadalajara. En la puerta había un grupito de gente, entre los que estaba mi novio, que miraba a los que entraban. Yo le vi, pero entré en la casa. Cuando empezó la reunión entró el grupito que estaba fuera y mi novio con ellos. Así me enteré que él también estaba en las Juventudes y él se enteró de que estaba yo, porque hasta entonces, como éramos clandestinos, no lo sabíamos.
Al acabar la guerra, que pasé en Madrid, y después de varias peripecias, llegué a Barcelona, donde volví a tomar contacto con el partido, colaborando con la guerrilla como correo. En la agrupación guerrillera yo viajaba desde Barcelona hasta la frontera en busca de armas. Iba con un bolso grande que a veces cabía una metralleta, algún cajetín con balas, una pistola, cualquier cosa. Llegaba hasta la frontera, a algún pueblecito cerca, pasando ya de Gerona, a la zona de la montaña y allí me cargaban con lo que fuera. Luego me venía hacia Barcelona y lo entregaba, no sabía más. Era curioso, porque yo, en los viajes en tren me iba a donde estaba la guardia civil. Mire, les decía, me vengo aquí porque tengo más confianza con ustedes que por ahí sola. Nunca pasó nada.
Yo mantenía contactos con los responsables de la dirección del Partido y los responsables de las guerrillas, uno de ellos era José Bruch y otro José Aymerich; Miguel Núñez era el instructor político militar. Los responsables del Partido con los que tenía contactos eran Moisés Hueso y Celestino Carrete. Pero los contactos eran de los de traer y llevar, decirles que iba a haber una reunión en tal lugar o que fulano iba a estar en tal lugar para encontrarse con ellos. Las armas me las llevaba yo a casa, y después de saber a quién tenía que dárselas volvía a salir y las entregaba. A veces no salían de casa porque se las llevaba Miguel directamente a donde fuera. Así hicimos varios viajes hasta la detención.
Nos detuvieron el día 4 de abril del 45, después de haber dado doce tiros por la espalda a Juanito Cuadrado. Nos habían seguido a algunos, a mí también. A Juanito Cuadrado le siguieron y le dieron doce tiros. El llevaba pistola, pero no la utilizó. No pudo utilizarla porque le dispararon por la espalda, aunque dijeron que lo habían hecho en defensa propia, pero era mentira, no le dejaron ni siquiera sacarla. Le llevaron al depósito de cadáveres y uno de los hombres que había por allí vio que se movía. Entonces llamaron a los médicos, bajaron, se lo llevaron, empezaron a sacarle balas, a hacerle operaciones y a curarle y ahí está, todavía vive.
A raíz de eso comenzaron todas las caídas. A mí me cogieron cuando volví a casa. Vi a un tío con mala pinta al pie de un árbol y con el zapaterito remendón que trabajaba en el portal había otro. Al del árbol le pase de largo, pero cuando vi al que estaba con el zapatero me dije: te han copado maja. Efectivamente, el que estaba fuera me puso una pistola en la espalda y me detuvo.
Días antes había traído dos metralletas y también las había escondido debajo del colchón, pero ya se las habían llevado. Quedaba sólo el tampón, que utilizaba para hacer las documentaciones falsas de los camaradas que estaban en edad militar. Levantaron el colchón de una punta y de otra, pero siempre se quedaba el centro de la cama sin ver. Yo estaba indispuesta y cada vez que levantaban el colchón me decía: madre mía, como aparezca el tampón ese la vamos a liar. Ya les dije: me perdonen, pero me voy a sentar, porque estoy indispuesta! vengo de trabajar ocho horas y me encuentro mal. Me senté en la cama y ya no la levantaron más.
Mis interrogatorios fueron muy duros. Lo que ellos querían saber es a qué me dedicaba los fines de semana, porque como era cosa de la guerrilla eran los fines de semana cuando hacía mi trabajo. Yo no les decía nada, y era golpe va y golpe viene. Al final conseguí tener una breve entrevista en el pasillo de las celdas con Miguel, hablamos y me comunicó que podía decir que esos días iba a una pensión en la que no iban a descubrir nada. Así lo hice, dije que los fines de semana trabajaba en una pensión a repasando ropa, pero que como era de una mujer viuda con una hija y yo sabía el lío en que les iba a meter no había querido decir nada, pero que como ya no aguantaba más se lo decía. Fueron a la pensión, donde les confirmaron la historia.
Salí en libertad provisional y me tenía que presentar a la policía cada quince días. Quedé clandestina desde que salí de la cárcel. Contactos con las guerrillas otra vez y vuelta a empezar. Con los que trabajé directamente en esta ocasión fue con Pedro Valverde, Puig Pidemunt, Ángel Carrero y otro, los cuatro que los fusilaron después. Yo trabajaba dilectamente con ellos, encontrándoles lugares para que se reunieran, haciendo de estafeta y todo eso. Me acuerdo que Pedro Valverde me decía: tú esperas un minuto en la cita. Yo no espero nada, si no estás sigo, le decía yo, porque había que saber lo mal que se pasaba esperando, aunque sólo fuera un minuto, sin saber por qué era el retraso. Si yo llegaba al sitio y no había nadie me metía en un portal, subía unas escaleras, contaba un minuto y volvía a salir, o me metía en una tienda pendiente del reloj. Así hasta que ellos cayeron, en abril del 47. Nos enteramos por el abogado que les atendía, que avisó a Miguel y le dijo que nos escondiéramos.
Yo estaba embarazada y tenía un barrigón enorme; más barrigón que tiempo de embarazo. Intentaron sacarme de España para llevarme a parir al hospital Varsovia, que estaba en Tolouse, pero aunque llegué hasta la frontera decidí al final quedarme en España. Volví a Barcelona y me escondieron con Miguel en una casa en construcción, con un taller abajo y un piso arriba sin terminar.
Allí estuvimos dos meses. Cuando los detenidos pasaron de jefatura a la cárcel dijeron que a Miguel no le diera ni el aire, porque le buscaban, y también que yo podía ir a parir a casa de Luisa, que era la estafeta particular de Pedro Valverde y no había aparecido para nada en los interrogatorios. Por lo que sabían era una casa segura. Yo parí en casa de Luisa, que para mí es como mi madre, ayudada por un ginecólogo, que había sido de la CNT y había pasado al Partido, que también estaba clandestino. Clandestino él y clandestina yo, allí tuve a mi hija, en la calle Urgel 72 nació Estrella.
A los ocho días apareció Miguel, todo teñidito de rubio, porque el Partido pensaba sacarnos de Cataluña. Fuimos a Madrid. Desde allí mandaron a Miguel para Sevilla, a disolver la guerrilla, Porque el Partido había decidido acabar con la lucha armada. Yo me quedé en Madrid, pero en diciembre me dijeron que tenía que pasar a Sevilla porque Miguel necesitaba ayuda para el trabajo que estaba haciendo, así que en enero del 48 me fui al pantano con mi hija de seis meses. Aquello era algo tremendo, porque casi todos los obreros eran o ex-presos o gente que había huido, y estaban mal pagados. No les habían hecho ni viviendas, sus casas eran una cueva dentro de la montaña, y allí vivían con niños y con todo. La mortalidad de los niños era terrible. Comían muy mal, claro, y no podía marcharse de allí aunque quisieran, porque la empresa, Agromán, tenía un almacén al que debían comprar por obligación y siempre le debían dinero. La persona que llevaba el almacén, hecho de madera, con unas rendijas terribles, era un camarada y Miguel había ido como contable. Los únicos edificios que había allí eran una pequeña capilla y los chalets de los ingenieros, la casita del cura y los demás. Los obreros vivían en las cuevas.
En una ocasión pasé una vergüenza enorme. Los abuelos, los padres de Miguel, le habían regalado a la niña una capita de piel blanca y como era invierno me la llevé. Un día me dijeron que subiera a donde vivían los obreros para darle unas cosas a uno de ellos, así que tomé a mi niña, la envolví en la capa y subí. Cuando llegué allí dije: mierda de capa, con la miseria que hay aquí. Metí la capa en una maleta y desde entonces subía a los cerros con la niña envuelta en una manta. Pasé vergüenza de verdad. Robaba caramelos del almacén para los niños, pero el primero al que fui a darle uno no me lo quiso coger. La madre me dijo: es que no sabe lo que es un caramelo porque no lo han comido nunca. ¡Un niño que no había comido nunca un caramelo! Yo siempre subía con el bolsillo lleno para esos niños.
Tuvimos que irnos de allí porque no había nada que hacer. Miguel cayó con unas fiebres espantosas y no paraba de delirar. El hablaba y yo le tapaba la boca. Se había hecho amigo de la guardia civil y querían subir a visitarle. No, no, les decía yo, que las fiebres son terribles y no sea que vayan a cogerlas ustedes también.
El viaje a Sevilla tuvo mucha gracia, porque me subieron en un camión y a la salida de Sevilla subió también la guardia civil con las metralletas. Me vieron sentada con la niña y les pregunté ¿pasa algo? No, no, es que por aquí hay mucha guerrilla y tenemos que ir preparados, pero mire usted, ellos tienen hijos y nosotros también tenemos hijos, así que pasamos de largo. Si supierais vosotros, pensé, que los lleváis también aquí. Miguel dejó contactos con gentes muy responsables para que hicieran lo que pudieran y nosotros salimos hacía el norte, donde nos mandó el Partido. Yo me quedé en Vitoria y Miguel fue muy cerca de Bilbao, a trabajar en una fábrica de tornillos. Allí les hizo un desfalco para sacar dinero para el Partido que luego yo llevé a Barcelona. Fueron cincuenta mil pesetas, que en aquella época era mucho dinero. De nuevo hubo una detención en Barcelona en la que también nos metían a nosotros. Miguel salió para un sitio y yo para otro.
Dejé a la niña con la abuela y me vine para Barcelona otra vez.Estuve con la mamá Luisa, mi madre adoptiva. Yo no veía a ningún camarada, era Luisa la que tocaba las teclas. Me puse a servir, siempre me ponía a servir, era la única forma de no ir a casa de nadie. Estuve sirviendo en una ferretería, otra vez con el truco de que me había escapado de casa. Luisa cogió el contacto con el Partido y yo seguía viéndome con ella. Para poder dejar aquel empleo sin despertar sospechas me mandaron a un camarada, que hizo el papel de un supuesto primo que había venido a buscar unos tejidos a Barcelona y los padres le habían dicho que se llevara a la chica al pueblo, quisiera o no quisiera. Fue a la ferretería preguntando por mí, dijo que me tenía que ir y me fui. A Reus, todavía disolviendo guerrilla.
Miguel estaba allí, pero yo no lo sabía. Para la primera cita con él me recogió un camarada por la noche y me llevó a un paseo que le llaman el paseo de los enamorados y me dijo que allí me iba a encontrar con el responsable y que así él me dejaba ya en sus manos porque era con él con quien tenía que trabajar.Íbamos los dos paseando, con un frió que pelaba, pues sólo llevaba puesta una chaquetita de lana muy finita, cuando veo venir a Miguel. Mira, me dijo el camarada que me acompañaba, vamos a pasar de largo, pero es aquel camarada, tu como si no le conocieras, pero fíjate bien en él, porque yo te voy a dejar ahí abajo y me voy, él va a volver y os vais a encontrar.
De esa manera volví a verme con Miguel, del que no sabía dónde estaba desde que nos separarnos en Barcelona. Miguel llevaba una bolsa grande y saco de ella un chaquetón y lo primero que hizo fue ponérmelo. El sí sabía que era yo con quien se iba a encontrar. En Reus estuvimos muy poco tiempo, porque a él le sacaron casi inmediatamente para Francia y pasamos cinco años sin saber nada uno del otro.
Posteriormente volvieron a detener a Miguel y me convertí en mujer de preso, con todo lo que eso representa. De Burgos se sacaban las cosas de mil maneras: con una tartera de doble fondo, en las asas de los bolsos, y para entrar también, en latas de conserva, a las que también les hacían en Francia un doble fondo. Con una de estas me pasó a mí una vez que se conoce que habían dejado un pequeño poro abierto y por él se pudrieron las sardinas en aceite que iban en la lata y había un olor horrible. Yo fui echándome colonia de Barcelona a Zaragoza, y allí fui a la persona que iba a pasar la lata, la familia de Vicente Cazcarra, que me ayudaba a meter y sacar las cosas de Burgos (también me ayudaba desde Vitoria la familia de Rosell), y les dije: Marujina, el coche y arreando a Burgos que mira lo que llevo, trilita va ahí. Como olía tanto, le dije al padre de Cazcarra: Vicente, que también se llamaba Vicente, vamos a abrir la lata en el campo. El no quiso. Llegamos a Burgos y nos quedamos de pensión. Bajamos al río, abrimos la lata, tiramos las sardinas y sacamos los papeles que había en ella. Me tuve que buscar un apaño para meter las cosas y le expliqué a Miguel lo que había pasado, porque era imposible meter la lata, lo hubieran descubierto todo.
Cuando la muerte de Franco ya llevábamos un añito o casi dos que estábamos bastante bien, porque este hombre andaba medio moribundo y las cosas habían cambiado bastante, pero claro, la muerte de Franco fue muy importante, sobre todo para los que estábamos clandestinos fuera de casa, porque yo tenía a mi hija y a mis nietos, que los tenía que ver casi a escondidas. Fue como una liberación, tanto como salir de la cárcel o más.
HEROÍNAS TRANSPARENTES. Mujeres de presos bajo el franquismo (1)
HEROÍNAS TRANSPARENTES. Mujeres de presos bajo el franquismo (2)
HEROÍNAS TRANSPARENTES. Manolita del Arco, Una historia de amor encarcelado (3)
HEROÍNAS TRANSPARENTES. Mujeres de presos bajo el franquismo (2)
HEROÍNAS TRANSPARENTES. Manolita del Arco, Una historia de amor encarcelado (3)
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Article 23
Historias de la tele cuando la tele era una. 5 (1970)
En la historia de Televisión Española hay dos bigotes míticos, que quedaron marcados a fuego en la memoria de quienes los contemplaron en la pantalla. Uno fue el de Eugenio Martín Rubio, entrañable y coherente hombre del tiempo que se apostó su adorno capilar si no llovía, y como el día fue seco, su siguiente aparición televisiva la realizó a labio descubierto. Profesionales con ese pundonor ya no quedan,
El otro bigote era más frondoso, acompañado de unas patillas abultadas que fueron adelgazando con el tiempo, y tras el se escondía una de las figuras televisivas que marcaron época. José María Íñigo, que había basado su carrera hasta entonces en ser un yeyé que había vivido en Londres, desde donde colaboró en la radio y en la prensa musical, pasó a ser en 1970 el representante de la modernidad, que luego se vería que no era tanta, en una televisión que se caracterizaba, precisamente, por el carácter rancio de su imagen pública.
El otro bigote era más frondoso, acompañado de unas patillas abultadas que fueron adelgazando con el tiempo, y tras el se escondía una de las figuras televisivas que marcaron época. José María Íñigo, que había basado su carrera hasta entonces en ser un yeyé que había vivido en Londres, desde donde colaboró en la radio y en la prensa musical, pasó a ser en 1970 el representante de la modernidad, que luego se vería que no era tanta, en una televisión que se caracterizaba, precisamente, por el carácter rancio de su imagen pública.
El programa que hizo dar a Iñigo un salto cualitativo en su carrera, que le convirtió en un icono de la televisión en España se titulaba “Estudio abierto” y se estrenó el 12 de marzo de 1970 con una jovencísima Rocío Jurado como invitada. La verdad es que la novedad sólo lo era en España, pues el espacio era similar a los que desde años atrás hacían en Estados Unidos Dick Cavert y Johnny Carson, o en Inglaterra David Frots, pero el bigotudo comunicador, que era como ya se empezaba a llamar a este tipo de periodistas televisivos, pudo apuntarse el mérito de haber introducido el modelo en nuestro país.
“Estudio abierto” era lo que ahora se llama un talk-show o magazín, es decir, una mezcla de entrevistas y actuaciones musicales (que ahora han sido sustituidas por las tertulias), pero en aquellos años resultaba totalmente novedoso. El secreto del éxito del programa, que fue extraordinario, estaba en varios factores. La personalidad del presentador, que a poco del estreno sería también director, su aspecto de moderno que, sin embargo, era capaz de plegarse a las exigencias más antiguas, fue un factor importante, pero también hubo otros. El más decisivo, sin duda, la existencia de un equipo de guionistas casi debutantes, que en un principio estaba compuesto por Manuel Leguineche, Jesús Picatoste y Julián García Candau, luego todos ellos periodistas ilustres, a los que irían sustituyendo figuras emergentes como las de Alejandro Heras Lobato o, sobre todo, el novelista Jesús Torbado, que firmaba con el seudónimo de Jesús Carro.
Con lo que ellos escribían y con la conocida labia de Iñigo supieron hacerles radiografías precisas a los invitados al plató, que fueron de todo tipo y condición. Acudieron a “Estudio Abierto” figuras del cine internacional como Gina Lollobrigida, Rita Hayworth o Anthony Quinn, escritores como Vargas Llosa o Delibes, el boxeador Urtain o el payaso Charlie Rivel; unos pocos nombres entre los casi cuatro mil personajes que Íñigo entrevistó en los cerca de cinco años que duró el programa. Eso sí, no todos los invitados lo eran por sus propios valores profesionales. También los hubo que fueron allí porque eran domadores de burros que competían en carreras marcha atrás, niños inventores, tontos de pueblo o pastores que se ponían ante las cámaras con sus ovejas.
El programa, que apenas costaba 300.000 pesetas, rompió moldes y se convirtió en un éxito en toda la regla, hasta el punto de que, pese a emitirse (excepto en su última etapa) en la segunda cadena, el UHF, llegó a estar entre los programas más vistos, siempre, eso sí, según los estudios poco rigurosos de la época. Aún así, su repercusión fue enorme y una de sus consecuencias, quizás imprevista, fue la de dar carta de visibilidad a una televisión alternativa, que, esa sí, se abría al futuro.
La otra televisión
La segunda cadena, nacida el 15 de noviembre de 1966, había sido concebida como un hueco televisivo para la experimentación, la cultura, lo diferente y lo minoritario, todo ello dentro de los límites de lo posible, y en 1970 seguía siendo así. De todas formas su importancia todavía era mínima. No comenzaban las emisiones hasta las siete de la tarde y tan sólo estaba tres horas y media en el aire, lo que no daba para mucho. Sin embargo, en su seno encontraron su sitio una camada de nuevos profesionales, muchos de ellos procedentes de la Escuela Oficial de Cine, algunos de los cuales alcanzarían la mayoría de edad televisiva años después en “Curro Jiménez”. Indirectamente, a todos ellos les ayudó el triunfo de "Estudio abierto", que consolidó la nueva cadena.
En ese rincón de la televisión innovadora pudieron verse series y programas como “Fiesta”, que hizo Julio Caro Baroja en 1967, “La Víspera de nuestro tiempo” (Jesús Fernández Santos, 1967), o el “Si las piedras hablaran”, que escribió Antonio Gala, y realizaron diversos realizadores precisamente en 1970. En estos espacios, y en otros, como los dramáticos “Teatro de siempre”, “Hora 11” o “Ficciones”, velaron sus primeras armas profesionales directores como Josefina Molina, Pilar Miró, José Luis Borau, José Antonio Páramo, Sergi Schaff, Antonio Drove o el malogrado Claudio Guerín Hill, que debido a su temprana y trágica muerte se convirtió en el más significativo de aquella generación de directores televisivos.
Guerín Hill falleció en febrero de 1973, al caer desde lo alto de la torre de una iglesia desde la que rodaba su segunda película para el cine. Nacido en Alcalá de Guadaira (Sevilla) en 1939, se había licenciado en la Escuela de Cine en 1965, y al año siguiente comenzó a trabajar en la segunda cadena. Su primera obra, una versión de “Ricardo III”, la obra de Shakespeare que adaptó Antonio Galay protagonizó José María Plaza, fue todo un bombazo. Duraba 116 minutos e incluía fragmentos de la película de Orson Welles“Campanadas a media noche”.
El impacto logrado por este trabajo permitió a Claudio Guerín convertirse en uno de los realizadores estrellas de los espacios dramáticos, en los que mostró un especial gusto por las adaptaciones de los clásicos, sin desdeñar los musicales ni olvidarse que también realizó obras de rabiosa vanguardia, como el monólogo de Samuel Beckett“La última cinta”, interpretado por Fernando Fernán Gómez, que en el cine había sido el último trabajo de Buster Keaton.
EL IMPERIO DE LA PUBLICIDAD
Cuando TVE se creó en 1956 se consideró una especie de juguete para unos miles de prohombres del régimen, pero dada la velocidad con que se extendió entre la población, pronto fueron conscientes del doble potencial que ofrecía el nuevo medio. Por un lado, poseía unas cualidades únicas para servir como vehículo de adoctrinamiento político; por otro, aunque eso llegó después, las tenía todas para convertirse en un buen negocio, a través de los anuncios, que paliara los costes a que obligaba el tener que ser subvencionada por las arcas estatales.
En 1970, con Adolfo Suárez en la dirección general, el ascenso publicitario era evidente. Las cuentas de ese año muestran unos ingresos de 3.936.000 millones de pesetas, 700 millones más que el ejercicio anterior. Por las Memorias de los Planes de Desarrollo de cada año se sabe que en 1959 TVE tuvo un ingreso de 16 millones de pesetas, que en 1963 se convirtieron en 521. En 1975 los ingresos serían ya de 7.800 millones.
La publicidad, y con ella el dinero, creció rápidamente en la etapa del monopolio televisivo, creando el optimismo que siempre crean los beneficios. Hasta tal punto, que José María Calviño, que llegó a la dirección general en 1986, renunció en un gesto torero a todo tipo de subvención pública, sin darse cuenta que la llegada de las privadas estaba a la vuelta de la esquina y con ellas el reparto del pastel publicitario y la reducción de los ingresos. Ahí empezó el endeudamiento de la televisión estatal, que al llegar en el 2005 a superar el billón de pesetas obligó a una reforma radical, reduciendo a la mitad la plantilla y gestionándola como una empresa privada.
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Article 22
Jacques Brel. Memoria española de un cantante belga.
Solo por ver y escuchar el “Ne me quitte pas” que abre esta página ya te habrá merecido la pena tomarte el trabajo de llegar hasta aquí. Sin duda habría que agradecerle al anónimo realizador la valentía de ese único primer plano con que filmó al cantante, porque su decisión nos permite llegar a lo más hondo de la canción y del cantante, que parece que vierte todo su dramatismo en cada gota de sudor que le corre por el rostro. Lo demás es historia.
ECO DE CANARIAS. 15 OCTUBRE 1978
El lunes pasado murió Jacques Brel, y con él una de las figuras más importantes de la canción popular de todo el mundo, un hombre que ha marcado un estilo, un punto y aparte en la canción.
Nacido en Bruselas en 1929, su imagen como cantante empezó a cobrar dimensión universal a partir de 1954, convirtiéndose en pocos años en una figura respetada, seguida e imitada por miles de cantantes de todo el mundo, y sus canciones traducidas a todos los idiomas y editadas en todos los países. Autor poco prolífico --que ha estado apartado de la escena musical los últimos diez años, desde que en 1967 interpretara su primera película como actor, (“Les risques du métier”) de Andre Cayatte, hasta hace apenas un año, en que volvió a editar un nuevo disco titulado simplemente «Brel», del que vendió miles de copias antes incluso de ser publicado y en el que se mostraba eternamente fiel a sí mismo, a su temática habitual, a sus formas musicales conocidas--, su obra queda jalonada por una cantidad incalculable de hermosas canciones de amor, de tristeza, de soledad, de insatisfacción social, de crítica, etc.
En esta hora siempre tópica de las notas necrológicas suelen cantarse todas las alabanzas del mundo; de Jacques Brel habría que decir, no obstante, que su figura musical decayó en los últimos años, y no únicamente por su abandonó físico del mundillo discográfico y musical, sino porque su estilo de cantar, que él había contribuido a convertir en un arquetipo junto a otros nombres como los de Leo Ferré, .Jean Ferrat, o el mismo Georges Brassens, había sido arrasado primero por la música pop anglosajona y luego, ya en su propio país, por el renacer de las formas folklóricas y populares. Todo ello no le quita un ápice de su calidad.
Mientras, que escribo estas líneas he vuelto a poner en el tocadiscos un álbum suyo, y he vuelto a sentir la misma emoción, la misma admiración que otras veces, y estoy seguro que la seguiré sintiendo por siempre cada vez que repita ese gesto mecánico, automático, de abrir una carpeta, ahuecar el plástico, colocar el disco sobre el plato, correr el brazo y escuchar una canción de Jacques Brel, «Le plat pais», por ejemplo.
EL PAÍS. 7 OCTUBRE 1984
La pervivencia de un cantante está en sus canciones. Las canciones de Jacques Brel permanecen en el tiempo, a pesar de que la mayoría de los modernos no las haya escuchado en su vida ni sepan siquiera quién es ese belga que se hizo famoso en el mundo a través de Francia, se hartó un día de músicas y películas y buscó la paz, la tranquilidad y la felicidad en las lejanas islas de los mares del Sur. Pero para muchos otros españoles, Ne me quittes pas, Amsterdam, Les bombons, Jeff, Les vieux, Le plat pais, Les bourgeois o La chanson des vieux amants forman parte de nuestra memoria histórica, personal y colectiva. Tantos de sus discos entraron en maletas semiclandestinas en tiempos de pocas músicas, que quizá por ello calaron tan dentro en nuestra sensibilidad. Con sus canciones aprendimos a recorrer ciudades que no conocíamos, a revivir amores que no sospechábamos que pudieran ser, a soñar sensibilidades que nos parecían negadas por nacimiento. Su influencia fue importante para una generación de cantantes que en la mayoría de los casos siguen en activo y en plena madurez, aunque luego hayan ido añadiendo a su personal inspiración retazos de otras músicas, de otros cantantes, de otras culturas.
Joan Manuel Serrat declaraba en un programa de televisión pocas horas después de hacerse pública la noticia de la muerte de Brel: "Si él no hubiera hecho música es muy posible que tampoco yo la hubiera hecho nunca". En España comenzaba a surgir una preocupación general que se mostraba también en las canciones. Se veía la realidad de otra forma, ajena a triunfalismos y heroísmo de pasadas gestas históricas. La verdad cotidiana tomaba forma en canciones que nacían con la voluntad expresa de reflejarla con sencillez pero sin renuncias.
Aun cuando Brel había comenzado a grabar en 1954 y alcanzado ya el éxito en 1959, su llegada a España fue muy posterior. El primer disco editado entre nosotros fue el que recogía su recital en directo Olympia 64, que se publicó con varios años de retraso; tal vez por eso su influencia fue mayor en los profesionales de la canción que en el mismo público. La nova cançó catalana fue el primer movimiento que se fijó en su ejemplo, como lo hizo en toda la canción francesa. Los primeros Setze Jutges comenzaron imitando el filón expresivo de la canción francesa y la obra de Brel, entre otras, marcó de forma indeleble las creaciones de Pi de la Serra, Espinás, Enric Barbat o Joan Manuel Serrat. Guillermina Motta y Dolors Lafitte cantaron sus canciones en catalán, como lo hicieron en castellano cantantes tan dispares como Alberto Cortez, Mike Kennedy, Mari Trini o Salomé, aunque la traducción más completa de las canciones de Jacques Brel, hecha por Hilario Camacho para un espectáculo sobre el cantante belga estrenado en el Pequeño Teatro de Madrid en el año 1972, no se llegara a grabar nunca en disco.
Con el tiempo se acabó editando su discografía completa, 11 álbumes que hoy probablemente estarán ya descatalogados. Es recomendable la audición de Sólo hubo un Jacques Brel (Movieplay, 1978, LP-17418/6), que es una excelente recopilación de 14 de sus mejores canciones.
EL PAÍS. 5 DICIEMBRE 1985
Han transcurrido 56 años desde que nació en Bruselas en 1929; treinta y dos desde que llegó a París en 1953 y grabó su primer disco; veintiocho desde Quand on n'a que l'amour, su primer éxito; dieciocho desde que en 1967 anunció su retirada de la canción para dedicarse al cine protagonizando la película Les risques du metier, de André Cayatte, y lanzarse a su última experiencia sobre los escenarios poniendo en pie El hombre de La Mancha, la adaptación del Quijote, una obra que le apasionaba. Han pasado catorce desde que dirigió su primera película, Franz; ocho desde que volvió, ya enfermo, a París para grabar el que sería su último disco, del que se vendieron más de un millón de copias en tan sólo unas semanas. Hace, en fin, siete años y algo menos de dos meses que, el 9 de octubre de 1978, tras pedir una cocacola y anunciar, citándose a sí mismo con irónica lucidez, "no os abandonaré", el cáncer de pulmón que le acompañaba desde hacía tiempo se decidió a cortar los cables que le conectaban con la vida. Es una buena ocasión para preguntarnos qué queda ahora de Jacques Brel y, también, ¿por qué no?, qué queda de uno en la confusión, de un tiempo que soñábamos de otra manera.
De uno mismo no sabemos, pero seguro que de Jacques Brel queda bastante más. En primer lugar, sus discos. Y no me refiero a los que cada cual pueda tener en su discoteca, sino a los que todavía se encuentran en cualquier tienda. Un hecho nada casual en un arte aparentemente efímero como la canción, con una industria alicorta que cada temporada descataloga los discos del año anterior para dejar sitio a las nuevas modas.
Y es que Jacques Brel supone, sobre todo, la demostración de que la canción es un arte que sobrevuela el tiempo y el espacio, que se instala en la historia como recordatorio de que, frente a los mitos de polivinilo mojado que periódicamente se inventan, existen los cantantes que, como corredores de larga distancia, llegan a la meta que se proponen: la obra bien hecha, inspirada y perdurable.
Quedan el retrato del puerto de Amsterdam, con sus marineros borrachos que mean en las esquinas y sus putas, la soledad de las grandes llanuras del Plat Pays, los amores irrenunciables de Ne me quitte pas, el cariño tierno de Les vieux o el desprecio sarcástico de Les bourgeois.
Tal vez al fin y al cabo el cáncer fue misericordioso con él y se lo llevó para no permitirle asistir a la vergüenza de cómo Mitterrand, presunto representante de una izquierda que él admiraba, volaba por los aires el barco ecologista que pretendía impedir que la barbarie atómica contaminara el aire de sus queridas islas del Sur, en una de las cuales vivió sus últimos años y está enterrado.
"Una isla cálida como la ternura, esperanzada, como el desierto que una nube de lluvia acaricia. Ven, amor mío. Allá no existirán estos locos, que no nos dejan ver las largas playas". Cantaba en Les Marquises, la canción con que cerraba su último disco. No tuvo suerte. Los locos llegaron a las limpias playas del Sur.
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Canciones con...
“Doña Rosita”. Una canción con Adolfo Celdrán (1969)
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Cuánto hará que conozco a Adolfo Celdrán que aún no llevaba bigote. Él, porque yo cantaba ya por aquel entonces aquello de tres pelos tiene mi barba, mi barba tiene tres pelos.
Noviembre de 1967 fue un mes relativamente tranquilo en un año que, aparte de ser el que precedió a los múltiples mayos del siguiente, fue el del nacimiento en Madrid, un año después que en Barcelona, del Sindicato Democrático de Estudiantes, que se había hecho con la representatividad estudiantil “legal” en prácticamente todas las Universidades de España, y desde luego en la Escuela de Ingenieros Técnicos Industriales (Peritos cuando aún no había llegado la moda de los nombres rimbombantes) en la que yo estaba matriculado no sé muy bien por qué.
Desde que habíamos copado la delegación de estudiantes, entre las cosas que nos habíamos propuesto estaba en lugar destacado la de promover la cultura progresista y de oposición al régimen, y entre otras cosas nos decidimos a realizar unos disco-forum (que muy bien podría decir que los inventamos nosotros de no ser porque seguro que alguien había hecho antes alguno). Naturalmente, me tocaba darlo a mí, que era el que más discos tenía, aunque todos los compañeros (Yenia, Julio, Paco, Consuelo, Mariano, Gregorio, Joaquín, Luis, Judas…) contribuían a ello. El resultado era que juntábamos una cierta discografía que se puede ver en el recorte que reproduzco de la revista a multicopista que hacíamos en la Escuela, “Cultura Popular”:
Como se puede ver, era una magra lista, sobre todo teniendo en cuenta que no había más de un disco de cada, pero que pese a ello contenía cantantes poco o nada conocidos en España, lo que llamó la atención del pegador de carteles que iba colocando por los centros estudiantiles anuncios del “recitalfolk” que unos días después iban a ofrecer en el instituto Ramiro de Maeztuun grupo de cantantes, todos ellos desconocidos con la excepción de Aute, que ya destacaba, pero que al final no actuó. Se quedó al disco-forum y luego hablamos un rato.
Aquel encuentro totalmente fortuito con Adolfo Celdrán, aparte de ser el comienzo de una gran amistad, que dirían los que se adentran en el desierto, tuvo una importancia fundamental para el devenir de mi dedicación laboral. Yo era por aquel entonces un joven que acababa de cumplir los 19 años y que había empezado a militar en las Juventudes Comunistas un par de años antes, aficionado compulsivo a la lectura y al cine y perpetrador atroz de cositas en renglones cortos que me hubiera gustado que fueran poemas. Además tenía unos cuantos discos porque había descubierto no hacía mucho que la canción servía, cuando menos, para contar y explicar el mundo; ya que no para cambiarlo, que era lo que yo consideraba entonces en un pensamiento que luego se demostró excesivo. Quería escribir, pero jamás había pensado hacerlo sobra música, un camino sorprendente que se me abrió, no obstante, a partir de mi encuentro con Adolfo y las oportunidades que eso me ofreció. De aquello a esto, sólo un paso. Largo.
Además, Adolfo, que me saca cuatro o cinco años, una distancia que con el paso del tiempo se ha reducido, pero que a aquellas edades marcaba categorías, y que además tenía un cerebro organizado de acuerdo a la carrera científica que creo que ya había terminado, tan distinto a mi desordenada mente de autodidacta, se convirtió de manera involuntaria en una especie no tanto de mentor, que sería excesivo y hubiera requerido de su colaboración, como de un involuntario modelo intelectual de referencia. No sigo con el tema para evitar el rubor de ambos.
Aunque luego nuestra amista ha venido marcada por largos paréntesis en la relación, dependiendo de los respectivos sitios de residencia o de los trabajos a que nos hemos dedicado cada uno, en aquellos primeros años, hasta que Adolfo se trasladó a vivir a Alicante, creo que en 1971, estuvimos en un contacto permanente que, al menos para mí, resultó muy enriquecedor. Charlamos todo lo humanamente charlable sobre política, cultura, canción o la vida en general, incluso colaboramos en alguna historia periodística, como la especie de reportaje de investigación anticipado que sobre la construcción de una presa publicamos juntos en Hogar 2000 con la colaboración de su novia, Gloria, y de José María Igual, un amigo común.
Además hicimos dos canciones. Una de ellas la grabó en 1975 en el disco “4.444 veces, por ejemplo” y ahora la cuelgo aquí convertida en vídeo por amor y gracia de ocho fotos y unos dibujitos alusivos. La otra, si era como la recuerdo, bien está en el olvido.
La letra de “Doña Rosita” responde, naturalmente a la admiración que entonces sentía y sigo sintiendo por la obra y la vida de Lorca, cuyas incompletas Obras Completas de Aguilar (sí, aquel mamotreto de papel biblia y tapas de cuero) fue durante largo tiempo uno de mis libros de cabecera durante muchos años, hasta que mi hija decidió heredarlo por anticipado. Hizo bien, no creo que pueda llevarse mucho más. Se trata, es evidente, de un “homenaje”, que nadie sea más pensado y la considere la copia o el plagio que en realidad es, aunque el que sea un plagio confesado desde los mismos títulos de crédito del disco lo convierta tan sólo en pecado venial.
Al escucharla ahora repetidas veces para ponerle los muñequitos descubro un par de motivos que podrían explicar la fascinación que sentía entonces por esa Doña Rosita lorquiana, sola, abandonada e irreductible en su esperanza en la vuelta del amado. Son dos temas que ahora identifico porque me han venido preocupando después toda la vida. En primer lugar, esa caracterización del amor imposible, o mejor aún irrealizable, que realiza Loca en la obra, atracción que se entenderá su confieso que mi mejor historia de amor cinematográfica es la inconclusa entre John Wayne y Vera Miles en “El hombre que mató a Liberty Balance”. Luego, esa resistencia a rendirse ante lo imposible que, en definitiva, es la esencia del personaje; una pervivencia hasta el final de esa última esperanza irrenunciable que aún me asoma a los ojos de vez en cuando, como al adentrarme un 15 de mayo en una plaza de Sol abarrotada de jóvenes que anunciaban el futuro y que me hace reconocer como verdadero aquello de que también se cantara en los tiempos sombríos. Se cantó y se cantará.
Los que sí me parece que hicieron un trabajo acertadísimo fueron el propio Adolfo y Carlos Montero, responsable de los excelentes arreglos musicales de la grabación. La melodía ligera, casi alegre, y la interpretación desdramatizada de Adolfo son las que confieren carga de profundidad a la canción, favoreciendo, por contraste, la tensión emotiva del tema, que se hubiera podido convertir en melodramático a la primera sobreactuación. La progresión instrumental creada por Carlos, apenas perceptible, contribuye de manera ideal al crecimiento de esa tensión dramática, permitiendo el estallido reivindicativo de la esperanza final. Gracias a ambos.
NOTA: Las fotos, que son inéditas en internet, pertenecen a sendos números de HOGAR 2000 de 1968 y 1969 y a la entrevista que el 30 de agosto de 1969 publicó en DISCÓBOLO Tina Blanco, querida amiga de aquellos tiempos y de estos que aparece en la foto alargadísima, así maquetada originalmente.
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