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Channel: Memoria músico-festiva de un jubilado tocapelotas
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A propósito del derecho de las mujeres a decidir sobre su maternidad

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A propósito del derecho de las mujeres a decidir sobre su maternidad





Hasta Trento, la santa iglesia católica dudó de que las mujeres tuvieran alma. Hoy, 450 años después, parece ser que lo que dudan es que tengan entendimiento. Y sensibilidad.

Esta afirmación tan rotunda podría ser sólo una boutade para captar la atención del lector, pero por desgracia no es así. Al menos si nos atenemos a la ideología que subyace en el proyecto de contrarreforma de la ley del aborto presentado por el Gobierno, brazo político y legislativo de la Conferencia Episcopal en este caso, como lo es en otros de la oligarquía financiera. ¿Qué otra cosa revelan las condiciones que se quieren imponer?, los dos médicos que deben autorizar, el asistente que social que ha de hacer recapacitar, los ridículos e insultantes siete días de obligada meditación.

No es sólo que se limiten o cercenen derechos de las mujeres que deseen abortar, es que lo que se está poniendo en cuestión es la propia capacidad para decidir en tema tan importante y personal. Como ellas no tienen las luces necesarias para tomar decisiones sobre su maternidad, aquí estamos nosotros para decidir por ellas, viene a decirnos, quizás entre líneas, pero de manera rotunda. Parecería que piensan que las mujeres, inconscientes y casquivanas como son, salieran dispuestas un fin de semana sí y otro también a quedarse embarazadas para poder abortar dos meses después y pasárselo pipa. ¿Pero quienes se han creído que son? Dios y sus creencias les prestan la luz que ilumina los caminos de sus vidas, y no seré yo quien les niegue el derecho a caminar siguiéndola. Pero que no intenten que sus personales linternas nos desorienten a los demás en nuestro propio camino, ni quieran deslumbrarnos con ellas para alejarnos de nuestra propia moral y principios.

Por años y por vida conozco a unas cuantas mujeres que han abortado, en el lejano Londres o en clínicas más cercanas y seguras que la clandestinidad, que también he conocido, y no sé de ninguna que lo haya hecho a la ligera o de manera frívola, por capricho o, mucho menos, por maldad. Tampoco he sentido que les produjera, creo que hay que decirlo, esos horribles traumas psíquicos que auguran los voceros del infierno. Afirmar o sugerir otra cosa es una infamia, y legislar como si así fuera nos retrotrae al pozo más lóbrego del pensamiento humano. El que negaba el alma a las mujeres. El que ahora quiere negarles el derecho a decidir y la capacidad para ejercerlo.

Acostumbrados a la estrategia del policía bueno y el policía malo, el gobierno parece haber comenzado el juego de dar y quitar, de amenazar y regalar cigarrillos. No resultaría extraño que al hilo de sus particulares intereses electorales al final de la tramitación nos encontraron que han ampliado alguno de los supuestos del aborto que ahora se prohíben, como en el caso de la malformación del feto, excesivo hasta para sus propias filas. No conviene engañarse. Aunque así fuera, el fondo despreciativo, injusto y discriminatorio de la contrarreforma seguiría siendo su fundamento ideológico. Y es con eso, precisamente, con lo que hay que acabar. El derecho a decidir es la madre del cordero si no queremos que el espíritu de Trento dirija nuestras vidas.



Resulta penoso tener que cerrar con esta canción de Luis Pastor
que escribimos hace 30 años, en 1984.
Es como un permanente volver a empezar una pelea que se creía superada
pero que no termina nunca.
No pretendimos lanzar una proclama,
sólo contar una historia ante la que pensar.
Me gustaría que en esta “Cristina” hubiera quedado reflejado
algo de lo aquí escrito.









GERRY ADAMS. Entrevista. 1994

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Gerry Adams. Entrevista. 1994




El ambiente que no falte


En 1994 tuve la oportunidad de entrevistar a Gerry Adams para El Periódico de Catalunya. Aunque se trate de una entrevista coyuntural, centrada en la situación política de Irlanda del Norte en aquellos momentos, pienso que es pertinente reproducirla aquí y ahora. Especialmente por cuanto puede servir para reflexionar sobre las maneras y los métodos de llevar adelante un proceso para la finalización del terrorismo.

También para expresar mi estupor por el hecho de que Arnaldo Otegui continúe aún en prisión.

Gerry Adams había sido encarcelado en 1972 (siendo liberado para participar en uno de los muchos intentos de negociación entre el IRA y el gobierno británico), tras cuyo fracaso volvió en 1973 a presidio, en el que permaneció hasta 1977, siendo detenido de nuevo en 1978. Nada más ser puesto en libertad ese mismo año fue elegido Vicepresidente del Sinn Féin, partido legal pese a ser considerado el brazo político del IRA, del que Adams sería elegido en 1983 Secretario General, cargo desde el que promovió la renuncia del IRA al terrorismo y la actuación política institucional.

Para la fecha de la entrevista, mayo de 1994, estaban recientes los acuerdos entre los gobiernos británico e irlandés que habrían de conducir al alto el fuego proclamado por el IRA apenas un par de meses después. Se iniciaba así un largo proceso de negociaciones que no alcanzaría su meta, tras numerosos avances y retrocesos, hasta las elecciones de 2007.




El presidente del Sinn Fein es posiblemente el personaje bisagra sobre el que puede girar la paz en el Ulster. Tras el acuerdo anunciado en otoño por los gobiernos de Londres y Dublín, Gerry Adams, presidente de aquel movimiento irlandés, ha insistido durante su estancia en Madrid en exigir nuevas explicaciones sobre el documento antes de pronunciarse definitivamente sobre el mismo.

-¿En qué estado se encuentra la oferta de negociación realizada por Londres y Dublín el otoño pasado?

-El tema sigue, no acabará hasta que no haya un acuerdo de paz. El acuerdo entre Londres y Dublín no es un acuerdo, es un paso hacia un acuerdo. Así que queda un camino por recorrer, el conseguir la paz tiene que ser visto como un proceso.

-Pero parece ser que no se ha avanzado mucho. ¿Qué clarificaciones pide el Sinn Fein?

-La declaración es un documento ambiguo, así que queremos aclaraciones acerca de algunas partes del texto. Ambos gobiernos han hecho interpretaciones contradictorias acerca del documento. Hemos pedido clarificaciones de Dublín y las ha dado, y estamos procurando que Londres nos de algunas clarificaciones similares. Finalmente, como la declaración sólo es un paso, a pesar de que podía ser significativo, tenemos que saber cuáles serán los próximos pasos. Lo que estamos buscamos es saber qué pretende Gran Bretaña a largo plazo.

-¿Hay una salida política al problema del Ulster?

-Hacer la paz requiere un diálogo sin condiciones, requiere el compromiso por todas las partes para buscar una solución, requiere un proceso completo. Los principios democráticos que dominarían un acuerdo deberían basarse en el hecho de que los irlandeses puedan acceder a la autodeterminación. El Gobierno británico afirma que no tiene ningún interés en Irlanda. Eso está bien. Añera hay que intentar elaborar una base para establecer una Irlanda estable. Vamos a ver si es sincera esa posición y de acuerdo con ella las gentes de toda Irlanda pueden tener la capacidad de gobernarse a sí mismas. La manera en que decidamos hacerlo es asunto nuestro, ÍTQ de los británicos. El Sinn Fein insistiría en que el acuerdo tiene que ser capaz de conseguir la alianza de todas las organizaciones. Queremos una democracia que funcione, que refleje la diversidad del pueblo irlandés. Éstos son los principios amplios de Un acuerdo.

-¿Cómo se combinan en el panorama político irlandés los elementos religiosos, nacionales y de clase?

-El elemento religioso es una dispersión de la realidad. Necesitamos una situación en la cual la religión pueda ser un asunto de conciencia personal y que haya una garantía de libertades civiles y religiosas, y eso es lo que pasaría en una Irlanda nueva, porque la división no es religiosa, es política. Una parte de nuestra gente, los unionistas, tienen una relación con los británicos porque creen que eso defiende su posición. Es una minoría, pero significativa.

-¿Y la mayoría?

-La gran mayoría de la gente se relaciona mucho más con el pueblo de Irlanda, así que tenemos que remover las causas de la división política. El elemento sectario religioso fue planteado y es utilizado por los británicos para causar la división, así que tenemos que construir una sociedad que lo supere. No tengo ninguna duda de que si los británicos cambiaran su posición y la gran mayoría de los irlandeses estuviera a favor de eso, los unionistas variarían también su posición, porque son víctimas de la historia. Son como los blancos en Suráfrica, si Mándela y De Klerk hubieran esperado a que la derecha se pusiera de acuerdo nunca habrían progresado, así que el Gobierno británico tiene la responsabilidad de llevar la situación hacía adelante y los republicanos irlandeses tienen la responsabilidad de buscar un acuerdo nuevo y trabajar por la unión.
-¿Recibió algún tipo de apoyo en su reciente visita a Estados Unidos?

-Sí, el hecho de haber sido invitado a EEUU y que me dieran visado tras 20 años de no hacerlo indica que hay un apoyo. La visita fue muy positiva y había signos muy optimistas. Pienso que también es importante que los ciudadanos de EEUU hayan podido recibir información directa, que es su derecho.

-¿Variaría el proceso de paz en el Ulster si los laboristas llegaran a Downing Street?
-En los próximos dos años no habrá elecciones en Gran Bretaña, así que la paz no debería esperar tanto tiempo, pero de todas formas si fuera elegido un Gobierno laborista permitiría un desarrollo muy interesante, porque' teóricamente su posición está a favor de la unidad irlandesa y tenemos un Gobierno irlandés que está preparado para aplicar esta política. El Sinn Fein quisiera apoyarla.

-¿Qué tipo de relación existe entre el Sinn Fein y el IRA?

-El IRA es una organización distinta, El Sinn Fein es un partido político abierto, comprometido con la lucha política. Estamos organizados en conferencias públicas, con líderes públicos. El IRA es una organización armada, aceptada, naturalmente, en el contexto de la ocupación militar. Nosotros aceptamos que los ciudadanos tienen el derecho a la resistencia armada, pero eso es una cuestión táctica. Eso es asunto de los ciudadanos y durante siete años el Sinn Fein ha desarrollado una estrategia que procura buscar un fin a los conflictos armados para que haya una desmilitarización. Lo que el Sinn Fein quisiera ver es un fin del IRA y de la lucha armada y que salieran el Ejército británico y los escuadrones de la muerte de los unionistas. Ésa es nuestra mayor reivindicación.

-Tras esta visita a Euskadi y Madrid ¿cree que hay alguna relación entre la situación del País Vasco y la del Ulster?

-La visita fue demasiado corta y tenía que trabajar demasiado. En cualquier caso, es difícil y erróneo indicar paralelismos entre luchas diferentes, con condiciones diferentes, problemas diferentes y tácticas diferentes. Pero seguramente hay similitud en los fines.







Pete Seeger. La canción como militancia

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Pete Seeger. La canción como militancia







"...Sabes que está más oscuro antes de amanecer.
Esta idea me mantiene en movimiento.
Si pudiéramos hacer caso a esas advertencias,
el momento es ahora,  bien temprano por la mañana...

Y por eso continuamos mientras vivimos,
hasta que no tengamos nada,  nada más que dar.
Y cuando estos dedos no puedan ya tocar,
pasaré la vieja guitarra a otros dedos más jóvenes..."



Con Pete Seeger desaparece una cierta manera de entender la música popular. Dejando su ejemplo como herencia que alguien recogerá, con su fallecimiento muere también toda una etapa de la canción popular entendida como militancia. Y con esta palabra no quiero referirme sólo a la conciencia política ni a la lucha por construir un mundo mejor que caracterizaron su vida y que caracterizan (y caracterizarán, espero que aún por muchos años) su obra, sino a una militancia en la propia canción como forma de expresión y de comunicación. Para él, más importante que el cantante era la canción, y más que la canción, la gente. Por eso, sin duda, la parte más importante de su carrera, la que, al menos a él más le importaba, era la de hacerles cantar. No escuchar, cantar ellos mismos. En el recital y fuera de él.

Para Pete Seeger, las canciones formaban parte indisoluble de la identidad de los pueblos y las personas que los integran. Las canciones han acompañado al ser humano desde los albores de su existencia. Le han servido para expresar el amor y la tristeza, para celebrar los nacimientos y condenar las guerras, para llorar en soledad y para bailar las fiestas, dormir a los niños, recoger la cosecha, reivindicar salarios, brindar en las borracheras, rezar en las iglesias, avanzar en las manifestaciones, fabular milagros, narrar aventuras con finales felices o terribles, reír, soñar, cortejar, despedir a los muertos queridos.

Y para todo ello no son necesarias radios, ni discos, ni siquiera youtube. Tan solo una guitarra, o una ocarina, o un timple. O la sola voz. Porque las canciones de verdad, las que nos conmueven, nos alegran el día o nos cargan de mala leche están en nosotros mismos, en cada una de las personas que alguna vez nos hemos emocionado escuchando una canción que nos ha retratado a nosotros mismos. A partir de ese momento la canción es nuestra, y sólo hay que cantarla para resucitar los sentimientos que produjo en la primera audición.

Recordemos que quienes hoy todavía cantamos “No nos moverán” en concentraciones que aún suelen acabar con demasiada frecuencia en carreras, se lo debemos a Pete Seeger. Todos hemos aprendido la canción de alguien que se la había escuchado a otro que la había recibido de uno que la había aprendido de Seeger, a quien a su vez se la habían enseñado los sindicalistas que la habían adaptado de un viejo himno negro de liberación. Si Pete Seeger ha conseguido esto, o ha contribuido a ello, sin duda se va como un triunfador. No hay otro éxito comparable.

Personalmente creo que está es la enseñanza más importante que yo he sacado de años y años de escuchar sus canciones y leer sobre él. En estos tiempos en que la canción es, más que nunca, una especie industrial en vías de extinción, considero que no es una mala lección, de la que pienso que deben tomar nota los nuevos músicos populares y cantautores. Es bueno cantar sobre un escenario las canciones propias o ajenas. Pero lo sustancial sigue siendo que los de abajo, los sin foco, hagan suyas las canciones y las canten cuando las necesiten. Para eso existe la canción.


"...Soy un tipo corriente,  he trabajado toda la vida.
Alguna vez me asentaré con mis hijos y mi esposa.
Me gusta ver una película, tomar un  trago,
y me gusta ser libre para decir lo que pienso.
Debe ser cosa de la familia...
mi abuelo cruzó el océano por esa misma razón...

Nunca he sido de los que se quedan atrás
y dejan que los demás hagan todo el trabajo,
así que cuando llegue el momento, estaré dispuesto.
Y puedo hacer buen uso de mis dos manos.
Dejaré de tocar este banjo con los muchachos,
y lo cambiaré por algo que haga más ruido..."


Toshi Seeger. El puntal del genio

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Toshi Seeger. El puntal del genio






La semana pasada, revolviendo en internet en busca de artículos sobre la muerte de Pete Seeger, tropecé casualmente con la noticia del fallecimiento, sólo seis meses antes, de su esposa y compañera de toda la vida, Toshi Aline Ohta Seeger (1 de julio de 1922 – 9 de julio de 2013). Me enteré de la muerte de la esposa por el fallecimiento del marido, toda una metáfora de una relación que duró 70 años, desde que se conocieron en 1939 en un baile popular de Nueva York. La sombra de los genio, incluso de los no tan genios, es alargada, y a veces oculta a quienes desde la mayor cercanía posible han hecho posible que llegaran a ser tal y como han aparecido ante nosotros.

Es el caso de Toshi Seeger, que creo merece la pena ser recordada en estos momentos, o, al menos, a mí me apetece dejar aquí recuerdo de ella. Supe de su existencia e importancia desde el mismo momento en que conocí a personas que a su vez conocían a la pareja. Raimon o Fernando Santos Fontela (El “Ramón Padilla” que en 1968 editó “Canciones de protesta del pueblo Norteamericano”) me dieron noticia de su existencia y del importante papel que ocupaba al lado, el lado de la sombra, eso sí, del artista que yo tanto admiraba. Fue su esposa y la madre de sus hijos, pero también su compañera de lucha, secretaria, mánager, consejera y productora, tanto de muchos discos como, finalmente, del documental biográfico sobre Seeger “The power of the song”, que tanto ha debido verse durante estos días. O eso espero, porque es excelente.

En cualquier caso, como mi conocimiento de Toshi Seeger no pasa de las habladurías, he preferido acudir a una fuente solvente que conoció en profundidad a la pareja, David King Dunaway, que ya en 1981 publicó la muy documentada biografía de Seeger “Una canción sin fin”, que Jucar editó en España dos años después. He seleccionado algunos fragmentos que hacen referencia a esa relación matrimonial y profesional entre ambos, en los que quedan patenten no sólo su carácter y características, sino que desvelan rasgos poco conocidos, y no siempre halagüeños, de la personalidad de Pete Seeger, que merecen ser conocidos, al menos para hacer honor a una frase de Toshi que cita el biógrafo: “Odio cuando la gente lo idealiza”.

Por otro lado, pienso que hay rasgos de la relación de Pete y Toshi Seeger comunes con los de otras parejas artistas que he conocido. Son, en general, mujeres inteligentes, cultas, valiosas, con fuertes personalidades y sobradas capacidades, que, no obstante, por alguna razón decidieron en algún momento aparcar sus propias carreras para poner su empeño en las de sus compañeros. No suelen aparecer en las reseñas de discos, exposiciones, películas o libros, pero constituyen sin duda los puntales en la sombra del genio, sin las cuales los artistas no habrían hecho la obra que les conocemos o la hubieran hecho de otra manera. Vaya también por ellas.


“He trabajado muy difícil y lo hice con mi esposa;
Trabajando mano a mano para hacer una buena vida.
El maíz en el campo de trigo y en los recipientes, y luego...
Oh Señor, yo era el padre de los gemelos”



(1)
Toshi (el nombre significa «principio de una nueva era») tenía un hermoso pelo negro y una vena osada que había heredado de su madre, la radical en una vieja familia de Virginia que incluía a Jim Bowie, el del cuchillo del mismo nombre. Pete le preguntó por ella tímidamente. Toshi le contó que, contra la voluntad de sus abuelos, su madre se había casado con un exiliado japonés de noble cuna y que se marchó a Europa, donde había nacido ella. A causa del Acta de Exclusión Oriental (que impedía que los niños que tuvieran un cincuenta por ciento o más de sangre oriental entraran en los Estados Unidos), no había podido entrar en el país hasta que su madre la introdujo a hurtadillas, mintiendo a los oficiales de aduana al decir que la vivaracha bebé era cien por cien caucasiana.

Toshi creció en las colonias artísticas de Provincetown y Woodstock y asistió a escuelas «progresistas», incluyendo la Little Red School House de Greenwich Village. Descubrieron que los dos habían hecho propaganda a favor de la España republicana. Pete se sintió atraído por ella, pero era tímido; salieron a tomar hamburguesas unas cuantas veces. La amistad se enfrió un poco cuando Alan Lomax (que estaba en Nueva York por asunto de negocios) presentó a Pete a un fascinante mundo de músicos. Lomax le llevó al apartamento que Aunt Molly Jackson (la esposa de un minero de los Apalaches) tenía en el Lower East Side. Peter conocía las canciones de Molly por su verano en Washington: «I Am a Union Woman (Join the CIO)» y «Pity the Coal Miner». Ella conocía al padre de Pete por el Colectivo de Compositores; los músicos la llamaban «anacronismo viviente», la organizadora de un sindicato minero que escribía canciones sin saber siquiera leer música. (...)

(2)
En aquella época Pete era bastante puritano. No aprobaba el licor, el tabaco, el café, incluso el sexo. A Woody (y a Lee) les encantaba todo eso —ríe Bess[1]—. Pete no insistía sobre el tema todo el tiempo, pero si se bebe, cuesta dinero. No podía aprobarlo sin más.

A veces, Pete regresaba a casa y encontraba vacía la despensa. Woody y Lee estaban sentados en un rincón con una pinta, con el aspecto de dos gatos que acaban de sacar un pollo del frigorífico. Seeger solía estallar.

—Maldición, Woody —gritaba—, no se puede comprar whisky cuando necesitamos cuerdas nuevas —luego daba grandes zancadas por la habitación, regañándole—. ¡No tenemos dinero suficiente para estas cosas! ¡No vuelvas a hacerlo! —A Pete no le importaba sacrificarse mientras los demás lo hicieran.

—Oh, vamos, Pete —se burlaban Woody y Lee—. No tienes ni un solo pelo en el pecho. No eres más que un niño pequeño. Cuando crezcas, verás cómo te gusta saborear un trago o dos.
Después de una conversación como ésta, Seeger salía corriendo al Jefferson Diner, donde Woody había convencido de algún modo al propietario que en su estado natal las hamburguesas se servían con toda la lechuga y el tomate gratis que uno podía comer. Pete Seeger se sentaba allí solo, devorando «Oklahomas» a crédito hasta que una delegación venía para calmarle.

Como los urgía a que limpiaran o redujeran sus bebidas, Seeger era el tipo de compañero de habitación cuyas vacaciones son ocasionalmente bienvenidas. En cuanto a su actitud, podría haberse sentido como en casa en el coro de una iglesia o en un Club 4-H. Aunque Pete aún compartía el dormitorio con Bess, al parecer no ocurría nada más fuerte que tocar el banjo en ropa interior. Por lo demás, Pete ya tenía una novia: la muchacha que había conocido nada más llegar a Nueva York. Había un problema: Toshi era medio japonesa en una época en que los americano-japoneses se habían convertido en el enemigo interior, una «horda amarilla» encerrada en campos en California. «Haremos que se traguen los dientes», decían los americanos después de Pearl Harbor según Times. Cuando el Departamento de Conservación de Tennessee recibió la petición de una licencia de caza para seis millones de «japos», un oficial devolvió la solicitud con la nota: «Temporada abierta para los japos, no hace falta licencia».

Incluso el Partido estaba de acuerdo en mantener en detención preventiva a los americano-japoneses. La situación de Toshi era aún más tensa porque su padre, Takashi Ohta, no era de los que ocultan su pasado. Aventurero exiliado de su respetada familia en Japón, Takashi había recorrido el mundo como soldado de fortuna, combatiendo a las órdenes de Sun Yat-sen, había atravesado el desierto de Gobi, y sirvió en la Marina Mercante Británica. Fascinaba a Peter; su vida era plenamente romántica. Si el padre de Toshi hubiera estado en la costa este, sin duda lo habrían metido en un campo; en Nueva York, el FBI le quitó sus prismáticos, su cámara y su navaja. Para Pete, la controversia solamente hizo a Toshi más deseable. La primera vez que la llevó a conocer a sus padres, su hermanastra Peggy entró en el cuarto de baño sin saber que Toshi estaba allí:

—Estaba allí, sin nada puesto, con el pelo suelto por la espalda. Nunca había visto nada así. Era realmente exótica, muy hermosa.

Ruth y Charles la aceptaron, aunque Constance tenía sus dudas. Una vez, Pete le dijo a uno de sus hermanos que estaba pensando en casarse.

—¿Que te vas a casar? —preguntó su hermano—. Tiene que ser judía o negra... ¿qué es?
—Japonesa —respondió Pete.

Toshi visitaba regularmente la Casa Almanac, y sus regañinas a menudo hacían que Pete bajara a la tierra. El año anterior, había aparecido en un escenario frente a una vivaracha actriz joven, Carol Channing. Toshi se burlaba de él: «Eres demasiado tímido para mirarle a la cara... así que le mirabas el culo». En otra ocasión, cuando estada actuando con vaqueros y botas de caña alta, Toshi le dijo que no se diera ínfulas: «Mira, no eres un obrero, sólo lo estás fingiendo. Todo el mundo lo nota». También le reprendió en lo referente a sus guantes; con el clima más frío, Pete llevaba los guantes de algodón más baratos para darse aire proletario. (...)


(3)
En septiembre de 1946, después de un verano en el que Pete estuvo tan atareado con sus tareas organizativas que apenas vio a su esposa, la pareja apareció en las columnas de cotilleo de New Masses: «Los Seeger esperan a un joven cantante folk». Danny Seeger nació el Día del Trabajo.

Pete y Toshi Seeger se llevaban bien; Toshi celebraba sus propios mítines de People's Songs, en su sótano. Su estilo era escuchar con cuidado antes de decir una palabra, y luego saltar apasionadamente a la discusión. La pareja vivía de forma bastante tradicional; Toshi cuidaba del niño y llenaba un cuenco de ensalada digno de un caballo para los hambrientos invitados, mientras Pete entraba y salía «como un realquilado». En el ejército, Pete no podía esperar el momento de ser padre; ahora ponía el trabajo por delante de la vida familiar.

—Me sentía cargado de adrenalina y saltaba de reunión en reunión. ¡Había que hacer tantas cosas en tan poco tiempo!... Pobre Toshi. Se quedaba en casa cambiando pañales y yo llegaba a la una de la madrugada tras una reunión del comité, para marcharme a otra a las siete de la mañana siguiente. Era un verdadero caso del organizador masculino supremo que espera que su esposa lleve la casa mientras él está cambiando el mundo. (...)


(4)
Toshi, cerca ya de los treinta años, cuidaba de sus dos hijos, que tenían cuatro y dos años respectivamente. Edificó una casa mientras vivía en ella: arreglando las aberturas entre los troncos por donde entraba el viento, cortando madera para la leña, y haciendo recados para sus padres. Además, recogía los mensajes para Pete; el teléfono sonó desde el primer día en que fue instalado, incluso antes de que tuvieran un suelo adecuado en la cabaña.

Cuando Pete volvía a casa después de estar un mes seguido en la carretera, había momentos difíciles, cuando parecía prácticamente un extraño para su familia. La vuelta a casa tenía también sus momentos cálidos y tiernos, como el que  Pete esbozó en su cuaderno. Toshi se sentaba frente a Pete en una de sus pocas sillas, meciéndose y contemplando el suelo con su hija Mika, de dos años, en el regazo. La niña dormía, con los brazos alrededor del cuello de su madre. Al otro lado de la habitación, sus instrumentos puestos a un lado, Pete dibujaba con un lápiz de mina gruesa: la hija durmiendo, Toshi meciéndose amablemente en la semioscuridad, los troncos del patio trasero chisporroteando en el fuego. (...)


(5)
Uno de los factores que cimentaron la relación de Harold[2] y Pete fue su filosofía política común; el representante era, según Joe Klein, autor de Woody Guthrie, «comunista, lo que significaba que se podía confiar en él». Sirvió como confidente informal para los músicos progresistas, convirtiéndose en uno de los únicos representantes encargados de manejar tanto los problemas mercantiles cómo filosóficos de un músico orientado políticamente. Leventhal comprendía por qué a Seeger le gustaba asistir a festivales benéficos, y Pete usaba a Harold como una tabla de salvación para sus excéntricas ideas; si de repente se le ocurría escribir un baile basándose en un estudio de Chopin (cosa que hizo una vez), Harold tenía carta en el asunto (aunque no la última palabra) sobre si publicarla o no. Harold seguía la pista a los amigos de Pete y a sus preocupaciones... y aprendió a llamar a Toshi si necesitaba que Pete firmara algo. Después de años de práctica, Toshi se había convertido en la organizadora que Seeger siempre esperó en ella. Mientras su marido practicaba el banjo en el granero, Toshi cogía un cuaderno, y preparaba su calendario de trabajo, «y que Dios ayude a Pete Seeger si pierde ese libro», rió un amigo de la familia. Cuando Pete se marchaba a actuar, Toshi le metía unos cuantos dólares en el bolsillo.

—Cuando a ella se le olvidaba (y no sucedía a menudo), Seeger terminaba pidiendo dinero para el café. (...)


(6)
En el otoño de 1961, Seeger obtuvo permiso del tribunal[3]para hacer una gira por Inglaterra. En los dos años pasados desde su viaje con Jack Elliot, había desarrollado un amplio seguimiento: cuatro mil personas se congregaron en el Royal Albert Hall de Londres. Inglaterra tenía su propio «Comité Pete Seeger», con Paul Robeson como presidente, el gran cantante de baladas Ewan McColl (ahora esposo de Peggy) como secretario, y Benjamín Britten, Doris Lessing y Sean O'Casey como patrocinadores.

Las cinco semanas en Inglaterra fueron momentos tiernos y preciosos, las vacaciones que Pete y Toshi tanto necesitaban. Ningún Comité de Actividades Anti-inglesas les perseguía; ningún FBI vigiló sus actuaciones. En un coche alquilado, la pareja y su hija de seis años, Tinya, visitaron las 310 acogedoras tabernas que salpican el paisaje inglés. Siguiendo su capricho, se paraban en un pub sin avisar, luego descansaban en un albergue de cama y desayuno, despertándose con el olor del jamón curado en casa y los tomates a la parrilla.

El gélido invierno inglés no había comenzado todavía. Recorrieron el saludable condado de Yorkshire de camino al norte, saboreando el final de un verano indio. Algunos días, las nubes se interrumpían y las carreteras comarcales se inundaban de luz solar. Los enormes campos dorados y antiguas vallas de piedra atraían al folklorista dentro de Pete. Aquí, en los páramos cubiertos de bruma de la frontera escocesa, grandes crímenes y guerras habían producido un centenar de baladas. Al conducir por las desiertas carreteras, Seeger casi podía oír las canciones de falsos caballeros y castillos. A veces, siguiendo una indicación en un pub local, visitaban a un cantante tradicional y oían canciones tal como se cantaban siglos atrás. La música, no las guías turísticas, los condujo a través de lo que Seeger describió como las «abarrotadas llanuras, los valles brumosos de Gales, a través de los páramos barridos por el viento hasta las costas rocosas de Escocia». (...)


(7)
Cuando Pete la conoció en el otoño de  1962, Bernice[4], con diecinueve años, tenía ya fama como cantante por los derechos civiles. Hija de un ministro, Bernice tenía un aire engañosamente tranquilo y grandes ojos amables. Sin embargo, su temperamento podía ser explosivo, y la habían expulsado del Albany State College por manifestarse. Pete la animó a iniciar una asamblea de cantantes del SNCC, quienes podrían extender las canciones de la misma forma que los Almanacs lo habían hecho con el CIO. Bernice tomó el consejo de Seeger al pie de la letra; el día después de que Pete volara a Nueva York, se dio de baja en Spelman College, hizo las maletas y dejó el sur. Llamó a Toshi Seeger a larga Rancia y le pidió que preparara una gira de los Freedom (Cantantes por la Libertad), como los llamó. Toshi se convirtió en la representante no pagada del grupo, y Bernice en miembro de la familia Seeger.

El movimiento pro-derechos civiles se convirtió rápidamente en una prioridad principal en la vida de Pete y Toshi. El trabajo de Pete se había duplicado súbitamente, pues y Harold le habían llenado de actuaciones, ya que pensó que pronto podría acabar en la cárcel y necesitaría el dinero extra. Cuando su encarcelamiento fue anulado, quedó obligado a aparecer. Seeger convirtió estas citas en un fórum musical pro-derechos civiles, llevando las canciones por la libertad como un jardinero trae semillas de verdura. Promovió el interés, pero el maratoniano calendario casi acabó con él.

Judy Collins visitó la oficina del Festival de Newport en Nueva York y encontró a Pete dormido en el suelo, demasiado cansado para regresar conduciendo a Beacon. Finalmente, Toshi advirtió a su marido:

—Mira, tienes que reducir el ritmo... vas a caerte muerto si no lo haces.

Pete hizo todos estos viajes sin equipo de carretera o representante por compañía; a menudo, Seeger marchaba solo del café de un aeropuerto a otro, con el banjo colgado al hombro. No había entusiasmado a su público en Albany, pero estos viajes de penitencia produjeron conversos por todo el país.

Naturalmente, Pete no era el único atareado... buscar actuaciones para los Freedom Singers resultó ser un trabajo completo. En una ocasión, Toshi les dijo: «Será mejor que vayáis al baño ahora, porque el calendario del mes que viene está tan abarrotado que puede que no tengáis otra oportunidad». Toshi sabía lo que estaba haciendo; durante quince años, había hecho el mismo trabajo para Pete. Aquella factura que él había enviado a casa desde el ejército se había visto unida por miles de otras y archivadores llenos de correspondencia. Toshi sabía qué auditorios sonaban mejor, quién aceptaría un precio bajo por una sala, incluso con qué periodistas contactar. Por una vez, se arrojó a una causa independiente de la carrera de su marido. Un amigo organizador llamó a su trabajo «una perfecta unión de la vieja y la nueva izquierda. Nadie se marchaba sin instrucciones, llamadas, comida después del espectáculo, y billetes de avión para la actuación siguiente. Todas aquellas habilidades organizativas de la vieja izquierda y los sindicatos empezaron a fluir a través del SNCC». (...)


(8)
A finales de los años sesenta, Toshi Ohta Seeger se había encontrado dirigiendo a la vez la vida de su marido y quejándose sobre ella. La consciencia doméstica de Pete había progresado ahora hasta el punto que escribió, con ese humor incómodo que los hombres adoptan al responder a los desafíos feministas: «La mayoría de los hombres sólo encadenan a sus esposas a un fregadero. Yo además he encadenado la mía a un despacho». Como Toshi era una mujer, y no le gustaba la publicidad, nunca recibió su reconocimiento. Como productora de Pete, se aseguraba de que estuviera en el lugar adecuado en el momento adecuado con el talante adecuado, y que supiera dónde iría a continuación. Cuando se producían problemas, ella cargaba con las culpas. A la hora de pagar los impuestos, cuando su tímido cantante no podía aceptar cuánto dinero había ganado (o peor, cuánto le daba al gobierno para la guerra), Toshi colocaba una página en blanco en el impreso cuando Pete lo firmaba. Darse cuenta de esta dependencia le lastimaba. Pete sabía lo que Toshi hacía por él y la deuda que tenía con ella.

—¿Es realmente necesario tener un Mánager Personal, un Agente de Publicidad, un Mánager de Carretera, y un Contable (Toshi cumplió ocasionalmente todas las funciones). ¿Dónde va a terminar todo esto? Tal vez debería hacer siete copias en papel carbón de mí mismo...  y así permitirme la enorme organización, el Imperio que gira a mi alrededor.

Sus palabras tenían un tono amargo; había estado oyendo quejas sobre su «inaccesibilidad». Como guardián de Seeger, Toshi y Harold se habían convertido en una combinación que un asociado enfadado llamó «el puño y el guante de hierro». No obstante, si Toshi y Harold aceptaban este papel, era porque Pete abdicaba. Los necesitaba, pero su de pendencia tenía dos efectos, como dejó claro un comentario de Irwin Silber: «Supongo que todos los que hemos tratado contigo a lo largo de los años como editores, directores, productores y mánagers somos partícipes de una misma clase de decepción... Estoy seguro de que eres consciente de cómo la mayoría de la gente en tu vida tratan constantemente de manipularte, igual que tú haces con ellos, estoy seguro, en tu caso quizás por un propósito 'más grande', en el de ellos por causas más mundanas y privadas».

Mientras Pete digería comentarios como éste, Toshi continuaba dividida entre absorber y rechazar la carrera de su marido. Rara vez hablaba con periodistas, pero cuando lo hacía,  sus observaciones eran ciertamente originales.

—Odio cuando la gente lo idealiza —le dijo a un sorprendido periodista del Chicago Tribune. Es como cualquier persona en su oficio, como un buen operario en su bulldozer.

En otra ocasión, cuando le preguntaron por qué Seeger había conservado su popularidad a lo largo de los años, respondió que sus fans estaban «chalados». ¿Ha dado alguna vez Pete un mal concierto?

—Cuando habla demasiado, cuando no canta —dijo ella. Discutiendo en torno al machismo, reprendió a su marido:

—Debería escribir «cerdo» en la espalda de tu camisa.

El periodista, obviamente, había tocado un punto sensible.

Dejando a un lado sus raras puyas, su relación funcionaba bien; si Toshi hubiera recibido reconocimiento (que evitaba), el acuerdo podría haber sido perfecto.

—Toshi ha sido una compañera, no una compañera para andar por casa, sino una compañera real —dice Judy Collins—. El hecho de que él esté en el escenario y ella no, no significa nada.

En ocasiones, Toshi se convertía en el superintendente de Pete; sin embargo, en ciertos asuntos él era indomablemente testarudo. Cuando se trataba del deber, no había forma de discutir con Pete. Y no era un hombre fácil con el que vivir; no bebía café o licor, no fumaba, y no le gustaba escuchar discos o ir al cine. Asistir a conciertos con él podía ser ofensivo; Pete sonreía con desdén cuando los músicos no calculaban bien el tiempo, o cuando interpretaban mal a su público. A pesar de todas sus esperanzas en la televisión, no podía estar sentado en silencio ante el aparato más de media hora; al rato se levantaba a apagarlo. Por otro lado, si te gustaba estar sentado ante la chimenea y tocar el banjo a todas horas de la noche, era el compañero ideal.






[1]Bess Lomax Hawes (1921 – 2009). Cantante y folklorista. Miembro de Peoples songs. Hermana de Alan Lomax.
[2]Harold Leventhal (1919 – 2005) Productor y mánager de Pete Seeger y de otros muchos músicos y cantantes de jazz y folk.
[3] El Comité de Actividades Antiamericanas había condenado a Pete Seeger a un año de cárcel, pena que se había recurrido y que posteriormente sería sobreseída.
[4]Bernice Reagon (1942). Activista por los derechos civiles y cantante. Miembro en aquel momento de The Freedom Singers y posteriorme del grupo negro femenino Sweet Honey in the Rock.

Violeta Parra. Su ultimo dia

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Cinco de febrero de 1967. El último día de Violeta Parra
Testimonios de amigos y familiares






El cinco de febrero de 1967 murió, suicidada, Violeta Parra. En 1976, Bernardo Subercaseaus y Jaime Londoño la biografiaron en su libro “Gracias a la vida. Violeta Parra, Testimonio” a partir de los recuerdos de quienes habían convivido con ella. 

Sobre lo que sucedió aquel fatídico día reproduzco aquí los testimonios de sus hermanos Hilda, Nicanor y Lautaro, su hija Carmen Luisa y su amigo y compañero musical Alberto Zapican. Se incluye al final el extraordinario poema de Nicanor Parra “Defensa de Violeta Parra”, que se puede escuchar en la voz del autor pulsando el enlace correspondiente.






Hilda (hermana de Violeta): recuerdo que ese verano, un día viernes, yo hablé con ella y estaba muy contenta:

--“Vente pa’cá el día miércoles tempranito --me dijo-- pa’ que nos demos unos baños turcos en la carpa.

--Ya –le dije yo, y seguimos conversando de otras cosas.

--Esto es lo mejor que he hecho en mi vida… ¡escucha! –me dijo. Enchufó el tocadiscos y puso “Gracias a la vida”.

--Yo creo que el viaje a Punta Arenas empezó en mi corazón y mi sangre a vibrar, como un ser que ha nacido de nuevo. Creo que las canciones más lindas, las más maduras (perdónenme que les diga “canciones lindas” habiéndolas hecho yo, pero qué quieren ustedes, soy huasa y digo las cosas sencillamente como las siento, las canciones más enteras que he compuesto son “Gracias a la vida”, “Volver a los 17” y “Run run se fue pa’l norte”. Yo estoy contenta de considerarme en este momento como compositora. Sólo quiero que la Violeta Parra tenga la suerte de seguir cantando como hasta ahora para acabar el trabajo que se ha propuesto”.

Cuando terminó le pregunté por qué le había puesto “Ultimas Composiciones” a ese disco.
--Porque son las últimas –me dijo, riéndose, y claro yo no se lo tomé en serio.
Entonces le pedí que me regalara el disco.

--Los discos hay que comprarlos --me dijo, por embromarme-- fíjate que ahora han agarrado a venderlos…

Cogió el disco y me lo autografió, cosa que no hacía nunca. Luego descolgó un choapino grande que tenía --“pa’ tu pieza”-- me dijo. Fue a su cuarto y trajo una maleta llena de cosas:

--Hilda, llévate esta maleta, llévate esta grabadora, esta máquina de escribir.

¡Un montón de cosas que había traído de Europa!

--Ahora, cuando vaya a Argentina me las compro de nuevo… llévatela tú nomás…

--¿Cómo me las voy a llevar? ¿Cuándo te voy a poder pagar este montón de plata?... si ni siquiera tengo trabajo seguro.

--Cuando puedas, yo no te apuro ni necesito plata, así que llévatelas…

O sea que Violeta, esos días estaba entregando sus cosas, pero nosotros, la verdad, es que no sospechábamos lo que pensaba hacer.

Nicanor (hermano): Ese domingo yo la tenía invitada a almorzar, pero el día anterior, el sábado al medio día, ella se apareció con un amigo constructor. Almorzamos los tres, estuvo muy alegre, muy lúcida, se veía feliz. Entonces ahí yo le propuse un trabajo, porque sospechaba que estaba mal sicológicamente: aquí a la Violeta la voy a entusiasmar, pensé.

--Oye, Viola, ¿sabes lo que pasa en este país?... que no hay novelistas. Todos los países tienen uno y aquí nadie ha escrito una novela. ¿Por qué no te escribís una novela, Violeta?

No me tomó en serio, se rió.

--No guachito… escríbetela vos mejor, yo estoy muy cansada.

--Bueno –le dije yo—entonces anda a descansar… todo el mundo va a la playa. ¿Por qué no haces eso antes de ir a Argentina?

Se quedó pensativa un rato.

--Sí –dijo como evadida, con una voz muy rara en ella--- voy a descansar… voy a descansar.

Después se animó un poco más.

--Te voy a cantar una canción –me dijo—se llama “Un domingo en el cielo”.

--No, cántame primero esta otra, una chilota –le digo yo. La cantó, pero insistió siempre en “Un domingo en el cielo”. Terminó de cantar, tomo la guitarra y se puso de pie.
--Quédate, Viola… ¡quédate más!
Dijo que no, que tenía que ir a la Peña y partió. Así que ésa fue la última canción que yo le escuché.




Alberto Zapican (amigo, músico uruguayo que acompañó a Violeta en su último disco): El sábado en la noche habíamos actuado hasta bien tarde en la peña de Ángel, ahí en la calle Carmen. Esa noche la Violeta tuvo una pelea muy fea con Roberto (su hermano), porque estaba tomando mucho. Incluso tuvimos que sostenerlo para que cantara. Esto fue lo que colmó un poco el vaso.

Llegamos a la carpa como a las tres de la mañana. Sin embargo ella madrugó mucho ese domingo. A las cinco y media o seis ya andaba gritando pidiendo un té. Pidiendo que alguien se levantara a calentar agua.

Ella se sentó en la cama y empezó a escribir, escribió y escribió toda la mañana. Tuve una rabia con ella, así que me fui a botar al lado de un pino que había cerca de la carpa. Estaba fumando y leyendo, desde ahí veía que pasaba a alguna parte y después volvía a entrar a su pieza para seguir escribiendo. No tocaba la guitarra. Se la pasó escuchando “Río Manzanares”, una canción venezolana que cantaba Isabel y que a ella le gustaba mucho. Escribía desenfrenadamente, terminaba la canción y volvía a poner el mismo disco, así durante toda la mañana. Almorzamos cerca de la una, ella paró de escribir para venir a comer un sancocho, un revoltijo así dentro del sartén. No habló ni una palabra. Después de tomar té se fue otra vez a su cuarto y se encerró.

Nicanor: Ese domingo 5 de febrero, tipo una, salí de la casa, tenía unos invitados a almorzar, pero no había vino. Entonces dije: la Viola debe tener vino en la carpa, voy a pedirle. La Violeta tenía una casita de madera por ahí cerca, pero no vivía en ella. Ahí estaba mi mamá establecida por esos días.

--A lo mejor puede estar en la casa –pensé. Hice sonar la bocina del auto, la Carmen Luisa estaba en el jardín, le pregunté si acaso tenía vino.

--No, aquí no hay vino.

Puse el motor en marcha. Voy a ir a la carpa –le dije—ahí la Viola debe tener.

--No tío, mi mama no tiene vino… no vaya a la carpa, vaya al negocio a la orilla del canal, seguro que tienen.

Fui y encontré. Así que no la vi… no la vi… yo si la veo en ese estado me la llevo para arriba. Así por lo mejor hubiera evitado que fuera ese día: porque esa decisión ya ella la tenía tomada, la tenía trabando desde mucho tiempo atrás.



Lautaro (hermano de Violeta): Después del almuerzo, como a esa hora de las cuatro, la Violeta quedó sola, mando a un empleado que tenía a comprar choclos porque quería hacer un pastel y humitas. Ese momento lo aprovechó para buscar lo que le interesaba, hasta que lo encontró.

Carmen Luisa (hija de Violeta): Yo estaba ordenando algo en la carpa, serían como las seis de la tarde, de repente sentí un balazo… entré corriendo a la pieza y encontré a mi mamá ahí tirada, encima de la guitarra, con el revólver en la mano. Me acerqué a ella y la moví, le hablé… y no me contestó. Ahí me di cuenta que por la boca le corría un hilillo de sangre. Quedé como paralizada, no sé por qué, pero lo más instintivo fue quitarle el revólver. Salí fuera de la carpa y le avisé a gritos a las personas que andaban por ahí. De repente se llenó la carpa de gente… llegaron los detectives, y después vino una ambulancia a buscarla.





Dulce vecina de la verde selva
Huésped eterno del abril florido
Grande enemiga de la zarzamora
Violeta Parra.

Jardinera

locera

costurera

Bailarina del agua transparente
Árbol lleno de pájaros cantores
Violeta Parra.

Has recorrido toda la comarca
Desenterrando cántaros de greda
Y liberando pájaros cautivos
Entre las ramas.

Preocupada siempre de los otros
Cuando no del sobrino

de la tía

Cuándo vas a acordarte de ti misma
Viola piadosa.

Tu dolor es un círculo infinito
Que no comienza ni termina nunca
Pero tú te sobrepones a todo
Viola admirable

Cuando se trata de bailar la cueca
De tu guitarra no se libra nadie
Hasta los muertos salen a bailar
Cueca valseada.

Cueca de la Batalla de Maipú
Cueca del Hundimiento del Angamos
Cueca del Terremoto de Chillán
Todas las cosas.

Ni bandurria

ni tenca

ni zorzal

Ni codorniza libre ni cautiva


solamente tú

tres veces tú

Ave del paraíso terrenal.

Charagüilla

gaviota de agua dulce

Todos los adjetivos se hacen pocos
Todos los sustantivos se hacen pocos
Para nombrarte.

Poesía

pintura

agricultura

Todo lo haces a las mil maravillas
Sin el menor esfuerzo
Como quien se bebe una copa de vino.

Pero los secretarios no te quieren
Y te cierran la puerta de tu casa
Y te declaran la guerra a muerte
Viola doliente.

Porque tú no te vistes de payaso
Porque tú no te compras ni te vendes
Porque hablas la lengua de la tierra
Viola chilensis

¡Porque tú los aclaras en el acto!

Cómo van a quererte

me pregunto

Cuando unos tristes funcionarios
Grises como las piedras del desierto
¿No te parece?

En cambio tú

Violeta de los Andes

Flor de la cordillera de la costa
Eres un manantial inagotable
De vida humana.

Tu corazón se abre cuando quiere
Tu voluntad se cierra cuando quiere
Y tu salud navega cuando quiere
Aguas arriba

Basta que tú los llames por sus nombres
Para que los colores y las formas
Se levanten y anden como Lázaro
En cuerpo y alma.

¡Nadie puede quejarse cuando tú
Cantas a media voz o cuando gritas
Como si te estuvieran degollando
Viola volcánica!

Lo que tiene que hacer el auditor
Es guardar un silencio religioso
Porque tu canto sabe adónde va
Perfectamente.

Rayos son los que salen de tu voz
Hacia los cuatro puntos cardinales
Vendimiadora ardiente de ojos negros
Violeta Parra.

Se te acusa de esto y de lo otro
Yo te conozco y digo quién eres
¡Oh corderillo disfrazado de lobo!
Violeta Parra.

Yo te conozco bien

hermana vieja

Norte y sur del país atormentado
Valparaíso hundido para arriba
¡Isla de Pascua!

Sacristana cuyaca de Andacollo
Tejedora a palillo y a bolillo
Arregladora vieja de angelitos
Violeta Parra.

Los veteranos del Setentainueve
lloran cuando te oyen sollozar
En el abismo de la noche oscura
¡Lámpara a sangre!

Cocinera

niñera

lavandera

Niña de mano

todos los oficios

Todos los arreboles de los crepúsculos
Viola funebris.

Yo no sé qué decir en esta hora
La cabeza me da vueltas y vueltas
Como si hubiera bebido cicuta
Hermana mía.

Dónde voy a encontrar otra Violeta
Aunque recorra campos y ciudades
O me quede sentado en el jardín
Como un inválido

Para verte mejor cierro los ojos
Y retrocedo a los días felices
¿Sabes lo que estoy viendo?
Tu delantal estampado de maqui.

Tu delantal estampado de maqui.

¡Río Cautín!

¡Lautaro!

¡Villa Alegre!

¡Año mil novecientos veintisiete
Violeta Parra!

Pero yo no confío en las palabras
¿Por qué no te levantas de la tumba

A cantar

a bailar

a navegar

En tu guitarra?

Cántame una canción inolvidable
Una canción que no termine nunca
Una canción no más

una canción

Es lo que pido.

Qué te cuesta mujer árbol florido
Álzate en cuerpo y alma del sepulcro
Y haz estallar las piedras con tu voz
Violeta Parra.

Esto es lo que quería decirte
Continúa tejiendo tus alambres
Tus ponchos araucanos
Tus cantaritos de Quinchamalí

Continúa puliendo noche y día
Tus tolomiros de madera sagrada
Sin aflicción

sin lágrimas inútiles

O si quieres con lágrimas ardientes
Y recuerda que eres
Un corderillo disfrazado de lobo.






Otros escritos sobre Violeta Parra





23F de 1981. Tejero y el carnaval

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23 de febrero de 1981. Día de Tejero y Carnaval







Tal mañana como la de hoy de hace 33 años los españoles se despertaron, los que habían dormido, con resaca de pesadilla; y no precisamente soñada, sino bien real. La tarde anterior, un grupo de guardias civiles comandados por un tal Tejero habían ocupado a tiros el Congreso de los Diputados y la sombra alargada de los tricornios acharolados y los conmilitones golpistas había secuestrado durante una noche la democracia titubeante y dudosa que apenas comenzaba a andar. Una noche de miedos que nos retrotraía a los aún recientes terrores nocturnos de la dictadura.

No es ocioso recordarlo ahora, cuando todo parece tan diferente y ningún rumor de fusiles llega de los cuarteles. Hace unos días, en un concurso televisivo, una persona que debía rondar los treinta años fue incapaz de identificar aquellos hechos; “esas cosas no las enseñan en el colegio”, vino a decir el concursante; y un servidor, perplejo espectador, no pudo evitar que se le cayeran los palos del sombrajo. ¿Qué tipo de sociedad estamos creando, que no enseña a sus jóvenes no ya la Historia, sino especialmente aquellos hechos que han contribuido de manera decisiva a que la España de hoy sea lo que es? También resulta deprimente que existan esos niveles de ignorancia social sobre el tema, cuanto tantos artículos, libros, informes, documentales e incluso series televisivas se han dedicado a paliarlos. ¿De tan poco sirven esas gotas de conocimiento en un mar de desinformación?

Han transcurrido 33 años, y si el fracaso de aquella asonada vino a certificar el final de una etapa histórica, marcada por la permanente vigilancia sobre la sociedad civil de los poderes militares, autonombrados garantes de la paz y el orden, ahora nos encontramos ante nuevas formas de secuestrar la voluntad popular. A la luz de la situación actual deberíamos comprender que los caballos de Pavía son ya una antigualla innecesaria que ha cedido su lugar a ese entramado simbiótico que representa la connivencia de los poderes políticos y económicos, en cuyo beneficio e intereses se eliminan o reducen derechos, se agudiza la explotación, se fomenta la inseguridad y, en definitiva, se fuerza un salto atrás que nos devuelva a lo más negro de la historia de España.

El 23 de febrero de 1981 había amanecido soleado en toda España. También en Canarias, donde yo vivía entonces, quizás como un buen augur de los carnavales que debían empezar en fecha próxima. Las comparsas habían ensayado ya todos sus bailes, las mascaritas llevaban semanas con el disfraz acabado y los más rezagados aún daban las últimas pintadas a su traje de dama del siglo XVI.

Desde hacía unos meses yo estaba al frente de “El Puntal. Revista de Canarias”, un semanario de información general que suponía el último intento de crear una publicación netamente de izquierdas, unitaria y apartidista, de distribución regular en los circuitos comerciales de prensa. Era lunes y habíamos cerrado el número que al día siguiente debíamos mandar a la imprenta, totalmente satisfechos, incluso exultantes, con la portada que habíamos encontrado. En ella, un cuarentón gordo, gordísimo, se levantaba sin ninguna inhibición sobre las puntas de los pies con las manos en alto, pillado en el grácil giro coreográfico que exigía su traje de bailarina con tutú. Lástima que se perdiera.

Ya lo teníamos todo cerrado cuando a través de una amiga nos enteramos a media tarde de que unos guardias civiles habían tomado a tiros el Congreso de los Diputados. Las numerosas llamadas telefónicas a amigos, conocidos y familiares de Madrid no acaraban nada, así que con el miedo metido en el cuerpo (no podíamos dejar de pensar que, como ya había sucedido antes, la salida de la isla era prácticamente imposible) nos pusimos a levantar lo que habíamos hecho, preparar una nueva portada, escribir un editorial (en el que la protocolaria hora menos canaria nos permitió adelantar el fracaso de la intentona), y guardar un par de páginas para añadir información cuando la tuviéramos.

Al día siguiente metimos los primeros comunicados que recibimos en las dos páginas que habíamos reservado y mandamos los fotolitos a Tenerife, donde se imprimía. Dos días después pudimos venderla en la manifestación contra el golpe que, como en toda España, también se organizó en Las Palmas. Nos quedaba la alegría de haber sido los primeros en poner a Tejero entre rejas.











Pero el tema de aquel número de “El Puntal” eran los carnavales, no se olvide, que la Historia con mayúscula no nos impida atender a las historias con minúscula. La foto del insólito bailarín también fue secuestrada por Tejero, pero quedó el artículo sobre los carnavales que, con cierta premura, como el mismo indica, le habíamos encargado a Elfidio Alonso, en aquellos tiempos subdirector del diario tinerfeño “El Día”, fiel carnavalero y director de los Sabandeños, colaborador fijo de la revista, en la que publicada una página semanal de opinión. Ahí va.




El 23-F de Jordi Évole. Falsear la realidad para decir una verdad

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El 23-F de Jordi Évole. Falsear la realidad para contar una verdad






Menuda la que ha montado Jordi Évole con su falso documental sobre el intento de golpe del 23 F. Ese chaval es más listo que las pesetas y tiene más peligro que un nublao, que diría mi madre. Anoche, cuando el falso documental acababa, y antes del coloquio, no pude evitar en un arrebato aceptar el guante del periodista y, dentro de juego de espejos que nos proponía, comenté en un breve mensaje de facebook lo ya visto, calificándolo de algo así como “excelente y clarificador reportaje de investigación”. Me reafirmo en ello una vez bien dormido e intentaré explicarlo.

Por supuesto que no era la primera vez que se utilizaba la idea de falso documental como forma de creación artística o periodística. El trabajo sobre la luna del que ha hablado el propio Évole o la más clásica “Guerra de los Mundos” de aquel mixtificador que fue Orson Welles, que repitió la fórmula en el falso noticiero cinematográfico del inicio de Kane y profundizo en el tema en “F for Fake”, no son sino antecedentes ilustres, especialmente el primero, faltaría más. En este capítulo de antecedentes conviene recordar que a finales de los años 90, TVE emitió la serie de falsos documentales “Páginas ocultas de la historia” en la que los novelistas Fernando Marías y Juan Bas contaron más de una docena de apasionantes ficciones con apariencia de realidad, algunas tan delirantes y creíbles como la de una sociedad secreta a la que a lo largo de los siglos habrían pertenecido Miguel Ángel, Dostoievski o el mismísimo Welles, o la de cómo Lorca no habría muerto en el barranco de Viznar sino que habría sobrevivido amnésico y recogido por unas monjas. Pero dejo de divagar, aunque ganas no me falten.

En todos estos falsos documentales, y en el propio género, lo que subyace es --aparte de una indagación sobre los límites y la ambigüedad de aquella vieja relación fordiana entre la realidad y la leyenda-- el cuestionamiento de la supuesta objetividad de la realidad, de las posibles manipulaciones a que se presta lo real pasado por el visor de una cámara y de la credulidad colectiva, que lleva a creer con la fe del carbonero lo que se dice desde los medios o a seguir con los ojos cerrados a quienes consideran sus líderes, por más que lo que digan o anuncien carezca de cualquier viso de verosimilitud comprobable.

Todo eso estaba en “Operación Palace”, pero, además, pienso que en el trabajo de Jordi Évole había un aspecto, que me parece central para haberlo calificado de “documental de investigación”, que le confiere una destacable singularidad. Mi refiero a cómo una falsificación de los hechos reales puede conducir a la revelación de una verdad. Un juego del que también participa, por ejemplo, el “ya han terminado las noticias, ahora empieza la verdad”, o algo así, de Wyoming.

Con la complicidad de un grupo de protagonistas reales, y de total credibilidad, de los sucesos de aquel día, “Operación Palace” nos contó una falsa conspiración de todos los partidos políticos parlamentarios del momento para organizar una ocupación militar del Congreso de los Diputados de la que, paradójica e inteligentemente, el único que no sabe que es una farsa es Tejero, su ejecutor. El motivo de tan rocambolesca historia sería, nada más ni nada menos, que sacralizar la figura del Rey, estableciendo una relación directa causa-efecto que uniera indisolublemente la monarquía con la democracia. El Rey ha salvado la democracia, luego no puede haber democracia sin rey.

La falsificación está en la mentira de la anécdota, la verdad en la conclusión de la falsedad imaginada. Porque si hubo una consecuencia política evidente y directa de aquel intento de golpe fue el encumbramiento de la figura real a la altura de personaje intocable y reverenciado, sacralizado, “que salvó España y la democracia”. También es cierto que, aún sin la falsa conspiración, los partidos políticos parlamentarios del momento y sus líderes, de Suárez y Fraga a Roca, González o Carrillo, hacía tiempo que fomentaban --por convencimiento, miedo, prevención u oportunismo-- la estrategia de que la seguridad, la estabilidad y la modernización de España pasaba necesariamente por esa identificación de Juan Carlos de Borbón como adalid de la nueva España y garante de la democracia. No es cuestión baladí la reflexión cierta sobre ese cuento falso que ayer nos contó Jordi Évole, sobre todo cuando, precisamente, comienza a cuestionarse con firmeza el modelo político que entonces se consolidó y que ha venido dirigiendo el Estado desde entonces.

Tenemos muy reciente un ejemplo de cómo imágenes reales pueden servir para falsificar la realidad, engañar y mentir. Ahí está para quien quiera verlo el primer montaje de vídeo ofrecido por la Guardia Civil y el Gobierno sobre los terribles sucesos de la playa del Tarajal, en el que mediante la simple alteración del orden cronológico de los planos se intentaba demostrar que la violencia oficial había sido la respuesta al apedreamiento de los subsaharianos y no a la inversa. En estas circunstancias ¿no es de agradecer que alguien haga lo contrario, que extraiga de lo falso la verdad?













Paco de Lucía. Nuestra música

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Paco de Lucía. Nuestra música







Esta madrugada ha fallecido Paco de Lucia, probablemente el más universal de los músicos españoles contemporáneos, no tanto por el reconocimiento y la difusión que ha tenido en todo el mundo, sino, sobre todo, por la esencial universalidad de su trabajo, que recorre el universo estético de la música en un doble sentido: verticalmente, enlazando la más vieja traición con la esencialidad contemporánea, y horizontalmente, unificando lenguajes de tierras dispares.

Curiosamente, coincide su fallecimiento, no en el día, pero sí en el año, con el 40 aniversario de su descubrimiento como artista por parte de un público ajeno al estricto flamenco, terreno en el que ya gozaba de merecida fama desde que había acompañado a Camarón en sus primeros discos. En 1974 Paco de Lucía publicó “Entre dos aguas”, que habría de convertirse en su estandarte, y realizó una importante gira por toda España, operación de promoción que fue activamente apoyada, quiero recordarlo aquí, en “Para vosotros, jóvenes”, el programa diario que dirigía en Radio Nacional Carlos Tena y en el que colaboraba, junto a Adrián Vogel, Gonzalo García Pelayo, Jorge de Antón, Julio Palacios, Aurora de Andrés y tantos amigos.

Personalmente realicé para Disco Expres la crónica del recital que celebró en el Teatro Alcalá Palace de Madrid el 25 de junio. Me ha parecido pertinente recordar, aquí y hoy, aquel momento. Paco de Lucia ha fallecido a los 66 años. Tenía entonces 26.






DISCO EXPRES. 12 JULIO 1974

Decir que el recital de Paco de Lucia en el Cine Alcalá Palace de Madrid fue impresionante es decir poco. Pero de todas maneras hay que decirlo: Fue impresionante la actuación y fue impresionante ver a dos mil personas, jóvenes en su mayor parte, de pie, aplaudiendo hasta romperse las manos a un guitarrista joven, español y flamenco.

La actuación fue realmente como la esperábamos. Hace ya años que Paco de Lucia lleva actuando y grabando discos en nuestro país, y aunque uno no sea un flamencólogo, no era la primera vez que tenía ocasión de escucharle. Cuando se está ante un músico como Paco de Lucia no se sabe qué admirar más, si su increíble técnica, esa velocidad que puede llegar a ser aturdidora, o la facilidad con que controla ese virtuosismo, su capacidad de utilizarlo para encontrar una emoción absoluta, total. Paco de Lucia no es un guitarrista frío a pesar de ser un guitarrista perfecto, sus interpretaciones están llenas de calor, de sinceridad, lo cual es mucho más que simple técnica. Aún sin pronunciar sino breves palabras en el recital (no más de diez y de una sola tacada), puedo afirmar que pocas veces me han «dicho» más cosas desde un escenario. La música puede ser tierna, dulce, alegre, amarga, violenta y arrebatadora, sólo hace falta un músico como Paco de Lucia.

Pero siendo todo esto destacable, creo que lo más importante de este recital es el público. Allí había dos mil personas, y casi otras mil se habían quedado en la calle Alcalá sin entradas. Una pequeña parte eran aficionados al flamenco, público maduro, pero la gran mayoría era gente muy joven, el mismo público que podemos encontrar en los recitales de Mayall, de Rory Gallager o de los mediocres, aunque famosos, Emerson Lake and Palmer. O, en otro género, el mismo que hace poco acudió a escuchar a Daniel Viglietti. Para todo este público tan distinto la actuación de Paco de Lucia ha sido una total revelación. Era normal que estuviéramos ansiosos de escuchar a esas grandes figuras de la música pop, a esos seres casi mitológicos que nuestra condición de espectadores de segunda nos había impedido disfrutar hasta ahora, y es lógico que acudiéramos a los locales donde actuaban y los desbordáramos, pero lo que parece menos lógico es que fuéramos incapaces de apreciar algo que, por estar en casa, nos era mucho más desconocido. Paco de Lucia ha venido a demostrar que el público joven español no sólo está preparado para escuchar música española o en español, sino que es capaz de sentirla suya, de emocionarse con ella, en la misma medida en que lo hace con 1a música universal.

Hay público para todo, ya lo sabíamos, pero hasta ahora el público estaba muy encasillado. El clásico en una parte, el de jazz en otra, el flamenco en otra, los cantautores por su lado y el publico rock en ninguna porque no había recitales rock. Estas actuaciones están demostrando que no hay que estar tan encasillados, que de hecho no lo estamos, que los jóvenes no nos conformamos con el sitio que teníamos reservado y que hemos tomado al asalto el flamenco, el jazz y lo que nos pongan por medio.

Y todo ello sin mixtificaciones, sin mezclas fáciles y oportunistas. Hemos sido capaces de admirar y aplaudir a Paco de Lucía sin necesidad de que se disfrace de nada, sin que nos pongan melotrones para entenderlo. Hilario Camacho, a una pregunta sobre la pureza del flamenco de Paco de Lucia contestaba ese día: «A mí me importa un comino que sea puro o no, lo que me importa es que me llega, que es bueno, que me emociona». Y efectivamente resulta así.

Los puristas se pueden rasgar las vestiduras, pero Paco de Lucía no dejará de ser puro por ello. Paco de Lucia nos llega, demostrando que el flamenco puede ser un arte de hoy, de mil novecientos setenta y cuatro y que para ello no hace falta traicionar nada. Paco de Lucia es un clásico que viaja en avión, que tiene televisor, tocadiscos, que sabe lo que sucede en el mundo, y que lo expresa con su música. Su flamenco no está anquilosado como quisieran algunos arqueólogos del arte, es una música de hoy, y como también decía Hilario Camacho, su «Rumba, no tiene nada que envidiar a Saratana ni a nadie, en cuanto a modernidad».

Con este recital de Paco de Lucra, que no es sino uno más de los cuarenta que está dando en toda la península, el guitarrista ha venido a descubrirnos un tipo de música que no por ser nuestra es peor, sino al contrario. Sabemos que no se puede despreciar la buena música extranjera, sea en inglés, francés o en el idioma que se quiera, son aportaciones culturales distintas que debemos de recoger para incorporarlas a las propias, porque no vivimos solos y quienes nos influyen nos ayudan, pero desde el día 25 de junio sabemos también que lo nuestro es tan bueno, o mejor, que cualquier importación, y, yo apuraría más, ahora sabemos que para ser internacionales no hay que imitar a nadie, que si queremos que nuestra música cuaje fuera de nuestras fronteras va a ser precisamente a base de mostrar nuestras más genuinas y auténticas raíces musicales engarzadas en el tiempo actual. Cosas como esta de Paco de Lucia.

Porqué, y con esto acabo, la actuación de este músico de 26 años nacido en Algeciras es, ante todo, una invitación; una puerta abierta para que nos introduzcamos en nuestra propia música, que no acaba en él, sino que se prolonga, en Manolo Sanlucar, en Ramón dé Algeciras y en los dos guitarristas que también actuaron en el recital; en Menese, Morente, El Lebrijano, Camarón, Gerena, y muchos otros en otros terrenos musicales que no pertenezcan al flamenco también debemos descubrir. Lo que escuchamos la otra noche era la música de siempre de nuestro país, pero era también, y esto creo que es más importante, la música de la juventud española de 1974. NUESTRA MÚSICA.













GATO PÉREZ. Flaires de Barcelunya

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Gato Pérez. Flaires de Barcelunya (1983)




En 1983 Gato Pérez publicó “Flaires de Barcelunya”, quizás el trabajo menos conocido de su discografía, tal vez por estar totalmente cantado en catalán; motivo que aproveché para dedicarle un largo artículo contando su vida y milagros en El Diario de Las Palmas.

Me llama poderosamente la atención, que existiera una época, hoy sólo recuerdo, en la que un periódico diario, en este caso de Las Palmas de Gran Canaria, dedicara nada menos que una página entera al disco más marginal de un músico y cantante que, pese a que sus dos discos anteriores, “Atalaya” y “Prohibido maltratar a los gatos” había sido editados por la multinacional EMI y hubieran conseguido una considerable repercusión, no era un ídolo de multitudes.

Prueba de la marginalidad de “Flaires de Barcelunya” es que ninguna de sus composiciones estén en youtube, prueba del algodón de la popularidad musical, por lo que las ilustraciones musicales pertenecen a otros discos. Lo que sí está accesible son algunas de las canciones, que enlazo en cada ocasión.






 DIARIO DE LAS PALMAS. 8 MARZO 1983

Javier Patricio «Gato» Pérez es, con seguridad, uno de los más importantes compositores de canciones y cantantes de España. Esta es una afirmación fuerte, lo sé, pero es algo que debe quedar claro desde el principio para que no haya que insistir en ello. Los discos son las pruebas, Gato Pérez tiene eso tan raro que se llama «estilo»: «el carácter propio que da a sus obras el artista, por virtud de sus facultades y es como un sello de su personalidad», según el diccionario. En este caso concreto, el «estilo» podría definirse como la facultad de ser siempre fiel a sí mismo, sin dejar de ser diverso en cada caso, manteniendo unas constantes creativas que perviven por encima de las transformaciones formales que toda evolución artística conlleva. Su obra es variada, rica y diversa, y subsisten en ella unas características formales y de contenido que muestran toda una manera coherente y articulada de entender el arte y la vida.

Desde esta perspectiva, parece lógico suponer que hay distintas maneras de enfrentar la aparición de su último álbum, «Flaires de Barcelunya» (EMI-Odeon/1983), cantado totalmente en catalán. Hemos elegido la de considerar este disco como la culminación de una historia de amor e integración, la de un joven argentino que llegó a Barcelona con quince años, se hizo cantante, y cuando a alcanzado los treinta y uno le ha escrito  un álbum de canciones en las que queda patente la inmersión de una persona en una tierra.

Javier Patricio Pérez llegó a Barcelona en 1966, en el momento en que se iniciaba un renacer cultural, musical y político, que también habría de influir en el movimiento de rock que inició su andadura pocos años después, al comienzo de los setenta. Sus primeras aventuras musicales las corrió en grupos de rock más o menos tradicionales y miméticos de lo que se hacía en los Estados Unidos, por mucho que en uno de ellos, Slo-Blo, se cantasen canciones de Bob Dylan en inglés (Gato Pérez) y en catalán (Albert Batiste). Hacían música excelente, fresca, fuerte y alegre, pero era un marco que le quedaba estrecho a la mayoría de los integrantes del conjunto, y disolvieron el invento buscando nuevos caminos. El de Gato Pérez pasó por un magnífico grupo que se llamó «Secta Sónica» y en el que empieza de manera definitiva su carrera.

SECTA SÓNICA, EL PRIMER PASO

En el 76 y 77 graba Gato Pérez dos discos con «Secta Sónica», dos discos que se encuentran entre lo más innovador e inspirado del rock español, y constituyen, además, un avance de todo lo que va a ser la «salsa» posterior.

Desde la misma formación del grupo, constituida por un bajo, un batería y percusionista y tres guitarras solistas, aquel grupo ofrecía cosas nuevas. Un claro sentido de los ritmos calientes y salseros, un cierto regusto jazzístico en las composiciones, y un envidiable juego de las tres guitarras, convierten aquellos discos en piezas indispensables para toda discoteca de buen degustador. Además, en estos discos se hacen públicas las amorosas relaciones entre Gato Pérez y Cataluña,
Aunque aquellos discos fueran totalmente instrumentales, y sus influencias rockeras, jazzísticas y salseras, fundamentalmente, en algunos de los títulos se escapaban ya rastros indicativos de por dónde iban a discurrir las futuras creaciones del Gato. Cuando titulaba sus temas bajo rótulos en catalán, como «Malambo de Rafel Barrea», «Violentos los correas» o, sobre todo, «Al bar petxina la basca cuina un ritme que es cosa fina», se dejaba ver ya el alerón de ese amor doble, a Cataluña y a la música caliente, que habría de fundirse en una sola cosa: la rumba catalana.

LA RUMBA PARA TODOS

Porque en Gato Pérez, el descubrimiento de la rumba catalana y lo que hace con ella significa, a mi entender, el punto central de su obra. La rumba catalana es la representación de la Cataluña que ama Gato Pérez, no la Cataluña del «seny» y «Banca Catalana», sino el amor a una Cataluña mestiza de gitanos, emigrantes, pageses, trabajadores, noctámbulos, camioneros, marginados, gente de la farándula, travestis, rumberas, prostitutas, descargadores de muelle, pequeños maleantes. Esa ciudad que también describe Josep María Carandell en su «Nueva Guía Secreta de Barcelona», la de los Siete Barrios y la del barrio Chino, Una Barcelona variopinta, con unos habitantes que luchan por la vida y por integrarse en la sociedad en que viven.

La rumba, género mestizo por excelencia, es la sangre que corre por las venas de la música de Gato Pérez, y podría preguntarse -quizás haya quien lo diga, porque hay gente que dice cualquier cosa- que ¿cómo se puede ser artista de verdad, de los que merecen la pena, cantando rumbas? El mismo se encarga de dar respuesta a la pregunta. 

La rumba es una música con genealogía:

«Mercachifles y marineros/ trajeron de Caribe y del Ecuador./ Juntaron rumba y flamenco/ y le dieron nuevo/ sabor al ritmo de los gitanos/ de Somorrostro hasta Mataró».
El ventilador»)

Para Gato Pérez la rumba es una música que le deslumbra originalmente, pero que luego asimila e incorpora a cuanto había antes en su acervo musical y a cuanto llegará después, para dar luz a un género indefinido, de ricos matices y de fuerte impacto:

«Los últimos veinte años de rock y música tropical/ se funden en el instante más divertido de la reunión».
Tiene sabor»)

«Es la rumba y es el tango,/ son el jazz y el rock and roll/ un volcán de sentimientos/ por donde habla el corazón. /Así se gasta adrenalina/ y se bebe mucho alcohol/ para afinar las emociones/ y acordarse del dolor».
Se fuerza la máquina»)

«Aquesta rumba misteriosa/ es rockabilly si convé/ ha aparcat davant d'un juke box/ i ha mamat de moites llets./ Aquesta rumba misteriosa/ es funky music al momento/ ha interceptat les emisores de la flota USA»
Rumba Laietana»).

En esa mezcla de estilos, en ese difícil pero logrado equilibrio entre influencias rockeras y salseras, reminiscencias argentinas y descubrimientos gitanos y catalanes, es en lo que se basa el estilo musical de Gato Pérez, y como es lógico, es todo ello lo que da vida a un mundo de personajes claramente identificables con esa Cataluña que hemos señalado que ama el cantante.

PERSONAJES Y OFICIOS

La gama de personajes que pasan por las canciones de Gato Pérez es una buena demostración del mundo que le interesa y de la Barcelona (Cataluña en general) a la que expresa su amor a través de sus textos y músicas.

En las composiciones de Gato Pérez, no solo en estas, hay una fuerte carga autobiográfica, que mezcla con el mundo exterior de sus personajes y con afiladas observaciones sobre la profesión de cantante, ingredientes que a veces adquieren un cierto carácter moral, en la medida en que a través de ellos el cantautor propone modelos personales, sociales y de vida, éticos, difícilmente asimilables por la moral oficial.

Desde el parlanchín, posible cuentista de taberna, que con ternura describe en «Los reyes de la fiesta», hasta los «Morenus d'en Martínez» de este disco, trabajadores inmigrantes negros que dejan su vida por cuatro cuartos en los oficios más duros pero que toman auténtica dignidad para el cantante, sus canciones están pobladas desde el principio de personajes de ese submundo popular y noctámbulo: traficantes («Veneno Blanco»), trasnochador injustamente detenido por borracho («Todos los gatos son pardos»), rumberas del paralelo («Granito de sal»), gitanos («El chocolate de Marcelino»). Son personajes identificables que se reúnen en el bar que describe en «Ebrios de soledad» y bailan a los acordes de la «Orquesta de Plata y Oro» (la Orquesta Platería, de la que fue fundador junto a Sisa y Alber Batiste, entre otros).

A través de esta galería de personajes se realiza el proceso de amor e integración que constituyen estas canciones de Gato Pérez. Una integración que ha ido en ascenso (al menos si seguimos sus discos), y que culmina con este trabajo totalmente en catalán.

BARCELONA SEMPRE ES BONA

En el mundo de la música, donde el éxito parece ser el baremo con el que todo se mide, puede resultar extraño que un cantante que ha conseguido con sus dos últimos discos situarse en la popularidad, después de haber luchado durante años en círculos más minoritarios, se decida a grabar un álbum totalmente en catalán, cerrándose a priori el mercado del resto de España. Esto no quiere decir, supongo, que no vaya a volver al idioma castellano en sus discos posteriores, pero sí indica que este trabajo en concreto no se podía hacer de otra manera.

Desde la primera a la última canción este «Flaires de Barcelunya» es un canto de amor a la tierra en la que ha decidido vivir y, especialmente a sus gentes menos tópicas. Los personajes son más o menos los mismos que en otros trabajos; se suceden, de nuevo, gitanos, rumbistas, tenderos (excelente el «Senyor botiguer», de Jaume Sisa), pageses, noctámbulos impertérritos, músicos marginales, excursionistas, señoritos derrochadores y decadentes, creando un mundo propio habitado por las sombras de sí mismo. La música es también la misma, la rumba como base y la personalidad del compositor para convertirla en algo nuevo y distinto. Pero el efecto de ser canciones hechas «desde dentro» que Gato Pérez parece querer dar a entender que estas canciones sólo se podían conseguir expresándose en catalán, idioma en el que ya había cantado antes, pero nunca en todo un álbum.

El tierno retrato que de los barrios portuarios hace en “Mariner de Rivera” , la mirada observadora, tranquila y no exenta de ironía que sobre el paisaje echa en «Passejant por Valles» o la imagen entre crítica y emocionada que da de Barcelona en «BNC, BNC», en la que muestra su cariño por esa ciudad que «tiene un pianista ciego (Tete Montoliu), treinta mil atletas y un cantante al viento (Raimon) y un bolerista excelso de mama africana y padre gallego (Antonio Machín)», sólo pueden ser escritas bajo el efecto de un gran amor, de un amor en el que el cantante ha volcado sus mejores condiciones de compositor y músico.

El resultado es un disco apasionante por muchos conceptos; porque es divertido y llena el cuerpo de ritmo, sabor y alegría y porque cuando se ha escuchado una vez se puede volver a oír cuantas se necesite hasta acabar introduciéndonos en ese mundo particular que Gato Pérez nos ofrece.




Otros textos sobre Gato Pérez







Tres entrevistas de cine. Basilio Martín Patino, Vicente Aranda, Mariano Ozores

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Tres entrevistas de cine. Basilio Martín Patino, Vicente Aranda, Mariano Ozores



De no haber sido saltimbanqui y prestidigitador, lo que de verdad me hubiera gustado en esta vida es ser director de cine. O escritor. O crítico musical. Lástima que en mi máxima aspiración tuviera que conformarme con escribir de vez en cuando algunos comentarios de películas, o, como es el caso, algunas entrevistas sobre el tema, de las que aquí reproduzco tres con otros tantos directores que, por un motivo u otro, me resultan especialmente interesantes o simpáticos. Fueron publicadas en El Periódico de Catalunya, y se corresponden con trabajos periodísticos, es decir, son breves y sin intención de profundidad, pese a lo cual creo que alguna cosa interesante quedo dicha en ellas.


Nueve cartas a Berta”, el primer largometraje en 1966 de Basilio Martín Patino fue durante bastantes años la película que más veces había visto. Creo que contabilicé siete casi seguidas. No diré que fuera la primera película que me descubrió que podía existir un cine español distinto al de los niños cantores, las glorias imperiales y las gestas santificadoras, pues ya debía haber visto “El verdugo” (Berlanga/Azcona, 1963) y “El cochecito”, (Ferreri/Azcona, 1960) que me habían impactado, pero el filme de Patino retrataba a una juventud universitaria con la que, aunque de origen muy distinto al mío, compartía inquietudes y preocupaciones, haciéndome también yo muchas de las preguntas que se hacía Emilio Gutiérrez Caba en la película. También me llamó la atención, aunque entonces, con 17 años, quizás no fuera capaz de apreciarlo, el atrevimiento formal que suponía su estructuración alrededor de los siete monólogos en off que le dan forma, entre otras características que la distinguen del resto de producciones de lo que se llamó Nuevo Cine Español.

Desde aquel momento intenté seguir su filmografía, cosa no siempre fácil, pues nunca ha alcanzado su trabajo la repercusión pública del de otros compañeros de generación, tal vez por aquel atrevimiento formal inicial, que se fue acentuando en producciones posteriores, y que queda patente tanto en sus obras de montaje documental (“Canciones para después de una guerra” (1971), “Queridísimos verdugos” (1973) y “Caudillo”(1974) como en las de ficción-realidad que son “Madrid” (1987), “Octavia” (2002) y la propia “La seducción del caos” (1991), cuya emisión en televisión, medio para el que estaba pensada, motivó la entrevista. Su último trabajo, que demuestra su talante moral y político, ha sido, cuando tenía 82 años de edad, el documental “Libre te quiero”, sobre las movilizaciones sociales del mayo de 2011 llamadas del 15-M.

Como no he encontrado en internet “La seducción del caos”, lo cual viene en demérito de TVE que no la ha incluido en su archivo habiendo participado en su producción y exhibición, me permito dejar aquí un hermoso fragmento de “Octavia”.




EL PERIÓDICO. 23 ENERO 1992

La seducción del caos, película dirigida por Basilio Martín Patino para TVE, se estrenará en La 2 el 14 de febrero, día de los enamorados. El filme, que se entregó a TVE antes del verano, esperaba turno para su emisión, que parece haberse encontrado a partir de su éxito internacional al haber recibido el máximo galardón en la categoría de ficción en el reciente Festival Internacional de Programas Audiovisuales (FIPA) de Cannes. En este certamen también fue premiada la serie El Quijote, asimismo de TVE.

Basilio Martín Patino rodó en 1965 su primera película, Nueve cartas a Berta, estandarte de lo que se llamó nuevo cine español. Desde entonces, y con filmes como Canciones para después de una guerra, Los paraísos perdidos o Madrid, ha ido alejándose de los formatos convencionales. En la actualidad, asegura no encontrar claros los límites entre la realidad y la ficción: "Todo es ficción y todo es realidad. Ése es el juego que me traigo entre manos: que el espectador asimile la realidad como ficción y al contrarío, sin saber muy bien dónde están los límites".

"Porque en la vida real -continúa el cineasta- y sobre todo en la información que recibimos a través de la TV, una y otra se confunden. Hay noticias que no se sabe si son ficción y dramáticos que te acercan a la realidad de una manera incluso cruel La seducción del caoses un juego sobre la realidad y la apariencia, un enmascaramiento consciente de la realidad".

La película, surgida como encargo de TVE a raíz del rechazo de una serie que él mismo había ofrecido, ha sido producida por La Linterna Mágica, una productora independiente fundada hace unos años por el propio Martín Patino y otros cineastas (José Luis García Sánchez y Pablo Martín Pascual) con la que también había rodado sus anteriores películas y otras producciones.
En La seducción del caos, Martin Patino ha grabada en video, sistema en el que está interesado desde hace tiempo por las posibilidades que ofrece de nuevas formas estéticas: "Si en Canciones para después de una guerra hubiera dispuesto de video, habría rodado en ese sistema, porque siempre me ha gustado retocar la imagen, variarla y alteraría, y el video permite hacer cosas que en el cine son imposibles".

Por otra parte, Martín Patino asegura no haberse planteado de antemano las diferencias entre cine y televisión, tema que apasiona a los comunicólogos y que él prefiere dejar en sus manos. "No soy consciente-afirma- de que cine y TV sean lenguajes diferentes, al fin y al cabo se trata de establecer una relación de complicidad con el espectador que permita la comunicación de lo que pretendes decir. En este caso me he planteado hacer una película normal de hora y media de duración, y el hecho de que sea para TV no ha variado mi planteamiento inicial".

Aunque precisa que al ir haciendo el filme "sobre todo en el montaje, sí surgen ciertos problemas que hay que resolver pensando que se va a ver en casa y no en una sala de cine: cosas de la planificación o del montaje. Quizás el lenguaje del cine es más retórico que el de televisión, que permite muchas más libertades, acudir a elipsis más frecuentes que den por supuestas cosas ya sabidas".




Frente a la evolución cada vez más experimental del cine de Martín Patino, el de Vicente Aranda ha seguido el camino contrario desde que formó parte de la muy experimentalista Escuela de Barcelona con Esteva, Jordà, Grau, Portabella, Camino, Soler,  Suárez y el a mi entender merecedor de un recuerdo José María Nunes. Partiendo del vanguardismo ha acabado en el convencionalismo de prestigio con toda naturalidad. 

La entrevista se realizó con motivo del estreno en 1993 de “Intruso”, la última de la trilogía que en la entrevista se denomina algo así como “de pasión y muerte” y de la que también formarían parte “Amantes” (1991) y “Fanny Pelopaja” (1984), que personalmente es lo que más me ha interesado de su obra. Especialmente esta última, que en un principio dudé en ir a ver, porque me había gustado mucho “Prótesis”, la novela de Andreu Martín, en la que estaba basada, y desconfiaba de los cambios que leí que había introducido, entre ellos cambiar el sexo de uno de los protagonistas, haciendo mujer a quien hombre era. Cuando al fin la vi, salí convencido, convicción que mantengo, de que “Fanny Pelopaja” era probablemente la mejor película española de cine negro (un género, por cierto casi inexistente y despreciado en suelo patrio que, sin embargo cuanta con obra notables entre aquellas producciones catalanas de los cincuenta que firmaron Julio Busch, Rovira Beleta, Julio Salvador, Nieves Conde o los paródicos precedentes de Neville).

Avisado por el cambio de sexo que ya había realizado Hawks en “Luna Nueva” (1940) con tan excelentes resultados, no debería haberme hecho desconfiar tanto en de Aranda, por mucho que este fuera mucho más dramático que el del americano. La transformación del expresidario Miguel que protagoniza la novela en la expresidiaria Fanny que con singular sobriedad interpreta Fanny Cottençon en el filme, es lo que confiere al trabajo de Vicente Aranda una dimensión de pasión sexual abocada a la muerte que confiere su propia personalidad a la película y la singulariza del texto literario. Vamos con una secuencia que he podido rescatar y que, creo, resulta impactante.  







 EL PERIÓDICO. 15 AGOSTO 1993

La historia de Intruso, la última película de Vicente Aranda, que se estrenará en toda España el 3 de septiembre, parte de un encuentro fortuito: Luisa (Victoria Abril), casada felizmente con Ramiro (Antonio Valero) y perteneciente a la burguesía de Santander, se encuentra en un semáforo con Andrés (Imanol Arias), su primer marido, enfermo terminal, al que hace diez años que no ve y al que lleva a su casa a vivir. Los tres han sido amigos desde niños y habían prometido seguir juntos hasta el cielo. El reencuentro inicia el intento de una imposible vuelta a la inocencia del pasado y una relación pasional de amor y muerte que acabara de forma inesperada y terrible.

-¿Tiene esta película algo que ver con Fanny Pelopaja y Amantes, sus otras películas de pasión y muerte?

-En primer lugar, las tres tienen en común el mismo autor, que en parte soy yo, y es evidente que las tres tratan de combinar una situación en la que inevitablemente reaparecen con excesiva similitud determinados temas. Es un experimento que empezó con Fanny Pelopaja, sigue con Amantes y culmina en Intruso.

-En las tres hay un tema recurrente, que es una relación casi fatalista entre amor, pasión y muerte, contemplada en un triángulo amoroso.

-Lo que sí intento con estas películas es marcar que hay dos cosas que se potencian: el amor físico y el otro amor, al que se le pueden aplicar adjetivos distintos, pero que adquiere dimensión en cuanto se le pone pasión. Juntar amor físico y pasión es una bomba. El que lo ha vivido lo lamenta, pero no renunciaría jamás a ello. Con frecuencia comunico con gente, y es mi caso también, que, habiendo vivido una experiencia apasionada, obtiene resultados catastróficos, pese a lo cual no siente la necesidad de olvidar y, si pudiera borrar el pasado, no lo haría.

-Resultados tan catastróficos que acaban en la autodestrucción, por lo menos en sus películas.

-Generalmente, así es. Esa mezcla es una fuerza que, cuando no encuentra el canal por el que discurrir, que tiene que ser común con otra persona, tiende a golpear al que camina por ahí.
-Otro tema paralelo de la película es el de intentar recuperar el pasado y su imposibilidad.

-He procurado no hacer demasiadas referencias al pasado. Sólo hay un flashback, pero tenía que hacer constar de alguna forma que el pasado, que en este caso es la infancia, era fundamental para estos personajes, que habían vivido en un paraíso personal irrecuperable que les marcó. La protagonista intenta recuperar la infancia en la que los tres juntos habían sido felices, pero no se puede recuperar la inocencia de esa infancia.

-¿Hacer cine ayuda a conocer mejor las propias obsesiones?

- Sí, en muchos sentidos. En el cine es peligroso tratar de exponer la propia vida. Eso lo han intentado algunos con éxito, como Fellini, pero en general no funciona. Ahora bien, hay otro aspecto que sí tengo muy en cuenta, que afecta a mi comunicación con el público: una película debería ser una sonda que le descubra cosas al público y, de paso, también se las descubre al director.

-Con Victoria Abril e Imanol Arias ha trabajado en numerosas ocasiones. ¿Ayuda rodar con actores conocidos?

-A mí sí, porque cuando hablo con los actores, no les explico lo que tienen que hacer, sino que les explico mi manera de ver las cosas y escucho cuál es la de ellos. Al haber trabajado antes juntos se establecen unos códigos que facilitan mucho las cosas.

-Intruso es una película de un gran pudor en general y especialmente en las escenas de amor. ¿Por qué?

-Esto viene de Amantes, que fue una película con un alto contenido erótico. Al ver cómo funcionaba y la repercusión que tenía pensé que me habían puesto en la situación de rizar el rizo. Si yo hubiera hecho Intruso inmediatamente después de Amantes, el rizo me hubiera sido inevitable, hubiera tenido que pensar en los aspectos eróticos de la película de otra manera, con perjuicio para ella. Por eso hice en medio El amante bilingüe, donde ricé el rizo hasta llegar a la parodia. A partir de Intruso, mis incursiones eróticas, al menos en el cine, serán más matizadas, más cuidadosas, sin necesidad de establecer ningún tipo de reto ni inventar en ese sentido ninguna obsesión para los personajes.

-¿Va a hacer por fin La pasión turca?

-Sí, de momento estoy haciendo el guión y espero que la película esté lista para empezar a rodar en enero.

-Usted tiene fama de variar sustancialmente las novelas que adapta. ¿Se reconocerá en esta ocasión Antonio Gala en la película?

-Espero que sí. Me ha costado mes y medio hacer el primer guión, que aún tengo que seguir modificando, y espero que Antonio Gala reconozca su novela en él. Aunque ya le expliqué que, para hacer una película de hora y media con un texto que tiene situaciones, argumento y descripciones para hacer cinco o seis horas de cine, algo hay que quitar. Espero que La pasión turca sea suya, pero también haré todo lo posible para que sea mía.



Y como todas las despedidas, ahora llegamos a la parte más difícil de este cuelgue. ¿A ver cómo explicó yo por qué me resulta interesante y me caen profundamente simpático Mariano Ozores, paradigma de la españolada más zafia y grosera, cineasta descuidado y chapucero, tosco y pesetero? Quizás porque siendo verdad la mayor parte de los reproches que se le hacen y se le han hecho, veo en él y en parte de su trabajo (quizás pequeña, piénsese que dirigió, tres arriba, tres abajo, unas 100 películas) unos rasgos que me parecen que le distinguen y destacan entre los realizadores de su sexo y condición.

Ante todo, y este es el motivo primigenio de mi simparía por Mariano Ozores, está eso de que de raza le viene al galgo, y no por nada pertenece a una saga de cómicos tan ilustres como sus hermanos, José Luis, un actor que algún día será reconocido como uno de los grandes de la profesión, y Antonio, genio del nonsense patrio, su propio padre, el eximio don Mariano, que tantos personajes de justo sentido dejó en el cine español de los cincuenta, y su madre, Luisa Puchol, o sus sobrinas, la siempre ajustada Adriana, hija de José Luis, y Enma, cómica de raza, merecida hija de Antonio. ¿Qué queréis? Siempre me han gustado los profesionales que se transmiten el amor al oficio de padres a hijos, y estos siempre me cayeron fenomenal. Cuando tuve ocasión de entrevistar a alguno de ellos me confirmaron, como en el caso de Mariano, en esa simpatía.

Por otro lado, y dentro de las limitaciones que probablemente todos compartimos, encuentro en el cine de Mariano Ozores unas ciertas características de “autoría”, que van más allá de su condición de guionista-director. Por muy pobre que sea la veta de oro, en sus películas se pueden detectar unas constantes temáticas que de alguna manera componen una manera personal y propia de ver el mundo, que en el terreno ideológico circulan por el territorio de un cierto cristianismo social, bastante reaccionario en ocasiones, es cierto, pero en el que no faltan principios como la justicia, la equidad, y la rebelión del débil contra el poderoso, por mucho que el enfrentamiento acabe resolviéndose con un fraternal abrazo. Vamos, como un Frank Capra con Landa de macho celtibérico.

Sin embargo, en la terreno en que el cine de Ozores me parece más interesante, es sin duda en el sociológico, en la medida en que sus películas retratan una España que en momentos de sectarismo ideológico consideramos que no existía, pero que en verdad constituía una realidad. Por mucho que nos negáramos a verla, en el convencimiento de que “toda” España estaba contra Franco y de que “toda” España quería un país democrático, igualitario, culto e incluso socialista. La España zafia, inculta, gritona, moralista pero obsesionada con el sexo que prometían aquellos primeros biquines de las suecas y otras categorías femeninas foráneas existía, claro que existía. Y  una prueba de ello son los abundantes restos que aún ahora podemos detectar a nuestro alrededor cada día.

Por último, para que negarlo, lo que de verdad me arrebata del cine Made in Ozores en cualquiera de sus variaciones familiares es la absoluta falta de sentido del ridículo y del pudor, la desvergüenza absoluta y por derecho de algunas de las escenas que rodaron en su carrera. Ved una muestra:




EL PERIÓDICO. 7 AGOSTO 1993

Guionista y director de 99 películas que alcanzan éxito espectacular cuando se programan en televisión (los pasados jueves y viernes pudieron verse tres de ellas), Mariano Ozores marca una época de la historia del cine español que ahora se prolonga en sus series televisivas.

Su nuevo tele-invento es una alocada comedia titulada La tapa de los sexos, que constará de trece capítulos y cuyo rodaje se iniciará a finales de septiembre.

-¿Es la televisión una alternativa profesional a la crisis del cine?

-Sí, sirve para todos, no hay más que ver la cantidad de actores que presentan programas y además haciéndolo bien y con éxito. No se hacen la cantidad de películas necesarias y tampoco se hace teatro, por lo que la gente de la profesión se tiene que agarrar a la televisión, lo que tampoco es ningún desdoro.

-¿Cómo será su próxima serie de televisión?

-Se titula La tapa de los sexos y serán 13 capítulos de una hora que empezaremos a rodar a finales de septiembre. Trata de un sexólogo, que interpretará mi hermano Antonio. Trata de los avatares de ese sexólogo y su familia, más los de los pacientes que acuden a la consulta.
-Aparte de su hermano, ¿qué otros actores participarán?

-Espero contar con Florinda Chico y con mi sobrina Emma, que será la hija del sexólogo. Los demás aún no están decididos.

-Sus películas se reponen casi a diario en televisión y Taller mecánico se está programando por tercera vez. ¿A qué atribuye ese éxito?

-Siempre pienso en el público. Todo lo que yo he hecho lo he hecho pensando en que la gente lo viera; es lo que me ha motivado. Y las vieron mucho. En general, fueron películas que hicieron grandes taquillas. Después de eso pasan a TV y es natural, porque aquel público que iba a verlas en cine ahora está en sus casas viendo la tele, por eso tienen esa audiencia tan tremenda.

-¿No vive este éxito como una cierta venganza, aunque sea incruenta?

-Sé por dónde va, pero no, no hay ninguna venganza. Cuando los críticos me pegaban aquellos palos tan tremendos, las películas ya hacían grandes recaudaciones. Ya en aquellos tiempos yo estaba perfectamente compensado con el favor del público y ahora se repite ese fenómeno. Tenga en cuenta que Taller mecánico tuvo una audiencia media de 7.860.000 espectadores por capítulo.

-Vistas ahora, ¿no se puede hacer una lectura sociológica de sus películas que explicaría parte del éxito?

-El cine, no sólo el español sino todo, casi siempre es un reflejo de la sociedad en lasqué vive. Quizás por eso las películas adquieren con el tiempo el atractivo de la nostalgia por un tiempo pasado en los que las vieron en su momento y para los jóvenes tienen el atractivo de mostrarles cómo era la España que no conocieron, para saber qué es lo que se hacía y adivinar lo que no se podía hacer en aquel cine.

-¿También sus películas sufrieron la censura?

-Siempre. Todos teníamos problemas con la censura. Comprendo que Bardem, que es una excelente persona, muy valiente, que hacía cine comprometido y se jugaba el tipo cada vez que rodaba, tuviera problemas en aquella España, pero es que también lo teníamos quienes hacíamos cosas más ligeras, nada comprometidas. Mis problemas eran ridículos, pero existían, cortes absurdos que vistos ahora muestran cómo era aquello.

-Usted tiene fama de un trato exquisito con los actores. ¿Le viene de familia? ¿Qué es para usted un actor?

-Es probable que me venga de familia el respeto al actor, porque todos ellos lo eran, desde tiempo inmemorial. Los actores son para mí bichos, fenómenos de la naturaleza. Alguien que hoy se cree que es Otelo y mañana Hamlet no puede ser normal, de modo que hay que tratarlos como seres especiales. El 90% de ellos son muy buena gente, porque han llegado a la posición que ocupan pasándolas canutas. Es una profesión especial y rarísima que hace que quienes trabajan en ella sean gente muy abordable, muy sensible y disciplinada.

-¿Y su hermano Antonio?

-Antonio es un fenómeno especial, un hombre de una inventiva desbordante, que siempre está inventando, cuando trabaja y en su vida privada. En el rodaje no para, pero tiene la ventaja de que si le dices que algo no vale no se molesta en absoluto, aunque suelen valer muchas de sus invenciones. Es un actor con una personalidad totalmente distinta a la de los demás.

-¿Hay diferencias a la hora de hacer cine o televisión?

-Sí, porque en el cine el espectador no se mueve y en televisión se puede marchar a otra cadena o a la cama, a poco que le aburras. Hay que tener mucho cuidado a la hora de escribir guiones de televisión para que el público no se fatigue, por eso los americanos hacen series de media hora que es lo ideal para soportarlo sin cansarse.

-¿Existe una fórmula Mariano Ozores para televisión?

-En mis series utilizó un sistema que no es el americano, que es tener una historia general, que se desarrolla del primer al último capítulo, la de la familia protagonista y las personas que les rodean, y luego historias particulares en cada episodio que comienzan y finalizan en el episodio.



TESTAMONIOS Y ZARANDANZAS (casipoemas)

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Desde que me conozco, me recuerdo emborronando papeles con asomos de versos con insistencia enfermiza y regularidad de marinero enamorado. Es decir, uno cada seis meses y en estado de necesidad imperiosa. Con tal dedicación, en los últimos años la magra cosecha me ha dado apenas para llenar eso que en otros tiempos, ahora creo que también, se llamaba una plaquette poética; vamos, una radiografía de libro. No sé si son poemas, paradojas, sentencias, meditaciones, aforismos, o tal vez sólo chorradas en renglones cortos. Casi poemas. Aquí los dejo. ¡Que nadie diga nunca que este charro se arruga!









Pensando en ilustraciones con las que pudiera identificar los textos, he recalado en Cristino de Vera, por cuya hondura, belleza, esen-cialidad y virtuosismo ya me diera yo con un canto en los dientes que me quedan.

Rivas Vaciamadrid. Marzo 2014




TESTAMONIO 1
(Para los que amo)

No soy de los que dicen (permitid la licencia):
Haced lo que yo digo,
más no hagáis lo que yo hago.
Al contrario, seguid mi ejemplo:
vivid lo que soñéis,
soñad lo que vivís.
Romped con el martillo las puntas de una estrella
y olvidaros después
que existe La Gotita.

Pero sabed
que al final siempre llega
la negra sombra del recaudador de impuestos.



TESTAMONIO 2
(Para los que me aman)

Recordadme por lo que no fui.
Así quizás podréis seguir queriéndome.



ZARANDANZA 1
(Normativa de registro de prioridades urgentes)

Un sentimiento vale más que una idea,
una acción más que un sentimiento,
y más que la acción vale la persona.

El amor vale más que el odio,
la risa más que el llanto,
el valor aún vale más que el miedo
y un abrazo vale más que una bala.

Vale más una palabra que un silbido,
una pluma del ala de un albatros
más que un navajazo,
un adiós,
un luego.

El dolor ajeno vale más que el propio,
el vino más que el vaso,
el panadero que el pan,
la risa más que el llanto.

Más que el fuego vale el agua.
Y puestos a valer, vale más la lluvia que la nube.
La duda es más valiosa
que la certeza más cierta.

Es mejor ser poeta que veleta,
mareada por el viento apuntando a la nada.
Y es la bondad
la cualidad más pura del humano:
ser “en el buen sentido de la palabra, bueno”.



TESTAMONIO 3

Se acerca la hora y la inquietud es cierta.
Certidumbre del ser y del no ser.
Incógnita del cómo.
Incógnita del cuándo.
Y después…
Allá me las den todas.
Yo en la nada.






TESTAMONIO 4

El más egoísta en el entierro es siempre el muerto.
Recordadle y sabed
que él ya no sufre.



TESTAMONIO 5

El puente de la vida es largo,
cruza del no sé dónde al no sé qué.
Si quieres llegar salvo a la otra orilla
no desprecies el vértigo de los abismos.



ZARANDANZA 2

Alguna vez fui niño.
Hace ya tanto tiempo
que prefiero pensar
que aquel niño era otro.
Ser inocente y puro,
protegido de todos
                               los fríos del invierno.

Corredor en apuestas imposibles
perdió la lozanía.
Descubrió que no hay en el mundo refugio
que ampare a los niños de la adolescencia,
que impida a los adolescentes
su madurez,
que niegue la muerte a los ancianos.






ZARANDANZA 3

Amores imposibles
                               de la dulce caricia
Amores imposibles
                               del grito destemplado
Amores imposibles
                               de noches luminosas
Amores imposibles
                               de los días en sombra
Amores imposibles
                               de nubes y tormentas
Amores imposibles
                               que la pasión impone
Amores imposibles
                               que la razón reclama
Amores imposibles
                                de inalcanzables picos
Amores imposibles
                                de asfixiantes desiertos
Amores imposibles
                                del uno con el otro
Amores imposibles
                                 del uno frente al otro
Amores imposibles
                                 de lágrimas saladas
                                 de lágrimas saladas
:
:
:
:                              
                                  De lágrimas saladas



ZARANDANZA 4

Aprendí que vivir
no es sólo amar,
pero hay que amar
para vivir.



ZARANDANZA 5
(Desgracia del olvido)

Pobre del que mira atrás
y no reconoce al niño que fue
en las sombras que pueblan el bosque de la vida.



ZARANDANZA 6

“Cuando eres joven tienes la tentación de ser muchas personas diferentes, pero es algo que poco a poco desaparece, hasta que descubres que el lugar más confortable es ser quien eres”
Liv Ullmann
“El País”, 29-09-07

Guardo en un cajón
caretas varias:
de clown, de saltimbanqui,
de señor enojado,
de bueno,
de poeta,
de viva Cristo Rey que si muere resucita.

Incluso tengo una, de rictus agotado,
que me pongo los días de infinito cansancio.

Las guardo en el cajón de una cómoda vieja
y muy de vez en cuando
con un plumero rojo les voy quitando el polvo.

A veces en la calle
veo desconocidos
que han comprado sus rostros
en esa tiendo oscura donde yo mismo los compro.



ZARANDANZA 7

“La vejez es una cosa atroz; te encuentras de pronto en que te has convertido en un viejo, miras hacia atrás y ves cada vez más pasado y menos porvenir”
José Manuel Caballero Bonald
El País, 29-09-07

Funambulista en el hilo de la vida,
el viajero pone un pie delante de otro.
A la derecha abismo
y abismo al otro lado.
El hilo cada vez más corto.
Más hondo el precipicio. 



TESTAMONIO 6
(Para el Resi, que nos salió poeta)

Que quede escrito:
Odio la pulcritud del jardinero
que ordena en implacables filas sus parterres.

Odio la rectitud de sus líneas,
la claridad de sus perfiles,
la inútil profundidad de sus perspectivas,
que a lo lejos confunden
la última luz del día
que se oculta en la noche.

Pero puestos a odiar, lo que más odio,
aquello que en verdad me encorajina y enrabieta,
lo que, vaya por dios, más me cabrea,
son esas flores temerosas y opacas
que esconden la cabeza del tirano
y no se atreven
a desafiar el filo homicida de las tijeras.



ZARANZANDA 8
(Para leer antes de TESTAMONIO 6)

El jardinero,
de un solo tajo
limpio,
corta las rosas del rosal.
Atraviesa el jardín y con mimo las pone
en un búcaro de oro.
O de plata, o de bronce o de cristal.
Vamos, en un búcaro.

Maldita sea su suerte.
Maldita sea.

Triste impotente rosa encerrada,
incapaz de arrancar ni una gota de sangre
de los pálidos dedos
de su pulcro asesino.

  

TESTAMONIO 7
Western

En memoria de Ángel Fernández Santos (1934/2004) con motivo de la reedición (2007) de su libro “Más allá del oeste”.

“No solo soy un filósofo, sino también un fatalista. Mire usted, amigo mío; en algún lugar, alguna vez, habrá una bala certera o una botella equivocada esperando a que por allí pase yo. ¿Por qué voy a preocuparme de cuándo y de dónde?”
Doc Boone, el médico borracho que interpreta Thomas Mitchell en “La diligencia” (John Ford, 1919).


El jinete solitario atraviesa a lo lejos la reseca pradera
en plano general, paralelo a la cámara,
y cabalgando salé por el límite izquierdo de la pantalla.
Límite del adiós.
Límite de la vida.
Parece que todo ha terminado,
pero el viejo tuerto no funde a negro hasta que la última mota de polvo
se ha posado
de nuevo en el desierto.

A oscuras en la butaca, sueño.



TESTAMONIO 8

Y eso lo digo yo,
que siempre perseguí la insaciable utopía
de pensar que vivir
era gozar la vida.
Luego aprendí que la vida
no se goza.
Se vive.





ZARANDANZA 9
Ojeando la prensa

No es lo mismo ser hijo putativo que hijo de puta.
Es más, yo diría
que no es igual
ser hijo de puta que hijodeputa.

Y no nos engañemos,
cuando el género humano esté a punto de alcanzar esa inaccesible y deseada meta de ser al fin igual todas las personas,
y libres
y felices,
repito: no nos engañemos,
aún entonces habrá categorías.


  
TESTAMONIO 9

Comprendamos que la vida no es un completo desenfreno.
Aprendamos que no siempre los caballos que vuelan tienen alas.
Descubramos que debajo del asfalto están las alcantarillas.
Sepamos que no amanece más pronto por mucho que dios te ayude.
Esperemos que tras un feliz habitar, la muerte sea un suave olvido.
Separemos el grano de la paja antes de hornear el pan nuestro de cada día.
Firmemos al final las últimas facturas.
Pongámonos corbata en cuello almidonado.

Y luego, sin vivir a la tumba.




  
TESTAMONIO 10

Sólo pienso que podíamos vivir un poco más felices esta pequeña vida
Escuchado en el autobús


Plácida el agua,
que al sol descansa en los límites del lago.
Agua furiosa,
que desvanece espumas en el peine del viento.

Solo pienso

Líquido el fuego,
que araña las entrañas de la tierra.
Fuego violento,
compitiendo con las nubes el humo del incendio.

Que podríamos vivir

Seca la tierra,
abrasada por todos los soles del desierto.
Tierra mojada,
lamida por la ola que agoniza en la playa.

Un poco más felices

Entristecido el hombre,
y la mujer, seamos al fin correctos.
Mujer iluminada,
y el hombre, por la luz incandescente del silencio.

Esta pequeña vida



ZARANDANZA 11

Fue poeta y jamás escribió un verso,
arquitecto y nunca levantó una casa,
dios divino y no hizo ni un milagro.
Cruzó a braza los ríos sin saber nadar.
Dio de comer a sus hijos con sólo una soldada.
Voló en alas sin hélices sobre los océanos.
Se enamoró una vez y siguió insistiendo.
Recuperó tortugas ciegas de los pozos sin fondo del olvido.
Se olvidó de beber y no tenía sed.
Rompió el carnet de identidad
y se lo echó a los peces de un estanque seco.
Escribió una carta y encontró direcciones a las que mandarla.
Se cobijó bajo un árbol y no llovía,
ni hacía calor
ni era domingo.
Se rompió los dedos de jugarse la vida a los chinos.

Renunció al sueño porque tenía sueños.

Mirándose al espejo se sintió envejecido.



TESTAMONIO 11

Cada humano guarda en el fondo
de sus zapatos
un resto último de infantil inocencia.



TESTAMONIO 12

Refugiado en la limpia soledad de los espejos
bservo escrutador los surcos de la vida
y retoco el retrato que refleja el azogue
en un esfuerzo vano de parecer más viejo.

Que no descubra nadie que estoy vivo,
que crean que ando sólo por inercia
 y que el vino que bebo es bendecido.



ZARANDANZA 12

Como aquella bailarina de claqué
que tropezó en su sombra y
cayó al suelo.

Como aquel patinador olímpico
que perdió la huella en
su propio giro.

Como aquel pianista ciego
que escaló el Everest y se paró
en la cumbre.

Me miro en el espejo y sólo veo
los surcos derrotados de tanto
esfuerzo inútil.



ZARANDANZA 13
Canción bucólica

Por tus labios arriba
subo y te beso.
Son claveles abiertos
en que me pierdo

De tus labios abajo
caigo y me estrello.
Añorando la altura
busco tu aliento

Pierdo el aliento,
que subiendo y bajando
nunca te encuentro.

Triste mendigo,
suplicando tus besos
de los que vivo.



ZARANDANZA 14

Envidio a veces
la plácida soledad de los ahogados,
y que allí donde yacen
puedan saciar el hambre de los peces.



TESTAMONIO 13
(Sentado en lo alto de la montaña medito el sermón de mañana)

Que nada os impida usar
todas las letras del abecedario
para definir los nombres
de la felicidad.

Que nada ponga fronteras ni barreras
a vuestros pies andantes.
No dejéis que las llagas
os acorten los pasos,
que el bosque no os permita ver el árbol,
que el asombro se os valla de los ojos.

Pero eso sí, cuidado con los abismos.
Cuando el camino es largo,
mejor andarlo despacio
que no andarlo.















Un copón de manifestantes y un montón de banderas tomaron Madrid en la Marcha por la Dignidad

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Un copón de manifestantes y un montón de banderas tomaron Madrid en la Marcha por la Dignidad




  
Soy mal contabilizador de multitudes, por lo que no puedo dar cifra exacta del número de manifestantes que ayer tomaron Madrid en reivindicación de dignidad y justicia, aunque gente, lo que se dice gente, había un copón[1]. O dos.

No creo, no obstante, que haya que insistir en estas cuestiones numéricas, porque son intrascendentes y, desde luego, constituyen el hecho de menor significación política de manifestaciones como la de ayer. A partir de una cierta cantidad, no cabe duda de que más que el cuántos importan el quiénes, el por qué y el para qué.

Vi ayer muchas banderas hondear en la Castellana. Banderas de todo tipo y condición. Del PCE y de otras familias comunistas, de la CGT y demás variacones más o menos libertarias, de Equo y Podemos, de Catalunya (de los Països Catalans), Euzkadi y Galiza, constitucionales e independentistas, de Andalucía, Aragón, ambas castillas, Asturias y Canarias, por no decir de aquellas comunidades cuyos colores nacionales desconozco, que seguro que también.

Pero, sobre todo, lo que vieron estos ojos que se han de comer los gusanos, si no se los doy ya incinerados, fueron numerosísimas banderas republicanas. Una cantidad ingente de banderas tricolores, con escudo y sin él, industriales y caseras, pequeñas y enormes, individuales y de grupo que superaba con mucho las de cualquier otro sentido ideológico, nacional o político. Me parece significativo. Como me lo parece la práctica ausencia de enseñas sindicales de las organizaciones llamadas mayoritarias, pocas de Comisiones y prácticamente ninguna de UGT.

No sólo significativo, sino también doloroso me resulta que a lo largo de tres horas y en un doble recorrido completo de la manifestación, ascendente y descendente de Atocha a Colón y viceversa, no tropezara mi vista con ninguna enseña del PSOE. Doloroso, sobre todo, al pensar en aquello del buen vasallo si obiese buen señor, pues sin duda junto a mí se manifestaban numerosos discípulos de Pablo Iglesias o Juan Negrín cuyos jefes habían abandonado a su suerte, encerrados como están en los cuarteles de invierno.



No obstante, lo que se veía ante todo era gente, muchísima gente. Un copón de gente de toda edad, sexo y condición que coreaban o exhibían las más variadas y diversas consignas. No insistiré en la lista, pues tendría que ponerla completa y esto se eternizaría. Hasta una individual protesta había, con cartel manual incluido, contra las prospecciones petrolíferas en Canarias.

Sólo la imagen de un mosaico podría definir, a mi entender, la esencia de la Marcha de la Dignidad de ayer. Una variedad de piezas diversas, cada una expresión de su propia significación, unidas en un conjunto simple y directo que queda perfectamente explicado en la más simple de las consignas de la convocatoria: “Pan, trabajo y techo. No al pago de la deuda”.

La pregunta del millón que hoy me plateo, en esta resaca post-orgásmica en la que escribo, es si esa variedad de personas, ideologías, formas de vida y pensamiento, condición social o moral que ayer coincidimos en expresar un anhelo común por una sociedad distinta y mejor, seremos capaces de encontrar una manera unitaria y eficaz de conseguirlo.

Lo que temo es que al regresar a nuestras casas, a sus sedes aquellos que las tienen, a sus asambleas los asamblearios y a su centralismo democrático otros, volvamos de nuevo todos al cada oveja con su pareja que ha caracterizado la política de izquierdas de este país desde que tal cosa existe. Una política de reinos de taifas en la que siempre ha prevalecido, y aún prevalece de manera incompresible, lo que separa sobre lo que une, las insignificantes diferencias estratégicas e ideológicas sobre las abrumadoras coincidencias tácticas y de acción, el sectarismo sobre la razón.

A la derecha la unen sus intereses y a la izquierda la desunen las ideologías”, le escuché sentenciar a mi padre, fiel estalinista hasta que dejó de serlo, desde que tengo memoria. Romper esa dinámica perversa es condición ineludible para cualquier intento de alcanzar la mayoría social necesaria para poder cambiar el actual signo reaccionario de la historia a través de las mayorías parlamentarias. Único camino posible de transformación de la sociedad, a mi entender, una vez quedan descartadas las posibilidades de tomar el Palacio de Invierno o la Bastilla en una de estas.

Pensaba soltar algún improperio sobre el tema de los incidentes posteriores, que se han convertido en  el epílogo indeseable de toda manifestación; un epílogo con el que parecería que los guionistas de la historia nos quieren engañar con la ambigüedad del qué fue antes, si el huevo o la gallina, la piedra o la porra. Pero no voy a hacerlo. Esa es una trampa en la que no pienso caer, entre otras cosas porque no significa nada en la lectura política de la Marcha. Además, como bien sabemos los lectores de novelas de intriga, el principal sospechoso de todo crimen es el que sale beneficiado del asesinato. Sólo se trata de pensar a quiénes beneficia y a quiénes perjudican los alborotos, quiénes los utilizan para descalificar y quiénes tienen que defenderse de ellos.


Traducción de Antonio Resines:

Imaginad que no hay paraíso,
es fácil si lo intentáis,
ni infierno a nuestros pies.
En lo alto sólo el firmamento,
imaginad a todo el mundo viviendo el hoy.

Imaginad que no hay países,
no es difícil hacerlo,
nada por lo que matar o morir,
y tampoco religiones.
Imaginad a todo el mundo
viviendo su vida en paz

Diréis que soy un soñador,
pero no soy el único.
Quizá algún día os suméis a nosotros
y el mundo será de todos

Imaginad que no hay propiedades,
me pregunto si podréis hacerlo,
que no tiene por qué haber avaricia ni hambre,
una hemandad humana.
Imaginad que todos compartimos el mundo

Diréis que soy un soñador,
pero no soy el único.
Quizá algún día os suméis a nosotros
y el mundo será de todos.





[1]Copón. Medida de contabilización de manifestantes utilizada por la Conferencia Episcopal en la evaluación de asistentes a sus saraos contra el matrimonio gay, concentraciones anti-aborto o visitas papales, a las que siempre acuden, al menos, un millón de feligreses.

Amancio Prada. Sonetos del amor oscuro. Federico García Lorca. Entrevista y reseñas (1986)

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Amancio Prada. Sonetos del amor oscuro. Federico García Lorca.
Entrevista y reseñas (1986)





Encuentro entre otros papeles el programa de mano con el que Amancio Prada presentó sus versiones de los “Sonetos del amor oscuro" de García Lorca en el Teatro María Guerrero de Madrid en abril de 1986. Me parece un buen motivo para reproducirlo, acompañado con los tres artículos que sobre este trabajo escribí en El País.

Folleto y artículos me parecen vistos hoy un día, un signo claro del paso del tiempo y de la muy diferente consideración que la música popular y la propia cultura tenían antes y ahora en los medios de comunicación.

Aunque sólo sea por la posibilidad de confrontar algunos de los hermosísimos sonetos originales con las canciones resultantes, pienso que merece la pena seguir hasta el final. O pasar directamente a él.






Amancio Prada pone música a los 'Sonetos del amor oscuro', de Lorca

EL PAÍS. 28 ENERO 1986

La musicalización de los Sonetos del amor oscuro, de Federico García Lorca, será el próximo trabajo del cantante y compositor Amancio Prada, que ayer presentó en Madrid el proyecto en compañía de Lluis Pasqual, director del Centro Dramático Nacional, organismo que coproducirá el espectáculo y que lo estrenará en la primera semana de abril. "Desde que acabé el trabajo sobre el Cántico espiritual, de san Juan de la Cruz, estaba buscando unos textos que me permitieran hacer un trabajo extenso, unitario, de largo aliento. Lo encontré cuando leí los Sonetos del amor oscuro, que son a la vez lo más clásico, lo más moderno y lo más actual que escribió el poeta. Para mí, están entre lo más entrañable de su poesía", declaró Prada.

Aunque algunos de estos sonetos habían sido ya traducidos y publicados en Francia, no fue hasta una edición pirata editada en Granada en 1984 cuando se dieron a conocer, después de una larga polémica sobre su existencia. Prada, que ya había musicalizado en su penúltimo disco dos poemas de Lorca, La guitarra y Danza da lua de Santiago, afirmó no haber tenido ningún problema con la familia de García Lorca, que siempre se ha mostrado escrupulosa en los trabajos realizados sobre la obra del poeta.

"No he tenido ningún problema; al contrario. Desde que tarareé las dos primeras musicalizaciones, a Manuel Fernández Montesinos le gustaron. Al tenerlos acabados, le he escrito y ya cuento con el permiso de la familia", indicó Prada, quien también aclaró algunos de los aspectos musicales de la obra: "Al principio, comencé a componer sobre una simple línea de piano; poco después, empecé a crear las canciones siguiendo sólo la línea melódica, sin instrumentos, porque creo que, si la melodía de una canción es buena, la canción se sostiene; es como el esqueleto de la canción, que ha de ser sólido desde el principio. La idea es montarlos con un pequeño grupo instrumental, piano, guitarra y percusión, al que añadiremos en directo algún instrumento más, pero no mucho".

Agustín Serrano, pianista que acompaña a Prada en los últimos años y que ha hecho también los arreglos de sus discos más recientes, será igualmente el responsable de los arreglos y la dirección musical del espectáculo, que contará con la dirección escénica del propio Lluis Pasqual.

"Quizá dirección sea mucho decir", afirmó el director teatral; "en realidad, se debería hablar de crear un clímax a partir de algunos mínimos elementos escénicos, como la luz o el movimiento sobre el escenario, todo ello al servicio de los poemas de Lorca y la música de Amancio".

El espectáculo será estrenado con motivo de los actos que alrededor del cincuentenario de la muerte del poeta organizará el Centro Dramático Nacional, que tendrán su punto culminante en el estreno de la obra El público.

Prada ha presentado este proyecto justamente cuando acaba de aparecer su último disco en el mercado, un trabajo que, con el título de Dulce vino de olvido, reúne canciones con texto del propio cantante y musicalizaciones de poemas de Carmen Martín Gaite, Isabel Escudero y José Agustín Goytisolo, además de una canción de Chico Buarque de Holanda adaptada por Francisco Umbral.



 



Soliloquio de pasión

EL PAÍS. 4 ABR 1986

Sonetos del amor oscuro. Amancio Prada sobre poemas de Lorca. Agustín Serrano (piano, arreglos y dirección musical), Pedro Iturralde (saxos), Bruno Vidal (guitarra bajo) y Carlos Carli (batería). Coordinación escénica: Lluís Pasqual. Teatro María Guerrero. Madrid, 2 de abril.

La musicalización de poemas ha sido uso y abuso habitual en la canción popular española durante años. Los poemas han servido como excusa, pretexto y coartada culturalista o didáctica, pero también como un rico soporte literario para canciones muchas veces mediocres y en algunas ocasiones, las mejores, parte indisoluble de buenas composiciones. Amancio Prada ha sabido siempre encontrar las músicas que, además de enmarcar y acentuar con rigor e inspiración el valor del poema, le aislaran de su autor original para integrarlo en una obra propia y personal del cantante de coherencia singular. En esta ocasión, con la transformación en canciones de los Sonetos del amor oscuro ha afrontado un desafío complejo y difícil que resuelve con brillantez.

La estructura cerrada del soneto obliga a un esfuerzo creativo para singularizar cada poema en una canción diferenciada. Amancio Prada ha resuelto de manera similar cada texto: tras la interpretación íntegra del soneto donde expone las líneas melódicas principales, ha añadido a manera de coda ligeras variaciones, repitiendo unas u otras estrofas hasta completar el desarrollo de cada tema, creando un clima y una tensión propias y diferentes entre sí, con resultados muy hermosos.

Amancio Prada ha venido haciendo siempre la misma música, pero dotándola de coloridos distintos según las diferentes formaciones instrumentales con que ha ido tocando. Los sutiles arreglos de Serrano, su interpretación al piano junto a la de Iturralde al saxo, ambas impecables, y una sección de ritmo en la que utiliza por primera vez la batería, crean un ambiente de reposada tensión interna, de pasión contenida, realzado a la perfección por el trabajo escenográfico de Pere Francesch y la coordinación escénica de Lluís Pasqual, apenas insinuada pero aportando matices que enriquecen el sentido final de las canciones.

Todo el recital encierra en sí la esencia del espectáculo teatral. Amancio Prada lo ha sabido siempre y en esta ocasión ha entrado a fondo en el tema, utilizando luces y sombras, situaciones y sutiles movimientos escénicos para completar un recital que se presenta como un largo soliloquio sobre la pasión amorosa, de desarrollo lineal y estructura cerrada, sin crestas ni altibajos, sin alardes ni espectacularidades gratuitas. En resumen, 45 minutos de canción sin fisuras. No podía ser de otra forma; la breve duración y la concentración expresiva eran condiciones indispensables para lograr el clima buscado. Hay, sin embargo, en toda la obra de Amancio Prada una cierta propensión al formalismo, que roza el riesgo del amaneramiento no sólo gestual sino también interpretativo en general. Ese formalismo puede conducir a una relativa frialdad en el espectador. En cualquier caso el trabajo del cantante, todo él en general y éste en particular, no se presta a la escucha bulliciosa y extravertida, sino a la recepción introspectiva de unas canciones de innegable belleza.



Amancio Prada canta a Lorca

 EL PAÍS. 8 NOV 1986
Agustín Serrano (piano), Pedro Iturralde (saxo), Bruno Vidal (bajo) y Carlos Carli (batería). Teatro María Guerrero. Madrid, 6 de noviembre.

Nueva presentación de los Sonetos del amor oscuro, de García Lorca, que Amancio Prada ha convertido en canciones y que ya interpretara en Madrid el pasado abril. Poco que añadir a lo entonces dicho: musicalizaciones complejas resueltas con brillantez y acierto, arreglos e instrumentación impecables basados en la sobrada calidad de los cuatro músicos participantes y un neto sentido del espectáculo, medido y cuidadoso, que con elementos mínimos crea un espacio escénico en el que se acentúa el carácter intimista de las canciones. Si acaso, un punto saturado de dramatización interpretativa que a veces subraya innecesariamente el texto de los poemas.

Para esta ocasión Amancio Prada ha añadido a los 11 sonetos ya musicalizados con anterioridad otras seis canciones nuevas compuestas sobre poemas de Federico García Lorca, tres propias y tres realizadas por Paco Ibáñez en su ya lejano primer disco de 1969.

Dos partes nítidamente diferenciadas que se diferencian con un entreacto y concebidas como un espectáculo cerrado, a cuyo desarrollo perfectamente guionizado contribuye la proyección sobre una pantalla de los títulos de los temas, evitando así las presentaciones habladas.

Posee Amancio Prada la inestimable cualidad de encontrar la musicalidad adecuada a cada poema con que se enfrenta, una musicalidad que sin dejar de estar en el poema pertenece totalmente al compositor y le otorga ese carácter diferencial que distingue a la canción del poema.

Una musicalidad que es un juego constante de matices, muchas veces mínimos, pero siempre significativos.




 Soneto gongorino en que el poeta manda a su amor una paloma


Noche del amor insomne


El amor duerme en el pecho del poeta




Soneto de la dulce queja




Soneto de la guirnalda de rosas






ARMANDO LÓPEZ SALINAS (1925/2014)

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Armando
(31.12.1925 - 25.3.2014)





Haber compartido momentos de mi vida con gente como Armando es uno de los motivos, uno de los más importantes, por los que me siento orgulloso de haber militado en el Partido Comunista de España. Él, como Simón, como Marcelino, como Lobato, como Díaz Cardiel, como Sandoval o como tantos otros camaradas anónimos formaron parte de las personas que a lo largo de mi vida han ido dejando en mí un poso de enseñanzas que han configurado no sólo mi pensamiento político, sino, sobre todo, mi concepto moral de la vida. Su ejemplo de honestidad, de entrega a un ideal, de constancia en la lucha, de generosidad y de coherencia, más que sus discursos, ha constituido un modelo humano sobre el que he intentado irme construyendo hasta ser tal como soy, bueno o malo.

A Armando López Salinas le traté quizás más que a los otros, tal vez porque él era responsable en Madrid de lo que se denominaba comité de “arte y cultura” y yo un jovenzuelo metido en esa cosa tan moderna de la canción al que se le hacía el culo gasolina por compartir reuniones presididas por Armando, y normalmente en casa de Miguel Bilbatua, con intelectuales de la talla de Alfonso Sastre, José María Moreno Galván, Alfonso Grosso, Aurora de Albornoz o Juan Antonio Bardem. Posteriormente seguí manteniendo contacto casual, pero frecuente, con Armando. No ya militante, pero sí de profunda identidad política y simpatía personal creo que común, en manifestaciones o actos de todo tipo. La última me parece que fue en un cumpleaños de Elisa Serna y el encuentro fue tan afectuoso como siempre.

Cualquiera que en los últimos veinte años de dictadura se moviera en el terreno del antifranquismo de cualquier tendencia, o en el de la policía y los represores del régimen, sabía quién era Armando, no hacían falta apellidos para identificarle. No sólo por su obra como novelista, que en aquellos años tenía todavía una importante repercusión, sino porque fue quizás, con Simón, la primera persona de la que se sabía que era militante y dirigente de un PCE en la clandestinidad. No lo proclamaba, pero su intensa actividad pública lo hacía evidente.

Armando López Salinas suicidó su carrera literaria por la militancia política. Y cuando escribo suicidó no es una metáfora o un eufemismo exagerado, pues realmente abandonó la escritura obligado por las exigencias de la lucha clandestina. No debió ser una decisión fácil y no sé yo si no debió atormentarle en algún momento posterior de su vida. En cualquier caso no perdió la intención de escribir. Algún día, quizás, cuando las exigencias de la acción política se hubieran relajado.

Cuando a finales de los años noventa le entrevisté con la intención de escribir un libro que se iba a titular “Comunistas. Memorias de lucha y clandestinidad” (que finalmente ha acabado en este blog), hablamos sobre el tema. Fue una larga conversación en el pequeño despacho que se  había construido en la mínima terraza de su casa en la plaza Peñablanca, en los aledaños del metro de Quintana, que había acristalado en su momento y que siempre había estado tapizada de libros del suelo al techo. El mismo despacho en el que en otros años más difíciles nos habíamos reunido por urgencias más perentorias.

Le pregunté si había seguido escribiendo y me contó un proyecto que tenía en cabeza y que me fascino. Armando, que había escrito libros de viajes tan destacados como los que hizo por Las Hurdes (con Antonio Ferres), por Andalucía (con Alfonso Grosso), o por Galicia (con Javier Alfaya); relatos viajeros en los que daba un paso adelante sobre el modelo puesto de moda por Cela, indagando más allá de la belleza del paisaje y el tipismo de personajes y situaciones para adentrarse en la realidad más profunda de los pueblos que habitaban cada tierra, se estaba planteando escribir de un nuevo viaje. Y era viaje novedoso y absolutamente contemporáneo. Quería relatar un largo recorrido por las distintas líneas del Metro de Madrid, y a través de él contar Madrid, sus barrios y sus gentes, aquí y ahora, los problemas, anhelos y esperanzas de las personas que utilizan en sus desplazamientos el más modesto de los medios de transporte, el que corresponde a la humanidad a la que él siempre perteneció y a la que sirvió con dignidad ejemplar, la de los desheredados de la tierra.

No sé si continuó con el proyecto. En otras ocasiones le pregunté por él, pero siempre me vino a responder que así, así. Por fortuna, en estos últimos años de vida pudo ver la reedición de algunas de sus obras más significativas y el respeto que despertaban, su obra y su persona, entre las nuevas generaciones. En 2007, la editorial Adhara publicó “Crónica de un viaje y otros relatos”, con escritos de mediados de los sesenta, que está accesible y recomiendo. También me parece muy recomendable la novela “Año tras año”, aunque en este caso de más difícil acceso, pues en una desidia imperdonable no se ha reeditado en España desde que ganara en París el premio Antonio Machado y fuera publicada por Ruedo Ibérico en 1962.

Dado que la mejor manera de conocer y recordar a un escritor, y Armando lo era, es entrar en su obra, lo que pienso que no tiene excusa es no leer “La mina”, sin duda su mejor novela, finalista del premio Nadal en 1959, que ha sido reeditada en 2013 por Akal y está plenamente disponible. La mina”, admirada y aplaudida en su momento por unos, los más “comprometidos”, que la consideraban un relato estremecedor de la clase obrera en aquellos años, y maltratada por otros, los más “exquisitos”, que la tenían por un ejemplo paradigmático de aquella “literatura social” que detestaban, la novela de Armando López Salinas, que he releído hace tan sólo dos o tres años en un repaso a su trabajo, transciende con mucho el momento histórico en que fue escrita y sobre el que trata. Es, ante todo, un retrato estremecedor de una humanidad que aún sigue esperando, y luchando, por sus utopías, tan imposibles, aunque tan necesarias.

En recuerdo a Armando, y a Simón, Lobato, Marcelino y todos los anónimos, quiero dejar esta canción que Raimon escribió para y sobre Gregorio López Raimundo, otra persona de similar estatura moral.




Recuerdos de infancia
Armando López Salinas
De “Comunistas. Memorias de lucha y clandestinidad”


“Recuedo en aquellos días la llegada de las columnas fascistas a las puertas de Madrid, cuando surgió, y luego se hizo universal, el nombre de la quinta columna, de la que había hablado el general Mola, que eran los fascistas, los falangistas, la derecha que había quedado en Madrid y que se aprestaba desde el interior a ayudar a las cuatro columnas que presionaban sobre la capital para propiciar su caída.

“Eran días en los que, en mi barrio, como en otros de Madrid, se levantaban barricadas con los adoquines de las calles para dificultar e impedir la entrada de las tropas franquistas, que ya acosaban la Casa de Campo por el rio Manzanares y que habían llegado hasta la Ciudad Universitaria. Eran días de gran tensión, de mítines callejeros, mítines relámpago en las calles, días en los que algunos combatientes iban a las líneas de fuego, hacía Carabanchel y otras zonas, incluso montados en los tranvías que llegaban hasta la misma orilla del frente. Recuerdo los bombardeos de la aviación italiana, alemana, combates aéreos sobre el cielo de Madrid y a las gentes que salíamos a las calles a contemplarlos. El cielo por las noches se iluminaba y las gentes corrían hacia los refugios o hasta las estaciones de metro con colchones, con agua, para pernoctar en algunos andenes y así evitar ser las victimas que los bombardeos pudieran producir. Eran días en los que yo andaba en el instituto de bachillerato, en el que había empezado a estudiar por entonces, que estaba cerca de Alonso Martínez. Iba desde mi casa andando todos los días. Son recuerdos que tengo muy grabados, porque yo, con mis once años, andaba medio enamoriscado de la profesora de literatura que nos hacía leer el Platero y Yo de Juan Ramón Jiménez.

“Recuerdo aquellos días, las fogatas que hacíamos los chicos en medio de la calle, los juegos de guerra. Cuando bombardeaban desde el cerro de Garabitas y la Casa de Campo, o cuando llegaban los junkersalemanes o los caproni italianos a bombardear Madrid, en mi calle cayó alguna que otra bomba y se produjeron algunos muertos, también por las balas perdidas que llegaban desde la Ciudad Universitaria a través de las calles de Abascal o de otras cuyo nombre ahora mismo no recuerdo del todo. El carnicero del barrio, que era un hombre de Izquierda Republicana y presidente del comité de mi casa, aquellos comités que entonces se crearon, era aficionado al teatro, y cuando los vecinos nos refugiábamos en el sótano para huir de las bombas nos hacía representar algún acto de alguna obra teatral para entretenernos. En ese sentido recuerdo, y esto puede parecer una ficción literaria, pero a veces la realidad supera a las ficciones, que cuando el 7 de noviembre bombardeaban Madrid y parecía que la capital iba a caer y las gentes acudían armas en la mano, los que las tenían, a taponar las brechas que se habían abierto en los frentes, en el mismo sótano en el que nosotros representábamos un acto de Fuenteovejuna, los trabajadores carroceros de un garaje paredaño a nuestra finca, doscientos o trescientos, aprendían, enseñados creo que por un cabo, a manejar el fusil e inmediatamente salían hacía la Universitaria cargados con aquellos mosquetones viejos.

“Recuerdo aquel tiempo y más tarde los tiroteos de aquella quinta columna, los muertos en la calle, nuestros y de ellos, pues si se cogía a algún miembro de la quinta columna, cuando todavía no estaba organizado el ejército republicano y aún no funcionaban los tribunales de guerra, eran pasados por las armas inmediatamente, allí mismo, donde les cogían. En el campo de las Calaveras, un antiguo cementerio que estaba donde hoy creo que está situado el campo de deportes de Vallehermoso, a cuyos patios la chiquillería del barrio íbamos a jugar al fútbol, algunas mañanas aparecían los cadáveres de miembros de la quinta columna fusilados.

“Los chicos en la calle, la libertad de entonces, las lecturas. Recuerdo aquel tiempo a través de los pocos libros que había en casa, en aquel tiempo y antes: las Novelas del Sábado, que eran de editoriales anarquistas, en las que escribían Federico Urales, Eliseo Reclus y otros. Aquellas fueron mis primeras lecturas, antes que las de Marx, Lenin y otras, junto a los libros de Bill Barnes, el aventurero del aire; Doc Savage; el comic, creo que norteamericano, donde aparecía Merlín; el Hombre Halcón; Dal Arden, el Principe Valiente. Y también lecturas de Los tejedores, de Haupman, de las novelas de Vargas Vila y, cómo no, del Catecismo Revolucionario de Bakunin y otros libros de teóricos anarquistas que andaban por mi casa, leídos no sin muchas dificultades y con poca comprensión, pero que de todas maneras formaron parte de mis lecturas de niño y de muchacho.

“Recuerdo la muerte de Buenaventura Durruti1, la llegada de las Brigadas Internacionales a Madrid, su desfile. Es en aquel tiempo y en el anterior donde se fue conformando en mi, a partir de todo ello, con mi padre, sus amigos, las gentes de todo el barrio, una conciencia rebelde; quizás todavía no delimitada en tal o cual corriente política, pero en todo caso yo viví desde niño de una manera muy directa, muy inmediata, la conciencia de clase. Las huelgas, las manifestaciones, el no tener dinero en casa, el vivir de la solidaridad de los compañeros de mi padre en los momentos de huelga, todo eso fue formando en mi una conciencia que más tarde, años después, se transformó en el activismo político que me llevó a las filas del Partido Comunista.

“La guerra civil terminó en Madrid con la derrota de la República, pero yo diría que no sólo de la República, sino con la derrota de muchas formaciones políticas que pretendían y creían y deseaban que aquella república de los trabajadores, de la que hablaron en su día tantos y tantos escritores, fuera una realidad. Aquellos sectores obreros habían esperado de la República una mejora en sus condiciones de vida que se habían venido frustrando, y la derrota de la guerra civil, la derrota de la guerra nacional revolucionaria, llevó a España a una situación como la que vivieron millones de españoles, el pueblo de los vencidos, tras abril de 1939.”









PUERTO DE ALICANTE, 1939. La última resistencia.

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En los confusos y crueles últimos días de la guerra civil española, el puerto de Alicante se convirtió en la última puerta de salida de España, aquella que podía permitir a los fieles a La República, soldados, funcionarios, políticos, sindicalistas, y muchos hombres y mujeres sin otra connotación que el miedo, escapar de la represión franquista que se acercaba. Este fin de semana se celebra en Alicante con diversos actos el 75 aniversario de aquellos acontecimientos.

Desde la caída de Cataluña en febrero de 1939, que motivó el exilio de cerca de medio millón de españoles a través de los Pirineos, el territorio que todavía se encontraba en manos del gobierno republicano se había ido reduciendo a pasos agigantados. El 28 de marzo las tropas rebeldes entraron en Madrid y en los días sucesivos fueron cayendo las pocas ciudades que aún quedaban: Ciudad Real, Jaén, Cuenca, Albacete y Almería. La huida de la flota republicana de Cartagena al puerto tunecino de Bizerta privó a los republicanos de unos medios de evacuación esenciales, por lo que a lo largo de aquellas últimas semanas numerosos fugitivos fueron acudiendo a Alicante con la esperanza de embarcarse en algún barco que les llevara a Orán o América.
A lo largo de ese mes diversas naves consiguieron salir del puerto alicantino con un buen número de exiliados: El Winnipep, el Marionga, el Ronwyn o el African Trader. Incluso desde puertos cercanos como El Campello, Vila Joiosa, Santa Pola o Torrevieja hubo quienes huyeron hacia el norte de África en simples y sobrecargadas barcas de pesca, antecedente histórico de las pateras que en la actualidad realizan el recorrido inverso.
El último barco que logró zarpar fue el Stanbrook, que salió de puerto el 28 de marzo con 2.638 pasajeros. Pocas horas después también partió el Maritime, aunque tan sólo con 32 refugiados a bordo, preferentemente autoridades.
En el puerto quedaron un número indeterminado de personas, que según varias fuentes pudieron rondar las 40.000, todavía con la esperanza de ver llegar un barco que les salvase. En lugar de ello, el 30 por la mañana, después de una noche de lluvia y confusión, vieron acercarse las naves que trasportaban a las tropas fascistas mandadas por el general Gamboa, que ocuparon la ciudad hasta que, al día siguiente, llegaron los batallones 121 y 122 del ejército sublevado, que sustituyeron a los soldados italianos que habían desembarcado inicialmente.
Más de 40 personas, según constató el propio general Gamboa, se suicidaron en el puerto de Alicante para no entregarse a los italianos y a los franquistas. La mayoría de los que quedaron fueron rodeados por los ocupantes y trasladados en primer lugar al llamado Campo de los Almendros, en la carretera de Valencia, y encerrados en prisiones improvisados como los castillos de Santa Bárbara y San Fernando, los dos cines de la ciudad o los campos de concentración de Albatera, Alcoy y Callosa de Ensarriá. Muchos comenzarían en ellos largos periodos de encarcelamiento en diversos penales por los que luego fueron repartidos.



Esta historia del puerto de Alicante la conozco bien, pues no en vano la escuché una y otra vez en mi infancia. E incluso ya metidito en años. Mi padre estuvo allí y era dado a contar su vida, especialmente los episodios de guerra y cárcel. Lo hacía francamente bien, narraba con coherencia y detalle, quizás por lo representado que lo tenía, gesticulaba, se levantaba e imitaba el volar de los aviones o el avance de los tanques, de una de cuyos batallones había sido Comisario Político. “¿Esto te lo he contado ya?”, preguntaba retórico en sus últimos años cuando se disponía a endilgarte por centésima vez cualquier aventura pasada. “Sí, padre, varias veces”. Se quedaba pensativo, soltaba un “bueno…” y seguía impertérrito con lo que andara contando. Una de las veces le puse delante un magnetofón. Lo que sigue es la transcripción de aquellas vivencias. Mi mejor herencia familiar.


 Cantan: Ricardo Solfa y Javier Batanero
Letra: Antonio Gómez
Música: Antonio Resines



Recuerdos del puerto de Alicante
Antonio Gómez Marín
De “COMUNISTAS. Memorias de lucha y clandestinidad


Los barcos llegaron después de comer. Al principio creíamos que eran franceses y que nos llevarían a Orán, pero me asomé a la orilla del muelle y vi que venían de Valencia. No jodas, decían algunos compañeros cuando les expliqué que eran fachas. Pero a la hora o así vimos que pasaban desfilando por delante de nosotros cantando una canción italiana.
Desembarcaron, se hicieron cargo del puerto de Alicante y nos obligaron a formar a todo el mundo. Nos pusieron en fila y un soldado nacional me pidió el maletín que había llevado durante toda la guerra; le contesté que si ellos eran también ladrones y me lo quedé. Todavía lo conservo. Desde allí nos llevaron al Campo de los Almendros, que le llamaban, cerca de la ciudad. Estuvimos en él dos o tres noches y luego nos trasladaron a la plaza de toros. Lo primero que vimos al entrar en ella fue al cura. Se me cayó el alma a los pies.
Un sargento con gafas, alto y delgado, que estaba acompañado por cuatro o cinco franquistas, se encargaba de hacer la selección. A mí me mandó al patio de caballos, que es donde parece ser que metían a los que creían que habían sido mandos del ejército republicano. Aunque no dije a nadie que había sido comisario, se debieron oler algo, porque era un poco mayor que los demás, ya tenía treinta años, y además vestía un traje de cuero y llevaba el maletín.
En aquel patio de caballos debíamos ser unos trescientos. Lo primero que hicieron fue registrarnos, y vi que a los compañeros de delante les quitaban todas las cosas de valor que pudiera llevar. Como no quería darles ese gusto, tiré al suelo el reloj y la pluma que llevaba desde el principio de la guerra y los pisoteé. En el maletín guardaba una manta, que nos serviría después para taparnos durante las noches, y el bote de perborato para lavarme los dientes, aunque no tenía cepillo y tampoco lo necesité mucho.
Aquel jamón nos vino muy bien y nos permitió comer durante unos días; a mí y a los dos compañeros con los que lo compartí, porque no podía repartirlo entre todos los que estábamos allí, ya que no hubiéramos tocado a nada. Eran un anarquista valenciano, Eliseo Martínez, y un capitán socialista extremeño, del que no me acuerdo el nombre. Nos hicimos con una lata y por las noches, escondidos debajo de la manta, cortábamos un trozo con el filo y nos lo comíamos.
Un día se corrió la voz de que nos querían sacar a todos, meternos en un barco y tirarnos al mar, pero no lo hicieron. A los pocos días nos trasladaron a la cárcel de Alicante, que es donde fusilaron a José Antonio, y allí nos tuvieron un mes entero dándonos de comer un chusco para cinco o seis y dos sardinas en lata. Eso para todo el día. Un par de días antes de trasladarnos al fuerte de San Fernando nos pusieron lentejas, que hacía un montón de tiempo que no catábamos, y a todos les entraron unas diarreas tremendas, que hasta se lo hacían allí, en medio de la nave. A mí no me hicieron daño, aunque después estuve cerca de quince días sin hacer de vientre. Por esas fechas un oficial viejo me quitó la manta en una formación.
En aquella cárcel estuvimos bastante tiempo. El militar que mandaba era un teniente coronel del Tercio, Pimentel creo que se llamaba. El día que le relevaron del mando nos echó un discurso: Cuando me hice cargo de vosotros creí que me hacía cargo del detritus de España y ahora me voy convencido de que aquí dejo lo mejor de España, nos dijo.
A los legionarios les relevó el regimiento de infantería de San Quintín, que nos trataron todavía peor y nos daban una comida aún más mala y escasa. Como no teníamos duchas ni nada nos llenamos de miseria. Dormíamos vestidos, porque a la intemperie no podíamos desnudarnos. Al ver que había tanta miseria trajeron una cisterna con una ducha y pudimos lavarnos un poco, pero sólo eso y con un frío del demonio.
Después de San Juan del año 39 nos trasladaron al castillo de Santa Bárbara, en el mismo Alicante, donde estábamos en tiendas de campaña y la familia podía ir a vernos. Escribí entonces a mi madre, que me mandó un mono, una camisa y un pantalón de pana, y con eso ya pude cambiarme de ropa. A mí no iba a visitarme nadie, porque mi madre estaba en Madrid y mis hermanas y hermanos no podían, pero a Eliseo Martínez, que era valenciano, le visitaba su mujer. El 23 de diciembre comunicó con nosotros y nos dijo que al día siguiente nos iba a traer un buen paquete, para que al menos la Nochebuena comiéramos bien. Pero el 24 al amanecer nos levantaron y nos llevaron a la estación, nos metieron en un vagón de ganado y nos tuvieron todo el día sin desayunar, sin comer y sin cenar. Allí todos hacíamos nuestras cosas en el vagón, por lo que aquello era un asco.
A las tres de la madrugada el tren empezó a moverse. Cuando se paró miramos por las rendijas y estábamos en la estación de Elche. Allí nos encerraron en una naves grandes, que lo único bueno que tenían era que el suelo era blando. Unos moros pusieron un puesto de dátiles y con cinco duros que me habían mandado de casa compré unos cuantos y nos los comimos entre los tres que andábamos siempre juntos. Es lo único que entró por nuestra boca aquel día tan señalado. Hasta que Eliseo no escribió a su mujer no supieron nuestras familias lo que nos había pasado, porque cuando llegaron a comunicar con el paquete les dijeron que no sabían dónde nos habían enviado y que se volvieran por donde había venido. Hay que ver que hijos de la gran chingada son, pensé en aquella ocasión, basta que sea nochebuena para que nos jodan más todavía. Desde entonces no me ha gustado nunca celebrar esa fiesta.








        

                  



ELOGIO DE LA VAGANCIA. Manual de instrucciones.

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Elogio de la vagancia. Manual de instrucciones.




 Chicho Sánchez Ferlosio[i]. “Hoy no me levanto yo





Palop[ii]. “Bartolo, as de los vagos”


Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista. Esta locura trae como resultado las miserias individuales y sociales que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos. En vez de reaccionar contra esta aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas han sacralizado el trabajo. Hombres ciegos y de escaso talento, quisieron ser más sabios que su dios; hombres débiles y despreciables, quisieron rehabilitar lo que su dios había maldecido. Yo, que no me declaro cristiano, economista ni moralista, planteo frente a su juicio, el de su Dios, frente a las predicaciones de su moral económica y libre pensadora, las espantosas consecuencias del trabajo en la sociedad capitalista”.

Paul Lafargue. “El derecho a la pereza[iii]


 “Seamos perezosos en todas las cosas, excepto al amar y al beber, excepto al ser perezosos
Gotthold Ephraim Lessing[iv] (Poeta y filósofo alemán, 1729/1781)



En estos tiempos que corren, que el que tiene un trabajo tiene un tesoro --bien es verdad que cada vez más mermado de monedas--, parecería que elogiar la vagancia fuera un sarcasmo extravagante. Sin embargo, a veces es necesario tumbar el cerebro en una hamaca y hacerle descansar de tantos agobios cotidianos, dejándole volar tras la utopía inalcanzable.

La vagancia es un arte vocacional, como la pintura, la literatura o la pesca de la trucha con caña. Eso quiere decir que suele ser difícil vivir de ella, aparte de la contradicción que significa que si ganáramos dinero practicándola, no sería vagancia, sino profesión, conceptos que se excluyen y que sólo gentes privilegiadas, como los monarcas o los frailes contemplativos pueden compaginar. Igual que el arte, que si no se hace por el mismo arte ya no es arte, sino mercadeo, la inanidad, si es obligatoria, no es vagancia, es una cabronada.

La vagancia es un arte vocacional
Personalmente he vagueado mucho a lo largo de mi vida, todo lo que he podido, como se puede comprobar en el reportaje fotográfico que ilustra estas divagaciones. Pero siempre ha sido de manera intermitente y, por consiguiente, incompleta, insatisfactoria. Vagancias no obstante necesarias para mi equilibrio mental, para las que he aprovechado esos momentos vacacionales, siempre amenazados por el calendario, o le he hurtado tiempo a obligaciones perentorias. A nadie recomiendo esta última alternativa, pues siempre acaba con sentimientos de culpa que arruinan cualquier placer que se haya podido obtener en el vagueo.

No es de extrañar, pues, que haya recibido la bicoca de la jubilación como si se tratara de un autentico nirvana, en el que la vida horizontal no es sólo una posibilidad, sino una llamada de la selva, mientras se dejan correr las horas y se descubre el turbio atractivo de la molicie. Circunstancia propicia para la relajación de los esfínteres mentales, que ha generado la idea de recuperar este ELOGIO DE LA VAGANCIA (que, variado, recoge el inicialmente publicado en 2008 en el blog EL MUNDANO), y que ahora, ya liberado del esclavismo laboral, os entrego para recapacitación general sobre el sentido de la vida y el provecho que finalmente saca cada cual a sus afanes.

Vaya por delante que cuando hablo de vagancia, de no hacer nada, de dejar que el tiempo pase sin nuestra ayuda, no me refiero, ¡por favor! a esa vulgaridad del “lo dejo para mañana”, que está al alcance de cualquier enfermo de horas extraordinarias. Eso es como la socialdemocracia de la vagancia, que pone parches al sistema pero no lo cambia. No, lo mío es más profundo, más serio. Es una condición mental que cuestiona el elemento fundamental de la civilización cristiano-socialista: la ética del esfuerzo, la moral del sufrimiento. Una memez: todo esfuerzo cansa, el cansancio agota y el agotamiento nos hacer ver Gran hermanocomo un experimento sociológico. Una rueda de despropósitos que se reinicia cada mañana en la oficina o el tajo.

En estado de vagancia
el tiempo pasa muy deprisa
Enumerar las múltiples bondades de la vagancia es un trabajo extravagante por inútil, pues en el fondo de todos nosotros hay un poso de racionalidad última que nos hace comprenderlas a poco que estemos 10 minutos mirando al techo, buscando plácidamente los elefantes, jirafas y payasos de circo que dibujan en el yeso las sombras que proyecta la lámpara de la mesilla.

En ese limbo del no hacer se evaporan en el aire los malos pensamientos (y los buenos, pero estos son tan pocos que no merece la pena contarlos). La sangre, estancada en la horizontalidad del cuerpo, deja de preocuparse por si un trompo obstruye la arteria femoral. Los niños, aburridos de tu inmovilidad, acaban por marcharse a jugar con la pelota. Los monstruos externos que arañan los cristales de las ventanas se evaporan con los últimos efluvios del cerebro inactivo. Y, por último, pero no por ello menos insensato, la auténtica holganza conduce a una insensibilidad física y mental que impide escuchar las llamadas al timbre del Cobrador del Frac.

La vagancia, eso sí, como todo avance del género humano, no se regala, se conquista, y la lucha por ella puede ser ardua y prolongada. Antes de enfrentarse con esta batalla vital hay que cargarse de paciencia y saber que no hacer nada lleva mucho tiempo. Se trata, prácticamente, de una ocupación a jornada completa, que no admite despistes ni renuncias, porque una vez que haces algo, cualquier cosa que requiera un esfuerzo, tienes que empezar de nuevo desde cero.

Como contrapartida, en el estado de vagancia el tiempo pasa muy deprisa. Te tiras 10 horas haraganeando y cuando quieres darte cuenta ya es de noche. Entonces te preguntas “¿Qué he hecho yo hoy durante todo el día?”. “Nada” contesta malhumorada tu conciencia. Y uno ya sabe que puede darse la vuelta en la cama, con el culo vuelto hacia el ventilador o la calefacción, según recomiende la siempre variable climatología, y dormir a pierna suelta con la tranquilidad espiritual que dan la conciencia satisfecha y el deber cumplido.





MANUAL DE INSTRUCCIONES

Hay varias etapas que se deben atravesar para llegar a un estado mental que permita disfrutar en toda su extensión del placer del no hacer nada. Como el dolce far niente de los italianos, pero con menos poesía. Me permito enumerarlas sucintamente para que quien decida tomar este camino de perfección sepa dónde se adentra:

1.-Conflicto: Es el momento más duro. El aspirante deberá enfrentarte en él a una dura batalla interna con todo aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, que además de una maldición bíblica es una mamonada. Es entonces cuando tienes que romper los prejuicios establecidos del miedo a “perder el tiempo”, del temor a que “con la holganza se echa panza”, del respeto a la malévola sabiduría popular del “a quien madruga dios le ayuda” o del acatamiento del lema “el trabajo libera”, leyenda que, como se sabe, daba la bienvenida a los condenados desde los frontispicios de los campos nazis.

"Ganaras el pan con el sudor de tu frente", además de
unamaldición bíblica, es una cabronada
Pero borrar de la mente las consignas acuñadas con hierro candente en nuestros cerebros por los pregoneros de la filosofía de la infelicidad es tarea complicada. Aunque parezca contradictorio, que lo es, aquí habría que aplicar aquella máxima que a menudo citaba mi padre de “el que algo quiere, algo le cuesta”, porque el completo disfrute de la vagancia conlleva también un esfuerzo inicial, que sólo acaba justificado por la felicidad consecuente a la fase final del proceso iniciático.

2.-Asunción: Superado el conflicto moral entre el hacer y el no hacer, llega a la mente la exacta magnitud del objetivo que nos hemos planteado: la vagancia. Para mantenerse satisfactoriamente en este estado deben conectarse las alarmas de todos los peligros y tentaciones. Resulta que uno cumple fielmente las normas y se tiende a la sombra para disfrutar del no hacer nada, cuando, de repente, tiene hambre y se levanta a la cocina para coger unas almendras y hacerse un tinto de verano, o se aburre y debe acudir a la biblioteca a por la última novedad de Barbara Cartlan, o le pica la pierna derecha y tiene que incorporarse en la hamaca para rascarse. Son momentos críticos en los que el aspirante a vago debe resistir heroicamente. Si lo consigue ya está preparado para atravesar las puertas del paraíso.

3.-Nirvana: Llamase al estado de felicidad ensimismada que conduce a grados de inocencia espiritual tan extremos como que al contemplar en el cielo el plácido vuelo de las avecillas que dios alimenta ni siquiera se sientan ganas de levantarse para buscar la escopeta de perdigones.

No obstante, alcanzar con éxito el objetivo último de la vagancia absoluta obliga a seleccionar con esmero las acciones, obligatorias o gozosas, que podemos y no podemos realizar durante el proceso. Quien quiera iniciar el camino, que tome nota:

ACCIONES DESACONSEJADAS

A.- En vacaciones, periodo propicio para la iniciación, huir de la incansable actividad física vacacional que suelen desarrollar esposas y maridos, padres, hijos, sobrinos, primos, nueras, abuelitas, amigos de urbanización, plastas de taberna y operadoras de Vodafone. Para lograrlo, se puede alegar (excepto en el último caso, que con desconectar es suficiente) el padecimiento de lepra pegajosa y la recomendación médica de aislamiento.

B.- Evitar el sexo. Nos obliga a promesas gratuitas, como “mañana te preparo el desayuno y luego subimos al Teide”, que no se pueden cumplir sin retroceder al anterior estado de conflicto. En caso de imposible resistencia, utilizar modo pasivo-desconectado o practicar un sucedáneo retributivo.

 Desde la foto de la pared
me vigila mi padre, siempre tan hacendoso
C.- Esconder los libros que obliguen a pensar (Javier Marías, Iker Jiménez o la guía telefónica), los discos excitantes (La Oreja de Van Gogh, Julio Iglesias o la música para aeropuertos de Brian Ferry) y las películas de guerra o del oeste, pues los disparos distorsionan el placer de las dormidas en el sofá. Entre las varias escuelas de pensamiento que se aglutinan alrededor de la Vagancia Universal Compensatoria (VUC) existen diversas opiniones sobre la actividad mental en el proceso de nirvanización. Los Radicales Indispensables la condenan radicalmente. Los Inconsecuentes Reformados de los Siete Días, entre los que me inscribo, defendemos, en cambio, que dado que el pensamiento forma parte de la naturaleza del ser humano, y que la práctica nos enseña que no se puede ir contra la naturaleza, de vez en cuando hay que soltar gas por la espita del intelecto. Recomendamos, eso sí, que no se traspasen los límites conceptuales que quedan establecidos en El Libro Gordo de Petete.



ACCIONES RECOMENDADAS

A.- Tirar al sumidero las llaves del coche y convencer a la familia de que la mejor forma de ir al Safari Park es andando. Imprescindible disloque de tobillo para escaquearse de la caminata.

B.- Abundante uso del Lexatín en batidos, tortillas y ensaladas.

C.- Aliviar los picores de la espalda con un rascador acabado en mano semicerrada. Aunque excepcionalmente es posible hacerlo uno mismo, es preferible encontrar un primo que realice la acción en nuestro lugar, lo que añade al menor esfuerzo propio la satisfacción de explotar al prójimo, que siempre contribuye a la tranquilidad de conciencia.

...y eso que de jovencito parecía tan despierto

Sin embargo, como no conviene engañarse y el mundo no es perfecto, para acceder al tercer grado de vagancia, el estado de nirvana que garantiza la inanidad absoluta y la felicidad insuperable de los vegetales, hay que tener condiciones de mentiroso y total falta de escrúpulos. Tanta como para ser capaz de engañarse a uno mismo.

Porque la vagancia absoluta, como la revolución, la existencia de dios y los programas culturales de televisión, es un imposible en sí misma. Una utopía, a la que es posible acercarse, pero a la que nunca se puede llegar por mucho que la divisemos en el horizonte. Por desgracia, para aproximarse a ella hay que pactar con la realidad de lo posible, y no quedará más remedio que levantarse a por el libro de Javier Marías (si eres adicto a las drogas duras), hacerse un tinto de verano (si el sudor ha formado ya a tus pies un charco que amenaza con ahogarte) o acudir a las prácticas auto satisfactorias si te encuentras en soledad (situación que, por otro lado, es la única forma de lograr el disfrute total de la vagancia gratificadora).

Recapacito ahora, vaya por dios, que tal vez la utopía última del vago sea la nada, el vacio, la muerte. No me había dado cuenta. Lo pensaré, aunque canse.


“Quien sabe si algún día tal vez recuperemos
el placer de vivir sin miedo a perder tiempo,
y olvidemos insomnios de luces de escalera,
de ventanas abiertas que invitan al suicio”

Antonio Gómez[v]. “Virginidades”



NOTAS PARA CURIOSOS



[i] José Antonio Julio Onésimo Sánchez Ferlosio (1940 - 2003). Cantautor español, pese a la aparente ligereza de la canción, que escribió a finales de los 60 o comienzos de la década siguiente, la canción marca un punto de inflexión en la ideología del autor, que con ella expreso su alejamiento del comunismo, en el que se inscriben canciones anteriores como “La huelga”, “Julián Grimau” o “Gayo rojo, gayo negro”, para iniciar su acercamiento a las ideas libertarias, que inspirarían buena parte de su obra posterior.


[ii]Josep María Palop Gómez (Valencia, 1922 – 1993). Figura destacada de la escuela valenciana del tebeo español de postguerra. En 1950 creó para Jaimito su personaje más destacado, Bartolo, as de los vagos, que mantuvo de manera intermitente a lo largo de prácticamente toda su carrera. En 1992 lo recuperó, en valenciano, con el título de Bertomeu, l’as dels ganduls.

[iii] En 1880, Paul Lafargue (1842-1911) publicó “El derecho a la pereza”, obra fundamental del pensamiento antisitema de todos los tiempos, amén de lectura amena y sorprendente, que recomiendo vivamente, sin ironía alguna, y que se puede bajar íntegra de internet.
La vida de Paul Lafargue daría para una novela (o dos). Cubano de nacimiento y francés de adopción, fue uno de los pioneros del marxismo en la segunda mitad del siglo XIX, llegando a viajar a España para difundirlo, aunque debió rendirse a la evidencia  acabar reconociendo que en ese momento los que cortaban la pana del proletariado hispano eran los anarquistas. Fue yerno de Carlos Marx, con cuya segunda  hija, Laura, se casó. No es banal que marido y mujer decidieran suicidarse juntos al cumplir los 69 años, edad en la que consideraron que comenzaba su decrepitud.


[iv]Para decir algo más de este tal Gotthold debería buscar de nuevo el lugar en el que encontré la cita, y tanto trabajo va contra mis principios.

[v]Perdón por la inmodestia de la autocita, pero a estas alturas resulta lo más cómodo, que me reclama la cama.


Arístides Moreno. Posición Horizontal.

PERSONAJES FEMENINOS EN EL CINE DE JOHN FORD (1)

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Mary Kate Danaher y otras damas de armas tomar
Personajes femeninos en el cine de John Ford (1)






Zapeando en familia tropezamos con un hombre alto y con gorra que se baja de un tren y pregunta a un grupo de paisanos parlanchines y contradictorios por dónde puede llegar a Innesfree. Como sucede a veces con algunas películas, el cerebro se dispara, el corazón se encoje, y el dedo se paraliza sobre el mando a distancia, obligándonos a permanecer fieles hasta el final. Y así, mirando y mirando, al hilo de lo cien veces visto van surgiendo el comentario, la conversación y la polémica, que al final queda centrada en el lugar que ocupan las mujeres en el cine de John Ford, la tipología de sus personajes femeninos y el papel que juegan en sus historias, tan de hombres.

Soy viejo espectador de John Ford, fascinado por sus películas, que pronto aprendí a distinguir del resto de las otras del oeste que veía en aquellos viejos cines de sesión continua y programa doble. Recuerdo la primera de ellas como si de una novia adolescente se tratara. Fue en el cine Luchana, una de las primeras veces que acudía a un cine de estreno con los amigos (con mis padres ya había asistido al Amaya para ver “Candilejas”), y la peli era una de John Wayne, “Misión de audaces”, que me dejó en la memoria para siempre la escena del espionaje a través de la chimenea de la estufa o la imagen de la larga columna de la caballería avanzando por los campos pantanosos. También, faltaría más, la de la batalla de los cadetes de la academia, probablemente la única escena guerrera de la historia del cine que no provoca horror, sino ternura. Debía andar yo allá por los 14 años, si es que los había cumplido, porque la película es de 1959 y no debió tardar en estrenarse en España más de un par de años. La confirmación de la maestría del cineasta me llegaría en el cine Europa, mediados los sesenta, con el deslumbramiento ante “El hombre que mató a Liberty Valance”, que ya en aquella primera visión me descubrió en su interior una de las más profundas, emotivas y pudorosas historias de amor que ha contado el cine. También “Misión de audaces” cuenta, por cierto, con una buena historia de amor.

Saco a colación estos recuerdos personales, a más de por puro exhibicionismo y ganas de divagar, por la contradicción que entonces significaba la admiración de un joven concienciado políticamente, rojo de cuna, que por la segunda de esas fechas ya comenzaba su militancia clandestina, con la naciente admiración por un director con fama de viejo reaccionario, racista y misógino, si no machista. Unas consideraciones que aún hoy perviven en muchos de los comentarios más recientes que encuentro en internet. No estoy de acuerdo ni con unas ni con otras, que con el cine de Ford las cosas siempre son más complicadas de lo que él mismo reconocía en sus entrevistas, pero como estas notas tienen territorio acotado, me centraré en lo que importa. Igual otro siglo me da por pensar algo sobre su supuesto reaccionarismo, que no vendría mal recordar su colaboración con las Brigadas Internacionales y su apoyo a la República Española.

A lo que vamos. No cabe duda que el núcleo central del mundo que John Ford muestra en sus películas es un universo esencialmente masculino, enmarcado, además, en ese tiempo, mítico e histórico a la vez, de la construcción de una nación que analiza especialmente en sus numerosos westerns. La camaradería, el compañerismo, la complicidad implícita, los sentimientos subterráneos, la unidad ante el peligro o los ritos de aprendizaje que caracterizan el entramado de las relaciones entre hombres, especialmente cuando forman una comunidad cerrada, como la milicia o una cuadrilla de vaqueros, constituyen el núcleo de valores alrededor del que giran buena parte de sus películas, aunque, por supuesto, no el único. Un universo masculino y viril del que, además, le gustaba disfrutar en su vida privada, cuando realizaba esas ya míticas huidas a bordo de su yate, y rodeado de amigos tras cada fin de rodaje, pasaba semanas de interminables francachelas, borracheras y cariñosos puñetazos en el hombro.

En el cine de Ford --y de acuerdo con ese mundo masculino, que contituye su horizonte primero, las historias que cuenta y el tiempo histórico en el que transcurren-- las mujeres ocupan, pues, un espacio reducido, que, curiosamente, se irá ampliando con el proceso de maduración del director, el hombre y el artista, hasta constituir, como veremos, un  elemento central de sus últimos trabajos. Lo que nunca habría hecho Ford, otra cosa nos hubiera debido decepcionar, es ese truco publicitario tan habitual de poner una rubia exuberante, vestida con pantalón estrecho y camisa ajustada que hacen destacar sus redondeces, en medio del desierto de “Tres padrinos”, por ejemplo, para que al final se case con Wayne, adopten al huerfanito y todos felices para siempre.

Joseph McBride, probablemente el mayor experto en Ford, o al menos el que más tiempo de su vida le ha dedicado, realizó en el primer libro que dedicó al cineasta un acertado comentario sobre el tema[1], destacando algunos aspectos de las mujeres fordianas en los que luego han insistido hasta la saciedad otros comentaristas, tal sea porque son ciertos:

“Hasta muy avanzada su carrera, el punto de vista de Ford acerca de las mujeres fue relativamente complicado. Ellas eran la fuente de estabilidad, las transmisoras de la tradición, la civilización y el desarrollo. En "¡Qué verde era mi valle! ", Huw dice de su familia: "Si mi padre fue el cabeza de familia, mi madre fue su corazón". Las mujeres eran el ideal, simple, puro y demás pero intocable; permanecían en su lugar, el hogar, y la mayor parte de ellas dejaban que los hombres se ocuparan del complejo y molesto mundo exterior. Las mujeres "caídas" de los films de Ford, las chicas de salón y las prostitutas son, si son algo, aún más santas que las mujeres casadas, porque su deseo de un hogar es aún más fuerte.”

Ese doble modelo femenino, la madre abnegada y la buena puta, abundan en el universo femenino de Ford, aunque ciertamente, ocupen en sus películas un papel siempre subsidiario con respecto a los personajes masculinos; papel de dependencia o de referencia que, por otro lado, se corresponde escrupulosamente con el que jugaban las mujeres a lo largo del siglo XIX, tiempo histórico en el que transcurren las películas, y con el espacio geográfico y vital elegido: el territorio fronterizo del naciente país, siempre en movimiento, en colonización, guerra o conquista, y en el que la presencia de cualquier mujer tenía que constituir forzosamente una excepción.[2]

Las mujeres-madre de buena parte de las películas de Ford tienen todos esos rasgos de los que escribió McBride, pero también algunos más. La fortaleza, la inteligencia, la sensibilidad, la dignidad y la capacidad de decisión en momentos vitales de mujeres tan extraordinarias como la Ma Joan (Jane Darwell) de “Las uvas de la ira” (1939), la Berh Morgan (Sara Algood) de “Qué verde era mi valle” (1941) o la Martha Edwards (Doroty Jordan) de “Centauros del desierto” (1956) las hacen ser algo más que simples mantenedoras del hogar y del orden familiar. Con las fuertes personalidades de las que dota Ford a sus en general breves papeles, las convierte en los verdaderos puntales, no tanto materiales cuanto morales, de la familia, institución cerrada de tanto interés para el director, que la convirtió en otra de sus constantes temáticas.

Por su lado, las prostitutas cariñosas, cabareteras y chicas de vida alegre que tanto le gustaba representar a Ford, buscan, faltaría más, la seguridad que les podían ofrecer el amor y el matrimonio, pero en ningún caso se nos muestran como unas perdidas arrepentidas de su perdición, engañadas o culpabilizadas que se utilicen con afán moralizante. Son, por el contrario, marginadas que no se avergüenzan de su marginación, sino que la enfrentan de cara, fuertes y desafiantes, inteligentes, sentimentales y protectoras a un tiempo. Un claro ejemplo, para no abundar en ellos, es la Dallas (Clare Trevor) de “La diligencia” (1939), la primera, por cierto, de las películas de John Ford en las que el amor, las relaciones directas hombre-mujer o viceversa, tiene un papel central en la historia. Otro retrato femenino extraordinario, alejado de estos modelos y en este caso protagonista, es el que de María Estuardo realizó Katherine Hepburn en la película homónima de 1936. Quizás debería detenerme en él, pero no lo hago porque tendría que volver a ver la película y, la verdad, siempre me ha parecido un poco plomo. Igual es por los decorados medievales. O por Frederic March, que me cae así, así.

Todas estas figuras femeninas, distintas entre sí pero portadoras de valores similares, tienen, sin embargo, un rasgo que las unifica: ninguna de ellas, excepto Dallas y María Estuardo, viven una historia estrictamente amorosa, y en ninguna de las películas correspondientes se afronta, ni profunda ni superficialmente, la confrontación de sexos. Excepto en “La diligencia”, en la que hay amor, pero ningún conflicto entre los amantes, temática que aún tardará más de una década en aparecer en su filmografía para constituirse, a mi entender, en uno de los temas centrales de su obra de madurez y cuya película más significativa, en la que define con mayor profundidad los rasgos esenciales de su idea de la mujer en enfrentamiento cuerpo a cuerpo con el hombre es, precisamente, “El Hombre tranquilo”, estrenada en 1952, cuando el director tenía ya 56 años.





Mary Kate Danaher…

Según declaraciones posteriores del propio Ford, “El hombre tranquilo” había sido “La primera historia de amor que he intentado hacer, una madura historia de amor”. Por una vez parece ser que fue verídico y sincero en la entrevista, en las que según parece, y queda demostrado en las que se conservan, solía mentir o disimular el bulto con una displicencia digna de un imputado por corrupción[3]. Su biógrafo, Scott Eyman ha hecho una interpretación más completa del significado de la película, de la que dice que es

“…muy sabia acerca de la naturaleza cambiante del poder en una relación sexual, lo que la convierte en algo más que un liviano cuento de hadas. Es una fábula acerca de dos personas que no pueden vivir juntas hasta que aprenden la humildad y cómo ceder el uno con el otro. La trama se refiere sobre todo al modo en que el pueblo ejerce el control social sobre el sexo”.

La historia que cuenta la película supongo que es sobradamente conocida. Al inicio de estas notas la habíamos dejado en el momento en que un apuesto hombre, con gorra y cara de John Wayne, que todo espectador reconoce al instante, se baja del tren en una pintoresca estación y pregunta a un grupo de personas no menos pintorescas cómo se va hasta Inesfree.

El  hombre abandona la acalorada y caótica discusión que ha motivado su inocente pregunta ante la llamada de un ser bajito y atildado, Michaeleen Oge Flynn (Barry Fitzgeral), el correveidile oficioso del lugar y uno de los personajes de comedia mejor caracterizados del cine de Ford, con rasgos de humor socarrón y ternura a la vez, que le asemejan a los más robustos sargentos de su caballería. El hombrecillo le invita a montar en una calesa, tirada por el caballo más listo de la historia del cine (con permiso de la mula Francis), y se convierte desde ese momento en el guía del viaje iniciático del protagonista al paraíso perdido de la infancia, tema central de “El hombre tranquilo”, de obligada consideración para entender el sentido más profundo de la historia amorosa que cuenta. Porque Inesfree es, ante todo, el mundo perdido de niño y añorado siempre, un mundo anclado en el tiempo del pasado, tamizado y seleccionado por la memoria, y solo presente en el recuerdo de quienes lo dejaron. Inesfree es mito y leyenda, utopía vital. Tanto es así, que en una localidad en la que el espectador encontrará curas católicos y protestantes, borrachos cantarines, viejos agonizantes que resucitan al calor de una pelea, capitanes del IRA, terratenientes engañosamente tiranos, viudas todopoderosas, secretarios serviles e incluso un Obispo de visita, todos ellos bellísimas personas, no se puede encontrar autoridad alguna. Ni alcalde que dicte las leyes ni alguacil que las haga cumplir.

En la subsiguiente secuencia de camino hacia Inesfree, Ford, que siempre fue de una prístina honestidad con sus espectadores, ofrece ya las claves básicas sobre las cuales va a avanzar la película y que le van a dar su propio significado. En el idílico recorrido por un paisaje de un verdor esplendoroso, como se supone son obligadamente los campos irlandeses, nos enteramos de que Sean Thornton, que es el nombre decidido para la cara de Wayne, ha nacido en el pueblo, nieto de un rebelde que purgó su rebeldía en la lejana Australia, y que tuvo que emigrar de niño a Estados Unidos, habiendo vivido desde entonces al arrullo de los viejos recuerdos de la madre. En el exilio americano, el niño se ha convertido en hombre y evidentemente ha alcanzado un buen nivel de prosperidad. ¡Hasta llega con un saco de dormir! extraño artilugio que para el asombrado Micheleen será motivo de asombro y orgullo a lo largo de toda la película.

En ese recorrido introductorio, aparece también por primera vez el otro elemento sustancial de la película: Mary Kate Danaher, que toma prestada durante 129 minutos la cara, la figura, el pelo y la fortaleza de Maureen O`Hara. En un artículo en la revista británica “Sight and Sound” el cineasta Linsay Anderson, que escribió bastante sobre Ford, realizaba una interesante interpretación de ese momento:

"La primera vez que Sean ve a Mary Kate se nos presenta una imagen de sabor pre-rafaelista de variado e intenso colorido, así como un análogo romanticismo del paisaje: la pastorcilla de un cuento de hadas, cabello castaño-rojizo, blusa escarlata, vestida en dos tonos de azul, llevando su rebaño al pequeño valle rocoso, amarillo al fondo, el campo que se divisa verde en la distancia... un paisaje en el que se combinan alegremente suaves y ásperos, como sucede en la personalidad de la película en su conjunto.

Admitiendo que en esto de la interpretación de una obra de arte cuenta tanto, al menos, la intencionalidad del artista al crearla como la que le pone el espectador al contemplarla, viendo cada uno de ellos lo que quiere ver y extrayendo lo que más conviene a sus tesis, el párrafo del cineasta británico pienso que concuerda con el tono idílico general de la película, pero que deforma el sentido del personaje y su significado en el conjunto de la historia. Esa visión de Mary Kate como una pastorcilla de cuento de hadas es reduccionista, aunque se congele la imagen en esa primera aparición. La carnalidad y el misterio que le confiere la simple presencia física de Mauren O’hara, desafiante con la cabellera roja movida por el viento, recortada su firme silueta sobre el verde del paisaje, la diferencias. Con su pelo rojo y su camisa azul, cayado en mano, manteniendo la mirada, temerosa pero también desafiante del hombre que la descubre en el bosque, queda apuntada su lejanía de ese modelo, confiriéndole al personaje unas características que luego se van a ir desarrollando y que son las que finalmente harán estallar el conflicto esencial de la película, ese análisis de la “naturaleza cambiante del poder en una relación sexual” de la que habla Scott Heyman. “¿Es de verdad o estoy soñando?”, pregunta un atónito Sean. “Es muchísimo peor. Sin duda es un espejismo provocado por la sed”, contesta Micheleen, que no imagina otro infierno mayor que la falta de wisky.

Entiendo que Mary Kate Danaher constituye un modelo femenino totalmente nuevo en el cine de Ford (con el antecedente, del que hablaremos brevemente luego, de la Kathleen York de “Río Grande”, que la misma Maureen O´Hara había interpretado dos años antes y con la que tiene muchos puntos en común). Se trata de la primera mujer “completa” y compleja de su filmografía, mucho más que Dallaso María Estuardo, que se define en un doble conflicto interrelacionado de poderes; con el hombre, a través de su amor hacia Thornton, y con la sociedad en la que vive, sus normas y prejuicios sociales y morales. La forma en que se resuelven ambos conflictos puede dar pistas claras sobre lo que Ford pensaba en el momento de realizar la película sobre el tema.

Paradójicamente, la parte del film a priori más susceptible de idealizar, el amor, supone la irrupción de la realidad en el paraíso añorado de Inesfree, poniendo en cuestión las bases morales sobre las que sustenta. Ahí quedó, como metáfora, la brusca ruptura de la tormenta en la conclusión de la primera escapada de los enamorados, una irrupción violenta del entorno en el romance recién empezado. Una interrupción súbita de la ensoñación que, curiosamente, no arruina la pasión, sino que da lugar al beso más tórrido, y real, de la película. 

Mary Kate es una mujer fuerte, que no dura, inteligente y decidida, sin duda, pero si hay un rasgo del personaje, una especie de sello de la casa que la defina, es su independencia de carácter, elaborada a partir de una clara conciencia de su identidad y de su propia dignidad, lo que la pone enfrente de ese mundo idílico de normas ancestrales que habitan sus paisanos y que ella vive en una especie de exilio interior, como apunta su condición de ya casi solterona. También aparece marginada de alguna manera por sus convecinos, como hace pensar el que nadie recoja su sombrero en la espectacular y divertida, pero también reveladora, carrera-subasta de mujeres, en la que se planeará la confabulación colectiva que permite avanzar el argumento hacia el final feliz.

En cualquier caso, la protagonista de “El hombre tranquilo” es una rebelde, pero no una revolucionaria. Se subleva frente a las convenciones sociales, pero no las subvierte. No busca poner patas arriba el orden social-sexual, sino conservarlo, eliminando o cambiando, eso sí, aquellos aspectos que considera desproporcionados o injustos; esencialmente los relacionados con el papel social y amoroso de la mujer, que son los elementos “reales” de la película, y no tanto los de carácter político, religioso, económico o de cualquier otro tipo que correspondan al conjunto del grupo social, que, como se sabe, forma parte de un mundo de añoranza anclado en el recuerdo. Expresión de una contradicción que probablemente tiene que ver con las fantasías sexuales masculinas de la mujer fuerte e independiente, señora y puta a la vez, Mary Kate es marginada y criticada por su independencia y su obstinación, pero también es respetada y deseada por ello, como muy bien se ve en la actitud irónica y admirativa del sabio Michaeleen, que se carga de envidia hacia el forastero con el “impetuoso, homérico” que le estalla en la boca cuando contempla la cama destrozada, en la que cree que ha transcurrido en apasionada coyunta la noche de bodas de la pareja.
                                              
En fin, aceleraré la historia que hay que ir despachando. Mary Kate y Sean se enamoran despreciando las habladurías y la curiosidad vecinales, pero tropiezan con la cabezonería del hermano de ella, el temible Red Will Danaher (Víctor McLaglen, estupendo, como siempre), un cordero con piel de lobo y aspiraciones de terrateniente, que bien puede pensar que el americano es un competidor en el liderazgo de la comunidad, que un tanto infantilmente pretende para sí. Una conspiración popular favorable a la felicidad de la pareja engaña al hermano sobre su propio futuro amoroso con la viudaTilane (Mildred Natwick), otra mujer de armas tomar que merecía un párrafo para ella sola, y la boda se celebra al fin en alegre francachelas de novios y hermanos, viuda, capitanes del IRA, curas, pastores y demás compaña.
La historia podía acabar aquí, comiendo perdices y luego a lo suyo los recién casados, pero entonces los espectadores se habrían quedado igual que cuando entraron al cine y yo no hubiera dado tanta tabarra con estas notas. Vaya una cosa por la otra.

Cuando Red Danaher descubre que la viuda Tilane no tiene la menor intención de permitir que la corteje --lo que solo verdad a medias, porque ella lo está deseando, aunque no quiera rendirse a las tosquedades y torpezas del pretendiente--, da marcha atrás en su consentimiento y, ya que el matrimonio no puede revocarlo, le niega la dote a la novia. Mary Kate, que ya sabemos que es obstinada, decide que sin dote no hay matrimonio y le niega a Sean el débito conyugal hasta que la consiga. O hay dote o te quedas a dos velas, viene a decirle la chica al chico, aunque con menos guasa. Ford rompe ahí el tono general de comedia, incluso de cuento de hadas, de la película para aportar el segundo momento dramático y profundamente realista del film (el otro es cuando el cura católico desvela a los espectadores el motivo de la autoculpabilización de Sean Thornton).

La insistencia de Mary Kate por obtener lo que piensa que le corresponde bien pudiera parecer un capricho innecesario, un rasgo de egoísmo e interés material, La costumbre de la dote, que remite a una consideración de la mujer como algo con lo que se negocia, incentivando al posible marido con unos bienes materiales que la resarzan de tener una boca más en casa, era ya un anacronismo no ya en el año de filmación, sino en el tiempo histórico en el que se supone transcurre la acción --que no se especifica, pero que por el periodo de paz que atraviesan el IRA y sus capitanes, se puede suponer en alguna fecha de los años 20, tras la guerra de 1921 y la subsiguiente partición de Irlanda en dos estados--. Los esfuerzos de la mujer por conseguirla podría entenderse como una reivindicación explícita de las aspectos más reaccionarios y machistas de las normas sociales y tradiciones de la tribu. La obstinación de Mary Kate por obtener los cuatro muebles y enseres, a más del dinero correspondiente, también podría parecer un capricho innecesario --al fin y al cabo Thornton no es un indigente y puede proveer sobradamente las necesidades de la pareja--, o incluso un rasgo poco encomiable de egoísmo e interés material. Ford aclaró en la secuencia a la que nos hemos referido más arriba (y que por fortuna he encontrado aislada) el exacto sentido de tanta tozudez.




SEAN.- Creo que son muchas lágrimas por unos muebles y unos cachivaches…
(Salen al exterior de la casa).

MARY KATHE.- Es una casa preciosa ¿verdad?

SEAN.- Sí, gracias a ti

(Intenta abrazarla)

MARY KATHE.- No me toques. No tienes derecho.

SEAN.- ¿Cómo que no tengo derecho?

MARY KATHE.- Llevare tu anillo, cocinaré, lavare y trabajare la tierra. Eso es todo. Hasta que no tenga mi dote aquí conmigo no me considerare casada, seguiré siendo una simple criada, sin nada que sea mío.

SEAN.-Eso es ridículo. Eres mi mujer y la dote… ¿Qué significa esto?

MARY KATHE.- Creo que está bastante claro. Hasta que no consigas mi dote no me conseguirás a mí en cuerpo y alma. Seguiré soñando rodeada de cosas extrañascomo si no te hubiese conocido. Hay 300 años de sueños felices en todas esas cosas, y yo quiero lograr mi sueño, y no quiero esperar más. No volveré a mirarte a la cara.

SEAN.-Está bien. Tendrás tus trescientos años de sueños felices.

MARY KATE.- Entonces ve a buscarla.

(Entran de nuevo en la casa, ella se encierra en su cuarto, el irrumpe y tiene lugar la falsamente homérica e impetuosa escena que luego alabará Michaeleen con admiración y envidia cuando a la mañana siguiente llegue con el resto de los colegas a reponer los muebles, pero sin el dinero, y contemple el campo de plumas descuajeringado por lo que él considera ha debido ser una apasionada batalla de amor.


Así, pues, ni capricho, ni egoísmo, ni aceptación de tradiciones reaccionarias. En este breve diálogo, que constituye el verdadero nudo dramático de la historia, Mary Kathe expresa al fin con palabras lo que hasta ese momento se había mostrado con su presencia física y actitudes. En ese momento la dote ya no es una costumbre bárbara y anacrónica, vejatoria en realidad para quien la recibe. Por el contrario, muebles y enseres constituyen no sólo las raíces que configuran su propia identidad como persona, sino la única posibilidad de hacer suya, compartida, la casa del novio. Y el dinero que aún no ha recuperado se convierte en la única posesión que le permite llegar al matrimonio como una igual, no como una criada. La dote se convierte en la garantía y la prueba de su propia dignidad, autoestima e independencia, las mismas que no le permiten aceptar el amor de un hombre incapaz de comprenderla y respetarla.

Luego vienen, es conocido y memorable, el trastabillante recorrido por los verdes campos del Edén y la pelea itinerante entre Thornton y el varón Danaher ante la expectación solidaria del resto de Inesfree, recorrido y pelea que bien  pudieran conformar los dos actos violentos en apariencia, pero en el fondo más alegremente gozosos de la cinematografía mundial.

El propio John Ford fingía no darle mucha importancia a la conclusión de la película tras la pelea, que, por otro lado, permite a Thornton superar la culpabilidad de haber matado accidentalmente en el ring uno de sus oponentes boxísticos, motivo principal para su regreso a Inesfree y causa de su negativa a liarse a tortazos con Will Danaher, que desde el principio le ha venido provocando, lo que ha podido ser considerado, sobre todo en la taberna, como una cobardía del americano.

“¿A quién se lo iba a dar en todo caso? Al cura párroco, no; ese tiene más dinero que el alcalde de Dublín”, le contestó a Bogdanovich con su habituales ganas de echar balones fuera cuando este le preguntó sobre el por qué tiraban al fuego el dinero que tanto les había costado conseguir. Muchos estudiosos, en cambio, han entendido este gesto como una forma de vuelta al orden establecido, a su integración en la comunidad y a la aceptación de sus reglas. A mi parecer tienen razón, al menos en parte. Mary Kate, ya lo hemos señalado, no es una revolucionaria, sino una rebelde, que a partir de ese momento, restablecida su dignidad, ocupará sin duda el papel de esposa que le corresponde. Lavará y cocinará para su marido, pero en un plano moral, social y sexual superior: no lo hará ya como una criada, como una subordinada, sino como una igual. Un matiz que no conviene despreciar.

No obstante, es una lástima que las películas se cierren definitivamente con la palabra fin y sus historias se congelen en el tiempo sin permitirnos saber lo que sucedió después del beso final, porque a tenor de las personalidades de los ya marido y mujer --tan parecidos en el fondo uno y otra, ambos tozudos, ambos independientes, porque en las historias de amor de Ford el conflicto sexual no se da entre personalidades enfrentadas, sino similares--, no se pueda certificar que su amor posterior fuera de campo no estuviera sembrado de negros nubarrones de tormenta sobre la verde Irlanda, si es que elegimos como universo de referencia la realidad del amor y no el paraíso perdido de Inesfree.




...y otras damas de armas tomar

Como condición para realizar “El hombre tranquilo”, un proyecto que hacía años que venía acariciando y que le estaba resultando difícil llevar a cabo, Ford debió dirigir una película compensatoria para los estudios, y eligió una historia sobre su querido mundo de la milicia, ese universo masculino de camaradería, complicidad, hermandad y olor corporal con el que tan a gusto se sentía, aunque aprovechó para introducir una mujer y una historia amorosa que le pudiera servir de algo así como de ensayo con actores de la más honda que planeaba para su filme irlandés.

Al igual que en todas estas películas de Ford, en “Río Grande” hay una doble, o tripe, corriente argumental que entiendo se debe seguir para comprender el sentido último del film. El lado más visible de este prisma es el retrato casi documental que realiza de la vida cotidiana de un grupo social, el ejército, en un puesto fronterizo y en lucha con su entorno. La caballería, el fuerte y los indios. Un retrato minucioso que se detiene con delectación en una lección de equitación, en un recorrido a pie por el desierto o en las canciones del alegre grupo de sargentos folkies. En otro nivel, como no podía ser de otra manera, discurren las habituales consideraciones sobre el sentido del deber y su moralidad. Y en tercer término, aunque ocupe un lugar destacado en la película, la primera historia de amor madura de John Ford y la primera de sus mujeres adultas.

El teniente coronel Kirby York (John Wayne en un adelanto de Sean Thornton) comanda un fuerte de avanzadilla en guerra con los indios al que llega como recluta su hijo (Claude Jarman Jr). A caravana seguida se presenta en el campamento Kathleen York(una Mauren O´Hara ya con los atributos de Mary Kate Danaher), esposa del militar y madre de su hijo, preocupada con el destino del niño. Hasta aquí todo normal, si no fuera porque 15 años antes, en la guerra civil, el entonces capitán yankee se había visto obligado, obedeciendo órdenes, a incendiar la residencia sudista de su esposa, una acción que ella no le ha perdonado y que les ha mantenido alejados todo ese tiempo. Cada uno por su lado, sin otra compañía que la mala conciencia, probablemente nunca hubieran vuelto a verse a no ser por el destino militar del hijo, que ha de ser finalmente la excusa que ambos se ponen para retomar su amor y recomponer la familia, que tal vez pensaran que nunca debieran haber puesto en peligro por cosa tan trivial como para los verdaderos amantes ha de ser un simple incendio.

También “Mogambo[4](1953) es una película de encargo, que según sus propias palabras hizo porque “me gustaba el guión y la historia, me gustaba el entorno y nunca había estado en esa parte de África”. Además del universo viril y solidario que supone la vida de los cazadores profesionales enfrentados a los peligros de su profesión, es de suponer que a Ford también le interesara del guión la peculiar historia triangular que plantea. Victor Marswell (en esta ocasión Clark Gable y no John Wayne), un cazador profesional que ejerce en el interior de África, un hombre de pelo en pecho que como todos los de su oficio ama la independencia y el peligro, recibe casi a un tiempo la visita de dos mujeres de caracteres muy distintos.

Linda Nordley, a la que encarna una Grace Kelly que en aquellos momentos había hecho tan sólo dos películas, que llega de cacería con un marido un tanto melifluo y se nos presenta como una prometedora y perfecta ama de casa, de gran y virginal belleza, dulce, cándida y un tanto pavisosa. Eloise Kelly, su oponente, es en cambio la fémina de armas tomar de la película, una variación madura de las más juveniles mujeres alegres del cine de Ford. Cabaretera o prostituta, mujer sexualmente liberada en cualquier caso, podría muy bien ser una traslación en el tiempo de la Dallas de “La diligencia”, aunque a diferencia del modelo inicial, en Kelly no sólo haya bondad, honestidad y capacidad de entrega, sino también firmeza de carácter, ironía, experiencia y una potente sensualidad, de la que ella es plenamente consciente y que utiliza en su batalla de amor con inteligencia y malicia. No creo que fuera casualidad que Ford la caracterizara con un vestuario, maquillaje y peinado de corte esencialmente masculino, similar al que años después volvería a colgarle a la Doctora Cartwrightde “7 mujeres

Con estos tres personajes en escena, el conflicto está servido, y no hay que ser un lince para comprender desde el primer enfrentamiento dialéctico entre ambas damas, cuál de ellas se llevará al galán al agua, siendo Ford tan partidario como era del cada oveja con su pareja. El melifluo y la pavisosa regresan a su mansión, y en la selva quedan el hombre y la mujer para poder seguir discutiendo en el futuro entre polvo apasionado y polvo apasionado.

A similar categoría femenina que las descritas pertenecen las protagonistas de “Misión de Audaces” (1959), una nueva incursión en el mundo de la caballeria, y “La taberna del irlandés (1963), otro regreso al paraíso perdido, en esta ocasión en forma de isla hawaiana contemporánea.

En la primera de ellas, John Wayne es el coronel John Marlowe, al frente de un grupo de caballería infiltrado en las líneas enemigas en la guerra civil. En su incursión van a dar con la mansión en la que reside, con la única compañía de una criada negra la atractiva, una segura y decidida señorita sureña nombrada Hannah Hunter (Constance Tower), que testaruda y fiel a su bando se siente obligada a espiar a los intrusos, lo que le valdrá tener que acompañar al enemigo en su acción. En el recorrido del grupo hacia su misión y posterior escapada (“Misión de Audaces” es una película itinerante de una extraordinaria belleza plástica), se irá incrementando la atracción entre ambos personajes, basada en el enfrentamiento, ya detectable en su primer encuentro, hasta llegar al beso final. Ford muestra la historia de amor, como en él es habitual, con un pudor sentimental extraordinario. En sus amores siempre son más visibles las discrepancias, lo que aparentemente les enfrenta, que los sentimientos que pueden unirles, y que al final les unen, que sólo se expresan por gestos, miradas y leves acciones. Para Ford, los sentimientos profundos no se exhiben, son demasiado íntimos y el espectador sólo tiene derecho a intuirlos o imaginarlos.

La taberna del irlandés” es una película a mi entender menospreciada en la filmografía de Ford, pienso que sin motivo, aunque no se trate de una obra maestra. Personalmente me ha producido cada vez que la he visto un alegre regocijo interior y una sensación de laxitud y felicidad, tal vez de huida de la realidad, que siempre es de agradecer. Hay en ella una ritual y gozosa pelea a puñetazos, una emotiva misa pasada por agua, un criado chino más listo que su amo aristócrata y una máquina tragaperras que escupe monedas a quien sabe tratarla bien. Aunque en tono más ligero y menos inspirado que en “El hombre tranquilo” también hay en ella una historia de amor, aquí más convencional, pero que contiene de nuevo un conflicto de poder en el seno de la pareja basado tanto en las diferencias sociales como en las afinidades de carácter. Ambos protagonistas son tozudos y parecen tener bien arraigadas sus convicciones vitales, lo que les conduce indefectiblemente a la confrontación y al amor.

En ese paraíso terrenal que significa Haway, Mikel Patrick Guns Donovan (John Wayne), un buen nombre que marca carácter, es prácticamente el dueño de la isla, aunque eso apenas influya en las relaciones sociales entre el pintoresco grupo de gentes que la pueblan. Es un hombre con una clara convicción de lo que quiere hacer con su vida, que recibe con reticencia la llegada de la hija de uno de sus amigos y compinches con el oscuro propósito de quitarle las acciones de la empresa familiar en Estados Unidos. Amelia Sarah Dedham (otro nombre que es ya toda una declaración de principios) está interpretada por Elizabeth Arden, que no es precisamente Mauren O´Hara, aunque de perfectamente el tipo de mujer pacata, fría y cargada de prejuicios con el que al principio se la presenta, fiel representante de la muy moralista, clasista y convencional sociedad bostoniana, a cuya aristocracia industrial pertenece.

De similar manera a como la revolución avanza de derrota en derrota hasta la victoria final, el amor avanza entre ambos personajes de pelea en pelea hasta el beso final. En el trayecto, ella habrá perdido la fe en los balances de cuentas y habrá aprendido a vivir la vida y él habrá encontrado al fin quien le ponga el dogal al cuello, aunque probablemente consiga el privilegio de celebrar en años sucesivos la pelea ritual con su colega Thomas Aloysius Boats Gilhooley, un estupendo Lee Marvin que, con ese nombre, no podía ser sino la imagen inversa del Liberty Valance de un año antes.

Esta galería de mujeres a las que John Ford dio vida en su madurez vital y artística le sirvieron también para definir el terreno en el que de acuerdo a su criterio se debe mover el amor. Su concepción de la relación amorosa ideal se parece tanto a un silogismo dialéctico que, de haberlo podido conocer, hasta Aristóteles hubiera estado orgulloso de un discípulo tan lejano y atípico. En las historias de amor “maduras” de John Ford se enfrentan siempre, tesis y antítesis, dos premisas contrapuestas por razones morales y sociales (aparentemente contrapuestas, añado yo), que al final confluyen en una síntesis conclusiva: el amor, que nunca deja de ser un conflicto.

No sería descabellado pensar que en la atracción que Ford muestra por estas mujeres que retrató tuviera mucho que ver la acendrada y frecuente fantasía sexual masculina de la mujer fuerte e independiente, con la que combatir y a la que rendirse. Un argumento a favor de esta idea sería la contradicción vital y sexual en la que, según las biografías que conozco, se movió durante toda su viva. El director, fiel católico de enrevesada fe, mantuvo su relación con Mary McBride Smith, esposa y madre de sus hijos, desde que la conoció en 1920 hasta que él falleció en 1973, fidelidad matrimonial que parece ser no estuvo exenta de tensiones, especialmente por las francachelas post-rodaje que se corría habitualmente con sus amigotes recorriendo los mares en el Araner, el barco que aparece en “La taberna del Irlandes”, y que solían acabar con Ford al borde de la catalepsia alcohólica. Esa relación matrimonial convencional no fue óbice ni cortapisa para que en paralelo mantuviera algún romance insustancial y, sobre todo, sendas relaciones intensas con dos de sus protagonistas femeninas que parecerían sacadas de sus películas. Dos pasiones que según cuentan no fueron correspondidas, pero que se alargaron a lo largo del tiempo convertidas en profunda amistad intima. Ya que Katharine Hepburn y Mauren O´Hara, mujeres fuertes, inteligentes y luchadoras, no pudieron ser sus amantes, se convirtieron en sus confidentes.

En sus biografías se cuenta una anécdota significativa a este respecto. Durante el rodaje de “El hombre Tranquilo”, Ford se ausentó un par de días del rodaje, del que se encargo el propio Wayne con acierto, filmando los poderosos planos de la carrera de caballos en la playa. Él adujo gripe, aunque todo el equipo estuviera convencido que había sido por la depresión o el cabreo, o ambas cosas, que la noche anterior le habían provocado las calabazas de Mauren O´Hara, a la que habría intentando conquistar. Explica John Wayne en sus memorias que durante el rodaje de la tórrida secuencia de la tormenta, Ford le exigió varios planos del beso con la que concluye, cada vez más apasionado que la anterior, pero menos que la siguiente. Contó el actor: “Ford me hacía hacer las cosas que quería hacer él”. Apuntala la idea de John Wayne como alter ego sexual de Ford el hecho de que le diera el protagonismo de cuatro de las cinco estas películas de las que hemos hablado. La excepción fue Clark Gable, que en cosa de hombría tampoco iba mal servido.


"El hombre tranquilo"




[1]NOTA BIBLIOGRAFICA. La bibliografía sobre John Ford es abundante, incluso en España. Dada mi incapacidad para entender cualquier idioma extramuros, me he perdido de consultar algunos artículos de internet que parecen abordar el tema y, muy especialmente el libro “Woman in the films of John Ford”, que David Meuel ha publicado este mismo año en Estados Unidos, que me descubrió mi amiga Herminia, y que si a alguien que tenga don de lenguas le interesa el tema puede cibercomprar a precio de mercado.  Casi me alegro, porque supongo que explicará más y mejor cualquier cosa que a mí se me haya podido ocurrir. Así pues, he acudido a lo que estaba por casa, que siempre es la mejor forma de hacer un guiso original. De Joseph McBride, no he conseguido encontrar su estupenda biografía sobre el cineasta, “Tras la pista de John Ford” (T&B editores. 2014), perdida en cualquier estantería inapropiada, aunque sí el primer libro que escribió sobre él, en colaboración con Michale Wilmington (“John Ford”. Ediciones JC. 1984). También he acudido a la larga entrevista que le hizo Peter Bogdanovich, que en España publicó Editorial Fundamentos en 1983, y a la biografía de Scott EymanPrint the legend. La vida y época de John Ford”T&B ediciones. 2001). Igualmente he tenido en cuenta sendos libros de dos autores españoles: “John Ford”, de Francisco Javier Urkijo(Cátedra. 1991), en el que lo más aprovechable casi son las fichas de las películas, y el mucho más analítico e interesante “John Ford. El arte y la leyenda” (Dirigido Por.  1989) de Quim Casas, que compré en una librería de lance sevillana cuando acudí a cubrir la boda principesca de 1995. En todos ellos hay apreciaciones apreciables, aunque apenas ninguna reflexión sobre el tema.
[2]Por supuesto que en esos años ya existían otros modelos femeninos en Estados Unidos que no aparecen en el cine de Ford, el de la mujer liberada, encarnada ya desde mediados del siglo XIX en una amplia capa de mujeres de clase media educadas y con estudios universitarios, que tras la Guerra de Secesión (1861/1865) crearían la primera Asociación Nacional por el Sufragio Femenino, que en los siguientes 50 años protagonizaron batallas fundamentales por la liberación de la mujer. En cualquier caso, ni por su origen de clase media ni por su extracción urbana podían llegar hasta el mundo de Ford, perdido en la frontera en un puesto militar. Habría que esperar a “7 mujeres” para encontrar a alguien que entrara en esa categoría.
[3]Un ejemplo paradigmático de la displicencia fordiana ante los entrevistadores son las respuestas que le dio a Peter Bogdanovich a propósito de “El hombre tranquilo”: “PB: Entonces, ¿está usted de acuerdo con los sentimientos de ella en la película?JF: Sencillamente me pareció que estaba bien argumentalmente. La única equivocación que tuvimos fue hacer que él tirase el dinero al fuego. Se lo debería haber tirado a uno de los muchachos y dicho: “para una obra de caridad”, o algo así…PB: A mí me pareció un gran gesto. JF: Sí, bueno, ¿a quién se lo iba a dar en todo caso? Al cura párroco, no; ése tiene más dinero que el alcalde de Dublín”. A mí me hacen eso en una entrevista y me retiro.

[4]Mogambo” es un remake de “Tierra de pasión”, una tórrida historia filmada en 1932 por Víctor Fleming, en la que Clack Gable daba vida por primera al protagonista, esta vez plantador de caucho, no cazador, cuyo amor se disputan Jean Harlow y Mary Astor. Sería interesante hacer una comparación, para saber cuánto de Ford hay en su película.


Próximo y última entrega: 
Hallie (“El hombre que mató a Liberty Valance” y la doctora Cartwright (“7 mujeres”). Dos mujeres y el poder




SENTENCIAS DEL DOMADOR DE FIERAS (poemas)

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Sentencias
del domador de fieras







uno

Paseantes de un tiempo que ignora su final
nos lanzamos al agua en busca del olvido.
No queremos saber
que en las olas más altas de ese mar-laberinto
un dragón invisible de minúsculos párpados
hipnotiza sirenas y devora a sus hijos.



dos

Sufro a menudo
males intermitentes:
dolores de cabeza, diarreas.
un punto de catarro en los otoños,
y a veces también, a que ocultarlo,
este irreprimible deseo de partir.



tres

Exigiré respuesta en todos los diarios,
vaciaré las fuentes por ver si lo averiguo,
indagaré la noche en todas las miradas,
y aún después de saberlo, seguiré preguntando:
¿a qué edad del mes estamos, por favor?



cuatro

Suena la radio
y una agonía de soles
colorea el barracón de enfrente.
En Siberia
la tarde teje
telares de araña en los balcones
y el pensamiento es libre
como un dios que nace de la nada.





cinco

Quizás tú no lo sepas,
pero en cada palabra que bordea tu boca
hay tantas letras
que no puedo leerlas.



seis

Inocencia perdida la del niño
que mira hacia el pasado y se recuerda.
La memoria es un monstruo que te envuelve
y en un segundo ¡zas! te descuartiza.



siete

Volver la vista atrás y no ver nada,
feliz incongruencia del amnésico:
haber vivido el tiempo en fuego alterno
y amanecerse dueño del olvido.



ocho

Me gustaría saber que no estoy solo,
confesarme a mí mismo
que detrás de la puerta me espera Pulgarcito
con las migas que vuelven a casa a los perdidos.
Pero suena el teléfono
y es el último emisario del invierno.




nueve

¿Por qué buscar respuesta a preguntas
que nadie nos formula?
Por qué en el fondo del hombre
subyace implacable un gusano de olvidos.



diez

Cuando las tormentas te acosan
y las gaviotas se rebelan.
Cuando una manada de lobos
asalta tu farola en la Gran Vía,
saber quién eres será ya un primer paso.
No lo pierdas de vista por más que sea pequeño;
para darlo,
tendrás que amarrar fuerte las correas de tu paracaídas.



once

Cuando un avión despega
desconoce
las nubes que encontrará en su vuelo.

Cuando un barco leva anclas
ignora
las olas que romperá su quilla.

Cuando un hombre empieza a huir
no sabe
que ha de seguir así toda su vida.




doce

No sé si el tiempo
vale la pena vivirlo,
no vivirlo, o habitarlo.
Pero en tus ojos claros
un resplandor de vida
me ha revolcado el día.



trece

No busques respuestas
en la impenetrable oscuridad de la noche.
Las luciérnagas del conocimiento
son en verdad guardias urbanos
que velan en silencio
el sueño de los justos.



catorce

Reconoce
que tienes en las manos
las claves de tu vida.
Ya sólo te falta
encontrar la puerta de salida del infierno.
Si no buscas,
nunca descubrirás
que es un esfuerzo vano:
los límites del fuego que te quema acaban en tus ojos.




quince

Sentencias verdaderas las del oráculo,
luminosas ideas las del profeta,
virtuosas sugerencias las del confesor.

Pero también ellos cuentan
los amores de su vida con los dedos.



dieciseis

Entre saber y no saber,
prefiero saber.
Que nunca me pille desprevenido
el cobrador del gas.








Otros poemas








LABORDETA EN EL PAÍS (1984/1987)

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Labordeta en El País (1984/1987)
Crónicas y reseñas






Entre 1984 y 1987, época en la que escribí de música popular en El País, compruebo que se publicaron nada menos que siete comentarios, crónicas y reseñas sobre recitales y discos de José Antonio Labordeta, a más de una entrevista que ya he colgado en el blog. Las dejo aquí a beneficio de inventario, en la idea de que de alguna manera dan una visión bastante completa de su actividad durante aquel periodo singular de su carrera, en el que abandonó el subir al escenario solo, o acompañado de uno o dos músicos, modelo al que volvería después, para hacerse acompañar por un grupo al completo.




EL PAÍS, 14 JULIO 1984

Agoreros, catastrofistas y aficionados a enterradores decidieron con singular criterio extender precitadamente el certificado de defunción de los cantautores, asimilando a sus propias ideas preconcebidas lo que ellos consideraban que eran: reliquias del pasado, cantantes con guitarra y silla, dinosaurios envejecidos de épocas pre-democráticas. El problema surge cuando los cantautores rompen esos esquemas preconcebidos y demuestran que siguen en la brecha, evolucionando, probando que no sólo siguen vivos y coleando, sino haciendo discos que dan la clave del grado de madurez en que se encuentran.

El último trabajo de José Antonio Labordeta es ejemplar por muchos conceptos: porque sin dejar de lado sus preocupaciones básicas, el hombre y su entorno y circunstancias, se ha planteado dar un salto formal que, aunque en principio podría resultar peligroso, resuelve perfectamente con sobriedad e inteligencia; porque es un cambio de imagen que no implica ninguna forma de travestismo cultural, sino una profundización y maduración de su estilo personal; porque la incorporación de la orquesta, tan difícil de utilizar en un cantante tan definido artísticamente como Labordeta, no sólo no frena, sino que potencia las canciones del aragonés.

El disco se plantea fundamentalmente como una mirada hacia atrás sin ira realizada desde la madurez de una larga carrera musical y vital. Canciones como Qué queda de ti, qué queda de mí, reflexión generacional; A veces me pregunto, lúcida introspección sobre su profesión de enseñante de historia; Viejo país, visión irónica y amarga de la realidad del Aragón actual, o Aquí, especie de testamento a la manera de la Súplica para ser enterrado en la playa de Sete, de Brassens, al que también dedica una canción que es un canto a la cultura inconformista, constituyen significativos ejemplos, entre otros, de cómo enfrentar la música popular desde una actitud de serenidad y seriedad, que se convierte en divertida virulencia corrosiva en los temas que se acercan a problemas candentes de actualidad: Elegía al misil, con la inestimable colaboración de La Trinca, y Desobediencia civil.

Los arreglos, debidos a Manuel Camp y Enric Colomer, dan una nueva dimensión a sus canciones. Dentro de un concepto de clasicismo perfeccionista, su principal virtud es hacer de Labordeta un cantante que, sin dejar de ser aragonés, toma una dimensión menos localista, más universal, con una justeza expresiva que puede resultar sorprendente, pero perfectamente adecuada.

Canta Labordeta, además, en un tono más intimista, menos desgarrado que en otras ocasiones, lo que contribuye también al tono de serena madurez que tiene todo el disco.





EL PAÍS. 8 DICIEMBRE 1984

José Antonio Labordeta tiene sobre el escenario aspecto de profesor, no sé si de historia o de otra cosa, pero profesor al fin y al cabo. Claro, que profesor iconoclasta, de humor cachazudo e irreverente, que hace del recital un espectáculo en el que sus parlamentos entre canción y canción adquieren valor fundamental en la forma de desarrollarlo. Un espectáculo con mucho de buñuelesco en ese navegar constantemente en la frontera que constituye la irreverencia y el pudor, la hondura y la crítica directa, descarnada. Así son también sus canciones, un constante vaivén entre la reflexión en profundidad sobre la vida y la denuncia, la mayoría de las veces en clave satírica, de las cosas que no le gustan: la prepotencia, el belicismo, el cretinismo o la injusticia.

En este primer recital de la tanda de siete que está celebrando en Madrid dio un largo recorrido por las canciones de su reciente disco y por algunas de sus mejores composiciones de otros trabajos: La vieja, Carta a Lucimio, La albada, El poeta, Meditaciones de Severino el Sordo, Canto a la libertad y, cómo no, Aragón, que tuvo que interpretar para cerrar los bises.

Un recital medido, que muestra al cantante aragonés en su momento más maduro, espléndido de voz y de recursos escénicos. Con un acompañamiento plenamente adecuado de la Cooperativa Musical del Ebro, grupo que a la vista de los cuatro temas que, interpretó como tal, sin Labordeta, evidenció estar situado en el camino de los mejores grupos que en España se dedican a renovar el folclor desde una perspectiva de modernidad sonora.

La solución a algunos problemas iniciales de sonido y un crescendo en el desarrollo del recital hicieron que fuera ganando en interés hasta desembocar en una segunda parte plenamente conseguida de fuerza y comunicación.






EL PAÍS. 25 ABRIL 1986

En sus dos últimos discos, la obra de José Antonio Labordeta ha sufrido una significativa evolución. Progresivamente, ha ido abandonando los residuos ruralistas que le quedaban de sus trabajos iniciales, para irse sumergiendo en ambientes cada vez más urbanos, al tiempo que ha ido cambiando sutilmente también lo que cuenta en las canciones. Lo que se apuntaba claramente en Qué queda de ti, qué queda de mí, su anterior disco, aparece ya redondeado en este reciente Aguantando el temporal, aunque, quizá, todavía no completo. Aguantando el temporal es un disco totalmente eléctrico, lo que no es un simplista sinónimo de rockero, con unos buenos arreglos de Alberto Gambino, tal vez con la única excepción de Zarajota blues, un tanto fría y alambicada en el intento de mezclar con regularidad matemática los ritmos de blues y jota. El resultado sonoro es inédito en la obra del cantautor aragonés y marca, con el anterior, un importante punto de inflexión en su trabajo. Es un disco clave para el desarrollo de lo que ha de hacer a partir de ahora.

José Antonio Labordeta ha dejado a un lado el grito, símbolo paradigmático de su obra anterior, y se presenta con voz más matizada y madura. Sus nuevas canciones son básicamente una reflexión sobre el tiempo, una reflexión hecha desde hoy, que no mira hacia atrás con nostalgia, sino que se enfrenta al presente con racionalidad desde esa mirada no exenta de cariño al pasado. Incluso sus canciones más comprometidas, como la anti-OTAN En el nombre del Señor, las hace con un toque irónico y distanciado que excluye el carácter colectivo que tenían anteriores temas del mismo punto.






EL PAÍS. 24 MAYO 1986

Pocos cantantes hay tan coherentes como José Antonio Labordeta. En sus discos han ido desarrollando, perfeccionando y profundizando unas preocupaciones fundamentales que se han ido cargando de nuevas connotaciones conforme avanzaba en su obra. Está hoy el cantautor en un momento clave, en el borde de un salto estilístico marcado por el alejamiento del ruralismo que caracterizaba sus trabajos anteriores y por la aparición del paisaje urbano como elemento dominante. En la presentación de su reciente disco (Aguantando el temporal) ese cambio de perspectiva cristaliza en el cambio de grupo, que por primera vez en Labordeta es totalmente electrificado. Es arriesgado porque el estilo del cantante está ya lo suficientemente marcado como para que cada cambio sorprenda.

No ha caído en la fácil tentación de acercarse gratuitamente al rock, algo que en él resultaría desproporcionado. Lo que le da el nuevo grupo es variación en el colorido de los temas y acentuación de la parte rítmica, con un resultado que ofrece zonas de tanteo que se notan más en el tratamiento de las canciones antiguas, más conseguido en las nuevas composiciones. Su capacidad comunicativa, su sobria, cazurra y eficaz manera de relacionarse con el público permanece intacta y sigue siendo parte importante de su éxito.






EL PAÍS. 10 NOVIEMBRE 1986

La colaboración entre cantantes en disco o en directo es una sana costumbre que se practica menos de lo que se debiera, pero los recitales estereotipados con la participación de reales o supuestos amigos que rodean al cantante de turno se han convertido en un trámite obligatorio para poder hacer un especial de televisión y en un aliciente comercial que las casas de discos fuerzan para grabar un disco en directo al que siempre auguran éxito, profecía que no siempre se cumple. Excepto algunos pocos casos -el primero de Luis Eduardo Aute, en su ya lejano Entre amigos, y el reciente de Joaquín Sabina y Viceversa-, los discos resultantes y los programas televisivos consiguientes terminan por ser poco más que un desfile de vanidades en donde lo más importante, la personalidad del cantante protagonista, resulta diluida e impostada. Lo peor de todo, además, es que los mismos recitales suelen resultar improvisados, tediosos y deslavazados. Resulta difícil evitar el convencionalismo que todo ello está contribuyendo a crear, y cada uno lo intenta a su manera.

José Antonio Labordeta, con ese fuerte componente anti-heroico que caracteriza su obra, se ha lanzado a ello, rodeándose de una buena cantidad de antihéroes musicales: Imanol, un vasco de fidelidades profundas y voz no menos profunda; Paco Ibáñez, un vasco mítico, perdedor entrañable, que dedicó su estremecedora musicalización de un poema de León Felipe, Ya no hay locos, a la memoria de Yoyes; Puturrú de Fua, un trío de desaforados y sanos provocadores; Javier Maestre, un antiguo y ya retirado compañero en los inicios de la canción aragonesa; Ovidi Montllor y Toti Soler, dos irredentos solitarios y solidarios; Javier Ruibal, un semidesconocido;  Maite Yerro, totalmente desconocida, y, como figura de la jornada, Joaquín Sabina, un veterano corredor de fondo que comienza a llegar a la cresta de la ola. Una buena reunión de troncos, como los definió el cantante, que resumían en esa noche toda una historia de fidelidad y coherencia a una manera de entender la canción popular y la vida, dispar en sus vías musicales, pero perfectamente afinada en su objetivo último.

Recitales de este tipo requieren, cuando menos, tres características para no caer en la trivialización y cumplir su objetivo de crear un espectáculo digno: las calidad de los participantes -aunque su participación sea mínima y simbólica-, la coherencia y el ritmo del recital. José Antonio Labordeta superó la prueba con nota. La calidad y la coherencia quedan patentes en la lista de invitados; el ritmo del recital fue impecable, sin baches ni lagunas.






EL PAÍS 14 MAR 1987

"En Aragón hay tres cosas / que no cambian de chaqueta: / Buñuel, Francisco de Goya y la voz de Labordeta". Con estos versos, añadidos para la ocasión por Joaquín Sabina a la canción Zarajota blues de José Antonio Labordeta, define el jienense-madrileño al aragonés, y en esta época de cambios de chaqueta --la de invierno por la de verano, el anorak por el jersei-- no está mal iniciar con ellos esta nota para anunciar la emisión de un especial del cantautor aragonés. Sin duda, la fidelidad, la honestidad y la coherencia son virtudes que adornan la carrera musical de Labordeta, más importantes cuando parece que corren tiempos en que estas virtudes apenas son otra cosa que adornos pintorescos que de poco sirven a la hora de hacerse un hueco en el cielo de los cantantes con éxito. Pero de menos serviría si, junto a ellas, Labordeta no demostrara ser un excelente compositor de canciones y un cantante tan anticonvencional como comunicativo.

El pasado 7 de noviembre se presentaba Labordeta en el teatro Salamanca, de Madrid, para grabar un doble álbum en directo (que ha salido a la venta hará un mes) y preparar el programa televisivo que se va a emitir hoy. Siguiendo los imperativos que Televisión impone, participan en el programa otros cantantes --es ésta una costumbre que se está convirtiendo en ley--, y si el buen hacer del cantautor aragonés nos va a permitir escuchar algunas de las mejores canciones de toda su carrera, su resistencia a los cambios de chaqueta, esa fidelidad a sí mismo y a los demás que le caracterizan, impedirán que los invitados se conviertan en un relleno sin sentido, en una simple operación de marketing. Entre los cantantes que acompañarán a Labordeta estarán Paco Ibáñez, Javier Ruibal, Puturrú de Fuá y Javier Mestre, Imanol --una voz fuerte de Euskadi--, y Joaquín Sabina, que pese a sus éxitos de este verano sabe estar siempre en el sitio adecuado.
Tú y yo y los demásse emite esta noche, a las 0,15 horas, por TVE-1.





Labordeta 'mola'

EL PAÍS. 11 MAYO 1987
Recital de José Antonio Labordeta. Plaza Mayor. Madrid, 9 de mayo.

Cuando estaba a punto de finalizar el recital con el qué José Antonio Labordeta abría las fiestas isidriles en la Plaza Mayor, un espectador -joven conocido de acontecimientos similares- se acercó al cronista para adelantarle un juicio tan breve como acertado: "Labordeta mola, colega, a ver si lo dices mañana". Una vez cumplido el encargo, queda en el aire una pregunta pertinente: ¿qué es lo que tiene este aragonés cincuentón, cachazudo, de inequívoca coherencia estética y política, autor de canciones tan fuera de la ortodoxia posmoderna, antidivo por principios, para molar por igual a los miles de quinceañeros, veinteañeras y talludos veteranos de otras guerras que abarrotaban la histórica plaza hasta el trabuco de Luis Candelas? En primer lugar, sus canciones. Canciones que unen la simplicidad -que no simpleza- formal a una temática que se ha ido ampliado con el tiempo hasta abarcar el conjunto de circunstancias, sensaciones e ideas que caracterizan a toda persona de hoy. Pero también, esa imagen que da de padre, maestro y colega, capaz de abrir horizontes de comprensión sin dogmatismos con la ligereza de quien cuenta un chascarrillo y la hondura de quien ve más allá de las verdades como puños que canta.

Sabedor de la ambigüedad que encierran las palabras, comenzó el recital con una canción a ellas dedicada, y siguió narrando historias tiernas y terribles y reflexionando con distanciamiento y rigor sobre los avatares del vivir. El entusiasmo del público --que canto, bailó, se divirtió y acabó exigiendo cinco bises-- marcó el éxito de un artista que, por ser de siempre, cada vez es más de ahora mismo.




Otros textos sobre José Antonio Labordeta







ELISA SERNA. Autobiografía y canción

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Elisa Serna. Autobiografía y canción






Hace tiempo que debería haber publicado aquí algún texto sobre Elisa Serna, pero diversas circunstancias ajenas a la voluntad de este bloguero (Jesús lo que me faltaba ser, ¡bloguero!) lo han ido retrasando. No ha sido el menor de esos impedimentos el pudor que produce escribir sobre quien se quiere bien y desde hace tanto tiempo, pues la exhibición desmedida del cariño verdadero roza siempre la obscenidad más profunda, la de los sentimientos. Sin embargo, el principal motivo no ha sido ese cariño que profeso por Elisa desde que nos conocimos hace ya casi 50 años, en 1967, y descubrí sus inmensas reservas de valentía, coherencia, entrega a unos ideales y profunda ternura de niña desvalida, sino algo más prosaico.

Por extraño que parezca no he encontrado en estos meses otros textos propios sobre Elisa Serna que un viejo escrito --fragmento de un libro inacabado sobre cantautores que debía haber publicado en 1977 y del que aquí ya he reproducido los fragmentos correspondientes a AdolfoCeldrán y José Antonio Labordeta--, que antes deberé traducir de la letra mecanografiada en la que ha permanecido escrito, a la informatizada, y una breve entrevista de 1992 que reproduzco más abajo. Otras cosas que en su momento escribí y publiqué sobre ella, que sin duda conservaba, se han debido perder en algún préstamo incontrolado.

Lo que, en cualquier caso, me ha movido hoy a traerla aquí ha sido el haber tropezado casualmente con un texto, que tenía por extraviado, que la propia Elisa me remitió hace unos años y en el que daba cuanta, a manera de breve autobiografía, de sus andanzas cantautoriles y vitales. Me ha parecido que el escrito merecía salir de la carpeta en la que estaba escondido y darlo a conocer, aunque sea en la modesta proporción que permite este blog.





En este punto me gustaría hacerme una pregunta cuya mera enunciación me crea un profundo malestar desde hace años y que me surge de nuevo al releer esta autobiografía: ¿Quién podía imaginar que, como una paradoja cruel, al finalizar la dictadura Elisa Serna fuera a ser penalizada artísticamente por la valentía y la entereza con que se había enfrentado a ella, lo que le había acarreado censuras, exilios, prohibiciones, multas y cárceles?

Pasada la euforia de la transición llegaron los nuevos demócratas  --nuevos unos porque, por edad, no había vivido la dictadura y sus consecuencias sino en la adolescencia; nuevos los otros porque, ya talluditos y en edad de discernimiento en el franquismo, habían esperado en sus cuarteles de invierno a la muerte del dictador para descubrirse a sí mismos como demócratas de toda la vida--, y juntos decidieron que el tiempo de la crítica y la reivindicación había terminado.

Los primeros, que configuraban las corrientes musicales y culturales que se aglutinaron alrededor de aquello que se llamo “movida”, fuera madrileña, viguesa o vallisoletana, consideraron que la canción de autor era aburrida, monótona y sectaria y decidieron que ellos el único terror que les interesaba era el del hipermercado.

Los segundos, encaramados en lo más alto del poder político y cultural, decretaron que España había accedido ya al podium de lo más moderno de la modernidad y que no había mejor forma de morir que apuñalado en el metro de Nueva York. En consecuencia con esas ideas abolieron la protesta como forma de expresión artística porque en esa sociedad que consideraban perfecta ya no era necesaria. Es más, podía ser contraproducente, pues daba mala imagen de lo que ya empezaba a ser la Marca España.

Unos y otros, con la connivencia de la industria discográfica, que comenzaba a vender menos discos de aquellos cantautores que durante los años anteriores les habían llenado las arcas, y de los medios de comunicación, voceros de lo que a la industria le interesaba vender, certificaron la muerte del arte comprometido, y, en primer lugar, la de los cantautores, sus más evidentes y populares practicantes.

De manera natural en esta situación, Elisa Serna, que era probablemente la cantautora que más había evidenciado su lucha artística y personal contra la dictadura, pasó a ser el paradigma de la adjetivada como “canción protesta”, y eso le costó la carrera. En 1978 Elisa publicó “Regreso a la semilla”, el que podría ser considerado su último disco regular y quizás el más arriesgado estéticamente, que reunía alguna de sus composiciones más logradas. No volvió a editar otro, “Alkimia”, hasta 1992, fecha en que se despediría de su carrera discográfica. (¿Para cuándo un nuevo disc, pagado aunque sea por eso del “crowdfunding”, mejor llamado micromecenazgo?)


Todavía me produce un profundo cabrero todo este proceso inquisitorial, tan antiguo ya, no sólo por lo que de injusticia política y personal supone, sino también por cuanto acabó teniendo unas consecuencias funestas para la carrera artística de Elisa y por lo que supone de juicio cicatero sobre el valor creativo de su obra, tan infravalorada en este terreno como estéticamente arriesgada en su momento.

Con clara influencia de Paco Ibáñez en las musicalizaciones de poemas registradas en sus dos singles iniciales, ya en su primer álbum, grabado en París en 1972 y reeditado en España dos años después con dos canciones cambiadas por orden del censor, se encuentra la base artística sobre la que iba a trabajar a partir de entonces, abriendo camino en la música española, en la búsqueda de una forma personal de expresión a través del mestizaje de formas musicales tradicionales y de otras culturas, desde el flamenco a los ritmos castellanos, arábigos o mediterráneos en general. Toda una aventura artística en aquellos tiempos y aún hoy.

Aplicado a Elisa, el tópico de cantautora con guitarrita y pata en silla de anea no puede ser más mentira. Al contrario, desde muy temprano demostró una profunda intención de darle a sus actuaciones un formato musical de calidad, colaborando, en disco y en directo, con músicos de la talla del guitarrista Luis Mendo, el contrabajista Miguel Ángel Chastang, el percusionista José Antonio Galicia o el pianista Judas Sanz, entre otros. Aunque fuera esa una intención que no siempre se podía cumplir, pues no todos los días se cobraba en aquellos conciertos como para llevar acompañantes y no eran pocas las ocasiones en que la inseguridad de la actuación recomendaba acudir en solitario, por si las moscas.

Además, Elisa fue de las primeras, si no la pionera, en entender que la actuación sobre un escenario podía constituir un espectáculo, una representación escenica que aglutinara distintas disciplinas. Aún recuerdo los montajes músico-poético-teatrales que en los primeros y lejanos setenta presentó en varios colegios mayores madrileños con el poeta y actor Jesús Fernández, que recién acaba de dar vida en el cine al adolescente mirón que se pajeaba viendo en el balcón a la mutilada Tristana de Buñuel (en aquellos recitales, por cierto, Elisa dio a conocer en España el “A galopar” de Rafael Alberti y Paco Ibáñez, que todavía no había aparecido en disco y que aún no estaba acabada, siendo tan sólo un recitado del poema del que Paco únicamente había creado la melodía cantada el estribillo).

Aunque sólo fuera por estas razones, Elisa debería haber sido valorada ya en aquellos momentos como una pionera de la canción popular de calidad, una investigadora de formas, no sólo una denunciadora de verdades políticas. Pero es que, además, aunque su obra pueda ser considerada irregular a veces, hay en ella excelentes muestras de canciones inspiradas y resueltas con absoluta solvencia, que destilan fuerza, pasión y arte verdadero, sin trampa ni cartón, y que merecen pasar a la confusa historia de la música popular española. Creo que hoy es el momento de reivindicarlo, y más porque Elisa no se refiere a ello en la autobiografía que transcribo.


En aquellos primeros años setenta, Elisa y yo colaboramos en la composición de una canción, “El ser lo que se es”, que grabó en 1975 como parte del disco “Brasa viva”. En ella intentamos plantear una pregunta sobre las dificultades sociales y políticas y las contradicciones personales que implica mantener la fidelidad a uno mismo, a los principios más profundos de cada cual. No sé si lo conseguimos. 

En aquellos momentos discutimos los dos por la canción, en un debate en el que finalmente pienso que Elisa tenía razón. Aducía que la letra no dejaba claro de lo que trataba y que no había en ella ninguna conclusión explicatoria. Aunque sigo pensando que una canción no tiene por qué explicar nada, sino plantear dilemas que han de encontrar solución en la mente del oyente, su apreciación sobre la oscuridad del texto era totalmente acertada, aunque yo diría que más que oscura, la letra es torpe, y hasta pretenciosa, condición de la que siempre he abominado. En cualquier caso, la cuelgo aquí después de haberla convertido en vídeo con el añadido de unas pinturas y dibujos de Maruja Mallo que creo especialmente adecuados. Pienso que esa búsqueda de la propia identidad íntima y colectiva que en ella se apunta es uno de los elementos troncales del trabajo de Elisa, y como tal vale.

Para completar las ilustraciones musicales, también he puesto imágenes, espero que adecuadas, a una de las canciones más insólitas de Elisa, y pienso que de las más desconocidas entre sus grabaciones, por la que siento un personal cariño. Se trata de “Victoria está en un bar”, la versión que realizó de la composición “Victoria Dines Alone”, del cantautor estadounidense Tom Paxton, que grabó en el mismo disco.


Por último, he añadido vídeos de otras tantas canciones que creo que se encuentran entre lo más inspirado y hondo de la obra de Elisa: “Las cárceles”, en la que musicalizó a Miguel Hernandez, “En la mina del tarancón”, que la ha acompañado toda su vida y que ha salido de una actuación de 2003, “Quejido”, “Regreso a la semilla” y “Brasa viva”, aunque si se quiere escuchar más de su obra se puede encontrar aquí.






POR LA LUCHA FINAL



El instinto de libertad aparece en la conciencia
cuando la libertad no existe

Inicio esta historia en 1967, cuando fundamos en Madrid el grupo Canción del Pueblo, Hilario Camacho, Adolfo Celdrán y el traductor del "We shall not be moved", "No nos moverán", Ignacio Fernández Toca. Nos precedieron Els setze judges en Cataluña y luego se formaron Voces Ceibes en Galicia, Ez dok amairu en Euskadi, Manifiesto Canción del Sur en Andalucía, Labordeta en Aragón, Al Tall en Valencia, Luis Pastor y Pablo Guerrero en Extremadura... Pero a todos a su vez nos preceden tres cabales del Árbol de la Canción: Chicho Sánchez Ferlosio, que nos enseña lo que pasaba con los días cuando canta el gallo negro, Paco Ibáñez, que nos puso a todos a galopar, y Raimon, que nos descubrió llenos de noche, con la cara, no al sol, sino al viento, al viento del mundo... En el camino quedan Imanol, Indio Juan, Manuel Picón, Ovidi Montllor, Carlos Cano, Gato Pérez, Chicho, Hilario Camacho...

Con Anselmo Cano e
Hilario Camacho
En 1970 llevamos tres años quitando miedos a cuantos acuden a los miles de recitales con coloquio que sindicatos, partidos de izquierda y cristianos de base -todos clandestinos- organizan en toda España. José Luis Leal funda Edumsa y allí grabo La Luciérnaga y El Niño Yuntero de Miguel Hernández. El TOP me multa por cantar A la huelga en un recital en la Facultad de Derecho de Madrid. Paso a Las Salesas donde permanezco una noche. El cariño de mis amigos Antonio Gómez, Tina Blanco y Mercedes Arencibia les empuja a hacer una colecta para pagar las 50.000 pesetas, y salgo a la calle. Pero de nuevo la policía, disfrazada esta vez de Brigada de Estupefacientes, irrumpe en un ensayo de teatro en casa de Ángel Pastor. Acabamos todos en comisaría, pero salimos a las cinco horas: No encuentran "drogas" ni "drogados "... solo el libreto de Ubu Rey.   Madrid hierve.

Los grises a caballo no dan abasto en la Universidad. Suicidan al estudiante Enrique Ruano... y Juan Margallo y Petra Martínez montan Castañuela 70. Las Madres del Cordero, Moncho Alpuente, se suman a la obra; Antonio Gómez y yo también, él como La Madrastra y yo de percusionista en Orquesta de Señoritas, con pajarita. En el estreno el público rompe las puertas del Teatro Marquina, impacientes por el retraso en abrirlas. Nunca se sabía lo que podía estar pasando a la compañía, dentro... En la calle, en Vallecas, matan por la espalda a Pedro Patiño, el albañil volador, pues la prensa dice que la policía disparó al aire...

A grandes rasgos, el lustro 1970-1975, los últimos coletazos de la dictadura, arrasan mi carrera musical. Si se perdía un tortazo, siempre lo encontraba yo. Grabo poemas de Jesús López Pacheco en Als 4 Vents de Barcelona. Mi primer LP, Quejido, es producido por Paco Ibáñez para Le Chant du Monde, que me abre su corazón y me inocula su fuerza. Había atravesado los Pirineos en un dos caballos de media ventana abatible, con una Orden de Caza y Captura en la espalda, pues el TOP (Tribunal de Orden Público) me acusa de Propaganda Ilegal, de provocar estados de excitación que podrían dañar la paz social.

A la vuelta de Paris, me estaban esperando. Grabo Este tiempo ha de acabar en Edigsa, y se abre la Caja de Pandora: Visitas de madrugada a mi domicilio, registros, que acaban con mi detención. Tres días en la temible DGS (Dirección General de Seguridad, hoy sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid) y dos meses en la Prisión de Mujeres de Alcalá de Henares. En Otoño del mismo ano, 1974, acudo a una asamblea de los trabajadores de la Robert Bosch, en la Iglesia del Dulce Nombre de María, de Vallecas, creo. De repente, oímos llegar camiones de grises, que interrumpen la asamblea y... nos llevan a la DGS a todos... Una última mirada al recinto me hace contemplar un horizonte de llaves, agendas y tarjetas rotas en el suelo… Veintitrés días pase en Yeserías. Allí estaban las acusadas de haber participado en el atentado de la Calle del Correo. Entre ellas Mari Paz Ballesteros o Carmen Nadal, de Mallorca, con la que trabo una amistad que se prolongara en Barcelona hasta hoy. Una señora.

Con el contrabajo,
Miguel Ángel Chastang
A la salida sigo cantando, pero en el transcurso de un recital en el Valencia Cinema, la policía, en traje esta vez de antidisturbios, se va situando sigilosamente en los laterales del patio de butacas mientras canto, no se me olvida, Con los dientes, de Tawfid Zayad, poeta palestino. Yo no paré y mis músicos tampoco. Esa vez no hubo multa, pero si rabia, mucha rabia. Vivía yo entonces en San Sebastián por prolongar mi gran amistad con Arantza Arruti y Jone Dorronso, que en los tres días obligados de incomunicación que precedían al paso a prisión en Alcalá de Henares, se habían dedicado a pasarme pasta de dientes, jabón y algún bocata, de motu propio, por el ventanuco de la celda. Esas cosas unen mucho. Me llamaban la Cantanta, pues para espantar el miedo me ponía a cantar el Romance de Juan García, de José Meneses, a grito pelao, y eso las impresionaba a todas. Pero la que canta bien -una mezzo extraordinaria- es Jone: Estrellita de Cristal, Haurtxo Txiquia... retumbaba desde el patio al mundo como diciendo: "me han procesado en Burgos, soy etarra -etasarra, más bien- y amo la belleza". Que fuerte.

En 1974 y 1975 me prohíben muchas giras, rayan mis canciones y discos en RNE, los textos vuelven de censura con el sello DENEGADO, me siguen vigilando de paisano allá donde canto. Fue el año, creo, de la fuga del Penal de Segovia, donde estaba Gregorio López Irasuegui, marido de Arantza Arruti. Me pasó en mi carrera como a los Bonsais, que los alambran en el momento del crecimiento.

Me vuelven a detener a la salida de un recital en Sagunto, por llamar luchadores por la libertad, a los detenidos del Proceso 1001, Sartorius y Camacho entre otros. Durante un recital anterior en la Facultad de Filosofía y Letras de Valencia, de nuevo multa o prisión sustitutoria. La consigna de mi partido, el PCE, era desde 1970: No ingresar dinero que aumente la represión. Y voy a parar con mi guitarra y mis huesos a la Cárcel de Mujeres de Valencia, Picassent, otro mesecito a la sombra. Compuse allí varias canciones. Tenía la esperanza de que por el 1° de Mayo entraran presas políticas, pero no fue así. Estuve sola, apartada de las comunes, que recuerdo redimían condena dentro de una jaula -la propia cárcel- haciendo jaulitas para pájaros por las que les pagaban una peseta. A la salida presento a Edigsa mi proyecto: Crónica cantada del franquismo. No pasa censura y les doy donde más les duele: el sexo, publicando el LP Brasa Viva.

La muerte del dictador me sorprende en Frankfort, cantando junto a una gran amiga y buenísima cantante, la catalana Teresa Rebull, en un recital organizado por anarquistas. Habían grabado una cinta con estertores de alguien que se estaba muriendo y necesitaba muchas transfusiones: "¡sangre, quiero más sangre!", se oía por los altavoces, y de repente sube uno al escenario con una garrafa de vino español y nos quita el micro para gritar: “¡Franco ha muerto!”

Cuatro recuerdos así, a vuela pluma, para dar una idea de lo que siguió.

Con Adolfo Celdrán
y Pete Seeger
1976: Algarada callejera en Elche tras la suspensión del homenaje anual que hacíamos a Miguel Hernández y que acaba con la detención de José Agustín Goytisolo y mía. De gira por la cuenca minera, somos acusadas Teresa Rebull y yo de "pornográficas y subversivas" y expulsadas de Asturias. Teresa canta los apasionados versos de amor de Salvat Papaseit y yo versos de la Generación del 27 y propios, considerados de “muy mal gusto”.

1977: Horrible matanza de abogados laboralistas. El 24 de Enero, en la calle Atocha. Aumenta la indignación y el miedo físico. Con la energía de los desesperados, grabo otro LP, Choca la Mano. Antonio Gómez lo produce para la serie Gong de Movieplay. Más que cantar, grito, aúllo. Como trasfondo político, empiezan a desmarcarse de uno de nuestros más altos símbolos (la bandera republicana) nuestros clandestinos líderes, Felipe González y Santiago Carrillo, que debajo de una peluca atraviesa los Pirineos mucho antes de tener pasaporte.

Actuación en la Facultad de Filosofía y Letras de Valladolid, en huelga solidaria con la Fasa Renault: los grises irrumpen suspendiendo el recital y rompiendo los cristales del aula magna. Zumbando salimos de la Facultad, saltando una valla de tres metros, con batería, bajo, guitarras, flautas y percusiones. Calle afuera, corremos hasta encaramarnos en la azotea de un edificio de cinco plantas, con todos los instrumentos, cuyo portal vimos abierto. Los estudiantes mantienen en jaque a los cuerpos represivos durante horas.

1978.- Universidad de Las Palmas. Manifestaciones de estudiantes por la prohibición del recital que acaba en una auténtica batalla campal, cuerpo a cuerpo, policía y estudiantes. Ganan los estudiantes. Por la tarde recojo en el descampado que rodea la universidad botes de humo, vacíos ya de gases lacrimógenos, pelotas de goma percutidas, rombos de cuello metálicos y chapas pectorales de la policía, que abandona, sí, el campo de batalla con sus furgones y jeeps acorazados abollados y maltrechos.

Pero mi peripecia sigue. Prosigamos un poco volviendo la vista atrás.

A la salida de la cárcel de Valencia me instalo en Barcelona. Mi apartamento de la Calle Alberche de Madrid es registrado. Me lo encuentro todo revuelto en tres ocasiones. En Barcelona inicio lo que sin duda es la época más feliz de mi vida, en la Calle Independencia. Grabo Regreso a la Semilla en Edigsa, pero constituida la Junta Democrática y la Platajunta luego, deciden desactivar los circuitos culturales en que nos ganábamos la vida, aparte de los comerciales, en los que nos movíamos, y más de un día salí a cantar con quince personas abajo: los organizadores, sus familias y sus amigos. Se estaba redactando la tercera Constitución democrática de nuestro país tras cuarenta años de dictadura y los padres de la patria, redactores y líderes de izquierda, dijeron que el país debía estar en calma. A mí y a muchos compañeros nos hicieron polvo. Esta vez fueron los nuestros. Quiebros como estos, de 1982 a 1996, dieron con la derecha otra vez en el poder desde 1994 a 2004. O sea, el año pasado.

Con Tina Blanco y Gonzalo Moure
Esos años suponen la puesta de largo del feminismo. Manifestaciones masivas en las Ramblas por el 8 de Marzo, Gretel Amman, las I Jornades Feministas de Cataluña, en la Universitat Central. Empiezo a componer en otra clave mis canciones, que en esta época están impregnadas de belleza, de alegría y de compromiso con las personas que me rodean.

Con el triunfo socialista de 1982 presento un proyecto de la Asociación de la Música Popular. Durante sus cuatro años de existencia, se edita la Revista Música Popular, producimos un disco Homenaje a Agapito Marazuela y un macro-concierto en el Alcalá Palace, de Madrid. De ahí nace la sala Elígeme, de la calle San Vicente Ferrer de Madrid, que al negarnos la subvención el Ministerio de Cultura, hereda los enseres muebles y maquinas de la Asociación, cuyo Vicepresidente es un hombre que se paso la dictadura con todos nuestros discos en el dormitorio, pues asegura que compusimos mas canciones de amor que de lucha: Fernando González Lucini.

A mi vuelta de Barcelona, con el corasón roto, y partío, que desde entonces "meto debajo de un zapato", en expresión de Miguel Hernández, había perdido pie en el quien-es-quien del mundo de la música. Pero infinitas como son las maneras de vivir en la música, Moncho Alpuente y Jorge Martínez Reverte, director entonces de Onda Madrid, encuentran innovadores los guiones, el equipo y las músicas étnicas y mediterráneas que traigo de Barcelona. Emito entonces todas las mañanas de Julio y Agosto del aquel año 1986 el programa "Madriterráneo".

También fue entonces cuando presente el proyecto Afroditapara producir discos de mujeres. Con Victorino del Pozo en el Sello de RTVE y María Luisa González Duarte en la Dirección General de la Mujer de Madrid, consigo sentarlos en una mesa y firmar un convenio. Produzco veintiséis discos de mujeres, trece de música clásica y trece de música popular.

Con Eliseo Parra y Julia León
Pero en 1996 vuelve la derecha al poder y hoy es un hecho que las redes de distribución de Madrid, los teatros y Centros Culturales que levantaron los socialistas en todos los pueblos de Madrid, van cerrando sus las puertas uno a uno, y los que siguen programan mucha zarzuela, que es muy castiza y muy española. RTVE no se gasta un duro en promocionar las series discográficas Las mujeres y la música. A ellos lo que les gusta son los Monjes de Silos y las Bandas Municipales. Así es.

Es un tiempo, hasta 2004, de volver a morder el polvo en pequeños locales y garitos. Luis Pastor lo tiene claro y potencia una red de actuaciones en cafés, locales pequeños, sin despreciar cualquier oportunidad de lucimiento en el circuito comercial. Yo comparto su opinión, pero me pilla un poco cansada, aunque de vez en cuando me asomo al Galileo o la Taberna Encantada de la calle Salitre, en espera de tiempos mejores.

Los tiempos mejores me encuentran recién salida de la ruina, y promoviendo con el Foro por la Memoria de Segovia, con el historiador Santiago Vega Sombría, la exhumación de los cinco paseados del pueblo de mis abuelos y mi padre: Sepúlveda, que se convierte en mi patria chica renovada. Desde entonces tengo presentes los versos de Pablo Neruda: "yo hablare por vuestra boca muerta", e inicio la búsqueda de documentos relativos a los Campos de Concentración y de Trabajo Forzoso por los que paso mi padre -capitán, por meritos de guerra, leal a la II Republica-, y fuentes sobre mí misma, que demuestren que la pesadilla de mi juventud no fue un sueño, sino verdad, cierta, real.

Y lo mejor del caso es que a nuestra generación de locos por la libertad le va a tocar, no solo traer la democracia y seguir elevando el techo de las libertades, sino acabar de una vez la guerra civil del pasado siglo XX: conseguir el reconocimiento solemne de los republicanos españoles, ya. Han pasado setenta años y antes de que mueran todos hay que dar la razón a quien en honor a la verdad, la justicia y el fin de la impunidad del fascismo español, la tuvieron de 1936 a 1939. España no puede ser ante el mundo la demostración de que aquí la fuerza vence a la razón.

Para alguien de mi edad esa será, posiblemente, la lucha final. Pero entonces, no habré vivido en balde.

Elisa Serna.
Madrid, 6 de Octubre, 2005




 EL PERIÓDICO DE CATALUNYA. 2 DICIEMBRE 1992

Diez canciones inéditas y seis regrabaciones de temas antiguos componen el nuevo disco de Elisa Sema, que incide en la música de fusión o étnica, terreno en el que fue pionera la cantautora.

-¿Por qué tantos años sin grabar?

-Porque tenía mis asignaturas pendientes de tipo personal, y también porque se me sublevó el país y me quedé sin lenguaje. Me quedé sin público y a la búsqueda de una nueva forma de escribir las canciones.

-¿La ha encontrado?

-La voy encontrando. Es mucho más intimista y mucho más lúdica al mismo tiempo, pero no olvida los contenidos.

-¿Sigue siendo necesaria hoy una canción crítica?

-Sí, pero en mi caso, más que serlo o no, es que yo soy de una generación que se educó en el marxismo-leninismo, y esas cosas las tengo en la base de mi pensamiento y no puedo prescindir de una visión crítica del mundo.

-¿Qué temas trata?

-Las relaciones íntimas, la libertad, la incredulidad, el desaprender en parte lo aprendido, y también la pobreza, que veo constantemente, o la injusticia.

-¿Es la intimidad una reivindicación revolucionaria?

-Sí, porque cada vez creo más que las revoluciones tienen que ser globales, y tengo la sensación de que el mundo también se mueve desde la cama. Según cómo vives esa experiencia reproduces después todas tus relaciones públicas.

-¿Estamos viviendo una época dada al olvido?

-Yo no me dejo olvidar, no voy a permitir que se me condene al ostracismo. Quiero recuperar mi vida, mi historia, mis cárceles, y no voy a dejar que me conviertan en un zombi.



Primer artículo publicado por Elisa Serna en la revista HOGAR 2000
en enero de 1968 a raíz del recital de presentación
del grupo Canción del Pueblo en Noviembre del año anterior.





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