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Channel: Memoria músico-festiva de un jubilado tocapelotas
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Jacques Brel. Memoria española de un cantante belga.





Solo por ver y escuchar el “Ne me quitte pas” que abre esta página ya te habrá merecido la pena tomarte el trabajo de llegar hasta aquí. Sin duda habría que agradecerle al anónimo realizador la valentía de ese único primer plano con que filmó al cantante, porque su decisión nos permite llegar a lo más hondo de la canción y del cantante, que parece que vierte todo su dramatismo en cada gota de sudor que le corre por el rostro. Lo demás es historia.





ECO DE CANARIAS. 15 OCTUBRE 1978

El lunes pasado murió Jacques Brel, y con él una de las figuras más importantes de la canción popular de todo el mundo, un hombre que ha marcado un estilo, un punto y aparte en la canción.

Nacido en Bruselas en 1929, su imagen como cantante empezó a cobrar dimensión universal a partir de 1954, convirtiéndose en pocos años en una figura respetada, seguida e imitada por miles de cantantes de todo el mundo, y sus canciones traducidas a todos los idiomas y editadas en todos los países. Autor poco prolífico --que ha estado apartado de la escena musical los últimos diez años, desde que en 1967 interpretara su primera película como actor, (“Les risques du métier”) de Andre Cayatte, hasta hace apenas un año, en que volvió a editar un nuevo disco titulado simplemente «Brel», del que vendió miles de copias antes incluso de ser publicado y en el que se mostraba eternamente fiel a sí mismo, a su temática habitual, a sus formas musicales conocidas--, su obra queda jalonada por una cantidad incalculable de hermosas canciones de amor, de tristeza, de soledad, de insatisfacción social, de crítica, etc.

En esta hora siempre tópica de las notas necrológicas suelen cantarse todas las alabanzas del mundo; de Jacques Brel habría que decir, no obstante, que su figura musical decayó en los últimos años, y no únicamente por su abandonó físico del mundillo discográfico y musical, sino porque su estilo de cantar, que él había contribuido a convertir en un arquetipo junto a otros nombres como los de Leo Ferré, .Jean Ferrat, o el mismo Georges Brassens, había sido arrasado primero por la música pop anglosajona y luego, ya en su propio país, por el renacer de las formas folklóricas y populares. Todo ello no le quita un ápice de su calidad.

Mientras, que escribo estas líneas he vuelto a poner en el tocadiscos un álbum suyo, y he vuelto a sentir la misma emoción, la misma admiración que otras veces, y estoy seguro que la seguiré sintiendo por siempre cada vez que repita ese gesto mecánico, automático, de abrir una carpeta, ahuecar el plástico, colocar el disco sobre el plato, correr el brazo y escuchar una canción de Jacques Brel, «Le plat pais», por ejemplo.





EL PAÍS. 7 OCTUBRE 1984

La pervivencia de un cantante está en sus canciones. Las canciones de Jacques Brel permanecen en el tiempo, a pesar de que la mayoría de los modernos no las haya escuchado en su vida ni sepan siquiera quién es ese belga que se hizo famoso en el mundo a través de Francia, se hartó un día de músicas y películas y buscó la paz, la tranquilidad y la felicidad en las lejanas islas de los mares del Sur. Pero para muchos otros españoles, Ne me quittes pas, Amsterdam, Les bombons, Jeff, Les vieux, Le plat pais, Les bourgeois o La chanson des vieux amants forman parte de nuestra memoria histórica, personal y colectiva. Tantos de sus discos entraron en maletas semiclandestinas en tiempos de pocas músicas, que quizá por ello calaron tan dentro en nuestra sensibilidad. Con sus canciones aprendimos a recorrer ciudades que no conocíamos, a revivir amores que no sospechábamos que pudieran ser, a soñar sensibilidades que nos parecían negadas por nacimiento. Su influencia fue importante para una generación de cantantes que en la mayoría de los casos siguen en activo y en plena madurez, aunque luego hayan ido añadiendo a su personal inspiración retazos de otras músicas, de otros cantantes, de otras culturas.

Joan Manuel Serrat declaraba en un programa de televisión pocas horas después de hacerse pública la noticia de la muerte de Brel: "Si él no hubiera hecho música es muy posible que tampoco yo la hubiera hecho nunca". En España comenzaba a surgir una preocupación general que se mostraba también en las canciones. Se veía la realidad de otra forma, ajena a triunfalismos y heroísmo de pasadas gestas históricas. La verdad cotidiana tomaba forma en canciones que nacían con la voluntad expresa de reflejarla con sencillez pero sin renuncias.

Aun cuando Brel había comenzado a grabar en 1954 y alcanzado ya el éxito en 1959, su llegada a España fue muy posterior. El primer disco editado entre nosotros fue el que recogía su recital en directo Olympia 64, que se publicó con varios años de retraso; tal vez por eso su influencia fue mayor en los profesionales de la canción que en el mismo público. La nova cançó catalana fue el primer movimiento que se fijó en su ejemplo, como lo hizo en toda la canción francesa. Los primeros Setze Jutges comenzaron imitando el filón expresivo de la canción francesa y la obra de Brel, entre otras, marcó de forma indeleble las creaciones de Pi de la Serra, Espinás, Enric Barbat o Joan Manuel Serrat. Guillermina Motta y Dolors Lafitte cantaron sus canciones en catalán, como lo hicieron en castellano cantantes tan dispares como Alberto Cortez, Mike Kennedy, Mari Trini o Salomé, aunque la traducción más completa de las canciones de Jacques Brel, hecha por Hilario Camacho para un espectáculo sobre el cantante belga estrenado en el Pequeño Teatro de Madrid en el año 1972, no se llegara a grabar nunca en disco.

Con el tiempo se acabó editando su discografía completa, 11 álbumes que hoy probablemente estarán ya descatalogados. Es recomendable la audición de Sólo hubo un Jacques Brel (Movieplay, 1978, LP-17418/6), que es una excelente recopilación de 14 de sus mejores canciones.




EL PAÍS. 5 DICIEMBRE 1985

Han transcurrido 56 años desde que nació en Bruselas en 1929; treinta y dos desde que llegó a París en 1953 y grabó su primer disco; veintiocho desde Quand on n'a que l'amour, su primer éxito; dieciocho desde que en 1967 anunció su retirada de la canción para dedicarse al cine protagonizando la película Les risques du metier, de André Cayatte, y lanzarse a su última experiencia sobre los escenarios poniendo en pie El hombre de La Mancha, la adaptación del Quijote, una obra que le apasionaba. Han pasado catorce desde que dirigió su primera película, Franz; ocho desde que volvió, ya enfermo, a París para grabar el que sería su último disco, del que se vendieron más de un millón de copias en tan sólo unas semanas. Hace, en fin, siete años y algo menos de dos meses que, el 9 de octubre de 1978, tras pedir una cocacola y anunciar, citándose a sí mismo con irónica lucidez, "no os abandonaré", el cáncer de pulmón que le acompañaba desde hacía tiempo se decidió a cortar los cables que le conectaban con la vida. Es una buena ocasión para preguntarnos qué queda ahora de Jacques Brel y, también, ¿por qué no?, qué queda de uno en la confusión, de un tiempo que soñábamos de otra manera.

De uno mismo no sabemos, pero seguro que de Jacques Brel queda bastante más. En primer lugar, sus discos. Y no me refiero a los que cada cual pueda tener en su discoteca, sino a los que todavía se encuentran en cualquier tienda. Un hecho nada casual en un arte aparentemente efímero como la canción, con una industria alicorta que cada temporada descataloga los discos del año anterior para dejar sitio a las nuevas modas.

Y es que Jacques Brel supone, sobre todo, la demostración de que la canción es un arte que sobrevuela el tiempo y el espacio, que se instala en la historia como recordatorio de que, frente a los mitos de polivinilo mojado que periódicamente se inventan, existen los cantantes que, como corredores de larga distancia, llegan a la meta que se proponen: la obra bien hecha, inspirada y perdurable.

Quedan el retrato del puerto de Amsterdam, con sus marineros borrachos que mean en las esquinas y sus putas, la soledad de las grandes llanuras del Plat Pays, los amores irrenunciables de Ne me quitte pas, el cariño tierno de Les vieux o el desprecio sarcástico de Les bourgeois.

Tal vez al fin y al cabo el cáncer fue misericordioso con él y se lo llevó para no permitirle asistir a la vergüenza de cómo Mitterrand, presunto representante de una izquierda que él admiraba, volaba por los aires el barco ecologista que pretendía impedir que la barbarie atómica contaminara el aire de sus queridas islas del Sur, en una de las cuales vivió sus últimos años y está enterrado.

"Una isla cálida como la ternura, esperanzada, como el desierto que una nube de lluvia acaricia. Ven, amor mío. Allá no existirán estos locos, que no nos dejan ver las largas playas". Cantaba en Les Marquises, la canción con que cerraba su último disco. No tuvo suerte. Los locos llegaron a las limpias playas del Sur.




Canciones con...

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“Doña Rosita”. Una canción con Adolfo Celdrán (1969)


 
1968. Ignacio Fernandez Toca mostrando a sus compañeros de Canción del  Pueblo
la adaptación de No Nos Moveran que acababa de hacer.
Cabeza de espaldas: Anselmo Cano. De frente, Elisa Serna flautista, Carmina Álvarez
y un Adolfo Celdrán desbigotado.
La mano que fuma podría haber sido la mía, si no fuera porque por aquel entonces no  fumaba.




Cuánto hará que conozco a Adolfo Celdrán que aún no llevaba bigote. Él, porque yo cantaba ya por aquel entonces aquello de tres pelos tiene mi barba, mi barba tiene tres pelos.

Noviembre de 1967 fue un mes relativamente tranquilo en un año que, aparte de ser el que precedió a los múltiples mayos del siguiente, fue el del nacimiento en Madrid, un año después que en Barcelona, del Sindicato Democrático de Estudiantes, que se había hecho con la representatividad estudiantil “legal” en prácticamente todas las Universidades de España, y desde luego en la Escuela de Ingenieros Técnicos Industriales (Peritos cuando aún no había llegado la moda de los nombres rimbombantes) en la que yo estaba matriculado no sé muy bien por qué.

Desde que habíamos copado la delegación de estudiantes, entre las cosas que nos habíamos propuesto estaba en lugar destacado la de promover la cultura progresista y de oposición al régimen, y entre otras cosas nos decidimos a realizar unos disco-forum (que muy bien podría decir que los inventamos nosotros de no ser porque seguro que alguien había hecho antes alguno). Naturalmente, me tocaba darlo a mí, que era el que más discos tenía, aunque todos los compañeros (Yenia, Julio, Paco, Consuelo, Mariano, Gregorio, Joaquín, Luis, Judas…) contribuían a ello. El resultado era que juntábamos una cierta discografía que se puede ver en el recorte que reproduzco de la revista a multicopista que hacíamos en la Escuela, “Cultura Popular”:



Como se puede ver, era una magra lista, sobre todo teniendo en cuenta que no había más de un disco de cada, pero que pese a ello contenía cantantes poco o nada conocidos en España, lo que llamó la atención del pegador de carteles que iba colocando por los centros estudiantiles anuncios del “recitalfolk” que unos días después iban a ofrecer en el instituto Ramiro de Maeztuun grupo de cantantes, todos ellos desconocidos con la excepción de Aute, que ya destacaba, pero que al final no actuó. Se quedó al disco-forum y luego hablamos un rato.

Aquel encuentro totalmente fortuito con Adolfo Celdrán, aparte de ser el comienzo de una gran amistad, que dirían los que se adentran en el desierto, tuvo una importancia fundamental para el devenir de mi dedicación laboral. Yo era por aquel entonces un joven que acababa de cumplir los 19 años y que había empezado a militar en las Juventudes Comunistas un par de años antes, aficionado compulsivo a la lectura y al cine y perpetrador atroz de cositas en renglones cortos que me hubiera gustado que fueran poemas. Además tenía unos cuantos discos porque había descubierto no hacía mucho que la canción servía, cuando menos, para contar y explicar el mundo; ya que no para cambiarlo, que era lo que yo consideraba entonces en un pensamiento que luego se demostró excesivo. Quería escribir, pero jamás había pensado hacerlo sobra música, un camino sorprendente que se me abrió, no obstante, a partir de mi encuentro con Adolfo y las oportunidades que eso me ofreció. De aquello a esto, sólo un paso. Largo.

Además, Adolfo, que me saca cuatro o cinco años, una distancia que con el paso del tiempo se ha reducido, pero que a aquellas edades marcaba categorías, y que además tenía un cerebro organizado de acuerdo a la carrera científica que creo que ya había terminado, tan distinto a mi desordenada mente de autodidacta, se convirtió de manera involuntaria en una especie no tanto de mentor, que sería excesivo y hubiera requerido de su colaboración, como de un involuntario modelo intelectual de referencia. No sigo con el tema para evitar el rubor de ambos.

Aunque luego nuestra amista ha venido marcada por largos paréntesis en la relación, dependiendo de los respectivos sitios de residencia o de los trabajos a que nos hemos dedicado cada uno, en aquellos primeros años, hasta que Adolfo se trasladó a vivir a Alicante, creo que en 1971, estuvimos en un contacto permanente que, al menos para mí, resultó muy enriquecedor. Charlamos todo lo humanamente charlable sobre política, cultura, canción o la vida en general, incluso colaboramos en alguna historia periodística, como la especie de reportaje de investigación anticipado que sobre la construcción de una presa publicamos juntos en Hogar 2000 con la colaboración de su novia, Gloria, y de José María Igual, un amigo común.

Además hicimos dos canciones. Una de ellas la grabó en 1975 en el disco “4.444 veces, por ejemplo” y ahora la cuelgo aquí convertida en vídeo por amor y gracia de ocho fotos y unos dibujitos alusivos. La otra, si era como la recuerdo, bien está en el olvido.

La letra de “Doña Rosita” responde, naturalmente a la admiración que entonces sentía y sigo sintiendo por la obra y la vida de Lorca, cuyas incompletas Obras Completas de Aguilar (sí, aquel mamotreto de papel biblia y tapas de cuero) fue durante largo tiempo uno de mis libros de cabecera durante muchos años, hasta que mi hija decidió heredarlo por anticipado. Hizo bien, no creo que pueda llevarse mucho más. Se trata, es evidente, de un “homenaje”, que nadie sea más pensado y la considere la copia o el plagio que en realidad es, aunque el que sea un plagio confesado desde los mismos títulos de crédito del disco lo convierta tan sólo en pecado venial.

Al escucharla ahora repetidas veces para ponerle los muñequitos descubro un par de motivos que podrían explicar la fascinación que sentía entonces por esa Doña Rosita lorquiana, sola, abandonada e irreductible en su esperanza en la vuelta del amado. Son dos temas que ahora identifico porque me han venido preocupando después toda la vida. En primer lugar, esa caracterización del amor imposible, o mejor aún irrealizable, que realiza Loca en la obra, atracción que se entenderá su confieso que mi mejor historia de amor cinematográfica es la inconclusa entre John Wayne y Vera Miles en “El  hombre que mató a Liberty Balance”. Luego, esa resistencia a rendirse ante lo imposible que, en definitiva, es la esencia del personaje; una pervivencia hasta el final de esa última esperanza irrenunciable que aún me asoma a los ojos de vez en cuando, como al adentrarme un 15 de mayo en una plaza de Sol abarrotada de jóvenes que anunciaban el futuro y que me hace reconocer como verdadero aquello de que también se cantara en los tiempos sombríos. Se cantó y se cantará.

Los que sí me parece que hicieron un trabajo acertadísimo fueron el propio Adolfo y Carlos Montero, responsable de los excelentes arreglos musicales de la grabación. La melodía ligera, casi alegre, y la interpretación desdramatizada de Adolfo son las que confieren carga de profundidad a la canción, favoreciendo, por contraste, la tensión emotiva del tema, que se hubiera podido convertir en melodramático a la primera sobreactuación. La progresión instrumental creada por Carlos, apenas perceptible, contribuye de manera ideal al crecimiento de esa tensión dramática, permitiendo el estallido reivindicativo de la esperanza final. Gracias a ambos.




NOTA: Las fotos, que son inéditas en internet, pertenecen a sendos números de HOGAR 2000 de 1968 y 1969 y a la entrevista que el 30 de agosto de 1969 publicó en DISCÓBOLO Tina Blanco, querida amiga de aquellos tiempos y de estos que aparece en la foto alargadísima, así maquetada originalmente. 




Música de EEUU...

Retratos de Las Palmas (1983)

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JR. De profesión: Camello









 DIARIO DE LAS PALMAS. 8 AGOSTO 1983

A pesar de las iniciales que ha escogido, JR no se parece en nada al malvado protagonista de la serie televisiva, podría ser más bien el protagonista de una novela de José Giovanni: no demasiado alto, recio, de fuerte contextura y brazos musculosos, el pelo castaño le cae sobre una cara que podría haber sido inocente de no tener un extraño gesto de dureza que, probablemente, le ha conferido la vida. Si estuviera del lado de la Ley, podría ser un Sam Spade o un Philip Marlowe, pero a JR le ha tocado moverse en ese filo de la navaja que linda con el lado peligroso de la vida.

Es uno de tantos vendedores de droga como hay en Las Palmas, una profesión que ha proliferado en los últimos años al ritmo creciente al que se multiplicaban los clientes. Es una profesión, si es que así se puede llamar al trabajo clandestino de la venta de hachís y marihuana, en la que pronto se han metido los más variados tipos de gentes, desde licenciados en paro hasta maleantes habituales, desde jóvenes de buena familia, que buscan en la reventa un ingreso extra fácilmente ganado, hasta carne de cañón que no encuentra otro método de sobrevivir. Son, en la mayoría de los casos, gentes que viven en la marginación, aunque ellos encuentren que es un medio de ganarse la vida como cualquier otro.

--Hombre, yo esto de vender droga lo veo normal, según y cómo se mire --dice JR, mirándose las manos mientras habla con la vista agachada--. Claro, que uno está siempre al margen como quien dice, con un pie en un sitio y el otro al lado opuesto de la línea. Pero es normal, en el sentido en que se parece a otro trabajo cualquiera. La vida te la tienes que buscar de alguna forma, igual así que lavando coches en la calle. Para esto hay que tener medios y valer, naturalmente, cualquiera no se puede meter en un negocio como éste ni en esta vida tampoco

JR ronda la mitad de la treintena, y en su rostro ha quedado marcado un camino que no ha sido precisamente fácil. «Francamente, yo nunca hubiera creído que iba a acabar aquí. La verdad es que no sé que hubiera hecho en la vida. De pequeño me gustaba dibujar, y en el colegio me decían que lo hacía bien, incluso fui a una escuela, pero no servía para estar copiando siempre la misma maqueta con las mismas frutas encima. Lo dejé».

Se fue de casa muy joven, con apenas quince años. No se sabe si recuerda con nostalgia aquella época. «En aquel tiempo, como era tan joven, salí de casa un poco a la aventura, me tropecé con una cantidad de cosas increíbles, y todas eran nuevas para mi, estaba empezando a vivir». El viaje fue con otro amigo y una muchacha. Un viaje a la Península intentando encontrar trabajo. A la costa, donde el boom turístico estaba creando nuevos puestos de empleo y también un submundo alrededor de los centros de turismo que pronto se convertiría en un centro de tráfico y delincuencia. Un mundo fácil, especialmente para jóvenes que se dejaran caer por el tobogán. «Trabajamos un par de meses en la hostelería, pero era más fácil ligar a las extranjeras y nos pasamos. Salimos a trabajar, es cierto, pero luego ya no era tan fácil encontrar trabajo y, en cambio, otras cosas sí que resultaban al alcance de la mano. Se acabó el dinero al llegar al límite y caímos en Torremolinos».

--¿Fumabas ya en la época en que dejaste Las Palmas?

--Sí, ya había empezado. Era como el año sesenta y cinco, en aquel tiempo lo que había en Las Palmas era hierba, en el sector del Puerto, kíffi y hierba en la zona de Lugo, y también fue famosa la calle Pamochamoso, cuando venía un barco que se llamaba «La Aureola», que traía muy buena hierba. Cuando llegaba era todo el mundo alucinado por ahí. Pero después cortaban la hierba, comenzó a escasear, y empezó a entrar el chocolate, el hachís.
     
Torremolinos, en los años sesenta era la capital del desarrollo turístico inventado por Fraga. El centro donde propios y extraños se asombraban de los adelantos europeos, del poder adquisitivo de los turistas y de su desvergüenza e inmoralidad en la playa o en su vida cotidiana. Con la llegada de los turistas se abrieron tiendas, restaurantes, boutiques y cabarets, pero también se dio paso a un tipo de vida fácil que atraía como moscas a jóvenes de toda España. «Fue mucha gente. De aquí de Canarias, por ejemplo, sin ponerse de acuerdo unos con otros, pero nos encontramos allí, en las calles de Torremolinos».

Era también el momento de un cierto boom económico. El dinero podía entrar fácilmente en ciertas ocasiones, y una de ellas era participar en ese mundo que se formaba alrededor de la «jet-society» turística. Chicos y chicas jovencísimos podían mezclarse con nombres importantes de los negocios, del espectáculo. Gente que buscaba diversión barata a nivel europeo. «Aquello fue un infierno --y ríe JR al contarlo, como si, a la vez, el infierno hubiera tenido alguna escapada hacia los juegos y la diversión--. Todo el mundo habla de aquella generación, no sé si habrá otra igual. Torremolinosatraía a mucha gente. Había escándalos, gente a la que perseguía la Policía por la calle, o un loco rompiendo una vitrina y lanzándose con un gran mazo contra la gente. Era muy violento y había también mucho turismo. Había muchas fiestas, gente rara que comenzó una época con nuevas modas y nuevas costumbres. Allí no sólo se fumaba, se tomaba de todo; ácido, LSD, caballo, de todo. Yo nunca llegué a esos extremos de pincharme y tomar de todo. Lo probé, claro, pero no me llamó la atención.

Un ambiente así habría de causar un gran efecto en el ánimo de un muchacho recién salido de Canarias en el momento de pasar de la adolescencia a la madurez. «Estuve ocho meses y fue una temporada muy loca. Yo tenía una carrera terrible en muchos aspectos, allí se abrían muchas puertas si se sabía aprovechar. Claro que otras no eran tan fácil, había sitios donde no se podía pasar por falta de dinero y cosas así, pero era una vida fácil». A su vuelta a Las Palmas JR ya estaba totalmente dentro de ese ambiente, de ahí a caer en prisión sólo hubo un paso.

--Fui detenido por atentar contra la salud pública, o al menos eso decía la sentencia. Fue por esto del chocolate. Eran otros tiempos, estaba la dictadura dando leña y fumar era un delito muy grave. Si no trabajabas te aplicaban la ley de vagos y maleantes y no tenías escapatoria. Luego lo cambiaron a peligrosidad social, pero entonces fumar era un delito muy fuerte.

Era el año setenta y uno, y JR tenía veintiún años de edad. Hacía seis que se había marchado de casa y aunque regresaba a ella con regularidad no volvió a vivir continuadamente en el hogar familiar. Trabajo había poco, alguna chapuza de vez en cuando que apenas daba para malvivir, y la mayoría de las veces el paro, aunque en el Sur fuese posible echar unas semanas trabajando. Pero JR tampoco es una persona para permanecer atado a un banco o a una oficina. «Amo demasiado mi independencia, es lo que más aprecio: poder hacer lo que quiero, vivir libre, sin rendir cuentas a nadie».

La redada en la que cayó JR fue importante. Con ella se intentó acabar con el tráfico de droga en Las Palmas, en aquella época muy inferior al de ahora. «Caímos un grupo grande de gente, unos ciento y pico tíos. También entraron extranjeros, que eran quienes traían droga dura. Cogieron gente de muy distintos sitios y procedencias, gente que a lo mejor se había visto una vez, pero que nunca habían tenido tratos entre sí en muchos casos. De ellos eligieron a los once que consideraron más importantes y les colgaron el mochuelo. Algunos escaparon por menores de edad, aunque tenían más peligrosidad que otros, porque trataban con drogas duras, pero eran hijos de papá y ya se sabe... A mí me cogieron y me pusieron como intermediario, facilitador del consumo, pero fue un error mío. Yo creía que lo peor era fumar, y por eso dije que lo que me habían cogido lo tenía para dárselo a un amigo, que me lo había dado otro. Hasta a la Policía les oí decir: “Se quiere salvar y lo que está haciendo es perjudicarse”. Ellos sabían que lo estaba haciendo mal, que me estaba cargando más culpa de la que me correspondía, sin embargo, me hicieron firmar la declaración como cierta. Me salieron seis años y un día, de los que cumplí más de tres».

La cárcel hizo el resto. Las largas horas de tedio en las galerías; ese continuo ir y venir por los patios a una velocidad que podría parecer excesiva para quien no tiene otra cosa que hacer en todo el día; la falta de talleres, de lecturas, de entretenimientos; la convivencia con compañeros que tiene mucha más experiencia, todo ello confluye en un adoctrinamiento del recluso, en un aprendizaje de las normas de uno de los oficios más antiguos del mundo: delinquir.

De aquellos tiempos en la cárcel JR recuerda que fueron duros. La prisión de Barranco Seco era vieja, incómoda, sin acondicionar en unos años en que las cárceles españolas se veían con una sobrecarga especial de presos políticos. JR coincidió con algunos, aunque apenas podía hablarles. «Veíamos a los presos políticos, pero teníamos poco contacto con ellos. Salían a pasear a distinta hora que nosotros, y cuando los vigilantes nos veían acercarnos a ellos nos echaban una bronca». De la reforma penitenciaria que ahora está en marcha no habla demasiado: «Si sueltan a los presos para que sigan haciendo lo mismo que estaban haciendo, qué duda cabe que volverán. Es lógico. Muchos no querrán seguir fuera de la ley, pero no tendrán más remedio. Con el paro que hay ¿quién va a dar trabajo a un expresidiario? Hay que hacer las cosas, pero más a fondo».

El mundo de JR se encierra en su barrio, un espacio físico delimitado por el mar, la calle Fernando Guanarteme, la calle Churruca y, como muy lejos, el cine Astoria, límite de una zona de la ciudad donde se vive una extraña mescolanza en la que se juntan el mundo del turismo y el de la marginación. Junto a las claras arenas playeras, bajo el mismo sol que achicharra a turistas y nativos, se extienden unas cuantas calles en las que se multiplican clubs, cabarets, restaurantes, bares, tiendas, pensiones, hoteles y apartamentos, en el que florece la marginación y al que acuden clientes de todos los rincones de la ciudad a comprar unos gramos de hachís o un paquete de marihuana.

--El que pasa por esta zona y no sabe de qué va no se da cuenta a veces de lo que se sucede, de cuál es la movida. El que vive aquí ya se ha acostumbrado, son muchos los años que la zona se dedica a estas cosas, a la droga y a la prostitución, y acaban por acostumbrarse. El extranjero --y llamo extranjero a cualquiera que no es del barrio, sea de otro país, de la Península o de otro lugar de las Palmas que no esté acostumbrado a pasar por aquí-- sí que se asombra. Le sorprende ver a un travestí medio desnudo en medio de la calle, pero eso es algo que sucede en todas partes, si vas al muelle grande es peor.

Entra en un bar y todo el mundo le conoce. Toma una cerveza o un café mientras charlamos; a veces un whisky, aunque no es un gran bebedor. Habla despacio, pensando las cosas, dándoles cien vueltas, matizándolas, como si no estuviera seguro de dejar las ideas bien claras y quisiera que todo quedara correcto. Se mueve de un sitio a otro con la ligereza de quien conoce bien el terreno. A veces se acerca alguien a preguntarle que si tiene algo, y él le da el chocolate que le solicitan. A veces en barras de algo más de un gramo, a veces también, cuando la cantidad es más grande, cortándolo directamente de un huevo a una rueda que puede tener un cuarto de kilo con un cuchillo calentado al fuego. Para esto último sube a su casa, pero normalmente está en la calle, en los bares donde la gente sabe que puede encontrarlo. Es todo el día la misma rutina, apenas un momento de descanso para salir a la playa, aunque siempre breve, porque si llega un cliente debe encontrarlo en su sitio.

Se desarrolla una estrecha intimidad entre el vendedor o proveedor y el cliente, confían mutuamente uno en el otro y el trato continuado acaba por convertirse en complicidad amistosa. El cliente sabe que no le va a dejar tirado en un momento de necesidad, aunque entre los que consumen chocolate no se dan casos de grandes y desesperadas adiciones. «Con otras cosas sí, con las pastillas o los ácidos sí hay mucha dependencia, y te encuentras a la gente como desesperada por encontrar algo, pero con el chocolate o la hierba no es lo mismo. Si falta alguna vez te preguntan, quizás van a otro sitio a probar, pero si no hay no pasa nada, se espera unos días y se vuelve cuando ya ha llegado material nuevo». El cliente tiene que saber mantener el secreto de quien le provee.

Lo que más se vende es chocolate, que suele llegar de muy diferente forma y por diversos conductos, desde huevos o tortas de alrededor de un cuarto de kilo, hasta pequeñas bolas de poco más de seis gramos que se traen, hasta un cuarto de kilo, introducidas en el recto desde Marruecos y otros países africanos. «La hierba apenas se consume, se vende muy poco. Hay días que tiran más las pastillas (Minilib y otras marcas), que tienen el efecto de darte alegría y marcha, quizás por eso cuando más se venden son los sábados y las vísperas de fiesta. Además, las pastillas pueden ser fatales si se toman todos los días, aunque hay quien lo hace, pero suelen estar muy colgados. También hay quien pide ácido (LSD), que es un toque parecido al de las pastillas».

A JR le compra droga todo tipo de gente, desde honorables ejecutivos de empresas importantes, que acuden a por unos gramos para una fiesta o para su propio consumo diario, hasta travestis y prostitutas, que suelen comprar pequeñas cantidades diarias. Hay jóvenes de edad temprana, aunque a JR no le gusta demasiado tratar con ellos, «porque son muy jóvenes y, además, muy poco serios», y también acuden turistas recién llegados, que la primera vez se acercan preguntando a las personas a las que ven cara de fumadores, y que luego suelen repetir antes de que se acaben las vacaciones. «La droga se venía vendiendo desde hace mucho tiempo, lo que pasa es que con Franco estaba todo muy escondido, hoy sale más a la luz pública, aunque todavía hay gente que tiene cuidado. Otros se lo toman de distinta manera. Hay una mujer, por ejemplo, que es ya mayor, tendrá como unos sesenta años, y no lo compra para ella, sino para sus hijos, que a veces le hacen trabajos en la casa y ella viene a llevarse un gramito que se hagan unos cuantos canutos y trabajen más a gusto».

La mayoría de los compradores que no son del barrio van a él solo a por la droga y una vez conseguida regresas a sus casas, a sus ambientes naturales, donde la consumen para volver de nuevo una semana después a por más. JR sabe, incluso, las fechas aproximadas en que se les va a terminar a ciertos clientes lo que compraron, y no suele fallar sobre los días en que volverán a aparecer por el barrio para comprar otros cinco talegos (un talego: mil pesetas) de chocolate del moro.

No siempre él chocolate que venden es bueno, depende de las circunstancias. El mejor es el afgano, pero también se cotizan bien los libaneses y nepaleses. A veces es posible comprar un doble cero, la máxima calidad; que hace visitar las nubes a los compradores, pero la mayoría de las ocasiones son calidades más comunes. «Los barcos vienen de cualquier sitio, de Europa o del Líbano, pero cuando es bueno de verdad no dejan nada, lo llevan a Estados Unidos, que es un mercado más grande y paga mejor. Aquí se hacen negocios de menor escala, aunque hay organizaciones más o menos estructuradas qué se encargan de enviar gente a los mercados africanos para traer material. Son grupos de gente que tienen organizada su pequeña red de ventas y planifican todo el negocio, los viajes, los sitios de compra y la distribución. Si llegan diez kilos suelen venderse enseguida». La diferencia de precio entre un hachís de buena calidad y otro inferior suele ser grande, a veces doblan el precio, aunque es normal que se hagan mezclas de material bueno con sobrante de peor calidad que de esta forma tiene salida más rápida. JR afirma que el revendedor viene a sacar lo mismo vendiendo una clase u otra, aunque, naturalmente, cuando es de buena calidad se lo quitan de las manos.

Mientras que estamos grabando con el magnetofón llega un distribuidor que deja a JR una rueda de casi trescientos gramos. Es una buena cantidad y, además, según parece, de excelente calidad. JR hace un porro de prueba y lo pasa. «La verdad es que yo empecé con esto porque me gustaba invitar, luego es cuando vi que podía vivir de ello», comenta. El visitante y JR hablan un momento de negocios y luego seguimos nuestra conversación: «No hay peligro, la gente se suele conocer toda, se han ido escogiendo de aquí y de allá, personas que se sabe que son competentes y fuertes y saben callar si hay algún contratiempo y tienen qué cargar ellos con el asunto. Eso ya se sabe, está preparado así y así tiene que ser».

Las cantidades de droga que se venden cada día son muy dispares, los fines de semana se lanza la demanda, probablemente porque los probos empleados de honorables instituciones y empresas se preparan para el «partie» en la playa o la fiesta en la discoteca. Un sábado, un solo vendedor puede llegar a colocar hasta cincuenta mil pesetas, lo que, a setecientas pesetas el gramo, hace una cantidad aproximada de unos setenta gramos y unos doscientos cincuenta o trescientos porros. Claro está, que hay muchos vendedores.

El precio de la droga aumenta considerablemente entre el punto de compra y el de venta. Un kilo de hachís, que en Ketama puede costar setenta mil pesetas, se vende en Las Palmas por setecientas mil, lo que da una importante ganancia, aunque hay que apuntar muchas partidas de gastos, viajes y transportes, primas, comisiones y revendedores. Queda de todas formas un buen pellizco, del que el vendedor callejero no se lleva la parte más grande.

Otro tema que preocupa a JR es la legalización: «Debería haberse hecho ya --dice-- esto de la despenalización es un lío, porque ahora no te detienen por fumarlo, pero si por venderlo, y ¿podría alguien decirme cómo se va a fumar si no se vende? Igual quieren que vaya cada comprador a África para traerse su ración. Con eso, desde luego, no se ayuda a nadie, porque la gente va a seguir fumando y alguien tiene que venderlo. Si yo lo vendo es porque alguien me lo compra, de lo contrario este trabajo no existiría. Llegará un día que lo legalicen, seguramente cuando se decida a hacerlo algún país de los grandes, Estados Unidos, por ejemplo».

La casa donde vive JR es pequeña, una habitación apenas, en uno de esos edificios de apartamentos familiares llenos de veraneantes que cuelgan las toallas a secar del balcón, soldados que utilizan el apartamento como picadero o sitio para cambiarse de ropa, alguna prostituta y algún travestí. Las escaleras están desgastadas por el tiempo y sobre la pared aparecen escritos similares a los de tantos otros lugares iguales, desde apasionados llamados de amor hasta poesías obscenas y números de teléfono pidiendo contactos. Un oscuro y corto pasillo se abre detrás de la puerta de madera. A la izquierda, un pequeño servicio, después una minúscula cocina de gas y al fondo un cuarto con una cama y una televisión que casi siempre está encendida. Por el suelo revistas y tebeos, en las paredes una decoración con un punto de coquetería femenina en los adornos, fotos y recuerdos.

Uno se pregunta si viviendo en este mundo tan cerrado, un pequeño apartamento inundado de personas, es posible preocuparse por lo que sucede en el mundo exterior. «Claro que me interesa --dice JR-- me gusta saber lo que pasa fuera de este mundo, en el país, en el resto del planeta. Yo estoy pendiente de todo y me preocupo por ello».

--¿Has pensado alguna vez en la felicidad, el matrimonio, todo eso?

--Desde pequeño nunca me gustó la idea del matrimonio, no me acuerdo por qué, pero era así, y luego he ido creciendo y siguiendo pensando lo mismo.

--Pero tú vives en pareja.

--Sí, pero no es lo mismo que estar casado. Crea los mismos problemas, es cierto, pero al menos tienes la ventaja de que se puede dejar cuando se quiere. Si me hubiera casado estaría divorciado al menos veinte veces.

--¿Crees en el futuro desde aquí, desde esta vida, desde esta casa, desde este barrio, desde este trabajo?

--Mira, yo lo he pasado mal, mal, muy mal... De pasar hambre y no poder comer, y dormir en una acequia que te despiertas por la mañana dándote el sol, cubierto de moscas y mosquitos y con las ratas alrededor, todo el día escondiéndome. Lo he pasado mal, sé que viví demasiado rápidamente mi vida y ahora, la verdad, no sé lo que espero. Sólo tengo la idea de que me sale una quiniela o la lotería y me hago millonario. Trabajando nadie sale de rico. Trabajo no hay, por otro lado; pero tampoco me gustaría estar aquí toda la vida, hay que coger el retiro, que así tampoco se vive bien. Aunque, la verdad, poco puedo esperar, sólo un golpe de suerte.

Una vida pequeña, en una casa pequeña y un barrio pequeño, con un trabajo que da para vivir y nada más, siempre entre la misma gente, hablando de lo mismo y haciendo los mismos gestos. JR, que a pesar de sus iniciales no se parece en nada al millonario de «Dallas», es más bien un personaje duro y tierno a la vez, como de una novela de Giovanni, con apariencia de tener un extraño sentido de la amistad y de la honradez, por extraño que pueda parecer a quienes piensan que las virtudes de los seres humanos están reservadas a quienes cumplen los mandamientos y las leyes divinas y humanas. «Para mí la ley es la ley, algo que hay que cumplir porque si no la vida sería una guerra a muerte. Claro, que hay cosas que no hacen mal a nadie...».

Mientras bajamos por la escalera se cruzan con nosotros dos soldados, se han desabrochado la camisa al comenzar a subir y ahora tienen ya aspecto de agotados. Quizás van en busca de algo de chocolate, quién sabe si les hará olvidar por unas horas que están lejos de casa.



Otros Retratos de Las Palmas: 





Historias de TVE

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Historias de la tele cuando la tele era una. 6 (1971)







Hacía tiempo que los gobernantes españoles, incluido el dictador, su más alta dignatura, estaban convencidos de que ese moderno medio de comunicación que era la televisión resultaba idóneo para el adoctrinamiento de los ciudadanos. Pero en 1971, Luis Carrero Blanco, que además de almirante, vicepresidente del Gobierno y uno de los pilares del régimen, era aficionado a emborronar papeles --lo que en 1947 le había sido reconocido otorgándole nada menos que el Premio Nacional de Literatura--, aprendió una cosa más sobre la televisión: que la mejor manera de adoctrinar era mediante el entretenimiento. Y se le ocurrió hacer una serie de ficción que reflejara los Principios Generales del Movimiento y ayudara a instalarnos en la cabeza de los españoles, dejándolos ahí, ya inamovibles para siempre.
           
Encabezados por la protocolaria, pero no menos impositiva frase, de “Yo, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España, consciente de mi responsabilidad ante Dios y ante la Historia”, Los Principios del Movimiento Nacional” fueron aprobados el 17 de mayo de 1958, pero se debió considera en 1971 que no eran lo suficientemente conocidos y había que promocionarlos con lo que acabó siendo “Crónicas de un pueblo”, uno de los productos televisivos de mayor éxito de ese año y los siguientes.
           
En el documento oficial quedaban claras unas cuantas cosas: que España constituía “una unidad de destino en lo universal”, que el hombre es “portador de valores eternos”, que es un “timbre de honor el acatamiento de la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa IglesiaCatólica, apostólica y Romana” y que los pivotes básicos de comunidad nacional eran “familia, municipio y sindicato”. ¡Ah! Y que estos principios resultaban “inmutables”.
           
La papeleta de convertir estos dogmas políticos en una serie televisiva inteligible, entretenida y atractiva para el público le tocó a Antonio Mercero, un joven profesional que ya había trabajado para TVE pero que abordaba con “Crónicas de un pueblo” su primer encargo de una serie continuada.

En colaboración con los guionistas Juan Farias y Juan Alarcón crearon una pequeña comunidad representativa de la totalidad de España y la colocaron en una ficticia Puebla Nueva del Rey Sancho, en realidad el pueblo madrileño de Santorcaz, que como consecuencia del éxito de la producción se convertiría durante unos años en sitio de peregrinación dominguera para los fans televisivos que ya comenzaban a existir en la época. La mayor parte de la serie, que se alargó hasta 1974, la dirigió el propio Mercero, aunque también se encargaron de algunos capítulos nombres que acabarían figurando en la historia del cine español como Miguel Picazo, Antonio Giménez Rico y Julio Coll.

Antonio Mercero y sus colaboradores supieron quitarle aspereza a los principios políticos que la serie debía transmitir, llenándola de personajes entrañables y creíbles en su obligatoria simplicidad, y de historias cotidianas y amables, que fueron reconocidas como propias por el espectador. En lo alto de los habitantes de Puebla Nueva del Rey Sancho estaban las fuerzas vivas de la localidad: El alcalde (Fernando Cebrián), el maestro (Emilio Rodríguez) y el cura (Francisco Vidal), todos ellos personajes de gran sensatez, bondad y entrega a su oficio, aunque no menos bonachones y bienintencionados fueran los representantes del pueblo de a pie: el conductor de la camioneta (Rafael Hernández), el cartero (Jesús Guzmán), el alguacil (Antonio Costafreda) y la boticaria (María Nevado).
           
Del enfrentamiento de estos dos mundos en un pueblo idílico lo mejor que podía salir era una obra costumbrista y simpática, que es lo que consiguió Merceroy lo que le dio la gran resonancia popular que alcanzó (se emitía en el mejor  horario: los domingos a las 10 de la noche), y lo que le valió el premio Ondas de 1972, aunque no a la mejor serie de ficción, sino, volviendo a la intención original del almirante, al mejor programa cultural.



Policías del terruño

Al igual que “Crónicas de un pueblo” resultó ser finalmente una serie costumbrista, también lo fue “Plinio”, que se estrenó igualmente en 1971, pese a las diferencias entre ambas. En 1968 el escritor, ensayista y periodista Francisco García Pavón, había publicado “El reinado de Witiza”, primera de una serie de novelas con las que introducía el género policial en España, al que supo darle una singular calidad de lenguaje. El éxito de público fue inmediato, así como el literario, que le permitió obtener en 1969 el premio Nadal con “Las hermanas coloradas”, otro título de la saga.
           
La conjunción de ambos éxitos, el popular y el crítico, llevó a la decisión de convertir las historias en una serie televisiva, a la que se quiso dotar de unas ciertas cualidades artísticas. Para ello, se encargó la adaptación a dos cineastas noveles, Antonio Giménez Rico, que la dirigió, y José Luis Garci, que escribió los guiones. Además, se ocupó de la fotografía un ya prestigioso profesional, José Luis Alcaine, y de la música Carmelo Bernaola, nombre clave en la composición contemporánea española.
           
Además del título de la serie, Plinio era también el nombre del personaje principal, sargento de la policía municipal del pueblo de Tomelloso (Ciudad Real), que contaba con una singular perspicacia para descubrir misteriosos sucesos, incluidos asesinatos, que resolvía empapándose del ambiente donde sucedía el crimen, en una buena muestra de Poirot y Maigret. Para ayudarle estaba don Lotario, el veterinario, siempre siguiendo a su mentor, cual Watson a Sherlock Holmes, dando testimonio de sus hazañas detectivescas. Las intrigas solían ser pequeñas, casi cotidianas, pero la solidez de los personajes y el reflejo del ambiente provinciano fueron buenas bazas para el éxito. Otro de los aciertos de “Plinio” fue la elección del reparto, que encabezaba Antonio Casal, un veterano galán humorístico del cine patrio, y contaba con el cómico Alfonso del Real, haciendo de fiel acompañante, y otros intérpretes tan sólidos como María Isbert o Antonio Gamero.

              
1971 fue un año importante para las producciones de ficción de TVE, que también estrenó, dentro del espacio “Novela”, la adaptación que Pedro Amalio López realizó de “Los tres Mosqueteros”, la popularísima novela que Alejandro Dumas, hijo, había publicado como folletón periodístico en 1844 y que desde entonces se había convertido en una novela universal. O en varias, porque aún escribió dos secuelas. “20 años después” y “El Vizconde de Bragelonne”.

Desde el momento en que se publicó “Los tres mosqueteros” obtuvo un éxito extraordinario, que con la llegada del cine supo ser aprovechado en numerosas películas, empezando por la muda que Fred Niblo dirigió en 1921 y acabando por la Stephen Herek de 1993. Incluso mereció una serie de dibujos animados y en 1942 la parodió Cantinflas en un filme desternillante. Con la producción sólida e impecable que caracterizaba las entregas de “Novela”, “Los tres mosqueteros” de Pedro Amalio López contó, en los 12 capítulos de media hora que compusieron la versión televisiva, las caballerosas aventuras de los tres espadachines, que en realidad eran cuatro, y sus mil intrigas y batallas contra el cardenal Richelieu. Sancho Gracia, que comenzaba a despuntar, dio vida a D’Artagnan, mientras que Víctor Valverde, Joaquín Cardona y Ernesto Aura se repartieron a sus compañeros Athos, Porthos y Aramis.





NACEN LOS ESTUDIOS CRÍTICOS

Las revistas populares se adelantaron a los intelectuales en darle a la televisión la importancia que tenía, y las publicaciones que entonces aún no se llamaban “del corazón” prestaron atención a los nuevos ídolos, contando sus vidas y sus intimidades, antes de que los especialistas empezaran a analizar el significado del nuevo medio.

En 1971, el crítico del diario barcelonés El Diario Universal y autor teatral, José María Rodríguez Méndez, publicó “Los teleadictos”, primera aproximación teórica a la televisión en general y a la española en particular. Ninguna de las dos salía bien librada, pero era especialmente crítico con TVE, de la que decía que reflejaba “una España oficial, de cuya imagen bonancible y triunfalista se ha eliminado todos rastro de realidad cotidiana. Si a ello añadimos la sistemática exclusión de nuestra pequeña pantalla de determinados cantantes, escritores, poetas, pintores o personalidades políticas, habrá que concluir que en las presentes condiciones ni tenemos ni es fácil que tengamos por el momento una televisión para todos los españoles”.

Le siguieron en este análisis negativo varios autores en un especial de la revista Cuadernos Para el Diálogo de este mismo 1971 y el “Libro gris de Televisión Española”, que Manuel Vázquez Montalbán editaría ya en 1973.
















             

Panfletos...

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PEDRO J, BÁRCENAS Y LA ÉTICA PERIODÍSTICA

El entrevistador, cómplice en el chantaje del chantejador






La entrevista de Pedro José Ramírez, maestro de periodistas, con Luis Bárcenas, maestro de mafiosos, es sin duda eso que se llama un autentico scoop, una exclusiva, un bombazo, un negociazo cojonudo. ¿Pero que supone periodísticamente? No me cabe duda: un ejemplo paradigmático del periodismo interesado, mercantilista, tramposo y profundamente deshonesto. Intentaré explicarme, porque no se pueden decir cosas tales de tal maestro sin que, al menos, medie algún argumento, aunque sea tan pobre como el que yo pueda pergeñar.

La entrevista se realizó días antes de entrar Bárcenas en prisión para publicar cuando el propio les diera su consentimiento. Es decir, constituye no tanto una entrevista periodística sino una pieza más en la estrategia de presionar al PP y al Gobierno para que intervenga la justicia en el sentido que Bárcenas desee; bien evitando el ingreso en prisión de su santa esposa, bien garantizándole a él una pena menor --puesto que a otra cosa no puede aspirar-- a cuya finalización pueda recuperar la mayor parte posible de su Palé internacional. O las tres cosas y más, que con personaje de tal soberbia y sentido de su inmunidad se puede suponer cualquier barbaridad.

Me preguntó, y creo que es pertinente, ¿Qué hubiera sucedido de no entrar Bárcenas en la cárcel o si hubiera llegado al pacto con sus compinches en estos días entre la charla y la publicación? ¿Alguien piensa que el señor Ramírez hubiera pasado la entrevista por la rotativa? Me niego a creerlo, por mucho que callar supusiera ser conocedor, y callar, no sólo de un delito, sino de una conspiración política contra los ciudadanos, lo que no estaría que digamos muy acorde con ningún tipo de ética periodística. Ni siquiera la de Pedro J.

Pero pongámonos en otra. Supongamos que el brazo político de la banda (el PP; el económico serían los empresarios y Bárcenas el capo que mueve los hilos) cae en el chantaje y consigue para el alpinista la cuerda que le saque de la cárcel o suba hasta su ventana cualquier otra condición que haya exigido. A lo que se puede ver en la entrevista no parece que haya constancia grabada de ella, ni hay entrecomillados de frases textuales. ¿Habrá que suponer que ha sido tan sólo una conversación al aire libre, como las de Smiley con sus traidores del KGB? Si ha sido así, el periodista (o lo que sea) se  puede quedar con el culo al aire. ¿Si Bárcenas fue capaz de negar su propia letra, no lo será de negar sus palabras al viento? Pedro J ha vendido su ética por un plato de lentejas aunque el que pueda acabar vendido al final sea todo él.

Si no fuera el chantaje compartido que digo. Si en realidad se tratará de un picotazo del virus de la verdad en el cerebro de Bárcenas lo que le ha llevado a una sincera confesión de sus delitos, la entrevista sería gratuita y no tendría sentido. Le hubiera bastado al contable con denunciar ante el juez sus delitos y delatar a sus cómplices o jefes (que es práctica que en sí me da repelús, pero que aquí celebraría), aportar las pruebas físicas con las que cuente y dejar que actúe la justicia, que, por cierto, en este caso hasta podía ser generosa con él sin menoscabo de su función.

Dado que lo he leído en EL MUNDO, no puedo menos que pensar que el chantajeador tiene ya un cómplice en su chantaje.

Que un rayo fulmine a chantajeados y chantajeadores.

Cuanto más conozco a algunos periodistas menos periodista me siento.




PD.- Lo mejor, la ilustración de Ricardo. No se sabe si está tirando de la manta, si está tirando la manta o si está haciendo con ellas señales para negociar con las tropas del General Santana que rodean El Álamo. 

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Carlos Cano por los caminos de la copla.







Resulta curioso cómo en la segunda mitad de los años 80, durante mi etapa de colaborar en el país, fui testigo tanto de la crisis de la canción de autor, que a tantos arrastró o al menos zarandeó, como del asalto a los cielos de alguno de ellos. Fue el caso de Carlos Cano, que también por esos años efectuó su acercamiento definitivo a la copla como género expresivo. Tuve la ocasión de contarlo en algunos artículos que reproduzco.





Carlos Cano, la copla y el canto

Colegio Mayor San Juan Evangelista. Madrid, 16 y 17 de marzo.

EL PAÍS. 18 MAR 1984

Como cerrando un círculo vital y artístico, Carlos Cano se presentó en el colegio mayor San Juan Evangelista, local en el que dio su primer recital madrileño, hace casi 10 años, y que sigue empeñado en demostrar, con justeza, que la música es sólo buena o mala, al margen de estilos o modas más o menos coyunturales. La actuación fue básicamente un recorrido por toda su producción de canciones, estructurado con justo equilibrio entre sus dos preocupaciones estéticas fundamentales. Hay en la obra de Carlos Cano dos líneas de trabajo que están presentes ya en su primer disco (A duras penas), y que tienen su más perfecta expresión en sus trabajos A la luz de los cantares y Crónicas granadinas. Por una parte, un intento de recuperar las raíces de la tonadilla andaluza, reivindicando un tipo de música no por denostada menos valiosa, camino en el que el cantante granadino ha conseguido demostrar que es inimitable por la frescura, la vitalidad y la gracia de temas como El Salustiano, La murga de los currelantes o La rumba del Pai Pai, entre otras. Por distinto camino, Carlos Cano ha investigado en las raíces arábigo-andaluzas de la música de su tierra, en su sensibilidad, en su finura estilística, aunque a veces en este terreno sus canciones se internen por vías más conceptuales, menos directas, con irregular resultado.

En este recital mezcló ambas corrientes, logrando una muestra equilibrada, fresca y profunda a un tiempo de su trabajo. A partir de un magnífico comienzo con Viva la gracia, un tema de su primer disco que tocó a dos guitarras, para incorporar luego al resto del grupo interpretando temas clásicos y modernos de su repertorio, desde Verde, blanca y verde, una canción que podría haberse convertido en himno de Andalucía si el formalismo no siguiera primando en las instituciones autonómicas, hasta el Tango de las madres locas, en el que plantea el drama de los desaparecidos argentinos, que ha grabado en su reciente y último álbum.

Han pasado casi 15 años desde que Carlos Cano inició, con Antonio Mata, Enrique Moratalla, el poeta Juan de Loxa y otros, la aventura del Manifiesto Canción del Sur, movimiento que intentó la creación de una canción andaluza que huyera del tópico y el lugar común.

La mayoría de aquellos cantantes ya han desaparecido como tales, comidos por las dificultades, el olvido y el tiempo. De todas maneras, el que Carlos Cano siga profundizando en aquellas raíces y luchando por dar una madurez cada vez mayor a sus composiciones es la prueba palpable de que el esfuerzo no fue en vano. Estos recitales del San Juan Evangelista han venido a corroborarlo.




EL PAÍS. 1986

E1 interés por la copla y la tonadilla está presente en la obra de Carlos Cano desde el principio, desde las ya lejanas Verde y blanca o La miseria de su primer disco (1976). Con el tiempo, ese interés se ha ampliado y estilizado. A través del olvido, su reciente trabajo discográfico, igual que el anterior, Cuaderno de coplas, es un buen ejemplo de esa profundizaron en la copla y su estética que plantea el cantautor granadino.

Hasta ahora, las canciones en las que Carlos Cano incursionaba por los caminos de la tonadilla y similares parecían reservadas a la temática cívica, con un fuerte acento satírico y crítico. Desde los homenajes a Emilio el Moro y, sobre todo, a Rafael de León que se incluían en su anterior disco quedaba abierto el camino para estas canciones de ahora, de tono amoroso, en las que la copla no es sólo la tradición reivindicada del Bizco Amate y otros cantores populares, sepultados por el estereotipo coplero exhibido desde los escenarios en tiempos de dictadura, sino la recuperación de un lenguaje artístico integral. Lenguaje que si se quiere recuperar dignamente es preciso renovar, tarea en la que anda metido con brillantez Carlos Cano, bien lejos de los estériles mimetismos de quienes se declaran artistas continuadores de copleros y tonadilleras.

Gualberto García, nombre mítico de los orígenes del rock español y músico de sólida formación e inspiración probada, es el arreglista que Carlos Cano ha estado buscando durante años y que al fin ha encontrado.






 EL PAÍS. 6 DICIEMBRE 1986

Hacía tres años que Carlos Cano no actuaba en un teatro madrileño, y salió a escena con ganas de dejar bien sentado cuál es su puesto. El cantautor demostró un dominio sobre el escenario que ha ido afirmando en estos últimos años, tocó con un grupo de músicos sólidos, especialmente el guitarrista Gaspar Payá y el pianista Horacio Icasto, pasó lista a Gerald Brennan y Emilio el Moro, a Ocaña y Pericón de Cádiz, al amor y a la emigración, a Felipe y la OTAN. La aparición del Coro del Callejón de los Negros, completa antología de los mejores Al Jolson granadinos, añadió un toque de color que tiene más de homenaje que de necesidad musical.

El desafío normal que se plantea hoy día a un cantante es cómo rodear sus canciones de los aditamentos necesarios para que sean éxitos.

Hay todavía otro desafío que, aunque abunde poco, se da todavía entre ciertos músicos y cantantes: el de buscar un lenguaje musical propio con que expresar su personal mundo de vivencias. Carlos Cano se ha planteado este último desafío, que tampoco excluye al primero, y los resultados saltan a la vista claramente.

Carlos Cano es un cantautor hondo que, curiosamente, se vuelve más hondo cuanto más utiliza las formas musicales supuestamente fáciles y tópicas de la copla. Durante años su obra ha venido balanceándose entre dos opciones estéticas: la asunción y revitalización de la copla y una labor de cantautor más al uso. Con el tiempo ha decantado su estilo hacia la copla como síntesis de todo su trabajo anterior.

La copla -género tan excelso como infame, como todos, según quién y cuándo lo haya practicado- no es para Carlos Cano un modelo a imitar, es un mundo en el que sumergirse para escribir canciones con las que cuenta lo que le pasa y lo que ve pasar a su alrededor. Son las suyas coplas-crónica y coplas-crítica, coplas líricas y satíricas, tiernas y punzantes, pegadizas y hondas. Coplas, naturalmente, heterodoxas, porque si el plagio no es permisible si no va precedido del asesinato, la práctica de un arte de género no debería permitirse si no se rompe el género en mil pedazos.

Y lo que resulta verdad es que, si bien en este viaje iniciático por las venas de la copla a que se ha lanzado Carlos Cano quedan todavía kilómetros que recorrer, muchos para que los recorra un artista solo, el trabajo realizado por el cantautor granadino debería implicar al menos que ya no quedara sitio para coplas tópicas y vulgares, tonadilleras estereotipadas y cupletistas de luna y toro.








EL PAÍS. 28 SEPTIEMBRE 1987

Hasta 1985 (fecha de edición de su álbum Cuaderno de coplas), la obra de Carlos Cano se había debatido entre dos polos bien diferenciados. Por un lado, la reivindicación de las formas populares de la copla andaluza como material artístico, al que dio fuerte contenido de crítica social; por otro lado, el trabajo sobre formas cultas, normalmente de carácter más lírico, con fuertes influencias de la canción de autor europea y de las raíces musicales arábigo-andaluzas. A partir de esa fecha, el cantautor granadino se ha volcado apasionadamente hacia la copla, en una acertada síntesis de sus preocupaciones anteriores. A través del olvido (1986) y el reciente Quédate con la copla completan la trilogía en la que Carlos Cano ha profundizado y decantado su personal manera de sentir y expresar la copla andaluza, discos a los que perteneció la abrumadora mayoría de las canciones que interpretó en el recital.

Las composiciones recientes de Carlos Cano han dejado a un lado su inmediato carácter testimonial o reivindicativo, se han hecho más personales e intimistas, han perdido hierro y ganado intensidad. Liberado de la no escrita exigencia de que el contenido lírico justificara la forma musical utilizada -la copla, considerada hasta hace bien poco como algo chabacano, insustancial y franquista-, Carlos Cano ha encontrado también el vehículo musical idóneo para expresar su indudable capacidad lírica. Sus nuevas coplas aúnan con justeza lo culto y lo popular, las frecuentes citas y dedicatorias y la rica imaginería poética con la métrica y los ritmos de la murga, el pasodoble o la habanera. Son canciones de un fuerte poder evocador, por las que pasan las calles, los campos, las sensaciones y los mitos de la infancia para componer un mundo expresivo, actual y vivo. Tiene Carlos Cano una excelente voz que sabe quebrarse en el giro popular, y sólo un cierto descoloque en el escenario, con gestos y arranques que no se sabe muy bien si son desmarques de la situación o cierta timidez ante un tipo comunicación más populista que el habitual en él, cargaron de una cierta ambigüedad teatral su puesta en escena.

Carlos Cano ha iniciado con estos recitales una evidente toma del palacio de invierno del éxito. La profusión de invitados y famosos, el local elegido y el repertorio interpretado así parecen indicarlo.






Una canción con...

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Una canción con Antonio Resines para Ricardo Solfa y Javier Batanero






Pocos conocerán, estoy seguro, el dúo que formaron Ricardo Solfa y Javier Batanero, tan distintos entre sí, interpretando esta canción de Antonio Resines y mía, tan diferente a sus repertorios habituales. Aunque la protagonista de esta nota sea la canción, quizás sea conveniente dar algunas pistas sobre ella, dado que nunca se ha publicado y que formó parte de la banda sonora de un programa televisivo.

A las ocho de la tarde del viernes 27 de septiembre de 1991, como si de la botadura del Titanic se tratase, la segunda cadena de TVE estrenó el primer capítulo de la serie “España en Solfa”, en la que habíamos estado trabajando durante al menos dos años Herminia Bevia, Antonio Resines y yo mismo. La idea primera había sido de Ángel Luis Ramírez, a la sazón director de musicales de TVE, que aprovechando que iba a acabar la emisión de “La Buena Música/Más o menos nuestro”, que veníamos dirigiendo los tocayos, nos pidió una idea para una serie documental que historiara la música popular española.

Creo que fue saliendo aquel mismo día de Prado del Rey cuando se nos ocurrió el posible presentador, Ricardo Solfa, y el título, España en Solfa, aunque francamente no recuerdo qué fue antes, si el huevo o la gallina. Pero como las pelotas que primero tocan los tocapelotas son las propias, a la hora de pensar lo que queríamos hacer nos metimos en tal lío que nos tuvo casi dos años en el empeño. Creo que no salimos mal del todo de él, pero nos llevó una cantidad de trabajo del copón, con el consiguiente consumo de neuronas que acabaron en nada. También elegimos firmar con el seudónimo colectivo de La Bestia del Lago, que eran muchos nombres y funciones para un sólo cartel.

No nos apetecía hacer el típico documental con voz en off, entrevistas, declaraciones y actuaciones. Aparte de que ya estaba muy visto, es que el modelo nos aburría bastante, y teniendo en cuenta que no éramos habituales del medio, pretendíamos divertirnos y aprender un poco. En el programa anterior ya habíamos intentado explorar las posibilidades “narrativas” de las propias canciones (Podéis ver aquí como nos salió el intento con Luis Pastor), así que ahora nos planteamos introducir en cada capítulo una leve historia de ficción, en principio relacionada con el tema a tratar, que alegrara la cosa (o, si nos ponemos “estupendos”, que ofreciera una interpretación metafórica o ilustrativa del género correspondiente). También nos propusimos que todos los papeles “dramáticos” fueran interpretados por cantantes o músicos, lo que hizo que el programa contará con una larga lista de colaboradores, algunos de los cuales aparecen en los recortes de prensa que se reproducen al final. Un follón, vamos, que en unos capítulos nos quedó mejor y en otros peor.


Uno de los episodios que personalmente me parece que no quedó mal del todo fue el correspondiente a la música de la guerra civil, al que pertenece la canción de hoy.

Partiendo de la idea de que las canciones de la guerra civil fueron las últimas que se transmitieron por el sistema folklórico tradicional del boca-oído, pensamos que los protagonistas bien podían ser un ciego y su lazarillo, que con sus pliegos de cordel y su guitarra desafinada a cuestas simulaban realizar un doble viaje: geográfico, de Madrid a Francia, y temporal, del presente al pasado. A lo largo del camino, mientras cantaban sus coplas en plazas y tabernas, se encontraban desde con un pregonero pueblerino con trompetilla, que tenía la cara de José Antonio Labordeta, hasta con el periodista Ricardo Cantalapiedra (que hablaba de la canción comercial de la guerra), el folklorista Luis Díaz de Viana, que analizaba las canciones de guerra, y el novelista Manuel Andujar, que comentaba esas mismas composiciones desde la propia experiencia de haberlas oído y cantado en su momento. Ni que decir que el ciego era Solfa y para el lazarillo no pensamos que pudiera haber otro que mejor diera el punto de golfería necesaria que Javier Batanero.

Y llega la canción. Naturalmente hacía falta dar algunos apuntes sobre la propia guerra, y decidimos no hacerlo a través de una voz en off que relatara la historia de la contienda, sino con algunas canciones que le dieran a esas partes un tono más lírico que documental, que contrastaría con las imágenes estrictamente reales que las acompañaban. Salieron unas 15 minutos de canciones para cuya grabación contamos con la ayuda, cantando, de Luis Pastor y Vainica Doble, aparte del propio Resines, que también hizo los arreglos y tocó junto a Judas Sanz, Juan Alberto Arteche y Miguel Ángel Chastang.

De aquella banda sonora he elegido “La Caída”, que habla de la pérdida de la guerra y el camino al exilio, que Ricardo Solfa y Javier Batanero cantaron de manera a mi entender magistral y emocionante. He recuperado las canciones, pero no las imágenes, por lo que le he puesto unas cuantas y excelentes fotos de Robert Capa, quizás quien mejor narró en imágenes aquel éxodo.




Para situar la canción y el programa, le podéis echar un vistazo a los primeros minutos del capítulo, que he recuperado y que os darán una idea del ciego y su lazarillo, del cartelón que les pinto Pedro Arjona y de la manera en que entraban las partes de documental musical.



Resulta que ya había colgado por aquí una de las canciones del programa, la que cantaban Vainica Doble.


Y para finiquitar el asunto, reproduzco algunos recortes de periódicos (El País, El Mundo, Diario 16 y El Independiente), que hay que decir que se portaron estupendamente con el programa. Habría que ver si hoy en día hubiera ocasión de hacer un espacio similar si obtendría la misma atención de los medios.









MÚSICA DE EEUU

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Umbral de la memoria. Poemas


Al volver a Madrid tras mi estancia canaria, ya adquirida la doble nacionalidad godo-canariona, le pasé a Labordeta unos versicos que había publicado al otro lado del mar. Debieron gustarle, porque me preguntó si tenía alguna otra cosa inédita. “¡Cómo no! maestro”, debí contestarle así como de refilón, como si aquello no fuera conmigo. Salí corriendo hacia casa, abrí el cajón de las sorpresas y dejando unos días entre medias, para que no evidenciar la ansiedad, le mandé un proyecto de libro al que ya le empezaban a amarillear la letra. Seleccionó una de sus partes, que acabó publicada, en 1984 u 85, en GALERADAS, el suplemento literario de la revista aragonesa ANDALÁN, una publicación histórica de la prensa española que durante años había levantado la bandera de la libertad, el aragonesismo y la democracia en una España que no estaba para gaitas. El recuerdo de la generosidad de José Antonio es lo que más me conmueve. No sólo facilitó la publicación de los poemas, sino que los introdujo con el texto de la primera página. Lo firmó como Lamberto Palacios porque, como en otros momentos de su vida, estaba enfadado con la cerrilidad que detectaba en Zaragoza, la ciudad que tanto amaba y que a menudo le irritó tanto, lo que le había llevado a un exilio metafórico y firmaba con seudónimo sus escritos. Como creo que se pueden leer bien las imágenes, me limito a reproducirlas. Las fotos son estupendas.

Como entiendo que leer poemas o similares aquí es complicado, os dejo aquí el enlace para descargarlo en pdf, guardarlo y echarle un vista en momento más propicio.





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Retrato de Vallecas en 1984 a propósito de su batalla naval






La batalla naval de Vallecas, que es algo más que una juerga pasada por agua, se viene celebrando oficialmente desde 1982 y mañana volverá a repetirse. En 1984, cuando aún no hacía un año que había regresado a Madrid desde Las Palmas estaba en ese momento de fuerza pujante que supone siempre el nacimiento de las tradiciones, aproveché para realizar una especie de retrato del barrio que se publicó en la sección de Madrid de EL PAÍS. Hoy, 29 años después igual sería ocasión de volver y comprobar qué queda de aquel ayer.






Al norte limita con la carretera de Valencia; al sur, con el parque de Entrevías; al este el cerro de la Vaca, y la M-30 al oeste. Tiene un Gayo y un Rayo, una calle Principal y una plaza Vieja, una historia que lleva hasta el Cuaternario y cientos de miles de emigrantes que en sucesivas oleadas se han ido incorporando a una comunidad ciudadana compleja, contradictoria, difícil y al mismo tiempo extravertida, amable y acogedora. Hay problemas de infraestructura, cultura, sanidad, enseñanza y tantos otros. Edificios modernos que se agrupan en colonias nuevas y reminiscentes chabolas, restos de un pasado sudado día a día.

"¿Soy mano? Envido. ¿Quieres? No. Veo. También. Tres a los pares. No, tampoco. Al punto, tres". Son las primeras horas de la tarde. En la plaza Vieja, el centro del casco antiguo, Pilar y Paloma juegan una partida de mus contra Miguel y Josema. Las conversaciones del Bahón --una de las tabernas vallecanas con solera, que aún conserva su viejo mostrador de estaño fundido de 1919-- toman ese tono entre apasionado y apático del café de sobremesa: "No ha variado mucho la gente que pasa por aquí", dice don Rafael, el dueño, mientras sirve un carajillo. "Vienen chavales nuevos y gente que lleva 40 años apareciendo por el local. Antes había otro ambiente más tranquilo, aunque ahora tampoco hay mucho jaleo".

En general, jóvenes y mayores reconocen que la delincuencia o el consumo de drogas son un problema, pero están en desacuerdo con ese extraño mito que hace de Vallecas casi una ciudad sin ley. Fernando tiene 24 años. Nacido en Chamberí, se trasladó a Vallecas cuando tenía 17, y sabe que el enfrentamiento generacional es importante, aunque no tanto como se dice: "Los viejos y los jóvenes, en Vallecas como en cualquier otro sitio, son dos cosas muy distintas. Entre los que le dieron al barrio fama de rojo y los jóvenes de hoy, que en muchos casos son sus hijos, hay una distancia enorme. Ahora se vive una realidad distinta y se reacciona de otra forma. Hay muchos chavales de 15 o 16 años que están en la calle, que se drogan y viven de eso, cuyos padres lucharon en fas asociaciones de vecinos".

Un barrio con un fracaso escolar --que realmente no puede llamarse así cuando se alcanzan esas cifras-- del 40% en EGB, del 60% en BUP y del 85% en formación profesional, tiene que tener jóvenes conflictivos y no precisamente por la lucha generacional. La falta de cultura, la insuficiencia de una infraestructura escolar que hace aguas por todas partes, el paro y la lucha por la supervivencia han conducido a los jóvenes a pasar de todo y a enfrentarse a un futuro incierto y poco seguro.

Fernando, que además de ser objetor de conciencia se dedica a trabajar con niños en el Centro Cívico Escultor Alberto, dependiente del ayuntamiento, advierte el nacimiento de actitudes que casan poco con la realidad del barrio: "Está aumentando el número de fachas, y no tanto porque se organicen, sino por la actitud que toman. Un poco por llevar la contraria y un poco porque les da vergüenza su origen, declararse de Vallecas".

Paloma, vallecana de pro, rondando la treintena, reconoce también que las cosas han cambiado desde que participaba en clubes juveniles donde se hacía labor so cial o política de oposición: "Ahora los chavales jóvenes se dedican a la calle. Hay una edad en que hay que ser héroes, y de la misma manera que nosotros cumplíamos poniendo pancartas o participando en manifestaciones, ahora ese heroísmo se vive de otra manera. Es más fácil ir en pandilla, estar en el bar o la bodega, hacerse la calle, aunque sea peligrosamente pasando costo o dando un tirón. El asociacionismo juvenil ha bajado mucho en Vallecas, pero lo mismo sucede en todas partes".

Las asociaciones juveniles han cubierto una parte importante de la historia reciente de Vallecas. En ellas se fueron reuniendo los hijos de los emigrantes que había ido llegando a lo largo de los años cincuenta y sesenta, cuando el construir una chabola en una noche era no sólo un desafío al tiempo, sino la única posibilidad de tener un techo para dormir. Nacieron de las parroquias regidas por curas jóvenes de barrios como Sandi, Palomeras, el Pozo --donde el padre Llanos había comenzado su labor años antes--, Entrevías o Portazgo. Allí, muchas veces en un piso abierto a todo el mundo, en un barracón o en una casa baja, se juntaban los jóvenes para discutir los problemas laborales que vivían como aprendices de cualquier oficio. "Me acuerdo", cuenta Luis, que llegó a Vallecas a los 10 años procedente de Extremadura y hoy es el cantante más representativo del barrio, "del papel que jugó Julio Pinillos, junto a otros curas, en las misas que organizaban los domingos a la una de la tarde en la colonia Sandi. Allí se leían las noticias laborales de la Prensa, se enfocaba la realidad desde un punto de vista distinto, se discutía bajo un prisma sociocultural lo que pasaba".

En los clubes de jóvenes y en las asociaciones de vecinos trabajaron los partidos políticos y las organizaciones sindicales, que en Vallecas tenían completo el catálogo de siglas. Desde las Juventudes Obreras Católicas (JOC) hasta el PCE, desde la Unión Sindical Obrera (USO) a Comisiones Obreras, desde el Partido de los Trabajadores (PTE) a la OPI (oposición interna al PCE). Militantes de izquierda cristiana, de izquierda marxista, de extrema izquierda, que lucharon contra el plan parcial o se solidarizaron con huelgas y despedidos. También en los clubes se despertaron las inquietudes culturales de tantos jóvenes, se organizaron charlas, recitales, representaciones teatrales y proyecciones cinematográficas. Se intentó suplir las deficiencias de una población que crecía a pasos agigantados en las peores condiciones. Crecimiento que ha convertido a Vallecas en una inmensa amalgama de orígenes y destinos, que ha transformado en un conglomerado de colonias y barrios el viejo núcleo del Vallecas tradicional, que algunos siguen reivindicando como el único y verdadero.

"Vallecas siempre será el Puente, desde el metro hasta un poco antes del campo del Rayo", dice don José Luis, que, rondando los 60 años, sigue llevando una de las dos freidurías de gallinejas que quedan en Vallecas, otro negocio a punto de extinguirse. "Y no porque no gusten", aclara doña María, su mujer, "sino porque ya son muy caras". Las gallinejas, que han sido siempre la comida del pobre, se han puesto tan caras como las chuletas. Hace 20 años se comía una gallineja por 30 céntimos, y ahora cuesta 75 pesetas. Su marido confirma que todo está más caro, desde las contribuciones al carbón, y ve en ello un síntoma de la transformación del barrio: "El Vallecas de antes se murió, ha desaparecido totalmente". Pero también se ha creado un nuevo Vallecas, en el que conviven generaciones distintas, profesiones dispares e intereses contrapuestos.

Colmenas dormitorio y restos de barrios de chabolas o casas bajas, comercios familiares y almacenes modernos, tascas entrañables donde se sirve el vermú con grifo antiguo y cafeterías de café y tostada. Viejos que todavía guardan en la cara el recuerdo de los surcos de Extremadura, Andalucía o Castilla y jóvenes que salen en tromba del autobús para entrar en el metro y dirigirse, los domingos a las cinco de la tarde, a bailar a las discotecas de la calle de Orense, bien lejos de los límites fronterizos del barrio. Apasionados del Rayo Vallecano y rockeros de cuero y cadenas. Parados, drogotas, jubilados, tenderos, empleados de banca o mecánicos. Los Chunguitos, que hacen en sus rumbas modernas un retrato vivido, aunque quizá inconsciente, de las chabolas gitanas que, como aviso para navegantes, miran, desde la cercanía del puente de los Tres Ojos, el embudo de la M-30.

Es Vallecas, una ciudad dentro de otra, 400.000 personas formando parte de cuatro millones. Un barrio que, pese a todos los cambios, sigue diciendo en la manifestación anti-OTAN que "si España entra en la OTAN, Vallecas se va de España".


Como todo pueblo que se precie, el vallecano se remonta en la historia a la noche de los tiempos. Restos de vida humana del Cuaternario se han encontrado en el cerro Almodóvar, junto a lo que ahora es el pueblo de Vallecas, frente a la colonia de Santa Eugenia, y por allí dejaron también su huella celtíberos, visigodos y árabes, uno de los cuales, un noble apellidado Kas, dio su primer y remoto nombre al barrio cuando comenzó a llamársele Valle del Kas.

En 1370, durante el reinado de Enrique II, el límite de Madrid se estableció en el arroyo del Abroñigal, hoy Puente de Vallecas, y desde entonces todo ha sido crecer. Dedicada a tahona de la capital, tal condición quedó fijada por Lope de Vega en su Villana de Vallecas, a cuya protagonista otorgó tan noble oficio, aunque panaderos y panaderas fueran descendiendo, paulatinamente, entre su población.

En los últimos años del siglo XIX comenzó a ser Vallecas el lugar de asentamiento de oleadas de emigrantes que acudían a trabajar en industrias y servicios de Madrid, y aunque en 1900 no pasara de ser un pueblo unido a la ciudad por la carretera de Valencia, con una población de 10.141 habitantes, el crecimiento habría de ser vertiginoso hasta alcanzar los casi 400.000 de hoy.

Con la inauguración de la primera línea del metro, que hizo Alfonso XIII en 1919 para unir el Puente con el centro, las distancias se acortaron y el crecimiento se incrementó. El final de la guerra convirtió Madrid en una ciudad necesitada de nuevas zonas de expansión, y Vallecas apareció como el sitio ideal. Los emigrantes se amontonaron en chabolas, construidas a toda velocidad en noches de desasosiego a la espera del guardia municipal, que no debía presentarse antes de haber puesto el techo. En 1950 tenía 56.532 habitantes, y en 1970 alcanzo ya los 222.602, convirtiéndose en la zona de mayor recepción de emigrantes de Madrid: el 25% del total.

Conflictivos planes parciales y de ordenación urbana movieron la oposición de los vallecanos, que luchan contra ellos en los setenta, convirtiéndose en un barrio puntero en las luchas sociales y el asociacionismo ciudadano. Hoy todavía no ha desaparecido totalmente el chabolismo, y los problemas urbanos son acuciantes. Los ayuntamientos democráticos han ido solucionando algunas cosas, aunque el ritmo siga siendo demasiado lento, en opinión de los vecinos.





Aunque el lunes, día 16, todavía haya misa, procesión, baile y fuegos artificiales, las jornadas festivas del Carmen en Vallecas alcanzan su día grande y despedida hoy, domingo. A las nueve de la noche, cuando el calor del sol haya dejado de ser bochornoso, en la plaza Vieja, la Orquesta Versalles hará las delicias de jóvenes y veteranos calentando el cuerpo para la actuación marchosa de la noche, que tendrá lugar en la calle del Payaso Fofo, junto al estadio del Rayo Vallecano. Allí, la Orquesta Mondragón, con Javier Gurruchaga al frente, dará un concierto rockero que se anuncia multitudinario, dado el carácter gratuito del acontecimiento y la afluencia de público que han tenido los actos del resto de la semana.

Antes, a las 18.30 horas, la plaza Vieja, el bulevar y la avenida de la Albufera serán escenario del más insólito de los actos festivos: la batalla naval, que se proclama como "defensa en barco y lancha de la marítima reivindicación del puerto de mar para Vallecas". El año pasado se inauguró el puerto, y éste año, ante los ataques indiscriminados de calores, invasores y burócratas, Vallecas se defenderá enérgicamente a manguera partida.



Programa de actividades 
domingo 14 de julio
 2013 
14h. Paella en la Plaza Vieja (Pz. de Puerto Rubio).
Imprescindible adquirir previamente bono paella de 6€ (incluye paella, pan y bebida).
16h30. Batalla Naval. Lectura del pregón a cargo del presidente de honor en el Bulevar (c/Peña Gorbea) y a continuación salida de charangas, carrozas, mariner@s, cofrades y vecin@s hacia la "Zona Húmeda". El recorrido será: c/ Puerto Alto, c/ Martínez de la Riva, c/Monte Perdido, c/ Arroyo del Olivar y final en c/ Payaso Fofó.
19h-21h Conciertos y Raves (calle Payaso Fofó) Para dar continuidad a la Batalla Naval una vez que el agua de los camiones cistrna haya desaparecido  contamos con dos eventos musicales en el mismo escenario de la batalla.
● Una Rave organizada por el colectivo EL HANGAR y otra por el Club Los Amigos (CLA).
● Tres conciertos organizados por los locales de ensayo JACKS ON THE ROCKS. Actuarán ESTURIÓN, EL SOMBRERO DEL ABUELO Y PAÑA RADISTATION.
22h.Concierto en las Fiestas de la Karmela 
(Plaza del Nica, c/ Arroyo del Olivar 79)

HISTORIA DE TVE

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Historias de la tele cuando la tele era una. 7 (1972)






El sábado 24 de abril de 1972, a las 23.30 h de la noche, tras la preceptiva charla religiosa de monseñor Guerra Campos, martillo de herejes y guardián de las esencias, las pantallas de los televisores españoles se vieron asaltadas por unas calabazas con chistera y bastón que bailaban al son de una musiquilla pegadiza.

Chicho Ibáñez Serrador, que había hecho temblar a los españoles con sus "Historias para no dormir", llegaba ahora dispuesto a divertirles. Ya lo había conseguido cuatro años antes con "Historias de la frivolidad", de la que descendía directamente el nuevo "Un, dos, tres, responda otra vez" que aquella noche se estrenaba, sólo que ahora no se trataba ya de una comedia satírica musical, sino de un concurso. El padre de todos los concursos.

Desde el nacimiento de la televisión comercial, el concurso había sido el género por excelencia del nuevo medio, y hasta la aparición del “Un, dos. tres...” de Chicho se habían circunscrito a tres modelos bien definidos, Estaban, en primer lugar los concursos de preguntas y respuestas. Los había también en los que los participantes debían superar pruebas físicas. Y por último, estaban aquéllos en los que el factor esencial del triunfo era el azar. Ibáñez Serrador pensó que si se quería dar un paso adelante, y él siempre ha querido avanzar en cada uno de sus proyectos televisivos, podía no estar mal reunir los tres formatos en uno solo y transformar esa fórmula sincrética en un espectáculo total.

Nadie al comienzo, sin embargo, estaba seguro de que el nuevo concurso fuera a gustar al público, hasta tal punto, que el nombre del creador no apareció en las quince primeras emisiones de 1972. Contradiciendo ese temor, los telespectadores lo acogieron con mimo en sus casas desde el primer día. "Un, dos, tres, responda otra vez", se convirtió en todo un éxito, que Ibáñez Serrador iría perfeccionando en las siguientes entregas hasta convertirlo en el concurso más representativo y exitoso de la historia de la televisión en España, modelo y ejemplo –pocas veces alcanzado-- de todos los concursos espectaculares que desde entonces han sido.

Pese a lo brillante de la idea inicial de juntar en una sola las diversas formas de concurso televisivo, esa sola virtud no hubiera bastado para explicar la relevancia del "Un, dos, tres…". La demostrada creatividad de Ibáñez Serrador fue mucho más lejos de inventar una simple fórmula ingeniosa, aportando soluciones técnicas y artísticas al concurso hasta convertirlo en algo más que una disputa por el premio final. Chicho desplegó todas las habilidades aprendidas en lo que ya comenzaba a ser una larga carrera televisiva, teatral e incluso cinematográfica, y lo que comenzó en concurso, se convirtió pronto en un espectáculo global con intriga, música, canciones y humoristas. Su estructura, que marcaban los tres distintos tipos de pruebas, reproducía las fases de planteamiento, nudo y desenlace de las obras dramáticas, a las que su creador insufló su acreditada capacidad para crear y mantener el suspense y su perspicacia a la hora de conocer los gustos del público y conseguir su adhesión.

Un papel esencial en esa identificación popular lo jugaron los personajes que Ibáñez Serrador creó para sustentar la mecánica básica del concurso, organizados en un imaginario triángulo en cuyos vértices estaban Don Cicuta y sus malvados y silenciosos cómplices, la media docena de sonrientes y bellas azafatas, y el presentador; ambiguo mediador en el enfrentamiento declarado entre las otras dos partes. Si Don Cicuta era la negatividad pura, siempre intentando hundirá los concursantes, las azafatas aparecían, en cambio, como encarnación de lo positivo, angélicos seres que ofrecían el cielo en bandeja. Pero por debajo de esa primera apreciación, Chicho, dado siempre a colocar segundos significados en sus obras, también les hizo representar a estos personajes los dos polos de la España de la época: la negra, miserable, malhumorada y agresiva en trance de desaparecer pero todavía gritona, y la del futuro: alegre, hermosa, despreocupada y soñadora.

El acierto de los personajes se completó con la elección de sus intérpretes. Para encarnar la España agonizante de don Cicuta escogió a Valentín Tornos, excelente y veterano actor de setenta y un años que había debutado en el teatro en 1920 y desde entonces había representado miles de tipos en toda clase de obras. Con Don Cicuta encontró el personaje de su vida, que le permitió acceder a una popularidad de la que nunca antes había gozado y le facilitó permanecer en la memoria colectiva del país. Curiosamente, Tornos, que supo recrear con ironía e inteligencia la España más negra, era un hombre progresista que colaboraba económicamente con las organizaciones clandestinas antifranquistas que existían en TVE. Finalizada en 1973 la primera etapa del concurso, el actor enfermó, y ya no pudo participar en la segunda parte de 1976, en cuyo mes de septiembre falleció. En entregas sucesivas jugaron el mismo papel personajes igualmente siniestros, interpretados, entre otros, por las hermanas Hurtado, Juan Tamariz o Francisco Cecilio.

La nueva España que Ibáñez Serrador mostraba en "Un, dos, tres..." a través de las azafatas era la de la apertura a Europa, la de  las ventas a plazos, la del primer coche, y especialmente, la del descubrimiento de horizontes más libres y, sobre todo, más alegres. Por eso, para dar vida a la desinhibida España del futuro seleccionó un selecto grupo bellas señoritas, en buena medida aspirantes a actrices, objetivo que muchas de ellas consiguieron luego con dignidad, que aparecían en la pantalla siempre sonrientes, inmaculadamente bellas, con unas enormes gafas (un fetiche del creador), que centraban la atención del espectador en sus caras, a las  que aportaban inocencia y picardía, y unas atrevidas minifaldas, que conducían a sus piernas las miradas de los televidentes. Juntas o por separado daban una imagen del futuro que ningún españolito sin graduación podía resistir

Y en medio Kiko Ledgard, el presentador; todo un personaje en sí mismo, Un hallazgo. Peruano de cincuenta y tres años, cinco hermanos y once hijos, versado en todo tipo de experiencias en la industria televisiva y del espectáculo, había llegado a España hacía un año dispuesto a comerse el mundo."Un, dos tres…" supuso un buen bocado. Si Don Cicuta representaba el pasado y las azafatas el futuro, Kiko bien podía ser el presente. En el programa mediaba entre el dios tronante de las alturas que era Chicho y sus órdenes por la megafonía y los concursantes, con los que se podía confiar y que podían confiar en él, pero a los que también enredaba, confundía y manipulaba. Era alegre, engañoso y parlanchín como un vendedor de feria, imagen a la que contribuía su afición a llenar sus antebrazos con los más variados relojes. Estuvo al frente del concurso hasta 1978, y luego le fueron sustituyendo, siempre con eficacia, pero ya sin su aroma de autenticidad primigenia, Mayra Gómez Kemp, Jordi Estadella, Miriam Díaz-Aroca, José María Bachs y Luis Roderas.

Ibáñez Serrador, heredero de ese profundo respeto a la cultura que caracterizó al exilio republicano, en el que nació y se educó, siempre fue partidario del principio de "enseñar entreteniendo", y lo aplicó en su concurso, incluyendo sistemáticamente referencias artísticas, literarias, musicales o cinematográficas con las que intentaba dejar en el espectador, entre risa, musiquilla y premio, un poso de pensamiento. Especialmente significativa de este empeño culturalista fue la última etapa del programa (la décima, ya en 2004), titulada "Un, dos, tres... a leer esta vez", en la que cada entrega estaba dedicada a un libro clásico de aventuras y los super-tacañones se habían convertido en una réplica de los bomberos de Bradbury, que en lugar de salvar libros de las llamas, los incendiaban.

"Un, dos, tres, responda otra vez" marcó historia. En diez etapas, que sumaron un total de 411 programas, se emitió hasta 2004, alcanzando el récord de audiencia de toda la historia de la televisión en España con veinticinco millones de espectadores, bien es cierto que tan sólo dos con dos cadenas en el aire. Un éxito remarcado con las versiones que se realizaron en Gran Bretaña y otros países de todo el mundo. El relativo fracaso de esta última edición de 2004 significó el final de los grandes concursos televisivos en España, el declive de una forma de entender la televisión, según la cual cada entrega de un programa debía ser el resultado de la acumulación de muchas ideas diferentes, de muchos días de trabajo, de mucho talento en cada detalle. A cambio, nos dieron espacios de una sola idea, habitualmente insignificante y copiada, que se repite cada día hasta la saciedad. Son productos más baratos. Se digieren bien. ¿Para qué nos vamos a romper la cabeza?




A TODO COLOR

En 1972 el consejo de ministros tomó el acuerdo de que para posibilitar la nueva televisión en color, que ya se emitía en todo el mundo, en España se iba a utilizar el sistema alemán PAL, que había mantenido una dura batalla comercial con el francés SECAM durante los años anteriores. La decisión no dejaba de ser, de momento, un acto voluntarista, cuyos efectos sólo se comprobarían con el paso del tiempo, porque la carencia de la infraestructura técnica de cámaras y magnetoscopios necesaria para las grabaciones en color hizo que durante años los españoles siguieran viendo la televisión en blanco y negro, aunque en las emisiones mezclaran ya uno y otro formato.

Aunque el desarrollismo y el consumismo estaban ya instalados en el país, el español medio aún apuraba el periodo de vida de los aparatos domésticos, la televisión entre ellos, hasta que se caían de viejos, y no estaban dispuestos a gastarse los cuartos, aunque fuera a plazos, por un colorín de más o de menos en la pequeña pantalla.

Las primeras pruebas del nuevo sistema ya se habían hecho en 1969, cuando el Festival de Eurovisión, que se celebró en Madrid, que se ofreció en color a todo el mundo aunque en España se emitiera, y luego se conservara grabado, únicamente en blanco y negro. El invento, sin embargo, tardó en cuajar, pese a la decisión ministerial, y no fue hasta 1975 cuando comenzó a generalizarse y se extendió a una mayoría de la población.







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El amor en Violeta Parra





Mientras ando esperando el mejor momento para ver con tranquilidad la película biográfica sobre Violeta Parra ando escuchando sus canciones, y, claro está, me entran ganas de escribir sobre ellas. Más como a mis años el médico me ha recomendado no hacer ejercicios violentos, recurro de nuevo a un texto viejo que colgué hace ya años en un viejo foro dedicado a la memoria de Hilario Camacho, al que hoy, por cierto se homenajea en Madrid. En él hablaba de manera sucinta y esquemática de las canciones de amor de Violeta Parra, una temática que ella aborda con una sinceridad y un desgarro difícilmente encontrables en otros u otras artistas de su talla, no digamos ya en los que sólo siguen sus talones.

Entre los que podríamos denominar socios fundadores del Club Mundial de la Música Popular (Guthrie, Seeger, Atahualpa, Brassens, por ejemplo), no abunda la temática amorosa, que suele aparecer de manera esporádica en sus obras respectivas, siempre aparentemente distanciadas de sus propias experiencias y vivencias. En Violeta, en cambio (¿será por ser mujer y por la importancia que el terreno de los sentimientos ocupa en el universo femenino?), el amor está en el centro mismo de su trabajo más valioso, expresado, además, no como algo ajeno a ella misma, como historias de otros u otras, sino utilizando sus propios sentimientos amorosos, y las huellas que fueron dejando en su vida, como principal material poético de las canciones. Esa introspección en lo más profundo de su yo íntimo, en el que ella se sumerge (y nos sumerge) sin pudor y a veces con desesperación, le da a estos temas una profundidad dramática, una hondura, una complejidad y una sensación de verdad sin comparación con los tópicos al uso de la canción amatoria, los “seremos felices y comeremos perdices" o los “qué triste estoy porque te has ido”.

En cierta ocasión, Luis Pastor presentó la canción que le ha dedicado a Violeta con algo así como “era una mujer más fea que un tiznao, pero muy bella de alma”, y pese a su exageración parece ser que tenía razón.

La propia Violeta era conocedora de su físico poco agraciado, y parece ser que en alguna ocasión esa fealdad le salvó de algún mal trance, según cuenta en sus décimas autobiográficas (una joya de la poesía popular). Como cuando empezaba a cantar en la radio y las cantoras jovencitas eran acosadas por los directivos o jefes de programas:

Gracias a Dios que soy fea
y de costumbres bien claras,
de no, qué cosas más raras
entraran en la pelea;
Donde llueve y no gotea
se van pasando los años.
Cuesta subir los peldaños
si está apartando el amor,
dice un señor locutor
a una artista en el escaño

Violeta, aparte de ser de baja estatura, había sufrido de pequeña la viruela, por lo que le quedó la cara marcada para siempre. Hay un testimonio de su segundo marido, Luis Arce, que deja constancia de esa doble característica física y espiritual de Violeta y, sobre todo, de su carácter apasionado y enamoradizo, que tan bien reflejado quedó en sus composiciones: “Tenia tendencia a enamorarse, y como era de espíritu vivaz y juvenil generalmente se enamoraba de hombres menores que ella, no se enamoraba de gente de su edad. Y tenía su magnetismo. Era bajita, de cuerpo recio, firme, a pesar de su aspecto frágil. El pelo largo, más bien castaño oscuro, y bueno, picada de viruela y con los dientes medio desparramados. Pero en cambio tenía un magnetismo que suplía esa falta de hermosura. Así que generalmente le resultaba el enamoramiento con jóvenes”.

Probablemente esa condición física condicionara su vida amorosa, que según cantó vivió  y su concepción del amor, que en sus canciones mostró en todas sus posibilidades y variantes, pero con una especial atención a la contradicción que implica el deseo apasionado, incluso la necesidad, de amar y ser amada, y las dificultades y sinsabores que conlleva el intentarlo, experiencia propia de quien vivió una vida amorosa agitada, llena de grandes enamoramientos y tremendos desengaños.

Todo eso está en sus canciones. En la estupenda cueca “De cuerpo entero” da cuenta con total claridad de su concepción del hecho amoroso como una síntesis de sentimientos y pasiones físicas. Es de hecho una reivindicación de la sexualidad de la mujer, y no olvidemos que la escribió a mediados de los sesenta, cuando la asunción del propio placer era una reivindicación feminista esencial. Aunque se trata de una canción “feliz” (atención de la picardía soterrada que le da a su voz), al final congela sonrisa con la atrevida metáfora “negra es la herida”, en referencia a los amores incompletos, como el que ella vivía en esos momentos, con su amado, el antropólogo y musicólogo sueco Gilber Fabre en la lejana Bolivia tocando la quena con Los Jairas.



Pese a esta visión optimista del amor, que está fechada a finales de su vida y que grabó en su último disco, la mayor parte de sus temas amorosos de estos años tratan, precisamente, no de la plenitud del amor, sino del desamor, en los que el dolor de la pérdida del amante puede llevarla a maldecir “del alto cielo” en una canción que más abajo colgaré.

Ahora me gustaría proponeros escuchar una canción amorosa anterior, de 1954, "La jardinera", en la que ya añoraba la lejanía del ser amado y especulaba con la continuidad o no de ese amor. La brillantez original del planteamiento (el trabajo como terapia para la ausencia) y de la metáfora de las flores y sus colores para expresar los estados de ánimo, no ocultaba su visión del amor como algo real y perecedero (“Aquí plantaré el rosal/ de las espinas más gruesas/ tendré lista la corona/ para cuando en mí te mueras”), que no depende tanto de la voluntad propia como del azar y la circunstancia (“…y para saber si me correspondes/ deshojo un blanco manzanillón…”), lo que hace que lo más insoportable sea la incertidumbre sobre los sentimientos del otro (“…si me quieres mucho, poquito o nada,/ tranquilo queda mi corazón”)



En su último disco, el lleno de obras maestras “Las últimas composiciones”, publicado poco antes de su suicidio en 1967, hay dos temas significativos sobre el tema que me gustaría comentar brevemente.

En “Run Run se fue p’al norte” relata la marcha de su enamorado Gilber Fabre a Bolivia y reflexiona sobre lo que significa, dos niveles narrativos y poéticos que conviven con absoluta naturalidad en el texto, confiriendo complejidad a lo que aparentemente puede parecer simple. Por una parte está el relato del viaje según el mismo se lo ha contado, y que ella repite en todo desapasionado, “objetivo” (“Al medio de un gentío/ que tuvo que afrontar, / un trasbordo por culpa / del último huracán,/ en un puerto quebrado/ cerca de Vallenar,/ con una cruz al hombro/ Run Run debió cruzar”), pero por otro están sus reacciones ante la carta en la que recibe las noticias. Una carta en la que cree detectar un cierto desapego del amante, casi un compromiso formal tan sólo (…sacó papel y sacó papel y tinta,/ un recuerdo quizás,/ sin pena ni alegría,/ sin gloria ni piedad,/ sin rabia ni amargura,/ sin hiel ni libertad,/ vacía como el hueco/ del mundo terrenal./ Run Run mandó su carta/ por mandarla no más) que le hace sumergirse en los más destructivos pensamientos (“…así es la vida entonces,/ espinas de Israel,/ amor crucificado,/ corona del desdén,/ los clavos del martirio,/ el vinagre y la hiel”).



Y para acabar, que por mí seguiría porque quedan muchas canciones amorosas en el repertorio de Violeta Parra, una joya del desamor, aunque sea una joya de tremendo dolor, que expresa con una crudeza que roza la blasfemia los profundos abismos de desesperación en que pueden caer las personas ante la pérdida del amor. Aparentemente la canción podría parecer un simple exabrupto, aplicable igualmente al mundo, a la sociedad, a dios o al diablo, pero la profunda tristeza con que canta ese “Cuánto será mi dolor” del final de cada estrofa hace que lo trascienda otra interpretación que no sea la amatoria para alcanzar un dramatismo que se clava en el alma. ¿Se puede sufrir tanto por un amor perdido? Sí. Pruebas hay en la literatura que lo demuestran, esta es una de las más desgarradoras y en carne viva: “Maldigo del alto cielo”:

porque me aflige un dolor,
maldigo el vocablo amor
con toda su porquería,
cuánto será mi dolor.”




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Canción con Antonio Resines para Carlos Montero, Ricardo Solfa y Luis Pastor. “Habanera” (1991)







Ya la semana pasada colgué aquí una de las canciones que Antonio Resines y yo escribimos para la serie “España en Solfa”, que hacíamos en TVE-2 con Herminia Bevia; hoy toca otra. En esta ocasión no es del capítulo “Canciones como balas”, sino de “Cruzando el charco”, el otro episodio que llevó canciones originales. Como ya conté cosas sobre el programa alhilo del tema que cantaron Ricardo Solfa y Javier Batanero, os remito a ellas. Valga esta introducción para situar brevemente la canción de hoy, que interpretó un nunca repetido trío: Carlos Montero, Ricardo Solfa y Luis Pastor.

Aunque también se habla sobre “Cruzando el charco” en el artículo de El País que reproduzco más abajo (firmado por cierto por David Trueba, que debía ser un jovencito que empezaba en esas lides), haré un breve resumen, que yo lo conozco mejor que él.

El capítulo trataba de las relaciones musicales entre España y América Latina, eso de las músicas de ida y vuelta, y para desarrollarlo se nos ocurrió una de aventuras. Conminados por los Reyes (católicos sin duda, pero no se sabe si “Los Católicos), Fray Abundio, un fraile con la cara de Ricardo Solfa, Don Lope, que pese a su rancio castellanismo tiene el acento porteño de Carlos Montero, y un indio achulado, listo y rebelde que se expresa como Luis Pastor, parten hacia América en busca del árbol de la música, cura de todos los males. En el viaje les acompaña como una sombra inmaterial Patricia Schlichting, una joven actriz y cantante del momento, que aparece como diosa de la música, añorada dama de ensueño o violenta bruja punkie.

En esa aventura, que para su avance cuenta, una vez más, con los excelentes dibujos de Pedro Arjona, el trío de la bencina se va a encontrando a un indígena contador de historias (Indio Juan), un fraile dominico (Pablo Guerrero), un brujo (Rubén Dantas), el Espíritu del Tango (Quintín Cabrera) y un jefe indígena engañado por Fray Abundio al que comunica los secretos de la salsa en el confesionario. En esos encuentros, que dan lugar a los correspondientes documentales, los viajeros se van enterando de esa música de ida y vuelta.

De la copia asincrónica que tengo he conseguido medio arreglar un par de fragmentos que vendrán luego y que aclaro en su momento. La Habanera que cantaban Carlos Montero, Ricardo Solfa y Luis Pastor era el comienzo del viaje. Creo que se debe prestar atención al único y ajustadísmo plano secuencia en que la grabó José Pavón, el realizador.





Para seguir y dar un apunte del tono del capítulo, los títulos de crédito de entrada y salida, con música Antonio, claro. Por no repetir los nombres, y puesto que ahí están todos, me gustaría expresar mi agradecimiento a todo el equipo técnico de TVE, que en todas las grabaciones mostraron no sólo una profesionalidad intachable, sino un deseo de colaboración que no imponía horarios ni rechazaba esfuerzos.

Habla en su artículo David Trueba del “bajo presupuesto” de la serie, y así era. Sin embargo, ni comparación con el hoy miserable. Pese a esa justeza de dineros, se hacían decorados y vestuario especiales para cada programa, se rodaba en exteriores (aunque la selva tropical fuera la Casa de Campo y el Machu Pichu estuviera en La Pedriza), se pagaba, poco, pero se pagaba, a todos los que participaban, se dedicaban un par de semanas al rodaje de las partes “dramáticas” y otro tanto al montaje, y, sobre todo se contaba con un equipo capaz de hacer todo lo necesario. Probablemente hoy en día se diría que era un derroche. Igual tienen razón.



Y para acabar, un fragmento largo del programa, sincronizado como he podido, en el que se hablaba del tango y de la música comercial. Lamento no haber podido recuperar todavía (espero hacerlo) la intervención completa de Quintín Cabrera, que contaba con un prólogo en el que el espíritu del tango se aparecía entre humo a la invocación de Rubén Dantas. Ojo también a Pablo Guerrero y al que sin duda es el papelón dramático de su vida, haciendo de fraile dominico.








Article 24


Article 23

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Amancio Prada en el Teatro Real (1984)







El 24 de septiembre de 1984 el Teatro Real de Madrid se abrió por primera vez a la canción de autor de la mano de Amancio Prada, probablemente la persona más adecuada para el caso. Fue un acontecimiento que venía a conferir una cierta respetabilidad a la canción popular del que di cuenta en El País con una entrevista previa y la correspondiente reseña posterior.
Como información anecdótica, pero significativa de algunos prejuicios que todavía regían el funcionamiento del tempo madrileño de la música clásica, diré que estaba previsto grabar el recital de Amancio para el programa de TVE “La Buena Música/Más o menos nuestro”, del que ya se ha colgado aquí alguna emisión, grabación que al final resultó imposible ante las duras restricciones que el local, imponía para colocar las cámaras donde el realizador las necesitaba, y no donde se colocaban habitualmente en la retransmisión de conciertos de música clásica.



EL PAÍS. 22 SEPTIEMBRE 1984.

EI próximo lunes, dentro del Festival de Otoño madrileño, se presenta por primera vez en el teatro Real un cantante compositor de canciones populares. Es Amancio Prada, quien va a hacer que este loca, de historia y tradición ligada a la música clásica, se abra a una nueva forma artística, como antes lo hiciera al flamenco o al jazz. Un dato apenas anecdótico, pero que viene a corroborar la idea de que, cada vez más, la música no se divide en géneros o estilos, sino tan sólo en buena o mala.

Nacido hace algo más de 35 años en El Bierzo, esa zona fronteriza entre las culturas castellana y gallega, Amancio Prada es un hombre que a través de sus canciones y su presencia en escena, austera y reposada, ofrece una imagen que, no obstante, deja presentir un fondo más apasionado y sensual de lo que podría parecer a primera vista. "Cuando salgo a cantar", confiesa, "siento que mi vida adquiere pleno sentido, pero ai mismo tiempo mi personalidad se desvanece, no soy yo, con mi biografía, mi familia, mis amigos, quien canta, es simplemente una energía que se levanta y adquiere forma sonora. Esa despersonalización, o esa especie de enajenación etérea, puede justificar cierta imagen mística que se dice que yo tengo y que durante un tiempo rechacé de plano. Aunque, cuando la gente habla de imagen mística, se refiere quizá más a mis musicalizaciones de san Juan de la Cruz, pero, desde luego, lo místico no está en contradicción con lo sensual. Nada más sensual y erótico que la poesía de ese santo".

De familia campesina, vocalista en su juventud de una orquesta de baile, su traslado a París y la convivencia con el ambiente cultural que allí se vivía le abrió a la canción desde otra perspectiva. Hace ahora 10 años que publicó en Francia su primer disco, Vida e morte. "En aquel tiempo, por 1974, yo andaba metido en aquellas cavas tan misérrimas como gloriosas, y ahora aquí, entre tanto pan de oro. Pero, en fin, lo esencial no varía: es un escenario, un hombre que acude a cantar y un público que lo escucha. Todos los escenarios son importantes, cada actuación es para mí la primera y tal vez la última, por lo menos con ese estado de ánimo salgo a cantar".

Musas

De obra artística inspirada y minuciosamente elaborada, detallista y varia, la atención de Amando Prada se volcó desde el principio hacia la musicalización de poemas, aunque de cuando en cuando escriba sus propias letras, que sólo graba en escasas y contadas ocasiones: "Es que las musas no me son propicias en este sentido", indica, sin darle demasiadas vueltas al asunto, y añade: "Tampoco tengo mayor interés en afirmar mi identidad escribiendo letras. Soy bastante irreverente con la autoría de los poemas. Creo que, en definitiva, una canción es de quien la escucha, y más todavía de quien la canta".

Juan de la Encina, Rosalía de Castro, Luis López Álvarez, Celso Emilio Ferreiro, san Juan de la Cruz o Agustín García Calvo son algunos de los poetas a los que, con mayor o menor asiduidad, ha musicalizado. "Es una suerte partir de unos textos con una gran calidad poética. Si una canción está compuesta por música y letra, cuanta más altura tenga la letra y más acorde esté con tu temperamento, tanto mejor. La poesía es un punto de partida envidiable y comprometido, en la medida en que te obliga a componer una música a la altura de ese poema, acompañado por una interpretación exigente".

El 'Cántico'

Compositor e intérprete de ocho álbumes discográficos, el último de los cuales aparece estos mismos días en el mercado, Amancio Prada cantará en el teatro Real su obra más extensa y compleja, el Cántico Espiritual, de san Juan de la Cruz. En la segunda parte de su recital hará un recorrido por el resto de su obra, acompañado por un grupo instrumental que incluye piano, violín, violonchelo, guitarra, bajo y percusión. En su música se mezclan resonancias e influencias populares y cultas. Del folklore, que en el siglo XX considera ya muerto, ha extraído, como demostró en su álbum Caravel de caraveles, un sentido estético de ancestral resonancia que se enriquece y hace más complejo con las aportaciones de la música de este siglo, de las que toma elementos camerísticos instrumentales.

Ante esta actuación del teatro Real, que en cualquier caso sería importante para todo cantante, se siente seguro y tranquilo: "Todo depende de la importancia o de la consideración que uno le dé. Actuar en el teatro más prestigioso, hoy por hoy, de la música considerada seria infunde un cierto respeto y un cierto temor de Dios, que nunca viene mal. Pero con una actuación como la mía también se está haciendo, de alguna forma, que se fuercen esos moldes a veces demasiado estrechos a la hora de considerar lo que es música seria y lo que no lo es”.



EL PAÍS. 26 SEPTIEMBRE 1984

El éxito obtenido por Amancio Prada en su recital del teatro Real de Madrid fue evidente, tanto en lo que se refiere al número de asistentes, una buena parte del cual se quedó en la calle sin poder entrar, como a la reacción calurosa del que llenaba la sala. Los datos aparentemente anecdóticos que rodearon la presentación por primera vez de un cantante popular en el teatro Real muestran, no obstante, algunas realidades a tener en, cuenta: la discusión, tan innecesaria como frecuente, sobre lo que es y no es música seria; la relación que necesariamente existe entre el tipo de música que se hace y el escenario desde el que se muestra; las diversas actitudes de los públicos que normalmente acuden a distintos recitales y su reacción ante un local como el Real. Aun que sólo sea citándolos, creo que es necesario prestar atención a estos puntos.

Amancio Prada interpretó dos obras de distinta factura: su musicalización del Cántico Espiritual, de san Juan de la Cruz, con el que abrió el recital, y un recorrido por sus canciones en el que cantó poemas de Rosalía de Castro, Luis López Álvarez, Juan del Encina, Agustín García Calvo y los trovadores galaico-portugueses. Más nervioso e inseguro en la primera parte, en la segunda se fue reafirmando hasta un final espléndido, demostrando una vez más que la suya es música simple y llanamente buena, sin jerarquización de géneros.

Claridad

Los dos ejes claves de la obra de Amancio Prada se mostraron con claridad en este recital. Por una parte, la musicalización de poemas, camino que muchos cantantes han intentado, pero que pocos han tratado con tanto rigor. Musicalizar poemas ha sido en muchos casos un socorrido recurso ante la incapacidad para escribir canciones. Amancio Prada es de los pocos que han solucionado el problema de la dispersión formal y temática y la difuminación de la propia personalidad artística que esto suele originar, creando una obra coherente y personal, en la que hay una íntima imbricación entre cantante, música y texto, apropiándose, con pleno derecho, las palabras ajenas para desarrollar su original discurso, lo que es su mayor virtud.

El otro eje sería el que establece ese terreno fronterizo en el que se mueve entre la música clásica, en su forma camerística, y la popular, con la asimilación de cierto sonido y estructura de origen folklórico. Otro experimento de múltiples intentos en la música popular y de irregulares y en general poco satisfactorios resultados. Amancio Prada ha sabido encontrar una fórmula de absoluta validez en su acercamiento a los modos y las formas de la canción trovadoresca, partícipe de la corte y de la aldea, de corte contemporáneo.

Su sensibilidad creativa, la seriedad con que se plantea su trabajo y los excelentes músicos, en general, con que se acompaña fueron las bazas que le permitieron triunfar en un escenario tan condicionado como el del Teatro Real.






Article 22

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Chicho Sánchez Ferlosio, Teresa Cano y Amancio Prada. Dos versiones de “Canción adultera” para comparar







Ayer, después de colgar el texto sobre Amancio Prada seguí buscando canciones y encontré una que creo que merece la pena colgar, pues, además de mostrar una faceta poco conocida de Amancio, me permite traer aquí a Chicho Sánchez Ferlosio, sobre el que no he encontrado ningún artículo, y, además, proponeros un tema que me apasiona: la comparación de distintas versiones de una misma canción.

Pese a su fama de exquisito y un tanto místico, Amancio tiene una vena vital que se podría definir como anarco-gamberra que públicamente se ha mostrado a través de una amistad de largos años con Agustín García Calvo, del que ha musicalizado con maestría algunos poemas como “Libre te quiero”, “Las moras negras” y otros, y Chicho Sánchez Ferlosio. Los tres presentaron en 1982 un espectáculo conjunto en el Teatro Español de Madrid y en 2005, tres años después de la muerte de Chicho, Amancio dedicó un álbum a sus canciones (entre las que no está la que colgamos aquí), que también ha incluido en sus recitales. En el primero de los vídeos, grabado en Cuba, Amancio habla de esa relación, así que mejor escucharle a él.

Además, lo que aquí me interesa es la canción y sus versiones. Se trata de “Canción adultera”, un tema perteneciente a las etapas más irónicas de Chicho, cuando recién desengañado del comunismo, al que había dejado para su uso y disfrute algunas memorables canciones, y antes de su acercamiento militante al anarquismo, con el que haría otro tanto. Es lo bueno de los grandes creadores, que cuando se van siempre nos dejan algo en herencia.

La canción es un diálogo entre dos amantes en el transcurso, o en los inicios, de un polvo clandestino en esa hora de la tarde a la que se suelen echar los polvos clandestinos. Un tema ligero e intrascendente como dice Amancio en la presentación, es cierto, pero engañosamente ligero e intrascendente. Chicho, que era un maestro en el manejo de las palabras y los conceptos introduce al final la moraleja de la fábula, pues eso es en realidad la canción, en la que con sólo dos versos confiere sentido y significado a todo lo anterior, cargando además ese simple polvo en una declaración ideológica, que no podía ser otra que la de la necesidad de libertad. Libertad en general, y en este caso concreto en el terreno del sexo. Aunque ese llamamiento que hace a “no aplicar los principios con rigidez” sea aplicable siempre, habría que recordar que cuando se escribió la canción cualquier sexualidad fuera de la norma reproductiva era pecado y el adulterio del cónyuge (la cónyuge mayoritariamente) pillada in fraganti era eximente del asesinato. Frivolidad sí, pero menos. Intrascendencia sí, pero la justa.

Cuenta Amancio en la presentación las dificultades para localizar la canción cuando pensó interpretarla, dificultades que no debieron haber sido tantas, pues el tema estaba perfectamente en el disco “Si las cosas no fueran tan enojosas” (título tomado de otra canción de Chicho), grabado en 1987 por Teresa Cano, que ya había cantado en los dos primeros discos de Antonio Resines en los que yo había trabajado en las letras (“Canciones de cárcel de Ho Chi Minh” y “Cuandollegaremos a Sevilla / Cantata del exilio”) y que después seguiría por otras rutas profesionales. En este caso llamó al propio Chicho para dialogar con él en la canción. Los arreglos son del grupo Malasaña, que también había hecho los de los dos trabajos citados. La he cogido, le he puesto unas fotos de los dos protagonistas y unos frescos de Pompeya y listo el segundo vídeo.

Aparte de algunas discrepancias en el texto, llama la atención las dos interpretaciones tan distintas, hasta el punto que podrían parecer canciones diferentes. Amancio, del que no se puede decir que la ironía sea el fuerte de su estilo, la canta con una cierta vergüenza, interiorizando la ironía, sin atreverse siquiera a proferir el “laiiii” del final de algunas estrofas, que los otros dos, más desvengonzados, lanzan al aire sin ningún rubor.

Disfrutadlas.


Como no he conseguido subir aquí el vídeo previsto y anunciado, 
vaya esta versión también de Amancio, con La Shica, 
que aunque ella no se sepa el texto, para el caso sirve.




Article 21

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En tiempos tan indecentes como estos, cuando los modelos de vida y los ejemplos morales los establecen unos medios de comunicación vendidos al esto es lo que vende, no viene mal echar la vista atrás para recordar personas e historias que muestran otra forma de enfrentar la existencia.

A finales del siglo pasado intenté que algunas de esas vidas quedaran fijadas en un libro a través de las propias palabras de quienes las habían vivido, y me puse a hacer entrevistas con veteranos militantes que se habían dejado la piel en la pelea por un mundo mejor en años en los que esa lucha suponían mil sacrificios, entregas y esfuerzos que podían costar la libertad o incluso la propia vida. Aunque no se ha publicado (y seguramente acabará aquí colgado del cuello), el libro se terminó. Lo titulé “Comunistas”, porque no se puede huir de la familia, y en él están, en negro sobre blanco, de mi padre a Simón Sánchez Montero, de Tomasa Cuevas a Santiago Álvarez, de José Gros a Teresa Pámies, de la muerte de Cristino García hasta los 18 años de amor de cárcel a cárcel que vivieron Manolita del Arco y Ángel Martínez.

Manolita del Arco, que falleció en 2006, había nacido en Bilbao en el año 20, aunque fue educada en Madrid por unos tíos de ideas liberales y republicanas. El estallido de la guerra civil radicalizó sus ideas políticas, haciéndola ingresar en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), en las que permaneció tras el final de la contienda realizando diversos trabajos clandestinos. En 1942, con 22 años, fue detenida en La Coruña, acusada de apoyo a la guerrilla, y trasladada a Madrid para ser juzgada. La noche anterior al juicio, todos los acusados, hombres y mujeres, fueron recluidos juntos en una misma celda…


Javi Larrauri . Retrato de Manolita del Arco,
perteneciente a la serie “Mujeres republicanas”


El año 42 me detuvieron en San Sebastián y no salí de la cárcel hasta el 60. Todavía no conocía a Ángel, aunque creo que le había visto una vez, en un viaje que hice a Madrid desde San Sebastián, cuando estaba allí clandestina, pero sólo fue un contacto; él me dio algo, yo le di algo y eso es todo lo que le había visto hasta que caí. No sabía ni como se llamaba.

Cuando me detuvieron y llegué a Gobernación, se enteraron los camaradas que estaban en Porlier. En Gobernación, encargada de la limpieza de los sótanos, había alguna mujer que era falangista, pero que tenía un hermano en la cárcel. y un día me preguntó que cómo me llamaba. Le pregunté que porque quería saberlo y me contestó que por curiosidad. Se lo dije, porque como ya estaba detenida no tenía importancia, y al cabo de unos cuantos días me echaron un papelito por debajo de la puerta. Era un papel de fumar. El que lo escribía era Ángel, no porque me conociera, que él tampoco se acordaba de que nos habíamos visto antes en aquella cita clandestina, sino porque debía tener algún tipo de responsabilidad en la cárcel y me decía que los camaradas de Porlier estaban muy preocupados por mi situación. También me comunicaban algunas cosas que la policía sabía de mí y estaban acumuladas en mi expediente, para que yo lo supiera y buscara una explicación para la defensa. Así que yo subía a declarar y me preguntaban cosas, algunas de las cuales sabía de que iban y otras no.


Cuando llegué a la cárcel de Ventas iban obreros a hacer pequeñas reparaciones de fontanería o de albañilería. Solían ser presos políticos que tenían condenas pequeñas, de cuatro o seis años, y siempre iban cargados de notas. A través de ellos Ángel empezó a comunicarse conmigo, preguntándome qué tal me había ido y diciéndome que utilizase el mismo conducto para comunicarles como me encontraba de salud y cosas de esas. Yo todavía no le conocía, pero ya sabía que se llamaba Ángel. Luego ya, cuando vino el juez a leemos los cargos, me enteré que él iba en el mismo expediente. Yo no conocía a ninguno del expediente, porque a mí me habían incluido ido en él debido a que los del mío ya estaban juzgados, que por cierto, mataron a la mayoría.

Fuimos a juicio y allí estaba Ángel, naturalmente. Yo soy Ángel Martínez, me dijo; que ni me acordaba de él, y venga a hablar y a hablar sobre las cosas del expediente. Nos juzgaron y a cinco mujeres nos condenaron a muerte y también a cuatro hombres, entre ellos Ángel, que luego sería mi marido. La noche anterior al juicio dormimos todos en las Salesas, a donde nos habían trasladado el día anterior.

Recuerdo que yo llevaba un traje blanco que me había hecho unas amigas y menos mal que algún familiar me había llevado una bata, porque sino cómo iba a dormir yo allí con el traje nuevo, que se podía arrugar y al día siguiente no me serviría para el juicio, al que queríamos ir todos de punta en blanco. Aquella noche, por medio de uno de los que iban a juzgar que tenía cierta influencia, pasaron mucha comida a los hombres, y le dijeron a la guardia que por qué no llevaban a las mujeres a su mismo calabozo para cenar juntos. Pasamos y cenamos con ellos y yo me senté junto a Ángel. Estuvimos cantando y cenando, igual comíamos un trozo de tortilla que un trozo de queso, y lo pasamos muy bien. Luego ya regresamos cada uno a nuestro calabozo y nos juzgaron al día siguiente. Nos condenaron a muerte.


Cuando nos llevaron de vuelta a las cárceles íbamos todos en el mismo camión. Primero dejaron a los hombres en Porlier y luego nos llevaron a nosotras a Ventas. Me acuerdo que Ángel me dio un abrazo muy fuerte y me dijo: bueno, Manoli, hasta muy pronto, hasta muy pronto. Nunca se me olvida aquello y se lo he recordado a menudo. Hasta muy pronto, decía, y tardamos dieciocho años en volver a vernos.

El era viudo, su mujer había muerto a finales del 38. Siguió escribiéndome de cárcel a cárcel y cada vez me decía que teníamos que normalizar nuestras relaciones. No se si porque las mujeres somos más desconfiadas o porque nos lo pensamos todo más, yo le contestaba que había que esperar un poco, que no sabíamos cuando íbamos a salir en libertad. Todo eso después de habernos conmutado la pena de muerte, que estuvimos cinco meses esperándola. Una espera horrorosa, que en el caso de mi marido fue especialmente dura, porque les llevaron a capilla con otros diecinueve y a las seis de la mañana llega el funcionario con una lista, la lee y a Ángel y a otro camarada no les cita. Oiga, que faltamos dos, dijeron, que estamos aquí y se ha olvidado usted de nosotros. Ustedes dos, contestó el funcionario, han sido conmutados, llegó la orden a las tres de la mañana. Pero tuvieron que esperar toda la noche pensando que aquella madrugada les fusilaban. Nosotras no; a nosotras nos comunicaron al día siguiente que se había anulado la ejecución, pero no nos metieron en capilla, aunque pasamos toda la noche sin dormir.


Cada uno en su cárcel, seguimos en comunicación. Como no nos íbamos a ver en unos años, seguimos carteándonos. El escribió a mi madre y a mi familia, la suya me visitaba a mí durante los cuatro años que estuve en Ventas. A Ángel le mandaron una vez castigado a Guadalajara y mi madre fue a verle. Es decir, que ya había una relación familiar inclusive. Pero no nos veíamos nunca, entonces no había los vises a vises y esas cosas. Nos escribíamos, nos íbamos haciendo mayores escribiéndonos. Yo todavía conservo algunas de las cartas que están ya amarillas. Las que no se han perdido, que muchas desaparecieron en los cacheos. Algunas de ellas eran preciosas, cartas de mi marido que son realmente poemas. A partir de unos ciertos años, las cartas eran legales, pego también nos escribimos muchas clandestinas, sobre todo al principio, que sacaban los familiares en las visitas, o incluso alguna funcionaría, en paquetes en los que se escondían las cartas que no querías que censuraran, porque todas pasaban censura y yo he recibido cartas con renglones enteros tachados.

Ángel escribió a la dirección General de Prisiones diciendo que tenía a su mujer presa en Segovia, donde yo estaba entonces, y pidió permiso para escribirnos al director de la cárcel de Burgos, amparándose en que permitían una carta al mes de cárcel a cárcel, pero tenían que ser de madres a hijos, de esposo a esposa, de hermano a hermana, siempre entre familiares directos. Se lo dieron y ya nos escribíamos con regularidad y legalmente, aunque no dejábamos de escribirnos fuera de ese conducto. Yo escribía a su familia, que vivía en Burgos, y ellos se las pasaban, y al revés también, para poder escribirnos más, pero lo normal era una carta al mes. Había una funcionaría, que tenía mi misma edad o un poco menos, que me decía: Manoli, tiene usted carta de su marido, y ponía cara de boba, porque las cartas, que leía, le gustaban mucho y le parecían muy bonitas.


Una vez me castigaron sin correspondencia por una tontería. No me metieron en celdas, sino que me dejaron sin cartas, sin paquetes y sin comunicación porque discutí con una funcionaría, y la jefe de servicio, que era una mujer bastante buena, de izquierdas, me dijo que sentía mucho castigarme, pero que no podía enmendar la plana a la funcionaría a la que yo había contestado. Durante ese tiempo, cuando me llegaban las cartas de Ángel, que alguna me llegó en aquel mes, me llamaba a su despacho y me decía: Manolita tiene usted carta de su marido, yo me quedo con el sobre y le voy a dar la carta. Porque estaban enamoradas de ellas. Si, en serio, es que son poemas, decía. Y es que Ángel escribía bien.

Cuando le pusieron en libertad, que él salió un poco antes que yo, estaba presa en Alcalá de Henares y se armó un gran revuelo. Allí había voceadoras, que eran reclusas, y si había un telegrama no esperaban a dártelo a la hora del correo, sino que te lo daban inmediatamente, después de que lo leían, claro. Un día llegó una de ellas como loca llamándome y anunciándome que había llegado un telegrama para mí. Era de un sobrino de mi marido que me decía: Ángel indultado, próximamente en libertad. Hay que ver el revuelo que se armó en la cárcel. Las monjas, las funcionarías y, naturalmente, las compañeras mías sobre todo. Todo el mundo tan contento diciendo que salía mi marido. A los tres días recibí otro telegrama directamente de Ángel en el que me decía "ya soy libre".


Inmediatamente que salió en libertad fue a verme a Alcalá. Yo ya tenía cuarenta años, no los veintidós de cuando él me conoció en el juicio, y no me había visto desde entonces, excepto por alguna foto que nos hacíamos el día de la Merced. Yo no sabía que hacer ni que ponerme, las compañeras me dejaron una blusita blanca para que me la pusiera debajo de la bata que llevábamos. No podía ser nada más que blanca, porque nos estaban prohibidas las de colorines, pero así, por lo menos, me saldría un poco de blanco por encima del cuello de la bata. De lo que no había forma era de pintarnos, porque no teníamos pintura ni nada, y el pelo lo tenía mal cortado, que me lo arreglaba alguna reclusa; primero había tenido trenzas, pero luego tuve que cortármelas porque se me caía mucho el pelo. Y los nervios. Y ya cuando me llaman: Manolita del Arco, a comunicar.

Entré al locutorio y detrás de mi estaban todas mis compañeras, unas quince que debíamos quedar en aquella época, todas llorando. Y la funcionaría que apuntaba para comunicar, que era un bicho venenoso, ¡pero que elegante estás!, decía, he visto a su marido -porque todas estaban convencidas que era mi marido, aunque aún no lo era- y que elegante va. A pesar de las fotos casi no le reconocí. Tenía el pelo blanco, porque encaneció muy joven. Pero yo ni sabía cómo hablaba. Sólo le había visto el día del juicio y ya habían pasado dieciocho años. Cuando salí nos fuimos enseguida a vivir a casa de una tía mía y a los siete días ya estábamos casados.

Menos de tres años después de salir de la cárcel, en la que habíamos pasado dieciocho años, detuvieron a Ángel de nuevo. Nuestro hijo tenía dieciséis meses. El salió en abril del 60 y le detuvieron el día 20 de enero del 63 y tuvimos que volver a las cartas. Yo le escribía todos los días y él me escribía una vez a la semana, que era lo que le autorizaban. Estuvo otros siete años encerrado.

Entonces tuve que vivir algo que he comentado muchas veces, que fue estar a la puerta de la cárcel, más aun sabiendo lo que sucede dentro, como era mi caso. En la cárcel te castigan un montón de veces por lo que sea. Recuerdo que una vez, al principio de estar yo en la cárcel, me llamaron a comunicar porque había llegado mi madre, y una funcionaría, que era tan mala que le llamábamos la Drácula, me paró, ¡Quieta! me dijo, porque iba corriendo. Mi madre no me pudo ver aquel día. Aquella funcionaría me castigó por lo menos quince días a fregar las galerías, de rodillas, porque entonces no había fregona. Sólo por correr al ir a comunicar.

Cuando después estuve en la puerta de la cárcel de Burgos para ver a mi marido y nos han dicho que no salían a comunicar porque estaban castigados, era una angustia horrorosa. Yo, que sabía lo que era la cárcel, tenía menos angustia, porque sabía lo que es la sicología del preso, que sabe que la causa por la que está castigado es una causa injusta, pero que sin embargo él, como tal preso, se ha portado justamente, en ese momento tú estás tranquilo y están bien y estás hasta contenta. Estando preso te preocupa la familia, pero hasta cierto punto, porque crees que todo se acaba cuando se marcha, pero no, la familia está ahí.

Estar a la puerta de la cárcel también es muy duro. El funcionario o funcionaría te suele tratar a patadas, vas con los niños y tienes que estar con en brazos, con el paquete en la otra mano y sin que te hagan ni lindo caso. Los funcionarios, en vez de decir: que vayan pasando y den los paquetes para que luego pasen a comunicar, te tienen allí en la calle con el tiempo que haga, con sol o lloviendo a cántaros. Recuerdo que en la puerta de Burgos se me helaba toda la cara y no podía ni hablar, aunque fuese muy abrigada, y a mi hijo la de veces que le he tenido que llevar en brazos aunque tuviese ya cuatro años, para que no se helase por el camino, que había que andar un kilómetro desde el autobús hasta la cárcel, porque nosotros no teníamos ni coche ni nada, claro. Y estás allí en la puerta para que te digan que ese día, un día de la Merced , por ejemplo, los niños no podían pasar, después de haberles llevado de Madrid a Burgos para que estuvieran un rato con sus padres.

Pero ese día los niños no pasaron, porque los presos habían dicho que los niños no pasaran, ya que habían castigado a dos compañeros, que estaban luchando por no ir a misa, para conseguir que desapareciera del reglamento la clausula que obligaba a ir a misa a todos los presos. Como pensaban que para el día de la Merced les levantarían el castigo, porque ese día solían levantar los castigos, y ese año no lo habían hecho, los presos dijeron que como no salían de celdas esos dos camaradas ellos no recibían a sus hijos.

A todo esto, la puerta del penal estaba llena de madres con niños. Yo tenía uno, pero había camaradas que tenían tres o cuatro. Allí, a la puerta de la cárcel, preguntando los niños que cuándo iban a entrar a ver a papá, y una diciéndoles que no, que ese día no entraban. El funcionario de prisiones me llamó. Era bastante mala persona pero a mí me tenía bastante respeto, pues aunque me había enfrentado con él varias veces, le hablaba con bastante diplomacia y me respetaba. Yo estaba allí con todo el grupo de mujeres enfrente del penal, y me llamó. Llegué a la ventanilla de paquetes y me dijo que mi marido había dicho que pasara al niño. Le pregunté ¿mi marido ha dicho que pase el niño? Sí, sí, ha dado recado de que pase al niño. Pues dígale a mi marido que el niño no pasa. Pero bueno, señora, es que su marido quiere ver al niño y si él dice que le pase tiene usted que pasarle. Dije: sí, pero como resulta que el hijo está conmigo en este momento no pasa, dígale usted a mi marido que el niño no pasa, a menos que dejen pasar a todos los niños que están aquí con el mío, o que salga él mismo a buscarle aquí a la calle. Yo sabía que era mentira, porque Ángel no dice que pase el niño si han tomado la decisión contraria. Lo que sucedió es que el funcionario quería ver si así rompía la unidad que teníamos, tanto las mujeres de los presos como los presos mismos. Además, que salvajada, que yo pasara a mi niño mientras el resto de las madres no podían.

Se ha hablado mucho de los que hemos estado presos, pero poco de los familiares que esperan en la puerta. Las que más han ido a las puertas de las cárceles han sido las mujeres: hermanas, esposas, madres. En muchos casos porque los hombres eran los que estaban dentro; en otros , porque aunque no fuera el marido, sino el hijo o el hermano, el hombre de la casa, el padre, es el que trabajaba y no podía dejar el trabajo. El caso es que la que iba siempre a la puerta de la cárcel y tenía que aguantar los malos humores del funcionario, a veces hasta el mal humor del familiar que salía a verla, las horas de espera a la puerta de las cárceles, que son a veces interminables, para que luego llegues y te digan que está castigado. O como sucedió en muchos casos, sobre todo en los primeros dos o tres años de la terminación de la guerra, que llegara una mujer a la cárcel, preguntara por fulano de tal para verle y le dieran el petate del hijo o el marido o el hermano, que le han fusilado esa mañana.


Las mujeres fueron las que estuvieron siempre al pie del cañón, sin desfallecer nunca,únicamente con el sufrimiento de saber qué les pasaría dentro y qué no les pasaría, que quisieran llevarles más de lo que llevan y no pueden porque económicamente no se lo permiten sus circunstancias, y que quisieran, claro está, sacarle a través de las rejas y que tampoco pueden. La impotencia por un lado y la angustia por otro, y que, además, es una vida tronchada, porque hay esposas que han estado a la puerta de la cárcel muchos años. Yo tengo una amiga, que el marido está ahora muy enfermo, muy enfermo, ya con ochenta años, que entre las dos etapas que él estuvo preso ha pasado veinticuatro años a la puerta de la cárcel esperándole. ¿Qué juventud ha tenido esta mujer? De una lealtad extraordinaria, porque ha podido haber excepciones, pero normalmente la mujer ha mantenido en estos casos una lealtad extraordinaria al marido.

Entre las mujeres de los presos había buenas relaciones, aunque las hubiera que no eran del Partido. Las que estábamos en el Partido éramos una piña. En la década de los sesenta hemos estado muy organizadas las mujeres de los presos. Hemos ido a ver a personalidades, al Primado de España, por ejemplo, pidiendo la amnistía, a otros obispos, políticos, a quien fuera necesario. Cuando hacíamos una petición de amnistía no era para uno en particular, sino globalmente, para todos los presos políticos, aunque teníamos que decir que lo pedíamos porque éramos esposas de presos determinados. Por ejemplo, la mujer de Simón, hasta fotos tengo de haber ido a viajes con ella y con otras. Hemos hecho manifestaciones en Madrid pidiendo la amnistía, aunque íbamos cuatro en aquella época.

Estábamos muy unidas, se creó entonces una relación muy fuerte que hemos seguido manteniendo, aunque ahora se anda de otra manera y nos vemos menos, pero mantenemos una amistad entrañable. Tengo grandes amigas que hice en las puertas de las cárceles. Ahora voy a ver si encuentro una residencia donde pueda estar una de estas amigas que tiene ochenta años, aunque no hay manera, porque las residencias son muy caras y en las de la comunidad no hay plazas. Es muy difícil, pero ahí tengo dos direcciones y a ver si el lunes puedo ir y enterarme de lo que cuestan, esta amiga tiene dos pensiones, porque los dos eran sastres y trabajaron, pero no es suficiente. También tienen dos millones y pico que les han correspondido por haber estado el marido en la cárcel, y ella lo dice así, fríamente: si yo supiera que Julián se muere en cinco meses, yo esos dos millones --que ella los ha puesto para que le renten-- me los gastaba íntegros en él, pero si le meto en una residencia de doscientas mil pesetas al mes, ¿cuánto me duran los dos millones? ¿diez meses? ¿y luego que hago? Es triste la cosa. Es un matrimonio que vive en una casa vieja por ahí por la calle de las Huertas en un cuarto piso sin ascensor y ya tienen ochenta años, con artrosis. Es una mujer con una moral estupenda, pero ahí están, él con la cabeza casi perdida y ella sin dinero para poder ayudarle. Ha sido una mujer muy valiente, veinticuatro años a la puerta de cárcel, al Puerto de Santa María, a Chinchilla, ese penal que hay en Albacete, y a Burgos, claro.

No teníamos mucha relación orgánica con el Partido, porque al ser mujeres de preso éramos muy conocidas, pero manteníamos contacto a través de un camarada que representaba al Partido y nos orientaba siempre. Era la forma de luchar como mujeres de presos, que teníamos mucha más autoridad moral para ir a hablar con gente, por ejemplo con Solis , que nos llamaba camaradas, nunca se me olvidará, íbamos Carmen, la mujer de Simón, y yo, y nos decía camaradas. Nuestra tarea en este tiempo, hasta que ellos salieron, era luchar por la libertad de los presos. En eso estaba centrado nuestro trabajo político. Nos daban con la puerta en las narices muchas veces, como es natural, pero nuestra tarea natural era pedir la amnistía.

La noche de la muerte de Franco yo estaba trabajando en el sanatorio Los Nardos. Yo era auxiliar de farmacia y me acuerdo que bajó un médico con una botella de champán y me dijo: Manolita, Manolita, que se ha muerto Franco. No se había muerto todavía, pero nos tomamos la botella de champán. Se murió a los cuatro días.

Me recuerdo en aquellos meses con una ilusión tremenda en la democracia, pensando que era tan bonito para la juventud, para los que vienen detrás de nosotros. Y además ahora ya podíamos trabajar para el Partido de una forma abierta, sin clandestinidad. Era una esperanza tremenda que, por desgracia, no se ha cumplido del todo. Ángel pensaba igual.

Lo que recuerdo con más ilusión de ese tiempo, de llorar, es la fiesta de Torrelodones que se hizo cuando la legalización. Ángel ya estaba enfermo y un camarada, que había estado con él en la cárcel y era muy amigo nuestro, le llevó a Torrelodones en coche porque mi marido ya estaba muy delicado. Yo me fui en autobús y mi hijo se fue por otro lado, también en autobús. Aquel acto fue algo inenarrable para mí. La lluvia, aquella carretera de la Coruña con los coches con banderas y las pancartas. Lo veo todavía, creo que ahí es cuando me di más cuenta de que Franco se había muerto. Y luego el nombramiento del rey, que me acuerdo que Ángel decía: vaya hombre, mira que hacernos monárquicos ahora, con todo lo que he luchado por la República. Y la vuelta de Dolores, que fue un poco antes.

Un día había ido yo al local de Castelló y una camarada me dijo que Dolores estaba en su despacho. Pues la quiero ver, dije yo. No sé si podrá, me contestó. Anda que tú puedes conseguirlo, insistí, porque la camarada era la mujer de Modesto  y había estado en todas partes. Me dio una llantina al ver a Dolores. Abrazada a ella y llorando. Dolores estaba muy bien, muy bien de la cabeza y de salud, y me tuvo allí una hora hablando con ella.

Había conocido a Dolores en la guerra, cuando yo trabajaba en la delegación del comité central del Partido. Yo estaba en el primer piso y ella en el tercero, y había ido veces a verla por cosas de los vascos, que éramos muy chovinistas, yo ahora lo soy menos, pero entonces todavía lo era. Además me había criado de chiquitina en Gallarla, su pueblo. Hablando esta última vez con ella no sé si me reconocería o no, pero como era suficientemente sensible, me preguntó cuando la había conocido, se lo conté y ella se acordaba de todo. Me pregunto sobre mi vida y le empecé a contar por encima. ¿Qué has hecho? me preguntó. No he hecho nada, le contesté, he estado en la cárcel. Cuando oigo decir a alguien que en el exilió lo hemos pasado mal, me contestó, los que habéis estado tantos años aquí en la cárcel si que lo habéis pasado mal. Luego otro día, saliendo con Ángel, comentó que le gustaría mucho ver a Dolores, que la había conocido mucho en la guerra, y también estuvimos con ella un buen rato. Para Ángel fue muy importante, porque como estaba enfermo se encontraba muy sensible. El había sido su traductor en París en el 37, cuando Dolores fue a hablar con León Blum  para que dejaran entrar las armas y ayudas que mandaban de Rusia a España. Dolores se acordaba perfectamente. Venid más a menudo, nos dijo, pero Ángel estaba enfermo y no podía ir solo, tenía que acompañarle yo, que trabajaba todo el día. Ángel murió poco después.










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Historias de la tele de cuando la tele era una. 4 (1969)



Si el cineasta Godard consideraba que el zoom es un problema moral, el televisivo Lazarovconvirtió este elemento del lenguaje cinematográfico en un arma arrojadiza. Con el realizador rumano y su nerviosa utilización del zoom llegó la modernidad televisiva a España, lo que convirtió a su descubridor en el profesional del medio más conocido del país junto a Narciso Ibáñez Serrador. Ambos fueron, y aún son en gran medida, los únicos realizadores del medio que consiguieron imponer un estilo propio --aunque bien distintos el de uno y otro--, claramente identificable por los espectadores. Y de ahí viene su grandeza.
Aunque llegó a España en 1968 con un contrato para dos programas, por los que le pagaron 200.000 dólares de los de entonces, fue en 1969 cuando los españoles supieron que Valerio --Valeriu en su lengua rumana original-- Lazarov estaba aquí para dar lustre y esplendor a la televisión patria. En la edición de ese año del festival de Montecarlo su programa “El irreal Madrid” se llevó de  calle la correspondiente Ninfa de Oro, reafirmando el reconocimiento europeo que el año anterior había logrado Ibáñez Serrador con su “Historias de la frivolidad”.
Para la España oficial de finales de los 60, Valerio Lazarov añadía todavía un mérito más a sus cualidades profesionales, el que le daba haber conseguido salvarse del terror rojo y atravesar el telón de acero, una hazaña sólo igualable a la que había realizado Kubalaunos años antes. Lazarov, criado en la Rumanía socialista, donde estudió cinematografía, se había convertido en el niño bonito de la televisión de su país, consiguiendo éxitos internacionales, lo que le permitió obtener un permiso para salir al extranjero en 1968. La aprovechó y no volvió nunca más. En el mismo festival de Montecarlo en el que triunfaría un año después le descubrió un tal Juan José Rosón, entonces director coordinador de Televisión Española, y se lo trajo a Madrid, donde aterrizó en agosto de 1968.
El irreal Madrid”, que tanto éxito obtuvo era una ligera crítica a los excesos de la afición futbolística realizado con los ingredientes que habrían de constituir las señas de identidad posteriores de Lazarov: la música pop --compuesta para la ocasión por Augusto Algueró-- como base de la historia, los artistas invitados, el humor disparatado, el montaje rápido y la movilidad de los planos, acercando y alejando las imágenes, como quien tiene prisa por llegar al final del camino. Aunque estuviera vacía de contenido, tanta velocidad deslumbró a los españoles, que acabarían por conferirle en no reconocido titulo de “Mister Zoom”.


La carrera posterior de Valerio Lazarovacabaría por justificar cualquier exceso formal de sus primeras obras. Creador de programas de gran éxito, emigrado a Italia, en donde aprendió las artes de la televisión de manos nada menos que de Berlusconi, una de cuyas cadenas dirigió, volvió de nuevo a España para ponerse al frente de Tele 5, la empresa del magnate italiano en nuestro país --donde inventó las inolvidables Mama-Chicho--, aún sigue produciendo nuevos programas.

Éxito político
En 1969, no sólo Lazarov reverdeció el triunfo del año anterior de Chicho en Montecarlo, sino que también Salomé siguió la estela de Massiel ganando el festival de Eurovisión, que se celebró en Madrid. Aunque, como nunca segundas partes fueron buenas –excepto en “El Quijote” y “El Padrino”--, la cantante catalana tuviera que compartir galardón con la francesa Frida Boccara, el holandés Lenny Kuhr y la inglesa Lulú en el premio más repartido de la  historia del certamen.

La tarde de aquel 29 de marzo, día del Festival, dos entonces jóvenes reporteros, que cubrían la información para una revista catalana, habían conseguido atravesar la puerta del madrileño Teatro Real tras haber comprado sendas pajaritas en una mercería cercana con la intención de que el elegante adorno sirviera para contrarrestar sus largas melenas y barbas frondosas. En algo se equivocaron, porque si bien las pajaritas les sirvieron para entrar al teatro, cuando uno de ellos se encontraba aliviando los nervios en el mingitorio se vio de pronto agarrado por dos señores grandes como armarios que le colocaron contra la pared con las piernas abiertas y sólo le soltaron tras hacerle un minucioso cacheo corporal. Únicamente después le enseñaron las placas policiales y le sometieron a un breve interrogatorio tras el que le permitieron entrar en la sala de prensa. Le habían confundido con un terrorista, o un manifestante, o un boicoteador, las tres cosas que más podía temer el régimen en aquel preciso día en el que tanto se jugaba.
Los premios televisivos internacionales servían para asentar al régimen en el extranjero, prestigiarle y hacerle aceptable en un mundo democrático en el que pretendía integrarse manteniendo, no obstante, los elementos básicos de la dictatura que en realidad era. El triunfo de Massielen Londres con “La, la, la” no fue sólo un éxito musical o televisivo, sino, ante todo, un gol político que permitía organizar el festival al año siguiente y dar a los participantes de toda Europa una imagen idílica y pacífica de una España que era cada vez más conflictiva.
1969 fue un año agitado: la muerte de un estudiante en enero desató la huelga en diversas facultades lo que provocó el cierre de varias universidades, complicado además por las luchas de las ya asentadas Comisiones Obreras. Unas cosas y otras obligaron a la declaración de tres meses de estado de excepción, que sólo se levantó poco antes del festival. Para mostrar la mejor cara a los delegados extranjeros, no sólo se vigiló la entrada de posibles perturbadores en el teatro donde se celebraba el festival, que los periodistas no siguieron en la propia sala, sino en una habitación anexa, sin contacto con el público y los invitados, sino que se cuidó a los visitantes como si quisieran venderles el Retiro. Así, se les organizó un calendario de viajes, festejos y saraos que costó a las arcas de TVE nada menos que 100 millones de pesetas, un auténtico derroche para la época. Como el joven periodista no era un loco asesino ni siquiera un comando suicida al servicio del rojerío internacional, el festival transcurrió en paz, y así pudieron comprobarlo los 200 millones de europeos que vieron la retransmisión. Quedaron contentos los organizadores, que se sintieron bien pagados con el 25% del premio que les correspondió en el reparto.

De la Luna al cielo
Cuando a las 3.56 horas –según los relojes españoles-- del 21 de julio de 1969 el astronauta estadounidense Neil Amstrong puso por primera vez un pie humano en la superficie de la Luna, en Cabo Cañaveral había un español para contarlo. Se llamaba Jesús Hermida, era de Huelva, y el año anterior había llegado a Nueva York de corresponsal de TVE. Aquella retransmisión, que con el tiempo todos los españoles asegurarían haber visto en directo, marcó su carrera, y aunque en años posteriores hiciera muchas y meritorias cosas en televisión, siempre sería “el que contó la llegada del hombre a la Luna”, una imagen que le otorgaba carácter de pionero y que le hizo saltar directamente al cielo de los dioses televisivos.
Flequillos aparte, el verbo del nuevo periodista resultaba novedoso para el espectador de la época y bien distinto al que habían practicado hasta entonces los locutores de retransmisiones televisivas. Frente a los modos torrenciales, barrocos y apasionados de un Matías Prats, él ofrecía un relato sobrio, meditado y lleno de silencios, características que conformarían con los años el estilo Hermida, escuela de comunicadores televisivos.
A un lado los sucesos excepcionales, la vida continúo en TVE durante 1969 con estrenos de programas, concursos, galas, divulgativos, retransmisiones y musicales que pasaron y de los que apenas queda memoria actual que los recuerde. Sin embargo, entre tanta cotidianeidad televisiva, un debut dual marcó aquel año para la historia: Luis Sánchez Polack, un madrileño alto, desaliñado y surrealista que había triunfado en la radio con el sobrenombre de Tip, debutó en televisión en el programa “Galas del Sábado” formando pareja con José Luis Coll, un conquense bajito y atildado que había dado por cumplido su viaje de novios con un recorrido en el metro madrileño. Durante muchos años harían juntos el humor más corrosivo, inteligente y disparatado que se podía ver en televisión y fuera de ella. Gilaaparte.




DE PRADO DEL REY A LA MONCLÓA
En la historia de TVE son muchos, durante el franquismo y en la democracia, los directores generales que hicieron luego carrera en la política, pero sólo uno llegó a vivir en La Moncloa tras ocupar el despacho principal de Prado del Rey.
El 7 de noviembre de 1969, Sánchez Bella, el ministro del ramo, nombró director general de RTVE a Adolfo Suárez, un ambicioso abogado abulense que desde niño se había venido labrando una carrera política ocupando diversos cargos burocráticos en el seno del Movimiento Nacional.
De su paso por la tele, que duró hasta el verano del 73, se recuerda especialmente la cantidad de nativos de Ávila que lograron un puesto fijo en la plantilla, aunque todos reconocen que le tocó lidiar con una situación complicada, en la que comenzaron las primeras protestas de los trabajadores y en la que los nuevos profesionales presionaban por hacer una televisión más crítica, más cerca de la realidad.
Suárez aprendió allí a lidiar con quienes exigían más y con quienes querían menos practicando el benéfico deporte de nadar entre dos aguas. Aquellas enseñanzas le servirían en la tormentosa agonía del franquismo para llegar a la presidencia del Gobierno el 7 de julio de 1976 y mantenerse en ella conduciendo una transición política que le convertiría para la Historia en demócrata de toda la vida.






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Adolfo Celdrán. Papeles encontrados en una carpeta (1977)




Desde hace tiempo quería recuperar aquí alguna cosa sobre Adolfo Celdrán, al que tanto me unió durante aquellos primeros años de canción de autor en Madrid desde que me tocó presentar el primer recital del grupo Canción del Pueblo, del que ya he hablado aquí. No lo he encontrado, así que recurro al texto que le dediqué a él en aquel libro de 1977 que quedó inédito e inconcluso y del que se puede leer aquí la parte correspondiente a José Antonio Labordeta.

Como el texto es largo procuraré ser breve aquí. Al escribirlo no podía pensar que de alguna manera se trataba de una despedida; física, en cuanto mi traslado a Canarias y su residencia en Alicante nos iba a tener alejados durante un porrón de años, pero sobre todo musical, por cuanto el final de la dictadura no sólo no iba a permitir el florecimiento de las 100 canciones anunciado por el camarada Mao (¿o eran cien flores?) sino que iba a suponer una condena por lucha democrática prematura, que no acabó con los cantautores porque quien lleva la rebeldía en la sangre es duro de roer, pero que para Adolfo supuso un paulatino retiro de la canción hasta que reapareció en 2001 con un esplendido CD. “Jazmizaer, jazmizaer”, como si de un decíamos ayer se tratase, da contestación, 22 años después, a la pregunta sobre el futuro de su música que yo planteaba al final de estas notas que reproduzco.

Ni que decir tiene que Adolfo Celdrán no permaneció inactivo durante todos esos años ni fueron olvidadas sus canciones, que surtieron todos los recopilatorios de canción de autor editados durante ese tiempo, como se puede comprobar en su página web. Sin embargo, su actividad principal derivó de nuevo hacia la poesía (“Entrevidas”), el teatro (“Como un leve dolor en las sienes”), o el cine, dirigiendo varios cortos y mediometrajes (“Al fondo a la derecha”, “Azahara”, “Aventura en Tabarca.

Sin embargo, su principal ocupación fuera la dirección del Taller de Imagen de la Universidad de Alicante desde que lo creó en 1987. En él produjo numerosos documentales cinematográficos y televisivos, especialmente de naturaleza submarina, tema en el que se especializó el Taller, que se emitieron en cadenas de todo el mundo, incluyendo TVE, y recibieron numerosos premios internacionales.

Pero no quiero extenderme, que lo que sigue tiene lectura para un buen rato. En otra ocasión colgaré la canción que hicimos juntos, “Doña Rosita”, que se incluyó en el álbum “4.444 veces por ejemplo” y procuraré darle al recuerdo en lugar de a la teoría o el análisis que intenté en este texto.   











El cantante popular es el representante, el oficiante de una fiesta que se transmite de pueblo en pueblo; nos encontramos aquí, somos todos nosotros, por fin nos hemos podido reunir y estamos a gusto; podemos decir las cosas que queremos, y podemos cantarlas, o escuchar a alguien que las cante. El cantante es, pienso, portavoz; y en algunas ocasiones él se convierte en el espectáculo, pero otras, el espectáculo y el protagonista es el pueblo, la gente conquista y vive su libertad. Y si el cantante es a veces un motivo para que la gente realice eso, pues mejor. Pero el cantante no es sólo portavoz y vocero, también debe ser un artista preocupado por su quehacer y por mejorar. Cuanto más trabaja uno en ese sentido, más podrá comunicar, mejor se podrá expresar, más libre seré en definitiva

Adolfo Celdrán: Ha llegado el momento de cantar fuerte
Entrevista con Álvaro Feito
Triunfo. 20.11.76

"Lo fundamental para mí, tanto en canción como en poesía, es comunicar sensaciones. Y para ello es necesario, evidentemente, la letra, pero también la música. Porque, en definitiva, es la música la que matiza, la que da fuerza, emotividad, ternura o rabia. Naturalmente es importante también la interpretación en el sentido vivo, porque las canciones las siento delante de la gente. Y cuando no siento lo que canto no puedo interpretar. En definitiva, lo importante es comunicar al público aquello que yo mismo siento al cantar, tanto en mis propias composiciones como en las ajenas, porque cuando leo un poema de otro escritor siento ganas de explicar a la gente las sensaciones que me ha aportado ese poema. De ese modo transmito, a través de otros autores, mis propios sentimientos y emociones. En realidad, todo va unido -música, letra, interpretación- para hacer sentir y comunicar cosas a la gente. Y eso es lo importante. Ahora bien: ¿Que se le comunica a la gente? Evidentemente lo que a mí me afecta, lo que yo vivo y lo que yo creo que puede afectar y afecta a otras personas, a la gran mayoría".

Al borde del principio con Adolfo Celdrán
Entrevista con Fernando Sánchez
La Jaula. 18.2.77

Quizás sea Adolfo Celdrán uno de los cantantes del Estado Español que mayor atención haya prestado a la autoreflexión sobre su trabajo, y esto no solamente  porque en sus entrevistas haya una muy interesante valoración teórica del hecho en sí del canto y del cantante (y de ahí las citas que encabezan este apartado), sino porque esa misma reflexión llega hasta sus propias canciones y hasta la planificación global de su trabajo musical y discográfico. La forma de hacer de Adolfo Celdrán no se caracteriza por el espontaneísmo o a la improvisación, sino por la reflexión y la sensibilidad elaborada, lo que confiere a sus canciones como principal virtud la coherencia, lo que no sería demasiado en una obra artística si no se completara con un alto grado de inspiración.

Esa coherencia, además, es fruto de una gran variedad y amplitud de criterios y formas que rompen en la figura de Adolfo Celdrán la imagen clásica y tópica del "cantautor". Adolfo música y canta sus propios textos, pero también interpreta textos propios y ajenos musicalizados por su hermano Fernando o por otros amigos (Hilario Camacho, Carmina Álvarez, etc.); ha puesto en canción poemas de otros autores (Nicolás Guillen, Jesús López Pacheco, Miguel Hernández, León Felipe, Bertold Brecht, Machado...), y ha adaptado canciones de otros idiomas y autores (Luis Cilia, Pete Seeger, Malvina Reynolds, populares norteamericanas, italianas y griegas, etc.), así como ha interpretado y grabado canciones compuestas en letra y música por otras personas (Jesús López Pacheco, Fernando Brassó, Luis Eduardo Aute). Con estos variopintos materiales ha sabido crear una obra madura, inspirada y, como he dicho más arriba, coherente, en la que destaca por encima de cualquier otra consideración, la personalidad rigurosa del cantautor.

Adolfo Celdrán Mallol nació en 1.943 en Alicante. Su formación y su influencia musicales, no obstante, son meramente castellanas, más concretamente de Madrid, ciudad a la que se trasladó muy joven para estudiar Ciencias Físicas, carrera que terminó a los 23 años, y donde dio sus primeros pasos como cantante, influenciado en primera instancia por las canciones italianas, entonces de  moda, y posteriormente, cuando ya estaba metido en la problemática universitaria de aquellos años, por Raimon , del que en aquella primera época tradujo alguna canción al castellano (Como también hizo Luis Leal, igualmente miembro fundador del grupo Canción del Pueblo).

En aquellos años (1.966/67) comenzó a componer sus propias canciones y a escribir sus primeros poemas, dentro de una estricta línea amatoria al principio, aunque pronto evolucionó hacia una temática de tipo humano-existencial que daría inmediatamente paso a un compromiso más concreto con la realidad, primero ideológico y después político, que caracteriza su obra desde entonces. A esta época correspondan canciones como "Hoy", "Un hombre" o “Canción a las seis de la mañana” que ilustran perfectamente aquel momento:


En estas canciones (las dos primeras han permanecido inéditas y la tercera fue grabada en su primar L.P.) se pueden observar las preocupaciones primeras de Adolfo Celdrán que han quedado señaladas más arriba: el interés por el hombre, la conciencia del momento histórico, la confianza en el cambio social, y una clara influencia de las canciones de la primera época de Raimon; a nivel temático en primer lugar, pero también en algunos aspectos formales, visibles tanto en la estructura musical, simple y marcada, de las composiciones, como en la utilización estética del grito, formula típicamente "raimoniana", como elemento de comunicación directa y de catarsis emocional. Incluso es perceptible en Adolfo Celdran una simbología tan habitual en la obra de Raimon como es la de la noche, en su dobla sentido: noche física y temporal concreta y noche como alegoría política de los años oscuros del franquismo. Noche como el momento en que se hace el amor o efectuaba sus detenciones la policía, pero también como metáfora de un país sumergido en las tinieblas del franquismo.




Ya en su primer disco single (Movieplay, 1969) aparecen, todavía en estado primario, algunas de esas características señaladas. En él se incluían tres canciones ya históricas: la versión castellana de la italiana “Bella Ciao”, una versión inmejorada en español por otros cantantes, la adaptación de “Little Boxes”, de la norteamericana Malvina Reynolds (que Adolfo titulo “Cajitas” y que Víctor Jara cuando también lo hiciera la llamaría “Casitas del barrio alto”) y la adaptación de dos poemas de Bertold Brecht uniéndolos en una sola canción: “General”. A pesar de la precariedad de grabación de este primer disco se encuentran en él, aparte de canción y versión memorables, algunos rasgos que se van a concretar totalmente en su siguiente grabación, el álbum "Silencio" (Movieplay, 1970.) que es probablemente uno de los mejores discos que se editaron en aquellos años, y con el que inicia una trilogía que habría de completarse, con cinco años de distancia, con sus dos discos siguientes: "4.444 veces por ejemplo" y "Al borde del principio".

De las once canciones que componen el álbum, cuatro llevan texto de Jesús López Pacheco: "Canción de la novia del pescador", "La mala pesca", "Canción bailable" y "Una canción", las dos primeras con música de Adolfo y de Hilario Camacho respectivamente, y las últimas concebidas ya directamente como canciones por el propio poeta que, incluso, les puso la música que ahora canta Adolfo. Dos poemas con texto de Berltod Brecht y música del cantante: "El sastre de Ulm" y "La cruzada da los niños" (una magistral narración épica en forma de canción que siempre emociona); un poema de León Felipe con música de su compañera de “Canción del Pueblo” Carmina Álvarez: "Que pena"; y sendos poemas de Nicolás Guillen y Carlos Álvarez musicalizados por Adolfo: "Doña María" y "Canción del pescador". En el álbum se incluyen también dos canciones con letra y música propias: "Canción a la seis de la mañana", de la ya hemos reproducido un fragmento, y "A la voz de un pueblo":


Esta canción, que abre el disco, constituye una  declaración expresa de admiración de Adolfo Celdrán hacia Raimon, al que estaba dedicada inicialmente, aunque a la hora de llevarla al disco decidiera incluir en la dedicatoria, además, a una nutrida representación de intelectuales antifascistas cuyas voces habían contribuido a romper, de una u otra forma, el criminal silencio: "Raimon, Bardém, Luis Martín Santos, Pi de la Serra, Berlanqa Paco Ibañez, Gabriel Celaya, Ángel González, Blas de Otero, Ovidi Montllor, Alfonso Sastre,  Saura...", todos ellos de inequívoca orientación cultural y política.

La importancia de este primer álbum de Adolfo Celdrán es significativa. Por una parte se trata, y este es un dato del que no se debe prescindir, del primer disco L.P. grabado por un cantante castellano dentro del Estado Español , pues los trabajos de Paco Ibáñez se publicaron originalmente en Francia. La acogida de público y critica a este primer disco fue contradictoria: mientras que un pequeño número de críticos (Moncho Alpuente, Tina Blanco, Álvaro Feito, Mercedes Arencibía, Jordi García Soler, Gabriel Jaraba, José Ramón Pardo, Carlos Tena y el que suscribe) se refirieron a él como un hito importante en la canción castellana, el grueso de los comentaristas musicales que dominaban los mas importantes medios de comunicación se limitaron simple y llanamente a ignorarlo, de acuerdo a los criterios meramente industriales que todavía prevalecen en la difusión de la música popular. Como consecuencia de ello,  la férrea censura y autocensura, y el momento político que se vivía aquel año, ciertamente complicado,el disco apenas accedió al gran público, teniendo que esperar varios años para ser realmente conocido. Y reconocido.

Con este primer disco se muestra ya Adolfo Celdrán como un cantautor en plena madurez, con un magnifico dominio de las técnicas interpretativas y, sobre todo, con un alto grado de creatividad musical, una gran facilidad en la composición de líneas melódicas sencillas y pegadizas en las que aparecen plenamente asumidas y personalizadas las influencias de que hablábamos antes. Los arreglos, debidos a la mano de Carlos Montero, son de gran belleza y claridad, alejados de los grandes arreglos orquestales al uso, basados fundamentalmente en la guitarra, que toca el propio arreglista, y el chelo. Pese a esa simplicidad, la textura sonora es de una gran riqueza armónica, como corresponde al buen hacer musical de Carlos Montero, que ya había realizado la misma función en los discos de Luis Eduardo Aute y posteriormente en muchos otros, que supo encontrar la envoltura musical y el ambiente sonoro que exigían las canciones de Adolfo.

Como si el disco hubiera sido premonitorio, a partir de "Silencio" hubo una larga etapa en la que Adolfo Celdrán se enfrentó necesariamente con la perspectiva da abandonar la canción, aunque esta es, como ya hemos visto en el capítulo dedicado a este periodo, 1.970/75, una elección a la que hubieron de enfrentarse buena parte de los cantautores de ese momento. Las causas de este alejamiento fueron fundamentalmente políticas, y el propio Adolfo lo explicó así, relacionándolo directamente con el disco que acababa de editar; "...Luego vino el silencio, no el disco, sino el de verdad. Yo esperaba, cuando salió el Long-Play, un frenazo, un corte. De alguna manera lo titulamos así por dos cosas: porque antes había habido silencio y seguía habiéndolo; y también porque, haciendo un poco de humor negro, yo temía que después continuase, como así ocurrió... Por esa época hubo un gran retroceso. Algunos compañeros se fueron a Francia, otros se fueron a su casa; otros seguían cantando cuando podían y como podían, lo mismo que yo, viviendo naturalmente de otra cosa, condición indispensable para seguir haciendo la canción que nos apetecía. Así pasaron muchos años. Yo me había ido a Alicante en septiembre del setenta y uno..." (entrevista con Álvaro Feito. Triunfo. 20.11.76)




Durante estos largos cinco años en que Adolfo se apartó de la canción por razones de fuerza mayor --pues los esporádicos recitales que en este tiempo consiguió dar deben ser considerados hechos margínales-- no dejó, no obstante, de componer canciones, y también se dedicó a otras actividades creativas, escribiendo dos novelas, con una de las cuales quedó finalista en el premio "Café Marfil" de 1.975; dos obras de teatro, quedando finalista del VIII Premio Nacional de Teatro de Sitges en 1.974 con “La Virgen roja", y publicó un libro de poemas "Todas las caras de su ausencia" en la colección Saco Roto de editorial Helios.

Todas estas actividades no le apartan, no obstante de su interés por la canción, grabando en 1.975,a petición de su casa discográfica que habla visto aumentar las ventas de su anterior LP, su segundo álbum "4.444 veces por ejemplo" (Movieplay,1.975).

Este disco, junto al siguiente, completa una trilogía que inconscientemente había iniciado en "Silencio”. El propio Adolfo ha dado algunas constantes que marcan los tres trabajos: “… varios motivos, el primero, claro, su unidad; desde las carpetas, de tres pintores (Genovés, Candela Vicedo y Arcadio Blasco), pasando por los arreglos (Carlos Montero),  terminando en el proceso del que hablaba; pero el motivo más importante es que ese proceso termina en "Al borde...", puesto que en ese disco llego a la meta que yo mismo buscaba. Asi pues, el próximo ha de ser diferente si no quiero repetirme, no sé cómo, pero diferente..." (Entrevista con Luis Suárez Rufo. Ozono. Diciembre 1976)

El proceso a que hace referencia Adolfo en esta entreviste es fruto de un trabajo riguroso y serio, realizado básicamente en soledad y sin confrontación directa con el público, pero en todo caso, ha contribuido a cimentar un estilo personal y fácilmente reconocible. La critica así lo reconoce: "...Este nuevo álbum de Adolfo Celdrán nos lo confirma como cantautor de raza, coma verdadero cantor popular. Todo el disco es una magnifica prueba de ello. No se trata ya de un trabajo da interés, sino de una obra cuajada de momentos de gran brillantez y con una fuerza comunicativa realmente extraordinaria. Quizás por aquello de que, en arte, la sinceridad constituye una base imprescindible para poder crear con verdadera libertad, y sincero es Adolfo como el que más, como es también hombre lucido e inteligente, artista sensible, músico experto y poeta nada fácil, aunque sí del pueblo. Todo ello se advierte  en "4.444 veces por ejemplo" que constituye una antología de canciones de gran interes..." (Jordi García Soler. “Vibraciones”)

El disco está compuesto por cuatro musicalizaciones de poemas de Miguel Hernández, León Felipe, Antonio Gómez y Nicolás Guillén, todos adaptados por Adolfo excepto el ultimo, que lleva música de su hermano Fernando, dos variaciones sobre temas populares, una canción compuesta en música y letra por Fernando Brasó, antigul compañero del grupo Canción del Pueblo y técnico de sonido en este disco, y temas con texto propio, una de ellas con música de su hermano. La temática y las formas musicales a las que recurre tienen su origen en "Silencio" y su culminación posterior en "Al borde del principio (Movieplay, 1.976), por ello es difícil disociar un disco de otro pues en realidad se trata de dos álbumes (de tres,  seguimos con la idea de la trilogía, aunque en el caso de "Silencio" el tiempo transcurrido hace que aparezca como un eslabón más remoto de esa cadena) perfectamente relacionados como peldaños de una misma escalera. 

Si "4.444 veces por ejemplo" es todavía un trabajo con una cierta dispersión en autores, temas y orígenes musicales, “Al borde del principio” se presenta, en cambio, como un trabajo cerrado, dedicado a un tema único: la reivindicación y el recuerdo de Miguel Hernández, pues aunque tan solo se incluyan en el álbum tres textos del poeta de Orihuela y un poema de Adolfo a él dedicado, todo el trabajo destila un ambiente "hernandiano" plenamente coherente y detectable. El disco es una obra cerrada sobre sí misma en un triple sentido: como obra con un tema único y una estructura musical circular que comienza y acaba en el mismo punto; como obra que cierra la trilogía de que venimos hablando, en el sentido de agotar unas formas y unas constantes temáticas, y como obra que testimonia el cierre de una etapa histórica, como queda claramente especificado en el tema principal del disco: un hermoso poema recitado de Adolfo, que cierra el álbum sobre la misma música de fondo que había servido para iniciarlo:

 
                                         .........
         
Tres son les características fundamentales que enmarcan el proceso interno de estos tres discos que han ido definiendo progresivamente su estilo:




1º.- El acercamiento a la canción popular. Acercamiento que se da a dos niveles. Por un lado en cuanto a variaciones sobre temas folklóricos o en cuanto utilización libre de estos temas; variaciones y utilización que Adolfo Celdrán asume de manera absolutamente libre y sin ningún tipo de juicio previo ni condicionantes, sino marcadas en todo momento por sus propias y personales necesidades expresivas, tanto cuando canta directa y fielmente una canción popular ("Bella Ciao" o "Canción de las recogedoras de lentisco") como cuando utiliza alguna frase para introducirla en su propia composición ("Canción pequeña”) o añade estrofas propias a otras populares:


 Pero hay otra forma de aproximación de Adolfo Celdrán a la canción popular más sutil todavía, como es la asunción de temas y estilos (mas que de formas concretas) que manteniendo su aire popular, no pueden ser identificadas con ninguna forma folklórica definida y llevan un marcado sello personal. Composiciones corno "Canción de la novia del pescador", "Doña María", "La mala pesca", "Canción bailable" o "Una canción" (del primer álbum), "El despintador", "Doña Rosita", "El pueblecito", "El acontecimiento" (del segundo), o "Resiste" (del tercero), qué duda cabe que toman algunos elementos de la música popular no folklórica (prescindiendo de quienes sean los autores de la letra o la música de alguna de estas canciones, que al ser interpretadas por Adolfo Celdrán de alguna manera las hace propias), pero también es indudable que todas ellas muestran una visión del mundo personal y meticulosamente elaborada.

La frescura, la espontaneidad, el sentido del juego que caracterizan las canciones que hemos citado y que marca su acercamiento a la música popular se dan, fundamentalmente en los dos primeros discos, siendo prácticamente inexistentes en el tercero, que es un trabajo mucho más reflexivo, mas intelectual y conceptual si así quiere llamársele, volviendo a aparecer , como veremos después, de manera más definida en su último álbum.



2º.- La musicalización de poemas.Como hemos visto, Adolfo Celdrán es quizás el único caso de cantante castellano que siendo un magnifico constructor de textos presta especial atención a la obra poética de otros autores para adaptarla y cantarla. Dentro de los poetas escogidos para la incorporación a su repertorio, hay diferencias sustanciales entre la manera que tiene de musicalizar y cantar textos de autores con los que le une cierta relación personal (especialmente en el caso de Jesús López Pacheco, amigo del que interpretaba algunos poemas en su primer L.P.), y aquellos otros autores a los que ha llegado exclusivamente a través de su obra (Bertold Brecht, Nicolás Guillén, León Felipe, Machado, y muy especialmente, Miguel Hernández). En el primer caso, la relación que se da entre cantante y poeta es, básicamente, de colaboración, sin ninguna sacralización previa del texto, sin ninguna subordinación al poema. De ahí que la mayor parte de estas canciones estén incluidas en el apartado anterior como temas propios.

Sin embargo, en el segundo caso, el de los poetas ya fallecidos cuya obra está fijada en el tiempo, Adolfo Celdrán  muestra un gran respeto ante el texto original a la hora de ponerle música, siguiendo la pauta marcada por el autor. Este respeto no es ni mejor ni peor que otras formas más irreverentes de afrontar la conversión de una poema en canción, es tan solo una de las posibles, la que ha elegido Adolfo Celdrán y a partir de la cual ha ido creando su propio estilo, que culmina por ahora con las adaptaciones de Miguel Hernández de su tercer álbum. Un estilo propio evidente incluso en casos de músicas ajenas, como "La canción del esposo soldado", adaptada por Luis Cilia, o "Bocas de ira", cuya música esta sacada de una antigua canción de su compañera del grupo Canción del Pueblo Carmina Álvarez, a la que Adolfo ha sustituido la letra original por el poema actual. Porque no se trata tan solo de la melodía o el ritmo con que se canta el poema, sino, ante todo, de la postura del adaptador ante la obra poética, de la interpretación que realiza y del ambiente creado para acompañar el texto.

Esta actitud de respeto parte de una previa identificación con el poeta, no solo de un perfecto conocimiento de su vida y de su obra, sino también de hacer propias las motivaciones qua la han hecho posible, los sentimientos e ideas que destilan, y de una imbricación total con ellas. No se trata pues tan solo de la simple atracción por un texto más o menos brillante y que exprese mejor o peor lo que se quiere decir. No es: tengo cuatro ripios bonitos y tres acordes resultones, voy a ver si me sale algo chulo; sino de algo más profundo, que no excluye la investigación y el estudio, pero que pertenece al terreno de la identificación e interiorización creativa con lo ya existente para convrtirlo en algo nuevo y distinto. Adolfo no musicaliza un poema, lo asimila como propio en “su” composición. De alguna forma el poeta deja de ser el creador único para convertirse en una especie de colaborador necesario, aunque involuntario, del cantautor.

El mantenimiento literal del poema como base de la canción implica, necesariamente una actitud de cierta subordinación de la música hacia el texto (de ahí, por ejemplo, los pocos estribillos de las canciones de Adolfo Celdrán, ni siquiera en las propias), aunque en él esa servidumbre se convierta en una fuente de variedad, en tanto en cuanto al elegir poemas de diversos autores, de estructuras, temáticas y versificación diferentes, las canciones resultantes tiene características diversas. Por ejemplo, en “Doña María”, el poema de Nicolás Guillén, la música y la interpretación festivas, ligeras, vienen a acentuar la aparente alegría con que el texto habla de esa madre que sin saberlo tiene un hijo policía y represor, extremando así la contradicción básica del poema: que tu propio vástago traicione a los suyos pero siga siendo tu hijo. De otra forma, en “La cruzada de los niños”, una historia de Brecht en la que la emoción nace de la relación prolija y casi prosaica de un dramático éxodo infantil, a la manera de un romance épico, la melodía casi salmodiada que se le ha dado, y la interpretación lineal de Adolfo potencian la profundidad emotiva del poema. Eso es lo que convierte los poemas en canciones, confiriéndoles una dimensión más abierta, más amplia que la que tienen en las páginas del libro.




3º.- Las mil formas del compromiso con la realidad. Es evidente la postura de implicación con la problemática social y política adoptada desde el principio por Adolfo Celdrán. Pocos cantantes como él han estado siempre a pie de cañón, dispuesto a acudir al sitio necesario en el momento en que se le ha necesitado, o a dejar testimonio en sus canciones del momento histórico que nos ha tocado vivir. Ese compromiso ha tomado las más variadas formas, según las necesidades de cada momento.

Adolfo no ha dejado nunca de cantar canciones circunstanciales, pegadas al terreno, fruto del variable rumbo de la lucha política. Para ello, ha adaptado canciones extranjeras ("Bella Ciao", "Me gusta la casa de campo" o "¿que te enseñó el maestro", las dos últimas versiones de sendos temas interpretados por  Pete Seeger que nunca llego a grabar. Otras son de composición propia  ("El despintador", "Vota bien y mira a quien”, “Canción pequeña”), o están tomadas de otros autoras ("Pueblo de España ponte a cantar" de Jesús López Pacheco, o la versión del "No nos moverán" que hizo en los orígenes de Canción del Pueblo Ignacio Fernández Toca). Son canciones coyunturales, pero no aparecen en su obra como algo forzado, aunque sí más perecedero, sino integrado en el conjunto de su obra, caracterizada, incluso en estos temas de circunstancias, por una perfecta construcción literaria del texto.

Pese a ello, no es muy dado Adolfo Celdrán a las canciones simples y excesivamente coyunturales. Por e1 contrario, incluso en sus temas más abiertamente comprometidos, es posible encontrar lo que podríamos denominar "reflexión sobre la historia", por el sentido meditativo y profundo que llevan, expresado en versos bien construidos y --como decía Jordi García Soler más arriba-- nada fáciles, aunque populares.


Todas estas características configuran el estilo de Adolfo Celdrán en sus tres primeros discos; como se ve, un estilo nada simple ni univoco, sino complejo y variado, pero también profundamente coherente. Coherencia en cuya parte musical ha desempeñado un papel fundamental el trabajo del arreglista con el cual ha colaborado en estos tres álbumes, el argentino Carlos Montero, que ha sabido crear los arreglos orquestales que la complejidad de las canciones de Adolfo requerían, lo que ha contribuido a configurar la unidad de los tres trabajos como esa trilogía de la que  hemos hablado. 

A partir de la edición de "Al borde del principio", Adolfo Celdrán ha vuelto a tomar la canción como la principal de sus actividades y a ella dedica atención prioritaria, dando de nuevo recitales de forma continuada, que al coincidir con el momento político de comienzo de la liquidación del franquismo y primeros balbuceos democráticos, ha dado a esta actividad una significación y unas características especiales, con el resultado de un salto de los pequeños locales casi clandestinos a los actos masivos, los festivales multitudinarios y los mítines políticos, que han constituido los nuevos escenarios, incluidas algunas prohibiciones sonadas, como la de la Trovada dels Pobles, de Valencia, de la canción de autor española desde finales de 1976 hasta este verano de 1977.

En estas circunstancias y con estas obligaciones Adolfo se ha planteado y grabado su cuarto álbum: "Denegado” (Movieplay-Gong, 1.977), en el que ha dado un repaso a las canciones quo durante los diez años de su carrera musical hablan tenido problemas con la censura.

Se recoger en el canciones que fueron totalmente prohibidas ("Te lo prometió Martí" (N. Guillén/Adolfo Celdrán), "Canción de visperas" (N.Guillén/  A.Celdrán), "La diana" (N. Guillen/Fernando Celdrán) o "Dia de Fiesta" (Luis Cilia/Adap. de A. Celdrán); otras que no pudieron grabarse completas, debiendo acudir en su momento a subterfugios para cantarlas: "No nos moverán”, "Canción del esposo soldado" y "Pueblo de España ponte a cantar (una canción)"; dos más que si bien en 1.969 fueron autorizadas y grabadas, con posterioridad sufrieron mil problemas de censura a la hora de  interpretadas en directo: "General" (prohibida la emisión en la radio desde su grabación en 1969)y "Bella Ciao", y por último, una canción propia que pese a ser reciente, había tenido repetidos problemas para ser interpretada en las fechas cercanas al referéndum de noviembre del 76: "Vota bien y mira a quien (canción lección para una elección)" (A. Celdrán). Como se puede ver un resumen representativo de una parte de su trabajo (y también del de los señores censores) en estos diez años anteriores en el que se puede encontrar de todo: adaptaciones de canciones ajenas, musicalizaciones de poemas y composiciones totalmente propias, en general marcadas, eso sí, por el signo del testimonio y la circunstancialidad.




Para acentuar esa característica, Adolfo ha reunido en el disco a varios compañeros con los que ha compartido algunos momentos de esos diez largos años, y en las canciones encontramos, especialmente en "No nos moverán", en la que cada uno canta una estrofa, los nombres de su hermano Fernando, Elisa Serna, Carmina Álvarez, Manuel Tonaría y Pablo Guerrero, que le hacen voces y que confirman el carácter de rememoración colectiva del disco. Es como el telón final de una obra de teatro que va a caer en cuanto los actores salgan del escenario.

Al tratarse mayoritariamente de canciones antiguas y, sobre todo, conocidas, es difícil apreciar con claridad la ruptura de estilo que este disco supone, aunque es evidente que se da. No tanto en el terreno compositivo, como, especialmente, en el ambiente, arreglos y concepción general del trabajo. Debemos destacar en primer lugar que el hecho de grabar canciones antiguas no reduce el disco a una dimensión exclusivamente histórica, sino que Adolfo intenta aportar, a partir de breves y sutiles variaciones, una interpretación actual de la historia que esas canciones representan. Así, por ejemplo, la manera desdramatizada y un tanto distanciada de interpretar los temas más combativos ("No nos moverán", "Pueblo de España ponte a cantar", "Bella Ciao"), les confiere un valor no sólo en función de su significación histórica, sino de su propia calidad como canciones en sí. No se trata de repetir por recordar, aunque también, ni de una revancha contra la censura, sino de la obra que no ha perdido valor con el paso del tiempo.

Por otro lado, y en este sentido podemos hablar de "ruptura estética" con respecto a los tres discos anteriores, No hay en este trabajo ese carácter de obra cerrada, rígidamente estructurada, que caracterizaba sobre todo, "Al borde del principio", por el contrario podemos encontrar en “Denegado” la espontaneidad, la frescura, el sentido de comunicación popular que ya estaba también en "Silencio", y que de alguna forma se había ido orillado en trabajos posteriores. Una concepción del canto abierto a la participación colectiva y a la improvisación, a la que no son ajenos los arreglos de las canciones, que en este caso no son de Carlos Montero, sino colectivos de los músicos que participan en el disco. Podríamos pues referirnos a este trabajo como el de la vuelta a las raíces, aunque también parezca tener un cierto carácter de transición, de una mirada atrás que permita plantearse, en estos momentos en que la situación política ha cambiado, cuál es el camino que hay que tomar.


Ayer, o anteayer, Fernando González Lucini publicó en su blog una entrada sobre "Cajitas", la canción de Malvina Reynolds que Adolfo Celdrán adaptó y grabó en 1969 y de la que se han hecho numerosas versiones, de las que habla Fernando. Aparte de recomendar su lectura, aquí os dejo para vuestro disfrute el tebeo que sobre la versión de Adolfo realizó Juan Carlos Eguillor y publicó aquel mismo año la revista MUNDO JÓVEN




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