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Channel: Memoria músico-festiva de un jubilado tocapelotas
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Recitales de ayer. Festival de Música Popular Agapito Marazuela. Folksegovia. (1984/1985)




De los muchos festivales a los que he acudido en mi vida, por afición y por profesión, quizás en el que he tenido ocasión de mayores satisfacciones, musicales y personales, haya sido en el Festival de Musica Popular Agapito Marazuela, que con tiempo sería conocido como Folksegovia, al que asistí en la primera convocatoria y que luego seguí visitando regularmente hasta estos últimos años, en los que la desidia a vencido a la fidelidad.

Y sin embargo quedan momentos inolvidables en la memoria que no admiten traslación a la crónica periodística. La eficacia y el cariño de Luis Martín y Jaime Lafuente. Los chistes anuales de Fernando. Las interminables charlas en la Plaza de San Martín con Teresa, Jesús, Ignacio y tantos otros. Ver cómo iban creciendo los niños. Los tenderetes post concierto en el Hostal El Hidalgo, el de las laberínticas escaleras. Las discusiones con Xavier Rekalde o José Miguel Gómez en la terraza de las escaleras de subida de La Alhondiga. Las animadas comidas colectivas. El atracón de las cenas con Oskorri, pues Natxo de Felipe no podía subir al escenario sin haber llenado y vaciado las tripas. Los periódicos comprados en el kiosko de la Plaza Mayor mientras se esperaba alguna actuación matutina en el templete de la música. Y el frío. ¿Pero alguien que no sea del terruño conoce el frío que hace en Segovia a comienzos de Julio? ¿Y qué ese frío es más húmedo e intenso en las cercanías del río? ¿Y qué los jardines de San Juan de los Caballeros dan al río? ¿Y qué en esos jardines se celebraron durante mucho tiempo los conciertos nocturnos? Menos mal que la policía no es tonta y desde el primer momento aprendimos que había que acudir pertrechaos por una manta sustraída provisionalmente del hotel.

No son menos intensos los recuerdos de algunas actuaciones, pero como sería una lista de elogios, prefiero acudir a dos momentos en los que la casualidad de las circunstancias y la pericia del artista confluyeron para crear una magia como pocas veces he percibido en mi vida. El primer año, mientras Emilio Cao hacía sonar el harpa con esa hondura y sensibilidad que él ha sabido darle a su música, sobre la torre de la austera y hermosa Plaza de San Martín (la última vez que pase por ella convertida en aparcamiento) aparecieron de pronto unas cigüeñas volando que se fueron posando en ella mientras seguía la canción. El silencio arrobado del público que abarrotaba la plaza cómodamente sentado, la canción tenue pero intensa, la torre iluminada y las cigüeñas volando en aquella noche templada. No es frecuente asistir a momentos así.

Unos años después, ya no recuerdo cuál exactamente, participó en el festival Carlos do Carmo, el gran maestro del fado y personal cabal. La actuación era, faltaría más, en San Juan de los Caballeros y la noche se presentaba desapacible. Acudimos a la cita con nuestras mantas prestadas. En medio del recital comenzó a caer una lluvia cada vez más fuerte. El escenario no estaba cubierto, pero tampoco los espectadores, así que todos nos empezamos a calar, las primeras las mantas. Do Carmo, que debió ver el peligro del desastre, ni corto ni perezoso bajo las escaleras y se mezclo con los espectadores en un empapado común en el que salto, como un chispazo, el prodigio de la comunicación absoluta. Cantante y público formando un mismo todo. Encima del escenario seguían los músicos, impertérritos bajo el agua hasta que apareció algunos del Nuevo Mester y les cubrieron con unos paraguas. Cuando Carlos se volvió y vio protegidos a sus compañeros y él calándose debió pensar, ¡vaya canelo estás hecho, fadista! Pero siguió entre el público hasta que acabó la canción. El aplauso no fue un sonar de palmas, fue un: te has portao, artista.

Folksegovia ha celebrado este 2013sus treinta años ininterrumpidos de encuentros, una longevidad insólita. Treinta años en los que el presupuesto ha ido disminuyendo y en los que ha sido necesario encontrar patrocinadores privados que paliaran la creciente tacañería de las instituciones públicas, pero en los que se ha mantenido intacto el formato original, con los recitales, las actuaciones callejeras, las conferencias y debates, las exposiciones y la tienta de discos especializados.

He encontrado los artículos sobre las dos primeras convocatorias que publiqué en El País, que dedico al encuentro buen espacio. Los reproduzco. Para ilustrarlo había pensado poner exclusivamente interpretaciones de Agapito Marazuela, algunas de las cuales se pueden encontrar en Youtube, sacadas de su único disco de 1969 (aunque en la República hizo otras dos grabaciones que hoy son un tesoro para coleccionistas). No obstante, por razones misteriosas que desconozco no puedo copiarlos aquí como tales vídeos. Las enlazo al final para quien quiera disfrutar de temas tan imprescindibles como la Jota Segoviana, La Cigüeña, La molinera o el Caracol. Quedan, pues, en vídeo dos breves reportajes sobre Agapito Marazuela. En el primero de ellos se le puede ver tocar. En el segundo cuentan algunos de sus dicípulos.




EL PAÍS. 30 AGOSTO 1984

Durante cuatro días, Segovia ha sido marco de un interesante y amplío debate sobre la situación y significación presentes de la música popular, los problemas de investigación y recreación de las canciones heredadas del folklore y, en menor medida, la creación de nuevas composiciones que se inscriban en la rica herencia popular para ser expresión de nuestro tiempo, dentro de una sensibilidad contemporánea. En los dos últimos años están siendo frecuentes este tipo de encuentros entre estudiosos y practicantes de la música popular, muestra de un interés que parece haber roto el estrecho marco de la erudición más o menos escolástica del folklore y los folkloristas para abrirse hacia quienes efectúan un trabajo diario de interpretación de este tipo de música a través de los modernos medios de expresión, fundamentalmente el disco.

Bajo la advocación de Agapito Marazuela, el folklorista segoviano muerto hace año y medio, cuya obra grabada permanece en su mayoría aún inexplicablemente en el silencio, pero cuyo magisterio ha pasado a las nuevas generaciones como actitud de sabiduría y respeto hacia el pasado, estudiosos y músicos se han reunido por las mañanas y tardes para hablar, confrontar opiniones, discutir puntos oscuros. Por las noches la hermosa plaza de San Esteban ha sido testigo de las muchas posibilidades expresivas que ofrece en la actualidad la música popular, desde una respetuosa repetición de los modelos tradicionales, como hicieron Hadit, Candeal, Cambrizal, el dulzainero Silverioo el grupo de danzas de Justo del Río, pasando por la sabia utilización de la música popular con un absoluto criterio de modernidad de la Nuova Compagnia di Canto Popolare; la creación de textos y la fidelidad evolucionada de formas de Al Tall o Los Sabandeños; la fiesta colectiva de Ronda Segoviana; o la creación absoluta de Emilio Cao a partir de las raíces y ecos sonoros populares.

El significado actual de la reinterpretación del folklore, o la creación a partir de su influencia, tiene numerosas facetas. Como búsqueda de señas de identidad personales y colectivas, como interpretación de la historia desde un punto de vista distinto al que nos ofrecen los historiadores, como enfrentamiento a los intentos de dominio y homogeneización cultural que nos llega a través de las multinacionales y los medios de comunicación, como simple -pero importante- búsqueda estética. Todo ello, sometido a los prejuicios de una trampa sibilina y esterilizadora: el imaginario enfrentamiento entre investigación e interpretación en los escenarios, entre pureza y heterodoxia, entre tradición y contemporaneidad. En definitiva, entre investigadores y recreadores y/o creadores, que se da en todo encuentro de este tipo, y que en Segovia parece haber alcanzado explícitamente un posible punto de acuerdo y solución.

El reconocimiento taxativo de que el folklore, la recopilación, clasificación, archivo e interpretación de las canciones tradicionales es una disciplina científica, con sus propias leyes, mientras que la interpretación de esas mismas canciones, con un menor o mayor grado de evolución, o la creación a partir de sus ritmos y melodías, es una disciplina artística, con sus propias e independientes características, es una distinción fundamental. No se pueden valorar unas y otras actividades con los mismos esquemas. Dos disciplinas diferentes que deben contemplarse de manera independiente, relacionadas entre sí, pero en absoluto oponiéndose una y otra labor. [1]

Aclarar este punto resulta, pues, de vital importancia. Es la única posibilidad de que ambas disciplinas no se interfieran en eternas discusiones y puedan seguir cada una su propio camino. La investigación, profundizando en el rescate de las canciones tradicionales que aún permanecen desconocidas, en el estudio de la evolución que han seguido a lo largo de los siglos, en la contextualización de las mismas en el momento histórico y lugar geográfico en que se han dado. La creación, partiendo de esos sonidos para convertirlos en ecos contemporáneos.
Todo eso, y así ha quedado claro en las conclusiones de este I Encuentro de Música Popular Agapito Marazuela, sólo será posible a partir del desarrollo desde la Administración de una política cultural con respecto a la música popular que le reconozca su calidad artística y su importancia cultural, no encorsetándola en rígidos esquemas ni subordinándola a su difusión comercial. Para ello se ha pedido en el encuentro una ley que, a la manera de la existente para el cine, por ejemplo, sirva para dignificar, valorar, proteger y desarrollar la música popular española, a la vez que regule y promueva la investigación científica, con rigor y medios, de nuestra música tradicional.



[1]No deja de resultar significativo que este debate se planteara en un encuentro que recordaba a Agapito Marazuela, pues él fue, sin duda, una pieza central en esa evolución que se planteaba. De manera similar a como Lorca se podría considerar un antecedente de los cantautores por su condición de músico, arreglados y adaptados de temas populares, pianista con La Argentinita y creador de canciones para algunas de sus obras escénicas, Agapito Marazuela constituyó el eslabón perdido entre el folklore tradicional y la música de raíz folklórica. Sólo el unió, al ser músico y guitarrista, la recopilación del folklore con su interpretación, algo absolutamente inusual entre sus coetáneos y frecuente, sin embargo, en sus discípulos, empezando por Joaquín Díaz o Ángel Carril.

Edición de 1981 del cancionero de Agapito Marazuela.
Observese que la partitura está firmada.
No "atribuida a" o "recopilada en"
o "aprendia de", sino directamente "DE".




EL PAÍS. 4 JULIO 1985

Organizado por el grupo de folclor segoviano Nuevo Mester de Juglaría y con la colaboración del Ayuntamiento y Diputación de Segovia y otras instituciones culturales, se inicia hoy en esta ciudad castellana el II Festival de Música Popular Agapito Marazuela. Hasta el domingo se dará a conocer el trabajo de los grupos dedicados a la música tradicional.

Celebrada el año pasado la primera convocatoria de este festival, se plantea la segunda como unas jornadas de difusión de la labor que están llevando a cabo en distintos puntos de España los grupos musicales que toman el acervo folclórico como base de su trabajo, así como de estudio de los problemas que plantea la recopilación y difusión de la música tradicional y popular. La aparición en los últimos años de escuelas de folclor y centros de estudios tradicionales por todo el territorio español ha potenciado en este tiempo la multiplicación de encuentros, jornadas, debates y festivales de música popular. Gracias a ellos se están dando a conocer de manera ordenada y rigurosa los caminos de recuperación, y en muchos casos de actualización, del patrimonio folclórico, un terreno musical que no cuenta con el beneplácito de los medios de comunicación ni de la industria discográfica.

Todos los días, a las diez de la noche, se celebrarán en la plaza de San Esteban las sesiones del festival, que contarán con la participación de algunos de los grupos más importantes de España. Esta noche, para abrir el festival, actuarán el grupo La Retahíla, de Albacete, y los madrileños de Mosaico, cuyo primer trabajo discográfico está dedicado, precisamente, al cancionero de Agapito Marazuela, reinventado con la mixtura de instrumentales tradicionales y  actuales. Cerrará la primera noche de actuaciones la FamiliaMontoya con su forma viva y directa de entender y expresar el flamenco. El viernes día 5, los participantes en el festival serán los grupos Almenara (Castilla), La Murga (Cataluña) y Oskorri (País Vasco), para seguir el sábado 6 con la intervención del folclorista y cantautor Manuel Luna y del grupo gallego Brath. Las actuaciones musicales se cierran el domingo por la mañana con la actuación de la Escuela de Dulzainas de Carbonero el Mayor y Diputación de Segovia y el grupo de danza La Esteva.

Todos ellos darán una idea bastante aproximada de las líneas de trabajo en las que se mueve la recuperación folclórica en España, desde los intentos más renovadores de grupos como Oskorri, Mosaico, La Murga, Manuel Luna y Brath, hasta los más tradicionales de La Retahíla o Almenara. Todos estos grupos proponen diferentes formas de enfrentar la música de raíz folclórica, coincidentes todas ellas en mantener vivo el lenguaje musical tradicional en la sociedad contemporánea. En este sentido va encaminada la celebración de las jornadas de trabajo que se celebrarán en sesiones de mañana y tarde en el salón de la Caja de Ahorros. Jornadas abiertas al público en las que participarán los miembros de los grupos invitados al festival y otros que acudirán especialmente a los debates.

Ángel Carril, Luis Díaz Viana, Carlos Tanarro, Pedro Vaquero, Antonio Lorenzo, Manuel Domínguez, Cristina Argenta, José María Martínez, Vícent Torrent y Fernando González Lucini participarán como ponentes en estos debates sobre folclor español, tratando temas como el funcionamiento de los centros de cultura tradicional, la aplicación de la música popular en la escuela, los medios de comunicación y la edición y producción discográfica sobre este aspecto de la cultura y la música españolas, que se encuentran en pleno proceso de transformación, pero todavía vivas en numerosos puntos de la geografía española.

Los segovianos y los grupos de folclor cubren una deuda al celebrar los festivales en recuerdo y homenaje a Agapito Marazuela. No es que así, después de muerto el maestro, en 1983, a los 91 años de edad, se puedan borrar las afrentas y olvidos que sufrió en vida, pero demuestran la intención de sus organizadores (que nada tuvieron que ver con esas afrentas) de recuperar para la cultura española a uno de los folcloristas más importantes y significativos que ha dado el país, homenajeándole de la mejor manera posible: utilizando su nombre y su obra para potenciar en la actualidad la vigencia de la música tradicional. Nacido en 1881 en el pueblo de Valverde del Majano (Segovia), Agapito Marazuela se dedicó desde niño al estudio e interpretación de la guitarra y la dulzaina y a la recopilación y difusión del folclor tradicional de Castilla, trabajo que no fue impedido por la práctica pérdida de visión que sufrió a raíz de una operación de cataratas a los siete años.

Su trabajo como folclorista se puso de relieve en 1933, al ganar el Festival Nacional de Música con su trabajo, aún no superado, sobre el Cancionero de Castilla la Vieja, obra que no pudo ser editada hasta los años sesenta debido a los recelos que su ideología comunista produjo entre los gobernantes de la dictadura. Dictadura que le encarceló durante seis años y le obligó a seguir una labor de enseñanza modesta y sin ayuda durante los últimos 44 años de su vida. Todavía en 1977 tuvo que ver cómo se prohibía un recital-homenaje que pretendían celebrar en Madrid músicos, amigos y discípulos, que ahora, por fin, pueden reunirse alrededor de su figura para recordar que su obra sigue viva.

Más que ningún otro folclorista, Agapito Marazuelaha dejado una escuela de dulzaineros, guitarristas y estudiosos que nutre los grupos castellanos que se dedican al género. Olvidado y marginado por los organismos oficiales, ignorado por las editoras discográficas, alguna de las cuales debe esconder sin sacarla a la luz la práctica totalidad de su obra, fueron los jóvenes los que tomaron su antorcha. Su labor docente en los últimos años de su vida, encerrado casi ciego en los modestos muros de una casa segoviana, fue dando a un escogido grupo de jóvenes intérpretes y estudiosos la razón y el sentido del folclor. Ismael, Joaquín Díaz, Joaquín González, Julia León, Hadit o el Nuevo Mester de Juglaría, entre muchos otros, aprendieron de él que el folclor es la esencia viva del saber popular, de la experiencia acumulada durante siglos por generaciones de castellanos que se resisten a ver morir sus tradiciones y costumbres, arrumbadas al olvido por una sociedad que tiene demasiada prisa como para permitirse el lujo de volver la vista atrás. En los cantos de todos ellos está la herencia de un hombre que supo amar la tradición y hacérsela amar a los demás.





NOTA 2003

La escasez de espacio me impidió en 1985 ampliar más el breve despiece que le dediqué a Agapito Marazuela. Ahora, liberado de esa limitación, aprovecho para ampliarlo con algunos datos sobre una vida verdaderamente apasionante y complicada.

Hijo de un arriero que con su burro y su carro comerciaba por los pueblos de Castilla, Agapito Marazuela Albornos había nacido en el pueblo segoviano de  Valverde del Majano en 1891, perdió la visión de un ojo siendo niño y la Niña de los Peines quiso hacerle tocaor. A los 14 años aprendió solfeo y en 1924 ofreció su primer concierto exitoso en el teatro Juan Bravo de Segovia. Sin haber salido de la ciudad ya le admiraron Emiliano Barral, Ignacio Zuolaga y Antonio Machado, que en ella vivían, una nómina de admiradores ilustres que conforme se fueron sucediendo sus recitales de guitarra clásica se fue ampliando con una variada gama de personajes, desde Miguel de Unamuno, Salvador Bacarisse o Valle Inclán hasta Alfonso XIII o Victoria Eugenia, que casi en el final de su reinado le invitaron a tocar en la Granja.

Los cinco años republicanos constituyeron para Agapito Marazuela una etapa de intenta actividad. En 1932 gano con su recopilación del folklore de Castilla la Vieja el primer premio del Concurso Nacional de Folclore de España, que le otorgó un jurado en el que figuraban, entre otros, Oscar Esplá, Gerardo Diego y Ramón Menéndez Pidal. Ese mismo año se adhirió al Partido Comunista. En aquellos años colaboró activamente con las Misiones Pedagógicas y con la Universidad Popular de Segovia, en la que también enseñaba Machado.

En el centro, sentado y con gafas, en una reunión
de las Milicias Antifascistas Segovianas
Al estallar la guerra civil organizó, junto al escultor Emiliano Barral, las Milicias Antifascistas Segovianas, que al haber sido ocupada la ciudad por los sublevados desde el primer momento, debieron ser fundadas en el Centro Segoviano de Madrid y de las que el Marazuela era presidente al final de la guerra pese a su casi ceguera. En 1937 fue el responsable del folclore que se presentó en la Exposición Universal de París, la misma en la que el pabellón de la España republicana lo construyó Sert, la programación de cine la llevaba Luis Buñuel y para la que Alberto Sánchez esculpió su El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella y Picasso y Miró pintaron, respectivamente, Guernica y El payés catalán en revolución.

Tal currículo revolucionario y violento le valió un recorrido carcelario de seis años por las prisiones de Madrid, Ávila, Vitoria, Burgos y Ocaña. Pudo llevar con él su guitarra, lo que le permitió ofrecer conciertos a los compañeros, aunque también tuvo que tocar para los condenados a muerte en su última noche, lo que le provocaba un profundo dolor que los que le conocieron aseguran que le duró toda la vida.

Ya en la calle, que no en libertad, sobrevivió dando clases de guitarra, dulzaina, folklore y actitud ante la vida en la academia musical que abrió, convertida en "Cátedra" al final de su vida, actividad que le convirtió en un autentico maestro en el más exacto significado del término. Pero de eso ya se habla más arriba.

Existe una anécdota que resume la vida de Agapito Marazuela y explica su carácter. En 1924, cuando ya comenzaba a triunfar en Segovia, un periodista admirador, al comprobar que la guitarra del neófito y privilegiado artista era un cascajo, escribió una crónica sobre el tema en el Adelantado de Segovia, consiguiendo una subvención provincial de 600 pesetas, con lo que, añadiéndole otro tanto con aportaciones particulares, se consiguió regalarle un nuevo instrumento. Aquella guitarra fue la que le acompañó hasta su muerte con 91 años en 1983.

Con María del Mar Bonet, Enrique Morente y Amancio Prada


Canciones de Agapito Marazuela















Article 4

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Explicación, índice y tal

No soy experto en tebeos ni he escrito de ellos más que de forma esporádica, por lo que no puedo alegar otra capacitación para haberme metido en este berenjenal que la simple curiosidad y la afición que me llevó desde la más tierna infancia a devorar historietas, hasta el punto de tropezar con la prevención paterna, que aunque nunca me prohibió leerlos si procuraba que dejara los monigotes y pasara a la literatura de verdad.

Vengo de una época en que, sin videojuegos ni ordenadores, sin siquiera televisores y con el cine reservado para las tardes de los jueves, que te dejaban libre en el colegio, los tebeos eran el principal entrenamiento infantil. El pequeño puesto de madera en la esquina de las calles Ponzano y Santa Engracia era el dorado en el que los críos del barrio nos agenciábamos Pulgarcito, Tío Vivo y el mismísimo TBO, Azañas Bélicas, Roberto Alcázar y Pedrín y El Capitán Trueno. OSuperman, que entre los de fuera era el que prefería. Allí revolvíamos entre las montañas de cuadernillos hasta que encontrábamos el que no habíamos leído para comprarlo, cambiarlo o alquilarlo. Luego nos lo pasábamos de unos a otros hasta que todos lo habíamos leído y vuelta a empezar.

Por razones de origen social no fui un niño de Tintín, que en aquel entonces no era tebeo para obreros sino para clases más ilustradas, y no digamos ya Asterixo Luky Luke, muy posteriores aunque yo los descubriera a la vez, ya en una juventud más avanzada. Enric Sió y Carlos Giménez me enseñaron que las historietas dibujadas, que ya comenzaban a llamarse cómics, podían abordar problemas adultos, sin saber todavía que también podían encontrarse reflexiones para mayores en Zipi y Zape o Carpanta, como sucedía con Mafalda. Ellos, no obstante, abrieron al camino a Crepax, Caniff, Pratt, Eisner y otros maestros. Hasta hoy, en que me he quedado justos antes de eso que llaman novelas gráficas, aunque mi hija me regalara en un cumpleaños Mausy me parezca una joya.

Estábamos, pues, en que nunca había pensado hacer con los tebeos otra cosa que divertirme. Hasta que un día no hace muchos años, mientras daba un recorrido a la monumental enciclopedia de Jesús Cuadrado[1], descubrí que el creador de Zipi y Zape y Carpanta había sido un rojo peligroso. Naturalmente ya conocía el pasado político de Víctor Mora, cuyas novelas me habían ayudado a comprender mejor sus tebeos, pero saber que entre los autores de mi infancia había otro rojo me hizo pensar que si había dos podía haber tres. O más.

El primer recorrido por las casi 2000 páginas de la o me dejó sorprendido y entusiasmado. Los rojos de aquellos viejos tebeos del primer franquismo eran desde luego más, muchos más de los que pensaba. Recuperé los libros de Salvador Vázquez de Parga y Antonio Martín[2]sobre los tebeos en el franquismo que alguna vez había leído y que andaban perdidos por una estantería. Tropecé en ellos y en otras fuentes con Robledano, que en 1910 había introducido en España los globos de diálogo, abriendo el camino del tebeo contemporáneo, y que tras la guerra había pasado una buena temporada entre rejas. Y con Carlos Carreras y Ramón Acín, que habían sido fusilados por el franquismo. Poco a poco fui retrocediendo en el tiempo. De los tebeos de la dictadura pase a la represión, de ella a la guerra civil y luego a la República. Fruto de ese recorrido son las páginas de esta serie, que decidí escribir en el convencimiento de que si bien hay en ellas pocos descubrimientos nuevos, se trata de una historia que nunca se ha contado como tal. A partir de esos datos más o menos sueltos que ya se conocían, el intento consistía en unirlos y relacionarlos, entre si y en con el contexto histórico correspondiente, para que el panorama general que salga de la narración permita conocer un poco mejor, o al menos de otra manera, el tebeo español y la propia España.

Los textos que iré colgando en seis capítulos no constituyen una obra acabada, sino eso que se podría llamar un work in progress, que a moderno no me gana nadie. Vamos, una cosa comenzada y sin terminar que igual alguna vez se termina, pero que, pese a todo, tiene el cuerpo suficiente para que la historia pueda ser entendida. Por eso lo traigo aquí.

En un principio pensé en escribir un breve prólogo intentando explicar cómo se había creado a lo largo de la historia ese lenguaje artístico autónomo, narrativo, analítico o poético, en que se han convertido aquella mezcla de texto e imagen que ya se encuentra en las Cantigas de Santa María y en otros códices medievales. Con la mejor idea de pasar a toda prisa sobre el tema me puse a la faena, pero me entusiasmé tanto con aquellas primitivas producciones multimedia que eran algunos códices, con la revolución que supuso la imprenta, con las imposiciones censoras de la inquisición, con el atrevimiento de los pliegos de cordel y el atrevimiento de los hermanos Becquer, convertidos en pornógrafos antimonárquicos, con la agudeza y el descaro de la prensa satírica, que lo que se anunciaba como diez folios iba por los cuarenta y aún quedaba la mitad.

Por consejo de una amiga a la que enseñé el proyecto he decidido pasar a epílogo lo que era prólogo, pues tal y como ella consideraba su colocación al principio retrasaba demasiado la entrada en harina. Puesto a retrasar, a la hora de colgar aquí este trabajo, unas veces apenas bocetado, otras más desarrollado, le he dado la vuelta a los capítulos, de manera que, como si estuviéramos en un flash back permanente, la historia no siga orden estrictamente cronológico, sino el que ha quedado marcado por mi propia búsqueda de datos y los sucesivos descubrimientos de tema a tema tal y como se fueron presentando.

De acuerdo a eso, así quedarán las cosas que espero ir colgando cada sábado.


1.- Infiltrados de papel
Aquellos tebeos que nos enseñaron a leer

Autores, dibujantes y guionistas republicanos en las historietas españolas de postguerra, de Escobar a Víctor Mora, de Azañas Bélicas a El Guerrero del Antifaz, de Contia Vázquez, de DoñaUrraca a Cuto...


2.- Al paredón por un monigote
Represaliados tras la guerra civil. Bluff y Acín fusilados, Robledano y Martínez de Leónencarcelados, Bagaría y Bartolí exiliados. Ojalá hubieran sido los únicos.








3.- Dibujos contra Balas
La guerra civil supuso la militarización de los tebeos y el humor gráficos. En los dos bandos tebeos, caricaturas y chistes fueron armas para colaborar en la lucha militar.







4.- La alegría tricolor
La llegada de la República abrió un periodo de libertades que tuvo especial influencia en la prensa satírica de la época y contribuyó a la toma de postura política de historietistas y caricaturistas, que se expresaron en una multitud de publicaciones de gran repercusión popular.








5.- Epílogo. La construcción de un lenguaje (1)
Las Cantigas de Santa María y otros códices son la primera expresión narrativa con textos y dibujos. La imprenta cambio revolucionó la relación del libro con sus lectores, cada vez más numerosos, y sirvió para ampliar el conocimiento humano, lo que abrió los ojos de la inquisición y provocó el nacimiento de la censura.  







6.- La construcción de un lenguaje (2)
Lápices como alfileres
Pliegos de cordel, aleluyas y prensa satírica en el siglo XIX. ¿Alguién podía esperar que el más ilustre poeta romántico y el autor del retrato de los billetes de 100 pesetas fueran descarados pornógrafos anti isabelinos?






 A la hora de buscar ilustraciones musicales no ha habido duda. 
escucharemos en versiones distintas cada capítulo.



[1]De la  historieta y su uso” (Funación Germán Sánchez Ruipérez. 2000)
[2]Respectivamente “Los cómics del franquismo” (Planeta, 1980) e “Historia del comic español. 1875-1939” (Gustavo Gili, 1978).
















Article 3

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Desde que en 1910 el dibujante José Robledano publicó “El suero maravilloso”, introductor en España de los globos de diálogos que sustituyeron a las aleluyas, los tebeos alcanzaron gran predicamento entre los niños, convirtiéndose poco a poco en el medio a través del cual tuvieron un más directo contacto con la escritura y la narración de historias, que, como se verá, en las tres primeras décadas del siglo XX alcanzaron gran importancia, viviendo un momento de esplendor durante la República. La victoria franquista supuso una dura represión contra muchos de aquellos profesionales que, de una forma u otra, habían prestado su apoyo a la causa popular, siendo represaliados por ello hasta el punto de que pocos continuaron su trabajo posteriormente. Sin embargo, a veces se dan paradojas en la Historia, y las ideas que se habían querido borrar del cerebro de historietistas y humoristas gráficos volvieron de manera insospechada por donde menos se podía esperar.

Pese a la dictadura, el momento de mayor esplendor del tebeo hispano fue en las décadas posteriores a la guerra civil, los años cuarenta y cincuenta, en los que personajes e historietas como Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz, Cuto, El Capitán Trueno, Don Pío, Hazañas Bélicas, Doña Urraca,  Zipi y Zape, Carpanta, Las Hermanas Gilda, El loco Carioco, La familia Cebolleta, El Jabato o Anacleto, agente secreto, por no citar sino algunos de los más populares, se convirtieron en la diversión preferida de niños y adolescentes, llegando algunas de estas publicaciones a superar el medio millón de ejemplares semanales, en un éxito que todavía alcanza hasta hoy mismo, cuando comienzan a abundar las reediciones de aquellos viejos tebeos de nuestra infancia.

Generaciones de españoles se han identificado con estos personajes y han aprendido a leer siguiendo las aventuras que para ellos idearon sus respectivos autores. El franquismo pretendió hacer de estos tebeos los difusores ideológicos con los que transmitir a los más pequeños los principios morales, religiosos y sociales del Movimiento Nacional, aunque, haciendo gala de una cierta ingenuidad censora, hasta 1962 no se llegó a crear la Comisión de Información y Publicaciones Infantiles y Juveniles, encargada de supervisar los contenidos de los tebeos. Fuera por esta tardanza en darse cuenta del peligro que suponían unas historietas incontroladas o por las facilidades que ofrecía el género infantil, el caso es que muchos de aquellos tebeos mostraban, bajo una máscara de aventuras exóticas o disparates cómicos, retratos ácidos, irónicos o esperpénticos de la realidad de la vida bajo la dictadura, a la vez que se destilaban de ellos conceptos morales distintos a los oficiales. No resultaba evidente ni explícito, pero ahí estaba.

No es de extrañar esta característica de aquellos viejos tebeos, sobre todo si tenemos en cuenta que muchos de sus autores (entre ellos los de todos los personajes indicados más arriba) eran antiguos combatientes del ejército republicano, hombres situados en las diversas posiciones de izquierda que habían perdido la guerra civil y que, en muchos casos, habían sufrido represión, cárcel o exilio por su defensa de la República frente a la sublevación militar.

¿Hasta qué punto fueron capaces de expresar su ideología en su obra? De manera muy dispar. No hay que olvidar el momento en que aquellos tebeos nacieron, en el que en España se sufría una feroz dictadura sembradora de cárceles, represión y miedos, tiempos poco propicios para voces discordantes. En unos casos consiguieron, como Boixcar en Hazañas Bélicas, equilibrar las exigencias políticas del régimen; en otros, como Jordán Jover con Roberto Alcázar y Pedrínel trabajo supuso en exclusiva forma de supervivencia; alguno, como el Escobar que parió a Carpanta, consiguieron que la más cruda realidad estallara desde cada línea de sus historietas esperpénticas. Por otra parte, la calidad estética y el interés sociológico de las diversas obras son desparejos, habiendo entre ellos nombres fundamentales de la historia del tebeo español junto a simples artesanos de ocasión, aunque esa distinción no forme parte de las intenciones de este escrito. 

Aunque quizás el caso más notorio de pensamiento de izquierdas sea el de Víctor Mora, por la relevancia alcanzada por su obra novelística posterior, hay muchos otros nombres que agregar a la lista. Con una simple aproximación al tema, que no pretende ser exahustiva, podemos encontrar una sustanciosa cantidad de autores de tebeos, algunos de los más importantes de España, en los que confluyen estas circunstancias:


Víctor Mora (1931/…)

Hijo de familia republicana emigrada en Francia que regresó a Barcelona tras la muerte del padre, cuando el futuro escritor tenía 11 años. Empezó en el tebeo a los 17 años (1948) con Doctor Niebla y en 1956 presentó su proyecto sobre El Capitán Trueno a la editorial Bruguera, que lo aceptó. En pleno éxito del personaje fue detenido junto a su mujer, Armonía Rodríguez, también empleada en Bruguera, por su militancia en el PSUC (Partido Socialista Unificado de Catalunya, los comunistas catalanes). 

En sus memorias (“La revolución y el deseo”. Península, 2002), el dirigente comunista Miguel Núñez, al que volveremos a encontrar más adelante, recordaba a propósito de una de sus estancias clandestina en España a comienzos de los cincuenta: “Poco tiempo después regresé a Barcelona. Me instale con Aurora Roríguez, quien me acompañó desde Francia, en un piso del Guinardó, que nos había buscado Armonía, hermana de Aurora, y su compañero el joven escritor Víctor Mora. Entre su importante obra literaria, Victor Mora publicó en 1984 “El tramvia blau”. Se trata de un relato novelesco de las peripecias y la dureza de la lucha antifranquista del periodo 1953-1958. Por sus páginas desfilan hombres y mujeres que desarrollan una intensa actividad militante. Yo mismo, como Mario; Aurora, como L’Edemia; Francesc Vicens, como Guillem; y Emiliano Fábregas como Pablo. El retrato más impresionante es Ulls de Sang (Antonio Juan Creix) como el policía torturador”.

Como consecuencia de su militancia clandestina fue detenido, pasando unos meses encarcelado, lo que no le impidió seguir trabajando desde la celda en la serie, de la que llegaron a editarse 350.000 ejemplares semanales. De aquel periodo, el propio Víctor Mora recuerda en su página Web (….): “Fui detenido y estuve en la Modelo de Barcelona. Me lo tomé con bastante tranquilidad. Era joven y fuerte, y me sentía invulnerable. Mi preocupación era por Armonía, que también habían detenido. ¡Supe que un alienado de la Brigada Social le había dado una bofetada que le dejó una marca que duró varios días! /.../ Tengo que decir que recibimos muchas amenazas de la Brigada Social en jefatura, y en la cárcel, y pese a nuestra actitud de nunca decirles una palabra comprometedora, no nos tocaron ni un pelo de la ropa (aparte del golpe dado a Armonía). Cuando era cierto que la Brigada Social tenía una terrible reputación en toda España que duró MUCHOS AÑOS: palizas, torturas, gente que se les quedó entre las patas. Hay que destacar que la gente más maltratada durante aquellos interminables años, fue gente obrera sobre todo.  No hay duda de que alguien se movió por nosotros, aparte de las personas corrientes. Armonía solo recibió una bofetada. Yo, nada de nada. No hemos sabido nunca todos los detalles de lo que ocurrió. El resultado, fueron unos meses en la cárcel. Tiempo después, de vez en cuando, la policía venia a casa de madrugada, a registrar... ¡Era una historia de constante sobresalto, de nunca acabar...! Ya estaba más que cansado”.

En 1958 creó El Jabato, con el que repitió el mismo esquema de El Capitán Trueno: un protagonista inteligente y bravo, dos compañeros dispares y una novia nórdica dispuestos a repartir justicia por el mundo. Autor de novelas como “Els platans de Barcelona”, publicada por primera vez en francés en Francia, el país al que se había autoexiliado en 1963, y otras con las que ha conseguido diversos premios literarios y buen crédito literario.


Se han apuntado sobre El Capitán Trueno y El Jabato ciertas características que de alguna manera reflejan una forma de pensar distante de la ideología oficial del franquismo. Rasgos que definen sus personajes como luchadores por el débil, defensores de la justicia y liberadores de los oprimidos. En ningún momento aparecen rastros de racismo o xenofobia en su trabajo, sean los personajes secundarios a los que se enfrenta vikingos, árabes, indios americanos o chinos, que de todo hay. Los buenos y malos son de todas las razas y nacionalidades, incluso la española, pero nunca es esa la razón de sus cualidades heroicas o perversas. Destaca su tratamiento de las mujeres, sus heroínas, empezando por la rubia y nórdica Sigrid, reina de Thule, país dotado de parlamento propio, no se ignore, que siempre son personas fuertes, independientes e inteligentes, lejos del modelo coetáneo que propugnaban la Sección Femenina y los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, más dado a la sumisión de la mujer que a la rebeldía.

El mismo Víctor Mora ha dicho sobre su personaje: “Siempre soñé con escribir las aventuras de un caballero andante, y Editorial Bruguera me brindó la ocasión. Este caballero es fuerte, simpático, lucha con noble idealismo moral por la justicia, la libertad, la fraternidad, la paz (…) Su papel fue a menudo el de hacer que masas de gentes tomaran conciencia de la bestial explotación a que eran sometidas por un grupo de vampiros (…) Si algo se le puede reprochar es que, desde un punto de vista estético, el Capitán tiene todos los defectos de los héroes positivos de la novela soviética mala… jamás tiene una flaqueza. Jamás tiene nada que reprocharse… Es el hombre que se reprime constantemente para estar a la par de los ideales que defiende…




Miguel Ambrosio Zaragoza, Ambros. (1913/1992).

Matriculado por su padre en una academia de Valencia, durante su infancia debía recorrer diariamente 26 kilómetros para aprender a dibujar. Estudió magisterio y ejerció hasta el final de la guerra civil, en la que se alineó claramente por la República. Tras la derrota decidió abandonar la enseñan por su negativa a aplicar los principios educativos del primer franquismo, volviendo a su pueblo natal,  Albruixech (Valencia), para ayudar a su familia en las tareas del campo.

En 1946 se presentó en la editorial Valenciana con su propia recreación de El Guerrero del Antifaz, ya para entonces era un tebeo de éxito, que no se aceptó, pero que le valió comenzar a dibujar profesionalmente historietas humorísticas, de las que pasó a lo que más le gustaba, el dibujo realista, encargándose de series como El Caballero Fantasma, El Zorro o Chispita.

En 1956 le llamaron para hacerse cargo de la parte gráfica de El Capitán Trueno a partir de la sinopsis que había presentado Víctor Mora, ilustrando la serie en solitario hasta el número 35, ynecesitando luego otros dibujantes dado el éxito del tebeo, alguno de los cuales, como Adolfo Buylla también figuran en esta lista. Acabó cansado de aventuras medievales, que abandonó en el número 175, y se dedicó a otros temas, con series como El inspector Dan o ilustraciones de novelas tales como Rin Tin Tin y Tarzán, e incluso vidas de santos y papas que le encargaba Bruguera. Tras una etapa en París. En 1970 volvió a colaborar con Víctor Mora en la creación El Corsario de Hierro.

Manuel Gago (1925/1980)

Creador y guionista de El Guerrero del Antifaz, que se adelantó en 12 años a El Capitán Trueno de Mora en el género de héroes medievales españoles. Era hijo de un militar profesional que permaneció fiel a la República, por lo que fue encarcelado tras la guerra en Albacete, donde el joven Manuel pasó la infancia. Dibujante autodidacta se interesó muy pronto por los tebeos, publicando sus primeras historietas con tan sólo 17 años. En 1944 publicó la primera entrega de El Guerrero del Antifaz,hazañas heroicas de un caballero español de los tiempos de los Reyes Católicos inspiradas inicialmente en una novela de Rafal Pérez y Pérez. Desde el principio contó con la colaboración de su hermano Pablo y su cuñado Pedro Quesada. Aunque creó otros personajes y series (Tonín el huerfanito y Alberto España, ambos de 1944, La pandilla de los siete, 1945, y El Pequeño Luchador, 1945 – 1956) ninguno alcanzó el éxito de su guerrero enmascarado, que llegó a tirar 200.000 ejemplares semanales y se siguió publicando hasta 1966. En ese momento decidió retirarse de la historieta, aunque luego regreso esporádicamente a ella. Había dibujado 27.000 páginas de tebeos.

Pablo Gago (1928/?)
Invidente, también fue guionista y colaboró desde el principio él en la creación de su hermano Manuel. Por su cuenta, escribió guiones para Purk, El hombre de piedra o El Duque negro.



José Jordán Jover. (¿…/…?)

Durante la guerra civil fue comandante del ejército republicano y tras ella sufrió la represión consiguiente. Resulta curioso que con esos antecedentes fuera uno de los guionistas más destacados de las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín, probablemente el más reaccionario de los tebeos del franquismo (y también uno de los de mayor éxito y, desde luego, el más longevo, pues se llegaron a publicar 1.219 cuadernos a lo largo de 35 años). También colaboró en Jaimitoy otras publicaciones.

En un momento, 1940, en que los países aliados en la guerra contra los nazis todavía ejercían un fuerte embargo sobre la España franquista, provocando la desaparición de los quioscos de los héroes del cómic estadounidense, desde Tarzán a Flash Gordon, joyas del género que tanto habían disfrutado los niños anteriores a la guerra civil, la idea de crear un héroe español que cubriera el hueco se le ocurrió a Juan Bautista Puerto, director de la Editorial Valenciana, que ya antes de la contienda había publicado con éxito folletines y novelas populares y que constituyó la otra gran cantera del tebeo hispano de postguerra junto a Bruguera. Él mismo se encargó de los primeros guiones, cuya realización encargó a Eduardo Vañó Pastor, un dibujante de la casa. Por lo que se sabe de ellos, o por lo que yo sé, ambos eran gente de orden, que habían pasado la guerra en Valencia, preocupados sobre todo por seguir adelante con sus publicaciones, y resulta aún más desconocido porqué le encargaron los guiones a Jover, que por aquel entonces se encontraba en la cárcel, en la que escribió las primeras aventuras del personaje.

O de los dos personajes, porque Roberto Alcázar fue desde el primer episodio inseparable de Pedrín, un golfillo simpático que viajaba de polizón en el mismo barco en el que atraviesaba el Atlántico el protagonista, que lo adopto como su asistente y compañero de por vida. Como buen escudero, el muchacho aportaba la parte ingeniosa y humorística a la serie, cuyas ocurrencias y frases pronto se harían inmensamente populares, como aquel “ostras, Pedrín”, que todavía hoy va de boca en boca como expresión de sorpresa o admiración. El mayor era más serio. Sagaz y valeroso, Alcázar apareció primero como un periodista metomentodo, a la manera de Tintín aunque más dado al palo y tentetieso, aunque con el tiempo pasara a ser inspector de la Interpol, lo que permitía una internacionalización de las aventuras, para acabar diluyéndose en un ambiguo justiciero universal, que junto a su compañero venían a ser una especie de Batman y Robin sin máscara y más chapuceramente realizados.

Desde la desaparición de la serie en 1976 --recién muerto Franco, que casualidad-- se ha especulado mucho sobre la caracterización ideológica de Roberto Alcázar y Pedrín. Se ha dicho que la cara del protagonista estaba tomada de la de José Antonio Primo de Rivera, el protomártir, aunque Vañó explicara en su momento que se trataba en realidad de un autorretrato. También se ha asegurado que su apellido hacía referencia, gloriosa para el régimen, a la resistencia numantina de los sublevados toledanos en tal edificio militar, aunque Vaño dijera que no había sido sino un cambio del inicialmente pensado por Juan Bautista Puerto, Alcaraz, para conferirme mayor contundencia fonética. Sea cual sea el origen icónico del protagonista. Lo que si queda claro en la serie son las motivaciones de la acción, especialmente esa consideración de la violencia como única forma de solucionar los problemas y la misoginia que desprenden las aventuras, en las que, por cierto, apenas participan mujeres, ni siquiera como hembras fatales aliadas con el mal. Claro que en este aspecto también ha tenido sus defensores, como el crítico Pedro Porcel Torrens, que ha rechazado rotundamente la identificación de esta serie con el fascismo, sosteniendo que “no existe una sola frase en los mil doscientos diecinueve episodios en los que quede patente la adhesión de los héroes a esta ideología política: no hay ultranacionalismo, ni afán totalitario, ni culto a las jerarquías, ni sumisión del individuo frente a las estructuras del estado. Si la imputación viene dada por el sistemático recurso a la violencia para la resolución de los problemas, debemos recordar que tal actitud nunca ha sido específicamente fascista y que aunque así se creyese es compartida por la totalidad de los héroes de papel del momento tanto españoles como extranjeros”. No es una mala reflexión.

Roberto Alcázar y Pedrínalcanzaron un éxito espectacular, llegando a tirar hasta 500.000 ejemplares por número en sus mejores momentos. Con el tiempo, como si de personajes reales se tratara, los protagonistas se fueron quedando viejos, aunque la vejez física no se reflejaba en los tebeos, sus hazañas quedaron anticuadas y su mensaje obsoleto. Aunque durante toda esta larga carrera el responsable último fuera siempre el mismo Eduardo Vañó, pronto otros guionistas además de nuestro Jordán Jover republicano, entre los que figuraron Federico Amorós, Pedro Quesada y Vicente Tortajada, que acabaron sustituyéndole. La serie, que había nacido con el franquismo desapareció con la muerte del dictador. Lo que le sucedieron fueron parodias. 


Adolfo Álvarez-Buylla Aguello, Buylla (1927/1998)

Dibujante y guionista, hijo de un diplomático de la República represaliado tras la guerra, vivió su adolescencia en diversos países de Latinoamérica hasta que regresó a España en 1948. Su personaje más conocido fue Diego Valor, en cuyas historietas colaboró en dos épocas, de 1954 a 1956, junto al dibujante Bayo, y de 1957 a 1958 en solitario y sobre guiones de Jarber. Otras sagas de personajes suyos fueron El Superdotado y Yago Veloz. También colaboró en El Capitán Trueno, Hazañas del Mío Cid e Inspector H, diario de un detective.

Resulta difícil explicar el éxito obtenido por Diego Valor sin tener en cuenta que antes que nada fue un serial radiofónico de la cadena SER, la reina del género, guionizado por el mismo Jarberdel tebeo, que contaba con un planten de actores tan destacados como Eduardo Lacueva, Juana Ginzo o Julio Montijano, que también aprovecharon la popularidad obtenida en las ondas para montar una obra teatral que representaron por toda España y que dirigía, ¿quién otro podía ser? Jarber.

Diego Valor era, en realidad, una copia un tanto chapucera del héroe galáctico británico Dan Dare, cuyas historias se conservaron en los primeros cuadernillos españoles con la única prevención de cambiar nombres y localizaciones. El papel en que se imprimía era de pésima calidad, el formato apaisado se decidió para utilizar el papel sobrante de la tirada de Chicos y los dibujos toscos, pese a lo cual en el recuerdo de muchos permanece aún la canción de Diego Valor

Jesús Blasco (1919/1995)

Dibujante y guionista. Antes de la guerra ya había creado Cuto, personaje que reanudó tras su finalización, convirtiéndolo en el héroe adolescente por excelencia de la historieta española, y había colaborado en revistas infantiles como Mickey, Pocholoy Boliche. Combatió en el ejército de la República, pese a que apenas tenía 20 años cuando acabó la guerra, y tras la derrota atravesó los pirineos junto a tantos de sus compañeros buscando la solidaridad francesa en el exilio. No la consiguió, al cruzar Port Bou fue recluido en un campo de concentración francés, donde se buscó la vida dibujando para los guardianes a cambio de comida.

Al ser puesto en libertad, y dado que por su juventud no podía haber participado en nada que le comprometiera, regresó a España y pronto comenzó a trabajar en la revista Chicos, que dirigía en Madrid ConsueloGil. En sus páginas reapareció Cuto, reconvertido en un aventurero internacional adolescente con cierto regusto de Tintin, con el que compartía tanto los pantalones bombachos como el tupé, más revuelto e informal el de Blasco que el de su colega belga. Pese a ese parecido, no conviene despreciar al joven héroe español, al que alguien tan cualificado como Jesús Cuadrado ha considerado “paradigma de la historieta clásica e aventuras. Con estilo académico, austero y de altísimo nivel artístico, Blasco convirtió los episodios en una obra de conjunto que fue mostrando al personaje en sucesivas y estudiadas fases evolutivas”.

Para Mis Chicas, revista hermana de Chicos, Blasco realizó Anita Diminuta, variación femenina y más humorística de Cuto, y pronto saltó al mercado internacional, donde consiguió un enorme prestigio que le valió en Francia el título de Caballero de las Artes y de las Letras. En 1978 realizó en la revista Cimoc, con guiones de Víctor Mora y junto a otros dibujantes, la serie La Guerra Civil Española. También colaboró con Mora en las últimas aventuras de El Capitán Trueno.


Guillermo Sánchez Boix, Boixcar (1917/1960)

El maestro del tebeo bélico español luchó en la guerra civil luchó a favor de la República y en su exilio francés fue internado en un campo de concentración nazi. Al regreso a España, en 1948, ya acabada la guerra mundial, fue nada menos que el creador, por encargo, de la saga Hazañas Bélicas, paradigma de los tebeos españoles sobre la II Guerra Mundial, en la que hubo de realizar auténticas filigranas para conjugar su ideológica progresista con el militarismo de las historietas; desafío que afrontó con sutileza y que ofrece resultados que merecen ser destacados.

Las historias bélicas de Boixcar transcurren básicamente en tres espacios bien definidos. Por una parte, la guerra en Europa occidental, donde se enfrentan directamente estadounidenses y/o británicos contra alemanes nazis; por otra el frente del Pacífico, con estadounidenses y/o británicos contra japoneses; y finalmente las inacabables estepas rusas en las que los alemanes luchaban contra los soviéticos. En los dos primeros casos el conflicto está bien definido, y los buenos y los malos se portan como tales. También en los episodios que transcurren en la URSS, aunque aquí aparecen algunas matizaciones interesantes. Entre los malvados rusos hay con cierta frecuencia algún personaje, una joven inocente, un comisario cabal, que se escapan de la maldad del sistema. Curiosamente, también en este caso, los protagonistas de las historietas suelen ser heroicos oficiales alemanes que, no obstante no suelen pertenecer a las SS ni a ninguna otra organización nazi, ideología contra las a menudo muestran más o menos veladas reticencias. En esto se adelantó Boixcar a las películas hollywoodienses de guerra de los sesenta y setenta, en los que tantos heroicos militares alemanes antinazis morían en santidad moral una vez fracasado su intento de servir al Reich.

Josep María Sánchez Boix, también dibujante y continuador de Hazañas Bélicas, comentaba así la ideología de su hermano en una entrevista de 2010 en el tinerfeño Diario de Avisos: “Ninguna. Nunca le ha interesado la política a nadie de la familia. Se le acusaba de pro alemán, hasta recibió felicitaciones de alemanes por ello, pero mi hermano les engañaba a todos, fíjese que estuvo prisionero de los alemanes… Él, ahora se puede decir porque está muerto, lo único que era es antifascista, como todos los que hicieron la guerra con los rojos, esas cosas no se olvidan. Él lo que hacía en los tebeos era poner como buenos a los alemanes, porque era lo que gustaba y de eso comíamos, pero cuando estuvieron de moda los americanos puso de buenos a éstos, y su antifascismo lo ponía de manifiesto poniendo siempre de malos a los de las SS, al fin y al cabo los otros eran soldados. Otra cosa en la que los engaño a todos fue en su anticomunismo. Pero no iba a poner a los rusos como buenos si no se podía. Él, además, no ponía a todos los rusos como malos, sino que ponía al malo como ruso”.

Además de su trabajo en Azañas Bélicas, Boixcartambién realizó otras series, así como adaptaciones a la historieta de novelas como La vuelta al mundo de dos muchachos o La isla del Tesoro. Su hermano, Ricardo Boix, trece años mayor y también dibujante, aunque de menor repercusión, colaboró igualmente con la república, siendo reportero gráfico en el frente de Madrid, diseñando las figuras de la cabalgata infantil Figura Monumental de La República o realizando un bajo relieve que se expuso en el pabellón español de la Exposición Internacional de París de 1937.



Marí Benejam i Ferrer (1890-1975)

El inolvidable creador de La Familia Ulises, una auténtica crónica social de la clase media española de la época, o de algunos de los atrabiliarios inventos del profesor Franz de Copenhague, había comenzado a colaborar en TBO, su meta como dibujante y guionista de tebeos, en 1934, aunque ya viniera de una larga carrera en otras revistas más minoritarias. Afiliado a la CNT-FAI, durante la guerra fue asiduo colaborador de Floreal, órgano de L’escola Nova Unificada de Catalunya, de orientación libertaria, lo que, lógicamente, le situó en el punto de mira de los vencedores.

Al acabar el conflicto fue relegado profesionalmente durante cinco años, hasta que en 1945 puso en pie a su histórica familia, que siguió dibujando hasta que a los noventa años una embolia le obligó a retirarse de la profesión. Aunque siguió creando historietas en ese tiempo, que no se publicarían hasta después, tuvo que ganarse el pan, para él y para su familia, pues ya tenía una cierta edad, a base de dibujar recortables, cuadernos de dibujos para colorear, felicitaciones de navidad y otras fruslerías.

Las aventuras de La Familia Ulises constituyen una crónica amable, pero no por ello inconsciente, de las pequeñas miserias cotidianas de una clase media empobrecida, aún con un pie en los pueblos de origen, que en aquella España del estraperlo y el disimulo se debatían entre la mera supervivencia y las ansias de prosperidad y medro social.



Josep Escobar i Saliente (1908/1994)

Niño prodigio del garabato, tan sólo con 12 años publicó su primer trabajo en Pulgarcitoy a los 14 cobró su primer dibujo en Virolet. A partir de ese momento colaboró con regularidad en revistas tan señaladas del humoristo catalanista y republicano como L’Esquella de la Torratxa, Papitu y En Patufet, aunque también puede encontrarse su firma en TBO y en Gutiérrez, la publicación que bajo la batuta de K-Hito reunió a la llamada “otra generación del 27”, que formaron Neville, Mihura, Tono, Jardiel y López Rubio, que luego se convertirían en lo más granado del teatro y el humor de postguerra, siendo los responsables de crear en plena contienda La Ametralladora, la revista de humor adulto y belicoso que daría lugar después a La Codorniz. Pero de eso ya hablaremos cuando hayamos retrocedido lo suficiente en el tiempo.

Ya en la República, Escobar se hizo miembro del Sindicato de Dibujantes Profesionales, en el que tuvo una activa participación. Aunque no luchó en el frente, su militancia catalanista, republicana y antifascista quedó clara en ese trabajo sindical y, especialmente, en las numerosas ilustraciones que publicó durante la guerra en L’Esquella de la Torratxa y La Campana de Gracia. Tras la toma de Barcelona a finales de enero de 1939 los vencedores le pagaron esa belicosidad demostrada con el lápiz con la depuración del servicio de Correos, en el que se ganaba la vida, y, sobre todo, con una condena de seis años de cárcel, de los que cumplió uno y medio tras lo que salió en libertad condicional. Como otros dibujantes en su situación, no dejó de dibujar en presidio, especializándose, según parece, en hacer caricaturas de sus compañeros y funcionarios, que firmaba con el seudónimo de Rebec (travieso en catalán, que el humor es lo último que se pierde) y que cambiaba por comida.

A la salida de la cárcel en 1941 comenzó a trabajar en la realización de dibujos animados cinematográficos, para volver a los tebeos en 1947 con Carpanta, el primero de sus personajes históricos. Guionista y dibujante, es decir, autor completo de cuanto publicaba, su obra se caracteriza por contener un disimulado pero incisivo análisis de la sociedad española de postguerra, como se puede detectar en sus creaciones máximas: Zipi y Zape (1948), dos alborotadores infantiles en permanente conflicto con la autoridad, paterna y escolar, por lo que sufren los correspondientes castigos, o el propio Carpanta, un muerto de hambre que vive debajo de un puente en un país en el que los muertos de hambre y el chabolismo eran el pan nuestro de cada día, al que no es extraño que las autoridades acabaran considerando excesivamente incorrecto y le obligaran a sustituir el hambre por la glotonería y el puente por la chabola. Una vena de crítica social que bajo la capa del humor y el disparate se coló también en otras de sus obras, como Petra, criada para todo (¿la lucha de clases?) Doña Tula, suegra (¿la tiranía, aunque fuera la familiar?) o Don Óptimo y don Pésimo (¿las dos Españas?).



José Peñarroya (1910/1975)

Guionista y dibujante. Combatió en el ejército republicano. Acabada la guerra trabajó en una destilería, pero se presentó a una convocatoria de Estudios Chamartín, en los que coincidió con Cifré y Escobar, con los que colaboró en la realización de varios cortos, y empezó a dibujar, primero para el cine, luego para los tebeos, creando personajes tan memorables como Don Pío (1947) Gordito Relleno (1948) y Don Berrinche (1948), seres candorosos o irritados, pero siempre entrañables, que no consiguen nunca entenderse con el mundo que les rodea. En 1957, cansado como otros compañeros del trato y las condiciones de trabajo leoninas que debían soportar en Bruguera, dejó la editorial en compañía de sus ya viejos amigos Cifré, Conti, Escobar y otros para emprender la alocada aventura editorial independiente que supuso la revista Tio Vivo, tras cuyo fracaso un año más tarde no le quedó otra que regresar al redil de la editorial madre, en la que dio vida a nuevos personajes, como Pepe el Hincha (1962) o Pitagorín, que no alcanzaron la popularidad de sus predecesores, de los que también ofreció nuevas entregas.

Miguel Bernet Toledano, Jorge (1921/1960)

Al empezar la guerra civil tenía tan sólo 15 años, pese a lo que falsificó su edad y se alistó voluntario en el ejército republicano. Tras la derrota pasó por varios campos de concentración franceses y a su vuelta a España hubo de hacer el servicio militar franquista en un batallón disciplinario y luego en la marina. Guionista y dibujante, ya en el año cuarenta comenzó a colaborar con diversas publicaciones, curiosamente con historietas de tono realista, del oeste o de aventuras.

La regularización en 1947 de la nueva etapa de Pulgarcito, que desde la guerra solo había salido de manera irregular, y de cuya redacción formó parte desde ese momento, le supuso un cambio total en su estilo, abandonando el dibujo realista. Melindro Gutiérrez fue su primer personaje, al que se irían añadiendo Sisebuto, detective astuto, El vagabundo Mostacho o Leovigildo Viruta. Sin embargo, su creación más memorable es Doña Urraca (1948), uno de los personajes de mejor recuerdo de aquel tebeo español, una irascible representaciones de los más oscuros valores tradicionales, aunque siempre acabara derrotada y enrabietada, que también acabó pareciendo demasiado incorrecta a la censura, que obligó a dulcificarla. 

Tras la muerte del autor a los 38 años de edad fue su hijo Jordi Bernet, posteriormente reputado creador de cómics, quien la continuó brevemente, aunque el personaje llegó hasta los años 70 de la pluma de Torá y Martz Schmidt.



Carlos ContiAlcántara (1916/1975)

Guionista y dibujante. En los años 30 había trabajado en una compañía de seguros de Barcelona, su ciudad natal, que hubo de abandonar durante la guerra, en la que combatió en el ejército republicano, a cuyo fin se vio de nuevo enrolado, esta vez en las milicias vencedoras, a fin de cumplir el servicio militar obligatorio, en las que estuvo otros tres años. Creo El loco Carioco (en Pulgarcito) y Apolino Taruguez, y colaboró como dibujante en los primeros episodios de Superlópez, el longevo personaje creado y dibujado por el más joven Juan José López Fernández, Jan.


Manuel Vázquez Gallego, Vázquez (1930/1995. Algunos autores fechan su nacimiento cuatro años después)

Demasiado joven para haber participado en la guerra civil, heredó, sin embargo, la rebeldía, la heterodoxia y la ideología anarquista familiar, que quedó patente a lo largo de su existir en sus constantes enfrentamientos laborales y en una vida alborotada y un punto disoluta. Sobre su infancia en los años de la guerra y la postguerra contó en 1982 en una entrevista de Sol Alameda en El País: “Todo lo que recuerdo de mi infancia es hambre, pero hambre feroz. Vivía en Madrid, ¡Pero no veas! Íbamos a los mercados, cogíamos frutas, cáscaras de frutas, lo que encontraras. Así sobrevivimos muchos en los primeros años de la posguerra. Porque durante la guerra te parecía menos terrible. Tal vez porque todo el mundo pasaba hambre. Pero luego, cuando algunos empezaron a comer, resultaba mucho más duro. Y no es que en mi casa no hubiera dinero, que lo había. Pero era dinero rojo (billetes de la república), que sólo servía para jugar a los cromos”.

Siempre tuvo Vázquez fama de vividor, sablista empedernido y juerguista de pro, fama que no tenía nada de difamatoria, pues su vida respondía a ella sobradamente. Siempre sin un duro, que lo que pagaban en Bruguera no era suficiente para mantener un tren de vida como el suyo, tuvo que cambiar de casa con cierta frecuencia por impago y llegó a montar un prostíbulo en la calle Alcalá de Madrid especializado en americanos de la base de Torrejón, aunque aseguraba que nunca se aprovechó de las chicas, pues el dinero que ganaba de proxeneta lo invertía de nuevo en ellas como cliente. Incluso estuvo tres veces en la cárcel por diversos motivos, desde no pagar un hotel hasta escándalo público. Detenciones que, no obstante, no le dejaron mal recuerdo: “Tres veces, pero poco tiempo. El récord lo tengo en seis meses. Lo suficiente para saber que si entras es difícil salir limpio. Yo me divertí, lo pasé bien /…/ En la Modelo cada uno se relacionaba con los de su élite, y claro, yo me relacionaba con los estafadores. Los había tremendos: de casas de discos, de urbanizaciones, algunos de grandes quiebras. Gente gorda. Allí tenían hasta chicas, no te digo más; menos salir a la calle, lo que quisieran: vino, coñá, conversaciones mundanas y elegantes. Todos éramos unos señores. Y nadie negaba nada. Te decían “pues cuando salga voy a hacer una operación de tantos millones”. Era lo normal. Era gente clara, y no los de la editorial, que te hablaban de un nuevo proyecto, que tú ibas a hacer tantas páginas, y luego veías que te reproducían mil veces sin pagarte un duro. Porque, mira, yo tengo la teoría de que un estafador es el tío que saca los ahorros a la gente de la calle prometiendo unos pisos en la playa y que luego es mentira. Pero cuando un tío estafa a unos riquísimos que tienen una tela, a una gente que ha estafado toda su vida a los demás, eso es un señor. Es igual que cuando una prostituta te dice, “Bueno, ¿Qué pasa?, me lo he ganado con mi coño”. Es una señora. Es una cuestión de negocios. Pero esas otras que van de finas y resulta que... ¡Vamos, eso sí que es una verdadera prostituta! Las mujeres de los amigos dicen que tienen affaires. Las prostitutas nunca te engañan. Es gente sana y sincera. Te lo digo yo”.

Dibujante y guionista, fue autor de tebeos de la relevancia estética y sociológica de Las hermanas Gilda, La familia Cebolleta, Ángel Siseñor o Anacleto, Agente Secreto. Pese a que el interés sociológico de La familia Cebolleta como irónico de la clase media no es de despreciar, su obra más representativa fue sin duda Las hermanas Gilda, Leovigilda y Hermenegilda, serie nacida en 1949 (la película Gilda se había estrenado con gran escándalo en 1947, lo que hace pensar que el apellido no fue casual). En ella se contaban los disparatados avatares de dos solteronas que se llevaban a matar, siempre disputándose los imposibles novios en aquella España que había perdido en la guerra, la cárcel y el exilio a cientos de miles de hombres, diz que un millón o más. Eran otra cosa que un chiste, un retrato a veces esperpéntico y siempre feroz, al menos en sus primeros años, de la sexualidad femenina insatisfecha y de los usos y costumbres morales de una sociedad puritana y represora. Al igual que Carpanta o Doña Urraca, también Las hermanas Gilda sufrieron los rigores de la censura, y Vázquez hubo de rebajar la tensión de la serie, mandando con frecuencia a Hermeregilda a corretear por el campo cogiendo flores.

Ya en la democracia y sin trabas censoras colaboraría con distintas publicaciones no infantiles, como El Papus (1978), en el que firmaría con el seudónimo de Sappo, Complot (1985) o Makoki(1990), e incluso en las páginas juveniles de El País (1982, 1993, 1994). Irreverente e iconoclasta hasta el final, en 1995, el año de su muerte, llegó a publicar una historieta pornográfica en la que resucitó tres de sus personajes clásicos: Las dos hermanas Gilda y Anacleto, que incluso realizaban un “menage a trois” entre otras variantes sexuales.


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Guillermo CifréFiguerola (1922/1962)

Creador de “El reporter Tribulete”, “Don Furcio Buscabollos”, “Cucufato Pi” o “Golondrino Pérez”, también empezó muy joven a publicar al poco de acabar la guerra civil, en la que no participó pues no daba la edad. Jesús Cuadrado le ha definido como “cinéfilo, anarquizante, sabio, iconoclasta y enemigo de los guardias urbanos”.





A este listado, necesariamente incompleto y provisional, habría que añadir los nombres de aquellos creadores de tebeos que, bien por edad o por otras circunstancias, no participaron en la guerra civil, mantuvieron ideas difícilmente compatibles con la España oficial del momento. Tal sería el caso de Francisco Ibáñez Talavera (1936/…), al que se deben “Mortadelo y Filemón”, que hubieron de esperar a la caída de la dictadura para conjugar el absurdo con la más directa crítica social e incluso política, “El Botones Sacarino”, “Pepe Gotera y Otilio”, Rompetechos”, “13, Rue del Percebe”  y otras joyas del tebeo español; o Juan José López Fernández, Jam(1939/…), que colaboró con Conti en “Superlópez”, el principal de su enorme gama de personajes.

Como se verá hemos dedicado el tiempo y el espacio a los autores de tebeos, sin haber realizado todavía ninguna alusión a viñetistas, caricaturistas, ilustradores o humoristas gráficos, que al dirigirse a los adultos estuvieron más directamente vigilados por el régimen que los tebeos infantiles, lo que impidió cualquier muestra de crítica o reproche en sus trabajos. De hecho, de todas las publicaciones satíricas previas a la guerra civil ninguna permaneció activa, limitándose el género a La Cordorniz, que aunque teniendo origen guerrero y perteneciendo al falangismo y aledaños la gran parte de sus creadores y autores. Su humor racionalista, absurdo e incisivo recibió, no obstante, el aporte critico de un par de artistas de excepción.

Miguel GilaCuesta (1919/2001)

Si hubiera nacido en Nueva York podría haber sido un Woody Allen paleto, reconocido mundialmente como miembro de honor del Olimpo de los humoristas, lugar que si alcanzó en España y Sudamerica. Actor, escritor y monologuista, su primera producción vio la luz, sin embargo, dibujada en los papeles en forma de chistes.

En su primera juventud sufrió la guerra civil, en la que participó como soldado en un batallón de las Juventudes Socialista Unificadas en las que militaba. Apresado por los sublevados, fue colocado contra un muro junto a otros compañeros y fusilado. Realmente fusilado con balas de verdad. Sólo la casualidad le permitió sobrevivir indemne de los disparos y quedar sepultado bajos los cadáveres de su compañeros, de donde consiguió salir cuando escucho alejarse al pelotón de fusilamiento. Atravesó las líneas, pero volvió a ser apresado e inició un recorrido de presidios, a continuación del cual debió cumplir un servicio militar de cuatro años. Todavía en él, comenzó a colaborar en 1945 en La Cordorniz, donde sus lisiados, pobres, guardias, campesinos y mendigos dejaron entrar un testimonio de realidad inmisericorde.

José María González Castillo, Chumy Chumez (1927/2003)

El que sería uno de los humoristas gráficos más celebrados de España en los últimos años del franquismo y en la transición, escritor también, pintos y contertulio, también veló lápices por primera vez en el altar de La Codorniz en fecha tan temprana como 1945, cuando apenas había cumplido los 18 años. Ser de familia de la cáscara amarga le confirió un sentido crítico que mantendría a lo largo de toda su obra. Sus imágenes de hombres cargados con enormes piedras o a cuyo lomo cabalgan elegantes señores de frac y sombrero de copa constituyen metáforas gráficas perfectas de aquella dictadura y de todas. Sobre los pobres, de los que también dibujó muchos, dejó dicho en una entrevista muy posterior: “Era un tema casi constante: las desigualdades, la ciudad, el campo y esas cosas. (…) En ese problema de los pobres, el que el chiste acuse está bien, pero tampoco es un medio para solucionar la desigualdad. Tiene que haber otras soluciones que no da el chiste. Yo tengo el criterio de que el chiste es un complemento del pensamiento. Sobre el tema de la pobreza y las desigualdades tiene que ser la prensa la que insista y nosotros romper una lanza. Hacer chistes de pobres es ambiguo: no se sabe si te estás riendo del pobre o del rico”.

Andrés Vázquez de Sola (1927)

De familia gaditana de orden y estudiante en colegios de curas, Vázquez de Sola comenzó muy joven un proceso de conciencia política que le condujo a tomar contacto con el Partido comunista en 1951, comenzando a militar al poco tiempo, coincidiendo con la publicación de sus primeras colaboraciones en el diario granadino Patria. Harto de censuras y prohibiciones en sus trabajos para el diario Madrid e incluso Televisión Española, en 1959 se exilió a París, donde se haría alcanzaría enorme prestigio en el mítico Le Canard Enchainé, el principal semanario satírico galo. También fue firma asidua en Le Monde y L’Humanité, publicó libros, colaboró en programas de radio que le dieron una enorme popularidad. Sus chistes acerados y sin concesiones colaboraron a la lucha contra la dictadura desde Europa, convirtiendo su retrato de Franco en un símbolo icónico del dictador por excelencia.








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Max Aub, Buñuel, el cine y el olvido




                                                                                                                                     



Carmen Peire ha dedicado parte de sus últimos años a publicar la obra más desconocida en España de Max Aub, aquel escritor que nació judío y francés, se hizo rojo y español y acabo exiliado en México añorando la única patria que siempre tuvo y deseó: la República Española. Véase a este respecto la primorosa edición del “Juego de cartas”, ese inteligente juego meta artístico en el que el escritor y su invención, Aub y Campalans, se juntaron para volver loco al lector en una insólita obra interactiva, cuando aún no se había inventado eso de la interactividad que ahora está tan de moda.

Le ha tocado en suerte estos días sacar a la luz una nueva y diferente edición de “Luis Buñuel, Novela”, la obra inacabada del novelista sobre su viejo amigo cineasta, a la que dedicó horas y horas y horas de charla y escritura. Ya se había publicado otra versión del mismo trabajo en 1985 por Aguilar, aunque parece ser que se trata de dos ediciones bien diferentes, según ha contado Agustín Sánchez Vidal recientemente en un artículo a cuya lectura os remito y así me ahorro palabrerío copiado. 

Considera el experto que la primera edición, que contiene básicamente las entrevistas preparatorias, gustará más a los seguidores de Buñuel, mientras que la de Carmen, centrada más en la reelaboración del texto inacabado, agradaría preferentemente a los lectores de Aub. No he leído todavía el libro, por lo que no puedo coincidir ni disentir con ese juicio, aunque así de sopetón considere que hay una posible tercera lectura que agrade a ambos sectores. Personalmente, lo que me parece más atractivo del libro es, precisamente, la muy particular fabulación que ese inagotable fabulador que era Max Aub, extraordinario mixtificador de realidades y ficciones, podía dar de su amigo Luis, que en esto de fabular y mixtificar no le iba a la zaga, y ahí están sus muy fabuladas memorias para quien quiera comprobarlo. Es ese juego literario de imaginadorde la realidad lo que hace que tenga unas enormes ganas de coger por banda “Luis Buñuel, Novela” con la esperanza de que tenga muchas páginas llenas de letras y dé para muchas horas de lectura. 

Entre las muchas amargas reflexiones que Aub dejó plasmadas en su “Gallina ciega”, diario de la decepcionada visita a la España franquista de los sesenta, hay una que debió resultarle especialmente dolorosa; aquella en que se refiere al absoluto desconocimiento que los jóvenes españoles de la época tenían de su obra y de la del conjunto de los escritores del exilio. Una situación que, pese a algunos heroicos esfuerzos, no acabó de arreglarse satisfactoriamente en la España llamada democrática. Como prueba, baste un botón.

Con el objetivo de calentar meninges ante la llegada de la novela de Buñuel, he sacado de la estantería un libro que pensé que me iba a ilustrar y que me ha acabado decepcionando profundamente. Y no es ninguna fruslería. Se trata de “La imprenta dinámica. Literatura española en el cine español”, que la pomposa Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España publicó en 2002 bajo la coordinación de Carlos F. Heredero y con la participación de especialistas tan solventes y reconocidos en el tema como Romá Gubern, Santos Zunzunegui, Domenec Font, Esteve Rimbau o José Luis Borau, a más de al menos otra docena de colaboradores.

En tema como el estudiado, literatura y cine, pienso que quizás no haya otro escritor español, tal vez junto a Vicente Blasco Ibáñez y Edgar Neville, tan directamente implicado como Max Aub. Pues bien, pese a ello, en las casi 600 páginas de apretado texto, tan sólo se le cita en 12 ocasiones, mientras que a Blasco se le puede encontrar en 36 páginas y a Neville en nada menos que en 53. Y no se trata sólo de un problema de cantidad, sino esencialmente de calidad de esas citas. Todas ellas, todas, hacen exclusivamente referencia a la adaptación de “Las buenas intenciones”, novela de Max Aub que Alfonso Ungría llevó al cine en 1978 con el título de “Soldados”. Ni una referencia más.

No se habla de la temprana colaboración de Max Aub, como ayudante de dirección y dialoguista español, en “Sierra de Teruel”, la película de la guerra civil española que André Malraux rodó sobre el terreno en 1938 (en la que, además se ejemplificaba bien la relación entre el cine y la literatura, pues el director adaptó su propia novela). Tampoco se cita su labor como profesor de cine ya en Mexico, ni sus guiones, sólo o en colaboración, para más de una decena de películas mexicanas de los años 40 y 50, entre los que había argumentos propios y adaptaciones de novelas y obras de teatro ajenas. 

Ni siquiera se habla de su colaboración en “Los Olvidados”, la estremecedora película de Luis Buñuel en cuyo guión participó junto a los también españoles exiliados el cineasta Luis Alcoriza y el poeta Juan Larrea, además del mexicano Pedro de Urdimalas.

Sin embargo, el hueco más clamoroso del libro de la Academia --que no lo olvidemos trata de las imbricaciones españolas entre cine y literatura-- es que se olvide por completo un trabajo tan singular y representativo de esa fusión que se estudia como es “Campo francés”, el cuarto volumen de “El Laberinto mágico”, a mi entender la novela, o serie de novelas, más importante sobre la guerra civil española (“La forja de un rebelde”, de Barea, transcurre en su mayor parte en el periodo histórico anterior y acaba antes de la finalización de la contienda). 

El propio Aub, al que tanto le gustaba mezclar los géneros, definió “Campo francés” como una novela-guión, que era de lo que realmente se trataba, pues la escribió totalmente en forma de guión cinematográfico, con escenas incluso de un cierto tono documental, rememorando su paso, y la de tantos otros miles de compatriotas, por los campos de internamiento de Vernet y Djelfa, en los que el gobierno francés “acogió” a los soldados republicanos que intentaban escapar del ejercito vencedor.

Que en un libro así, solvente y documentado, escrito por contrastados especialistas y editado por una entidad oficial, u oficiosa, se ignore de esta forma la faceta cinematográfica de un escritor como fue Max Aub constituye, sin duda, un indicativo de la necesidad de leer su obra si queremos enterarnos de lo que pasó con España y los españoles en la primera mitad del siglo XX. De momento aquí nos llega para abrir boca (y cerrarla, pues es largo) este “Luis Buñuel. Novela”, que estoy seguro que será bastante más que una biografía inacabada.
                                                                             

Como Luis Buñuel y Max Aub, Luis Cernuda
falleció en México hace hoy 50 años.
En este poema, que Paco Ibáñez convirtió en canción
expresó toda la angustia del exilio.


Article 1

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Carlos Gómez Carreras, fue fusilado el 30 de junio de 1940 en el campo de tiro del pueblo valenciano de Paterna. Aparte de a algunos estudiosos y aficionados al comic, hoy en día su nombre dirá poco al común de los mortales, y su caso podría ser confundido con los de cualquiera de las decenas de miles de fusilados en aquellos primeros años de la postguerra. Sin embargo, hay un hecho que lo convierte en singular, único, y hace su historia digna de ser contada con algún detenimiento. Carlos Gómez Carreras fue, que sepamos, el primer dibujante de tiras cómicas del mundo, y a falta de comprobación el único, juzgado, condenado y fusilado por una de sus historietas. No por haber matado a nadie ni por haberse sublevado contra un gobierno legítimo. Por  haber dibujado. Tenía 36 años.

Con la caída de Madrid en manos de los sublevados el 28 de marzo de 1939 y la toma del puerto de Alicante el primero de abril, finalizó la guerra civil y los vencedores volcaron su victoria contra los vencidos. Era su venganza sobre aquellos desarrapados que habían intentado ocupar el lugar de los dioses, y la aplicación a conciencia. Se podría decir que aquella guerra, que había comenzado con el fusilamiento de un caricaturista, el turolense Ramón Acín, del que hablaremos en la próxima entrega, finalizó con el fusilamiento de un historietista. Ambos hechos establecen un paréntesis simbólico de muerte que con la victoria se desbordó y se convirtió en reguero.

Más conocido por el seudónimo de Bluff, Gómez Carreras, también periodista, se había hecho un nombre como dibujante y guionista en publicaciones de la época, como “Gutiérrez”, “Gente Menuda” (suplemento infantil del semanario “Blanco y Negro”) o “Macaco”, y había creado un personaje de gran popularidad, Don Canuto, ciudadano de peso, que durante la guerra convirtió en miliciano.

También colaboró en el semanario satírico, anticlerical y de izquierdas valenciano “La Traca”, en el que durante la guerra hizo famosas sus irreverentes caricaturas de Franco, que, no obstante su indudable gracia, con esos plátanos y frutas en la cabeza que tanto recordaban los tocados de Carmen Miranda, no debieron ser muy del agrado de alguien con tan poco sentido del humor como el Caudillo, y que quizás fueran una de las razones de la sinrazón de su condena y ejecución.




Carlos Gómez Carreras había sido detenido en el puerto de Alicante el 29 de marzo de 1939, cuando junto a otros miles de soldados y civiles republicanos intentaba tomar el último barco hacia el exilio, huyendo de la represión franquista que se avecinaba. Fue internado en el infausto Reformatorio de Adultos de la ciudad (en el que quizás coincidió con mi padre, todo sea dicho), desde donde comenzó de nuevo a dibujar en “Redención”, el semanario oficial de las cárceles. En la dirección de prisiones sospecharon que estas inocentes y siempre controladas colaboraciones eran en realidad un medio que utilizaban los encarcelados para comunicarse entre ellos y transmitirse consignas, y no encontraron mejor prueba que una tira de Bluff en la que, en cuatro viñetas, se mostraba a dos pescadores en un río que acababan peleándose por el mismo pez.

De acuerdo a las actas del juicio, el tribunal militar consideró que aquella cándida tira cómica solo podía haberla dibujado una “inteligencia satánica” y que constituía en sí misma “rebelión militar”, por lo que su autor merecía la muerte. ¿Las razones? Que el pescado, fuera trucha o salmón, que se disputaban los dos hombres era, en realidad, una representación de Manuel Azaña, al que a menudo se había caricaturizado en la prensa derechista con cara de pez, y que en la pelea final, alusión a la guerra civil, entre las figuras que adornaban la discusión se podían distinguir un puño cerrado y una estrella de cinco puntas, símbolos perversos de la intencionalidad subversiva del autor.


No obstante su dramatismo, el fusilamiento de Bluff no fue el único asesinato de un historietista satírico realizado por los sublevados, ni por supuesto el único represaliado de una amplia nómina de dibujantes, guionistas, caricaturistas y humoristas gráficos ampliamente populares durante la República que hubieron de pagar con el exilio, la cárcel, el ostracismo o la muerte sus ideas progresistas. Llama la atención que, considerando el escaso número de profesionales de la caricatura y los tebeos que podía hacer en España en aquellos años, pudiera haber una cantidad tal de represaliados. Una represión que sólo es comprensible en la inquina que el bando sublevado sentía contra ellos, que habían hecho de su trabajo, muy especialmente en el campo del cartelismo, el primer arma de agitación republicana contra el fascismo. Ese tan alto porcentaje de represaliados significo, como en otras profesiones artísticas, intelectuales, técnicas o docentes, la práctica desaparición del panorama cultural español de una buena parte, si no la mayor, de sus miembros más destacados, rompiendo el cordón umbilical de comunicación entre maestros y posibles discípulos que hubieron de desarrollar su trabajo en la más oscura noche de una España mutilada. Además, impidió de un hachazo la comunicación entre los artistas represaliados y los destinatarios naturales de su trabajo, para su común empobrecimiento intelectual, moral y político. Sin insistir, claro es, en el dolor personal y profundo que para los represaliados supuso la represión.



La venganza de los ganadores se volcó con especial saña en “La Traca”, quizás la publicación satírica de más éxito durante la guerra, que había sido especialmente dura con los sublevados y de la que hablaremos en extenso en algún otro capítulo. En el mismo campo valenciano de Paterna en el que mataron a Carlos Gómez Carreras, Bluff, que como hemos visto colaboró en ella, también fueron fusilados el mismo día su director desde 1910, Vicent Miquel Carceller, aunque en este caso no fuera historietista ni caricaturista, sino periodista y escritor, y el dibujante Modesto Méndez Álvarez, veterano dibujante colaborador de TBO desde su fundación en 1917, aunque también había publicado en “La Esquella de la Torratxa”, la revista catalana que se citará mucho en este capítulo y de la que también se contará algo cuando llegue el momento restrospectivo.

Aunque vivía en Barcelona, Méndez Álvarez intentó huir del avance franquista que amenazaba con tomar la ciudad, y en lugar de irse a Francia, como hicieron tantos de sus compañeros, buscó refugió en Valencia, que pronto quedaría aislada, tal vez porque allí se publicaba “La Traca”, de la que había sido asiduo colaborador y en la que si bien no había caricaturizado a Franco en una llamativa portada, sí lo había  hecho con Queipo del Llano, que tampoco debía ser hombre fácil de agradar. Nada más llegar fue detenido, y Carceller, su amigo personal además de su director, se presentó en la prisión, en la que también estaba o iba a estar pronto Bluff, solicitando su libertad con el argumento de que se trataba sólo de un dibujante. En ese mismo momento le detuvieron también a él. Los tres fueron llevados frente al paredón apenas año y medio más tarde.


En el tristemente famoso Camp de la Bota barcelonés fue fusilado DoménecLatorre Solé, periodista, articulista y caricaturista, además de importante militante catalanista y creador de la organización independentista Patria Nova. En los años diez y veinte del siglo había publicado artículos y caricaturas en L'Intransigenty Subversió Nacionalista, aunque ya para la llegada de La República era funcionario del Ayuntamiento de Barcelona, puesto en el que siguió durante toda la guerra sin que se le conozca militancia ni acción política destacada en ese periodo. Pese a ello fue denunciado por sus propios compañeros y detenido en el mismo lugar de trabajo, siendo fusilado tras un consejo de guerra sumarísimo, y pese a las gestiones para salvarlo de Ferran Valls i Taberner, CarlosSentís, JosepPla y otros intelectuales del nuevo régimen, en abril de 1939 junto a otros nueve militantes catalanistas.

Un final similar, la muerte, aunque en este caso no fuera producida por las balas, sino por una especial crueldad en su detención, le correspondió a Helios Gómez, pintor, muralista, ceramista y cartelista nacido en Sevilla en mayo de 1905. De etnia gitana, colaboró en la prensa, primero anarquista y luego comunista, ideologías en las que militó sucesivamente. Durante la guerra fue nombrado Comisario Político y Cultural. Peleó en Ibiza, Mallorca, Aragón, Madrid y Andalucía. Exiliado, fue  internado en campos de concentración de Francia y Argelia hasta mayo de 1942. Ese año volvió a España y fundó el grupo Liberación Nacional Republicana. Fue detenido y estuvo preso de 1945 a 1946 y de 1948 a 1954, sufriendo crueles torturas. Debía haber sido puesto en libertad en 1950, pero le retuvieron cuatro años más, lo que minó totalmente su salud hasta la muerte.

Igualmente fue condenado a muerte, aunque luego le conmutaran la pena por largos años de prisión, José Robledano Torres, del que seguiremos hablando, porque se trata nada menos que el primer historietista español en sentido estricto. 

Detenido a los pocos días de entrar las tropas sublevadas en Madrid, fue encerrado en la cárcel de Porlier y un consejo de guerra le juzgó cinco meses después al considerar, según la sentencia, que “con anterioridad al Movimiento Nacional se había destacado ya por sus caricaturas publicadas en periódicos disolventes en las que se atacaba a todas las instituciones fundamentales de la auténtica España”. Además consideraban que durante la guerra había seguido haciendo otras “en las que injuriaba a las personas representativas del Movimiento Nacional a quienes atraía todo género de barbaridades”. El delito de caricaturizar a los generales sublevados fue considerado “adhesión a la rebelión militar” y la condena de muerte.

Conmutada la pena por la de 20 años de prisión, salió en libertad en agosto de 1943 gracias a los sucesivos indultos que se dieron en aquellos años. En las cárceles de Porlier (Madrid) y Valdenoceda (Burgos), donde pasó sus más de cuatro años de encierro realizó una serie de dibujos que mostraban la dureza de la prisión. 

El dirigente comunista Miguel Núñez, del que ya sabemos de sus posteriores andanzas clandestinas con Víctor Mora y que conoció a Robledado en la cárcel madrileña de Atocha, dejó escrito en sus memorias (“La revolución y el deseo”. Península, 2002): “Quizás los mejores testimonios, los más realistas, los que pueden dar una idea más acabada de lo que fue aquello, son los impresionantes dibujos de José Robledano, que, afortunadamente, se han conservado. Este pintor y dibujante nació en Madrid en 1884. Aventajado alumno de la Escuela de Bellas Artes, compartió los estudios con pintores famosos. Colaboró en la revista Arte y Sport, con artistas como Pablo Ruiz Picasso y Juan Gris. Dejó también su huella en Nuevo Mundo, La Esfera, Mundo Gráfico, Blanco y Negro, El Imparcial, El Sol, La Voz, El Socialista, Crisol o Claridad. De 1927 a 1936 se afirma con su arte como un demócrata de pura cepa. En El Socialista dio vida al entrañable personaje de «el señor Cayetano», un madrileño castizo, bonachón y republicano. Al producirse la sublevación franquista, se lanza a una actividad intensa y combate con su arte en la defensa de la República.

La dictadura le hizo pagar cara su entrega a las ideas de libertad y democracia. Fue condenado a muerte, pena conmutada por treinta años de prisión. Recorrió el calvario de las cárceles de Atocha, donde yo le conocí, Porlier, Valnoceda y Vigo, entre otras. Durante su cautiverio, con los medios más rudimentarios, creó más de un centenar de dibujos, que consiguió sacar a la calle y que hoy constituyen un reflejo insuperable de aquella realidad. Son documentos valiosos que merece la pena que abran estas páginas sobre las prisiones franquistas. Sin sus dibujos, ¿cómo imaginar esas galerías, con su increíble alfombra de cuerpos humanos hacinados?, ¿cómo hacerse idea de las colas para recoger la bazofia del rancho?, ¿cómo representarse los patios atestados de presos, los innumerables objetos diversos colgados de las paredes, las posturas, los rostros de los presos? Cuando estaba prohibido tomar fotografías del interior de las cárceles, los dibujos de Robledano nos permiten recrear, al menos en parte, aquella trágica situación”.

Robledano salió en libertad, pero su trabajo como autor de tebeos quedó totalmente arruinado, Nacido en 1884 murió en 1994. En la actualidad, la práctica totalidad de su obra se encuentra depositada en la Biblioteca Nacional. En 2006, el guionista Felipe Hernández Cava contó su historia en el cómic “Nuestra guerra civil” con dibujos de Laura y Ángel de la Calle.



También pidió pena de muerte el consejo de guerra que juzgó al sevillano Andrés Martínez de León (1895/1978), aunque el reo fue indultado y salió en libertad en las navidades de 1945. Dibujante y pintor, Martínez de León había practicado en sus inicios un humor costumbrista a partir de las aventuras del personaje “Oseito”, bautizado así por la pasión que el autor sentía por el torero JoselitoEl Gallo, fallecido en 1920 y al que quiso rendir homenaje. Publicó sus trabajos en los más importantes periódicos y revistas de la época, como La Esfera, ABC, El Noticiario Sevillano, El Debate, El Sol y Blanco y Negro.

Enfrentado con la realidad de la miseria y la lucha política, el historietista se fue radicalizando, realizando ya en 1935 una aventura de su personaje estrella con el título de “Oseito en Rusia”, una radicalización que se concretaría durante la guerra con sus colaboraciones en Frente Rojo (portavoz valenciano del Comité Central del PCE) y Frente Sur(órgano del PCE de Jaén), en el que publicó “Oseito miliciano”. 

Tras su salida de la cárcel abandonó prácticamente la historieta, si bien todavía realizó tiras de tema deportivo en diversos periódicos regionales y colaboró de manera más regular en Don José, suplemento dominical de historietas infantiles del diario España, de Tánger, que coordinaba Antonio Mingotey en el que coincidió con Tono, Gila, Escobar, Peñarroya, Ballesta, Chumy Chumez o Cesc, entre otros maestros del humor gráfico, una buena parte de ellos presentes en el anterior capítulo. Dicho periódico, en el que también trabajaba Eduardo Haro Tecglen, fue uno de las primeras publicaciones españolas en adoptar, tras la guerra, posturas más liberales que las consentidas en la época.

El asturiano FaustinoGoico-Aguirre, que durante la Republica ya había destacado como pintor y escultor, se incorporó al estallar la guerra a la caricatura política en el diario socialista asturiano Avance y fue nombrado por el gobierno Delegado Provincial de Bellas Artes. Poco estuvo en estas funciones, pues fue detenido tras la caída de Oviedo en 1937, juzgado y condenado a muerte, aunque la pena le fue finalmente conmutada. Tras salir en libertad siguió su trabajo como acuarelista, ilustro libros y colaboró, como Martínez de Leónen el diario España, de Tánger.


José María Carnicero (Madrid, 1911-Badalona, 1950). Dibujó entre otras publicaciones en el diario La Mañana y realizó carteles de propaganda hasta el final de la guerra. Aunque intento exiliarse, no lo consiguió. Fue detenido y pasó tres años en la cárcel, teniendo que presentarse luego mensualmente hasta 1949. Pese a ello, trabajó en los dibujos animados del largometraje pionero de la animación española “Garbancito de la Mancha” (1942-1945). Falleció con 38 años.

Lola Anglada. Empezó en Cu-Cut, un clásico, y colaboró en otras revistas no menos decisivas para la evolución del humorismo infantil, como En Patufet o Virolet. Llegó a publicar su propia revista La Nuri, enfocada al público infantil femenino. Durante la guerra se afilió a UGT y colaboró en el Comisariado de Propaganda, publicando el relato ilustrado para niños El mes petit de tots, de clara ideología antifranquista, y otros trabajos similares. Aunque no pasó por la cárcel, tras la guerra civil se vio obligada a abandonar su profesión. Falleció en 1984.

Quizás el caso más curioso y contradictorio sea el de Fernando Perdiguero, Menda, uno de los pioneros de los dibujos animados españoles en los años 20, que se había hecho famoso por sus caricaturas políticas en el semanario La Calle (1930) y en otras publicaciones antes de La República, con la que colaboró activamente. Condenado a muerte e indultado, en 1942 se incorporó a La Codorniz, de la que fue redactor jefe, siendo como era la revista una publicación creada y regida por humoristas de derechas, hija directa de la belicosa La Ametralladora, en la que firmó con los seudónimos de Cero, Tiner, Hache y alguno más.





Son sólo algunos nombres, pero no los únicos. La lista de los historietista y viñetistas que, aunque no fueran encarcelados, debieron sufrir el ostracismo profesional, cambiar de oficio, inventar seudónimos y malvivir en mil oscuras labores mal pagadas es larga. Unos cuantos son Jaume Passarell (Badalona, 1890-1975); Melchor Niubó, Niu (La Fuliola, Lleida 1912) que se cambiaría el nombre por el de Óscar Daniel; Romà Bonet i Sintes,Bon(Barcelona, 1886-1967) famoso caricaturista al que dieron de baja en el Real Círculo Artístico y le cerraron las vías de trabajo; o Josep Altimira Oxymel(Barcelona, 1880-1942), que sobrevivió malamente con un empleo en los estudios “Dibujos Animados Chamartín” de Barcelona.



Como para tantos otros españoles, la derrota supuso el exilio de buena parte de los historietistas y humoristas gráficos que habían puesto su pluma al servicio de La República en los años anteriores. No es de extrañar que la mayoría fueran catalanes, o que hubieran pasado la guerra en Barcelona, pues el resto, bien se hubieran mantenido en el Madrid asediado y aislado o hubieran intentado la huída por Alicante, pronto ocupado por las tropas fascistas italianas, no tuvieron ocasión de escapar, y su destino fueron las cárceles o el paredón. Entre los que se fueron figuraban algunos de los más importantes nombres de la ilustración española.

Desde que en 1905, con 23 años, expusiera por primera vez las caricaturas que había publicado en distintas revistas minoritarias catalanas en la sala Parés de Barcelona, Lluis Bagaría se había convertido en el más importante de los caricaturistas y humoristas gráficos de España. De él había escrito Ortega y Gasset: “Como los ensueños –que a veces son pesadillas--, cada dibujo de Bagaría irradia alusiones hacia los cuatro puntos cardinales del espíritu”, y aún con mayor intensidad poética Ramón Gómez de la Serna le había explicado en una gregería: “Bagaría ha dejado al aire e incandescente el hilo de platino de la caricatura”.

El artista, pues de un verdadero artista se trata, aunque utilizara para transmitirnos su particular retrato del mundo la plumilla y el ingenio, había nacido en Barcelona en 1882, y en Catalunya veló sus primeras armas caricaturescas en revista como ¡Cu-Cut! y la fundamental Esquella de la Torratxa, consiguiendo tal éxito que ya en 1912 estaba en Madrid, ilustrando en el muy reciente La Tribuna la entrevista semanal que realizaba Tomás Borras. De ahí a que sus cada vez más populares viñetas saltaran a las páginas de la revista España o el diario El Sol apenas hubo un trecho, el que iba de unas redacciones a las otras.

En esos años Bagaría estableció lo que sería un canon en el caricaturismo español contemporáneo: la limpieza de línea y la seguridad del trazo que retratan al personaje a través, no de la exageración, sino de la esencialidad de los rasgos básicos de cada personaje, que confieren hondura y dramatismo al retrato (obsérvense, por ejemplo, los ojos de la caricatura de Pablo Iglesias que acompaña este párrafo).

Los dibujos de Bagaría nunca fueron banales, dedicando cientos de ellos, ya desde la dictadura de Primo de Rivera, a combatir el clericalismo, la censura, la dictadura, la opresión de clase, la guerra o el colonialismo, entre una infinidad de temas que incluyen también estampas costumbrista, reflexiones morales y caricaturas, cientos de caricaturas. Esas caricaturas que Eugenio D’Orsconsideraba lo mejor de su obra y de las que escribió: “Este caricaturista traza vuestra caricatura; os convertirá tal vez en un monstruo. ¿Qué más da? Su croquis os contenta y halaga. La razón está en que él ha sabido hacer creer en vuestra imagen la energía espiritual, la significación”. 

Tampoco era de última hora el republicanismo del dibujante, que lo asumió como ideología desde temprana edad y que se reflejó siempre en su trabajo. Un republicanismo teñido de ideas progresistas, que le llevaron a militar en el Partido Socialista en fecha tan temprana como 1920, por lo que no es de extrañar que se convirtiera en la voz gráfica de la Alianza Republicana Socialista, cuyo cartel electoral para los históricos comicios de 1931 diseñó; lo mismo que haría con el del Frente Popular para las no menos históricas elecciones de febrero de 1936.

Con la guerra regresó a Barcelona, donde, simultaneándola con otros medios, inició una fecunda colaboración con La Vanguardia, en la que publicó numerosas diatribas contra la guerra y ataques no sólo a Franco, sino también a Mussolini y Hitler. A este último le dedicó en 1937 una carta manuscrita llena de sorna, mala leche y lucidez política a raíz de que en Alemania se hubiera prohibido la difusión del periódico, a causa, precisamente de sus caricaturas:



Enfermo y débil, a causa en buena medida del estilo de vida bohemio y desordenado que había practicado, ya con 56 años a cuestas, Bagaríase exilió en París en la primavera de 1938, amargado, además, por el mal rumbo que había tomando la guerra ya para entonces. No obstante su estado de salud, compartía páginas con Antonio Machado, Victoria Kent, José Bergamín, Luis Lacasao Ramón J. Sender en el semanario La voz de Madrid, que pese a su título editaban en París los exiliados españoles.

A finales de mayo de 1940, con las tropas alemanas ya en suelo francés y a punto de entrar en París, lo que sucedería menos de mes después, Bagaría partió para América, cuyos periódicos habían publicado sus dibujos con regularidad y en donde gozaba de gran popularidad. Escribió: “Todas las comodidades que me brindan, todo el porvenir que me ponen por delante no lograrán quitarme la tristeza que llevo encima y que ha de acabar muy pronto conmigo”. Falleció en La Habana el 26 de ese mismo año.


La vida de JosepBartolí (1910-1995) merecería una novela o una película. Se exilió a Francia formando parte de las últimas oleadas de refugiados en febrero de 1939, y tras su inicial paso por los campos franceses fue detenido e internado en campos nazis. Pasó por siete de ellos, consiguiendo evadirse, una hazaña poco normal, del último, el de Bram, aunque volvieron a cogerle y le enviaron a Dachau en un tren de carga, del que se escapó de nuevo, esta vez con buena suerte. Tras mil peripecias, que le hicieron pasar por Marsella y Casablanca, consiguió llegar a México, donde retomó su carrera en el entorno del pintor Diego Rivera y fue amante de Frida Kahlo.

Bartolí se había hecho ya un nombre en el dibujo gráfico catalán, el más creativo de España, publicando sus dibujos, chistes y caricaturas en diarios y revistas como La Veu de Catalunya, Papitu, l'Esquella de la Torratxa o La Ciutat i L'Opinió, y durante la guerra había colaborado con medios anarquistas y comunistas, tanto en sus publicaciones como en la realización de carteles llamando a la lucha y la resistencia.

De México se trasladó a Estados Unidos, donde fue primer dibujante de la revista Hollyday, publico libros ilustrados y diseñó decorados para películas históricas en Hollywood. Da cuenta de la popularidad y del prestigio que alcanzó Bartolí en los medios artísticos estadounidenses el que formara parte del grupo 10th Street junto a cuatro nombres fundamentales del arte contemporáneo estadounidense, como son los de Willem de Kooning, Kline, Pollock y Rothko. En 1973 recibió el premio de artes plásticas que lleva el nombre de este último.

Entre sus libros ilustrados se encuentran Calibán(1971), The black man inAmerica (1975) y, sobre todo, Campos de concentración (México, 1943; Madrid, España, 2006), en el que reflejaba con dibujos, historietas, poemas y recuerdos su paso por los campos Nazis, dejando así el testimonio que la novela o el cine le negaron y creando un trabajo que se adelantaba en años al formato de las novelas gráficas. Falleció en Nueva York con 85 años.







Si no fuera porque Alfonso Daniel Rodríguez Castelao es uno de los intelectuales y políticos de la historia de Galicia, articulista, narrador y autor teatral de gran prestigio, y, sobre todo figura clave del gallegismo, podríamos convenir en que fue uno de los más importantes humoristas gráficos de la República, la guerra y el exilio. En cualquier caso lo es, porque su obra grafica está compuesta por una buena cantidad de viñetas, que realizó a lo largo de toda su vida y que constituyen una obra coherente y completa en la que se conjugan ternura, critica social, retranca y terror, depende del tema y de la época.

Castelao, que luego declararía que había despertado su afición por la caricatura la lectura de niño de la revista Caras y Caretas durante la estancia de niño en Argentina, había nacido en 1886 en Rianjo, municipio de La Coruña, ciudad en la que estudió medicina. Ya en 1910, mientras hacía el doctorado en Madrid, participó en la III Exposición Nacional de Humoristas y comenzó a publicar en El Cuento Semanal, añadiendo esta colaboración a la que ya mantenía desde dos años antes con Vida Gallega.

En 1911 se adhirió al movimiento Acción Gallega, y publicó en múltiples publicaciones y periódicos, desde El Liberal a La Voz de Galicia de Buenos Aires, de El Gran Bufón a La Ilustración Gallega y Asturiana, de El Sol a Mi Tierra, lo que dio una gran popularidad a sus viñetas. En 1920 creó con Vicente Risco, Otero Pedrayo y otros la revista Nos, origen del moderno galleguismo político y cultural.

En 1931, recién llegada la República, en cuya política participó muy activamente desde el campo del galleguismo, publicó el libro también titulado Nos, en el que se recogían una buena cantidad de sus viñetas. Pese a su actividad política y literaria siguió dibujando y publicando tras su obligado exilio.

Encarcelado entre 1934 y 1935, el bienio negro en el que la reacción cedista estuvo a punto de acabar con la República, fue diputado de Frente Popular en 1936 y uno de los principales negociadores y redactores del Estatuto de Autonomía de ese año. Ya en exilio, fue ministro del Gobierno de la República. Falleció en el sanatorio de Centro Gallego de Buenos Aires el 7 de enero de 1950.

La Dirección General de Prensa del Gobierno de España despachó instrucciones a los medios acerca de cómo tratar la noticia: “Habiendo fallecido en Buenos Aires el político republicano y separatista gallego Alfonso Rodríguez Castelao se advierte lo siguiente: La noticia de su muerte se dará en páginas interiores y a una columna. Caso de insertar fotografía, esta no deberá ser de ningún acto político. Se elogiarán únicamente del fallecido sus características de humorista, literato y caricaturista. Se podrá destacar su personalidad política, siempre y cuando se mencione que aquella fue errada y que se espera de la misericordia de Dios el perdón de sus pecados. De su actividad literaria y artística no se hará mención alguna del libro "Sempre en Galiza" ni de los álbumes de dibujos de la guerra civil. Cualquier omisión de estas instrucciones dará lugar al correspondiente expediente”.



Luis García Gallo, Coq(1907/2001). Nacido en Toro (Zamora) se trasladó con su familia a Bilbao, donde aprendió dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de Achurri, para terminar en Barcelona, ya en 1938. Creó durante la guerra un personaje que parodiaba a Franco por el que llegó a gozar de gran popularidad. Colaboró sobre todo en la prensa libertaria como en Tierra y Libertad, Solidaridad Obrera, Fragua Social o la revista Diana, órgano del 10º Cuerpo de Ejército del Este. En 1939 se exilió a Francia, donde nada más llegar fue internado en los campos de Mont-Luis y Argelés-sur-Mer. Al salir y acabar la guerra mundial comenzó a colaborar en la prensa francesa, en la que el seudónimo de Coqse hizo famoso en France-Soir, Jours de France, Point de Vue, Ici-París o Constellation.

Celedonio Melitón Otaño (1912/2003). Encarcelado al finalizar la guerra, fue puesto en libertad, según se cuenta, como gracia por haber pintado un magnífico mural en el penal en que estaba recluido. La experiencia carcelaria no le reformó, pues nada más salir empezó a colaborar con grupos clandestinos, aplicando su habilidad con la plumilla para falsificar pasaportes a mano. Al ser descubierto el grupo consiguió escapar, y buscó asilo en Venezuela, en donde siguió su carrera profesional y de dónde no regresó a España hasta ya bien muerto Franco en 1980.

Eduardo Robles Piquer, Ras(1910/1993). Caricaturista ya en España, durante su largo exilio triunfó por donde pasó. Vivió en México, Venezuela y Nicaragua, dedicándose también a la arquitectura y la decoración sin dejar de colaborar como articulista y dibujante en distintos periódicos.  

Juan Bautista Archer. Utilizó los seudónimos de Alfonso Villa y Ssum y fue condenado a muerte en Barcelona, aunque su pena fue conmutada, saliendo en libertad y exiliándose a México.

Gregorio Muñoz,Gori, en el periodo republicano diseñó fallas en Valencia, donde había nacido, y se especializó en el terreno de la caricatura personal, en la que destacó. Fue muy conocido, llegando a colaborar incluso con el mismísimo Josep Renau, militante del PCE, maestro del fotomontaje, el cartelismo y el collage español, que también se exilió y que durante la guerra fue Director General de Bellas Artes, puesto desde el que encargó el Guernica a Picasso.

Alfred Pascual y Benigani (1902/1995). Al volver del servicio militar en África comenzó a dibujar en Papitu, un clásico de la ilustración infantil catalana y española, para seguir luego colaborando en revistas y diarios como Las Noticias, Treball, Xut!,L'Opinió y Mirador. También decoró cabarets, en los que además actúo en un dúo cómico con el famoso Alady. Fue presidente del importante e izquierdista Sindicado de Dibujantes Profesionales. Al finalizar la guerra se exilió en Inglaterra, donde fue ilustrador de la revista Liliput y realizó numerosos diseños publicitarios, entre otros para la cerveza Guinness y los ferrocarriles británicos.

Fancisco Rivero Gil (1899/1972). Pintor y caricaturista, comenzó su actividad en El Pueblo Cántabro (era de Santander), para pasar luego a lo más selecto de la prensa republicana, tales como La Libertad, El Sol o El Socialista. Durante la guerra fue un fecundo creador de carteles propagandísticos, y al finalizar se exilio a Francia primero y luego a México, donde colaboró en los importantes diarios El Excelsior y El Nacional.
                                      







Josep Allosa Villagrasa (1905/1990). Fue figura clave del Sindicato de Dibujantes y director de L’Esquella de la Torratxa, que abandonó para incorporarse voluntario al ejército republicano, luchando en la batalla del Ebro. Se exilió, y tras una breve estancia se estableció en la República Dominicana del dictador Leónidas Trujillo, en la que como tantos otros españoles sufrió grandes calamidades. En 1944 se instaló en Caracas, donde falleció después de una brillante carrera profesional.









Si Castelao fue un dibujante que se convirtió en figura indiscutible del renacer literario en lengua gallega, Pere Calders fue un literato básico de la lengua catalana que empezó su carrera como dibujante satírico con el seudónimo poco enigmático de Kalders. Cuando tenía 20 años comenzó sus colaboraciones gráficas en el Diari Mercantil alentado por su amigo y futuro cuñado Avel-líArtis Gener, Tisner, que también le llevó a L’esquella de la Torratxa, de la que fue habitual dibujante y articulistas hasta el final de la guerra civil. Tras haber sido internado en Francia en los campos de Prats de Molló y Roissy-en-Brie se exilió en México, donde publicó lo más importante de su obra literaria, siempre en catalán, Falleció en 1994.

Avel.li Artís i Gener, Tisner (1912/2000). Si su cuñado fue fundamentalmente un escritor que también dibujó, Tisner fue un viñetista que acabó de escritor, no velista y memorialista. Con 16 años empezó a dibujar caricaturas, que pasaba por debajo de la puerta de Papitu, que acabó por publicarlas, y a los 18 encontró su primer trabajo periodístico. A partir de ahí no paró de publicar caricaturas y viñetas en todo tipo de publicaciones, hasta acabar dirigiendo en 1936 L’Esquella de la Torratxa, junto a Pere Calders, para marchar luego al frente formando parte de la 60 División del ejército republicano. Tras la derrota se exilió a México, donde permaneció 25 años. En 1945 hizo su primera incursión en la literatura con 556 Brigada Mixta, recuerdo de guerra, aunque no insistió en el género hasta 1966, fecha en la que publicó su primera novela. Hasta 1998 publicó una decena de libros, entre los que destacan los cuatro volúmenes de sus memorias, Viure y Veure.

El aragonés José Cabrero Arnal (1909, Barcelona/ 1982, Antibes, Francia). Su vida tiene un cierto paralelismo con la Bartolí, al menos en algunas peripecias del exilio. Veterano colaborador de Pocholo, fue uno de los 7.000 españoles que, tras su exilio y paso por los campos de concentración franceses, fueron a parar al nazi de Mathausen, donde pasó cuatro años. Cuando salió pesaba 39 kilos y durante toda su vida llevó tatuado en el brazo el número 6299 con el que le tatuaron los nazis. Tras la liberación permaneció en Francia, creando en 1948 para el diario comunista L’Humanitésu personaje principal, el perro Pif, que alcanzó gran popularidad en infinidad de historietas y que ya en los años 70 daría título a la revista infantil de gran éxito Pif Gadget.

Pero no se acaba el listado de historietistas exiliados y represaliados: Lluís Perotes y Roig (Pont de Suert, Lleida, 1917), que participó en la guerra civil en el frente de Aragón, activista del Sindicato de Dibujantes. Juan García Iranzo(1918- ¿), el creador de la historieta “El Cachorro”, que fue condenado a trabajos forzados en el Marruecos francés. Enrique Ferran de los Reyes, Dibán(1911  - 1986), medico, funcionario de la Generalitat republicano e ilustrador de películas de animación, se exilió a Francia y estuvo internado en el campo de Argelés. Federico Sevillano Doblanc (Barcelona, 1902 - ¿), también magnífico ilustrador y animador en los estudios “Chamartín”, solado republicano en diversos frentes que pasó por Argelés.

Y para acabar este repaso, espero que no se considere una boutade o una exageración que utilice para cerrar esta galería de historietistas y viñetistas represaliados por la dictadura, en este caso con el exilio, a Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz yPicasso. El caso es que exiliado fue y de su mano salieron en 1937 los grabados de Sueño y mentira de Franco, estructurados en forma de viñeta y en los que, no yo, sino tantos expertos, se ha visto la directa influencia de los tebeos. El genio, que lo probó todo y en todo fue un maestro, no podía ignorar la más humilde de las artes gráficas.       



TEBEOS CONTRA FRANCO



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Ya lo dijimos en el capítulo anterior: La guerra civil finalizó con el fusilamiento de un historietista y comenzó con el de un ilustrador. Ramón Acín Aquilue, que firmaba con su primer apellido aunque también utilizó el seudónimo irónico de Fray Acín, había nacido en Huesca el 30 de agosto de 1988, en una familia de clase media con padre ingeniero-agrimensor y madre maestra. Por imperativo familiar comenzó la carrera de Químicas, de la que no llegó a acabar el primer curso, e incluso se presentó para un puesto de delineante de obras públicas, que no consiguió. 

Acín no estaba hecho para la burocracia, sino para la bohemia, el arte y la anarquía, en consonancia con lo cual en 1910 publicó en El Diario de Huesca su primera ilustración con motivo de las Fiestas de San Lorenzo, y un año después comenzó a colaborar en el semanario madrileño Don Pepito. Ilustrador, caricaturista, pintor, escultor, profesor de dibujo, articulista, conferenciante, panfletista y militante político, Ramón Acín constituye un ejemplo paradigmático de un tipo específico de intelectual y artista español (e internacional) del primer tercio del siglo XX: abierto a todos los vientos creativos, fundió arte y militancia en un todo orgánico que acabaría por costarle la vida.

A partir de las primeras ilustraciones no paró, y sus colaboraciones se fueron multiplicando en las más diversas publicaciones locales y regionales (Diario de Huesca, Heraldo de Aragón o Ebro, una revista que adelantándose en unas cuantas décadas al histórico Andalán se definía como “Revista nacionalista aragonesa”. 

No obstante, su nombre encontraría resonancia nacional en la prensa anarquista, en la que colaboró desde muy joven. Ya en 1913 fundó en Barcelona, junto el periodista y escritor Ángel Samblancat y Federico Urales, el padre de Federica Monseny, una revista de título incendiario: La Ira. Órgano de expresión y de cólera del pueblo. Ya el segundo número --dedicado a conmemorar el cuarto aniversario de La Semana Trágica barcelonesa, sublevación popular contra la Guerra de Marruecos, que dejó decenas de muertos, centenares de heridos y dos millares de detenidos--, llevó a los redactores a la cárcel por una breve temporada. No sería la primera vez que Acínpasara por presidio, en los años de la dictadura de Primo de Rivera y hasta en los de la República, aunque siempre por poco tiempo. Incluso en 1932 fue detenido y juzgado bajo la peregrina acusación, de la que fue absuelto, de haber intentado organizar un nuevo complot, esta vez anarquista, con la guarnición de Jaca, donde un año antes se habían sublevado las tropas al mando de los luego fusilados Galán y García Hernández, tan bellamente cantados por Machado y las coplas populares, para traer la República a España.

Desde entonces fueron constantes sus colaboraciones en la prensa de la CNT, a cuyo III Congreso Nacional asistió como representante de los sindicatos del Alto Aragón y en cuyos mítines y campañas participó activamente hasta el mismo día de la sublevación militar. Publicó dibujos y artículos en Solidaridad Obrera, Lucha Social, que dirigía Joaquín Maurín, o El Comunista, entre otras publicaciones libertarias, y hasta en 1919 fundó y dirigió durante un año Floreal.

Aunque el Ramón Acín caricaturista dejara la profesión a mediados de los años 20 para dedicarse casi en exclusiva a la ilustración, la pintura, la escultura y la política, en sus dibujos se encuentra probablemente lo más destacable de su obra. De ellos escribió el que luego sería máxima autoridad hispana en estudios artísticos, José Camón Aznar, que entonces era un joven universitario que empezaba a practicar la crítica: “El humorismo de Ramón Acín es inicialmente un abrazo. No tiene sin embargo esa intrascendencia dulzona de un humorismo franciscano. Aquí es preciso reconocer lo bueno de Aragón. Goya para reírse de su sociedad abre sus llagas. Su humorismo agrio puede fecundar una revolución. Como Goya, también Acín tiene una risa con arquitectura de incendio”. No es mala comparación entre paisanos por un paisano.

No obstante, la obra escultórica y pictórica de Ramón Acín había ido adquiriendo resonancia nacional en los años previos y posteriores a la proclamación de la República el 14 de abril de 1931, con múltiples exposiciones en Huesca y Zaragoza, y, sobre todo, con las dos importantes muestras de su obra que se expusieron en la galería Dalmau de Barcelona y en el Ateneo madrileño, centros de la vanguardia estética del momento.

Una de las aventuras más conocidas de Acín es la de su colaboración con Luis Buñuel, lo que añade un nuevo dato a su personalidad cultural. Como la historia la cuenta el cineasta en Mi último suspiro, sus muy fabuladas memorias, nos ahorra palabras: “Había en Extremadura, entre Cáceres y Salamanca, una región montañosa desolada, en la que no había más que piedras, brezo y cabras: Las Hurdes. Tierras altas antaño pobladas por bandidos y judíos que huían de la Inquisición.

Yo acababa de leer un estudio completo realizado sobre aquella región por Legendre, director del Instituto Francés de Madrid, que me interesó sobremanera. Un día, en Zaragoza, hablando de la posibilidad de hacer un documental sobre Las Hurdes, con mi amigo Sánchez Ventura y Ramón Acín, un anarquista, éste me dijo de pronto:

—Mira, si me toca el gordo de la lotería, te pago esa película.

Á los dos meses le tocó la lotería, no el gordo, pero sí una cantidad considerable. Y cumplió su palabra”.

Aparte de cuanto dice sobre el desprendimiento y la generosidad de Ramón Acín, esta anécdota fue mucho más que un simple encuentro de café y una aportación económica a una de las películas fundamentales del cine español. La implicación del anarquista oscense en Tierra sin Pan fue más profunda que todo eso, viajando Acín a Las Hurdes para el rodaje y a Madrid para el montaje, contribuyendo una vez acabada a la exhibición privada de la película, que no se olvide que fue prohibida en aquel bienio negro y no pudo estrenarse oficialmente hasta la victoria del Frente Popular en febrero de 1936.

Resulta lógica esa entrega al proyecto, dado el interés que Acín venía mostrando por el cine desde que a comienzos de los años veinte pasara a cristal los dibujos de su serie Las corridas de toros en 1970. Estudio para una película cómica para poder proyectarlos con una linterna mágica en las conferencias que dio en diferentes localidades. La colección de caricaturas, que se editó en libro en 1923, no era, pese a su nombre, una apología taurina, sino por el contrario la defensa de la cultura y el deporte como entretenimientos populares y la oposición concreta a la construcción de una nueva plaza de toros en Huesca.

Por otro lado, tampoco era ajeno a las míseras condiciones de vida de los hurdanos, como lo demuestra la edición por esas fechas del libro Vida Hurdana. Lo que escriben los niños, en el que Acín y el pedagogo Herminio Almendros (padre, por cierto del director de fotografía Néstor Armendros) recopilaban dibujos y breves relatos de los propios niños de Las Hurdes.

La confluencia de todas estas actividades y su clara militancia libertaria, en una comunidad tan cerrada como la que entonces era la de Huesca, convirtieron a Ramón Acín en objetivo inmediato de los militares rebeldes que se sublevaron en la ciudad el 18 de julio de 1936. Ese mismo día, numerosos ciudadanos pidieron armas al gobernador civil de la provincia, con el que dialogó una representación de la que formaba parte Acín. Les convencieron de que todo estaba bajo control, pero no era verdad y al día siguiente Huesca fue ocupada por los sublevados, iniciandose inmediatamente una cruel represión. El dibujante se ocultó en su domicilio, donde fueron a buscarle en varias ocasiones, hasta que agobiado por oír cómo maltrataban a su esposa para sacarle el lugar de su refugio, salió del escondite y se entregó. Ese mismo día fue fusilado en las tapias del cementerio de la ciudad. Su certificado de defunción afirma que murió “…sobre las once de la noche en refriega habida por motivo de Guerra Civil…”

17 días después, su esposa Conchita sufrió la misma suerte junto a un centenar de republicanos oscenses. En el expediente procesal, con esa misma fecha, aparece lo siguiente: “Es puesta en libertad en virtud de la Comandancia Militar..."




El estallido de la guerra civil obligó a tomar partido a los historietistas y humoristas gráficos como a unos más, y la propaganda, el adoctrinamiento y el apoyo a los esfuerzos bélicos se introdujo como temática habitual tanto en los tebeos y viñetas satíricas de los fieles a la República como en los de los sublevados contra ella.

Pese a todo, unos y otros afrontaron esa labor propagandística de distinta manera. De acuerdo a sus respectivos conceptos de lo que debía ser la política y a las prácticas guerreras y políticas de cada uno, en el territorio cada vez más escaso que dominaba la República tuvo lugar un auténtico estallido de publicaciones de los más distintos matices políticos, anarquistas, socialistas, catalanistas o comunistas, y de las más diversas organizaciones, especialmente los diferentes cuerpos de ejército, que editaron su propia prensa. En el lado franquista, en cambio, la estricta estructura piramidal y autoritaria del poder contribuyó a una edición centralizada de las publicaciones, infantiles o no, que fueron pocas pero fuertemente ideologizadas y proselitistas, cargadas de una extraordinaria virulencia en su lucha contra la barbarie roja.

En poder de la Republica, y esto es importante, habían permanecido los principales centros impresores: Madrid, Barcelona y Valencia, en los que hasta ese momento se publicaban la mayor parte de las revistas satíricas y juveniles. La idea inicial de que la sublevación militar era una asonada más de las muchas que había vivido el país a lo largo de su historia, de la que se esperaba que pronto fuera aplastada por las fuerzas leales, facilitó que durante al menos el primer año de guerra se siguieran editando las mismas revistas que se habían venido publicando desde el nacimiento del género. Así, en el terreno infantil continuaron saliendo Pulgarcito, Pocholo, TBO, Mikey, Yumbo, En Patufet, Gente Menuday tantos otros.

No abundaban en ellos la propaganda política y el adoctrinamiento, aunque publicaran en ocasiones historietas de estricta actualidad, como El Pueblo en armas, serie que el dibujante Salvador Chapas, Sacha, realizó para Pocholo. El cerco a Madrid desde la primavera de 1937 y la creciente escasez de papel en la capital forzó el cierre de algunas de estas publicaciones, como TBO, que dejó de publicarse tras su calendario de 1937, o el mismo Pocholo, que corrió la misma suerte tras el especial del año siguiente.

La constatación, tras la toma de Bilbao, aquella misma primavera de 1937 en la que el pueblo de Madrid hubo de combatir en la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria para evitar la toma de la capital, de que la sublevación se había convertido en guerra y que iba para largo, produjo en la zona leal una eclosión de revistas juveniles e infantiles, ya más dadas a la política y el adoctrinamiento. Surgieron títulos como Aladino (1937), Pionerín (1937), Pionero Rojo (1937), La Vanguardia de los Niños (1937), Camaradas (1937), Porvenir (1937), que se editó en doble versión castellana y catalana, Muchachas (1937), Calderilla (1937), Pequeñeces (193), o Los Monográficos de El Gato Negro (1938), que en la mayor parte de los casos tuvieron una vida breve.

No obstante, alguno de ellos merece ser estudiado por la singularidad de su trabajo. Ese es el caso de El Pionero, “semanario de los niños obreros y campesinos”, según constaba en su lema, que en sus apenas diez números editados por la Federación de Pioneros de Euzkadi, la organización recreativa y adoctrinadora que reunía a los niños de familias comunistas, destacó por su atrevimiento. El dibujante y guionista Ugarte, que había realizado también el logotipo de la revista, se atrevió nada más y nada menos que a incorporar a las Brigadas Internacionales al mismísimo Popeye, el musculoso marino de las espinacas creado por el estadounidense Elzie Crisler Segal en 1929, escribiendo y dibujando nuevas historietas en las que se contaba su venida a España para participar en la guerra defendiendo la República.

Aquello fue un plagio de libro, pero no corrían tiempos para andarse con tonterías autorales y utilizaron el mismo sistema para crear un remedo de Tintín, al que dieron el nombre bien vascuence de Pedrochu, y copiaron páginas enteras de otras series americanas. Quizás para hacer justicia, también fueron los primeros que publicaron auténticas aventuras de Hergué en España, dando a la luz una de sus historietas con el título de Kiki electricista sin sospechar siquiera la ideología derechista del genio de cómic belga.



Frente a esa dispersión republicana, los sublevados ofrecieron un autentico frente unido de publicaciones. Si bien al comienzo de la guerra surgieron algunas revistas infantiles de alto contenido doctrinal, a partir del decreto de unificación de abril de 1937, que dio lugar al nacimiento de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, partido único en el que se reunían todas las fuerzas políticas que habían apoyado la sublevación, se decidió que los niños de la Nueva España tuvieran una única vía de adoctrinamiento.

En diciembre de 1938 nació a bombo y platillo Flechas y Pelayos, en la que se juntaban las anteriores revistas Pelayos, de inspiración Carlista y publicada en San Sebastián a finales de 1936, y Flechas, falangista. Su objetivo estaba claro desde el principio: dar a los niños “la formación humana, religiosa y patriótica que haría de ellos buenos cristianos y excelentes españoles”, según constaba en su ideario. Para lograrlo se puso al frente al fraile benedictino Justo Pérez de Urbel, preclara figura del pensamiento franquista, que tras la guerra fue el primer Abad del Monasterio del Valle de los Caídos, Consejero Nacional del Movimiento, procurador en Cortes, catedrático y responsable de una numerosa obra intelectual e histórica. Autor de 71 libros y más de 700 artículos, reseñas y traducciones, aún le quedó tiempo a Fray Justo para escribir en los inicios de su ascensión los guiones de al menos dos historietas Héroes de la Patria e Historias gráficas de España, que se publicaron en 1938 en la revista que dirigía. Similar carácter, aunque menos politizado, tuvo Chicos, que primero fue de propiedad privada que pasó a depender luego de la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda y se editó hasta 1955.




En el terreno de la viñeta satírica para adultos sucedió algo similar a lo de los tebeos infantiles. La República mantuvo en marcha las principales revistas de antes de julio de 1936. Se siguieron editando, por ejemplo, La Traca, Fray Lazo o, en Catalunya, L’Esquella de la Torratxa, que vivieron un auténtico renacer, especialmente la primera y la última, de la mano de antiguos y nuevos dibujantes y escritores.

En todos los casos sostuvieron una radical oposición a la sublevación militar, a cuyos mandos, comenzando por el general Franco Bahamonde, criticaron con saña, lo que en algunos casos les iba a costar caro al finalizar la contienda, como hemos visto y veremos. La viñeta satírica se convirtió en una más importante arma de propaganda y de combate, tanto en los periódicos y revistas que siguieron en circulación como en los nacidos para la ocasión. Algunos de estos últimos alcanzaron especial resonancia, como El altavoz del Frente, “revista para el pueblo en armas”, nacido ya en octubre de 1936, o el valenciano Vanguardia, diario del Comisariado General de Guerra, que llegó a tirar 100.000 ejemplares regulares y más de un millón de los dos números extras que publicaron.



En el bando nacional, a Miguel Mihura, que se había fugado del Madrid rojo el mismo 1936, le encargaron al poco de llegar a San Sebastián la creación de una revista que sirviera, desde el campo del humor, como arma propagandística a favor de los sublevados. El resultado fue La Ametralladora, que alcanzó los 100.000 ejemplares semanales de tirada.

Para realizarla, el dramaturgo y humorista se rodeó de los compañeros con los que venía colaborando desde las viejas Macaco y Gutiérrez, al menos los que compartían su adhesión al golpe militar: el propio Mihura, López Rubio, K-Hito, Tono, Herreros o Neville, es decir, los humoristas, escritores, dibujantes y dramaturgos que formaban lo que luego se llamó la otra generación del 27, la de derechas. Aunque cargada de propaganda bélica, como no podía ser de otra manera, La Ametralladora practicó el mismo humor estilizado y entre surrealista y abstracto que habían caracterizado a sus colaboradores en publicaciones anteriores.




Clausurada La Ametralladora en 1941, el mismo equipo decidió poner en marcha una nueva aventura editorial a la que titularon La Codorniz, a cuyo frente estuvo Miguel Mihura hasta 1944, en que pasó el testigo a un jovencito jaranero de 19 años que había hecho la aventura rusa con la División Azul y que se llamaba Álvaro de la Iglesia.

Durante muchos años el título de La Codorniz estuvo acompañado por el lema “La revista más audaz para el lector inteligente”, e hizo honor a él. No tanto por la posible crítica que en ella se hiciera en aquellos primeros años del franquismo, que era prácticamente inexistente, tanto por la ideología de los fundadores como por el propio estilo del humor que practicaban, blanco y cerebral, rayando el absurdo, sino porque nunca recurrieron al chiste fácil y grosero, sino que mantuvieron una línea de sutileza e inteligencia que hacía pensar al lector, haciéndole quizás suponer más cosas de las que realmente querían decir.

No obstante, hay que destacar por lo que vale, la actitud poco sectaria de que hizo gala el grupo fundador de la revista, muy especialmente desde la llegada de Álvaro de La Iglesia. Aunque se trataba de personas claramente de derechas y que durante la guerra se implicaron claramente con el franquismo, escribiendo panfletos que luego ignorarían en sus obras completas, poco a poco se fueron distanciando del régimen, con mayor o menos cinismo, según los casos, hasta convertirse, especialmente en el teatro, que es donde darían su do de pecho artístico, en proveedores de entretenimiento para una burguesía acomodaticia y de orden. En lo que concierne a La Codorniz, no mostraron reticencia a la admisión de colaboradores con los que no coincidían ideológicamente.

Ya hemos visto como se integró en la revista Fernando Perdiguero, Menda, en 1942, después de de la conmitación de la pena de muerte a la que había sido condenado y recién salido de la cárcel, y de la atención que desde los años 50 se prestó a jóvenes viñetistas o articulistas de potencial ideología antifranquista, tales como el propio Gila, Chumy, Serafín, Forges o Rafael Azcona.

Con ellos y una legión de colaboradores más, La Codorniz fue acentuando cada vez más su sátira y llenándose no ya de los geométricos egipcios de Kalikatres, sino de pobres, mutilados, señores cargados de piedras, oficinistas siniestros, prepotentes y exuberantes marquesas y burgueses provincianos. En cualquier caso, fue menos de lo que lo que imaginaba la gente, que creo bulos ampliamente extendidos sobre el atrevimiento de la revista, como aquella portada, por ejemplo, que nunca existió pero que muchos aseguraban haber visto, y en la que sobre un mapa meteorológico de la península ibérica un cartel daba la situación atmosférica: “reina en España un fresco general procedente del noroeste”.




En aquella España en la que televisión e internet eran palabras futuristas que ni Julio Verne había pronunciado, los medios de comunicación e influencia social eran variados, aunque sin duda los que resultaban de preferencia general, no sólo entre las clases populares, fueran los más modernos y tecnificados: la radiodifusión y el cinematógrafo, casi recién nacidos por otra parte. También era muy fuerte la presencia del teatro, que con La Barraca o Las Misiones Pedagógicas había salido de los escenarios convencionales para llegar a los pueblos más remotos; y, en general, la cultura, los artistas y literatos contaban con un prestigio social y un peso en la opinión pública prácticamente incomprensibles hoy en día. Además, la cultura y la opinión crítica se habían democratizado, rompiendo el monopolio que sobre ella ostentaban las clases dominantes, y habían llegado hasta el proletariado, que agrupado en partidos y sindicatos, habían despertado desde los ateneos obreros, las casas del pueblo y su propia prensa y editoriales un auténtico hambre de conocimiento entre los trabajadores industriales o agrícolas, todavía en muchos casos analfabetos.

En ese contexto, las revistas satíricas, de partido o sindicato, de tal o cual ideología, eran un vehículo fundamental de transmisión de ideas políticas, críticas o agitadoras. Venía siendo así desde que a finales del XVIII los avances en las técnicas impresoras habían permitido la multiplicación y regularización de las publicaciones periódicas, con un crecimiento en progresión geométrica en los años de la dictadura de Primo de Rivera y últimos de la monarquía, convertido en un verdadero estallido con la llegada de la República en 1931. No es de extrañar que su influencia durante la guerra sobre aquella población en buena medida iletrada resultara tan significativa.

Pese a ello, sin embargo, el medio propagandístico gráfico fundamental de transmisión de consignas políticas y bélicas durante la guerra civil fueron los carteles, también una mezcla de imagen y palabras, aunque muy distinta a los tebeos y viñetas de los que aquí venimos tratando. Es por ello que no son motivo de estas líneas, aunque al existir una evidente relación con lo aquí abordado, reproduzco algunos de aquellos carteles, de un bando y del otro, para intentar destacar una característica que también se ha visto en tebeos, viñetas o caricaturas: las diferencias radicales, tanto en temática como en cantidad, autores u organizaciones firmantes, entre los de La República y los del bando sublevado.

Cientos de carteles se editaron en la España leal durante la guerra civil. Cada organización, sindical, política, sectorial, provincial, gremial o, incluso deportiva, hizo los suyos, abarcando todo tipo de temáticas. Había, como es natural, preponderancia de los que directamente llamaban a la lucha y a la resistencia, pero abundaron los que incidían en otros aspectos de la contienda, desde la protección ante los bombardeos a la lactancia infantil, desde la atención a los quintacolumnistas hasta la higiene, desde la redención de las prostitutas hasta el incremento de la producción, desde la promoción de la lectura a la concienciación del campesinado, desde el papel de la mujer en la guerra hasta la lactancia materna, desde los homenajes a la URSS hasta la condena de la no intervención y al nazismo.


Para atender tanta demanda se movilizaron docenas de artistas de todas las procedencias: profesores de pintura, diseñadores publicitarios, viñetistas y autores de tebeos, caricaturistas, aficionados o pintores de prestigio, como Bardasano y Renau, por ejemplo, o incluso Joan Miró, que en 1937 pintó el extraordinario Aidez l’Espagne con motivo de la Exposición Internacional de París. Con tal variedad de editores, temas y autores, los carteles de La República constituyen una completa muestra del arte de vanguardia de la época, desde el diseño industrial al expresionismo, el cubismo o el fotomontaje, aplicados al cartelismo político.

La aportación del bando sublevado en este terreno resultó, en comparación con la republicana, paupérrima; de similar manera a cómo lo sería también en otros temas relacionados. El de las canciones de la guerra, por ejemplo. Escaso fue el número de dibujantes implicado en la tarea --encabezados por Carlos Saénz de Tejada, que realizó algunos de los más destacados, Josep Morell o Pruna y Cabanas, fugados estos dos últimos del Madrid republicano al Burgos franquista, y magro el resultado, tanto en número de carteles publicados como en variedad temática o estética. Aunque hay alguna excepción, en general la cartelería franquista adoctrinó a los ciudadanos con las consignas bélicas e imperiales más directas y elementales en un lenguaje pictórico emparentado con la pompa y el boato estético que se oficializarían como rasgos distintivos del arte franquista.

A continuación dejo unas cuantas reproducciones de ambos bandos que creo se distinguen a simple vista.
















Vamos ahora con los otros









TEBEOS contra FRANCO


















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Milladoiro. Tradición y modernidad
Reseñas. 1984/1985




Milladoiro, entre la tradición y el presente

AIcalá Palace. Madrid del 14 al 16 de marzo
En los casi seis años que Milladoiro lleva trabajando como grupo se ha convertido en lo más representativo de la música gallega de raíz folklórica, tanto por su impecable labor instrumental como por el rigor y la seriedad de sus discos. El fruto de estos años de traba o quedó patente en sus recitales madrileños, aunque el producto final quedará empañado por una cierta frialdad que impidió que su música calara hondamente en el público, que apenas ocupaba la mitad del teatro en la sesión de presentación. Es una formación de siete músicos que tiene su origen en los trabajos de Antón Seoane y Rodrigo Romaní sobre el folklore gallego. Básicamente instrumentales, sus temas plantean una recuperación vitalista y actual de la música tradicional de su tierra, intentando conectarla con una sensibilidad contemporánea. Ellos mismos reconocieron en el recital que no son ni etnólogos ni investigadores del folklore, sino -añadimos nosotros- creadores e intérpretes que parten de sus raíces musicales para desarrollar una línea artística que emparenta también con el conjunto de los folklores de raíz celta, Escocia, Irlanda y Bretaña, fundamentalmente.
El problema que crea, no obstante, la adaptación del folklore a una sensibilidad actual y moderna queda tan sólo planteado en los trabajos de Milladoiro, que no han llevado su evolución más allá de la tímida incorporación de: unos teclados y alguna guitarra acústica a su música. Y ese es probablemente el tema central de sus esfuerzos, que en este recital no quedaron suficientemente clarificados.
Más acertados en los temas lentos y matizados que en los rápidos, probablemente achacable a una cierta falta de contundencia en la base rítmica que utilizan, excesivamente somera, algunas de las composiciones que interpretaron alcanzaron, a pesar de ello, la belleza que encierran sus discos. Versiones como la que hicieron del clásico británico Greensleeves, o las de temas tradicionales como la Foliada de Tenorio o la Muñeira de Pontesampaio, dieron la talla de su calidad, que, por desgracia, no resultó uniforme.
Igualmente destacadas fueron las escasas composiciones del miembro del grupo que tocaron, especialmente Un ratón en París, un vals compuesto por Michel Canada, el violinista francés del grupo.





Milladoiro, tradición y modernidad
Solfafria. CBS. S-2639S.
EL PAÍS. JULIO 1985

¿Tradición o modernidad? Un dilema que parece traer de cabeza a los que se enfrentan en España con la música popular. ¿Es posible hacer una música que exprese sentimientos contemporáneos y sea de hoy sin perder sus señas de identidad tradicionales?

Milladoiro ha encontrado desde hace tiempo una solución personal que se refleja a la perfección en su último trabajo discográfico. Una solución que tiene como elementos fundamentales el rigor en el tratamiento del material tradicional que utilizan, la riqueza y complejidad musical de los arreglos y el virtuosismo instrumental. Con todo ello, el grupo gallego ha construido una obra rica en matices y sugerencias que parte de sus raíces gallegas para encontrar la modernidad sin buscarla desesperadamente, sino profundizando en su esencia, desde una perspectiva, de contemporaneidad, que no se para en la contemplación adocenada de las modas sino que las dinamita con sabia combinación de ritmos y sonidos tradicionales.

Ocho temas de los cancioneros tradicionales y dos creaciones propias componen este disco, grabado en Irlanda con la colaboración en la canción Lila, de uno de los mitos de la música irlandesa, Paddy Moloney, del grupo The Chieftains. Canciones que conectan directamente con la música de raíz celta pero que resultaría reduccionista encuadrar en ese estilo, porque es un disco que supera cualquier encuadramiento genérico.

Desde la riqueza rítmica de la Alborada de Pontecaldelas hasta el sosegado transcurrir de Os amores de Brunilda e Joseph K, canción de título cultista debida a la inspiración de otro miembro del grupo, Antón Seoane, el disco discurre por caminos de sutil belleza que no oculta la sencillez de las melodías populares con la estudiada y compleja armonización de las composiciones.

Nada sobra en este disco, en el que sólo la tímida introducción de los teclados sintetizados rompe con la utilización de instrumentos acústicos. Es una invitación a la fiesta y a la reflexión que el dominio musical e instrumental de Milladoiro convierte en una obra imprescindible de la música tradicional de nueva creación.






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La pérdida de las colonias, la guerra de Marruecos y la creciente industrialización de España contribuyeron de manera decisiva a transformar radicalmente el panorama político español, al que accedieron con fuerza y pasión las capas populares de la población, obreros y campesinos, rompiendo el monopolio de la oposición política que hasta entonces había mantenido la burguesía ilustrada, liberal, republicana y progresista, y radicalizando los enfrentamientos con el régimen monárquico. La unión de los obreros en los primeros sindicatos anarquistas y socialistas y la aparición de los partidos de clase potenciaron el surgimiento de un nuevo tipo de prensa popular en la que la ilustración gráfica, el chiste y la caricatura, cargadas ya de fuertes significados satíricos e ideológicos, ocupo un lugar predominante, dada la facilidad con que la mezcla de dibujos y textos permitía comprender los mensajes emitidos a unas capas sociales, un proletariado incipiente y un campesinado sometido al dominio caciquil, en buena medida aún analfabetas.

Desde que El Eco de la Clase Obrera, primer periódico obrerista de España antes de que existieran sindicatos como tales, comenzó a publicarse en 1855 en Madrid, aunque tanto su fundador, el tipógrafo Ramon Simó i Badia, como su inspirador, Fransçesc Pi i Margall, exministro de la primera República de ideas federalistas, fueran catalanes, las publicaciones de clase se multiplicaron y diversificaron de manera vertiginosa.

Las primeras fueron las anarquistas, que aparecieron incluso antes de que la CNT se fundara en 1910. Así, La Federaciónse creó en 1869, La Emancipación en 1871, y Solidaridad Obrera, que sería el periódico anarquista más difundido, en 1907. Especial relevancia alcanzó en el campo teórico y cultural del anarquismo, no tanto en el gráfico, La Revista Blanca, dedicada, según indicaba en cada número su portada, a “Arte, Ciencias, Literatura y Sociología”, que dirigió el novelista y pensador libertario Federico Urales, padre de Federica Monseny, en dos etapas, de 1898 a 1905 y de 1923 a 1936.


Pablo Iglesias fundó El Socialista en 1886, siete años después de que 15 compañeros le hubieran acompañado en la creación del Partido Socialista Obrero Español en una tasca madrileña, y en 1896 hizo lo propio con Unión Obrera, órgano de la Unión General de Trabajadores.

Nacida en 1910 como órgano de las Juventudes Socialistas, Renovación pasaría 10 años después a convertirse en El Comunista, primera publicación regular que editaron en España los partidarios de la III Internacional leninista que acababan de fundar por esas fechas el PCE. Se adelantaron en 10 años a Mundo Obrero, órgano oficial del partido desde entonces, que salió a la calle el 13 de agosto de 1930 con el lema “Defensor de los trabajadores de la ciudad y el campo”.

A partir de estas publicaciones “madre”, el pensamiento de izquierdas (de las varias izquierdas, porque las izquierdas siempre han sido varias frente a una derecha que era sólo una) se ramifico en revistas y folletos editados por organismos centrales, provinciales y locales, secciones profesionales de los sindicatos y asociaciones culturales, recreativas o sociales de todo tipo. Fue tal la cantidad y la variedad que en la actual hemeroteca de la Fundación Pablo Iglesias se conservan más de 500 títulos editados entre 1886 y 1939. Fue tal la variedad, que incluso en 1932 llegó a editarse en Sabadell La Lucha, revista trimestral que se presentaba como “Publicación Cristiana Anticlerical de Cultura Progresista” (¿Alguna revista del catolicismo progresista posterior se ha atrevido a declarar algo parecido?).

Es cierto que en un principio todas estas publicaciones prestaron poca o nula atención al chiste o la caricatura como instrumento de lucha ideológica, y no fue hasta finalizados los años 20 cuando comenzaron a incorporar a los humoristas gráficos a sus redacciones, una tendencia que se aceleró con la llegada de la República.

No obstante, en el terreno de la ilustración gráfica, el chiste y la caricatura, surgieron nuevas publicaciones, de una radicalidad más acusada que las revistas satíricas del siglo anterior. Los últimos años de la monarquía, y especialmente los de la dictadura de Primo de Rivera y la República fueron el marco histórico en el que se consolidaron y radicalizaron las viñetas satíricas españolas, que ya sin subterfugio alguno apuntaron sus lápices contra el militarismo, el caciquismo, el clericalismo y la explotación social.

La huida del rey Alfonso XIII la noche del 13 de abril de 1931, tras la derrota abrumadora sufrida en las elecciones municipales, y la proclamación el día siguiente de la II República, desató un aire de libertad y entusiasmo, pero también de enconados enfrentamientos políticos, que radicalizó de manera inmediata los periódicos y, con especial virulencia, las revistas satíricas y de humor.

Fue un fenómeno que afectó de manera similar a las publicaciones de izquierdas y derechas, aunque de manera similar a como ya se ha visto, unas y otras eran de muy distintos carácter. Al igual que sucedería durante la guerra, las revistas republicanas y antifascistas fueron más numerosas y variadas que las que se publicaron bajo la advocación de la vieja reacción española, caciquil, militarista, clerical y antiobrerista.

En ese terreno, el humor satírico ilustrado tuvo cada vez mayor presencia en los periódicos de derechas, como El Debate, La Nación, órgano oficioso del dictador Primo de Rivera, o el que quizás sea el más antiguo de ellos, el tradicionalista y carlista El Siglo Futuro, que pese a haber nacido en 1875 no incorporó la caricatura y el chiste político a sus páginas hasta octubre de 1932, ya en pleno periodo republicano.

En el mismo bando, en septiembre de 1931 apareció el primer número del semanario Gracia y Justicia, que publicado por la Editorial Católica habría de convertirse en uno de los principales fustigadores de la República mediante la sátira dibujada. El lema que le definía era ya significativo: “Órgano extremista del humorismo nacional” y a él hicieron gala aunque llegara a costarles sangre. Hasta tal punto se pusieron a la labor, que la revista fue suspendida durante cuatro meses en agosto de 1932, a raíz de su apoyo al intento de golpe militar protagonizado por el general Sanjurjo, situación que solventaron los responsables de la revista cambiándole el nombre y sacándola a la calle hasta enero del año siguiente con el título de Bromas y veras, un paliativo que no era novedoso, pues ya antes lo habían practicado otras revistas y volvería a ser utilizado posteriormente, como veremos, en publicaciones básicamente de izquierdas.

El triunfo del Frente Popular en los comicios de febrero de 1936, que devolvió el gobierno a los partidos progresistas y de izquierda tras el involucionista bienio negro que había encabezado Gil Robles, condujo al cierre de Gracia y Justicia apenas una semana después del cambio de gobierno. De sus páginas salió toda una generación de humoristas de derechas, del maestro K-Hito --seudónimo de Ricardo García López, al que más abajo encontraremos al frente de publicaciones infantiles esenciales como Macaco y Gutiérrez, y al que ya hemos visto con sus inteligentes y vanguardistas chistes en La Ametralladora o La Codorniz-- a Orbegozo, Galindo, Maciá, Morán, Prieto y Soravilla, que tras la guerra formarían parte de los humoristas del régimen.

También Gracia y Justicia pagó el precio de su ideología, con varios de sus colaboradores detenidos en Madrid al estallar la guerra civil. El director de la revista, Manuel Delgado Barreto --un veterano periodista que había dirigido otras publicaciones de humor, como El Mentidero, y el diario La Nación, y que ya en la República había sido el responsable de El Fascio, órgano de expresión de Falange desde el que José Antonio Primo de Rivera había lanzado sus principales consignas políticas--, y el dibujante Gerardo Fernández de la Reguera y Aguilera --que con el nombre de Areuguer había firmado la mayor parte de las excelentes portadas a dos colores de la revista, al margen de su significado político-- fueron detenidos a los pocos días del golpe militar del 18 de julio. En noviembre de 1937, mientras las tropas rebeldes acosaban la capital y se encontraban ya a las puertas de la capital, formaron parte de los aproximadamente 2.500 derechistas fusilados en Paracuellos del Jarama, entre ellos el dramaturgo Pedro Muñoz Seca.



Para el objetivo de estas páginas, que tratan, no se olvide, de los historietistas rojos y no de los del bando contrario, resulta significativa la presencia entre los colaboradores de Gracia y Justicia de Joaquín de Alba, que con seudónimo de Kin firmaría una buena parte de las miles de caricaturas y chistes que haría en su vida.

Joaquín de Alba había nacido en Cádiz en 1912 y ya en 1931, con 19 años de edad, se le podía encontrar como dibujante de la recién nacida Gracia y Justicia y del veterano, y derechista, diario La Nación. Al estallar la sublevación militar el 18 de julio de 1936 fue detenido junto al director y a otros redactores de la revista, si bien fue liberado poco después, según parece por influencia de Santiago Carrillo, responsable de la seguridad en el Madrid resistente, al que habría recurrido el hermano del dibujante, militante comunista y dirigente de la UGT, la organización sindical en la que por la época convivían socialistas y comunistas.

Ya en la calle, Kinse pasó a la zona “nacional”, llegando a través de la sierra madrileña hasta Burgos, en donde dibujó para El Norte de Castilla y formó parte del Servicio de Prensa y propaganda de los rebeldes que dirigía Dionisio Ridruejo. Esta relación no fue circustancial, pues bien podría considerarse a Joaquín de Alba integrante de ese grupo de jóvenes intelectuales franquistas, falangistas o católicos, que, encabezados por Ridruejo e integrado por nombres tan destacados después como los de José Luis López Aranguren, Luis Rosales, Pedro Laín Entralgo, Antonio Tovar o Joaquín Ruiz Jiménez, se desengañaron pronto del régimen y pasaron a enfrentarse a él con mayor o menor energía. Habrá que añadirle a la lista generacional, porque no conozco ningún estudio sobre el tema en el que se le cite.

Joaquín de Alba fue de los que, como el propio Ridruejo, estuvieron entre los primeros en incorporarse a la División Azul para librar del comunismo a Rusia, aunque parece ser que fue la crueldad nazi aplicada a los ciudadanos soviéticos, tantos los crímenes y barbaridades a las que asistió, que al regreso era otro hombre. No obstante, al poco de regresar de la Unión Soviética entró como principal caricaturista de Arriba, el diario oficial del Movimiento.

La interiorización de su disidencia con el franquismo se fue acentuando hasta que en 1954 decidió exiliarse a Estados Unidos para no regresar a España hasta 1978. En el exilio se convirtió en uno de los grandes caricaturistas políticos de América a través de sus colaboraciones regulares en The Washington Daily News, siendo candidato al premio Pulitzer a la mejor caricatura del año en 1966, un año después de que el National Right to Work Committee le otorgara su premio a las dos mejores caricaturas anuales. Falleció en Palma del Río, Córdoba, en 1983.



En el otro lado del espectro político, la ilustración satírica y política estuvo mucho más dispersa y contó con un mayor número de autores, que desde muy distintos enfoques ideológicos, defendieron a muerte las aspiraciones democráticas y republicanas y se opusieron con firmeza a cualquier intento de desestabilizarla y acabar con ella cuando al fin se consiguió en 1931. La utilización de el humor grafico como vehículo ideológico se puede rastrear en todos los diarios de la época, tiene especial relevancia el que Bagaría y otros dibujantes publicaron en El Sol, el periódico fundado en 1917 por Nicolás María de Urgoiti(promotor también de Unión Radio, predecesora de la actual cadena SER), que bajo la dirección de José Ortega y Gasset se convirtió en el principal diario pro-republicano y en cuyos talleres se imprimió, tras la guerra civil, Arriba.


No obstante, lo más del humorismo gráfico se publicó en la infinidad de revistas satíricas de la época, en las que el chiste, la historieta y la caricatura política tuvieron una presencia de singular importancia. El conjunto de la obra publicada en ellas por una infinidad de autores especialmente destacados en la historia del tebeo y la ilustración española constituye una documentación de primera línea para conocer las ideas, los usos y costumbre y, en general, la historia de ese periodo histórico.

Si las publicaciones de la derecha tomaron por dianas de sus envenenados dardos humorísticos a los políticos republicanos, los sindicatos, la masonería y otras instituciones y personajes progresistas, las de izquierda volcaron toda su artillería dialéctica contra militares, curas, monjas, cabecillas reaccionarios, capitalistas y terratenientes de toda laya y condición. Se estaban afilando las plumas y los lápices ante la guerra civil que se avecinaba y que, a su conclusión, acabaría premiando a los que habían apoyado a los vencedores con honores y prebendas y condenando en muchos casos a los defensores de la República con la cárcel, el exilio o la muerte.

El entusiasmo desatado por la llegada de la República provocó, como hemos visto, las propias publicaciones anti republicanas, aunque también promovió revistas a favor. En septiembre de 1931 apareció Fray Lazo, cuyo subtítulo, “Diario anticlerical cortésmente desvergonzado”, ya daba noticia de su envenenada ironía y no dejaba duda sobre su contenido. Sería una tenaz denunciadora de los excesos del clero, al que caricaturizó con feroz insistencia hasta que el triunfo militar y religioso en la guerra civil, que la dejó fuera de circulación. Sin embargo, los medios más fecundos en el terreno del humorismo gráfico se correspondieron con revistas que venían de lejos y aguantarían hasta el último momento. Intentaremos dedicarle alguna atención a las dos que se encentran entre las más longevas y que sin duda fueron las más influyentes entre las clases populares: la valenciana La Traca y la catalana L’Esquella de la Torratxa.

Desde su nacimiento en 1984 de la mano de Manuel Lluch i Soler, La Traca fue una revista tocapelotas que a la hora de la crítica no se cortaba ni con el filo de un hacha. Ya en su primera etapa, que duraría tres años, fue cerrada siete veces por orden de la autoridad gubernativa, que la acusó desde por injurias al Rey hasta por denunciar que en Valencia se organizaban juegos clandestinos. La última de ellas, que acabó con el director entre rejas, conllevó el cierre definitivo, que aunque al final no fue tal, implicó un silencio de 24 años.

Reapareció en 1911, bajo la dirección de Vicent Miquel Carceller, que sería su responsable hasta el cierre definitivo a finales de 1938, ya con las tropas sublevadas cercando los últimos territorios aún en poder de la República. Esta segunda etapa no fue menos acerada que la primera desde la misma reaparición, y en 1912 una caricatura de Alfonso XIII llevó a Carceller a la cárcel. En este tiempo se acentuó su carácter político, obrerista y antiburgues, aunque no por ello dejó de abordar otros temas costumbristas o incluso sicalíptico, esa palabra preciosa hoy en desuso que servía para definir un incipiente erotismo picaresco que hoy sería autorizado a los menores de la casa pero que entonces constituía un claro motivo de escándalo.

Las relaciones entre el poder y La Traca siguieron siendo conflictivas, de tal manera que la revista volvió a ser suspendida de nuevo en 1924, ni siquiera un año después del golpe militar de Primo de Riveraestableciera la dictadura, lo que abriría un nuevo periodo de silencio, aunque esta vez sólo fuera de 15 años. En realidad, el silencio no fue completo ni real, sólo simulado, pues Carcellerutilizó la trampa que ya hemos visto de inventar un nombre nuevo para seguir haciendo lo mismo. Así se inventó La Sombra, “semanari festiu y lliterari”, que publicó 87 números hasta que en 1926 la rebautizaron como La Chala, recuperando un título que había pertenecido anteriormente a una revista fallera, dando lugar a una revista independiente que siguió publicándose, aún cuando reapareció la original, hasta el final de la guerra civil.


El 21 de abril de 1931, justo la semana siguiente a la derrota de la monarquía y la proclamación de la deseada República, La Traca volvió a estar en la calle, ahora en castellano y no en catalán, para iniciar una nueva y última etapa. Su apoyo a los principios republicanos y sus críticas a la tibieza a la hora de aplicarlos, fue constante, lo que le costó de nuevo la suspensión durante el llamado bienio negro (1934-1936), únicamente dos simples años, en el que la derecha accedió al poder bajo la jefatura de Gil Robles e intentó desmantelar lo conseguido durante el trienio anterior. Cuando regresó de nuevo tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 ya estaba gestándose la sublevación militar que desembocaría en la guerra civil, en la que la revista valenciana desempeñó un importante papel propagandístico, lo que condujo al paredón a su director y a dos de sus colaboradores, como hemos visto en el capítulo anterior de esta historia en flash back.

No menos accidentada que la de La Traca fue la existencia de L’Esquella de la Torratxa, la segunda publicación en catalán más longeva de la historia, de la que llama la atención que fuera creada y mantenida, por alguien que se llamaba Inocencio López Barnagossiy que regentaba la Librería Española en Barcelona. También había fundado La Campana de Gracia, otra revista emblemática del catalanismo, a la que sustituyó L’Esquella en sus dos primeras e interrumpidas apariciones, en 1872 y 1874 con motivo de sendas suspensiones de la revista madre, para comenzar a publicarse de manera definitiva e ininterrumpida, excepto por las consabidos cierres temporales, desde 1879 hasta el 6 de enero de 1939, la misma semana de la caída de Barcelona en mano franquistas.

Hay que reconocer que las revistas de la época no engañaban a nadie desde el mismo lema que las encabezaba. El que definía lo que era L’Esquella de la Torratxano podía ser más evidente y sincero: “Periòdich satíric, humorístich, ilustrat i literari. Donarà al menys uns esquellots cada setmana (Periódico satírico y humorístico, ilustrado y literario. Dará como mínimo una polémica cada semana)”. Y bien que cumplió su promesa.

L’Esquella de la Torratxapublicó un total de 3097 números, que la convertieron en la principal publicación satírica ilustrada, no sólo de Catalunya, sino, con La Traca, de toda España, tanto en los largos años que fue propiedad de la familia López, pues los hijos de don Inocencio habían continuado la labor editorial del padre, como cuando, a raíz del estallido de la guerra, se hizo cargo de ella el Sindicato de Dibujantes Profesionales de Barcelona. En ella colaboraron los más importantes intelectuales y escritores catalanes, siendo cuna de varias generaciones de ilustradores y caricaturistas que marcarían la historia que aquí se está abordando con letras de oro.

Aunque desde 1907 estuvo dirigida siempre por Josep Roca i Roca, la responsabilidad editorial recayó en diversas etapas en intelectuales tan significados en la cultura catalana fueron Màrius Aguilar, Prudenci Bertrana, Francesc Madrid, Lluís Capdevila, Ramon Vinyes y Pere Carlders, entre otros, contándose en su larga lista de redactores con Santiago Rusiñol, Gabriel Alomar o Ramón Reventós. La nómina de dibujantes fue realmente deslumbrante: Apeles Mestres, Bagaría, Manuel Moliné, Marià Foix, Xavier Nogués, Isidro Nonell, Josep Costa (Picarol), Feliu Elias (Apa), Goñi, Jaume Passarell, Escobar, Ricardo Opisso, Tisner 


Llegados a este punto, se debería prestar una cierta atención particularizada al humorismo gráfico satírico catalán y a sus publicaciones, pues fue, sin duda el más importante de toda España en aquellos primeros 39 años del pasado siglo, y aún del anterior. El entusiasmo liberal y republicano a que dio lugar el sexenio democrático, iniciado  con la destitución de Isabel II en 1868 y concluido tras los apenas dos años de la Primera República Española, de febrero de 1873 a diciembre de 1874, fomentaron el género en el conjunto del Estado, aunque en Catalunya tendría características especiales. A aquella inicial explosión de libertad de expresión generalizada, se juntaron en Catalunya el esplendor cultural que supuso la Renaixença, la explosión de los sentimientos nacionales y el auge de las organizaciones obreras, especialmente anarquistas, que supuso la fuerte implantación industrial. Todo un conjunto de circunstancias que cuajó en publicaciones en catalán de fuerte contenido político y satírico hasta sumar una cifra que ronda las 200, según se puede consultar en las que están escaneadas en el Archiu de Revistes Catalanes Antigues, un trabajo de recuperación bibliográfica que prácticamente no tiene parangón en España, a no ser por el que se puede encontrar en la hemeroteca digitalizada de la Biblioteca Nacional, más amplio, pero quizás menos minucioso, dado el territorio estatal que abarca.

Ya en 1865, en plena Renaixença, Albert Llanasfundó la primera de ellas, Un tros de paper, a la que siguieron publicaciones como Lo Noy de la Mare, La Xanfania, L’Embustero o La Rambla, iniciando un reguero de palabras y dibujos impresos que incluiría revistas fundamentales para el tema que estamos intentado tratar. Reseñaremos brevemente algunas de las más importantes, a beneficio de inventarío y sin ánimo de exhaustividad.








Justo será empezar por la más veterana y la más longeva, La Campana de Gracia, hermana de L’Esquella de la Torratxa, con la que compartió plantilla de colaboradores y con la que bien pudiera intercambiar sitio en esta reseña. Creado por el mismo Inocencio Lópezen 1870 se publicó, insisto que con los paréntesis obligados por las repetidas suspensiones, durante 64 años y publicó un total de 3.403 números. Seguidora del republicanismo moderado de Pi y Margall durante la primera República, defendió a Castelar en la restauración monárquica, más interesada como estaba en un principio en la política estatal que en la catalana. Esta ideología inicial se fue radicalizando con el tiempo, hasta acabar en 1932 siendo propiedad de Esquerra Republicana de Catalunya.




El dibujante y humorista Feliu Elias, Apa, fundó Papitu en 1908 con la intención de dar una visión de la cultura y de la política desde la izquierda y el catalanismo, sin pelos en la lengua y sin complejos. Elias fue procesado durante la dictadura de Primo de Rivera, por lo que tuvo que exiliarse en Francia y dejar la revista en manos de Francesc Pujols, que introdujo más humor y, sobre todo, dio cabida a las insinuaciones, el erotismo y el doble sentido sexual que caracterizan al arte sicalíptico. Tanto debió ser el escándalo que estuvo prohibida por razones morales entre 1923 y 1926, periodo en el que fue reemplazada sin ningún complejo por un clon al que titularon, por si no se notaba en la maquetación idéntica y en los mismos colaboradores, Pakitu. Aunque siempre se editó en catalán, entre junio de 1909 y mayo de 1910, se publicó una edición en esperanto (algo que también hizo por aquellas fechas Cu Cut, de la que hablamos a continuación), aquel intento utópico y hermoso de crear un idioma de comprensión universal, que no supusiera el dominio o la extinción de ninguna lengua propia de cualquier comunidad nacional. Por favor, comprobar cómo sigue siendo el esperanto en este enlace http://enesperantujo.blogspot.com.es/2012/07/jen-la-lauroj.html, que además detalla lo que estamos comentando.



Cu-cut se fundó en 1902 bajo la advocación de Françesc Cambo y su Lliga Regionalista. Dirigida por Manuel Foch y Torres, en sus páginas publicaron muchos de sus primeros chistes y caricaturas Llaverias, Junceda, Opisso, Apa, Bagaria, Smith o Lola Anglada. Más moderada que la Campana de Gracia o L’Esquella de la Torrataxa, se fue escorando progresivamente a la izquierda, hasta el punto de que un chiste de Junceraspublicado en 1905, considerado ofensivo para el honor militar, provocó su suspensión por cinco meses. Tal fue su radicalización, que los dirigentes de la Lliga decidieron cerrarla en 1912. Había publicado 518 números y vendía 60.000 ejemplares semanales.

Ya en la República, el mismo 1931, se fundó El Be Negre, que una vez más intercambió colaboradores con otras publicaciones semejantes. Prosa, ripios, viñetas y caricaturas les sirvieron para ofrecer una imagen descarnada de la cultura, la sociedad y la política catalanas, la milicia o el clero, sin dejar títere sin cabeza, figurando entre sus víctimas casi en igual proporción españolistas y dirigentes de Esquerra Republicana. Con el estallido de la guerra civil dejó de publicarse, y en la confusión y las luchas intestinas de la Barcelona de aquellos años, milicianos de la FAI asesinaron a su director, Josep María Planes.

Si las publicaciones de la derecha tomaron por dianas de sus envenenados dardos humorísticos a los políticos republicanos, los sindicatos, la masonería y otras instituciones y personajes progresistas, las de izquierda volcaron toda su artillería dialéctica contra militares, curas, monjas, cabecillas reaccionarios, militares, capitalistas y terratenientes de toda laya y condición. Se estaban afilando las plumas y los lápices ante la guerra civil que se avecinaba y que, a su conclusión, acabaría premiando a los que habían apoyado a los vencedores con honores y prebendas y condenando en muchos casos a los defensores de la República con la cárcel, el exilio o la muerte.


Para el nene y la nena

Cuentan quienes saben que en 1910 el dibujante y guionista José Robledano Torres, al que ya hemos encontrado en presidio y condenado a muerte en los capítulos anteriorres, publicó en la revista Infancia, que dirigía, la serie “El suero maravilloso”. En ella, por primera vez en España los diálogos de la historieta se situaban no al pie del dibujo, como era habitual en las aleluyas, sino dentro de globos en el interior de la propia viñeta, introduciendo así en nuestro país el modelo narrativo de origen anglosajón que iba a ser habitual a partir de entonces en la historieta dibujada.

Aunque las revistas infantiles ya existían en España prácticamente desde que los avances técnicos de la imprenta habían permitido las publicaciones periódicas de gran tirada, habiéndose datado en 1798 el nacimiento de la primera ellas, Gaceta de los niños, no sería hasta la innovación de Robledano cuando este tipo de publicaciones alcanzarían una importante difusión entre los niños a los que iban dedicadas.

En un principio, las revistas de historietas ilustradas infantiles aparecieron como suplemento semanal de ciertos periódicos diarios. Tal fue el caso de Gente menuda, que acompañó la edición dominical de ABC desde 1906 y en la que colaboraron buena parte de los dibujantes y guionistas que luego iban a repartirse entre las diversas revistas que siguieron: Atiza, Robledano, Xaudaró o Cilla. Con periodos de silencio, exclusivamente por razones editoriales, bien como suplemento del diario monárquico y del semanario Blanco y Negro o bien como publicación independiente, Gente Menuda prolongó su andadura hasta prácticamente llegado el siglo XXI.





En 1917 se creó TBO, que tal vez por la sencillez y sonoridad de su título y el inteligente juego verbal que planteaba se convirtió pronto en el nombre genérico con el que se denominarían desde entonces las revistas de historietas infantiles.




Anterior era, sin embargo, la catalana En Patufet, que se editó de 1904 a 1938 (aunque volvió a editarse, todavía en pleno franquismo, entre 1968 y1973) y que también sirvió para denominar el género en catalán.




Las dos primeras décadas del siglo vieron también el nacimiento de otras publicaciones tan importantes como Dominguín (1915), Charlot (1916) o, posteriormente, Pulgarcito (1921), Buen Humor (1921) o Pocholo(1931).












Especial interés ofrecen Gutiérrez (1927) y Macaco (1928), más infantil la segunda y tendiendo hacia el humor estilizado y abstracto la primera, tanto por la originalidad de su planteamiento como por la relevancia de sus principales colaboradores. Aunque entre ellos los hubo de todo tipo, como los republicanos Antoniorobles, Escobar o Bluff, el cuerpo central estuvo compuesto por humoristas como K-Hito, que las dirigió, Miguel Mihura, López Rubio y Tono, que luego formarían parte de lo más granado del teatro y el humor franquistas de la postguerra, siendo los responsables de crear en plena contienda La Ametralladora, la revista de humor adulto que tendrían continuación en La Codorniz.




La importancia de los humoristas que colaboraron en estas publicaciones de las dos primeras décadas del siglo radica tanto en que crearon una formas de lenguaje específicas, que en las décadas posteriores alcanzarían gran predicamento entre el público infantil, como en la distinta evolución política que siguieron cuando la República vino a extremar las ideologías, lo que contribuyó a los muy enfrentados destinos que tuvieron que afrontar al finalizar la guerra civil. 



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Mi novia es una estrella 
del vídeo porno








Albert Pla

1

Mi novia es una estrella del vídeo porno. Cuando lo descubrí no daba crédito, no entraba en mi cabeza, y sin embargo, tenía delante de mí una prueba que no podía ignorar. Ella, tan modosita, siempre tierna y romántica, cariñosa y dulce, tímida e incluso timorata, convertida, de repente, en la encarnación de todos los vicios.
        
Nunca antes había entrado en un sex-shop, jamás había sentido la necesidad de hacerlo, y si lo visité aquella vez fue movido por una mezcla de curiosidad, morbo y el empujón que me dio Macario, un compañero del curro que aseguraba que no se podía morir uno sin ver una colección de  consoladores colocados en fila, de mayor a menor. Yo intentaba convencerle de que los vibradores en formación, aunque fuera marchando al ritmo de tambor que les pudieran imprimir sus pilas alcalinas, no eran mi fantasía sexual preferida, ni siquiera la duodécima de la lista, pero el argumentaba que no era una cuestión sexual, sino artística.

“Eso lo dices porque eres un ignorante”, me reprochó el conserje esteta mientras contemplaba arrobado una vitrina de rasuradas vaginas de plástico y fantaseaba sobre cómo se podrían exhibir en el Reina Sofía poniéndoles dientes y simulando que cada una de ellas devoraba a los siete enanitos. “Sería una instalación cojonuda –concluyó--. La titularíamos Blancanieves renuncia al Príncipe encantado”, para añadir entre dientes como colofón práctico: “la crueldad y la polémica venden”. Y es que Macario, además de pornógrafo y miope de culo de vaso, es un alma sensible amante del arte de vanguardia y apasionado de los hermanos Chapman. Aún le recuerdo comentándome sus desgracias de coleccionista el día que le conocí en el bar del ministerio. Ahorrando euro a euro de su magro sueldo funcionarial había conseguido hacerse con una de las latas de excrementos en conserva que Piero Manzoni puso a la venta a precio de cocaína un año antes de morir. Tartamudeando y compungido me contó los últimos rumores sobre que la lata no contenía en realidad mierda del artista sino simple, vulgar e incorruptible yeso. “Para una inversión de futuro que he hecho en mi vida y ahora resulta que es una mierda”, se quejaba ante un vaso de cerveza ya caliente sin darse cuenta del contrasentido de su desgracia. 

Pero dejemos a Macario, que bastante tiene con lo que tiene. Les estaba hablando de mi novia, y sigo a lo mío. Había conocido a Helena, con hache, hacía casi dos años y nuestras relaciones hasta ese momento habían sido las propias de una pareja que se quiere apasionadamente, pero que, por algún motivo, siente una cierta incertidumbre sobre si ese amor que ha nacido entre ellos será eterno --inmune al tiempo y a su paso inclemente--, o si la convivencia diaria --los pelos en el lavabo, los calzoncillos en el suelo, el bote de azúcar sin tapar, la elección de la cadena en la televisión y todos esos grandes problemas con que la realidad va minando el enamoramiento-- no acabarían por diluir la pasión en un mar de monotonía y conflictos.

Para ahuyentar la bicha, cada uno vivíamos en nuestra casa. Ella trabajaba, al menos eso creía yo hasta entonces, en una distribuidora internacional de cosméticos, lo que la obligaba a frecuentes viajes, tanto por el interior de España como por el extranjero. A causa de su profesión pasábamos temporadas de separación en las que yo la suponía en este o aquel país, aburrida en cualquier aburrida convención de directores de marketing, o, en los momentos más duros, asediada por el subjefe de la sucursal de Atenas. Sólo ahora me doy cuenta de que en realidad ignoraba su paradero en aquellos viajes y lo que hacía en realidad en ellos, pues sólo nos comunicábamos por móvil o facebook y yo creía a pies juntillas todo lo que me contaba. Ella me decía que se iba a Gijón, a un cursillo con unos clientes, o a una feria internacional de Milán, o a intentar ampliar el mercado de tal o cual firma en Argentina, y yo, palabra de santo. Nos llamábamos casi a diario, ella a mi casa o a mi oficina, yo a su móvil, y manteníamos largas conversaciones en las que ella se quejaba del tedio de las largas demostraciones en algunos grandes almacenes de la ciudad donde estuviera y yo de cualquiera de los muchos líos del Ministerio de Economía, en el que trabajaba y aún trabajo. Algunas veces hicimos sexo por internet. No fue tan mal como yo pensaba que sucedería, aunque la noté un poco retraída.

Así transcurría nuestra relación, placentera y cómoda como la de un matrimonio de osos panda, hasta el día en que, por casualidad, hube de enfrentarme de sopetón a que Helena tenía otra vida de la que yo no participaba.

Hagamos flash-back: Macario, ya saben, el esteta, me había llevado a un supermercado del sexo que está en la calle de Atocha, junto a la plaza de Antón Martín, en la acera de los pares. Macario había resultado un guía excelente, experto y ameno, y desde el vestíbulo, inhóspito como un garaje en agosto, fue dándome detalles, aclarándome dudas, desbrozándome misterios, ilustrándome, en suma, con su enciclopédico conocimiento del tema.
        
Llevado de su mano e ilustrado por su sabiduría fui descubriendo, sin solución de continuidad, un mundo ignoto y desconocido, más por vergüenza que por auténtica falta de interés, que aparentemente prometía insondables fuentes de placer pero tan sólo daba profilácticos remedios a la insatisfacción. Las cabinas de vídeo parecían celdas de un penal imaginario y sombrío, al que los presos fueran voluntarios para redimir su vida insatisfecha. La pasarela en la que se desnudaban chicas ante cuatro pares de ojos somnolientos, el puente de los suspiros. El expositor de la tienda del piso superior, un escaparate de la soledad humana. 
        
Dejé a Macario ayuntando con su imaginación en plena orgía de ideas y di una vuelta por la sala. En un rincón, entre la lencería erótica de tejidos imposibles y las muñecas hinchables de boca siliconada, frente a la vitrina de los mil y un consoladores, estaba la sección de CD´s porno. Películas de todo tipo: bestialismo y simples polvos, dúos en habitaciones cerradas y tríos en un jardín, orgías nocturnas al borde de una piscina y supuestas reconstrucciones históricas con despelote generalizado en las almenas de un castillo medieval, lesbianismo entre rubias y morenas, homosexualidad de grandes penes, cráneos rapados y culos apretados, sexo entre ancianos y jovencitas,  jovencitos y ancianas en pleno sexo, exhibicionistas, travestis, lluvia dorada, sadomaso y sexo oriental.
        
-Cada loco con su tema y cada humano con su paja --concluyó Macario, que es un sabio popular travestido de ordenanza con librea, mientras contemplaba  con ojos de catador de vino francés la interminable sucesión de portadas adornadas con las más esplendorosas mujeres, que nada dejaban en su exhibición a la curiosidad del posible comprador.
        
Y en medio de todas ellas, Helena. Desnuda, impúdica, sonriente,  provocativa, hiriente. La película se titulaba Jóvenes depravadas y se veían en la portada dos parejas en plena faena. La silueta reconocida estaba fotografiada de frente, en cuclillas, ensartada en un hombre de piernas delgadas y pies con juanetes. Llevaba un liguero que yo le había regalado y, aunque tenía la cabeza echada hacía atrás y apenas se le distinguía el rostro, la reconocí; aparte de por el liguero, de los que sin duda había muchos iguales en el mercado, por la curva de sus caderas, el peso intangible de sus pechos, el corto vello de su pubis y la marca de nacimiento que tiene en el tobillo izquierdo: un gran lunar oscuro con forma de nube, o elefante, o coche de bomberos, según el punto de observación, detalles todos que la delataban a ella y sólo a ella, como una huella dactilar de cuerpo entero, como un ADN del exceso.
        
Un hombre apático y aburrido atendía el mostrador. Verle allí, inconmovible como un dependiente de ultramarinos, un peluquero sin faena o un funcionario de la posta y el timbre, rodeado de aquel abigarrado escenario de sexo obsceno y aséptico me hizo reflexionar un momento sobre el destino del ser humano. Compré la cinta de vídeo como si la cosa no fuera conmigo, me la dio en una bolsa de plástico negra, sin cartel ni inscripción que delatara su origen, como si la cosa no fuera con él, y me la llevé a casa, colocada bajo el brazo, como si fuera el último libro de Muñoz Molina. Macario se felicito por mi atrevimiento. “Olé tus muertos –jaleó--. Que el que no quiere peces se moja el culo”.



2

La bronca fue fenomenal cuando, unos días después, Helena regresó de un viaje promocional, cerrado con una convención de vendedoras en un lujoso hotel de Barcelona. Nunca habíamos tenido una tan gorda, aunque en nuestra relación no hubieran dejado de existir las discusiones y pequeñas peleas, normalmente por causas nimias que sólo la intransigencia del amor hacía importantes. Aquel día, sin embargo, el cristo supero todos los récords.
        
-¿Para qué te lo iba a decir? ¿para que te pusieras hecho un fiera?
        
-¿Esa es la confianza que tienes en mí?
        
-Si te lo digo seguro que te sentaba mal.
        
-Peor me sienta que no me lo dijeras.
        
-Además, de algo tengo que vivir, no es nada malo.
        
-Joder que no, pues ya me contarás, tú follando de todo el mundo y yo en Babia, creyendo que vendías colonias y coloretes.
        
-A ti lo que te jode es que yo joda con otros hombres.
        
-Además eso.
        
-Y tienes miedo de que me den más placer que tú, os pasa a todos.
        
-Lo único que falta es que digas que conmigo no te has corrido nunca.
        
-Pues mira, ahora que lo dices, alguna vez me he quedado a dos velas.
        
-Pues sabes fingir muy bien. Claro, lo habrás aprendido en el cine.
        
-Por lo menos yo he aprendido algo. También tú podías aprender lo que hay que hacerle a una mujer.
        
-Lo que pasa es que eres un putón verbenero.
        
-Y tu un inútil y un machista.
        
-¿Pues sabes lo que te digo? Que te den por culo, guapa, que seguro que te gusta.
        
-Mira, mejor lo dejamos, que está claro que no nos comprendemos.
        
Estábamos en su casa. Me marché dando un portazo. Nunca lo hubiera hecho, porque desde entonces, desde aquel mismo momento en que la puerta se cerró con un golpe seco que resonó en toda la escalera y recorrió el hueco del ascensor parándose en cada descansillo, mi vida fue un infierno. Mi orgullo masculino me impedía ponerme en comunicación con ella cuando ya había marcado los primeros números de su teléfono; mi deseo erizado me animaba a buscarla y encontrarla sin demora, a pedirle perdón, a suplicarle, a consentir; mi timidez me llevaba a espiar el portal de su casa escondido detrás de un árbol cercano, o de un coche aparcado, o del canto de una esquina, para verla salir de casa. Ella se perdía por el lado opuesto de la calle y yo la dejaba marchar sin abandonar mi escondite.

Una vez llegué a parar un taxi y pedir que la siguiera. “Oiga –me dijo el taxista mirándome con ojos acuosos por el retrovisor--. Usted se ha creído que esto es una película”. Volví a casa y me puse de nuevo la cinta en el vídeo.
        
Así transcurrieron unos meses, pendiente del móvil a cada instante, por si era su voz la que llamaba. Obsesionado por escuchar el contestador nada más llegar a casa, por si un mensaje suyo deshacía el entuerto. Colgado del correo electrónico. Ansiando una carta suya, un telegrama, una postal, un sms, un email, un timbrazo del telefonillo. Ensimismado en la visión continuada de su película: Jóvenes depravadas. Joder, y tan depravadas, pensaba yo a cada nuevo visionado cuando contemplaba, no sin estupor, a Helena metida en harina con su compañera de reparto y el enorme consolador con que ambas jugaban a darse placer. Y a tenor de la cara que ponía mi ex-novia, a medio camino entre el éxtasis y la sorpresa, una expresión que yo conocía bien, se lo daban. Y tanto que se lo daban. Eso es lo que más congoja me provocaba, lo que más me indignaba, lo que más celoso me ponía, lo que más me acercaba al incumplimiento del sexto mandamiento. Y lo que más me excitaba.

Al fin vencí mi orgullo de macho, superé mi timidez y me deje llevar por el deseo. Marqué los nueve números de su móvil y una voz anónima con regusto a altavoz de aeropuerto me comunicó que el teléfono estaba fuera de cobertura o desconectado. Una vez y otra, una tercera, una cuarta y una quinta, y siempre la misma cantinela: la señorita que usted busca está desaparecida en combate.
        
Dejé pasar dos o tres días y al fin me decidí a visitarla. Llamé con insistencia desde el portero automático de su vivienda en un edificio antiguo de López de Hoyos, pues mi último gesto heroico el día de la despedida fue tirarle las llaves al suelo como un desafío, pero solo el silencio contesta a mi S.O.S. Una vecina me dijo que se había mudado. Volví a mi vídeo.
        
Conforme fueron pasando las semanas, cada vez la echaba de menos con mayor frecuencia. Me cansé de su presencia en el vídeo y deseé más. Revisé uno por uno todos los sex-shop de Madrid hasta encontrar otra película en la que trabajaba, y aún una tercera, y me encerré en casa a verlas una y otra vez. Eran más explicitas que la primera que compré, más atrevidas, más provocativas, más atractivas: me enganché y no podía prescindir de ellas. También la descubrí en alguna revista.
        
Poco a poco me convertí en un asiduo de aquellas boites del sexo y fui marcando en mi cerebro la geografía de su distribución por las calles de la ciudad. A base de frecuentarlos aprendí a distinguir Private de Mirate, el látex del cuero, las bolas chinas anales de las vaginales, los condones de sabores y las infinitas marcas de lencería sexy. Conforme pasaba el tiempo y aumentando mi pericia en la investigación fui descubriendo nuevas producciones protagonizadas por Helena, que ya no se llamaba así, sino Nadia Never, seudónimo del que no logré entender la lógica interna que lo motivaba. En ese proceso, o camino iniciático por las ignotas rutas del amor solitario, también aprendí lo que eran los celos. Ella con otros hombres, hombres que la disfrutaba y, aparentemente al menos, la hacían disfrutar, hombres que la poseían y a los que poseía, con los que desarrollaba unas artes amatorias que a mí me habían quedado vedadas y que, cuando alguna vez intentó practicar conmigo, deseché con el miedo a descubrir en qué lugar y situación las habría aprendido.
        
En un principio pensé que con el tiempo se me pasaría, o que el conocimiento de otras mujeres me proporcionaría ocasión para el olvido. Durante unos meses practiqué una desesperada búsqueda de amor y alivio erótico que me llevó a situaciones en las que nunca hubiera imaginado poderme encontrar: dando consejos fiscales a una prostituta madre de tres hijos a la sombra de dos cubatas en un motel de carretera, bailando como el más torpe del lugar en alguna discoteca de moda a la espera de que Cupido descendiera alado de la bola de espejitos, o acudiendo con ensimismamiento a un cursillo de yoga de cuya profesora creí haberme enamorado tras presentármela mi amigo Paco, antiguo compañero de facultad, en el transcurso de una cena de solteros. Nada resultó: cada vez echaba más de menos a Helena.
        
O, mejor dicho, a la que echaba de menos era a Nadia Never. Si he de respetar el propósito de que estas confesiones, pues no otra cosa que confesiones son estas líneas, sean tan ciertas y verdaderas como ser humano pueda serlo, debo reconocer que a estas alturas la pasión se había transmutado de Helena a su personaje, pues era con él con quien compartía los momentos más placenteros, la laxitud  más tranquilizadora, los sueños más turbadores. Quise serle infiel y compré otras películas, protagonizadas por otras mujeres, quizá más atractivas, quizá más viciosas, pero con ninguna fue lo mismo. Todas me sirvieron para algo, como me sucedía con las de carne y hueso, pero con ninguna sentía la imperiosa necesidad de ir corriendo en taxi desde el sex-shop hasta mi casa para poner la película en el reproductor, dejar sobre el suelo del pasillo, las sillas o el sofá la ropa que en la calle me vestía y tenderme en la cama, pues había trasladado el ordenador a la habitación, y darle luego, con el alma en un puño, al botón del enter.
        
Me había enamorado. Ahora sí que inexorable e inevitablemente me había enamorado como un chiquillo. Aquella imagen intangible de la pantalla que era Nadia me reclamaba desde su escondrijo catódico y yo acudía cada vez como si fuera la primera. Caí cada vez más en una obsesión que personalmente no me parecía perniciosa, sino liberadora, pues había soltado al fin todas las amarras de mis pasiones y ya no me ataba a su realización ningún lazo físico. Seguí el recorrido por el mundo de mi amada a partir de las productoras para las que grababa las películas, pues debía haber ido consiguiendo el éxito en ese mundillo en el que había decidido vivir y cada vez ampliaba más el círculo de su actividad. Colegialas viciosas, en la que, aunque un poco mayor para ir al colegio, estaba espléndida, se había rodado en Holanda. Atadas y violadas, una variedad sofisticada de sadomasoquismo que resultaba un fiasco, pese a la credibilidad que Nadia le daba a su papel, en Alemania, donde también se había producido Orgía de azafatas, una producción barata que transcurría integra en la supuesta cabina de vuelo de un avión. Igualmente seguí su paso por Italia, Suecia, Inglaterra e incluso Estados Unidos. Otra vez el reguero de sus viajes se convirtió en mi principal actividad diaria, lo que me condujo a una reprimenda del jefe de la sección por mi despiste al fichar los oficios que habían referencia a tal o cual asunto ministerial. No podía vivir sin ella.
        
No deje de sentir un complejo de culpabilidad que me sepultaba en espantosas depresiones durante las que apenas salía de casa, siempre pegado al ordenador, atrás y adelante una y otra vez con misma escenas, paralizando la imagen en ese fotograma en que aparecía en todo su esplendor, imaginando en una traducción inventada, pues ni inglés, ni francés, ni alemán, ni griego entiendo, lo que musitaba Nadia-Helena entre gemido y gemido. Incluso llegué a pensar en acudir a un psicólogo que me librara de aquel pesado sentimiento de culpa que me embargaba. Puesto en el trance de colocar cada pieza en su sitio, curandero por curandero, preferí a Macario, origen y motivo primero de mis males, al que le conté la historia, un poco por encima, sin establecer ninguna relación entre Helena y Nadia, de la que al principio no me atreví a hablarle.



3

“Las garras del sexo a la carta han caído sobre ti” --me diagnostico el conserje, que a su condición de pornógrafo y experto en arte de vanguardia, que ya me había demostrado, añadía ahora la de terapeuta síquico--, mientras pinchaba con el palillo una aceituna con anchoa que nos habían puesto en el bar de debajo del ministerio donde una mañana me decidí a contarle parte de mi historia en la hora del aperitivo.

Desde entonces me vi a menudo con Macario. En el bar de la primera vez, en tascas cutres de cualquier barrio extremo de Madrid, de las que también resultó ser profundo conocedor y cliente asiduo, o en puticlubs, barras americanas y locales de streptease a lo que me llevó, estoy seguro aunque él nunca me lo dijo, con el sano propósito de enfrentarme con la realidad de la vida y sacarme de la vorágine en que me había metido por aquellos meses. Las reuniones eran siempre parecidas: yo hablaba hasta romperme la garganta --eso y el alcohol que ingeríamos y los canutos que nos fumábamos, que también influían lo suyo--, y el callaba, aparentemente concentrado en mirar los culos de las mujeres que anduvieran por el local. Pero escuchaba. Vaya si escuchaba. Y al final entre dientes me daba la clave para progresar en mi proceso curativo.

“Diversificación de riesgos”, aseveró cuando le dije que había empezado a comprar películas que ya no protagonizaba Nadia Never, conocedor como ya era yo por aquel entonces hasta la saturación de cada pliegue de su cuerpo, repetido una y otra vez en la pantalla, analizados y disfrutados ya en mil y una ocasiones calenturientas cada fotograma de cada secuencia de cada película de mi amada, a la que descubrí, casi sin darme cuenta, una cierta tendencia a la exhibición gimnástica. Y sin darme explicación del motivo, Macario empezó a hablarme del mundo erótico de internet, al que hasta el momento yo había permanecido ajeno, inmerso como estaba por mi obsesión hacia Nadia, y en el que pronto encontré un océano de sexo que colmó mis fantasías más ocultas y en el que me sumergí sin escafandra. Mi ordenador lo pagó, a manos de una legión de virus que dieron con él en el contenedor de basura con todos los archivos dentro, ya irrecuperables, y mi cuerpo se agotó de dar brazadas hasta que Macario me dio su bendición urbi et orbi. “Has llegado a la saturación de efectivos. Ahora empezarás la búsqueda de la excelencia”, pontificó de repente una tarde en la que yo no le había contado nada y en la que habíamos ido a visitar una exposición en la Biblioteca Nacional sobre “Editorial Bruguera.El tebeo español en la inmediata posguerra. Autores de izquierdas para cómics de derechas”, tema del que Macario podía hablar horas seguidas, según me estaba demostrando con cada nueva viñeta a la que nos enfrentábamos.

No me di cuenta exacta de aquello que me había dichos sobre la saturación, los efectivos y la excelencia hasta que unos días después me sorprendí quedando con una compañera de trabajo para cenar y tomar unas copas. Ella se acababa de divorciar, siempre nos habíamos caído bien e incluso nos habíamos tirado los tejos en ratos libres, así que me pareció una candidata ideal para volver a poner los pies en la tierra. O las manos en la masa, no sé yo. La cosa no fue mal, incluso repetimos un par de veces, pero yo aún seguía con lo mío en internet y todo me resultaba un esfuerzo excesivo. Aparte de que ella mantenía al mismo tiempo una historia con el subdirector de recursos humanos, sección en la que trabajaba, que le exigió que rompiera conmigo. También traté con una amiga de mi hermana, “progre, guapa y simpática, lo que tú necesitas”, según me aseguró, que al final resultó, además, una apasionada del ocultismo que buscaba un padre y no un amante. Y con una jovencita que conocí una noche de verbena, más lista que el diablo, que me dio un par de alegrías y me dejó porque yo era un muermo. Y con… nadie más, que yo recuerde en este momento. Las cosas se amainaron solas y retomé mi vida más o menos común: comidas familiares, novias efímeras en la realidad y relaciones suplentes en internet, que no llegué a abandonar, tardes de lectura o de cine, concursos televisivos… y Macario, que siguió siendo mentor de mi vida, paño de lágrimas y compañero divertido en aventuras disparatadas.

Hace tan sólo unas semanas volví a ver a Helena en un desfile de ropa interior de la Pasarela Cibeles, al que, precisamente, me llevó Macario. Estaba entre el público en el cóctel posterior, en el que conseguimos colarnos gracias a las argucias de mi amigo, que en un momento de aglomeración nos hizo pasar por periodistas enseñándole al vigilante de la puerta su carnet sindical y una pequeña cámara de fotos que me acababa de dar para que yo hiciera el papel de reportero gráfico. Nuestras miradas se cruzaron, e incluso en un momento llegamos a estar espalda contra espalda ante la mesa de las bebidas. Escuché que aún seguía bebiendo Gordon’s con un chorrito de menta. Olí de nuevo su perfume de siempre. No nos saludamos. Al volver a casa celebré una gloriosa reconciliación con Nadia Never.




Carlos Villarrubia/Hilario Camacho

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Toda forma de lenguaje es un cuerpo vivo que nace, crece, se multiplica y al final acaba, o acabará, muriendo. En este recorrido vital, cada paso procede del anterior y conduce al siguiente, como piedras en el camino que, a modo de modernos pulgarcitos, nos permiten conocer el recorrido entero, saber dónde estamos y de dónde venimos. Tal vez por eso convenga echar la vista atrás, aunque tan sólo sea en una mirada breve y superficial, a la construcción a través del tiempo de esa forma de lenguaje, de arte, si es que lo es, que supone la historieta dibujada, el TBO, la ilustración gráfica, el chiste o el cómic, cualquiera que sea la denominación con la que decidamos bautizar la narración de historias y sucedidos a través de dibujos y textos que se interrelacionan y complementan. Así, pienso, será más fácil entender las peripecias que hemos contado hasta ahora, cuando hemos andado metidos de hoz y coz en el tema principal.

Sin necesidad de recurrir a la arqueología y remontarnos hasta las pinturas rupestres y los frisos egipcios, griegos o aztecas --que vendrían a ser como la etapa muda de la historieta, en la que ya había narración e imágenes pero aún no habían aparecido las palabras--, bien podemos retroceder hasta la mismísima Edad Media para encontrar el origen del tema que pretendemos abordar. Sin ir más lejos, en España, territorio geográfico acotado para la ocasión, habría que poner los indicadores de la máquina del tiempo hacia los comienzos de la segunda mitad del siglo XIII.

A tenor de lo aceptado por estudiosos y expertos, entre los años 1265 y 1282 se crearon en la corte de Alfonso X, que al parecer escribió personalmente algunas de ellas, las 418 composiciones conocidas hoy como LasCantigas de Santa María. Se conservan cuatro códices de ellas. El primero, llamado “toledano” por haberse guardado en la catedral de esta ciudad castellana hasta 1869, año en el que se trasladó a la Biblioteca Nacional de Madrid, lo forman 160 hojas de pergamino a dos columnas que contienen 129 composiciones con sus correspondientes notación musicales, y en el último de los cuatro, que se puede consultar incompleto en la Biblioteca Nacional de la localidad italiana de Florencia, se incluyeron los textos de 104 cantigas, con notaciones musicales y viñetas, en muchos casos inacabadas.

Para nuestro propósito son más interesantes los dos que se encuentran en la biblioteca de El Escorial. En uno de ellos, considerado el más rico y, desde luego, el más completo, se encuentran el texto de 406 cantigas y 40 miniaturas, además de las músicas correspondientes. Sin embargo, pese a esta riqueza, más cercano a nuestro tema es el último ellos. Aunque contenga un número menor de poemas, tan solo 195 (más ocho que desaparecieron con la pérdida de los folios en los que estaban escritos), ofrece nada menos que 1275 ilustraciones, ordenadas en 212 páginas de pergamino, con seis dibujos cada una, excepto la primera, que tiene ocho. Aquí sí que caemos de sopetón en los tebeos. Cada imagen, aparte de ilustrar el texto (“iluminar” es la terminología que utilizan los expertos que se han dejado los ojos y la inteligencia estudiando códices medievales), lo complementa y le da forma visual, lo que contribuye poderosamente a la comprensión del poema, cuyos versos acompañan a cada dibujo, creando una unidad expresiva que, a su vez, ayuda a completar la narración y el sentido de la historia de que se trate.

En aquellos momentos de definición de los géneros artísticos modernos, Las Cantigas de Santa María y otros códices medievales constituían una nueva forma de contar historias, que debería recorrer un complicado camino hasta alcanzar su plenitud a comienzos del siglo XX, con la inclusión de los “bocadillos” o diálogos insertos en el mismo dibujo y con la posterior ruptura de la regularidad de la página, con viñetas de distinto tamaño y otras técnicas. El libro, pues de un libro se trataba, aunque fuera de ejemplar único, estaba destinado, como el resto de los códices, a ser exhibido sobre un atril dentro del palacio real, de forma que pudiera ser consultado y leído por los visitantes, y en él se encuentran ya los elementos básicos que dan forma a los modernos tebeos.

Una consideración adicional tomaría en cuenta que, a más de textos y dibujos, Las Cantigas contenían también las partituras musicales necesarias para que los poemas se convirtieran en canciones, difundidas urbi et orbi por juglares y trovadores. Vamos, que como concepto no andaban tan lejos del actual deslumbramiento por los medios y obras multimedia.

La protagonista indiscutible de Las Cantigas es María, la madre que concibió sin necesidad de varón, por obra y gracia del espíritu santo, y dio a luz a Jesús, coparte de una divinidad que es una y trina, y que como los mosquetes debían ser tres pero acabaron en cuatro. No es extraño este estrellato de María. En tiempos oscuros en que la devoción mariana era la ideología dominante, impuesta por curas, clérigos y frailes a un pueblo iletrado, sometido y supersticioso, resulta lógico que la obra esté llena de loas a los milagros, apariciones, curaciones, maravillas y portentos del personaje principal. Retorciendo un tanto el hilo argumental, llama la atención que esa ideología de lo mágico, del milagro, esa necesidad de un ser todopoderoso y omnipresente que nos proteja del mal y nos ayude en las dificultades, continúe presente, setecientos años después, en los cómics de superhéroes, que, discípulos de la labor milagrosa de María, siguen instalados en el subconsciente colectivo como garantes de nuestra seguridad y felicidad en la tierra.

Pero no solo de vírgenes, santos y milagros tratan Las Cantigas de Santa María. Aunque menos abundantes, también quedan reflejadas en ellas otras temáticas que acaban por componer un auténtico fresco de la época. Además de las de inspiración religiosa, están las cantigas de amor, que dan voz al caballero enamorado, las de amigo, que refieren historias de doncellas que ansían encontrar el hombre de su vida, y, para esta historia concreta las más interesantes, las llamadas “de escarnio y mal decir”, de contenido satírico, el origen mismo de la temática que más adelante intentaremos desarrollar.

Singular importancia adquieren en Las Cantigas de Santa María los dibujos, iluminaciones o miniaturas, que constituyen, además de una de las obras pictóricas más importantes del gótico español, un completo retrato del mundo de la época, permitiendo visualizar algunos de sus aspectos más significativos. Como han dejado en negro sobre blanco los más variados especialistas, en esos dibujos o “ilustraciones” aparece una minuciosa representación de la vida religiosa, cortesana y social de la época, que permite visualizar desde los instrumentos musicales del Medievo hasta detalladas imágenes de vestuarios, ritos y ceremonias, tejidos, edificios, industrias y oficios, armas, armaduras e instrumentos bélicos, laborales o artísticos. Comparten pues estas Cantigascon las mejores historietas gráficas contemporáneas el ser un espejo fiel de las sociedades respectivas.






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Cervantes nos descubrió en su Quijote la lucidez de la locura. Quevedo volatilizó la mala leche en poesía. Shakespeare diseccionó el poder con sus Enriques. Lope de Vega alertó sobre la fuerza colectiva de los habitantes de Fuenteovejuna. Carlos Marx estableció en El Capital algunas leyes fundamentales del comportamiento social. García Lorca se sumergió en las profundidades del ser humano en sus sonetos del amor oscuro. Pérez Galdós retrató un mundo en episodios y Tristán Zara lo dispersó en mil universos inalcanzables. Todos estos alumbramientos, que  hoy forman parte, convertidos en libros, de las más altas cumbres del talento humano, no hubieran alcanzado esa relevancia universal, y es posible que ni siquiera hubieran existido, sin la inteligencia, la curiosidad y la tenacidad de un visionario herrero alemán con buen ojo para los negocios que vislumbró las posibilidades que ofrecía una prensa de uvas para la reproducción en serie de la palabra escrita. Una idea que transformaría el mundo.

Desde el origen de los tiempos el ser humano había buscado las formas de dejar fijadas para la posteridad las palabras y los pensamientos a través de los soportes más variados. La piedra tallada, la madera (que confirió nombre al libro futuro, pues no por nada la primera definición tanto de biblos como de liber es corteza interior de un árbol), la arcilla cocida mesopotámica, los hojas de palma de India, el cuero curtido, la vitela, piel pulida de becerros recién nacidos que se utilizó para tantos códices miniados, el papiro y el pergamino, e incluso, mediante el tatuaje, la misma piel humana sirvieron para fijar y eternizar los signos caligráficos de las distintas culturas, que unidos en formas de palabras transmitían el pensamiento humano.

La batalla por determinar el mejor soporte para la escritura la acabó ganando finalmente el papel. Como tantos otros elementos fundamentales para el proceso de la impresión, también el descubrimiento de éste correspondió a los chinos, que ya dispusieron de papeles para sus ideogramas desde el año 150 antes de Cristo. Para fabricarlo fueron probando diversos materiales, desde las fibras de cáñamo y algodón hasta las de bambú, morera, lino, caña y otras, sin alejarse con ello de los métodos contemporáneos de producción más que en la tecnología de su fabricación. Curiosamente, España resultó ser la pionera de la introducción en Europa del papel, habiéndose datado en el año 1150 la fecha en la que los árabes instalaron el primer molino de papel del continente en Xátiva, entonces enclave musulmán que no formaría parte del Reino de Valencia hasta que Jaime I El Conquistador se la arrebatara en 1238.  

Con tales materiales, y reducidos a la obligatoriedad del ejemplar único, o a la limitada multiplicación que permitía la labor de los copistas, que a mano reproducían los originales, la elaboración de un libro o códice suponía un esfuerzo, un gasto y un tiempo realmente extraordinarios. El monje o fraile que ejercía de copista, que en muchos casos era analfabeto y se limitaba a reproducir los signos sin conocer su significado, debía copiar cada dibujo y cada palabra, habitualmente de grafías complicadas, de manera minuciosa y precisa. Hasta diez años podía tardar un copista en finalizar la reproducción de un códice medieval.

 La Xilografía --otro invento llegado de la lejana China a Europa en pleno siglo XIII-- vino a paliar algo tan arduo esfuerzo, aunque la tarea de fijar letras sobre un papel siguiera siendo un auténtico trabajo de chinos, perdónese el chiste fácil, y los primeros libros reproducidos por este sistema debieran esperar doscientos años para ver la luz, pues entretanto el sistema se dedicó, sobre todo, a la impresión de barajas y estampitas de vírgenes y santos. El proceso xilográfico exigía tallar sobre una tablilla de madera el texto y los dibujos, para luego fijarla a una mesa, impregnarla con la tinta, que por aquel entonces existía de tan sólo tres colores: negra, roja o azul, colocar encima el papel y pasarle un rodillo, que fijaba la tinta en el y que debía secarse durante largo tiempo. Además de trabajoso, el procedimiento era poco útil, pues la madera se desgastaba pronto y el número de copias que se podían imprimir resultaba necesariamente limitado. En cualquier caso, la acumulación de estos cambios cuantitativos estaba ya en disposición de abrir paso al cambio cualitativo y definitivo.

Al igual que el papel, la pólvora, la brújula y los rollitos de primavera, una vez más el invento de la imprenta de tipos móviles, fundamento de toda la impresión desde entonces, corresponde a los chinos. En concreto a un herrero plebeyo nacido en el año 990 que ha pasado a la historia y a wikipedia como Bi-Sheng, al que se le ocurrió la peligrosa idea de tallar, primero en madera y luego en porcelana, los caracteres de la escritura china, perfeccionando los sistemas xilográficos previos. Lo debió tener duro, pues sus tipos no tenían que reproducir tan sólo las 27 letras del alfabeto latino sino el infinito número de caracteres propios, de los que inicialmente parece ser que llegó a tallar 3.000. Un verdadero tormento para los  linotipistas.

No citan los expertos constancia alguna de que tal artilugio impresor fuera conocido por Johannes Gensfleisch de Gutenbergcuando empezó a interesarse por el tema, o aún después. Gutenberg, que había nacido en Maguncia en una fecha no identificada entre 1395 y 1399, no fue tanto un entusiasta de la cultura que los libros podían transmitir, sino, ante todo, un avispado y visionario negociante que pensó que si se reducía el largo tiempo que suponía la confección de un libro manuscrito y se lograba multiplicar los ejemplares se podían acelerar e incrementar las ganancias en el mercado lector, aún reducido, pero ya importante. En términos de esta sociedad del marketing y el eufemismo en la que vivimos se trataría de un “emprendedor” en el más exacto sentido del concepto. 

Aunque suponga un cierto rodeo en el recorrido, merece la pena detenerse un momento en el primer impresor europeo, aunque solo sa por la paradoja que implica el éxito inmenso que obtuvo su invento en contraste con la desafortunada vida del inventor. Hay notables lagunas en la biografía de Gutenberg, que se inician con el desconocimiento del momento exacto de su nacimiento y afectan a otros avatares de su vida, entre ellos los numerosos cambios de ciudad de residencia. No obstante, siempre anduvo tras la idea de la imprenta, y ya en 1434, cuando ejercía oficialmente como platero en Estrasburgo, se sabe que había formado sociedad con un tal Hanz Riffe para desarrollar ciertos procedimientos secretos relacionados con la prensa y las formas de impresión. El trabajo lo realizó con la ayuda y bajo la protección de la Orden Benedictina, que acababa de efectuar una reforma religiosa que imponía una liturgia unificada que necesitaban difundir entre las masas de católicos. Las cosas no debieron ir bien, porque hubo que recurrir al proceso judicial para conseguir que el futuro impresor pagara las inmensas deudas en que se había metido para materializar su invento.

Nuevamente en Maguncia, su ciudad natal, Gutenbergvolvió a buscar socio capitalista y entró en sociedad con el banquero Johannes Fust, quien le facilitó el dinero para editar en 1449 el “Misal de Constanza”, primer libro tipográfico de Occidente. Habían pasado 15 años desde que tuvo la idea hasta que la vio plasmada en los 150 ejemplares que salieron de su prensa. Pese al logro, sus habilidades artesanales debían ser mayores que las de negociante, pues nuevamente se vio enfrentado por deudas con el banquero, que rompió la sociedad y editó luego en solitario la que debería haber sido la gran obra de Gutenberg, la conocida como “Biblia de 42 líneas”, que había empezado a imprimirse en 1452 y que se publicaría al fin cuatro años después. Con tanta deuda y tanto pleito, el inventor quedo arruinado y falleció en 1468 en la misma Maguncia en la que había nacido.

A la hora de idear lo que sería la primera imprenta de tipos móviles de Europa, Gutenberg debió enfrentar dos problemas básicos: cómo acelerar el lento proceso de elaboración de la plancha impresora, eliminando la obligación de tallarla entera como exigía la xilografía, y mecanizar de manera eficaz la necesaria presión de la plancha sobre el papel, eliminando rodillos manuales, lentos, pringosos e inseguros. Para solucionar el segundo de estos problemas parece ser que se fijó en una prensadora de uvas, en la que la parte superior se deslizaba alrededor de un grueso tornillo, presionando los racimos, colocados sobre un soporte fijo, hasta extraer el mosto y dejar secas pieles y semillas. Fue una idea brillante, sencilla y fácil de realizar.

La primera exigencia le costó más resolverla. Estaba claro que si se quería romper el sistema de tallar la madera en una sola plancha había que conseguir algo estructurado por partes que se pudieran unir en un todo homogéneo. Esas partes debían ser las letras, y a ello se puso el platero alemán, haciendo un molde de madera de cada una de ellas que vaciaba posteriormente en hierro, paliando así la fragilidad y el desgaste de la madera. Los tipos resultantes podían unirse de manera ordenada dentro de un marco que daba forma a la página. La teoría parece hoy en día clara, pero llevarla a la práctica necesitó de muchas pruebas y correcciones para solucionar problemas inesperados. Por ejemplo, cada letra tenía distinta anchura y adecuarlas todas a un texto continuo y homogéneo no resultaba fácil. El problema le obligó a crear 150 tipos diferentes que, conjuntándolos de acuerdo a cada escrito, le permitieron la reproducción exacta de los textos en el marco de la página. 

Otra complicación sería la inclusión de imágenes, que no consiguió solucionar, pese a lo que no habría que echárselo en cara, pues el problema constituyó un desafío que nadie lograría superar hasta que en 1789 se inventó la litografía y se pudieron imprimir al mismo tiempo palabras y dibujos o, posteriormente, fotos. En aquello siglos iniciales, Gutenberg y sus pronto numerosos seguidores dejaban vacía la parte de la plancha correspondiente a la ilustración, que luego pintaba directamente sobre el papel un amanuense o se imprimía mediante la xilografía. Fuera como fuera, cuando se difundieron aquellos primeros 150 libros impresos por el alemán quedó abierto un camino para el progreso, el conocimiento y la evolución de la sociedad que han posibilitado llegar hasta ahora mismo.



La expansión de la imprenta fue fulgurante, en toda Europa pero especialmente en Alemania, entonces todavía el Sacro Imperio Romano Germánico, que no sólo había sido la cuna del invento, sino que dada la importancia y número de las universidades y los centros de estudio existentes constituía un terreno abonado para la difusión del libro. Hasta tal punto era así que para 1470, a tan sólo 21 años del Misal de Constanza, las imprentas ya estaban implantadas en las principales ciudades. Algunas de ellas fueron tan importantes como la que Antón Kobergerinstaló en Núremberg, en la que trabajaban más de 100 empleados en 24 prensas, y que llegó a contar con la asesoría y colaboración de Alberto Durero, autor de las ilustraciones, extraordinarias, según se puede comprobar a la izquieerda, de un “Apocalipsis” publicado en 1498. Por si fuera poco, esta empresa era algo más que unas prensas y unos operarios, pues se ocupaba no solo de la producción, impresión y edición de los libros, sino también de su comercialización, distribuyéndolos directamente en librerías alemanas, francesas y de otros países.

En 1465 la imprenta ya había llegado a Roma, capital ideológica del imperio occidental y cristiano, y cuatro años después a Francia. En 1472 había talleres en Suiza y el año siguiente en Polonia, Holanda y Bélgica. En 1477 cruzó el mar por primera vez y desembarcó en Inglaterra. Tal fue el éxito, que durante la segunda mitad del siglo XV, con la imprenta todavía dando sus primeros pasos, se editaron en toda Europa veinte millones de libros, cantidad que se multiplicó por diez en la centuria siguiente hasta alcanzar los doscientos millones de ejemplares.

En España el primer libro impreso con el nuevo artilugio en 1472 fue el “Sinodial de Aguilafuente”, un volumen de 48 hojas que contenía las actas del sínodo que acababa de celebrar la diócesis de Segovia, cuyo obispo, Juan Arias Dávila, necesitaba textos para adoctrinar a los alumnos del centro de estudios que acababa de fundar. Conocedor del invento de Gutenberg, que llevaba ya dos décadas funcionando, mandó llamar en 1469 a un impresor alemán, el maestro Párix, que tardó tres años en organizar el taller y ponerlo a funcionar. Aquello de imprimir parece que no era cosa de llegar y besar el santo. En lo que quedaba de siglo se fueron instalando imprentas en las principales ciudades, de Valencia, Zaragoza, Sevilla o Valladolid a Mondoñedo, Coria, Montalbán o Monserrat, de forma que al acabar la centuria había alrededor de una treintena de talleres en la España recién unificada por Isabel y Fernando, a los que el papa valenciano Alejandro Sexto confirió en 1496 el título de Reyes Católicos, con el que se harían famosos en la historiografía mundial, y a los que volveremos, brevemente, unos párrafos más adelante. Madrid, por aquel entonces un poblacho casi recién salido de las garras del moro, no contó con una imprenta hasta 1566, una vez establecida en ella de forma permanente la corte de Felipe IIcinco años antes.

En la España en proceso de unificación de finales del siglo XV --en la que la Iglesia de Roma, como sucedía en toda Europa, constituía la principal estructura organizada de poder, además del basamento dogmático de su ideología, y a ella estaban subordinados los reinos y sus reyes, que no obstante la utilizaban para mantener su dominio-- la imprenta tuvo consecuencias decisivas y contradictorias. Por una parte, abrió caminos al conocimiento, fomentó las ideas nuevas y construyó el basamento de lo que desembocaría en el esplendor creativo del Siglo de Oro. Por otra, desató las furias inquisitoriales, necesitado el estado, en plena construcción del Imperio, de un férreo control de las ideas “disolventes”. 

Hasta ese momento de la llegada de la imprenta, los manuscritos estaban totalmente en manos eclesiales, encerrados en conventos, catedrales, monasterios, cortes reales y castillos feudales, con el consiguiente monopolio del conocimiento y el poder que este les otorgaba sobre un pueblo ignorante, supersticioso y alienado. También se almacenaban cada vez más, es cierto, en las universidades, que aunque no fueran sino correas de transmisión del pensamiento mágico-religioso de Roma, soltaban cada año un número creciente de licenciados que se desparramaban por los reinos de Castilla, Navarra, Aragón o Valencia, ampliando el círculo de ciudadanos lectores, ansiosos de saber en medio de aquella sociedad que todavía era abrumadoramente iletrada. Destacaban ya, como faros de cultura, las bibliotecas particulares de manuscritos, algunas de la importancia de las de Petrarca, que llegó a reunir unos 200 manuscritos, Bocaccio, que rondaba los 90, o Pico de la Mirandola, que alcanzó nada menos que los 1.695.

La impresión mecánica vino a transformar radicalmente este panorama. Aunque algunos de los avances que aportó la imprenta fueran técnicos, su influencia cultural, social y política resulto decisiva en la configuración de una nueva era histórica. Su principal característica, la posibilidad de multiplicación de los ejemplares, que a diferencia de la de los panes y los peces no tuvo nada de milagrosa, amplió de golpe el número de personas que podían atesorar sus propios libros, rompiendo, en un proceso lento pero inexorable, el monopolio del conocimiento, que hasta entonces habían atesorado en exclusiva el clero y la nobleza. Durante los siglos XV y XVI las ciudades crecieron de manera espectacular y en su seno nacieron y se desarrollaron nuevas clases sociales, ligadas a los profesionales que necesitaba la urbanización creciente de la sociedad, desde escribanos, notarios o médicos hasta boticarios, empresarios o comerciantes, todos ellos posibles lectores, que configuraban unas incipientes clases medias, hambrientas de cualquier nuevo conocimiento que les garantizara su sitio en la escala social.

La difusión del libro cambió los hábitos de lectura, que dejó de ser cosa de alimentar la piedad para transformarse en un entretenimiento, que se extendía más allá de los propios letrados mediante la lectura colectiva en voz alta de los textos ante grupos de amigos o familiares analfabetos. El nuevo sistema de impresión permitió también reducir el formato de los viejos manuscritos y códices, haciéndolos más transportables, facilitó la unificación de la tipografía, hasta entonces distinta según los diferentes territorios, ayudando con ello al intercambio internacional de ideas, o acabó con el latín como único idioma culto, abriendo paso a las publicaciones en lenguas romances y a su potenciación.

Aunque existían ya modelos literarios establecidos, como la narrativa o la poesía, que contaban con antecedentes tan ilustres como Boccaccio, Chaucer, Dante o Petrarca, por reducir la nómina a los que pudieron ver sus obras xilografiadas en el siglo XIV, la imprenta contribuyó a fijarlos como géneros, abriendo nuevos caminos a la creación literaria. Ya se podían imprimir las obras teatrales, y las traducciones permitían acceder a obras de otras culturas, empezando por los clásicos griegos o romanos hasta entonces inalcanzables, incluso para la mayor parte de la pequeña minoría de letrados existente. La imprenta permitió la difusión del pensamiento a una velocidad que debió resultar vertiginosa para la época. Da prueba de ello, por ejemplo, que ya en 1516 Diego López de Cortegana tradujera al castellano por primera vez un libro de Erasmo de Rotterdam, su contemporáneo, cuyos escritos tuvieron amplia repercusión en España desde entonces, difundiendo sus ideas renovadoras, y en muchos puntos revolucionarias, sobre el catolicismo, que tanto habrían de influir en Lutero y la rebelión antipapista del protestantismo. El libro impreso fue un instrumento de cultura que permitió el Renacimiento y avanzó hacia la Ilustración, abriendo el mundo a la sociedad contemporánea.






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Rodeados por el latinajo  “EXURGE DOMINE ET JUDICA CAUSAM TUAM. PSALM.73″ (“Álzate, oh Dios, a defender tu causa. Salmo 73”), tres símbolos gráficos adornan el escudo de la Santa Inquisición, gloria y prez de una de las dos Españas y tormento de la otra: una espada a la derecha, para acabar con los enemigos, una rama de olivo al otro lado, para recibir a los arrepentidos, y en el medio, una Cruz para todos. No hay que hacerse cábalas, es la vieja ley del palo y la zanahoria.

Jamás debió imaginar Gutenberg que aquel invento suyo que había permitido en 1449 la impresión del primer libro tipográfico de Occidente pudiera servir para otra cosa que para difundir en honor de Dios las ideas de la Santa Iglesia de Roma (y a más, alcanzar personalmente honores y riquezas). Ni asomo de pensamiento de que su prensa y tipos móviles pudieran utilizarse también para difundir el mal de la heterodoxia, la herejía, la inmoralidad y el pecado. Pero el invento se le escapó de las manos. No cayó en que lo inicialmente benéfico, o tenido como tal por unos cuantos, pueda acabar convertido en invento demoniaco, contra el que hay que luchar sin respiro con uñas y dientes, pues, sabido es, que en esa batalla nos van la salvación eterna o las llamas del infierno, según decidamos aceptar, sumisos, la rama de olivo, o enfrentarnos, rebeldes, a la espada.

Las primeras imprentas de los siglos XV y XVI, dependientes en un principio de universidades y otros centros religiosos o reales, se convirtieron muy pronto en meras empresas privadas que, como correspondía a esa condición, buscaron el beneficio económico como principal objetivo. Así fue que al poco percibieron los empresarios impresores que podían aumentar sus cuotas de mercado (aunque ese concepto tan actual no se formulara entonces ni en lema latino), y en escaso tiempo pasaron a publicar no sólo los encargos eclesiales, sino toda la variedad de materiales literarios que escribían desde siempre los más distintos autores y que comenzaban a demandar con insistencia la reducida pero creciente cantidad de ciudadanos alfabetizados de la época, no todos ya curas o nobles. Entre esas demandas figuraban novelas picarescas, versos alegres y cáusticos o ensayos considerados heterodoxos y heréticos por papas, prelados y reyes, que pronto comenzaron a salir en cantidad de las prensas.

Al público lector le encantaban los nuevos géneros, pero para el poder eclesial y político resultaban libros peligrosos, porque, como escribió con clara lucidez Luis Vives, probablemente el más importante humanista del Renacimiento español, en carta a Erasmo de Rotterdam en 1526: “si los leen muchos, como me dicen que pasa, quitará a los frailes mucho de su antigua tiranía”. Y quitar tiranía a los frailes era socavar las bases del sistema, reivindicar el conocimiento, abrir la discusión y sembrar la duda. Había que ponerle coto al abuso y se creó la censura, compañera inseparable desde entonces de la letra impresa, pulso eterno entre la libertad y la tiranía.



Llegados a este punto permítaseme regresar por un par de párrafos a los Reyes Católicos, que en tema tan sustancial también hicieron su aportación personal a la historia. Ellos fueron quienes establecieron mediante una pragmática, el ocho de julio de 1502, la primera disposición que castigaba la impresión de libros sin autorización previa, aunque ya antes habían acudido a métodos más expeditivos, que no se dejarían de utilizar en siglos, como la quema pública, tras la conquista de Granada, de ejemplares del Corán, muchos de ellos de singular belleza según las crónicas. No obstante, no seamos ingenuos, no fue sólo la reconocida fe en la grandeza del dios cristiano de los monarcas lo que provocó estas medidas incendiarias y censoras, que llegaron, sobre todo, por razones de estrategia política. Isabel y Fernando estaban llevando a España del Medievo al mundo moderno, bien es verdad que a sangre y fuego, y mantener lo que ya habían conseguido, como plataforma para culminar sus ambiciones expansionistas, tenía sus exigencias.

En los libros escolares se glorifica a aquellos Isabely Fernando del tanto monta, monta tanto, como los unificadores de España y los forjadores del Imperio. Y no faltan datos históricos que lo confirmen, aunque no todos resulten glorificadores de la pareja. Cierto es, que bajo su mandato, lo que nunca había sido España, sino una complicada convivencia de reinos independientes y no siempre bien avenidos, se convirtió en un territorio de administración única, aunque compartida, y que expandieron su poderío hasta traspasar límites del mundo entonces conocido, en un viaje imperial que tanto oro, honor y poder reportó a los poderosos y tanta hambre, miseria y sangre costó a sus súbditos de uno y otro lado del océano. También es cierto, y conviene recordarlo en cuanto a valorar la santidad y ejemplaridad de los susodichos se refiere, que todo ello se llevó a cabo con la espada por delante y la muerte, la tortura, el exilio y le represión como método. Paradójicamente, la era moderna llegó a España de la mano de la iniquidad política y la explotación económica e imperial, y no de las nuevas ideas libertadoras y heterodoxas que a la larga serían la principal característica de esa modernidad que se alumbró con el Renacimiento.

Desde que los dos adolescentes (ella tenía 18 años y él 17) se casaron en al Palacio de los Viveros de Valladolid el 19 de octubre de 1469 y unieron bajo una corona bicéfala los respectivos reinos de Castilla y Aragón, que ambos regentaban no sin conflictos internos, la suya fue una voluntad de decidido expansionismo que convirtió su reinado en un no vivir de constante ajetreo, guerras, problemas económicos y conflictos religiosos. Ya acalladas las protestas de los nobles catalanes y valencianos, conquistada Navarra, ampliado su poder a la Europa mediterránea y el norte de África, el proceso expansivo culminó, como el vértice de una pirámide, en 1492. Ese año se expulsó a los judíos, cerrando una persecución interna de siglos, se acabó con la presencia musulmana en la península con la conquista de Granada y se colocó un pie en América con el primer viaje de Colon, que buscando las Indias se dio de bruces con las futuras Antillas. Los Reyes ya tenían en sus manos lo que ansiaban desde su ventajosa unión matrimonial, un verdadero Imperio. Ahora había que gobernarlo, y para ello necesitaban una ideología férrea y unificadora, el catolicismo, y una falta absoluta de oposición o enfrentamiento interno, única forma de mantener el poder autoritario sobre el inmenso territorio que habían conquistado. La fusión del aparato represor del Estado totalitario con la argamasa ideológica que aportaba la iglesia romana resultó ser el sistema ideal para los siglos de consolidación del imperio que estaban a punto de llegar.


Aunque existan antecedentes franceses que se remontan al siglo XII, cuándo se utilizó para combatir la herejía albigense, La Inquisición no llegó a España hasta que en 1478 los Reyes Católicos, principalmente Isabel, la ideóloga de la pareja, que había sido convencida de la utilidad de su implantación por el dominico sevillano Alonso de Hojeda, se lo pidieron a Roma, que dio su beneplácito el 14 de noviembre de aquel mismo año. Todo el poder quedaba así en manos de los monarcas, quienes tenían la exclusiva competencia de nombrar a los inquisidores y con ella la de controlar toda la estructura ideológica y represiva.

En un principio, el tribunal político-religioso se estableció tan sólo en Córdoba y Sevilla, donde el ya mentado Alonso de Hojedadesató una dura persecución contra los conversos judaizantes que creía haber detectado entre la población, lo que condujo, apenas dos años después de fundarse la institución, el 6 de febrero de 1481, al primer auto de fe de la historia española, que acabó con la quema en la hoguera de seis personas vivas. Desde entonces, y hasta que desapareció oficialmente nada menos que en 1834, pero especialmente en los siglos XVI y XVII, La Inquisición constituyó la primera policía política de España, que a través de su doble estructura política y religiosa investigó, detuvo, juzgó, condenó y ejecutó a quienes se oponían al poder absoluto de la monarquía, ponían en duda su ideología religiosa única (lo que suponía cuestionar el orden establecido), o simplemente atentaban, aunque fuera ligeramente, contra su ortodoxia y principios morales. Dentro de ella se instituyeron consejos especiales para la censura de libros, formados tanto por clérigos como por seglares, siendo también el Santo Tribunal el encargado de hacer cumplir las prohibiciones y castigar a los que se atrevían a saltárselas.

Resulta desazonador, aunque lógico, comprobar hoy en día de qué manera todas las tiranías, sea la monarquía totalitaria de los Reyes Católicos y sucesores o la dictadura franquista, han utilizado de manera similar a lo largo de la historia la censura como forma de mantenerse en el poder, y cómo los métodos, los protocolos, los criterios y la actividad de los censores cambiaron tan poco en 400 años.

El procedimiento inquisitorial era minucioso e implacable. Los inquisidores establecían dos categorías censoras: la prohibición absoluta y la “expurgación”, que no consistía en otra cosa que en la obligación de eliminar del escrito original las frases o párrafos que se habían considerado peligrosos. En esta última categoría llegaría a ser incluido hasta “El Quijote”, del que hubieron de suprimirse frases tan evidente ciertas, y quizás por ello peligrosas, como aquella que aseguraba que “las obras de caridad que se hacen flojamente no tienen mérito ni valen nada”.

Pero pese a todos los reglamentos y ordenanzas,  aún se editaban y difundían textos prohibidos de manera más o menos clandestina, bien imprimiéndolos sin pie de imprenta, bien importándolos de otros países o bien sacándolos de herencias de bibliotecas, que se vendían a través de las llamadas librerías “de muerto” o simplemente por los vendedores callejeros. Eliminar las obras heréticas o licenciosas suponía poner en marcha un importante aparato censor y represivo que tuvo su columna vertebral en la Inquisición y sus terminales nerviosas en las parroquias de cada pueblo y en los propios vecinos, que no dejaron en muchas ocasiones, fuera por razones de fe profunda, simple miedo o egoístas intereses personales, de delatar a amigos o familiares poseedores de libros heterodoxos o impuros.

El mecanismo censor empezaba a funcionar en las mismas fronteras del Estado, situadas en los entonces llamados puertos “marítimos” y “terrestres”, para impedir la entrada de los textos perniciosos. Se controlaban las imprentas, cuidando que no publicaran libros que no tuvieran la autorización correspondiente, y se ejercía una férrea vigilancia sobre distribuidoras y librerías, a las que se inspeccionaba al menos una vez al año, para comprobar que mantuvieran en orden el obligado libro de existencias y que tuvieran en su poder la correspondiente lista de libros prohibidos, de forma que no pudieran alegar ignorancia si se encontraba alguno de ellos en las estanterías. Incluso se registraban domicilios y bibliotecas privadas en busca de escritos diabólicos y pecaminosos. Los ejemplares peligrosos encontrados en esas razias ya tenían destino definido desde la pragmática de los Reyes Católicos de 1502: ser “quemados públicamente en la plaza de la ciudad o villa o en el mismo lugar donde vendiese o los ovieses vendido”, y las condenas para sus poseedores podían llegar a la de muerte, aunque parece que no se conoce ninguna exclusivamente por esa causa.

Desde mediados del siglo XVI, las obras prohibidas se empezaron a dar a conocer por medio de listas, índices o libros, que convertidos en edictos inquisitoriales se colgaban en las puertas de las iglesias y se difundían entre impresores, distribuidores y libreros para su general conocimiento. En el de 1640, elaborado por el inquisidor general Antonio de Sotomayor, confesor real y arzobispo de Damasco, se concretaban y categorizaban las razones para la prohibición de los libros, normas similares por otro lado a las que se habían utilizado hasta entonces y a las que se seguirían utilizando. Estos criterios sirven de alguna manera para comprender hasta donde llegaba la mano de la censura y la simbiosis y connivencia entre religión y poder que demuestra su simple enunciación. Eran 16 reglas, después reducidas a cinco, con las que se clasificaban otros tantos grupos de libros condenables: “1) Obras contrarias a la fe católica escritas por heresiarcas y heterodoxos, así como las traducciones a lenguas “vulgares” que tratan cuestiones de fe, la Santa Biblia o las obras de controversia. 2) Obras de nigromancia o astrología o que fomenten la superstición o las prácticas traumatológicas, aunque se autorizaban los horóscopos. 3) Obras lascivas, corruptoras y de amores impropios, así como cualquier representación deshonesta. 4) Obras publicadas sin nombre del autor o del impresor y sin lugar o fecha de edición. 5) Obras o fragmentos de obras que atenten contra el honor de los eclesiásticos y gobernantes, así como aquellas que ataquen la autoridad del estamento eclesiástico y favorezcan la tiranía bajo razón de Estado”.

Con tan amplio abanico prohibitivo en su poder, los censores se aplicaron con saña a la labor, y hay que reconocer que no se la cogieron con papel de fumar a la hora de decidir lo que no se podía publicar, lo que se debía expurgar o lo que, una vez impreso, debía ir a parar al fuego depurador. No es de extrañar que con la rebelión protestante como principal problema político-religioso de Roma y el Imperio Católico, los primeros en caer en la hoguera fueran los textos de Erasmo de Rotterdam (1467-1536), inspirador de muchos de los principios de la escisión, y los del líder de la escisión, el propio Lutero(1483-1546), aunque también motivaran la ira del censor antecesores que habían muerto hacia un siglo, como Jan Huss(1370-1425), o, ya contemporáneos a los inquisidores, los discípulos Philipp Melanchthon (1497-1560), Uriko Zuinglio (1484-1531) o el más conocido Calvino (1509-1564), entre otros herejes de reconocido prestigio en la Europa del momento.

Pero no sólo de disidencia política y religiosa se alimentaron las hogueras inquisitoriales, sino también de los más variados géneros literarios en pleno proceso de formación, sin parar mientes, incluso, en que hubieran sido escritos en tiempos anteriores a la letra impresa, comenzando por los clásicos Luciano, Aristóteles, Demóstenes, Hipócrates, Séneca, Platón, Dante, al que se suprimieron versos de su obra magna, o Petrarca

Libertinos, procaces y deslenguados debieron parecerles a aquellos primeros censores “El Decamerón” de Boccacio (1313-1375), el “Coloquio de las damas” de Aretino(1492-1566), por no hablar ya de sus “sonetos lujuriosos”, auténticos versos pornográficos que sólo verían la luz tras su muerte, y tan excesivamente mundanos y carnales vieron los gargantuas y pantagrueles de Rabelais (1494-1553) como dubitativos y faltos de entusiasmo los ensayos de Montaigne(1533-1592) o caústicas las fábulas de La Fontaine (1621-1695). Todos ellos fueron estigmatizados en las listas inquisitoriales, en las que también aparece con singular insistencia cuanto tuviera que ver con el conocimiento heterodoxo, las ciencias (fueran estas matemáticas, astrológicas o médicas)  y todo aquello que condujera al posible lector a plantearse preguntas incómodas en aquel mundo de respuestas exclusivas: Giordano Bruno (1548-1600), que vio premiada su curiosidad y heterodoxia no sólo con la prohibición de sus obra sino con la propia muerte en la hoguera, Descartes (1596-1650), Copérnico (1473-1543), Kepler (1571-1639), Pascal (1623-1662), Spinoza (1632-1677), y ya en pleno siglo XVIII,  Rousseau (1712-1778) o Voltaire(1694-1778) formaron parte de los índices listas condenatorios. Un listado, como se ve, que coincide nombre a nombre con el de la inteligencia humana.

Sin embargo, con todo y el celo que pusieron los censores para impedir la contaminación herética, librepensadora o inmoral de los autores y obras extranjeras, es en el terreno de la literatura española donde los inquisidores aplicaron con mayor ahínco su furor censor. De tal forma es así, que en aquellas listas colgadas en las puertas de las iglesias o editadas en los libros correspondientes figura lo más granado del pensamiento y la creación literaria del país, hasta constituir su lectura un repaso a la mismísima historia de la literatura española.

Por ceñirnos tan sólo a los siglos XVI y XVII --en los que la curiosidad intelectual y la apertura del conocimiento despertados por el Renacimiento desembocaron en el esplendor creativo del Siglo de Oro, en abierta contradicción con represión inquisitorial de un Reino que consolidaba su Imperio no sin cruentas guerras americanas y europeas-- el censo de prohibidos o expurgados es casi inabarcable.

En tales circunstancias parece lógico encontrar en las listas de la inquisición buena parte del pensamiento moral, teológico o científico que se generó en esos años, desde las obras de Juan de Valdez (1509-1541) y su hermano Alfonso (1490-1534), al que ser secretario y latinista oficial de Carlos I no le protegió de acabar acusado de erasmista, estigma que también persiguió a Juan de Vergara (1492-1557), quien llegó a ser encarcelado en 1553. Los dos fray luises, el de León (1527 o 1528-1591) y el de Granada (1504-1566) también hubieron de sufrir la furia inquisidora. El primero pagó con cuatro años de presidio el atrevimiento de traducir el “Cantar de los cantares” del hebreo y el segundo vio censurada sus “Guía de pecadores” y “Oración y meditación”. Similar suerte tuvieron el médico Huarte de San Juan(1529-1588), del que se prohibió su estudio sobre las relaciones entre el cerebro y el entendimiento, que tocaba el tema de la inmortalidad del alma, Antonio de Lebrija (1441-1522) o Benito Arias Montano (1527-1598), condenados por el tratamiento que ambos compartían sobre la autonomía de la razón y la validez del método empírico como método científico.

La nómina de represaliados, censurados y prohibidos es, como la sombra del ciprés, alargada: Miguel Servet (1511-1553), paradigmático ejemplo de curiosidad renacentista, que tanto estudió la astronomía, la meteorología, la geografía o la jurisprudencia como la teología, las matemáticas, la anatomía o la medicina, al que el atrevimiento de descubrir el funcionamiento del sistema circulatorio y sus críticas al poder religioso le condujeron dos veces a la hoguera: la primera en efigie por la inquisición católica en 1551 y física y definitiva la segunda por la calvinista, que también la había. Bernardo de Quirós(1675-1710), que figuró en el Índice con todas sus obras, o Baltasar Gracián (1601-1658), que no podía esperar clemencia para una obra a la que se atrevió a dar por título “El criticón”, también pagaron su osadía intelectual.


La novela, genero en formación que no alcanzaría la mayoría de edad hasta “El Quijote”, levemente expurgado, por cierto, como ya hemos dicho, cayó bajo las garras censoras, que prohibieron buena parte de las novelas de caballerías que tanto placer producían a las menguadas masas lectoras del momento, comenzando por la originaria “Amadis de Gaula” y siguiendo por títulos de gran éxito en su momento aunque hoy sólo conocidos por los expertos, como fueron “El caballero de Febo”, “D. Oliveros de Castilla” o “Palmerín”. Suerte censora de la que no se libró la literatura picaresca, del “Lazarillo de Tormes” a “El Buscón”, de Quevedo, quien llegó a pedir personalmente la retirada del libro para facilitar con esa claudicación que se le permitiera publicar otros escritos y poemas igualmente cuestionados.

El teatro, que además de leído podía ser representado, no se libró de los censores, y en sus garras cayeron no ya sólo los pioneros Gil Vicente (1465-1536?), Torres Naharro (1485?-1530), Juan de la Enzina (1469-1529) o la mismísima “Celestina”, sino que incluso acabaron en sus redes obras de los excelsos López de Vega (1562-1635), cuya “El divino africano” vio prohibidas las representaciones y retirada la edición, Calderón de la Barca (1600-1681), que tropezó con la iglesia, cual Sancho y el ingenioso Hidalgo, con “Las órdenes militares”, y Tirso de Molina(1579-1648), que aún siendo fraile mercedario sufrió prohibición de escribir y destierro, acosado por los enemigos políticos y literarios que su trabajo le había acarreado.

En el contexto de esta amplísima sangría de inteligencia, llama la atención, sin embargo, la especial inquina censora que se cebó con la poesía, tal vez por la facilidad de difusión popular que ofrecían las coplas, que por su facilidad de retención podían ser repetidas por juglares y trovadores llegando así a un pueblo analfabeto, pero no tonto. El “Cancionero General”, antología de la poesía medieval que Hernando de Castillo recopiló y publicó en 1511, se vio reducido en una de sus partes fundamentales, la dedicada a las “obras de burlas provocantes a risa”, consideradas excesivamente obscenas para los castos ojos de los posibles lectores, que fueron censuradas sin contemplaciones.



En similar tesitura se encontraron nombres fundamentales de los orígenes de la lírica española como el ya mentado Gil Vicente, o los de Gonzalo de Berceo(¿1196-1252), Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, (1284-1351), el Marqués de Santillana (1398-1458), Jorge Manrique (1440-1479), Vicente Espinel (1550-1624), las “Coplas satíricas de Mingo Revulgo” (1464) o el mallorquín Anselm de Turmeda (1352-1458), que acabaría convirtiéndose al islam y muriendo en Túnez, autor de extraordinarios versos de una modernidad sorprendente escritos en catalán y árabe, idioma en el que firmó como Abd-Al•lah at-Tarjuman.


El mismísimo Juan de la Cruz (1542-1591), que sería santificado en 1726, no pudo evitar las censuras por su defensa de la reforma teresiana, lo que le condujo al destierro y a la prohibición de sus obras, contándose que ocasión hubo en la que debió tragarse literalmente sus poemas y escritos para que no cayeran en manos inquisitoriales. No hablemos ya de Teresa de Ávila, que a más de pensar lo hacía siendo, como era, mujer y monja.

A los tropiezos de Quevedo con la censura ya nos hemos referido, pero por la inquina con que le trataron merece cerrar este párrafo su acérrimo enemigo, y también genial poeta, Luis de Góngora y Argote (1561-1627). Extremista autor de algunos de los poemas más bellos y oscuros de la literatura castellana y al mismo tiempo de muchos de los más claros y sencillos, Gongora tuvo una vida agitada y mísera durante la cual sufrió a menudo la condición de arruinado, llegando incluso a montar, para intentar paliarla, una casa de juego en Madrid con la que sólo consiguió aumentar sus deudas. A más de ello, no llegó a ver publicadas en libro sus obras mientras vivió, lo cual no impidió el extenso conocimiento que permitió la transmisión boca a boca o la inclusión en cancioneros y recopilaciones clandestinas, realizadas con o sin su reconocimiento. Cuando tras su muerte las recopilaron por primera vez en libro Juan López Vicuña y, posteriormente, Gonzalo de Hoces, fueron consideradas por el Santo Oficio “composiciones indecentes y llenas de inmundicias”, lo que condujo a su prohibición hasta ser debidamente expurgadas.

Visto lo visto, como bien escribió Luis Vives (1492-1540) en carta privada, aquellos fueron “tiempos difíciles en que no se puede hablar sin callar en peligro”. Habría más.




COMUNISTAS. INDICE

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Años confusos
• Antonio Gómez Marín. José Gros. Simón Sánchez Montero. Isabel Vicente. Santiago Álvarez. Tomasa Cuevas. Armando López Salinas

Esperanzas de revolución
• Tomasa Cuevas. Simón Sánchez Montero. Manolita del Arco. Santiago Álvarez

España en armas
• Santiago Álvarez. José Gros. Antonio Gómez Marín. Simón Sánchez Montero

Sombras en la batalla
• Armando López Salinas. Isabel Vicente. Manolita del Arco
          
El fin de la esperanza
• Antonio Gómez Marín. Isabel Vicente. Simón Sánchez Montero. Manolita del Arco

Con España a cuestas
• Teresa Pàmies. Santiago Álvarez. Lluis Salvadores. José Gros. Pepita Belloch. Joan Escuer

Geografía de presidios
• Manolita del Arco. Antonio Gómez Marín. Isabel Vicente

El silencio de los paredones
• J. Chamorro. Manuel Asalta. Agustín Zoroa. Luis Campos Osaba. Cristina García Granda. Jesús Larrañaga. José Gómez Gayoso

Reconstruir sobre las ruinas
• Tomasa Cuevas. Simón Sánchez Montero. José Gros

Una España en blanco y negro
• Armando López Salinas. Tomasa Cuevas. Antonio Gómez Marín

Las masas existen
• Vicente Luis Llopiz. Isabel Vicente. Armando López Salinas. José Gros

La bandera eurocomunista
• Simón Sánchez Montero. Manolita del Arco. Vicente Luis Llopiz. Tomasa Cuevas

No todo en la vida es champán
• Tomasa Cuevas. José Gros. Armando López Salinas. Pepita Belloch. Vicente Luis Llopiz. Simón Sánchez Montero. Manolita del Arco. Antonio Gómez Marín





HEROINAS TRANSPARENTES. INDICE

TEBEOS CONTRA FRANCO. INDICE

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TEBEOS CONTRA FRANCO. 
Historietistas y humoristas gráficos ante la Republica, la guerra civil y el franquismo.

Aquellos tebeos que nos enseñaron a leer
Autores, dibujantes y guionistas republicanos en las historietas españolas de postguerra, de Escobar a Víctor Mora, de Azañas Bélicas a El Guerrero del Antifaz, de Conti a Vázquez, de Doña Urraca a Cuto...

Represaliados tras la guerra civil. Bluff y Acín fusilados, Robledano y Martínez de León encarcelados, Bagaría y Bartolí exiliados. Ojalá hubieran sido los únicos.

La guerra civil supuso la militarización de los tebeos y el humor gráficos. En los dos bandos tebeos, caricaturas y chistes fueron armas para colaborar en la lucha militar.

La llegada de la República abrió un periodo de libertades que tuvo especial influencia en la prensa satírica de la época y contribuyó a la toma de postura política de historietistas y caricaturistas, que se expresaron en una multitud de publicaciones de gran repercusión popular.

Las Cantigas de Santa María y otros códices son la primera expresión narrativa con textos y dibujos. La imprenta cambio revolucionó la relación del libro con sus lectores, cada vez más numerosos, y sirvió para ampliar el conocimiento humano, lo que abrió los ojos de la inquisición y provocó el nacimiento de la censura. 

Lápices como alfileres
Pliegos de cordel, aleluyas y prensa satírica en el siglo XIX. ¿Alguién podía esperar que el más ilustre poeta romántico y el autor del retrato de los billetes de 100 pesetas fueran descarados pornógrafos anti isabelinos?

La censura

HISTORIAS DE LA TELE. INDICE

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1956/1966. La televisión ya llegó
1967. Un premio clandestino
1969. La modernidad a caballo de un zoom
1970. Una tele de bigotes
1971. Doctrina y entretenimiento
1972. El padre de todos los concursos
1973. Risas y noticias
1974. Tocando a vísperas
1977. Año de bienes
1978. Descubriendo las españas
1979. Ficciones para recobrar la historia
1980. Una carrera fatídica
1981. La revolución imposible
1982. Mas sombras que gozos
1983. La era socialista
1984. El niño nuevo
1985. Tragedia, destape y crimen.


UNA HISTORIA DE LA MUSICA AMERICANA. INDICE

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UNA HISTORIA POR ENTREGAS 
DE LA MÚSICA POPULAR DE LOS ESTADOS UNIDOS

1.- La musica original de América. Los indios. Las canciones del viejo continente. Los negros.

2.- El nacimiento del blues y del jazz. La comedia musical y el nacimiento del cine sonoro. El Jazz, el estilo de Nueva Orleans y las Big Band

3.- El Jazz de la mitad del siglo: El swing y el Be Bop. La edad de oro del entertaiment: Los Crooners. El cine musical americano (1927-1952)-(1953-1979)


5.- El canto de los colonos blancos: El Hillbilly y el Blue-Grass. El Country & Western: Nashville


7.-Rock and Roll  (1) . El entorno social. Elvis Presley. Bill Haley. Jerry Lee Lewis. Eddie Cochran. Buddy Holly

8.- Rock and Roll (2). Chuck Berry. Little Richard. Fats Domino. Bo Diddley. Lloyd Price. Grupos vocales. Carl Perkins. Gene Vincent. Everly Brothers

9.- El Folk.(1).  Joe Hill y los cantantes sindicalistas. Los cantantes de la depresión y el New deal. Woody Guthrie 

10.- El Folk (2). Los Weavers. Pete Seeger. Cisco Houston. Jack Elliot

11.- El Folk (3) Malvina Reynolds. Barbara Dane, Nina Simone. Odeta

12.- El Folk Song. Los alevines de los Weavers. Bob Dylan. Joan Baez. Judy Collins. Tom Paxton. Phil Ochs. La generación de BroadSide. El Folk Rock.

13.- El Acid Rock Californiano. Jefferson Airplane. Gratefule Dead. Country Joe. Janis Joplin. Jimi Hendrix. Jim Morrison.

14.- Teeneagers y Hippies. De los Beach Boys a Mammas & the Pappas. Los Cantautores de los setenta. El underground americano: Frank Zappa y compañía

15.- El soul y la musica negra de la ultima generación. El Rock duro y el Heavy Metal

16.- El Jazz contemporaneo y el Jazz Rock. El Country Rock y el Rock sureño. El sonido disco y la New Wave

17.- Un ritmo importado: El Regae. Americanos de adopción


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LECTURAS. Jorge Amado cuenta de Joao Gilberto






Hay cosas que uno lee que le gustaría compartir. Dado que estos nuevos inventos lo permite, es el momento de ir haciéndolo. Ando releyendo “Navegación de cabotaje”, el libro de memorias, mejor sería decir de recuerdos, de Jorge Amado, y en él encuentro un par de páginas dedicadas a Joao Gilberto. No es un profundo análisis de su trabajo, sino, tal vez sólo anécdotas, y digo tal vez porque en realidad creo que estas líneas del gran novelista sobre el gran cantante sirven dan claves para entender mejor a uno y a otro, especialmente al cantante, pues las dos historias que se cuentan ofrecen una imagen de él y de su personalidad íntima que permiten comprender mejor al artista. Al menos a mí me sirvió la primera vez y volver a leerlo me ha reafirmado en ello. Que lo disfrutéis.





(Bahía, 1965 - el casamentero)

Fuimos padrinos, Zélia y yo, de la boda de Joáo Gilberto con Astrud. El matrimonio se separó en los Estados Unidos, adonde Joáozinho había ido para participar en un show que tuvo tanto éxito que se quedó allá un montón de años.

El día de la partida, yendo al aeropuerto, pasó por nuestro apartamento para darnos el abrazo de despedida. Llevaba ropa ligera, propia para el verano de Río, mientras que en Nueva York la crudeza del invierno llenaba los titulares de los diarios. Al verlo tan mal dispuesto cogí del armario un abrigo usado: póntelo al bajar del avión, que vas a morir de frío y agarrar una pulmonía. Fue mi contribución al éxito del cantante en los States, el abrigo que lo salvó de una pulmonía doble.

Contribuí también a su casamiento con Miúcha[1]: del primer matrimonio fui testigo; del segundo, casamentero. Un día recibí en Bahía una llamada telefónica de Joáozinho. Llamaba desde Nueva York, preocupado, como siempre. Seguía siendo el mismo.

--Jorginho, tú eres muy amigo de Sergio Buarque de Holanda, ¿no?

--Sí, ¿por qué?


Figura de las más fascinantes de la comparsa intelectual, Sergio me concedió el privilegio de su intimidad. Lo coloqué de personaje en O Capitdo de Longo Curso, y este es el homenaje que rindo a aquellos a quienes más estimo y valoro: ponerlos en las páginas de mis novelas. Juntos, durante un congreso de literatura en Recífe, fundamos en la iglesia de Sao Pedro dos Clérigos la Benemérita y Venerable Orden del Hipopótamo Azul, dedicada a la trata de doncellas, y creamos la teoría de las vaqueanas, que son las balzaquianas, las damitas de treinta años cuando empiezan a perder la continencia. La teoría se basaba en la agitación de las escritoras locales que cortejaban a Eduardo Portella, el seductor. Cuando lo de la llamada telefónica, el maestro historiador se vanagloriaba de ser padre de Chico Buarque, compositor que acababa de revelarse con un éxito estruendoso.

--Jorginho, estoy enamorado de la hija de Sergio, de Miúcha, hermana de Chico. Miúcha anda por aquí. Ella también me quiere. Queremos casarnos, pero tenemos miedo de que Sergio se oponga. Ya sabes lo que pasa, debe de haber oído horrores sobre mí. A ver si puedes hablar con él. Pídele la mano de Miúcha para mí, en casamiento. Dile que no soy tan malo como dicen.

Habituado como estaba a andar siempre arreglando los desaguisados de Joáozinho, prometí intervenir --rápido, pero rápido. Te llamaré dentro de una hora para saber el resultado. Colgó el auricular como un agonizante, listaba yo aún buscando el número de Sergio en el listín, cuando vuelve a llamar: Estaba tan angustiado que ni siquiera mandé un beso para Zelinha. Joáozinho, siempre atormentado.



Llamo a Sao Paulo. Se pone Amelia, cambiamos saludos y gentilezas, quiero hablar con tu ilustre consorte. Sergio viene al teléfono, sabiendo que soy yo, empieza a imitar el acento holandés, es para morirse de risa, poro yo me pongo serio. El tema lo vale.

--Te llamo para pedirte la mano de tu hija Miúcha en matrimonio.

--¿Eh?, ¿qué historia es esa? —abandona el acento holandés, se pone en actitud defensiva, ¿qué jugarreta le estoy haciendo?

--No es para mí, es para Joao Gilberto. Están enamorados, quieren casarse, y él ha pedido que te diga que no es tan malo como dicen por ahí. No debes creer a las malas lenguas...

--¿Qué me dices? ¿Es una broma, o hablas en serio?

Hablo en serio, le cuento mi conversación con Joáozinho, llamada pagada en dólares desde Nueva York, repetida, se había olvidado el beso para Zélia. Me encanta ese amor entre los dos cantantes, qué cosa tan hermosa, hago el elogio del candidato a yerno y lo hago con amor. De Joáozinho lo sé todo, del derecho y del revés, del chiquillo de Juazeiro por las barrancas del San Francisco, al músico aún desconocido que luchabamen Río en días difíciles, soy amigo suyo, he colaborado con él, le hice la letra de Lamento de Marta, compuesto para la película de Alberto d'Aversa1. De soltero, Joáozinho aparecía por la noche en casa de Rodolfo Dantas, llevaba su guitarra y se quedaba allí hasta las tantas, cantando. Zélia y yo, cansados, nos íbamos a dormir, y Joáozinho continuaba, en compañía de Joao Jorge, niño aún, privilegiado. Joao Gilberto tocaba, cantaba, teniendo como oyentes sólo al niño y al pajarom sofrê. Vivía el pajarillo suelto en la sala y silbaba las músicas que Joáozinho iba punteando.

Sergio escucha en silencio mí sermón, la proclamación de las virtudes de Joáozinho, genio musical, amigo entrañable, persona encantadora. Al día siguiente toma el avión para Nueva York, va a estudiar el asunto in lo-cum. Enseguida le parece encantador el candidato. No podía ser de otra manera.

Para acabar, un post scriptum: ya llevaba Joao Gilberto varios años residiendo en los Estados Unidos cuando un día apareció en casa un portador con un encargo del músico: un abrigo nuevo, flamante, soberbio. Lo usé durante largo tiempo, lo tengo aún. ¿O se lo habré dado a Joao Jorge, oyente solitario, el privilegiado?”






La historia del abrigo, aparte de lo que revela del protagonista, me recuerda una anécdota parecida ocurrida con motivo de su visita a Madrid en Julio de 1985, de cuya actuación di cuenta en El País, reseña que reproduzco más abajo.

Fuera de programa alguien, sería de la organización o de la casa de discos, me contó el sucedido después del recital. La situación era distinta a la de aquel viejo abrigo. Entonces era verano en Río e invierno en Nueva York, en esta ocasión se habían trastocado las estaciones y en Madrid hacía un calor de la leche mientras que en Brasil debían tener un frío si no de la hostia, al menos del copón. Joao Gilberto venía preparado y se bajó del avión con un escueto traje. Eso sí, encorbatado. El problema es que el único equipaje que le acompañaba era la guitarra en su funda. Nada más. Ni abrigo que no necesitaba ni camisa limpia. Sólo lo puesto y la guitarra. Contaba quien me lo contó que hubo que comprarle un recambio completo, camisa, calzoncillos y calcetines para que se mudara antes de salir al escenario. Saberlo me explicó el por qué de aquella especie de desvalimiento, de timidez tal vez, de cómo no estar en este mundo, que daba la imagen del artista sentado en una simple silla, vuelto hacia dentro de sí mismo, abrazado a la guitarra como un náufrago a su tabla de salvación o un niño a su juguete.

Hipnotizó a los espectadores. Nunca olvidaré la sensación.








[1] Miúcha, María do Carmo Buarque de Holanda, cantante.



LECTURAS. Gabriela Mistral

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LECTURAS. “Tala” (Gabriela Mistral).
Mi primer libro de poemas.






Hay libros seminales instantáneos, que desde la primera vez que se leen plantan en el cerebro una semilla que va creciendo y multiplicándose. También son a veces como cajas fuertes de apertura retardada, que tardan en dejarse robar los secretos que guarda su interior.

Debía tener yo, no lo recuerdo con exactitud, alrededor de 12 o 13 años, era mi cumpleaños y una prima de más edad, tanta más que ya estaba casada, me regaló un libro. “Ahora probablemente no lo entenderás, pero seguro que te gustará dentro de un tiempo”, vino a decirme, y dejó en mis manos un ejemplar titulado “Tala”, de una poeta de la que no había oído hablar pero que desde aquel día me acompañaría toda mi vida: Gabriela MistralEra mi primer libro de poemas, que pasó a la estantería para acompañar  las novelas de Verne, Salgari o Dumas.

Aquellas novelas, que por otra parte tanto me gustaría volver a leer en algunos casos, se han ido perdiendo en sucesivas mudanzas, pero todavía conservo aquel volumen de poemas, ya con las hojas amarillentas; signo en un libro, curiosamente, no de decrepitud, sino de vitalidad. Es la tercera edición que hizo la editorial Losada de Buenos Aires (de la que tantos buenos libros de poesía o novela llegaron en aquellos años oscuros a España) en 1957, y mi prima lo había comprando, según consta en un sello de tinta azul, en la librería y papelería Hermanos Sanz, que estaba, y ya no está, en la calle Princesa de Madrid y que tenía sucursal en Caracas.

AGUA

“Hay países que yo recuerdo
como recuerdo mis infancias.
Son países de mar o río,                                            
de pastales, de vegas y aguas.
Aldea mía sobre el Ródano,
rendida en río y en cigarras;
Antilla en palmas verdi-negras
que a medio mar está y me llama;
¡roca ligure de Portofino:
Mar italiana, mar italiana!...”

Tenía razón mi prima. Entonces no entendí (no podía entenderlo, no había vivido lo suficiente) la sencilla profundidad de los versos de Gabriela Mistral, su capacidad para llegar a lo más hondo de la tierra y de sus gentes con palabras sencillas que componen imágenes conmovedoras de sorprendente serenidad:

LA COPA

“Yo he llevado una copa
de una isla a otra isla sin despertar el agua.
Si la vertía, una sed traicionaba;
por una gota, el don era caduco;
perdida toda, el dueño lloraría...”

O expresa con singular sencillez, sin alharacas, la dualidad que presidía su vida, y en general la del resto de los humanos (Que tanto recuerda la posterior “Gracias a la Vida” de Violeta Parra, quien siempre mostró un gran respeto y admiración por la poeta y a la que dedicó en su muerte los conmovedores versos a lo divino con que se cierran estas líneas: “Hoy día se llora en chile/ por una causa penosa./ Dios ha llamado a la diosa/ a su mansión tan sublime…”)

RIQUEZA

Tengo la dicha fiel
Y la dicha perdida:
La una como rosa
La otra como espina.
De lo que me robaron
No fui desposeída:
Tengo la dicha fiel
Y la dicha perdida,
Y estoy rica de púrpura
Y de melancolía.

¡Ay!, que amada es la rosa
Y que amante la espina!
Como el doble contorno
de las frutas mellizas,
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida…

De verdadero nombre Lucila Godoy Alcayaga, y de formación autodidacta, Gabriela Mistral acabó haciéndose maestra, profesión que inició dando clases en escuelas rurales y acabó como asesora de las Naciones Unidas. Nació en 1889 y falleció en 1957. Obtuvo el premio Nobel en 1945, la primera vez que se otorgaba a una autora o autor latinoamericano. Su obra abrió las puertas de la poesía chilena a la modernidad lírica, e influyó directamente en la generación posterior, la que encabezaban los dos Pablos (de Roka y Neruda), un Vicente (Huidobro) y un Nicanor (Parra), así como sobre la hermana menor de este último, Violeta,. Entre otras muchas cosas fue cónsul de su país en España, y nunca olvidó sus orígenes vascos.

Tala”, publicado originalmente en 1938, como ya he dicho, está dedicado a los niños españoles que sufrían la guerra civil y el exilio. En una nota preliminar de la primera edición, reproducida como epílogo en la que me regaló mi prima, escribió la poeta: “…ahora entrego “Tala” por no tener otra cosa que dar a los niños españoles dispersados a los cuatro vientos. Tomen ellos el pobre libro de mano de su Gabriela, que es una mestiza de vasco, y se lave “Tala” de su miseria esencial por este ademán de servir, de ser únicamente el criado de mi amor hacia la sangre inocente de España, que va y viene por la Penínsulay por Europa entera…”

Tenía razón mi prima Pilar. El tiempo es sabio y nos hace entender lo que de niños nos resulta incomprensible.

AUSENCIA

“Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo
…”





Hacer un pan como unas hostias. El PP, el País Vasco y la manifestación de Bilbao.

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Hacer un pan como unas hostias
El PP, el País Vasco y la manifestación de Bilbao







La manifestación de ayer en Bilbao es la demostración patente de que al PP le está saliendo por la culata cada tiro (metafórico, claro) que tira últimamente en el País Vasco. Obsesionados por contentar a la fracción más guerracivilista de su electorado, que no concibe el fin de una guerra sin la venganza del vencedor y la humillación del vencido, han conseguido hacer confluir en una acción común prácticamente sin precedentes al independentismo de derechas y al de izquierdas, a más de otras fuerzas aledañas. Una unión significativa que jugará sin duda un papel determinante en el futuro inmediato de Euskadi, cuando a no mucho tardar se ponga sobre el tapete, esta vez sin terrorismo, el tema decisivo del derecho de autodeterminación y la independencia.

Parecería que los populares y su gobierno no han extraído ninguna enseñanza de las consecuencias que han acarreado para Catalunya las limitaciones impuestas por el Tribunal Constitucional en 2010 al Estatuto previamente aprobado por el Parlament y decidido en referéndum por los catalanes; limitaciones que abrieron de par en par las puertas a las reivindicaciones independentistas actuales. En consonancia para esa incapacidad de aprender de la experiencia, la lista de errores políticos del gobierno en esta etapa del fin del terrorismo en Euzkadi resulta de una evidencia insultante para todos los españoles, no sólo los vascos.

Se opusieron de manera frontal a la celebración de la reunión de ex presos en la que, precisamente, iban a escenificar su acatamiento de las leyes penitenciarias del Estado, lo que no es paso pequeño en el proceso de fin de la violencia y derrota del terrorismo que estamos al fin estamos viviendo. No sólo no les sirvió de nada, pues la reunión se celebró de todas maneras, sino que con ello se forzó que pudieran contar con la aquiescencia judicial a su acción, que acabó demostrando, además, de cara a todos, que no estaba entre los objetivos de los ex presos ninguna exaltación del terrorismo, sino que su reunión constituyó todo lo contrario: una llamada para su finalización. Por si fuera poco, la jugada les costó la reprimenda del juez, obligado a explicar en twiter el significado de la ley que el gobierno debería conocer mejor que nadie y que habían preferido ignorar. Echar leña al fuego es como se denomina a este tipo de cosas.

Considerando tal vez que aún no habían avivado suficientemente la candela, forzaron de nuevo la máquina judicial para la prohibición de la manifestación de ayer, que sin su intervención hubiera sido una más de las muchas acciones realizadas hasta ahora en exclusiva por el independentismo de izquierdas a favor de los presos y su acercamiento a Euzkadi, reivindicación que, por otra parte, no parece sea descabellada en este momento del proceso. A la vista de los resultados resulta patético lo conseguido. No sólo ha tenido lugar la manifestación sin asomo de violencia, sino que a ella ha acudido una cantidad insólita de ciudadanos y la convocatoria ha contado con la firma conjunta de PNV y Bildu, con la participación de otras fuerzas políticas y sindicales, tanto participes de la reivindicación independentista como simplemente partidarias del derecho de los pueblos a elegir la forma de pertenencia o no a un Estado.

Por si fuera poco, en medio de tal cúmulo de errores se ha producido la controvertida detención de los abogados que, si hemos de creer los motivos del Gobierno, transmitían las ordenes de ETA a sus presos; es decir, de los encargados de tramitar la aceptación de los encarcelados de las leyes penitenciarias actuales. Una operación que, en el colmo del dislate, llegó acompañada del estrambote ridículo de vender la piel del oso cuándo aún no lo habían cazado.

A no ser que el único objetivo político del Partido Popular sea el electoralista, para el que no se pueden permitir prescindir ni de uno solo de sus votos, y no les preocupen en absoluto las consecuencias de sus actos fuera de ese tacticismo oportunista, esto es lo que mi madre llamaría hacer un pan como unas hostias.

Si le hubiera cortado las alas

habría sido mío,
no habria escapado.



Pero así,
habría dejado de ser pájaro.



Y yo...
yo lo que amaba era un pájaro.



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